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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Día Internacional del gato.- Me imagino que si los gatos…

Julio Cortázar juega con su gato Ezra Pound con su gato Herman Hesse persigue a su gato George Perec con el gato sobre el hombro Samuel Becket y gatitos William Burroughs y gato Día Internacional del gato.- Me imagino que si los gatos tuviesen posibilidad de opinar, odiarían la existencia del Día Internacional del gato (para los perros, en cambio, nunca será suficiente). Pero aquí queremos celebrarlo brindándoles esta página: Writers and Kitties, donde verán qué tienen en común Borges con John Fante o Bukowski, Hemingway con Stephen King, o Mishima y Herman Hesse. ¡Gatos!



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20 de febrero de 2013
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Artistas y parásitos

Los artistas y sus protestas. En el escenario de los premios Goya, los que no son ni de la ceja ni del bigote afilaron sus discursos contra la eficiente injusticia que se desploma sobre los lomos de la penuria. Unos los aplauden mientras otros critican que una gala televisada y pagada con dinero público se entretenga con la mierda de las cañerías. Maribel Verdú denunciando un sistema quebrado que ha acabado con las casas, las ilusiones, el futuro e incluso la vida. O Candela Peña, revelando con dramática plasticidad la muerte de su padre en precario… Como rumor de fondo, el sablazo del IVA, que desertiza las pocas salas de cine que quedan y enrarece la oferta y la demanda teatral, los conciertos, el arte… Qué ingenuas esas pretensiones morales de que la reivindicación política no debería blandir espadas desde las tribunas de la cultura, como si esta debiera contentarse con dar saltitos de bufón justo cuando tantas zarzas dificultan su propia supervivencia. Como la piratería. Como los parásitos. Así se titula el último libro de Robert Levine, premio Ibercrea: Parásitos. Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura. Porque las primeras reivindicaciones en los Goya se centraron en su gravamen fiscal como artículo de lujo. Pero las segundas, las que pronunció bien alto González-Macho, poseen incluso mayor calado: el de impedir que la creación artística de uno pueda ser pirateada en nombre de la libertad de todos. En la última edición de Arco (con 250 benditos galeristas extranjeros) la panorámica estética protesta calmadamente. La experiencia humana, de nuevo el yo hipermoderno, cristaliza más que nunca en las paredes de la feria. Escribe Berger en su Fama y soledad de Picasso -reeditado ahora por Alfaguara y que hace veinte años espantó a los ingleses- que toda pintura establece un “diálogo entre la presencia y la ausencia”. Ahí está el “no hay tiempo” de Pello Irazu, o el “ya basta hijos de puta” y cuatro piedras con agujeros de bala, de Teresa Margolles o el activismo rural de Campadentro. No quedan demasiados rastros de la idealización del pasado. “El arte es reflejo de los tiempos, claro, pero los artistas no son cronistas ni periodistas; cuentan con su propia experiencia. A través de la obra de artistas turcos, por ejemplo, entiendes la singularidad de ser o no ser árabe, o de la de Ai Weiwei alcanzas un nuevo matiz de más de la censura en China”, me cuenta su director, Carlos Urroz. Sin duda es un triunfo, en las antípodas de los piratas y los parásitos: artistas que, más allá de la proclama, crean sus propios proyectos, que a la vez alimentan su obra convirtiendo el arte no sólo en fin, sino también en medio para mejorar el mundo. (La Vanguardia)

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20 de febrero de 2013
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III. De cómo romper todos los platos de la alacena con el mayor escándalo posible

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua...." De los libros inolvidables uno aprende de memoria el primer párrafo, o esa lectura nunca existió, se la llevó el agua del tiempo en su fluir incesante donde tantos libros van a parar a la mar, que es el morir. ¿Encontraría a la Maga? Ese párrafo puede leerse ya, pasado medio siglo, créanme, como el de cualquier otro de los grandes libros que vuelven siempre a la memoria envueltos en su propio resplandor, esas epifanías de la lectura que nos reencuentran con el milagro.
He discutido el tema Cortázar con escritores muy jóvenes que se abren camino en este siglo veintiuno de tan pocas certezas y demasiadas incertidumbres, y alguno me ha dicho que lo que pasa es que Rayuela fue a mi generación lo que Los detectives salvajes es a las nuevas, una biblia laica de enseñanzas acerca de cómo romper todos los platos de la alacena con el mayor escándalo posible. Puede ser que también sea eso. Pero en la literatura que no perece hay necesariamente bastante más.
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20 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sombra venidera

