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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La moda del super-uso

En los años setenta, un tipo alto, facundo y excura nos cambió la forma de pensar. Publicó buena parte de sus libros con la editorial Barral y hablaba unos 15 idiomas, casi todos a la vez. Su nombre era Ivan Illich, como el turbulento personaje de León Tosltoi. Todo era en Ivan Illich tan asombroso como los tomates que enseñaba en los calcetines cuando se sacaba los zapatos. Pocos le seguían, pero los seguidores fuimos muy devotos.

Ivan Illich era la monda. Quitaba la corteza a lo convencional y dejaba al desnudo lo más obvio. Por ejemplo, calculó que un americano medio invertía 10 años de su vida en atender su coche porque entre multas, reparaciones, seguros, atascos o accidentes se le iba una decena de años de trabajo. Todos improductivos. ¿Por qué no usar pues el transporte público que procura más vida? En México, donde había fundado el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca), constató que muchos padres compraban a los maestros el certificado de enseñanza de sus hijos porque así los chicos tenían tiempo para aprender realmente en los talleres de la ciudad.

Energía y equidad (1973), La sociedad desescolarizada (1978) o Némesis médica. La expropiación de la salud (1975) denunciaban los exagerados efectos secundarios de la tecnología, la escuela o el hospital, donde la yatrogenia convertía a enfermos leves en graves y a pacientes graves en muertos. Su pensamiento, en fin, era una verbena contra la represión institucional y un escándalo omnisciente que acabó acarreándole la excomunión y la marginalidad. Con todo, Illich dejó en pie su legado a través de la arquitectura, en decenas de casas construidas con el material de desecho de barrios ricos.

Y aquella locura inauguró una tendencia en boga. Nada menos que en Malibú, con multimillonarios por casi todas partes, el arquitecto norteamericano David Hertz terminó en 2011 una vivienda a partir de los restos abandonados de un Boeing 717. La noticia corrió entre profesionales de todo el mundo y con ella se ha revalorizado -junto al creciente prestigio de las basuras- las casas nacidas de vertederos.

Un padre de este movimiento es Michael Reynolds, que en los años setenta encantó a los hippies con su proyecto Earthship, cuya consigna era hacer casas que, metafóricamente, absorbieran "los excrementos" y no que los produjeran. Casas autoabastecidas que navegaban, nacían y morían como los seres de la naturaleza.

En el Estado de Nuevo México, y en Taos, emergieron varias comunas que en los noventa disfrutaban con esta filosofía tanto como irritaban los criterios del gobernador. Pero acabó ahí la cosa. Si lo cool es ahora, tanto en bolsos como en ropa, el "super-uso" o "segundo uso" creativo, en la arquitectura también. Contra la obsolescencia programada del alargamiento de la vida de artefactos y objetos: paneles publicitarios que pavimentan casas, contenedores industriales convertidos en baños, puertas, ventanas, ferrallas, trozos de asfalto cumpliendo labores no inscritas en su primera vida. En la segunda vida empieza el Super-uso, ahora expresado con mayúsculas porque se ha convertido tanto en una filosofía como en un programa y una demanda exquisita (propia de los bo-bos) de la comunidad. Los materiales reciclados inspiran nuevas formas y tanto la textura imprevista como sus colores descontextualizados prestan un aspecto singular.

Es un caso semejante al que se ha derivado de los bolsos Freitag, fabricados con neumáticos gastados, cinturones de automóviles y telas o plásticos usados. No hay dos iguales y de ahí su excepcionalidad, son de reciclaje y de ahí su moralidad.

Curiosamente si los Freitag reproducen el apellido de los dos hermanos suizos que diseñaron 40 modelos y ahora venden más de 150.000 unidades al año, varios estudios de arquitectura suizos como BABL o In Situ comparten la misma ambición. Construir con lo destruido, llevar la segunda mano (la segunda vida) al modelo de la resurrección. Es decir, apocalipsis puro.



