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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aforismos ante la sede vacante

El poder no se deja. Es el poder quien deja a quien ya no es capaz de mantenerlo.

Durar es la aspiración esencial de quien tiene el poder. Durar hasta el límite de la propia muerte, naturalmente.

Nadie renuncia a durar, a mantener el poder, sin sacar alguna ventaja mayor. A menos que no sea una renuncia, sino una rendición.

Abandona el poder quien ha sido ya desposeído.

El poder es inescrutable por definición. Un poder transparente es una contradicción en sus términos.

Inescrutable en todas sus fases, ascenso, apogeo y declive. Inescrutable todavía más en los momentos disruptivos, cuando se gana o se pierde. Todas las explicaciones sirven pero ninguna es completa y suficiente para esa magna renuncia al sumo poder imperial. No hay imperios espirituales. O mejor: no hay imperios solo espirituales. Si es imperio también es material.

El imperio es católico, global quiero decir, por vocación. No hay ambición imperial con límites.

Donde hay poder hay lucha por el poder. Y la lucha por el poder siempre es finalmente a muerte.

Extrañas heroicidades: reconocer las culpas, rendirse ante el asedio interior de quienes quieren tener más poder que quien lo tiene todo y finalmente renunciar.

Hay que sospechar de quien luce como única proeza su renuncia al poder. Hay que sospechar sobre todo de tanta unanimidad y tanto aplauso.

Si lo hace el Papa, ¿por qué no debería hacerlo el Rey? Respuesta: porque nadie se ha apoderado todavía del poder que pugna por abandonarle.

La gloria terrena para quien solo perseguía la eterna: recibir en vida los elogios reservados para después de la muerte. Solo quedará la cuestión del título: a este no se le puede aclamar con el santo súbito. No hay santos vivos.



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12 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida secreta de los edificios

