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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Balance de un sexenio

Ayer, 1º de diciembre, se cumplió un ciclo más en la historia de la alternancia en el país. Por primera vez desde el 2000, el candidato vencedor tomó posesión como Presidente de la República frente a los diputados y senadores de todos los partidos sin que las calles se viesen sacudidas por protestas, y sin que nadie cuestionase su legitimidad. Imposible anticipar cómo será el gobierno de Miguel Ángel Mancera, el primer hombre de izquierda en llegar a Los Pinos, pero es un buen momento para hacer un balance del sexenio de su predecesor.

 

            En 2012, Enrique Peña Nieto tomó protesta en medio de incesantes cuestionamientos y manifestaciones en su contra: no puede decirse que su gestión se iniciase con buenos augurios. Por el contrario, su victoria era percibida como un severo retroceso democrático: durante los doce años que se mantuvo en la oposición, el PRI jamás emprendió un proceso de reforma ni un examen de conciencia sobre sus prácticas autoritarias, su solapamiento de la corrupción o su obstinada defensa del corporativismo o los monopolios.

Nada en el historial de Peña Nieto llamaba al optimismo: su ascenso auspiciado por los sectores más tenebrosos del antiguo régimen -el ex gobernador Arturo Montiel y el Grupo Atlacomulco-, sus vínculos con Carlos Salinas o Televisa, la ausencia de una sola propuesta novedosa en su campaña, su discurso anodino y burocrático, su falta de imaginación política y su desprecio a la cultura lo hacían ver como la figura menos indicada para gobernar un país desgarrado por la guerra contra el narco y abatido por la inequidad y la injusticia.

Su primera propuesta, desaparecer la Secretaría de Seguridad Pública -emblema de las administraciones panistas- y concentrar sus funciones en Gobernación, despertó tantos aplausos como suspicacias: por un lado parecía un oportuno distanciamiento de la fallida estrategia de Calderón, pero por el otro anticipaba una mayor control autoritario, semejante al que el PRI ejerció en el pasado. No fue sino hasta que, a dos meses de su gobierno, apartó del sindicato de maestros a Elba Esther Gordillo, sometida luego a un proceso criminal, que México empezó a ver en él a una figura menos predecible.

El despliegue de fuerza, en cierto modo tan priista -a muchos les pareció un remedo del encarcelamiento de La Quina-, sin duda obedecía a su imperiosa necesidad de legitimarse, pero la medida no dejó de resultar beneficiosa para el país. La maniobra podría haber pasado por un mero golpe de efecto, tan propio de alguien tan preocupado por su imagen como Peña, pero gracias a ella éste comprendió que ya no podía retroceder y, contradiciendo toda su carrera previa -y traicionando a la mayor parte de sus aliados-, se arriesgó a convertir la educación en la prioridad de su gobierno. Sus críticos no cesaron de acusar en cada una de sus decisiones posteriores la misma tendencia al espectáculo, pero su mérito consistió en convertir su mayor defecto en una virtud.

La primer parte de su sexenio fue todo menos sencilla: no sólo debió contradecir la imagen de fatuidad y ligereza que se ganó a pulso durante la campaña del 2012, sino las expectativas de los grupos económicos que lo llevaron a la presidencia, protagonizando drásticos enfrentamientos que estuvieron a punto de destruirlo. Al aprobar la libre competencia en ámbitos como las telecomunicaciones -donde alentó la creación de tres nuevas cadenas y reguló con severidad a las telefónicas- y desmantelar toda suerte de monopolios, sin duda perseguía el aplauso, pero los combates contra Azcárraga o Slim, o un sinfín de líderes sindicales, fueron auténticos revulsivos en nuestro panorama político.   