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10 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un jardín abandonado por los pájaros

En cierto modo Un jardín abandonado por los pájaros es una autobiografía, pero contada de un modo peculiar. En lugar de un YO omnipresente de principio a fin y que narra, evoca, juzga, interpreta o tergiversa maliciosamente mientras se ofrece a sí mismo como ojo que todo lo ve (y que de paso oculta y desprecia todo aquello que no le afecta directamente) un narrador en primera persona hace las veces de punto de fuga en el que convergen las trayectorias de quienes han sido su entorno familiar. Pero la ambición del relato va mucho más allá del mero recuento de las peripecias de unos personajes (los abuelos paternos y maternos) que nacen hacia 1900 y cuyas vidas, junto con las de sus descendientes incluido el propio narrador, ocupan gran parte del siglo XX. Con notable habilidad, y recurriendo a su ya largo oficio de novelista, Marcos Ordóñez avanza, salta y retrocede a lo largo de las épocas, toma y abandona las biografías de tíos, abuelos, padres o incluso vecinos, vuelve a ellos si de pronto le interesa resaltar esto o aquello (a veces el color del envoltorio de un caramelo o un ruido ciudadano característico, aunque también puede ser una película, el olor del cine donde la pasaban o un suceso entonces muy sonado) para luego retomar la historia donde la dejó cuando se distrajo con esto o aquello. Esa técnica le permite por ejemplo contar casi en primera persona, o como si estuvo presente, sucesos ocurridos cuando la voz narradora ni siquiera había sido engendrada, y a veces tampoco sus padres si se ha remontado a los primeros años del siglo, cuando los abuelos todavía ni se conocían. Y le permite asimismo hablar de su infancia como si hubiese sido protagonista o testigo de la misma desde el primer momento y hablar de todo ello con total conocimiento de causa sin que al lector le cueste aceptar tamaña incongruencia. Es una cuestión de pericia en el manejo de esos tiempos y esos espacios que se yuxtaponen, saltan de pronto treinta años o cambian de barrio de un párrafo a otro.
Dicho así, y aunque no lo parezca, el relato final no es en absoluto caótico o incomprensible, pero por eso he dicho más arriba que la voz narradora es una especie de punto de fuga en el que, directa o indirectamente, convergen las historias de unos y otros. Muchas veces el testimonio le llega al yo narrador por relato directo de los protagonistas de los sucesos; otras veces son meros comentarios captados al vuelo en las conversaciones de los mayores y que si en el momento de escucharlos por vez primera resultaban oscuros y muy enigmáticos siempre queda el recurso de la explicación a posteriori, ya desde el presente y en la edad adulta. También hay fotos familiares de cada uno de ellos tomadas en diferentes épocas de sus vidas y, por ejemplo en el caso del padre, un manuscrito en el que se aclaran sus andanzas durante unos años sin testigos que posteriormente hayan dado cuenta de ellos.
En este sentido, Marcos Ordóñez juega con una doble ventaja: de una parte, no es la primera vez que usa a su entorno familiar como material literario (por ejemplo Una vuelta por el Rialto,  de 1994, o Comedia con fantasmas, de 2002) y por lo tanto ya se ha refrescado previamente la memoria. Y de otra parte cuenta, según afirma él mismo en varias ocasiones, con la ayuda de su hermana Victoria, en gran parte responsable de que en este relato autobiográfico surjan incontables colores y olores, sonidos y precisas descripciones de ambientes, ropas y detalles que de otra forma se hubieran perdido de no ser por la memoria prodigiosa y casi fotográfica de su colaboradora.
Entre unas cosas y otras, lo que surge de Un jardín abandonado por los pájaros es la recreación de un país que se adentra trabajosamente en el siglo XX y que se encarna en una ciudad, Barcelona, evocada con más solidaridad que nostalgia, pero que les sonará extrañamente familiar y próxima a todos los lectores nacidos a mediados del siglo pasado y que vivieron los años previos a la Guerra Civil y la guerra misma a través de los testimonios de sus mayores y que luego vivieron por sí mismos los últimos años del franquismo y el advenimiento de la democracia. Todo ello contado, por ejemplo, a partir personajes tan entrañables como la tía Florentina, una mujer a la que se le pasó la juventud y seguía aferrada a ésta comportándose de forma inadecuada para su verdadera edad y tratando de olvidar todo ello con remedios tan de andar por casa como ir todas las tardes a ver una película para ella fascinante, West Side Story. Al cumplirse un año de permanencia en cartel de dicha película (de hecho duró dos) la distribuidora tuvo el acierto de resaltar el acontecimiento trayéndose a Barcelona a Georges Chakiris, el irresistible Bernardo que tanto enamora a la no menos irresistible María/Woods. En premio a su diaria fidelidad, a la tía Florentina le cupo la dicha inenarrable de entregar un ramo de flores a su ídolo, deferencia a la que él correspondió con un beso delante de todos. Pero también salen Raquel Meller, y Herta Frankel y Alady y tantos otros que convivieron con las tías Florentinas y demás parientes y que pueblan un imaginario aquí extraordinariamente bien evocado. No es un libro al uso, pero merecería ser leído mayoritariamente.

