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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Por qué es tan importante esta botellita

Porque una letra de su inscripción conlleva un giro copernicano en la lectura establecida de la épica griega.
 
Hay testimonios antiguos, como el de Dionisio de Halicarnaso y el del escoliasta de Dionisio Tracio, que refieren el hecho de que Helena se escribió con digamma inicial. Estudiosos modernos, cuyos nombres pasaremos piadosamente por alto, han ninguneado y menospreciado la valiosa observación por “tardía y literaria”. Como si pudiera haber algo más tardío y literario que un estudioso moderno. En todo caso, nos tranquiliza la severidad insobornable de los especialistas que sólo tendrían en cuenta un testimonio sobre la digamma, si procediese de un analfabeto lo bastante antiguo.
 
Otro indicio patente y saltón de que Helena se escribió y pronunció con digamma inicial se lee en el hexámetro 329 del canto III de la Ilíada. Ahí, la última sílaba de Alejandro antecede a Helena y, para que el hexámetro se escanda como es debido, presenta un alargamiento sólo explicable por el hecho de que el poeta cante el nombre de la divina con digamma inicial. Los especialistas modernos tampoco se han dejado impresionar por el dichoso poeta, unos porque lo tienen por inexistente, y otros por analfabeto, y los restantes porque dicen que un alargamiento ante la cesura es una vulgaridad indigna de su atención.
 
El sonido que representaba la digamma en griego correspondería aproximadamente a un híbrido entre la /w/ inglesa y la alemana, una suerte de /u/ consonántica, que para abreviar reproduciré como /v/.
 
El frasquito —en griego, aryballos— cuyo croquis se ve arriba es importante porque tiene inscrita la dedicatoria agradecida de un señor espartano llamado Deinis a la divina Helena. Memoremos aquí la relevante circunstancia de que, alrededor del 650-600 a. C., que es la datación del artefacto, la espartana era una sociedad que veneraba la guerra. 
 
En el original broncíneo, la inscripción no se lee con la claridad que se ve en ese dibujo debido a Anne Jeffery, que estudió la pieza bajo el microscopio y estableció su texto. Lo más importante es que dejó sentado que el nombre de Helena se escribió en efecto con digamma inicial. (Para aficionados: hay que empezar a leer desde la derecha y de arriba abajo "Deini…". La digamma está a la izquierda del círculo central, pegante y casi confundida con la épsilon que le sigue. Hay otra digamma en el cuello del aryballos, la segunda letra contando de arriba abajo.)
 
Ahora, ¿por qué es tan importante la prueba de convicción de la antigua presencia de esa letra en el nombre de Helena? Porque nos permite revestir a la diosa Helena, ahora Velena, con el atuendo que muestra cuantísimo se parece, como es natural, a sus primas hermanas, las diosas indoeuropeas de la guerra. En efecto, escrita Velena, es clavadita a Velinas y Vellaunos, diosas de la guerra en lituano y galo, respectivamente. Y el vivo retrato de su prima Dvelona, diosa de la guerra en latín arcaico, que luego, así como Velena pasó a ser Helena, derivó a Bellona. Por cierto esta diosa Dvelona es melliza de Dvelum, que en latín posterior fue Bellum ("guerra"). Y de Dvelum proceden “duelo”, “doler” y “dolor”, los viejos conocidos… Otra prima hermana de la griega Velena era la hitita Valis, también detentadora del importante cargo de diosa de la guerra, que muestra su semejanza y parentesco inconfundible con wæl (“matar”, en inglés arcaico) y vulnus ("herida", en latín). Y otra prima más era Varuna, diosa védica de la guerra. Ésta tiene su interés porque muestra la conocida deriva fonética de /l/ a /r/, o sea, de lateral sonora a vibrante también sonora, que se evidencia en Wærra ("guerra" en gótico arcaico) de donde proceden el inglés war, el castellano guerra, y el francés guerre. No olvidemos el alemán Weh ("dolor"), el inglés woe, y el latín vae (sí, el de vae victis!) miembros señalados de la saga.
 
Total, que la digamma inicial permite concluir de manera incontestable que Helena era la diosa de la guerra en la épica griega. Y así, no sólo podemos entender como pasaje irónico de suma genialidad aquél de la Ilíada, canto III,  125 y ss., donde Helena “Tejía un esplendente y purpúreo paño doble, y estampaba en él las incontables batallas que los troyanos domadores de caballos y los aqueos de corazas broncíneas padecían por su causa”, sino que además la diosa de la guerra aparece como la diosa de la épica y del oficio de escribir, porque componer poesía es tejer estampados de palabras. Recordemos aquí la antiquísima evidencia: texto significa tejido, metáfora que data como mínimo de la Ilíada.
 