 

Vayan estos versos de Virgilio a ti que siembras y plantas sin miramiento. Es para decirte que Walter Scott, hombre inesperado, los recordaba en su correspondencia, cuando estaba retirado en su finca de  Abbotsford:

 

Iam quae seminibus iactis se sustulit arbos

tarda venit seris factura nepotibus umbram.

 

Un árbol que medra de semilla caída

Crece despacio para ti, pero dará sombra a tus descendientes

 

Dará sombra a tu seguida, como dicen aquí.



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20 de febrero de 2013
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La capital del cheque

"La sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque". Así describe Nueva York, en una prosa poética escrita hace más de cien años, Rubén Darío, sujeto ya entonces a la fascinación no exenta de repudio que la Gran Manzana ha ejercido en los literatos, sobre todo los que viajan a ella desde otros países. García Lorca es en nuestra lengua un ejemplo clave de ello, gracias a la sublimación surrealista de ‘Poeta en Nueva York', y en especial al poema titulado ‘New York Oficina y denuncia', donde leemos estos versos: "Debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato. / Debajo de las divisiones / hay una gota de sangre de marinero. "

       La obsesión de los números, de la sangre, del dinero. Nueva York esconde mucho más que un apogeo del capitalismo y la violencia, y todo queda reflejado en ‘Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York', la muy completa antología de Julio Neira que acaba de publicar la colección Vandalia. Cuatro nombres fundamentales jalonan las trescientas páginas de la selección: Juan Ramón Jiménez, Lorca, José Hierro y el ‘raro' y fascinante José María Fonollosa, que saluda así a la ciudad: "No hay nada bueno en ti. Por eso te amo". Juan Ramón, como un niño, se deslumbra, en su maravilloso ‘Diario de un poeta recién casado' de 1917, ante los mareantes anuncios luminosos de Broadway: el cerdo que saluda con su sombrerito de paja, la botella que despide su corcho colorado, la "pantorrilla eléctrica, que baila sola y loca, como el rabo separado de una salamanquesa". Hierro, que le dedicó monográficamente su último gran libro, ‘Cuaderno de Nueva York', figura con varios poemas, aunque yo echo en falta su magistral ‘Oración en Columbia University'; él cierra la antología de Neira con una despedida de encendido amor y acre resentimiento: "Sé que no me echarás de menos".

      Al lado de esos grandes poetas el libro incluye muchos más, unos todavía jóvenes y otros, vivos y muertos, de muy reconocida trayectoria, como Gimferrer, Luis Alberto de Cuenca, García Montero, Benítez Reyes, Gamoneda, García Baena, Pérez Estrada, Celso Emilio Ferreiro, Alberti, Cernuda, Salinas o Carmen Martín Gaite, representada por su largo poema ‘Todo es un cuento roto en Nueva York', sugestiva evocación del itinerario urbano de una "mujer perdida por Manhattan".

    ‘Geometría y angustia' está dividido en capítulos temáticos, y mi favorito es el que precisamente se titula ‘La ciudad del cheque', en homenaje, que aquí reitero, a Darío. En esa parte destacan para mi gusto dos poemas de signo marcadamente social muy distintos entre sí. Al modernista Emilio Carrere le espanta la "Ciudad mala, ciudad fría, / insensible a la agonía / y al hambre de los demás", calificándola de "sierva del talonario" y de "ciudad rica y decadente / bien roída por el diente / de Satanás". Menos truculenta, pero no menos acusativa se muestra Concha Zardoya (1914-2004) en su muy percutiente ‘En esta gran ciudad hay catedrales' (1983), composición de ecos lorquianos que desarrolla en forma de letanía el motivo del ceremonial económico: "las misas, calculadas puntualmente, / celébranse a compás de las ganancias". Esa estampa de Nueva York no ha perdido vigencia.    

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19 de febrero de 2013
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El Boomeran(g)
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