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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Liquidación final

Si alguien tiene la mala sospecha de que leer Liquidación final le va a provocar una profunda desazón habrá acertado de pleno. Desazón. Profunda. Y no por la trama, que es ocurrente y entretenida y atrapa desde el primer momento: un ciudadano (excesivamente indignado) decide poner fin por su cuenta al escándalo de los fraudes a Hacienda y opta por escribir cartas a los tramposos más notorios conminándoles a pagar de inmediato sus deudas o el que suscribe se encargará de llevar a cabo la "liquidación final".
Lógicamente, las dos primeras liquidaciones forzosas provocan una oleada de pánico entre los defraudadores y en pocos días Hacienda recibe una avalancha de deudas atrasadas que provoca a las autoridades un dilema moral: cómo aceptar un dinero producto de un vil chantaje y que les llega tinto en sangre y, al mismo tiempo, cómo rechazarlo cuando la gente malvive e incluso se está suicidando por no poder hacer frente a sus obligaciones. Y ahí reside una de las causas de la desazón que se va apoderando del lector mientras sigue las andanzas del inefable inspector Laritos para resolver un caso peliagudo sin verse arrastrado por la ineficacia, la desidia, la corrupción y el afán generalizado de quienes mandan por eludir sus responsabilidades y descargar éstas sobre sus subordinados, en este caso el inspector. Es posible que Márkaris estuviera muy entretenido con el planteamiento del problema y el desarrollo del mismo y que de pronto, al caer en la cuenta de que le habían dado las tantas, se creyese obligado a terminar en un pis pas. Lo digo porque ese criminal justiciero que ha estado pruebas durante todo el relato de una inteligencia, una audacia y una astucia admirables, al final se deja cazar en unas pocas páginas y de una forma que no está a la altura de sus hazañas.
Sin embargo, como queda dicho, lo que de verdad inquieta no son los asesinatos del excesivamente indignado ciudadano sino las tramas (aunque quizá sería más justo decir dramas) que van apareciendo en la periferia de la acción principal y que si figuran en el relato es, evidentemente, porque Petros Márkaris así lo desea, aunque sean citados casi como de pasada: aparte de las víctimas del autoproclamado Recaudador Nacional y de la miserable fauna que éste va obligando a salir de sus madrigueras, están los dos jóvenes novios que se suicidan porque no ven futuro para ellos; las cuatro mujeres mayores que ingieren barbitúricos con vodka porque tampoco pueden hacer frente a sus obligaciones; la gente joven sin trabajo y que debe buscarse la vida en los países más peligrosos de África o, lo cual es una constante casi obsesiva, el ambiente de profundo malestar y desolación que transmite una ciudad en la que trasladarse de un punto a otro exige ser un experto en logística porque no hay solo día en que esta calle o la otra no estén cortadas por gente desesperada exigiendo esto o lo otro. La sensación de un colectivo atrapado para siempre en un atasco circulatorio crónico es obsesiva.
Lo peor, lo que de verdad desazona, es que en el fondo esta novela podría haber sido ambientada en Portugal, Irlanda o España y habría que cambiar los detalles, pero la trama fundamental sería la misma. Incluso las conversaciones cotidianas de los personajes, los recortes de sueldos, los equilibrios para llegar a fin de mes, los habitáculos cada vez más mezquinos en los que la gente se ve obligada a buscar refugio, el terror a perder el empleo, la precariedad de un ascenso o la miseria moral que conlleva esa situación extrema nos suena perfectamente conocida y cotidiana porque es exactamente lo que está ocurriendo aquí. Aunque lo fundamental, el verdadero mensaje subliminal que transmite la lectura de Márkaris, es que el drama de Grecia (la inventora de la Tragedia pero también de la Democracia y de tantas otras cosas que son el sustrato de nuestra civilización) no tiene solución fácil ni lleva visos de resolverse a corto plazo. Luego, si tanto nos parecemos, menuda la que nos espera. Y si alguien considera que el análisis económico y social de un escritor de novela negra no es suficiente garantía y prefiere acudir directamente a un observador bien preparado y que está viviendo sobre el terreno esos mismos hechos no tiene más que buscar en Internet el blog de Pedro Olalla. Lo que cuentan Márkaris y Olalla, cada cual en su campo, es básicamente igual, con el agravante de que ambos discursos se parecen descorazonadamente a lo que cuentan los periódicos y los noticiarios españoles. Y los portugueses, imagino.

