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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nostalgia

Las noticias que desde tiempo atrás me iban llegado sobre Mircea Cǎrtǎrescu eran todas tan encendida y unánimemente elogiosas que me reservé Nostalgia para una tregua de vacaciones y lo abrí con la prevención lógica de quien ha llegado a abrigar grandes expectativas y al mismo tiempo teme un encuentro demasiado crudo con la realidad.
Vaya por delante de Mircea Cǎrtǎrescu es un gran narrador, que encima parece tocado con ese don para la fabulación que distingue a los grandes. La mala noticia es que no se trata de un escritor fácil y que exige del lector unas notables dosis de creatividad y, a ratos, paciencia. Pero quien acepte las reglas de juego y se meta a fondo en el mismo, verá sobradamente compensados sus esfuerzos.
Aunque no creo en absoluto que las circunstancias personales de un creador expliquen su obra (se pueden encontrar contemporáneos que hayan vivido experiencias muy similares y que sin embargo su obra sea igual de buena pero totalmente distinta) sí permiten aportar algún rasgo que ayude a describir una escritura. Por ejemplo, cuando en una entrevistas concedida a El País, Mircea Cǎrtǎrescu decía: "En los años 60 y 70 podías encontrar todos los libros, clásicos o contemporáneos, traducidos al rumano. Leí a Borges, Musil, Márquez, Thomas Mann, Rilke, Musil, Sabato, Faulkner, Calvino, Kafka, Eco, Updike, Ezra Pound, Robbe-Grillet, Allen Ginsberg y todos los demás, teoría literaria (Starobinsky, Roland Barthes, Poulet, Todorov), filosofía y teoría de la cultura (Levy-Strauss, Marcuse, Heidegger), teoría del arte y crítica de arte. Todo se publicaba en colecciones estupendas y muy accesibles. No se imagine que Rumanía era Corea del Norte. El sistema educativo también era muy bueno, mucho mejor que el actual".
Debido al desconocimiento generalizado acerca de lo que pasaba en Rumanía en plena descomposición del régimen soviético, esa lista de influencias ayuda a que el lector esté mejor preparado para enfrentarse a relatos como "El Mendébil", "Los gemelos" o "REM". En cambio los que abren y cierran el libro, "El Ruletista" y "El arquitecto", son casi lineales y no presentan la menor dificultad de lectura. No obstante, la extraordinaria calidad y poderío narrativo del primero hacen casi obligado destacarlo aquí y ahora por encima de los demás y darles la razón a quienes afirman que cualquiera de los autores antes citados por Mircea Cǎrtǎrescu como referencia durante sus años de aprendizaje estaría encantado de incluirlo entre sus obras. Tan bueno es.
Siempre con ánimo de ofrecer pistas acerca de la escritura de Mircea Cǎrtǎrescu resulta casi inevitable acudir al pringoso término de "posmoderno", que en este caso se refiere a un escritor que ha vivido (o bebido) de primera mano todo el proceso de destrucción de la novela llevado a cabo por unos y otros en los años 60 y 70 y que, pese a reconocer que sí, que la novela se ha terminado para siempre, se confiesa a si mismo que sigue siendo un escritor de novelas. O sea, un irredento. O una especie de superviviente al holocausto. Y junto con la alusión al "posmodernismo", otro término no menos pringoso, pero en aquella época imprescindible: "deconstrucción". Mircea Cǎrtǎrescu es un maestro en el uso (o manipulación) del tiempo, pero junto a los saltos temporales y por ende espaciales el lector debe estar atento a los cambios de la voz narradora, que no solo puede usurpar el yo de una línea a otra sino que también puede cambiar de sexo o incluso de especie, por ejemplo cuando a Mircea Cǎrtǎrescu le da por homenajear a Kafka y el narrador es un insecto impertinente que en un momento determinado puede cortar el flujo narrativo y declarar que se niega a seguir describiendo una escena (una escena de cama, aclaro) argumentando que cualquier lector puede aportar su propia experiencia en ese terreno.

Llegados aquí, la pregunta obligada es: con tanto posmodernismo y desconstrucción, y tantos cambios de tiempo y de narrador, ¿se entiende algo?

