Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

II. El arquetipo de Los Pirineos

Los Pirineos, como arquetipo, dividen territorios encontrados y enfrentados. Lo racional contra lo exótico, el orden contra la improvisación. La ley severa contra la anarquía de costumbres. La disciplina del trabajo contra la fiesta eterna. La sobriedad contra los excesos. El orden puritano contra el desorden pagano. El fracaso de la modernidad.
En ese parte aguas de discriminación cultural, América Latina ha estado colocada también de este lado de esos Pirineos caprichosos. Para los tiempos en que Hollywood, y más propiamente Walt Disney, fabricó nuestra imagen de buen vecino pobre pero pintoresco, éramos el haragán que duerme recostado en un nopal (verdadera hazaña dormir recostado en un espinoso nopal), el sombrero echado sobre los ojos y envuelto en un zarape a pesar del calor que incendia el paisaje de dibujos animados, por el que corren sus aventuras los Tres Caballeros, el Pato Donald al lado de Pepe Carioca y Pancho Pistolas, en estrecha confraternidad.
En la segunda mitad del siglo diecinueve los Estados Unidos extendían su cultura de peregrinos del Mayflower, cuáqueros y calvinistas predestinados a dominar las tierras salvajes, y sometían el far west que aún destella en las películas de vaqueros, toda una conquista civilizatoria en la que los indios aborígenes debían desaparecer, o ser reducidos. A partir de entonces, la violencia como costumbre, o sistema de vida, queda sólo para los escenarios cinematográficos, donde caen abatidos una y otra vez los bandidos de cicatriz en la mejilla, mientras los forajidos mexicanos de la frontera quedan condenados a ser irredentos.

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Catexit

Primero fue Grexit: los griegos se salen del euro y regresan al dracma. Y abandonan también la Unión Europea, deducen algunos. Fue una hipótesis muy seria, sostenida y al principio sugerida por los alemanes, que luego la han descartado. Al menos, momentáneamente.

Luego aparece Brexit, la idea de que sea el Reino Unido de la Gran Bretaña el que salga de la Unión Europea, ya que no de un euro del que no forma parte ni tiene intención de adoptar. Momento crucial para la idea fue la cumbre europea de diciembre pasado, cuando su primer ministro David Cameron decidió rechazar el fiscal compact, el pacto fiscal europeo propuesto por Merkel para salvar al euro.

Brexit cuenta con un partido que la defiende y tiene cada vez más predicamento en la opinión británica. Se llama, cosa curiosa, Partido de la Independencia, que habla y actúa como si Reino Unido hubiera entrado a la fuerza en la UE y obliga a los conservadores a la radicalizarse. En la medida en que la Unión Europea vaya avanzando hacia la unión bancaria, fiscal y presupuestaria, tomará cuerpo la salida británica de la UE y la celebración de un referéndum para decidirla.

A mitad de todo esto aparece Catexit, la idea de una salida de Cataluña de la Unión Europea, como resultado de su salida de España. Dos salidas en una y muy distinta de las dos anteriores. De entrada, el soberanismo la ha descartado, incluso en su consigna de un Estado propio dentro de la Unión Europea: Catexit debe limitarse a salir de España.

Cuando se ha visto que no era tan fácil hacer una cosa sin hacer la otra y que no funciona la idea de una ampliación interna de la UE que permita a Cataluña salir de España y convertirse a la vez en miembro de pleno derecho, ha empezado la especulación con un estatuto especial como país usuario del euro sin ser miembro de la UE: Catexit, a diferencia de Grexit, no es salir del euro y, a diferencia de Brexit, no es salir de la UE.

Catexit no tiene por el momento partidarios radicales, es decir, quienes propugnan directamente la salida de la UE y a la vez de España, y más bien sucede lo contrario, a medida que se hace más difícil pensar en la salida de la UE se pone cuesta arriba la salida de España. Esto sucede también en las encuestas. Los partidarios de la independencia descienden súbitamente si implica la salida de la UE.