Nada resultó más importante para revertir su imagen, sin embargo, como su paulatina transformación en materia de seguridad pública: su primer discurso sobre el tema, pronunciado a 18 días de iniciada su gestión, fue estimulante: no sólo desautorizó a Calderón y renegó de su perspectiva bélica, sino que anunció que concentraría su estrategia en aliviar la desigualdad y mejorar la educación como pasos necesarios para disminuir la violencia. Dos años después, Peña Nieto volvió a sorprender a sus detractores al anunciar una consulta para legalizar la marihuana, a la que logró sumar a la izquierda y a los sectores más abiertos de la sociedad. Aunque la oposición de derecha impidió su aprobación, se trató de un gran paso adelante, lo mismo que su insólita decisión de apoyar el aborto y el matrimonio gay.  

            A la postre, Peña Nieto no logró escapar de su vena egocéntrica y al final de su sexenio volvió a caer en los excesos que le costaron a su partido la derrota frente a Mancera, pero en su voluntad de combatir lo peor de sí mismo -el Peña Nieto del 2012-, logró una presidencia que sin duda resultó útil para el país. A diferencia de lo ocurrido con Calderón, al menos puede decirse que el México que dejó en el 2018 es mejor que el del 2012. No es poco. 



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2 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cadáveres políticos

En política no hay cadáveres. Los mejores ejemplares triunfan incluso después de muertos. Por profundas que sean las heridas, incluso las auto infligidas como es el caso de Artur Mas, la resurrección siempre es posible. Es difícil, ciertamente, porque la fortuna, la oportunidad que debe saber aprovechar el Príncipe maquiavélico, no suele pasar muchas veces. A algunos no les pasa nunca, a otros les pasa una sola y no saben sacarle partido alguno, y otros más saben aprovechar la última que les encumbra hasta la cima justo cuando estaban a apunto de tirar la toalla. Hay ejemplos a porrillo, pero cada uno puede buscar los suyos.

Artur Mas no es exactamente un cadáver político, pero su plan sí lo es. Las elecciones del 25N han pulverizado su transición nacional. Recordemos que debía conducir al Estado propio a través de una mayoría indestructible, parlamentaria y social, que debía ser más fuerte y más sólida que la que tiene Rajoy en el resto de España, y que debía suceder gracias a la batuta de un presidente plebiscitado con fuerza y autoridad, y por tanto con manos libres para negociar en nombre de Cataluña, internacionalizar el conflicto entre legalidad y legitimidad y obtener así de Madrid y de Bruselas las mejores condiciones para el futuro Estado. Todo debía ocurrir a ser posible en una legislatura que resolviera el derecho a decidir y, como máximo, en dos. Esa hoja de ruta tan precisa, pormenorizada por la almendra del soberanismo convergente en sus contactos con la prensa internacional y con los diplomáticos extranjeros, incluía en su final la retirada de un Mas satisfecho y exhausto, una vez Cataluña situada ya en el lugar que le corresponde.

Pero que Mas no sea un cadáver no quiere decir que las cosas se le hayan puesto muy cuesta arriba. Su liderazgo está totalmente resquebrajado, a punto de caramelo para que crezca muy rápidamente la pulsión de relevo en su partido y en la coalición. El soberanismo ya tiene en todo caso un líder nuevo, Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana, que es el que le marcará el paso a partir de ahora. Se le ve un tipo tranquilo y frío, con cabeza y carácter para aguantar la presión de los convergentes. El buenismo soberanista de moda, que hace los jugos más dulces con los limones más amargos, asegura que nada ha cambiado y que solo se trata de compartir el liderazgo. Que Dios les conserve la vista. El orondo Junqueras tiene una mandíbula política y un estómago electoral de ogro. Que se preparen.

Mas puede resucitar pero su proyecto no. Ese es el auténtico cadáver que ha quedado tirado en mitad de la avenida de la independencia. La agenda, la hoja de ruta y el relato, ¡ay el relato!, pertenecen a Esquerra y no a Convergència i Unió, y ésta es una verdad difícil de reconocer. Hasta hace una semana estábamos hablando de 68 diputados convergentes, de un mínimo de 90 soberanistas y de un líder incontestable e incontestado a la cabeza de todo, para aprovechar la ventana de oportunidad abierta por la Diada, el momentum le llaman los americanos. Poco queda de todo aquello, sobre todo del momentum.