Pues sí, se entiende todo perfectamente, pero ya digo que Mircea Cǎrtǎrescu es un gran narrador que tiene además un extraordinario don para la fabulación. Sin embargo, después de leer "El duelista", con su estructura tradicional y su desarrollo casi lineal, la pregunta siguiente sería: ¿es realmente necesaria la deconstrucción posmodernista que lleva a cabo en los demás relatos? Hay una necesidad casi patológica de interrumpir la tensión narrativa con una salida tipo pata de banco para luego recuperar aquella tensión en otro tiempo y lugar y a lo mejor con distinta voz narradora para, lo cual no deja de ser una agradable sorpresa, arrastrar al lector a una nueva fabulación que según y cómo en el fondo es siempre la misma. Lo cual plantea la siguiente cuestión: ¿necesita la literatura narradores/insecto que interrumpen el relato para soltar teorías literarias más que discutibles?
Por desgracia la respuesta es muy compleja y además entra en el espinoso terreno del "me gusta "o "no me gusta". Personalmente, y aunque a ratos deba apelar a la paciencia, a mí la forma que tiene Mircea Cǎrtǎrescu de contar sus historias me gusta. Pero entiendo la posible discrepancia de otros lectores.

Nostalgia
Mircea Cǎrtǎrescu
Impedimenta



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15 de enero de 2013
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Lista de afrancesado

Después de los libros, esta segunda lista es de películas, las mejores que he visto en el año 2012, y me tomé la molestia de hacerla a requerimiento del novelista Juan Francisco Ferré, que las publica en su blog. Mis comentarios serán también en este caso parcos, aunque no puedo evitar una constancia: de las diez, cuatro son francesas. La vitalidad y la variedad, la ambición, el nivel de logro, de esa cinematografía no tienen hoy para mi gusto comparación en ninguna otra, y me satisface además que mi número 1 sea un anciano maestro de más de 90 años. Resnais, sin embargo, llevaba un tiempo fatigándome con sus meta-películas; ‘Les herbes folles', por el contrario, es una comedia de espejos de doble faz y recovecos en los que perderse resulta una aventura deliciosa. Sobre ‘Elena', ‘Fausto' y ‘En la casa' ya he escrito en este blog, y también colgaré en unos pocos días mi larga reseña de la extraordinaria ‘Holy Motors'. Asimismo, el curioso puede consultar en El Boomeran(g) lo que escribí conjuntamente sobre las estupendas obras de Fernando Trueba y Pablo Berger. Finalmente, de ‘Casa de Tolerancia' (‘L´Apollonide') de Bertrand Bonello, y de ‘The Turin Horse' de Béla Tarr admiro la envergadura de su concepción, aunque ambas tengan para mí zonas opacas que me expulsan (un poco) de la pantalla. En cuanto a ‘Skyfall', es la mejor manera de celebrar el 50 aniversario de la saga James Bond, pese a que no encuentro adecuado para encarnarlo al excelente actor Daniel Craig. Su ‘miscast' queda compensado por el perverso rubio amanerado que interpreta con genio Javier Bardem.

Et voilà la liste!

1 Las malas hierbas
2 Holy Motors
3 Elena
4 El artista y la modelo
5 Fausto
6 En la casa
7 Blancanieves
8 Casa de tolerancia
9 The Turin Horse
10 Skyfall

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15 de enero de 2013
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Tras la catástrofe (I): memoria y renacimiento

Cuenta Platón en el Timeo que llegado Solón ("el más sabio de entre los siete sabios") a Egipto, un sacerdote ya anciano le da cuenta del secreto en el que reside la supremacía de su país sobre el de los griegos, amenazados sin embargo como ambos están por inevitables catástrofes cíclicas que anulan la vida civilizada. Pues hay una diferencia en la modalidad que adopta la catástrofe en uno y otro lugar, y esta diferencia tiene enormes consecuencias.
La catástrofe no tiene la misma gravedad cuando la provoca el fuego o cuando la provoca el agua, pues solo en el caso del fuego la destrucción es total. Pero aun tratándose de la calamidad producida por las aguas, todo depende de estas descienden torrencialmente o, como en Egipto, se trata del desbordar de un gran río. Pues entonces, en la llanura misma, aunque desaparecen las plantas, los animales y el hombre, se salvan los templos y sus inscripciones conservadoras de la memoria colectiva. Y así cuando las aguas descienden, los supervivientes en las cimas montañosas, al bajar a la llanura reencuentran en las paredes de tempos los cimientos de su civilización, la cual hubiera sido mucho más difícil restaurar en base al contingente recuerdo subjetivo.
Así pues, mientras la catástrofe en forma de desbordamiento del Nilo salva a Egipto, la ausencia en Grecia de esta forma relativamente menor de la destrucción cíclica, hace que sus habitantes estén a intervalos condenados a empezar a cero: "Solón, Solón eternos niños soy los griegos... Ninguna arcaica tradición oral ha podido inculcar en vuestras almas opinión fundada ni ciencia emblanquecida por el tiempo" son las palabras que dirige a Solón el sacerdote.
El mito de las catástrofes cósmicas parece ser una suerte de constante antropológica que reviste los más variados aspectos. No todos los relatos presentan la catástrofe como teniendo carácter cíclico, y cuando así es, no siempre se le atribuyen las mismas radicales consecuencias, pues aun en el mayor de los diluvios, cubriendo el agua incluso las cumbres de la montañas, sobrevivir es posible a condición de que entre las especies amenazadas se encuentre la que dispone de capacidad de razonar y de técnica.
"Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta día y cuarenta noches". El diluvio, que abolía la diferencia entre el desierto y sus oasis, hubiera hecho desaparecer toda vida reconocible si Noé, inspirado por su dios y al precio de ser considerado loco, no hubiera construido pacientemente a lo largo de 120 años su arca en el desierto y dado cobijo en ella a representantes de especies animales. Noé es en este caso un símbolo del hombre como paciente y laborioso technités, animal marcado por la técnica, de la cual depende la pervivencia de una naturaleza vivificada por especies animales. No será ocioso detenerse con cierto detalle en este aspecto.