El propio Artur Mas, cuando tuvo que abordar el tema europeo este lunes pasado con los miembros del Instituto de la Empresa Familiar, habló de España refiriéndose a ?nuestro país?. No habrá Catexit. De ninguna manera. Nadie lo quiere respecto a la UE. Y para obtener un Estado propio dentro de la UE o algo que se le parezca, Mas no tendrá que buscar aliados, amigos y comprensiones en Bruselas, sino precisamente en Madrid, de donde salen precisamente todas las rupturas, enemistades e incomprensiones que explican la demanda de ese Estado propio.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El intelectual rampante

Ante el despiadado dominio de la ignorancia y la epidemia emocional de la credulidad, el intelectual da nitidez al pensamiento, deshace simulacros, revela imposturas y hace virtuosa la elegancia del discernimiento.

El intelectual es el fruto maduro de una rivalidad. Su prestigio se funda en la envidia y su triunfo, en el rencor. Pocos pueden soportar el honor de ser arrogante y  persuasivo, imbatible y amargo. El intelectual posee una fértil erudición pero prefiere dejarse llevar por su genio, por su mal genio. Su irritabilidad es legendaria. Es una esfinge parlante que no admite discusión. Maltrata a los que saben discurrir y se aburre con todos los demás. Es el actor del drama que educa a la nación.

Si un intelectual se precia de serlo, asusta. No es un profesor dispuesto a darnos la razón. Ni
siquiera nos daría las gracias. Si alguna vez lo hace, es para quitarnos de en medio. Un gesto displicente. Lo que importa en un intelectual es esta codicia de sí mismo. La de un orador brillante, osado, envidiable. Es el ardiente polemista al que nadie ha llamado. El impetuoso entrometido. Su constitución física importa menos que su furia. Le urge la disputa con el poder. Con el poder de la ignorancia, opaca, terca, maliciosa. La tendencia de los hombres a creer que saben: este es el demonio que se ha propuesto derrotar.

El intelectual no concede más tregua que la de su propio capricho. Cuando deshace la impostura de un embuste, nadie puede con él. En todo caso, abandonará por dejadez. Por desprecio. Visto de cerca es intratable. Pues así trata a sus enemigos, que son legión. Sólo un hombre ofendido por la ignorancia de su época posee fuerzas para dejarla en ridículo.

¡Por dónde empezar! Ni se lo pregunta. Aunque, por otro lado, vale la pena decirlo, ¿qué más da? Son tantos los motivos. Nuestra retórica, por ejemplo. Se funda en lo que no puede cumplir, anuncia lo que no puede dar. Es poderosa, omnímoda, reside en cada cabeza. Pero es susceptible. Exige respeto. Ante ella el intelectual es un Sísifo y un Prometeo. Es el cuento de nunca acabar. Pero se zafa y todo redunda en su favor. Es ahí donde hay que dar. En esa membrana transparente. Algunos lamentan la crítica a nuestro modo hablar pero son ellos justamente los que no entienden. Es su propio remordimiento el que gesticula. En realidad, desconocen lo esencial. Al intelectual no le incumbe la reforma de la verdad, tan solo revelar la insuficiencia de nuestra comprensión. Los reformadores son otra cosa. Son ingenuos, cualidad que un hombre tan irritable como el nuestro no puede permitirse. Él se dedica a decir lo que nadie sabe pensar. El intelectual es siempre un motivo de asombro.

¿Qué sociedad anhela hombres como éstos, los acoge, los elogia y los soporta con grave resignación? La que ahuyenta al fantasma de la guerra civil (ese instinto de la incompetencia miedosa); la que ha comprendido cómo estalla el sacro arrebato de la destrucción. Una sociedad culta como ésta espera de los mejores que no se dejen encantar. Quiere que sean escépticos, petulantes, áridos incluso. Al fin y al cabo, gracias a ellos se puede resistir el influjo de lo real. El magnetismo de lo evidente. La hipnosis del mundo, la confusión del ser. El despiadado dominio de la ignorancia. Esta tarea les ha sido asignada: que la inteligencia sea impertinente.