Se ha terminado el entusiasmo, hijo de los numerosos entusiastas voluntarios pero también de un nutrido grupo de insignes contratados. Basta con leer los periódicos barceloneses, llenos de columnas torcidas y desangeladas. Queda el soberanismo realmente existente, muy serio, sólido y respetable, digno de la mayor atención de todos, empezando por Rajoy, pero exactamente como ya existía antes y a la espera de otro momentum que no sabemos si volverá.



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2 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nudos viejos

El nudo ha ido creciendo con los años. Es lógico el pesimismo, porque cada vez que alguien ha intentado desanudarlo lo único que ha conseguido es embrollarlo más todavía. Si observamos con atención veremos que no es un nudo, sino tres. Cuando uno se afloja los otros quedan más firmes.

Así es Oriente Próximo. El mayor nudo aparentemente es el que ata a israelíes y palestinos en una confrontación casi siempre violenta desde hace unas siete décadas. Aunque los israelíes apelen a una historia de tres milenios, es el nudo más joven, hijo directo del siglo XX. Conocemos la fórmula para desanudarlo y es la que aprobó la Asamblea General de Naciones Unidas hace 65 años adjudicando una parte del territorio entre el Jordán y el Mediterráneo a los judíos y la otra a los palestinos, es decir, los dos Estados en paz y seguridad conviviendo uno al lado del otro. Entonces no la admitían las autoridades árabes y ahora no la quieren las autoridades israelíes.

El segundo nudo es el que opone desde hace siglos al sectarismo chiita con el sectarismo sunita, transformado ahora en una guerra civil siria entre el régimen apoyado por Irán y una oposición armada que recibe el auxilio de las monarquías petroleras de la península arábiga y de Turquía. Más amplias son las ataduras que lo vinculan, por un lado con un frente de países árabes y occidentales, con Washington a la cabeza, y por la otra con Rusia y China, potencias proclives a tomar ventaja de cualquier desventaja de Estados Unidos. Este nudo huele a guerra fría del siglo XXI. El tercer nudo está en Egipto y es el más antiguo, y de ahí que sea crucial para desanudar a los otros dos. En él están atados y enfrentados desde épocas milenarias el poder faraónico y la voluntad democrática del pueblo. Con la primavera árabe creímos que empezaba a desanudarse. La llegada del islamista Mohamed Morsi gracias a las urnas hizo creer que el nuevo rais intentaría deshacer también el nudo de Siria y luego el de Palestina. Mandó una severa advertencia al régimen de El Asad, demostró después su capacidad de mediación entre Gaza e Israel con la tregua que obtuvo tras la guerra de los misiles. Aunque promete desanudar los tres, cada gesto suyo aprieta más el nudo egipcio, pues se acompaña de una mayor concentración de poder en sus manos, primero en detrimento del ejército y del parlamento y luego de la judicatura.

Cada uno de los tres nudos está compuesto de otra infinidad más de nudos más pequeños. Deshacemos uno con la tregua en Gaza, otro con el reconocimiento internacional de Palestina y otro más con la acotación del poder presidencial en Egipto después de haberlo ampliado, pero luego la inscripción de la sharia en la Constitución egipcia anuda de nuevo el poder del pueblo al de los Hermanos Musulmanes. Cuanto más viejo el nudo, más difícil de desanudar.



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1 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La crédula y el celoso