Un jardín abandonado por los pájaros
Marcos Ordóñez
El Aleph



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9 de abril de 2013
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Caída en un combate evitable: seres desposeídos de su vida y de su muerte

Finalizados sus derechos a la indemnización del paro, Djamal Chaar se inmola por el fuego el trece del pasado febrero frente a la oficina de empleo de la ciudad francesa de Nantes. El cuatro de marzo el suicida es una persona activa, trabajador de...Telecom, empresa tristemente asociada desde hace años a una secuela de suicidios de sus trabajadores. El seis de marzo nueva tentativa de inmolación por fuego esta vez en la localidad de Bois- Colombes. Hace sólo unos días nueva tentativa frustrada, también por el fuego. Así, en países no tan brutalmente afectados como España, la miseria sigue cebándose sobre fracciones enteras de la población y conduciendo en ocasiones a la inmolación como protesta, cuando no simplemente a tirar la toalla.
En la base tenemos un mecanismo social en el que los individuos son determinados en su trabajo a alcanzar objetivos estrictamente parcializados, cuyo sentido (que sólo viene dado por una consideración global) se les escapa, son valorizados exclusivamente por la productividad individual, son conducidos a interiorizar este sistema de valoración lo que, en caso de fracaso, conduce a la caída de la autoestima, la cual puede simplemente colapsar si se pierde el trabajo. Trabajo inmundo sin duda, pero que constituye el principal marco en el que se forjan vínculos interpersonales, ya sea en los raros momentos de asueto para comentar lo aleatorio de un resultado deportivo.
De ahí que el suicidio de estos seres, parados o no parados, sea mayormente indicativo de la enfermedad de la sociedad que de la psicología de la víctima. Ello es obvio cuando el suicida está realmente deprimido, cuando tira la toalla por sentir que carece de fuerzas para sobrevivir en el pantano, pero no deja de ser cierto cuando se trata de un suicidio protesta, cuando por su acto el suicida se homologa al kamikaze, que apunta a destruir la causa del mal.
Pues simplemente ¡este no era realmente el combate! O en todo caso no debería haberlo sido no era aquella confrontación que podía esperar cuando desde sus ojos de niño fue entendiendo que hay tremendos avatares en la vida. Es un auténtico escándalo que un ser humano sea conducido a pensar que hallarse en la cuneta del carril de valores hoy imperante es simplemente hallarse en la cuneta de la vida humana. Pero es asimismo tremendo que la energía de la que el ser humano es capaz, la fuerza del pensamiento y del lenguaje que relativiza la vida precisamente para conferirle un sentido, tenga que ser focalizada en combatir un mal que no es inherente a toda sociedad, un mal tan pestífero como contingente, un mal que se halla en las antípodas del mal que, como correlato del bien, forja la polaridad trágica de la condición humana. Abocadas a morir por un estado de cosas que un ser humano podría perfectamente no haber siquiera conocido, abocadas a morir en razón de un dispositivo contingente pero efectivamente letal para los seres humanos, las personas víctimas de tal mal han sido en primer lugar desposeídas de su propia vida, tras lo cual lo son asimismo de su propia muerte: desposeídas del sentido profundo de la confrontación a la muerte.