Liquidación final
Petros Márcaris
Tusquets Editores



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18 de diciembre de 2012
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La erudición no legisla

Es necesario enfatizar el hecho de que la disposición interrogativa a la que vengo refiriéndome como expresión misma de lo genuinamente humano y que constituiría ya en sí mismo como un embrión de lo que llamamos filosofía, no es en absoluto consecuencia de que el espíritu ha sido previamente enriquecido con datos informativos. La erudición no es el punto de arranque de la interrogación sino más bien al contrario: se buscan datos en razón de la inquietud interrogativa.
Un eminente físico de nuestros días, a cuyo nombre se asocian experimentos de un tremendo peso a la hora de intentar entender realmente los mecanismos que rigen el orden natural, confesaba recientemente en San Sebastián y Barcelona su ignorancia en relación a algunos de las referencias clave de la historiografía filosófica, entre ellas algún pensador pre-socrático del que (tras la información sin alma recibida al respecto en los años escolares) había olvidado casi hasta el nombre. Ello no fue óbice para que se sintiera inmediatamente interesado cuando se le dijo que las preocupaciones de ese pensador griego no estaban muy alejadas de sus propias reflexiones sobre las consecuencias de sus descubrimientos en física, reflexiones que con una suerte de inocencia le llevan a responder a una interlocutora: "Me gusta decir, que hay dos libertades: nuestra libertad y la libertad de la naturaleza. Nosotros somos libres de preguntarle a la naturaleza lo que queramos, pero la naturaleza también tiene la libertad de darnos las respuestas que quiera, sin olvidarnos que nuestra pregunta limita las posibles respuestas que la naturaleza puede darnos".
Lo que homologa a Anton Zeilinger con algunos de los pensadores de la Grecia presocrática es de alguna manera la manera ingenua de abordar las cuestiones más tremendas, las cuestiones literalmente metafísicas, convencido como está de que "siempre es más importante la pregunta de nuestros hijos que nuestra respuesta", y siendo obvio que tras el niño que se interroga no se esconde la motivación del erudito.

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18 de diciembre de 2012
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El extranjero en casa