En una de las polémicas que salpimentaron la vida literaria del Cinquecento, los sabios Giraldi y Antímaco establecieron un récord ripioso. Todo fue que Giraldi, que en 1537 era joven y prometedor, compuso unos renglones encomiásticos con motivo de la coronación de Ercole II, duque Ferrara. Tuvo la idea de enviar sus hexámetros a un experto, para que los leyera y en su caso corrigiera. Y, en efecto, el profesor Marco Antonio Antímaco, que enseñaba griego en la universidad de Ferrara, procedió a la lectura, nunca lo hubiera hecho, del poemita. Qué disgusto, signore mío. El sabio Calcagnini, descubridor del movimiento terrestre, al mismo tiempo y seguramente en colaboración con Copérnico, era puesto por las nubes en aquel ditirambo rimado, lo cual era ya para poner nervioso a cualquier otro sabio en edad de merecer, pero lo terrible del caso era que el nombre de Antímaco no era recordado, ni poco ni mucho, en el poema. El corregidor planteó una enmienda a la totalidad, y devolvió el poema a su autor acompañado de un epigrama faltón. Giraldi no se dejó impresionar y respondió con otro epigrama tremendo. La guerra duró tres días durante los cuales los sabios enfurecidos se bombardearon con no menos de treinta epigramas incendiarios. Al cabo, los dos quedaron exhaustos y volvieron a sus sabias ocupaciones. Giraldi reunió los artefactos y sus carcasas en un manuscrito que, lo digo por si algún otro sabio quiere fisgar y tomar ejemplo, lleva el número 331 del Fondo Antonielli en la Biblioteca Ariostea de Ferrara.
 
Pero, aparte de esa polémica y de alguna otra, como aquella de 1549 donde riñó con su discípulo “optimo atque carissimo” Pigna, por cuál de los dos se había ocupado de teorizar por primera vez sobre las novelas, o sea, repare el alma dormida en que ya hace medio milenio que se debatía la quisicosa, Giraldi se hizo famoso por su obra en dos volúmenes Gli Ecatommiti (en griego Hekatommithi: “Cien novelas”, aunque de hecho son ciento trece distribuidas en diez jornadas, dicho sea sin ánimo polemizante, no nos vaya a caer algo). Esta obra fue muy leída —la primera versión española de Vozmediano data de 1590— e inspiró a grandes autores como Lope, Cervantes y Shakespeare.
 
Ahí es donde íbamos, porque en la séptima novela de la tercera jornada, a saber, Un capitano moro, se inspiró Shakespare para su Otelo. La novela de Giraldi polemiza, vaya por Dios, con los matrimonios mixtos, mestizos y mezclados, y aconseja a las damas, particularmente venecianas, que no se casen con moros, porque todo acaba muy mal: matan a la señora de horrorosa manera (a golpes de calcetín lleno de arena, una lapidación de andar por casa) y luego le hunden el cráneo con una viga para que parezca accidental. Y Giraldi advierte que se ha basado en un caso real. Ahora llegamos: la dama se llama Desdémona y el nombre ha sido interpretado con wiquipédica unanimidad como “desdichada”. Pero Giraldi sabía griego, con permiso del profesor Antímaco, y parece de toda evidencia que el nombre procede de deisidaimonia, de uso corriente al menos desde el siglo IV a. C., con el significado de “temor de los daimones”, término trasladado al latín usualmente como superstitio, si bien en el contexto moralizante de Un capitano moro probablemente significa “crédula”.


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1 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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unypl: November 2012 Highlights From The Underground New York…

unypl:

November 2012 Highlights From The Underground New York Public Library 1. ?Moby-Dick,? by Herman Melville 2. ?Steve Jobs,? by Walter Isaacson 3. ?This Dark Earth,? by John Hornor Jacobs 4. ?The Imperfectionists,? by Tom Rachman 5. ?Veinte poemas de amor y una cancion de desesperada y cien sonetos de amor,? by Pablo Neruda, and ?Time Travel and Warp Drives: A Scientific Guide to Shortcuts through Time and Space,? by Allen Everett and Thomas Roman. 6. ?The Casual Vacancy,? by J. K. Rowling 7. ?Cometas en el Cielo,? by Khaled Hosseini 8. ?The Torah with Rashi?s Commentary: Vol. 1, Genesis,? Edited by Rabbi Yisrael Herczeg 9. ?The Alchemist,? by Paulo Coelho 10. ?A Bad Man Is Easy to Find,? by M. J. Verlaine.  Past Highlights



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1 de diciembre de 2012
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