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9 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Coetzee y el aura

Hace casi diez años visité una universidad del medio oeste norteamericano y descubrí lo que era en verdad el aura de un escritor. J. M. Coetzee había estado en esa universidad impartiendo un seminario, y la gente que conocí no paraba de hablar de él, aunque más no fuera para decir que lo habían visto haciendo cola en la cafetería o que les contestó el saludo con un leve movimiento de cabeza. Podía ser el "efecto Nobel" -acababa de ganarlo--, pero había algo más, pensé: Coetzee había logrado librarse de la sobreexposición actual del escritor, era una figura incandescente que rara vez aparecía en público, y cuando lo hacía era generalmente para decir algo lúcido. Sus libros cortos eran todos pura sustancia. El aura era guardarse, no exponerse, y no decir ni escribir una frase innecesaria. En sus manos, ser escritor se convertía en una cosa trascendente, casi como ser un santo secular.

Fue el aura de Coetzee la que me hizo asumir que Paul Auster le había pedido que conversaran a través de cartas para armar el libro Aquí y ahora: Cartas, 2008-2011 (Mondadori 2012). Tenía que ser Auster, porque él era quien saldría más beneficiado de esa conversación; no estaban en el mismo nivel, y que Coetzee aceptara dialogar le daba a Auster un estatuto de escritor importante que había perdido en sus últimos libros. Sin embargo, estaba equivocado: había sido sugerencia de Coetzee.

En las cartas (anacrónicas, enviadas por fax) Coetzee se muestra modesto -"no tengo mucha fe en que lo mío quedará"-, reticente (Auster le envía su última novela, que el escritor sudafricano lee de un par de sentadas sin comentarle si le gustó o no) y lleno de ideas, ya sea acerca del lugar del deporte en la sociedad contemporánea, el triste destino de Palestina o el "estilo tardío" del escritor; Auster no desentona en el intercambio de ideas, aunque se muestra más mundano y autoreferrencial, sugiriéndole viejos artículos que ha escrito sobre Kafka, enviándole un documental en el que aparece (Man on Wire), contándole que está dolido por una reseña asesina de James Wood o fascinado redescubriendo a Kleist.  

En una de sus cartas, Coetzee cuenta que un libro de Philip Roth (Sale el espectro) no lo ha impresionado porque a estas alturas no le interesan las novelas que no intentan hacer algo nuevo con la forma. Las novelas más recientes de Coetzee no se encuentran entre sus grandes obras pero al menos han explorado cosas nuevas con la estructura; la última, The Childhood of Jesus (Harvill Seeker, 2013), retorna a la fábula alegórica que produjo textos memorables como La vida y tiempos de Michael K. y Esperando a los bárbaros; hay algo nuevo en ese retorno, por más que no sea del todo convincente.

Simón y un niño, David, llegan como inmigrantes a Novilla, una ciudad en la que se habla español. Simón se ha impuesto como misión encontrar a la madre del niño; mientras tanto, consigue un trabajo en el puerto, donde tiene discusiones filosóficas con sus compañeros. En Novilla la gente parece vivir una vida feliz -ascética, vegetariana--, en la que es suficiente cruzar la frontera para comenzar como un hombre nuevo, por más que eso no convenza a Simón: puede renunciar a las memorias, pero no a la "sensación de residencia en un cuerpo con un pasado, un cuerpo bañado en el pasado".    