Imposible saber qué habría pensado Mahmud Darwix de la resolución aprobada en la ONU el pasado jueves 29 de noviembre. El gran poeta palestino, en mi opinión una de las voces fundamentales del siglo XX, murió hace más de cuatro años, y su relación con los dirigentes de su pueblo fue a menudo conflictiva; tras haber redactado la Declaración de Independencia de Palestina proclamada en Argel en noviembre de 1988, Darwix, que era miembro del comité ejecutivo de la OLP, se enfrentó a Arafat por la firma de los acuerdos de Oslo, dimitiendo de su puesto en 1993. La vida del poeta refleja y en muchas circunstancias coincide con la de su gente. Nacido en 1941 en Birwa, una aldea cercana a Acre que el ejército judío arrasó en 1948 durante la llamada ‘Nakba' ("el Desastre"), su familia, expulsada de su tierra y desposeída de sus propiedades al igual que los más de 700.000 palestinos afectados por la Partición de 1947, se refugió en Líbano, de donde regresaron clandestinamente a Galilea, estudiando y trabajando después el joven Mahmud como periodista, militando en el partido comunista y siendo encarcelado varias veces entre 1960 y 1970 por las autoridades israelíes. Desde 1971 fue un constante exiliado, aunque, como él mismo manifiesta sin ambigüedad en sus escritos, su exilio pudo beneficiarse de unos privilegios que sus compatriotas nunca tuvieron; a él le fue posible, al contrario que a ellos, elegir la preferencia de "vivir como extranjero en el exilio y no como extranjero en casa" (cito de ‘En presencia de la ausencia', su extraordinaria autobiografía en prosa aquí aparecida el año pasado y por la que muy justamente obtuvo hace unas semanas el Premio Nacional de Traducción Luz Gómez García, su introductora en España y frecuente articulista en estas páginas).
¿Se habría contentado Darwix con esos 138 votos de la Asamblea General a favor del reconocimiento como ‘potencia observadora' de la ANP, o le seguirían pareciendo un acomodo benévolo pero inútil para mantener la ficción de que el estado palestino "no pasa de ser un texto literario"? Su amigo Edward Said, que colaboró con él y tradujo al inglés la citada Declaración de Independencia, escribiría más tarde que "A Darwix y a mí nos preocupaba que los políticos mutilaran nuestros textos, y más todavía que nuestro Estado fuera, a fin de cuentas, tan sólo una idea". La idea de un estado palestino conviviendo con Israel entre fronteras que la comunidad internacional delimite según los acuerdos de 1967 y haga respetar a ambas partes es, sin embargo, la única que puede llevar no sé si la paz a los ánimos pero sí la justicia del mal menor a esas tierras tanto tiempo dominadas por el encono y la violencia.
Las últimas fotos de los palestinos son jubilosas, celebrando la votación favorable en la ONU y el regreso a Ramala de quien ha sabido forjarla, Mahmud Abbas. Resulta difícil olvidar, con todo, que pocos días antes de esa jornada de éxito celebrado incluso por los ‘enemigos fraternos' de la franja de Gaza, vimos otras imágenes terribles, capaces de ahondar el horror generado por ese largo conflicto. Acostumbrados todos nosotros a ver correr a los ciudadanos judíos huyendo con espanto de los cohetes lanzados desde el otro lado de la franja, a la procesión de los bebés amortajados y las madres veladas llorando tras un bombardeo indiscriminado del Tsahal, confieso haberme sentido especialmente conmovido por dos recientes; la que vi en El País el 25 de noviembre, firmada por el fotógrafo de la agencia France Presse Mohammed Abed, y la de Mohammed Salem, de Reuters, publicada en La Vanguardia cuatro días antes. La primera mostraba a tres escolares de Gaza, dos niñas y un niño, escribiendo en la pizarra agujereada de un aula completamente destruida por las bombas; la segunda era la del hombre arrastrado, el traidor (supuesto traidor) que habría colaborado con el enemigo y fue brutalmente lapidado, colgado y después exhibido como un cristo atado de pies por las calles de Gaza gobernadas por Hamás. Siento aversión por Hamás, una organización más terrorista que emancipadora movida por una feroz ideología pseudorreligiosa opuesta, con el crimen si es preciso, a los principios de la libertad y la igualdad individual. Pero no menos repugnantes me resultan las actitudes éticas de la extrema derecha sionista (que está en el poder), los hostigamientos a la población civil palestina y las colonizaciones ilegales de tierras en disputa que el gobierno israelí permite o estimula. Con una diferencia; en Israel, los halcones que mandan y los cada vez más numerosos ‘ultras', igual de bárbaros que sus homólogos musulmanes, tienen el contrafuerte valioso (y a veces valeroso) de una prensa, de una oposición y de unas minorías sociales que expresan la disensión y luchan por ella.
La resolución aprobada en la ONU da fuerza a una idea y refuerza a Abbas, un líder que inspira confianza, aunque seguramente no es un santo; se insiste por ejemplo en su incapacidad para controlar los índices de corrupción y abuso de sus subordinados. Pero quién quiere santos en aquel infierno. La única salida viable pasa por un acuerdo basado en la justicia de lo posible, no en la realización de lo soñado. Y a las superpotencias (si es que Europa aún lo es) les corresponde la urgente tarea de aislar a los extremistas de Gaza y de Jerusalén, tarea que en un momento dado, si la palabrería y el pacto sistemáticamente incumplido trajesen más violencia, podría obligar al uso de una fuerza aliada entre Oriente/Occidente.
La realidad de esa idea tímidamente enunciada el 29 de noviembre en Nueva York no evitará que veamos nuevas imágenes turbadoras. Hasta que se le imponga la evidencia de que no puede acabar con Israel, ni seguir disparando cohetes a su población, ni negar la existencia a su lado de un estado judío, Hamás utilizará a sus propios civiles de la martirizada Gaza como peso de carne muerta en la balanza del mesianismo político, de un modo siniestro que recuerda al de las víctimas que ETA y sus portavoces juzgaban necesarias para la ‘liberación' total del pueblo vasco. Pero asimismo será ineludible un día ver las fotos nada gratas de la expulsión de los miles de colonos hebreos ilegales y la demolición forzosa de los asentamientos en tierras que corresponden legítimamente a los palestinos, algo que la ONU, en una votación difícil de ganar, tendrá tarde o temprano que plantearse. Conseguir que salga adelante será el principal legado que Obama puede dejar al acabar su presidencia.
No serían imágenes de desquite por las que en 1948 y más tarde humillaron a los palestinos; el pueblo hebreo ha sufrido históricamente vejaciones, algunas imborrables. Se trata de encontrar el espacio de una solución que, póstumamente, le quitara la razón a Mahmud Darwix, cuando, en el tono elegíaco, nunca lastimero, más bien irónico, del perdedor lúcido, imagina este diálogo en su citado libro de memorias: "Preguntas: ¿Y qué significa patria? Te dirán: Es la casa, la morera, el gallinero, las colmenas, el olor del pan, el color del cielo. Y no te privas de preguntar: ¿En una palabra tan corta caben tantas cosas...y no cabemos nosotros?".

