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Unamuno, el vencido invicto

Entre los muchos que proporciona, uno de los mayores placeres de la literatura es el de convertir en literatura a los autores de la literatura. Todos sus lectores hemos imaginado a Garcilaso atacando una fortaleza espada en mano o a Berceo bebiendo un vaso de vino en compañía de otros errabundos con los que coincidía en la posada. Es una tentación irresistible. Seguramente si los estudios literarios severos, en especial los estructuralistas y analíticos, no han alcanzado la difusión de los viejos tratados filológicos de Auerbach, Menéndez Pidal o Spitzer es por esa amputación de la mitad del placer. La obra de arte sin autor, gran fantasía francesa del siglo pasado, es teóricamente irreprochable y debe ser defendida en la Universidad, pero es también inaceptable para un lector educado.

Los autores reclaman ser imaginados junto a sus criaturas, es una de las razones por las que escriben. Y un modo agradable de imaginarlos es el de leer sus biografías, algunas más literarias que las obras del biografiado. Pocos leen hoy a Frederick Rolfe (con razón), pero su biografía, The quest for Corvo, de A.J.A. Symons, sigue siendo una de las más perfectas obras literarias del siglo XX. He aquí un escritor que casi puede decirse que sobrevive gracias a su biógrafo.

Rolfe era un ser odioso, un mal bicho a quien todos detestaban y su biógrafo no pudo evitar la repugnancia. O quizás fuera mejor decir que solo pudo evitarla mediante los recursos del arte narrativo. Otros escritores, por el contrario, no pueden ser odiados de ninguna manera. Antonio Machado es el caso supremo. Si usted encuentra a alguien que diga odiar a Machado, apártese de él a toda prisa. Lávese luego entero en cuanto pueda. Es muy probable que pertenezca a alguna de las sectas satánicas más peligrosas después de la de Charles Manson.

Finalmente hay autores que piden ser alternativamente odiados y amados. Y ese es el caso que ahora nos ocupa, el de Unamuno y la biografía, a mi entender soberbia, que ha escrito sobre él Jon Juaristi. Soberbia biografía porque Unamuno, sin dejar la escena en ningún momento, a veces es solo un trasunto que le permite a Juaristi hablar sobre las guerras carlistas, la renovación de la panadería en Bilbao, el periodismo caciquil, el puente colgante, la invención del folclore vasco, la mujer de Sabino Arana, en fin sobre todas aquellas cosas que hacen de una biografía una pieza literaria de gran enjundia.

Y como debe ser, Juaristi a veces ama a Unamuno y a veces le odia. El lector agradece esa ducha escocesa, porque le sucede exactamente lo mismo cada vez que se pone a leer a Unamuno, que suele ser a menudo. Así, por ejemplo, el lector agradece que Juaristi no disimule la conducta canallesca de Unamuno con Valentín Hernández, el editor de La Lucha de Clases que fue a la cárcel en su lugar. O sus grotescos ofrecimientos a los militares sublevados durante el año 1936. Unamuno tenía momentos odiosos porque era un hombre dotado de un enorme Ego, un Yo colosal que muchas veces ocupaba demasiado espacio, como decía Ortega cuando esperaba visita del vasco y había alguien en el despacho: “Salga usted ahora mismo, que viene Unamuno con su Yo, y no vamos a caber”.

El Yo es una entidad peligrosa, entre otras cosas porque no contiene nada y debe ser ocupado de inmediato por alguna identidad (nacional, deportiva, religiosa, sexual, da lo mismo) a la que obedecer. Quien desee un planteamiento filosófico riguroso del problema, lea a Carlos Piera y su espléndido La moral del testigo (Machado). Unamuno, por tanto, llenaba constantemente su Yo con lo primero que le cayera en gracia identitaria. A veces era el vasco preterdiluviano, a veces el labriego intrahistórico, o bien el socialismo, aunque también el fascismo, qué le vamos a hacer. Por fortuna, la mayor parte de las veces no era la política lo que llenaba su identidad, sino los paisajes, los tipos, el crucificado, la diversidad de la convivencia, el campo, los campesinos, la literatura, don Quijote, la muerte, en fin todo lo inactual. Y entonces no hay más remedio que amarlo. 