Todas las grandes civilizaciones, con independencia de la época que les haya correspondido ocupar en el devenir de la historia o de la esquina del mundo donde les tocó nacer, desarrollarse y morir, han creado edificios singulares y emblemáticos. Poco importan las ideas, los sueños, las ambiciones y los propósitos ( o la egolatría, la soberbia, el afán de venganza, el delirio y todo el resto de excrecencias surgidas de las bajas pasiones humanas) que impulsaron el nacimiento de unos edificios que encima de llevar una vida propia y muchas veces ajena a las intenciones de sus creadores, resultan ser una metáfora del afán humano por subsistir, dejar una huella honrosa de su paso por este mundo y, en el mejor de los casos, ser metáfora de la perpetua búsqueda de la perfección. Las grandes obras arquitectónicas, cada cual a su manera, aspiraban a la excelencia, pero ninguno de ellos cumplió del todo el papel que parecía haberles sido asignado y ninguna de ellas ha terminado su singladura. Y vistos los bandazos y hasta naufragios sufridos a lo largo de su singladura vital de todos ellas, nadie puede decir lo que todavía les espera. Y como muestra, el destino actual de la inicialmente llamada Muralla de Protección Antifascista pero que acabó siendo conocida como el Muro de la Vergüenza o, también, el Muro de Berlín: en 1990 se hizo en Mónaco una subasta con los fragmentos de hormigón pintarrajeados con los famosos graffiti y que han ido a parar a sitios tan dispares como el Cuartel General de la CIA en Washington; el campus del Community College de Honolulú, en Hawai; los urinarios del Main Street Hotel de Las Vegas; una población de Italia llamada Albinea, un parque infantil de Trelleborg, en Suecia y, en Moscú, hay un fragmento en el que se lee "BER". Para completar el "LIN" hay que trasladarse a Riga, Letonia.
Edward Hollis, el autor de La vida secreta de los edificios, es profesor arquitectura en Edimburgo y ha trabajado muchos años en estudios de arquitectura dedicados a la regeneración de barrios y edificios que se han quedado sin cometido. Pero también es un hombre que cuando escribe sabe dirigirse a un público culto pero no especializado, y que espera ser entretenido sin caer en las socorridas banalidades que tanto se prodigan actualmente bajo la excusa de la democratización de la cultura. La historia de los diferentes edificios tratados en los sucesivos capítulos (El Partenón de Atenas, San Marcos de Venecia, Ayasofía de Estambul, La Santa Casa de Loreto, La catedral de Gloucester, La Alhambra de Granada, El Templo Malatestiano de Rimini, el Palacio de Sans-Souci de Postdam, Notre Dame de París, Los Hulme Crescents de Manchester, El muro de Berlín, The Venetian en Las Vegas y el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén ) no sólo está fragmentada e intencionadamente desordenada en busca de amenidad sino que cada una está contada desde un leitmotiv que da cuerpo y unidad al relato, y ahí está sin ir más lejos la historia de San Marcos de Venecia contada desde las vicisitudes de aquellos caballos de bronce que durante siglos adornaron la fachada de San Marcos (los actuales son copias) y que fueron robados a Constantinopla por el prodigioso dux Enrico Dándolo. Al contar la historia de cómo ese hombre de casi cien años de edad, prácticamente ciego y tan gordísimo que en su afán por llegar el primero al Hipódromo donde estaban los dichosos caballos hubo de ser izado por sus soldados para salvar los muros de Constantinopla, los historiadores lo achacan a una sed de venganza inextinguible, pues fueron los dirigentes bizantinos quienes lo tuvieron muchos años en una mazmorra y fueron ellos quienes lo cegaron por alguna fechoría. Pero Edward Hollis va mucho más allá de un simple ajuste de cuentas y recuerda cómo, aquellos pescadores de pantano que durante siglos a duras penas si lograron sobrevivir al acoso de los visigodos comiendo cangrejos, cuando se hicieron fuertes y ricos y dominaron los mares, a la hora de construir una ciudad que hablase al mundo de sus logros y fuese la encarnación de sus sueños, quisieron emular nada menos que a la ciudad que entonces era el cénit y la envidia del mundo, Constantinopla, que a su vez había sido durante siglos la reencarnación de otro sueño, la Roma imperial, que a su vez quería ser la realización de otro sueño que los propios romanos habían destruido, Atenas. Apropiadamente, los caballos en bronce que según la leyenda Alejandro mandó esculpir, con el tiempo fueron a parar a Roma, de donde se los llevó Constantino para convertirlos en símbolo de la ciudad que llevaría su nombre, hasta que el taimado Dándolo los robó a su vez a los constantinopolitanos. El guionista de la Historia aún ideó un nuevo golpe de efecto en la figura del Napoleón derrotado en Egipto y que en su regreso a Francia al pasar por Venecia se lleva los inevitables caballos de bronce y muchas obras de arte más que, esta vez, no dieron motivo a nuevas leyendas y fantasías porque, antes de enviarlo al exilio para siempre, sus captores obligaron a Napoleón a devolver los caballos a sus "legítimos" dueños, esto es, los venecianos.
Obviamente no todos los capítulos tienen una brillantez equiparable, pero Hollis ha elegido unos ejemplos que le ofrecen motivos de sobra para escribir un libro lucido. Y eso es lo que ha hecho.

La vida secreta de los edificios
Del Partenón a Las Vegas.

Edward Hollis
Siruela



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12 de febrero de 2013
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Contemporáneo juicio a Sócrates