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15 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un aeroplano cargado de futuro

Lo más llamativo del manifiesto futurista es su semejanza con la preceptiva talibán de santificación de la guerra, odio al monumento (en rigor, envidia al monumento) y desprecio de la mujer. Marinetti que propone rellenar los canales venecianos con los escombros de los palacios arrasados, y los islamistas que purifican cien años después el valle de los Budas o Tombuctú, configuran una repitición de la historia, primero como farsa, y luego como tragedia. 
 
Ahora, en su poquedumbre oligoliteraria, el futurismo fue una oda a los dos vehículos traedores de la velocidad al siglo. Primero, el automóvil, un Isotta Fraschini con el que Marinetti se metió en una zanja en las afueras de Milán. El Isotta Fraschini no solo era el automóvil más caro y exclusivo de 1908, sino que también acaba de batir un récord mundial de velocidad. Es notable que ninguna de las versiones del manifiesto futurista hable del dinero.
 
El segundo vehículo tenía que ser un aeroplano, y andaba Marinetti a ver cómo le haría la oda. Al principio de 1912, publicó la novela profética El aeroplano del papa, donde el artefacto se describía de manera más mitológica que otra cosa, aunque la acción era muy realista: decapita con las alas a varios millares de despreciables “mujeres del pueblo” que pretenden impedir la salida de los trenes repletos de mártires para el frente, engancha al papa con un garfio y lo lleva colgando al debate, donde anarquistas y socialistas exhortan a los trabajadores a “desobedecer a los asesinos”, pero el héroe del aeroplano convence al pueblo con su proclama “Sabed que hacer la guerra es como hacer huelga”, por fin arroja al papa sobre los austriacos como si fuera la bomba definitiva y gana la guerra. 
 
Como la naturaleza, y no digamos la gente, imita al arte, poco después, el 16 de octubre de 1912, tuvo lugar el primer bombardeo de una ciudad desde un aeroplano. Fue en Adrianópolis; tenían los búlgaros cercada la ciudad y los turcos no se rendían. Entonces amaneció el primer día soleado desde el inicio de la guerra, y un Albatros F-2 emprendió un vuelo de reconocimiento sobre Adrianópolis. Casi parecía que rozaba los minaretes, aunque estaba a cuatrocientos metros de altura y llevaba una velocidad vertiginosa de 70 km por hora. Los turcos aterrorizados huían del monstruo de madera, alambre y tela, ni siquiera se les ocurría pegarle un tiro, que habría podido bastar. Tripulaban el aeroplano dos pilotos, no se habían inventado las cabinas, ni los paracaídas, en los flancos se balanceaban dos cestas con paja que tenían dentro las bombas. Por fin las arrojaron aproximadamente sobre la estación del ferrocarril. Las bombas, por su parte, fallaron, pero el gran invento del bombardeo aéreo estaba lanzado. Y lo mejor fue que Marinetti se inspiró para componer su inefable Zang Tumd Tumb, que fue clave para la fama eterna del futurismo.
 
Cierto es que la falta de puntuación era una innovación más bien birriosa, porque la escritura se inventó y practicó sin puntuación durante milenios, pero el futurismo y sus hojas volanderas se habían convertido en una cuestión nacional. Marinetti pasó a ser en el poeta de corte de Mussolini y los revolucionarios de todo el mundo acudían a venerarlo a su villa de Capri. 
 