Juaristi, con una de las mejores prosas que se escriben hoy en España, repasa todos los aspectos de Unamuno, los amables y los odiosos, aunque predominan ampliamente, como era de esperar, los amables. Don Miguel ha dejado miles y miles de páginas (aún sin editar seriamente, a pesar de los esfuerzos magníficos de la Biblioteca Castro) que no son solo el mejor retrato de nuestra vida terrestre y anímica, sino que son nuestra exacta definición. He aquí, en este hombre tan poseído por su Yo, cómo se fue haciendo sitio un Yo trascendente que acabó por abarcarnos a todos sus lectores. Sus terribles días finales, cercado por las hienas de Millán Astray, salvado del linchamiento por gente a la que despreciaba, horrorizado de lo que había dicho sobre los generales y la República, fueron un ejercicio agónico de despellejamiento en el que acabó por perder lo que le quedaba de Yo. Vio abrirse el abismo bajo sus pies y aquel temor y aquel temblor de que había hablado tanto y tan bien en sus ensayos, de repente era ya todo lo que le quedaba, temor y temblor. Es muy posible que entonces se abandonara al sosiego de no ser nadie y acabara sus días en paz. 

 

Adelanto del libro Miguel de Unamuno de Jon Juaristi

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10 de diciembre de 2012
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Sangre de la conciencia

En las primeras páginas de ‘Invasor', la apasionante novela de Fernando Marías ahora llevada al cine por Daniel Calparsoro, Tina, la locutora de televisión casada con Pablo, el protagonista, le dice a su marido: "¿Te imaginas que los sirios, por poner un ejemplo, que no tengo nada en contra de los sirios, nos hubiesen invadido y se pasearan con metralletas por la Puerta del Sol?". La novela de Marías fue publicada por primera vez en 2004, cuando la guerra de Irak era un acontecimiento que nos tocaba de cerca a todos, a los combatientes, a los caídos, a los testigos lejanos. Han pasado ocho años y ese frente se cerró; ahora son los sirios -o los palestinos- quienes ocupan las noticias de nuestra vida diaria y quienes siguen muriendo, en guerras civiles sobre las que se ciernen sombras ajenas.
La novela, reeditada con motivo del estreno de la película, sigue siendo tan elocuente como en su primera aparición: una exploración de las falsificaciones oportunistas y los intereses espurios que están detrás de todos los conflictos bélicos, y un reflejo de la conciencia de culpa del ‘justo' que descubre la injusticia de las invasiones disfrazadas de supuestos actos de salvación. Los guionistas y el director han hecho un eficaz trabajo de adaptación, separándose de lo que en el libro tenía una notable potencia catártica, la idea de la identificación somática y simbólica entre el asesino y la víctima, pero respetando, en imágenes de gran potencia visual y trepidante ritmo, las intenciones del original. Desde su vertiginoso arranque fílmico, una emboscada, una huída y una matanza, la historia de Pablo (Alberto Ammann), el médico militar destacado en acción humanitaria en Irak junto a su amigo el enfermero Diego (Antonio de la Torre), cobra un relieve genuinamente trágico. La segunda parte, situada en una retaguardia aparentemente idílica del norte de España, lejos de estancarse aporta vigor al relato, que deja de ser una película de guerra para convertirse en un ‘thriller' político. Hay que señalar, en esta segunda mitad, la densidad que le da a su personaje de viscoso funcionario gubernamental el actor Karra Elejalde, dentro de un reparto que funciona sin fisuras.
Se trata, en mi opinión, de la mejor película que Calparsoro ha hecho hasta la fecha, con momentos verdaderamente inspirados; por ejemplo, la punzante escena de la transfusión de sangre, auténtica clave semántica de la peripecia (más en la novela que en la película, todo hay que decirlo), y la del ahogamiento en la playa coruñesa, tan brillante en la forma como patética. El paisaje gallego está, en todo momento, astutamente utilizado.
Me parece que el término se utiliza hoy menos que antes, pero yo diría que ‘Invasor' es un peliculón. Ignoro el dinero que ha costado y las ayudas que ha tenido, pero sí sé que no tiene nada que envidiarle a los films bélicos norteamericanos más recientes. Y no sólo por la consistencia de la historia y la solvencia de la realización. ‘Invasor' conmociona asimismo como un alegato audaz contra el despotismo de los señores de la guerra. Que haya sufrido, con excepciones honrosas, una fría acogida de la crítica española, así como una tibia respuesta del público, confirma que el pensamiento débil se extiende cada vez más en la primera, y respecto al público, ¿qué vamos a decir? Mal guiado por los comentaristas, vapuleado por los impuestos que gravan las entradas y ocupado en las compras navideñas (los que puedan costearlas), no ha tenido la ocasión o el nervio de encararse con un fantasma tan mal enterrado entre nosotros como es la guerra de Irak.