El magisterio del intelectual es formidable. Nos libra de una epidemia emocional: la credulidad. Al invitarnos a desvelar las categorías ocultas del acontecer, al obligarnos a usar los conceptos que deseamos evitar, disuelve el espejismo que nos complace. Es entonces cuando ya no queda otro remedio: discernir. Dar nitidez al pensamiento. Encontrar la más exacta correspondencia entre la mente y el mundo.

De todos los males que afligen a nuestro tiempo este es el que más debemos temer: la dificultad de nombrar las cosas. Y en esto consiste la destreza intelectual. Una mirada penetrante, un alarde de conocimiento, pero también una osadía: sentenciar el nombre de las cosas. Nos guste, convenga o estorbe, cada acontecimiento espera ser nombrado según la naturaleza de su origen, el aspecto de su apariencia, el alcance de su gravedad. En esto consiste el carácter del intelectual: una pasión lexicográfica.

¿Quién nos soborna? ¿Qué nos impide pensar con claridad? ¿Qué fuerza nos invita a creer que sabemos? Este es el enigma que ofende al intelectual airado. Su preocupación es incesante pues la ilusión se impone por doquier. Ya sea ante el espontáneo flujo del interés, económico y político, que a todas horas da que hablar, o sus prolíficas formas jurídicas, filosóficas, literarias y sentimentales, la puntualización es una labor titánica. Ya lo hemos dicho: el intelectual debe hacer pública cualquier desavenencia. Entre los hechos y las cosas, los objetos y las palabras, entre el pensamiento y el rumor de la existencia. Entre las instituciones y las leyes, entre la ética y las costumbres. Entre las creencias y las certezas. Él quiere ser un motivo de inquietud: quiere que nos demos por ofendidos.

Bajo su máscara de arrogancia -esa petulancia que lo hace insoportable- palpita una huidiza clemencia. Le conmueve nuestra indigencia intelectual. No la soporta pero le inspira ternura que la condición humana padezca el infortunio de un misterioso destino. La maldición del mundo, sin embargo, le afecta de un modo muy personal: si diera su brazo a torcer, si por un acaso consintiera ser un hombre sentimental, perecería sin recibir nada a cambio. Ardería inútilmente en una pira descabellada.

Este intelectual bondadoso, arruinado, será entonces un clérigo y nada puede ya traicionar. Custodia libros que nadie lee, protege el aura del lenguaje, se hace elogiar. Y no siempre lo consigue. Es un fiasco. Ha sucumbido a las tentaciones del mundo. Ha domeñado a su inteligencia. Ojalá fuera sólo por cansancio.

Así acaba la genealogía de los intelectuales que le han precedido. Ha renunciado a ser miembro de una comunidad cognitiva: la de todos aquellos que con él desvelan el significado de la realidad y que con él recorren el laberinto del mundo. Pero si resiste, y no abdica, renueva una vieja escuela de profetas, poetas y filósofos. El intelectual de nuestro tiempo reconoce a los oráculos de la antigüedad y desde la Ilustración asume la tarea a ellos encomendada. La visión de los profetas, la inspiración de los poetas, el rigor de los filósofos. Es su heredero irónico: sabe demasiado.

Sólo en la medida en que los imita, cumple su tarea. El intelectual asume ante cada generación el mismo cometido. Encarna la inteligencia agitada por la urgencia de lo inminente. No hay tiempo que perder. Pasan los siglos pero no hay tiempo que perder. Su imitación no es una copia, es una sustitución. Habla allí en donde aquellos dijeron, actúa allá en dónde ellos hicieron. Hay un modelo perenne que no puede soslayar: está obligado a descifrar el mundo. Con más eficacia, elocuencia y penetración. Ampliando su campo de acción, da la razón a un universo en expansión.

El intelectual  envidia a los muertos ilustres y de ésta mímesis depende su influencia. Los lee, los escucha y de esta lección procede la fuerza de su pensamiento: hay que ser tan decisivo como ellos. Sólo así resistirá el impulso que siempre lo amenaza: renunciar a la tarea que se ha impuesto. Aceptar la derrota. Reconocer: no he sido capaz. Me derrumbo. No puedo más. El intelectual consentido se acomoda a lo que hay. ¿Quién podría reprochárselo? Al fin y al cabo, está solo en el mundo. A nadie quiere a su lado y nadie se preocupa de él.