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17 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aporía, desfiladero, atzucac…

Estamos ante una aporía. Es una palabra profesoral, de origen griego, que significa dificultad para el paso. Es el desfiladero que da título al último libro de Jordi Pujol, El caminant davant del congost (El caminante ante el desfiladero en su versión castellana). O incluso más, porque en el desfiladero hay la esperanza de que el estrechamiento termine con un punto de luz que permite cruzar la cordillera. La aporía es una paradoja, una contradicción irresoluble. Es el callejón sin salida, el cul-de-sac francés o el catalán atzucac, palabra de origen árabe documentada desde 1238 según Joan Corominas, que se ha mantenido sobre todo en tierras valencianas. No hay camino por donde avanzar y la única vía expedita es el retroceso, regresar al pasado.

I ara què fem? ¿Y ahora qué hacemos?, se preguntó uno de los asistentes. El profesor Francisco Rubio Llorente fue quien dio el diagnóstico. El eminente constitucionalista tiene la fórmula jurídica para salir del paso, pero el jueves quedó claro, por si no lo estaba suficientemente, que no hay gobierno español ni mayoría parlamentaria que acepten la mera hipótesis de la consulta a los catalanes sobre su futuro que Rubio Llorente quisiera facilitar. Una parte, la catalana ahora mayoritaria, considera que no hay solución al conflicto sin consulta a los catalanes, y la otra, que cualquier solución que pueda encontrarse debe excluir de principio la posibilidad de la consulta, al menos solo a los catalanes. Es una aporía.

