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"Lo que cuenta es la ilusión"

Por 15 de noviembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Basilio Baltasar

De Ignacio Vidal-Folch uno recuerda el rostro duro e impenetrable que se ha labrado a lo largo de los años. Una máscara que se corresponde bien con el estilo apremiante de su escritura y con su severo pensamiento existencial. Una personalidad, en suma, como de inmediato comprende el lector de su dietario.

Los años que viví en Barcelona no tuve mucho trato con él, salvo el que se desprendía de unos fugaces encuentros en la librería Central de la calle Mallorca. Como probablemente compartimos la misma prudencia, nos limitábamos a intercambiar nuestra escueta sonrisa. Él, con la mustia cortesía del caballero a la antigua usanza. Si casualmente lo vi alguna vez caminando de noche calle arriba, pensé que regresaba a su casa y a una libérrima soledad.

Vidal-Folch retrata en su dietario este inexpugnable estado de ánimo, la dureza de un juicio estético muchas veces inapelable y, en ciertas ocasiones, la muesca sentimental que le han ido dejando algunas heridas. La mayoría de los fragmentos transmiten la certeza de haber sido notas escritas mientras la acción va transcurriendo, ya sea en las calles de su ciudad o en el laberinto de sus pensamientos.

Estas notas son las impresiones, reflexiones y meditaciones de un hombre que no se ha visto obligado a elegir entre vida y literatura. Su camino no se ha bifurcado y su prosa es de una tangible veracidad. Uno finaliza la lectura del dietario pensando: he aquí un hombre que sabe lo que escribe.

A Vidal-Folch se le ve distante y ajeno a los fastos de nuestra época, reacio a compartir la simpatía con que unos y otros ponen en circulación sus mercancías morales, literarias y políticas. En su rostro se adivinan ciertas muecas de repugnancia cuando la prepotencia y el matonismo social, tan distinguido y displicente, suben a escena.

Algunos fragmentos del dietario son ejercicios narrativos: la agonía de un  hombre que se extingue, la penuria con que otro comprende de repente su fracaso, una violenta y patética pelea callejera, la estúpida presunción de una mujer protegida por el azar de la fortuna. Cada uno de estos personajes de carne y hueso elaboran con su pobre vida, a su manera y sin saberlo, la elocuente metáfora de nuestros males. A veces, tan poco comprendidos.

Los libros leídos y las citas de los libros rescatados, las conversaciones sostenidas a lo largo del tiempo, las exposiciones de arte, los bares y los conciertos, las librerías y las antigüedades que vamos descubriendo en sus páginas conforman el itinerario de una Barcelona remisa. En su callejero viven unos tipos hechos a sí mismos a base de golpes, indiferentes a la retórica de los publicistas y al extraño alarde de los triunfadores. Un educado desorden de personajes perturbadores en su trágica determinación de ser. Una estirpe que recuerda a la que glosa Josep Pla en la Vida de Manolo contada por él mismo. Una Barcelona algo sucia, un poco canalla y digna, que nos conmueve y sorprende. La Barcelona folchiana es la que algunos hemos amado.

Escéptico, a veces burlón, irritable, reservándose siempre la que sería su última palabra, Folch se inmiscuye en la vida de amigos, conocidos y desconocidos  (la hilarante y peligrosa peripecia de la joven esposa que por las calles de Barcelona huye de los clanes tribales de su India natal es un ejemplo de lo que parece ser la tendencia del autor a meterse en líos). Observándose con esa máscara de dureza aprendida, mientras cartografía una ciudad que no está en los mapas, forastera de sí misma y cansada del optimismo contemporáneo. Una ciudad hecha con las frases de un amigo aturdido, la muerte siempre inesperada, la perplejidad en medio del caos sentimental de una ruptura, la chanza de un borracho insoportable, los reproches que uno lleva a rastras, y el espíritu crítico, ese dichoso espíritu crítico que el autor ha afilado "hasta el paroxismo".

Una literatura, en suma, que nace de aquella voluntad original sin la que nada de valor habríamos leído. No una literatura para hacer más libros y llenar más bibliotecas, no una literatura exhausta o ensimismada. Se trata más bien de una literatura hecha con aquello que el autor no puede comentar ni escribir, una literatura hecha con lo indecible. Y que procede de aquél que "sólo puede sentirse ofendido y humillado o sentirse como un impostor".

Ignacio Vidal-Folch
Lo que cuenta es la ilusión

Editorial Destino 324 páginas.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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