En este país nuestro, tan aficionado a las corridas de sol, sangre y arena, se le debería llevar a hombros por la calle. Al fin y al cabo, el intelectual también dice "dejadme solo". Y así se queda, en efecto. Es el nuestro un país de dos o tres corporaciones sectarias, todas ellas de la misma obediencia, pues ésta ha sido finalmente la influencia que da forma a nuestro artefacto institucional: cualquiera que sea la familia política de la que podamos hablar, su ordenamiento es tribal y su obediencia, leninista. Es el triunfo de los mandamases eslavos, la admiración por el mando único y supremo, lo que al final hemos adoptado como manera de ser.

Se ha dicho que el intelectual de partido ha pasado de moda. En realidad, nunca hubo tal cosa. Cuando un intelectual ingresa en una orden, deja de serlo. No sólo por celebrar ocurrencias ajenas o por consentir esa aberrante disposición de ánimo que aconseja obedecer o por proclamar la fantasía de encontrarse en la mejor compañía. El intelectual hereda el deber de pensar con tal ambición que difícilmente  se le puede encauzar. Se debe al oficio de discurrir y permanece ajeno a las consecuencias de su sagacidad. Ninguna otra cosa debe importarle. Su obligación es hacer comprensible la realidad. Y hacer crítico el embrollo en el que nos hemos metido. ¿Cómo podría formar parte de él?

Las conveniencias contribuyen a la doma del intelectual. Se le pide buena educación cuando sólo se espera que sea dócil. No son raros los casos en que creyendo ser un hombre correcto en sus modos, el intelectual sea tomado por uno más. De ahí su gran consternación. Siempre está ojo avizor. No puede desfallecer. A pesar de su indiferencia arrogante, la que hemos glosado, no deja de mirar de reojo. ¿Quién le entenderá?

Este interrogante es corrosivo. Una especie de sarna moral. En muchos casos darse a entender significa dejar de explicarse. Se da a menudo esta confusión entre no comprender una cosa y no aceptarla. Cuando alguien del auditorio se levanta molesto y dice que no entiende, por ejemplo. En realidad lo único que hace es declarar su fastidio por lo que ha entendido demasiado bien. Es la tiranía del público que tan pronto aplaude como abuchea. En estos treinta años hemos visto muchas veces abrirse y cerrarse el ciclo de entusiasmo y repudio, aplauso y censura, afecto y odio. El respetable siempre se da a conocer.

La ejemplaridad no es un asunto que concierna al intelectual. A él le corresponde ser un pensador inquisitivo que deshace simulacros y revela imposturas. No está obligado a ofrecer consuelo. No es un divulgador que publique manuales de auto ayuda. Es un psicólogo sagaz, un sociólogo impenitente, un gramático audaz, un polemista sarcástico, un historiador solvente, un políglota de las costumbres ajenas, un cínico de la vieja escuela del tonel. Pero no debe incurrir en la ilusión del buen ejemplo. Su tarea es dar autonomía plena al discernimiento, hacer virtuosa la elegancia de un argumento, ser tan impecable en sus palabras como irrefutable en sus pensamientos.

El intelectual no pretende abrumar a un público fiel. Su más íntima ambición no es la fama. Es una especie de inmortalidad, de arrogante perpetuidad. Dar a sus textos, y al recuerdo de sus palabras, la inteligencia que otros hombres van a necesitar. Así prolonga la estirpe de los pensadores que han pleiteado con su tiempo.

La idolatría que a veces concita confirma la urgencia de su misión: despertar a una sociedad crédula, complacida o sobornada por doctrinas bastardas de aspecto moral, y hacerlo con una disquisición erudita, incisiva, sabia. Este es su poder: vislumbrar la lucidez de la reflexión y hacer envidiable esta libertad.