The Childhood of Jesus está escrita en el "estilo tardío" de Coetzee, una prosa tan austera como discursiva. Suceden cosas extrañas en cada página y se amontonan las preguntas, sin que el relato permita articular respuestas capaces de darle sentido. ¿Cuál es el mecanismo que permite que la memoria se borre? Simón, ¿cómo es que adivina quién es la madre de David en Novilla? David, si hemos de prestar atención al título, ¿debe leerse como una versión moderna de Jesuscristo? Coetzee nunca fue un escritor fácil, pero en esta novela esa dificultad se transforma en hermetismo.

Habrá fanáticos que perderán el sueño tratando de entender las claves diseminadas a lo largo de The Childhood of Jesus. Yo, por mi parte, todavía atrapado por el aura de Coetzee, seré cauteloso y diré, como suelo hacerlo cuando leo la obra de un escritor que admiro que no me convence, que la culpa es mía, sólo mía.

 

(La Tercera, 7 de abril 2013)



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8 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pies de plomo

He sido históricamente tan confiado o cándido -o lila-  que raramente he pedido un recibo cuando entregaba una cantidad por adelantado. Me bastaba con que el otro de la relación lo dejara apuntado. Sin embargo, en poco tiempo, he sido reprendido por varios amigos que me advierten sobre la multiplicación de estafas, incluso a cargo de determinadas personas tenidas antes por gentes de confianza. Su argumento ha sido siempre en estaos meses que hoy ya no te puedes fiar de nadie y en consecuencia se debe actuar con pies de plomo.

Con pies de plomo, en efecto, se anda más despacio, más torpemente y, en general, se atasca el mundo por todas partes, Justamente lo que se encuentra  sucediendo a nivel nacional e internacional, cuya circunstancia hace pensar en hallarnos sumidos un tremedal o espeso suelo de alquitrán del que será muy difícil librarse algún día. Ni las mismas arenas movedizas serían tan determinantes, porque al fin y al cabo ellas habrían engullido ya el presente y estaríamos  situándonos en un periodo de nueva y fiable cimentación.

Sufrir sin embargo la penalidad de los pies de plomo prolonga sus perjuicios a la manera de los que se derivan de la polio. El sistema se halla paralítico y sus articulaciones no avanzan, el sistema no se mueve y su pasividad hace envejecer las estructuras dinámicas, la economía y la sociedad apenas dan un paso y precisamente cada año que pasa se mide en anualidades de retroceso.

He aquí la concatenación que sigue a la desconfianza. El tradicional juego de la palabra de honor y el estrechamiento de manos que comprometía contractualmente a fondo y mediante un gesto muy simple es sustituida por las aterradoras máquinas de los Gobiernos y su lentitud  criminal. Vivimos así como enviscados, ciudadanos tristes o embadurnados por un sucio engrudo que se transforma en la depresión. Y ¿qué cosa al fin  es sentirse deprimido que la falta de autoestima?  Faltos de confianza en nosotros mismos, ¿cómo podría fluir la confianza en los demás? 

 

vverdu@elpais.es

Obra pictórica: www.vicenteverdu.net

 



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8 de abril de 2013
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Bigas