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10 de diciembre de 2012
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Un parpadeo de felicidad

Cuando varias personas de edad y procedencia diferentes coinciden en una recomendación sabes que estás frente a algo que ha sido capaz de mover una idea o arrancar un parpadeo maravillado. Y deseas que te dejen formar parte de esas afinidades electivas. Así me ha ocurrido con el libro El encantador, de Lila Azam Zanganeh, en el que argumenta que la felicidad de Vladímir Nabokov “es una forma singular de ver, maravillarse y captar, o dicho de otro modo, de atrapar en una red las partículas de luz que nos rodean”. Y le atribuye al célebre escritor ruso haber inventado un estilo que embellece la realidad gracias al lenguaje y sus trucos, recordando uno de sus más coreados imperativos frente a sus alumnos: “Acaricia los detalles. Los maravillosos detalles”. Desde hace cuatro años tengo una historia a medio escribir congelada en una carpeta del ordenador, que debido al hecho de que una profesora se adentrara en la obra de un autor siguiendo un hilo tan arduo, discontinuo y a la vez absoluto como la felicidad, me vi obligada a descongelar. La historia trata de una larga conversación que mantuve con Antonio, quien fuera barman de Nabokov y su mujer Vera en el hotel suizo donde vivieron veinte años. “A ver si este fin de semana la termino”, me escucho decir a mí misma. Dicho bloqueo se ha convertido en uno de esos mitos personales que sin saber muy bien por qué dejamos suspendidos. Si hay algo que destaca en aquella reconstrucción de los rituales cotidianos de los Nabokov que me hizo Antonio fue el embellecimiento de la vida diaria y sus gestos, desde cómo relataba el paseo por los muelles del escritor para comprar los periódicos, hasta la educada lealtad con la que negaba que bebiera alcohol. “A veces me pedían que les subiera hielo”. ¿Hielo?, ¿no hemos quedado en que no bebían?, le pregunté aquella tarde feliz. En el centro de las noticias, nada menos cercano a un sentimiento de felicidad sobrevuela diciembre. Empieza la campaña de Navidad, y este año más que nunca el clima de alegría impostada zarandea los andamios de una sociedad que se manifiesta por su nuevo escenario carencial. Según un estudio de Jennifer Lerner, de la Universidad de Harvard, cuando estamos tristes tomamos decisiones económicas erróneas basadas en nuestra desesperación, en la falta de análisis de la situación en la que nos hallamos y en la necesidad de conseguir un placer inmediato, incluso aunque nos perjudiquen a largo plazo. Un tic psicológico con serias implicaciones económicas y políticas. La investigación asegura que la tristeza nos hace miopes y torpes, dispuestos a dejar pasar futuras ganancias. Nunca hubiera dicho que el impacto de la melancolía pudiera llegar tan lejos, aunque ya nos alertaron que saber mirar y maravillarse, captar la luz, acariciar y hermosear el lenguaje, garantiza un parpadeo de felicidad.

(La Vanguardia)

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10 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amanecer en Marte

La ilusión es que el 1º de diciembre despertamos en Marte: un lugar que, para bien y para mal, no se parece al México de los últimos doce años. En el pasado reciente creíamos, con una mezcla de asombro y resignación, que nuestro país se creaba y destruía cada seis años, conforme a una suerte de tiempo cíclico prehispánico que en realidad obedecía a las manías y obsesiones del presidente en turno. En la lógica del antiguo régimen, esta renovación sangrienta era la condición necesaria para un exitoso traspaso del mando. Los doce años de gobiernos panistas nos arrebataron ese ritual de iniciación que hoy se ha vuelto más ostensible que nunca.