Escolio

Se dice que la envidia es el pecado nacional de los españoles. Este es otro de los juicios improvisados en el lugar común de la pereza. En realidad lo que aquí se practica es el desprecio. Algo tan estéril como el oprobio es lo que explica muchas de nuestras carencias intelectuales. La vida cultural de una nación se articula mediante el reconocimiento mutuo. Y en donde éste se produce, nace la envidia. Esa secreta admiración que se siente por los que uno quiere imitar. De ahí surge la manifiesta o disimulada rivalidad, la emulación, la fértil influencia de la envidia en la vida de una nación.

                 (Publicado en la revista Claves, nº 225. En homenaje a Javier Pradera)



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Soy tu hombre

 

Leonard Cohen estaba llamado a influir profundamente en sus contemporáneos durante la parte más agitada, creativa y variopinta del siglo XXI. Pero incluso un tipo como él puede tener una infancia vulgar, aburrida y desde luego no merecedora de que se le dediquen más de cien páginas de biografía. A no ser que la culpa sea de la biógrafa, Sylvie Simmons, y que ésta no haya sabido sacar partido de los veintitantos primeros años de la vida del futuro novelista, poeta, dibujante y cantautor. Si la autora no dijera de quién está hablan durante esas primeras cien páginas, podría estar contando una trayectoria atribuible a los millares de jóvenes norteamericanos y canadienses hijos de una confortable burguesía (en su caso unos industriales judíos de Montreal) que pagaron a sus hijos los mejores colegios y universidades y apoyaron sus primeras (y bastante bien acogidas) probaturas en el mundo de las letras. Ya digo: o el joven Leonard Cohen tuvo una infancia, niñez, adolescencia y primera juventud perfectamente anodinas o Sylvie Simmons no ha sabido sacarles partido, lo cual sería muy grave si luego, una vez que sale a la superficie el verdadero Cohen, la biógrafa ha preferido ir sobre seguro y no dejarse en el tintero ni uno solo de los facts en la vida de su biografiado en detrimento de la interpretación que cabe hacer de sus andanzas. Por suerte para ella, dichas andanzas son tan extravagantes, osadas, contradictorias y rompedoras que hablan por sí mismas. Dicho en otras palabras: el trabajo de Sylvie Simmons es muy meticuloso en el día a día y probablemente habrá de ser consultados por los próximos estudiosos de Cohen, pero la suya no es la biografía definitiva de Leonard Cohen.
Quien opte por saltarse las ciento y pico primeras páginas se encontrará con un Leonard Cohen que ha terminado sus estudios universitarios, tiene escritas o publicadas un par de novelas y, sobre todo, unos poemas que han logrado despertar la curiosidad y el entusiasmo de la crítica. Y que además le han valido una beca con la que de inmediato se ha trasladado a Londres. Y un día que le sorprende en la calle una persistente lluvia, se refugia en un comercio que resulta ser una agencia de viajes. El sol, las rocas y los cipreses de un poster griego le sirven de iluminación y por una serie de coincidencias a los pocos días desembarca en una isla griega que le han recomendado: Hidra. Allí va a encontrar dos regalos que le cambiarán la vida: el Mediterráneo y Marianne Ihlen, una mujer que le va a dar respuesta en el mismo terreno del que Leonard acabará siendo un experto (el amor sin compromiso, fundamentalmente el matrimonial) y en el que le va a ganar, pues al cabo de muchos años de abandonos y amoríos públicos con otras mujeres, será él quien se rinda y recoja velas dejando como testamento la canción "So Long, Marianne". En cuanto al Mediterráneo, no sólo conservaría durante muchos años la casita sin agua ni electricidad que compró en Hidra (y que perdió, como casi todo lo que ha tenido, a manos de una mujer) y no sólo aprendió griego para integrarse lo más posible en ese entorno que le permitió escribir algunas de sus mejores poesías y canciones, sino que a día de hoy sigue llevando en la mano el komboloi, ese rosario de cuentas ensartadas que en Grecia lo usan sobre todo los hombres con fines no estrictamente religiosos, ya que komboloi significa "piensa".
En cualquier caso, desde Hidra en adelante Leonard Cohen emprende un camino personal, que ya no se parece al que están iniciando millones de jóvenes de su edad. La suya es una búsqueda a tientas, progresivamente a ciegas y perfectamente detallada por su biógrafa. Una búsqueda que le permitirá topar, sin quedarse enganchado, con los beatniks (era una época en la que caminando por Nueva York podías cruzarte con un grupo de hare krishnas y que uno de ellos, cantando a voz en grito, fuese Gregory Corso), los hippies, la variopinta colección de drogas psicotrópicas o estimulantes que entonces se vendían sin receta en las farmacias, por descontado que el alcohol y la llamada "revolución sexual", Andy Warhol y su Factoría, el Hotel Astoria y sus enloquecidos compañeros de habitación, el vudú y el I Ching, la cienciología y todo el resto de movimientos, modas, inventos y soluciones que desde los años sesenta fueron surgiendo en paralelo al extraordinario desarrollo musical de aquella época. Aparte de su participación a fondo en la creación musical, de todas las restantes propuestas más o menos poco convencionales que le salieron al paso la que más hondo le caló fue el budismo, disciplina religiosa que todavía practica.