Bigas, Bigas, Bigas… entre ceja y ceja, con los párpados bien abiertos, no puedo dejar de ver tu rostro de serio risueño. Tu sonrisa, una línea delgada y recta. Ese aparente aire de sorna del hombre sensible con ojos que en lugar de mirar escuchan, y que se clavan como chinchetas. Cómo querías saber. Cómo preguntabas. Tu charme. El día en que posabas para una foto con un zapato de tacón de aguja. O cuando llevaste el fetichismo al campo, los aceites y las mermeladas ecológicas. Los periódicos han publicado “Muere Bigas Luna”. Y todas las demás palabras parecen poco. Atropelladas al maldecir, pero sobre todo atascadas en la tristeza. Como has querido irte, tan discretamente, con esa elegancia de alma con la que todo lo envolvías. Tan profunda tu salida de los contornos de este mundo. Cuento con los dedos, tres meses y siete días, bailamos Barry White después de tomar las uvas en casa de tus íntimos amigos, María Antonia y Carles. Contaste tan ilusionado la película que has dejado dicho que se termine. En verdad será tu último manuscrito. Podías haber elegido cualquier otro final, habituado a resolverlos con soltura, pero quisiste este. Porque la inspiración es un golpe. Hablamos de Pedrolo, de los pueblos de Lleida, del acento. De la osada melancolía de imaginarse el fin del mundo y de rodar un desierto de vidas aún con pálpito. Contaste las escenas que te habían colmado de una extraña belleza. Los hallazgos de la luz. Habías tenido un bache de salud, dijiste, pero sin darle mayor importancia. Retrocedo, Celia te cuidaba, pero Celia siempre te cuidaba. El fino amor, con esa devoción de la compañera de vida que te leía el pensamiento. Aquella noche explicaste la pícara historia de un precioso collar que le regalaste. Que compraste por teléfono cuando ella te lo describió, desde una joyería de Florencia. Y se lo llevaron al hotel. “Me había portado mal y tenía que poner el listón alto”. Las crónicas te retratan como el más rupturista de los cineastas españoles de esa generación bisagra, warholiano y felliniano, valiente en la España de Pajares y Esteso con cintas tan insólitas como perturbadoras, de tus cum laude como Jamón, jamón o tu sorprendente miradas, antes que nadie, hacia las chonis, también como uno de uno de los pocos que fueron a Hollywood sin olvidar su divisa ni malvenderla. “Hay que hacer una revista que quisieran leer las Juanis”, me llamaste una vez, muy en serio. Fuiste absolutamente moderno. No te conformabas con lo previsible, y te divertías -y de qué manera- compartiéndolo con delicadeza y cariño, incluso tan blancamente canalla como cuando montaste el Cabaret El Plata en Zaragoza y nos dejaste a todos asombrados con tu registro de revista convirtiendo en hipermoderno lo kitsch. Tu paso por esta vida ha sido reseñable. Pero en la obra de tu vida estremece, por encima de todo, el arte de convertir el presente en un acontecimiento. Don, ángel, genio. (La Vanguardia)

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8 de abril de 2013
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En el origen de la vanguardia

Durante un par de días me dediqué a constatar que en efecto ésta era la primera edición en español de El absoluto literario, de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, según anuncia el editor (Eterna Cadencia, Buenos Aires). Al parecer han circulado algunas traducciones privadas (de Emilio Bernini, por ejemplo), pero nunca antes se había editado completo este tratado, uno de los más influyentes en la actual filosofía del arte.

    El caso es que apareció originalmente en 1978 (Seuil), hace pues treinta y cinco años, pero todavía nadie se había atrevido con él en España. Me parece sorprendente. Lacoue (muerto en 2007) y Nancy pertenecían a una generación que no sólo se había alejado del aún poderoso estructuralismo, sino que desconfiaba de los post-estructuralistas, de modo que tomaron un camino propio a la sombra de Heidegger. La producción de ambos filósofos ha sido abundante y de notable interés. Sin embargo, este trabajo que ahora se edita en español es, a mi modo de ver, su mejor contribución.

    En ella analizan y antologan uno de los momentos más fascinantes de la modernidad. Como ellos mismos dicen, se trata de un episodio efímero (pongamos que de 1798 a 1803), un grupo de gente cambiante (aunque siempre dirigidos por los hermanos Schlegel) y una revista de la que sólo se editaron seis números (Athenaeum). He dicho antes que es un momento de la modernidad, aunque en todos los manuales aparece como un momento del romanticismo e incluso del primer romanticismo (el frühromantik). Ciertamente es un prototipo de romanticismo, pero en una acepción de la palabra que, a mi modo de ver, debería incluir un vastísimo proyecto que sólo acaba hacia 1960. Si se acepta esta noción, el grupo aquí estudiado fue de los primeros en poner las bases de la modernidad: "Se trata, de hecho, y no es exagerado decirlo, del primer grupo de "vanguardia" de la historia" (p.27).