El historiador José Álvarez Junco describió la situación como dos discursos paralelos que no terminan de encontrarse y se quedó corto. Son discursos divergentes que van distanciándose cada vez más. El debate que nos ocupa se celebró con dos fondos que inquietan, cada uno a un lado distinto: la reforma de la educación y de la inmersión lingüística que propone el ministro de Educación, José Ignacio Wert, y la negociación entre CiU y Esquerra para la investidura y el gobierno. Es decir, dos líneas divergentes, que además se retroalimentan. La iniciativa de Wert eclipsa el debate sobre el significado de los resultados electorales para el nacionalismo, revigoriza a un presidente Mas afectado por el incumplimiento de sus altísimas expectativas y confirma al bloque soberanista en la necesidad de cerrar filas alrededor del Gobierno. Solo desde el punto de vista de la correlación de fuerzas, Artur Mas tiene ahora a su lado a 107 diputados catalanes, mientras que Wert tiene a 28. El pacto de investidura entre CiU y ERC, que incluye el compromiso de tener todo listo para la consulta en enero de 2014, produce el efecto contrario en las filas del PP y en buena parte del PSOE.

España no es la FAES. Cataluña tampoco es Convergència. Todos de acuerdo en ambas cuestiones, tras no poco trasiego conceptual, habitual en estos casos; sobre el significado de los pronombres: nosotros, vosotros, ellos; sobre las identidades colectivas y el derecho a tomar la palabra en su nombre; o sobre la voz colectiva e intemporal que permite que alguien hable en nombre de los catalanes de 1640 o de 1714 o de los españoles de 1492 o de 1812. Esas identificaciones esencialistas, en las que incurren con mucha facilidad los nacionalistas de más largo aliento, no son gratuitas y hacen un buen servicio a la hora de agrupar adhesiones y separar el grano de la paja, es decir, a los tibios y los críticos de los entusiastas y creyentes. Pero lo peor que tienen es que hay un momento, como el actual, en que se acercan peligrosamente a una verdad política: entre las ideas de la FAES sobre España y los proyectos de independencia del soberanismo catalán queda muy poco espacio o no queda nada. Así lo percibe Jordi Pujol: la FAES no es España pero es quien cuenta en España. Faltaba decir, pero se le entendía perfectamente: y no ustedes los socialistas. Y así lo percibe el PP, que tampoco ve por ningún lado otro proyecto para Cataluña que no sea, en el mejor de los casos, dejar las cosas como están o, en el peor, recuperar competencias centrales como quiere Wert.

Todo esto quedó demostrado en el debate, en todas y cada una de las mesas sobre economía, lengua y política, y también en el diálogo entre Pujol y González. El único punto de acuerdo sin fisuras es que hay que seguir hablando. Toda solución, si acaso hay solución, pasa por el diálogo y el pacto. Incluso la peor solución, también esta pasa por el diálogo. No puede haber ni siquiera independencia si no hay finalmente diálogo y pacto con España. Hay otra paradoja, otro atzucac, en la cuestión del pacto. Se entiende que Cataluña ha recibido desde las instituciones del Estado tres negativas tajantes a sus propuestas: no al Estatuto de 2006 tal como fue aprobado por las Cortes y por los catalanes, no al pacto fiscal que cuenta con una mayoría social y política, y no al derecho a decidir que ahora ha polarizado las elecciones catalanas. Esta triple y gradual negativa suscita dos interrogantes de muy distinto orden. ¿Alguien tiene una propuesta interesante para Cataluña o solo hay una máquina que dice no a todo? ¿Cómo pueden esperar los nacionalistas catalanes que el Gobierno español hable y al final pacte lo más, la independencia, sino hay disposición para hablar y pactar para lo menos?

El optimismo antropológico no clausuró su ciclo con Zapatero. Lo hay en los dos campos polarizados, en el soberanismo o independentismo y en el inmovilismo o regresismo españolista. Pero el común de los políticos, empresarios e intelectuales que asistieron al debate viven la aporía como lo que es, una angustiante paradoja o un nudo gordiano que solo podrán deshacer la determinación y el coraje de los gigantes políticos. Puede que fueran estas virtudes heroicas, hoy tan ausentes, las que permitieron el éxito de la Transición. Ahí estaban Pujol y González para evocar los viejos buenos tiempos en que había confianza, proyecto común y conexión emocional, objetos todos ellos hoy ausentes según la cartesiana descripción del presidente Mas. Pero también había líderes capaces de convencer en vez de vencer y derribar al adversario, como lo fueron Pujol y González. ¿Hay que esperar a que aparezcan unos nuevos gigantes que nos ayuden a pasar el desfiladero?