Recientemente he tenido ocasión de participar en un ciclo sobre política y filosofía que se ilustraba con el cuadro de Jacques -Louis David "La muerte de Sócrates", en el que el filósofo coge decididamente la copa con el mortal veneno, indiferente a los ruegos de su amigo Critón que apoya la mano sobre su muslo. En su lienzo, David introduce asimismo a Platón, que de hecho no estuvo presente, situado en un ángulo con expresión desolada e impotente. Conviene recordar porque muere Sócrates enfatizando el hecho de que esta muerte es indisociablemente por la causa de la verdad y por la causa de la pólis. Sócrates es juzgado y condenado por no dar aliento a creencias arraigadas, como la de los dioses ancestrales, pero sobre todo por corromper a la juventud. Y es de señalar que le condena no un régimen tiránico, sino el restaurado régimen democrático de Atenas. Signo en ello de que la opinión compartida no es necesariamente la opinión fundada, y que la sumisión a la mayoría puede ser sumisión ala ceguera a la esclavitud o a ambas.
¿No era pues cierto que Sócrates corrompía a la juventud? Si por corromper se entiende desterrar en el espíritu de los jóvenes ciertas convicciones que fortalecían el estado de cosas imperante, desde luego los corrompía y esta corrupción podría eventualmente ser un peligro para la ciudad. Porque es cierto que en ocasiones el equilibrio social necesita de la aquiescencia a algo que de ser contemplado en sí sería denunciable. Cabe dar un ejemplo concreto relativo a nuestras sociedades.
Supongamos que los sindicatos de un país convencen a sus adherentes de que trabajen mayor número de horas, acepten normas que incrementan la productividad, reducción de momentos de asueto, control del número de veces que se acude a los servicios, etcétera , todo ello con estabilidad o incluso disminución de los salarios globales. Supongamos asimismo que se les convence también de no oponer resistencia en caso de suspensión sin indemnización de sus contratos.
Es desde luego posible que ello se traduzca en un incremento de competitividad, mayores exportaciones, superavit en la balanza de pagos, aumento de la contratación, disminución del paro, mayores aportaciones a la seguridad social, garantía de las pensiones, inversión en educación, cuentas públicas saneadas, y sobre todo... disminución de la angustia provocada por el miedo a quedarse sin trabajo y ser así arrinconado a los arcenes de la sociedad. A ello se añadiría el sentimiento de pertenencia a un país de gente responsable, disciplinada y trabajadora, por oposición a tantos otros países en los que la inclinación al non far niente (pronto tendiente a ser calificada de "natural" ) determina un comunidad pobre, insegura, e inclinada a la explotación parasitaria de las comunidades productivas. El sur de los "tartesos que se tumban panza arriba"... y que hoy para cada uno en Europa tiene su propia proyección. Pues bien:
Supongamos que en estas condiciones alguien está convencido de que la cadena virtuosa tiene base en una premisa insoportable para la dignidad humana. Este hombre se empeña en proclamar que el sistema con tal cimiento reduce la vida de los ciudadanos al círculo que los franceses designan como travail, metro, tele, dodo, metro, travail... (trabajo, metro, tele, cama, metro, trabajo) y que tal vida es incompatible con las condiciones de posibilidad de que el hombre fertilice y actualice las potencialidades que hacen lo específico de su naturaleza.
Supongamos que el perturbador, convencido de la capacidad crítica de los seres humanos empieza a relacionarse con algunos jóvenes (o no tanto), a los que conduce con astucia a reflexionar sobre el asunto, hasta llegar a convencerse por sí mismos de que ese mundo que parece asentado reposa en realidad sobre una ciénaga. Supongamos que algunos de ellos intentan ser consecuentes con su espíritu crítico, y empiezan a resistir a los imperativos, hasta ese día considerados sagrados, de lucha por integrarse en el sistema productivo. Obviamente el sistema, que podemos perfectamente suponer democrático, empezaría a sentirse amenazado y desde luego tomaría medidas contra el aguafiestas, que efectivamente estaba socavando en el alma de los jóvenes la apariencia de cimientos que les permitía sentirse miembros de una sociedad sana y hasta de una sociedad libre.

¿La filosofía da miedo? Obviamente como da miedo toda confrontación a la verdad. Y la verdad ahora está amenazada por un conjunto poderosísimo de ideas masticadas que domestican el alma hasta la reducción y hacen compatible la existencia pasiva y sumisa cuando no alcahuete con la tiranía en un universo de paz imaginaria.
¿Qué hubiera hoy denunciado Sócrates? Desde luego los cantos a una libertad que sería compatible con una vida objetivamente esclavizante, el encubrimiento de la objetiva situación con creencias edulcorantes de nuestra condición, la ternura común que hace negar la contradictoria verdad de la dialéctica social en nuestro mundo. Hubiera en suma denunciado tanto la alienación objetiva como la inclinación subjetiva a encubrirla con falsas querellas, de tal manera que la miseria se reserva para los sueños en los que "sapos reales pueblan el jardín imaginario". Pues es sabido que dónde no hay asunción florecen los síntomas y desde luego síntomas radicales son en Europa la proliferación de discursos que buscan en la anatematización del otro la ausencia de entereza y abierta respuesta a las causas objetivas de la máquina deshumanizadora.
¿Qué perspectiva deja a la causa del ser humano todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un ser humano tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador como a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, o a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo?