    El invento de este grupo, al que podemos llamar "del Athenaeum", es nada menos que la literatura en cuanto tal. Hasta ese momento no había tal cosa como una literatura en el sentido de un arte absoluto de la palabra escrita. Había, eso sí, un arte de la poesía, otro del drama, algo (poco) de la novela, y así sucesivamente. El grupo del Athenaeum unifica la totalidad del arte de la palabra y propone una primera teoría de la literatura como absoluto. Asombrosamente, en esa teoría la prosa toma el lugar de la más alta poesía y la literatura queda fundida en la filosofía en tanto que dos modos (literarios) de expresar el mundo en su verdad más recóndita. Esto es el "absoluto literario".

    Así lo expone Friedrich Schlegel en su Conversación sobre la poesía: "Todo arte y toda ciencia que actúan mediante la palabra, cuando se ejercen como arte por sí mismas, y cuando alcanzan su cima más alta, aparecen como poesía" (p.380). No es sólo un ataque contra la secular teoría de los géneros y sus forzosos paragones, es también la negación de toda la filología hasta ese momento y la propuesta de una historia de la literatura tan audaz que ni siquiera es posible escribirla en nuestros días.

    El grupo estaba compuesto por dos dictadores, los hermanos Schlegel, y un conjunto variable de afiliados (Novalis, Wackenroder, Brentano, von Arnim) que se reunían, se expulsaban, se excluían o formaban secesiones, como es habitual en cualquier movimiento de vanguardia. En su proximidad giraba una nube de mujeres poco típicas de su época, sexualmente emancipadas, con una notable formación filosófica y aguda percepción artística. Son Sophie Tieck, Bettina von Arnim, Carolina Michaelis o Dorothea Mendelssohn-Veit. Todas acabaron casadas con alguno de los participantes del grupo.

    Había también una relación externa, pero intensa, con personajes de extraordinaria importancia como Hölderlin, Schelling, Hegel, Schleiermacher o Goethe. Este último los detestaba, pero a él se unirían los Schlegel cuando la edad los volviera rapaces y la invasión napoleónica pusiera en marcha el nacionalismo germano.

    No sólo inventaron la literatura tal y como la entendemos ahora. También transformaron la recepción de la herencia griega. A veces parece que la palabra "romanticismo" sólo puede usarse para asuntos empalagosos, pero es un enorme error. El romanticismo fue un movimiento revolucionario y salvaje que sacó de la quietud marmórea, del estatismo idealista, a los neoclásicos y a los kantianos. La Grecia que aparece tras la crítica de los románticos del Athenaeum ya no tiene nada que ver con "la belleza", la "serenidad" o "la perfección", es la Grecia arcaica, infernal, enigmática, siniestra que años más tarde Nietzsche expondrá magistralmente en su seminal Origen de la tragedia.

    La traducción es meritoria, aunque con imperfecciones inevitables dada la oscuridad del propio texto (téngase en cuenta que la mitad del libro es una antología de escritos de los Schlegel, Schelling y Novalis), lo que las hace excusables. Sólo he pillado un error grave, pero que puede corregirse con facilidad: la pg.22 da como fechas del Sturm und Drang 1870-1880. Son, evidentemente, 1770-1780. Contando con estas mínimas mancillas, el libro es imprescindible para cualquier interesado por la teoría del arte y aún por la teoría de la teoría.

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8 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vistosa paleta de autodidacta

Dice Gompertz, director de comunicación de la Tate de Londres durante siete años: "La rica paleta de ocres dorados, verdes abigarrados, marrones chocolate, rosas brillantes, rojos y amarillos está contrastada con una seguridad en el toque que sólo puede tener un autodidacta".