El tiempo juega en favor de la divergencia, pero el resultado de las elecciones catalanas y la fragilidad de la nueva mayoría de Gobierno van a dar un pequeño respiro, una ventana de uno o dos años. Desde Barcelona está muy claro quien tiene que mover ficha. Después de tres negativas a las propuestas que salieron de Cataluña toca hacer propuestas constructivas desde el Gobierno de España. Si lo que entra en la ventana de oportunidad está en la línea de Wert, en las próximas elecciones, en dos años quizás, habrá una mayor polarización y puede que las mayorías soberanistas se ensanchen y radicalicen. No es el caso de la propuesta de reforma federal de la Constitución de Alfredo Pérez Rubalcaba, a pesar de su explícita exclusión del derecho a decidir. No vale ahora la respuesta estereotipada de cierto soberanismo: a buenas horas, mangas verdes. Es decir, ya es tarde. Josep Anton Duran i Lleida fue explícito. Mejor tarde que nunca. No sé si es tarde, pero es imprescindible dialogar.

Artur Mas finge que los resultados electorales del 25-N nada han cambiado en su hoja de ruta. Pero no es así. No tiene una legislatura entera ante sí. No ha conseguido el plebiscito personal a su plan y a su negociación de tú a tú con Rajoy, desde una mayoría absoluta frente a otra mayoría absoluta. La pluralidad de las urnas, lejos del plebiscito, es un mandato a los políticos para que hagan política, es decir, que hablen, que dialoguen, que pacten. Y también, por tanto, que se den una segunda oportunidad. Que abran de nuevo las puertas que habían dado por cerradas para siempre. Que no desdeñen las propuestas federalistas. No se convierte el callejón sin salida en un desfiladero hasta que no se consigue encontrar el paso que se abre al nuevo paisaje. Y esto requiere constancia, paciencia, obstinación incluso. (Este artículo se publicó el domingo en el suplemento especial sobre el debate Cataluaña-España celebrado el jueves 13 de diciembre en el MACBA de Basrcelona, del que Joaquín Prieto rindió cuenta en esta crónica).



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17 de diciembre de 2012
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Viejos amigos de los jóvenes

Hace ya bastantes años caí yo en una reunión de conocidos, convocada por alguien que estrenaba casa. Era una mansión extravagante, levantada en el interior de un patio de manzana próximo a la Plaza de Cataluña. Una ilegalidad sonrojante, pero del siglo XIX, cuando el desarrollo del Ensanche barcelonés facilitó toda suerte de negocios sucios muy bien explicados por Mendoza en La ciudad de los prodigios. El dueño de la mansión mostraba ufano sus salones y un cine entero que había instalado en la parte superior, lo que algún día fueron buhardillas. Entre los presentes había viejos amigos de la época antifranquista, convertidos ahora en promotores inmobiliarios, consejeros de la Generalitat, agentes de publicidad, diputados, concejales, o simples profesionales, pero casi todos giraban alrededor del ayuntamiento de Barcelona como abejorros en torno a una flor suculenta. Eran los tiempos del triunfo absoluto de los socialistas catalanes, justo después de los Juegos Olímpicos. Como en tiempos de François Guizot, al oír el grito de Enrichissez-vous! lanzado por Felipe González (¿o fue Solchaga?), aquellos antiguos revolucionarios habían seguido mostrando una férrea obediencia a la autoridad.

Fui a dar a una mesa con gente de mi promoción universitaria a la que conocía más íntimamente porque aún no hacía muchos años que todos pasábamos el verano en tres o cuatro pueblos de la costa, recorridos incansablemente de fiesta en fiesta con el 600 de algún colega. Comenzaban a prosperar los negocios y promociones brutales de los Pujol&Co que iban a lanzar la montaña, el románico y la butifarra como alternativa nacionalista a los corruptos izquierdistas de playa, discípulos de Coderch y monocultistas de la gamba de Palamós, pero aún no eran mayoría.