 

            Si, conscientes de su decisión o manipulados por los medios, una amplia mayoría de ciudadanos eligió a Enrique Peña Nieto como presidente, fue justo para clausurar del todo una era de buenas intenciones, errores garrafales y esperanzas traicionadas, y retornar a una de resultados concretos, demostraciones de fuerza y unanimidad a toda costa, y al menos durante esta primera semana el PRI no los ha decepcionado. A diferencia de Fox, cuya inexperiencia se enmascaraba bajo la fiebre democrática, o de Calderón, que siempre gobernó a la defensiva, como escondido en un búnker, Peña Nieto no dudó un segundo en establecer los nuevos -que son viejos- modos de ejercicio del poder, tanto en términos simbólicos como reales, muy reales.

            Primer cambio: la operación política. Tras doce años marcados por la incapacidad de los panistas para obtener un solo acuerdo de calado, en menos de 48 horas los priistas habían logrado sentar las bases de un compromiso nacional suscrito por las tres principales fuerzas políticas -o, en el caso del PRD, al menos por la corriente que domina su burocracia-, anunciado con bombo y platillo por un sonriente Peña Nieto. Más allá de que falte revisar la financiación y ejecución del acuerdo, lo increíble es que el PRI haya negociado en unas semanas lo que PAN no consiguió en doce años.

            En segundo lugar, el discurso. Secuestrados por su propia retórica -la del cambio, en Fox, y la de la guerra, en Calderón-, los panistas jamás dominaron el sutil arte de la manipulación política, esa habilidad para decir una cosa y ocultar otra, enviar mensaje cifrados y apostrofar a distintos actores en un solo párrafo. Católicos recalcitrantes, Fox y Calderón fueron siempre literales: para ellos el cambio era el cambio, aunque no lo pusieran en marcha, y la guerra la guerra, con sus sesenta mil muertos, sin ambages ni adjetivos. En su primer mensaje a la nación (poco importa quién lo haya escrito), Peña recuperó ese olvidado talento para dirigir señales múltiples, amenazar y contentar a aliados y enemigos, y seducir a la opinión pública, todo hilado con una nueva palabra clave, eficacia, que puede significar cualquier cosa.

            Sorprendiendo sólo a quienes habían olvidado el temple priista, Peña dijo lo que tenía que decir: puso en la mira a los "poderes fácticos" con los que se alió durante su campaña -las televisoras, Elba Esther Gordillo, etc.-, ganándose el aplauso colectivo, y apuntaló la idea de que la eficacia depende de una mayor concentración de poder. Aunque su partido quedó lejos de la mayoría absoluta en las cámaras, su visión parece mantener ese anhelo de unanimidad. Una unanimidad que en estos días le han concedido, peligrosamente, todos los medios mainstream.

            La última sorpresa de este nuevo México es la violencia urbana y la represión policíaca. Durante los últimos seis años, la guerra contra el narco nos acostumbró a los tiroteos y descabezados en cualquier parte del país, menos en la ciudad de México. Ni siquiera en 2006, cuando los ánimos estaban más caldeados, el descontento derivó en vandalismo. Desde antes del 1º de diciembre, la ciudad había sido amurallada, como si alguien previese lo que al final ocurrió. La sensación, sin embargo, es la contraria: que la policía del DF y la PFP no supieron resistir adecuadamente a los provocadores ni respetar el derecho a protestar.

Los videos de numerosos testigos -quedó atrás la represión invisible- no dejan lugar a dudas: manifestantes pacíficos son detenidos mientras sujetos armados con cadenas y herramientas (según las versiones oficiales, encargados de montar las vallas) pasean libremente por las zonas restringidas. La unanimidad sólo es posible en Marte, donde no hay vida. Si el gobierno de Peña quiere seguir disfrutando del aplauso por decir lo que debe decir, ahora tendría que escapar de su guión y hacer público un informe pormenorizado en el que -al lado de Mancera- aclare qué pasó exactamente el 1º de julio: quiénes y cómo fueron detenidos, qué pruebas hay en su contra, quiénes eran esos trabajadores con cadenas y quién y cómo diseñó el dispositivo de seguridad, así como asegurarse de que los inocentes abandonen la cárcel y los responsables de actos autoritarios sean castigados. Sólo así podríamos creer que México en verdad despertó convertido en un país distinto.