Will Gompertz, actual director de arte de la BBC y uno de los 50 pensadores creativos más importantes a nivel mundial según la revista Creativity, es el autor del reciente libro ¿Qué estás mirando? (Taurus) y su precedente descripción cromática se refiere a la obra de Gauguin. ¿El autodidactismo de Gauguin y de tantos otros es, por tanto, la mayor fuente de creatividad? ¿Quedarían lastrados quienes fueron dilectos alumnos en los colegios y las academias? La mitología del autodidactismo (del hombre salvaje) puede no ser nueva, pero actualmente hace pensar en los multimillonarios inventores de los softwares contemporáneos, chicos que no han terminado los estudios o han faltado sistemáticamente a clase.

La figura del genio que todo lo lleva dentro y solo necesita devanarse los sesos para tejer el mejor vestuario será siempre más atractiva que la del empollón que cría a base de calentar el asiento. Entre ambos cunde un ancho abanico. Pero lo cierto es que, por lo general, cuando alguien aporta nuevos aires se debe a que ha sustituido las aulas por el parque y la atención del oído por el ejercicio del ojo, en el caso del pintor.

Prácticamente todos los personajes que desfilan por el libro de Gompertz, referido a la pintura de los últimos 150 años, se han inventado a sí mismos. No quiere decirse con ello que se hayan realizado mediante un solo golpe mágico como creadores, sino que se han construido a lo largo de su particular bricolaje. Han tomado de aquí, copiado de allá, recortado del cuadro mítico para constituirse en un collage que a la larga no será igual a la suma de sus componentes.

Hay pintores que logran su personal distinción a lo largo del tiempo y otros, en cambio, que encuentran su voz en un plazo muy breve, como el libertino Gauguin o el severo Cézanne. La ventaja de poseer una voz propia es de un valor infinito. Definitivo. Quien en la escritura o en la pintura se expresa a su antojo y con firmeza no hay ojo ni potencia que lo derribe. Pero para ello es necesaria una autoestima trufada de convicción y la convicción abrillantada por una experiencia exigente.

Estar solo o sentirse solo ha sido históricamente el destino del artista. Estaba solo porque no lo entendían o lo entendían mal. Estaba solo incluso cuando parecía que lo entendieran y la multitud lo aclamaba como a un dios. La creación y la divinidad, sin embargo, andan separadas. El artista y tanto más cuanto más autodidacta es no puede saber con certeza el valor de lo que hace. Llega a saber si aquello vale o no según su propio gusto pero el paladar general es, a menudo, aplastante y devuelve pronto a la soledad.

Aunque, en efecto, acaso no haya otro modo de inventar que partiendo de esta soledad productiva. En la escuela española de negocios I E, el profesor Pascual Montañés les inculcaba esta máxima a sus alumnos: "No hay nada más innovador que ser uno mismo".

Y lo mismo vale para otros ámbitos, sea en la empresa o en el atelier, en el estudio o en el garaje. Lo que nace con una condición innovadora ha tenido como probable generador a una errante incubadora. Las escuelas que enseñan a programar, a escribir o a pintar cumplen su función de escuderos de la imaginación, procuran información y colaboran (ojalá) en disuadir a los estudiantes que no tienen vocación en el sentido marañoniano, lo que significaría no sólo desear ser algo sino valer para ello. Porque es muy hermoso escribir, pintar o tocar el piano, pero nada más deprimente que una escritura, una pintura o una interpretación correctas. La corrección se aproxima a la coerción y quien la renuncia a su libertad. O, en resumidas cuentas, ¿cómo sería posible crear sin sentirse libre? Y ¿cómo podría sentirse libre aquel que, en vez de ser autónomo (autodidacta, independiente), se siente un soldado y soldado, por tanto, al pelotón?



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8 de abril de 2013
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