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15 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Don Silvio I

En su palacio en la isla de Capri, el emperador Tiberio, un vegetariano contumaz que no ocultaba su afición por el vino, celebraba orgías cotidianas en las que sodomizaba a decenas de niños y jóvenes conducidos por sus esbirros desde todos los rincones del Imperio. Según Suetonio, además de ordenar la construcción de un palacio flotante -cuyos restos fueron exhumados por Mussolini-, de nombrar cónsul a su caballo Incitatus y de asesinar a toda su familia (con la excepción del deforme Claudio), Calígula cometió incesto con sus tres hermanas, a las que luego envió al exilio. No parece casual que, más o menos en esta época, Petronio escribiese el Satiricón, una de las primeras novelas de la historia, para retratar las aberraciones sexuales de los romanos.

Tras la caída del Imperio, correspondió a los papas proseguir esta cadena de desmanes en la Ciudad Eterna: sería imposible calcular el número de hijos ilegítimos procreados por los pontífices desde la Edad Media, pero vale la pena recordar que el antipapa Juan XII fue acusado de convertir la basílica de San Juan de Letrán en un burdel; que Pablo II murió de un infarto mientras era sodomizado por un paje; o que Alejandro VI, el célebre papa Borja, presumía entre sus amantes a la hermosa Giulia Farnese (acaso la modelo de La dama del unicornio de Rafael). Más cerca de nosotros, Benito Mussolini se jactaba de su catálogo de amantes: según la última de ellas, Clara Petacci -que terminó colgada a su lado-, el Duce llegó a tener catorce a un tiempo y no dudaba en satisfacer a tres o cuatro en una misma noche.

No puede negarse que Silvio Berlusconi es heredero de una rica tradición de escándalos sexuales. Tampoco es el primer millonario en apoderarse de Italia: sólo las familias más ricas de la península eran capaces de financiar las aspiraciones cardenalicias de sus miembros, los cuales sólo optaban al Trono de San Pedro tras invertir ingentes sumas en prebendas y sobornos. Lo que sorprende de Berlusconi no es la oprobiosa mezcla de dinero y sexo sembrada en su carrera, sino la forma en que ha usado los escándalos vinculados con su fortuna y sus mujeres para seducir a sus electores.

Tras convertirse en el amo de los medios -en algún momento llegó a poseer las televisoras, radiodifusoras, periódicos y editoriales más importantes del país-, Berlusconi se transmutó en político, subvirtiendo cualquier línea divisoria entre su vida privada y su vida pública. En cuanto se volvió presidente del Consejo de Ministros, Il Cavaliere -un mote que lo emparienta con los decadentes nobles del pasado- se aseguró de mantener el control sobre sus empresas y de salir victorioso en todas las querellas que denunciaban sus conflictos de intereses. Muy pronto entendió que en nuestros días un político sólo puede conservar el favor de su auditorio si sigue las mismas reglas de los cochambrosos reality shows que producen sus canales.

Así, cada vez que Berlusconi era acosado por los jueces o la oposición, él respondía con una bravata o una salida de tono -de preferencia, de corte machista o chauvinista- que funcionaba como una cortina de humo para distraer la atención de sus auténticos delitos. Durante años los distintos líderes europeos debieron soportar sus chistes verdes, que él explotaba presentándose como un impertinente cómico frente a esos lánguidos patiños. De inmediato percibió que el público -su público- festejaba las ocurrencias de su personaje, que no tardó en someter a un extreme make-up de galán de los cincuenta: sin arrugas, con un bronceado perfecto y un cabello artificial teñido y engominado. Una figura patética que, sin embargo, le permitió conservar su raiting.

Exacerbando todos los clichés -de Don Giovanni a Casanova-, Berlusconi no dejó atrás la vindicación de su potencia sexual y muy pronto se hicieron públicas las fotos de las bacanales que, como Tiberio, celebraba en su palacio de Cerdeña, a las cuales acudían adolescentes -las velinas-, a veces sin papeles. Pero, en vez de que estas revelaciones lo destruyeran, terminaron haciéndolo más visible -y más fuerte. A la postre no terminó apartado del poder por sus desfiguros, sino por la crisis económica de la zona euro. Sólo entonces perdió la confianza de sus electores, quienes le entregaron el poder a un hábil político disfrazado de tecnócrata, Mario Monti, cuya imagen de austeridad católica es la inversa de la suya.

Pero Berlusconi no iba a claudicar tan fácilmente: pasados unos meses de drásticas reformas a cargo de Monti, hoy se presenta de nuevo en las elecciones. Aunque su triunfo parece lejano, las encuestas le conceden suficientes votos como para perder cualquier confianza en la racionalidad de los electores. Día tras día, Don Silvio I presume a su nueva novia de 28 años, comparece en las pantallas -sus pantallas- y, empleando las mismas argucias de siempre, demuestra que el gusto por la zafiedad que impulsó como magnate de los medios continúa triunfando en la política.

 

twitter: @jvolpi

 



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14 de enero de 2013
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