Soy tu hombre  es de una exactitud milimétrica al dar cuenta del origen, desarrollo y suerte final de los álbumes y las canciones que los componían. Pero la figura de Cohen sigue siendo un misterio que va más allá de la simple relación de sus actos y que por lo tanto resta por desvelar.

 

Soy tu hombre

Sylvie Simmons
Lumen



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2012
Blogs de autor

Sentimiento de individualidad y singularidad humana

Aristóteles enfatizaba el hecho de que, por carecer de alma racional y lingüística, los animales tendrían un conocimiento reducido a la experiencia, es decir, conocimiento de individuos y no conocimiento de especies. Especie e idea se designan en griego por la misma palabra eidos, de ahí que la facultad de eidénai, por la cual Aristóteles singularizaba a los humanos, signifique tanto capacidad de especificar o clasificar como capacidad de percibir el entorno a través de ideas o conceptos generales. De tal manera, la ausencia de estos conceptos en los animales carentes de razón, haría imposible que aquello con lo que se relacionan sea percibido por ellos como representante de una especie: el animal no humano se las vería con un entorno natural poblado de individuos que no representarían especies, no serían almendro, caballo abeja o espino.
He tenido ya ocasión de comentar esta tesis de Aristóteles e introducir alguna matización. Es de señalar concretamente que ausencia de capacidad de especificar no implica imposibilidad de relacionarse con el mundo a través de tipos. El animal que reacciona ante la presencia de un bastón erguido, establece desde luego una vinculación con algo que le ha amenazado anteriormente, lo cual supone ya conexión tipológica. Mas esta conexión no implica en absoluto el subsumir ambos casos bajo una comunidad de concepto. Incluso tratándose del ser humano, los vínculos (imprescindibles para la vida) en los que se forja la experiencia hacen absolutamente superfluo el que, de hecho, el entorno sea considerado bajo el prisma de la determinación específica (1).

Mas precisamente por considerar en términos generales muy sensata la caracterización aristotélica del conocimiento animal como limitado a vínculo con individuos, me resultó particularmente interesante oír a Francisco J. Ayala, afirmar recientemente en Barcelona que una de las cosas que singulariza al animal humano es el sentimiento de individualidad. Los individuos de otras especies, venía a decir el gran genetista, no tienen tal sentimiento, porque ello equivaldría a tener sentimiento de su propia muerte.
Resultaría pues que el animal humano, que de una u otra manera siempre mediatiza la relación con su entorno subsumiendo lo que se presenta bajo una especie (o una especie potencial cuando, aun ignorantes de qué planta específica se trata, sabemos que se trata de una planta)...sería precisamente el único animal que vive y siente desde la individualidad.
Como seres de pura experiencia, los animales no dotados de lenguaje y razón sólo se relacionarían con individuos, pero curiosamente su comportamiento sería exhaustivamente reductible a exigencias de su especie. Por el contrario, estando su entorno siempre mediatizado por conceptos, constituyendo todo individuo al que se confronta una especie (en acto -almendro- o en potencia -árbol), el animal humano se experimenta in embargo a sí mismo como individualidad irreductible y si esta vivencia no es neutralizada, la propia supervivencia se erigirá para él en necesidad absoluta, pasando a segundo plano las motivaciones vinculadas a la dignidad y hasta la persistencia de la especie. El sentimiento de finitud y el deseo de perseverar se impondrían entonces a la exigencia de mantener lo que nos caracteriza como especie, se impondrán a ese "instinto" de lenguaje de Steven Pinker, al que aquí me he referido en ocasiones.