 Salió a colación la reciente costumbre de los adolescentes que se reunían a emborracharse por centenares (ahora son miles), práctica que parece ya adoptada como "bien cultural autonómico" con el nombre de botellón en las diversas comunidades y regiones, pero que entonces sólo despuntaba. Se me ocurrió decir que una política francesa, comunista de cierto prestigio y casada con un célebre escritor, tras visitar la ciudad con mucha curiosidad se había quedado perlática al ver los botellones de Madrid y Barcelona. "Están ustedes elevando la peor juventud de Europa", dijo con un claro galicismo. Se alzaron aquella noche muchas voces para tacharla de reaccionaria, de francesa reprimida, de menopáusica, de estar casada con el mayor imbécil que había luchado con el Che y otras grandezas. El más furioso era un señor delgadito de aspecto insignificante que aullaba sobre los derechos de la juventud a "pasárselo bien" y a rechazar a sus padres, todos ellos reaccionarios y franquistas.

Luego supe que era el marido de una concejala de la parte más elegante del partido, que controlaba los bares clandestinos de la zona baja. Gracias a él las discotecas atronaban sin que nadie pudiera hacer nada contra ellas. Se había enriquecido alquilando con hombres de paja gigantescos alpendres del extrarradio que abrían para macrofiestas sin permiso municipal ni el menor sistema de seguridad. Fue entonces cuando por primera vez me percaté de la enorme cantidad de dinero que las hienas de la noche iban a recaudar en estrecha relación con las mafias locales. Luego he ido viendo que esa gigantesca escupidera de oro se sostiene sobre tres patas: las mafias que trafican con alcohol y drogas (suelen, además, adjudicarse la "seguridad"), los así llamados empresarios de la noche (dueños de locales que en su mayor parte no son suyos) y la conexión municipal. Si falla una de estas tres patas, el negocio no funciona. Se necesitan entre sí como líquenes parasitarios.

No estoy diciendo que la muerte de cinco pobres muchachas hace una semana sea debida a las tres patas antes mencionadas ni a la rampante criminalidad madrileña, pero que las tres patas andaban metidas en el negocio de las dieciséis mil criaturas encerradas en aquella ratonera, no puede dudarse. Equipos de seguridad que no actúan o que se van a tomar un café cuando se produce la avalancha. Un segundo cuerpo de seguridad (igualmente pagado a alguien por alguien) que sólo se ocupa del exterior, pero que en realidad no se ocupa de nada. Venta de entradas sin control alguno. Edificio municipal sin las menores garantías de evacuación. Inspectores inexistentes. Médicos zarzueleros que vienen a salir a uno por cada ocho mil personas. En fin, el conjunto de chapuzas que acabó con la vida de esas cinco muchachas habría sido imposible si alguien hubiese creído que podía tener alguna responsabilidad. Pero no. Todos eran irresponsables, sea porque estaban protegidos, sea porque les importaba una higa, ya que sabían que no iba a pasarles nada. Y lo cierto es que seguramente no les pasará nada. Los jóvenes tienen derecho a divertirse y los mayores a ganar dinero chupándoles la sangre. Luego dejan el cadáver tirado en una cuneta.

Muchas veces, cuando cruzas la ciudad y observas los grupos, nutridos y jaraneros, de borrachos vociferantes, los portales convertidos en urinarios, las peleas y vomitorios que en algún momento llegarán hasta los informativos de la tele, pero sólo como ilustración de lo bien que se lo pasan los chavales, uno se pregunta cuánto dinero debe de estar haciendo alguien para quien la vida de las gentes (las que arman bulla y las que no pueden dormir) es como la vida de las gallinas para el granjero. Un inconveniente con el que hay que contar. A veces se mueren, y no es bueno para el negocio, pero tampoco nos vamos a arruinar cuidándolas, ¿verdad? Dos bombillas y a vivir.