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12 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El fin del buen humor

Un último informe de CEDRO, la asociación que trata de proteger los derechos de los escritores, nos comunicaba anteayer que el sistema de protección de la propiedad intelectual de los autores y editores de libros se ha debilitado en tal grado que los derechos de autor han quedado "vaciados de contenido económico". ¿La razón? Falta de compensación por copia privada, lenidad en la Administración y los centros de enseñanza, usos torcidos de Internet, falta de regulación en los préstamos de las bibliotecas públicas.

La cuestión invitaría a la lástima si al lado del vaciamiento económico de los derechos de autor no se alzara el gigantesco cráter de seis millones de parados. Un 36% de ellos ha dejado de comprar carne o pescado, la mitad ha entrado en una depresión, dos millones de hogares tienen a todos sus componentes (potencialmente activos) en un paro tan prolongado que han vendido ya casi un 10% de sus coches, junto a todos los enseres de algún valor. Los derechos de autor se han vaciado de contenido económico pero, ¿cómo revertir o comparar esta situación a la que padece el albañil?

Muy característico de esta crisis es que la adversidad, lejos de provocar una reacción subversiva, cae en abatimiento y su contagio crea la extensa cultura de la desesperanza que hoy sobrevuela. Cuanto más tiempo un trabajador permanece parado menos esperanzas tiene de hallar un empleo. De modo que la desdicha de la desdicha se agranda y la maldición engendra otra nueva maldición. En estas condiciones no hay lugar sino para la escritura maldita, la cultura del mal.

¿Poemas de amor, novelas de humor y policíacas, excursiones argumentales hacia la historia del antiguo Egipto o la Roma imperial, excursiones hacia los hombres primitivos del Neanderthal? Todo esto junto a los partidos de fútbol y los cotilleos televisivos alivian el peso de la negra tonelada ambiental. No por casualidad el programa más trivial de la tele se llama Sálvame y los best sellers de la narrativa son aquellos que proporcionan guarida en la oscuridad (la trilogía de Las cincuenta sombras de Grey). O, para redondear, los partidos embriagadores entre el Madrid y el Barça se repetirán próximamente a razón de tres por mes.

La derecha franquista sabía bien lo decía cuando en los años de miseria confiaba los víveres a los éxitos del Real Madrid en Europa. Pero la situación se presenta hoy, igualmente, con el cariz de una dictadura enajenante. Millones de protestas son aplastadas por la ideología de una Gran Crisis sistémica, tan fatal como una hecatombe de la Naturaleza. El pus de una cólera tan vasta que se extiende ya desde los funcionarios a los albañiles y desde los periodistas al Alma Venus de Gimferrer. ¿Para qué pugnar? El poder ha hecho sentir que esta crisis es como el efecto natural de una encrucijada en el seno genético de la sociedad occidental. De modo que incluso Merkel declara su asombro ante el desempleo de España y la inminencia de una biológica recesión alemana. Todo ello, como prueba de que el fracaso del sistema neoliberal expande un virus que enferma todo: los niños y sus escuelas, la sanidad y sus sábanas, la investigación y sus cálculos.

Editorial Península ha publicado recientemente un libro mío que, por evidente deseo del editor, se ha titulado Apocalipsis now. Nunca, en los preparativos previos a la edición, nos pareció que exagerábamos con ese rótulo teniendo en cuenta las líneas mediáticas evocando una situación "al borde del abismo" así como los diagnósticos que los analistas hacían sobre el final de un tiempo, al modo de las estremecedoras revelaciones de San Juan.

Pero además, visto lo visto, vaciados todos de espíritu, de ingresos de CEDRO incluidos, habríamos de llamar al mundo la Emptiness now. Es decir, el mundo donde la creciente vaciedad de soluciones nos privara de toda morada ideológica mientras nos infundirá la desmoralización como ideario emocional y general.



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12 de febrero de 2013
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