 

 

_____________

(1)  Intentaré ilustrar este último extremo:
Sea una pareja de perros cuya alimentación asociamos a la nuestra por el hecho de que cada día comen los restos de nuestro propio almuerzo. Supongamos que uno de ellos ingiere una pócima que le hace vomitar, lo cual poco después le ocurre asimismo al segundo perro. Cosa de technè (es decir, esa capacidad exclusiva del animal humano que traducimos por técnica y arte), nos diría Aristóteles, es razonar concluyendo que para la especie de los perros esa pócima es nociva. Pero mera cosa de experiencia sería el proceso consistente en vincular el malestar de esos animales (que podemos perfectamente no saber siquiera que son individuos de la especie perro) y asociándolo al hecho de que su alimentación es afín a la nuestra, abstenernos prudentemente de consumir la pócima (la prudencia es para Aristóteles una virtud animal, vinculada precisamente a la experiencia) .

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Ahora, papeles para todos

Toda derrota escuece. Pero escuece más todavía cuando obliga a quien la sufre a cambiar su programa y adoptar el del adversario. Consuélense los republicanos: les ha sucedido a muchos antes. Y les ha sucedido sobre todo a sus más odiados enemigos, la izquierda antaño comunista y socialista, luego socialdemócrata y social liberal, finalmente solo liberal y demócrata: de cucharadita en cucharadita se tragó todo la botella de acierte de ricino capitalista.

En el caso de la derecha estadounidense, referencia conservadora mundial en ideas, programas e incluso en medios de financiación a su alcance, todavía ha sido peor. La derrota de hace una semana es fruto, precisamente, de su galopada hacia el extremo, que llevó al partido republicano a presentarse como enemigo de las mujeres, los inmigrantes, los pobres, los gays y lesbianas, e incluso de las clases medias en frente de ese uno por ciento de multibillonarios a los que había que preservar de cualquier incremento de impuestos. De ahí que en su caso la derrota escuece más porque deberán beber a trago de la botella de aceite de ricino. El cambio al que están abocados los republicanos les obligará a hacer lo contrario de lo que han venido predicando con intensidad creciente. Hay voces que ya se apuntan a la idea de la amnistía para los 13 millones de inmigrantes ilegales que puede haber en el país: después de haberse mofado y criticado airadamente la supuesta consigna de ?papeles para todos? del buenismo izquierdista, ahora son ellos quienes se apuntan a ella. Voces hay también que no ven mal alguno en que los más ricos aporten algo más que los otros: proponen romper su juramento contra toda subida de impuestos. Otros más aseguran que es el programa económico y no la moralidad familiar lo que debe estructura un programa republicano. E incluso aparecen otras que reniegan del dogma del Estado mínimo y quieren un Gobierno que gobierne e intervenga en la buena dirección, como un socialdemócrata cualquiera.

Muchas de estas ideas son exageraciones producidas por el dolor de la derrota, que nos hablan muy a las claras del tremendo debate de ideas que se abrirá ahora en las filas conservadoras. Pero no hay duda de que algo saldrá de esta destilación y que por primera vez en muchos años los cambios se dirigirán en sentido contrario a lo acostumbrado, es decir, hacia el centro. Y eso sucederá no porque los demócratas hayan ocupado el centro, sino porque la sociedad estadounidense ha cambiado, demográficamente sobre todo, y se aleja del partido republicano blanco, protestante y masculino, más propio de los Estados Unidos de la guerra fría que de la superpotencia multicultural y multirracial del siglo XXI.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2012
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.