Quizás algún día, cuando vuelva a existir el periodismo, a alguien se le ocurra seguir la senda (por otra parte facilísima de trazar) que lleva del mafioso al munícipe y de éste al "emprendedor". Porque los tres se necesitan, los tres se protegen, los tres se encubren, tienen el mismo despacho de abogados y sólo alguien externo puede señalarlos cuando pasean por la calle. De los tres, el que más repugnancia produce es el topo introducido en el ayuntamiento. No tiene que hacer absolutamente nada. Sólo controlar los papeles: que entren los que han de entrar, que no salgan los que no han de salir. Y vigilar el matasellos cubierto de telarañas junto a los dos mil expedientes amontonados.

Me pregunto cuánto dinero, qué cantidad exacta, habrán dejado como beneficio estas cinco vidas. Y a quién corresponde cada parte.

 

 

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17 de diciembre de 2012
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Huelga de musas

  En la sala del teatro, tres generaciones atrapadas entre la poesía y la canción, los versos de licor y los besos oportunos, el primer mar de la infancia y el “yo no pretendo fortalezas ni fortunas”. Una copa de vino sobre un altavoz. Juegos de humo y tinieblas de fondo en un escenario de cantautor. De cuero, de negro. Un concierto de tres horas, como los de antes, tan distintos al picadillo y al chisporreteo. Es Aute, que el año que entra cumplirá setenta. Un Aute que ya no canta “al alba” sino que acusa a las musas de ser un prodigio de mala educación. “La poesía viene de un lugar que nadie controla, nadie conquista”, cita parafraseando a Leonard Cohen. Y pertrechada en la butaca de respaldo corto, piensas qué lugar ocupan en nuestro fin de época estos trovadores que han logrado sacudirse la vejez agarrados a la palabra lenta. Aquellos que jamás ejercieron de portavoces de un partido político ni de un holding aunque han sido siempre militantes de la justicia social. Quienes fueron por libre y no han sido del bigote ni de la ceja, acaso por ello nunca dieron el pelotazo pero tampoco se han pasado de moda. Lejos de proclamas insurrectas, la forma de resistir es, ni más ni menos, cantarle al amor sin olvidarse de los “presuntos”. La protesta no toma la canción sino la calle. “Se están cargando el Estado de Derecho, un estado de derechas”, dice en el escenario Luis Eduardo Aute, buen conocedor de que en su microclima no se puede permanecer ajeno a los trending topics de la jornada. El ruido de afuera es infernal: la marea de las batas blancas, las togas insumisas, suicidios por desahucios, Berlusconi ahora sí-ahora no me presento, un exalcalde gallego socialista y beato asegurando que los niños catalanes que hablan castellano se parecen a los judíos perseguidos por los nazis. Y unos científicos que, muy oportunamente, se preguntan si el universo no será acaso una realidad artificial. “Al que no le afecten las cosas y no tenga un sentido moral de la vida acaba en Goldman Sachs”, me dijo en un ocasión y en catalán Aute, hijo de barcelonés de Gràcia emigrado a Filipinas. Ocurrió durante un verano, en el Sur, donde propuso que cada martes un grupo de niños y adultos pasáramos la tarde dibujando o escribiendo. “Dim-arts”, lo bautizó. En su libreto de canciones anida un buen pedazo de historia, desde el bombardeo en Manila que vivió de niño en plena guerra del Pacífico, hasta su relación con Gil de Biedma (del cual atesora unos poemas inéditos que acaba de musicar), quien amablemente, al frente de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, los mandó de vuelta a casa. Asegura que hoy el mejor compromiso es el de hacer buenas canciones. Y pienso que no hay resistencia más efectiva que la forma en que encabeza su último disco: “Verse en el futuro desde todo su pasado”. No existe otra manera de explicarnos, ahora que las musas han perpetuado su huelga.

(La Vanguardia)

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17 de diciembre de 2012
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