 

twitter: @jvolpi

 

 



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9 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El tirón y la embestida

Después del tirón, estrebada en catalán, la embestida, l'envestida. Las dos expresiones pertenecen al vocabulario convergente y son muy exactas. El tirón es el que dio el nacionalismo conservador al pasar del autonomismo al independentismo y convocar elecciones anticipadas. La embestida ha sido la respuesta del ministro de Educación, José Ignacio Wert, con sus proyectos de contrarreforma educativa, inspirados en una idea de España unitaria, católica y reaccionaria, abiertamente preconstitucional.

Con l'estrebada el nacionalismo catalán pasó a la ofensiva, en la creencia de que cuanto más penetrara en territorio hostil más fácil sería luego consolidar posiciones. El resultado de las elecciones ha demostrado que partía de un cálculo de fuerzas erróneo y de una estrategia desproporcionada en relación a su capacidad de fortificarse en territorio conquistado. Así es cómo la embestida le ha obligado a empezar el repliegue a posiciones defensivas. "La marcha hacia Europa puede transformarse en la defensa del modelo autonómico amenazado", ha señalado Antoni Puigverd en La Vanguardia (7 de diciembre). Quince días después de las elecciones, el diagnóstico es bien claro: un análisis erróneo de la realidad social catalana, una estrategia desacertada y una campaña electoral mal planteada. El independentismo tiene mucha fuerza, pero no suficiente para seguir avanzando, ni tan poca como para salir en desbandada. La rapidez y la energía de la estrategia, el tirón propiamente dicho, produjo sensación en el primer momento, a rebufo de la manifestación del 11S, pero luego pinchó. La personalización de la campaña, sus quiebros estratégicos y sus numerosos errores hicieron el resto.

A la vista de la embestida, precedida por la soez cornada de El Mundo, con la publicación en el último tramo de campaña de su falso informe contra Mas, donde mayor ha sido el fallo de los estrategas convergentes es en el cálculo de la resistencia y de la envergadura del vector centralista, a fin de cuentas el decisivo en la ecuación Cataluña/España. El venerable patriarca convergente Jordi Pujol lo venía advirtiendo desde que se empezó a redactar el nuevo Estatut y no ha cejado ni siquiera después de su súbita conversión independentista, hace un par de años: España es algo muy serio, con frecuencia minusvalorada desde Cataluña y nunca hay que dejar de respetar su envergadura y su fuerza. Enric Juliana acuñó en tiempos del tripartito una metáfora redonda para captar este error de los catalanes enfrentados al poder central. Somos la brigada Pomorska, los lanceros polacos pertrechados de corazas, guardapechos y cascos emplumados, que se enfrentaron gentilmente a caballo a los blindados de la Wehrmacht en los primeros días de la invasión alemana de su país en 1939. El episodio nos llega como una hazaña llena de nostalgia y heroísmo, pero aquellos días fueron los que abrieron las puertas del infierno para Europa.

Las ideas y proyectos independentistas han sufrido una derrota política momentánea, pero se equivocaría quien diera por finiquitado el problema con la embestida. Al contrario, el ministro Wert ha dado una nueva y engañosa vida a la estrategia del tirón, que esta sí es la auténtica derrotada en las elecciones del 25N. Los artífices de l'estrebada, además de sus errores de análisis y cálculo de la situación, demostraron que no llevaban bien aprendidas las lecciones que la historia ha ido proporcionando al catalanismo. Es curioso porque están muy bien sintetizadas en un libro tan imprescindible como Notícia de Catalunya, de Jaume Vicens Vives, y de nuevo tengo que citar a La Vanguardia, pues es el diario que ha puesto masivamente a la venta una reproducción de la edición original precisamente el día de las elecciones, demasiado tarde para que lo estudiaran y lo tuvieran en cuenta sus amigos de CiU, algunos de sus columnistas y sus lectores. Una cita es suficiente: "Hemos dicho '¡basta!' en el peor momento, cuando había pasado el punto dulce de nuestra fuerza o nuestra razón. Tiene la culpa de esa falta de acierto, sin duda, el debilitamiento del 'seny' en las clases dirigentes". La actual estrebada es hija de esta debilidad del criterio.



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9 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mujer, abuela, presidenta

Hillary Clinton tendrá 68 años en 2015, año electoral en Estados Unidos. Reagan tenía 69 cuando ganó las primarias republicanas. Su edad no fue obstáculo para una presidencia de dos mandatos que le inscribió como uno de los mejores presidentes de la historia. Un 57% de los ciudadanos de Estados Unidos quisieran repetir con Hillary la experiencia de un presidente de la tercera edad, muy acorde con la evolución demográfica que está experimentando el planeta.

El sexo y la edad, desventajas en otras circunstancias, ahora son incluso elementos atractivos para que la actual secretaria de Estado se convierta en candidata demócrata en el relevo presidencial de 2016. Las abuelas son una clase de ciudadanas responsables y activas en las democracias occidentales, mejor predispuestas y preparadas para conducir los asuntos públicos que los hombres e incluso que las mujeres jóvenes, ocupadas en sus familias y sus profesiones. Clinton ha sido primera dama de Estados Unidos durante ocho años, senadora por Nueva York ocho años más, candidata derrotada en las primarias demócratas frente a Obama y ahora secretaria de Estado, un cargo que en muchos momentos ha brillado con mayor fulgor que la propia presidencia y que ha contado en el siglo XX con fuertes personalidades de profunda huella en la modelación de la historia del mundo. La lista es impresionante: Dean Acheson, Henry Kissinger, George Shultz, James Baker, Madeleine Albright, Colin Powell y Condoleezza Rice, entre otros.

Hillary Clinton va a abandonar su actual encargo en enero, cuando se halla ya bien colocada en la lista de los grandes secretarios de Estado, tras estos cuatro años al lado de Barack Obama, formando un equipo de rivales, según expresión de la historiadora Doris Kearns Goodwin en un libro que fue lectura de cabecera del actual presidente al llegar a la Casa Blanca (Team of rivals. The political genius of Abraham Lincoln).

La actual tarea de Clinton culmina una carrera que no necesita alcanzar la presidencia para merecer la máxima consideración. Pero si quiere conseguirla, ahora parece reunir todas las condiciones de una buena candidata. No hay ni un solo político en ejercicio en el mundo con más y mejor experiencia, conocimiento de los países y de los Gobiernos, mejores contactos mundiales y mejor imagen en su país y en el conjunto del planeta. Tampoco hay nadie mejor acompañado y asesorado, empezando por su marido, el expresidente Bill Clinton, de excepcional inteligencia y habilidad políticas.

De alcanzar la presidencia, sería la primera vez en que alguien reside en la Casa Blanca primero como cónyuge y luego como titular, circunstancia que en un orden distinto también le sucedería a su esposo, Bill. Es probable que el perfume dinástico de esta opción sea algo que también goce del favor de los estadounidenses.



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8 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La mano del secretario

Parece un escriba de la estirpe del ponikastas cretense, que aprendía el oficio de su padre y lo enseñaba a su hijo, y era miembro de una casta de alto rango en la polis. Este secretario Huerta fue prohijado por su tío, secretario y testamentario del deán Diego de Castilla, que lo transmitió por recomendación a Luis de Castilla y le dio una capellanía. Se licenció en derecho, defendió los derechos del cardenal Sandoval sobre el Adelantamiento de Cazorla y este lo nombró secretario del Supremo de la Inquisición. Luego Felipe IV lo nombró secretario de Su Majestad.
  
Entonces se le ocurrió al secretario Huerta, que firmaba así porque prefería su apellido materno, que iba a levantar una capilla y a labrarse un sepulcro en la iglesia de La Guardia, su pueblo toledano. Contrató como director artístico al napolitano Nardi, el segundo después de Velázquez en el campeonato de pintura sobre la expulsión de los moriscos. Y en la sacristía, entre otros cuadros, puso su retrato por Velázquez, que ahora ha reaparecido.
 
Notable es la mano del secretario Huerta. Esa mano que tanto y tan poderoso escribe y firma. Los dedos anquilosados en postura de sostener la pluma. Y sumidos en sombra. Velázquez ve el rasgo, y lo crea. 


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7 de diciembre de 2012
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El Boomeran(g)
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