Así que, cuando Helena teje el tapiz que es la guerra, compone en un arte que simboliza la épica escrita, y crea una pieza cuya dimensión desborda la Ilíada e incluye al poeta (tejedor oculto) y a ti lector, para cuyo recreo se teje el tapiz.  Y ahora es cuando mejor se ve que Helena, diosa de la guerra, tiene conciencia de ser, a la vez, eterna diosa del canto y la poesía: “seremos cantibili para los hombres venideros”, le dice a Héctor poco después, en la misma Ilíada, VI, 358.
 
Por eso es tan importante el frasquito broncíneo, porque tiene una inscripción probatoria de que en la épica griega antigua, la diosa de la guerra y la del canto son la misma diosa: la divina Helena. Alegoría admirable e irónica que lleva veintiséis siglos sin ser entendida. Un respeto a los poetas.
 
P. D.  
Todo se ha perfeccionado de Homero a esta parte, salvo la poesía.
Leopardi 


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12 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hadjí Murat

No seguir un orden en las lecturas y encima no sistematizar de algún modo la distribución de los libros por la casa tiene graves inconvenientes, como bien comprueba uno cada vez que necesita localizar algún libro al que haya perdido de vista hace tiempo. Pero tiene al menos una ventaja: de cuando en cuando pueden aparecer inopinadamente joyas de las que casi ni se tenía noticia de poseer. Tal es lo que acaba de pasarme con este Hadjí Murat, tan olvidado que, para mí, incluso es un Tolstoi inédito. Y que ha resultado ser una joya.
Es un relato de aventuras como los de antes, repleto de cabalgadas, tiroteos, amistad, peligros, lances de honor y sucesos crueles, todo ello inmerso en la naturaleza exótica y salvaje del Cáucaso, poblado entonces (la acción se sitúa en torno a 1850) como ahora por pueblos ferozmente independientes, gobernados por tiranos inmisericordes y gentes sencillas que tan sólo aspiran a vivir en paz. Pero qué va.
Al lector le resulta facilísimo ponerse de parte del héroe, Hadjí Murat, un caudillo checheno enfrentado a un destino trágico: es enemigo mortal de los invasores rusos a los que odia profundamente y combate con una ferocidad que ha hecho de él un guerrero legendario incluso entre sus enemigos. Y sin embargo debe entregarse a éstos y buscar su amparo porque está enfrentado a otro jefe checheno más poderoso, Shamil, quien no sólo planea darle muerte sino que tiene como rehén a toda la familia Murat (madre, dos esposas y seis hijos). La única esperanza del valiente pero acorralado caudillo es que sus otrora enemigos y ahora "aliados" le presten tropas con las que atacar a Shamil, liberar a su familia y, de paso, poner Chechenia a los pies del despótico zar Nicolás I. Vaya papelón.
Aparte de que el relato de la peripecia final del fiero rebelde resulta apasionante (y a fin de cuentas tratándose de una novela es lo único que importa) Hadjí Murat ofrece numerosos aspectos que la hacen interesante para los lectores actuales. Una de las cosas que primero llaman la atención es el hecho de que un autor profundamente ruso, hasta el extremo de que muchos consideran a Tolstoi uno de los constructores de la Rusia actual, trate con no disimulada simpatía la situación del pueblo checheno, solidarizándose con los sufrimientos provocados por las tropas rusas y destacando las virtudes de los personajes de esa etnia, encarnados fundamentalmente en la figura del propio Murat. Y sorprende asimismo el rigor con el que trata el autor a sus compatriotas, empezando por el propio Nicolás I, un anciano déspota al que destruye en las pocas líneas que se tarda en describir cómo el viejo impotente se acuesta con una jovencita y queda tan insatisfecho que para aquietar su espíritu debe entregarse al único consuelo que le queda: recordarse su propia grandeza. Salvo que ni eso le concede Tolstoi, porque justo al día siguiente lo muestra dando prueba de sus dotes de estratega al ordenar un incremento de sus tropas en Chechenia con orden de destruir las aldeas, quemar los graneros y talar los bosques, todo ello con vistas a demostrar a tan díscolos vasallos lo que ocurría a quienes se oponían a los designios rusos. En aquella época, Grozni era la base militar de las tropas cosacas que el imperio zarista utilizaba como fuerzas represoras. Mientras vaya pasando páginas, el lector actual recordará sin duda las imágenes desgarradoras que en la década de 1990 (es decir, casi 150 años después) los medios de comunicación de todo el mundo difundían de esa misma capital chechena sistemáticamente reducida a escombros por unas tropas rusas dedicadas todavía a demostrar qué les ocurre a quienes se oponen a los designios de Moscú. Y que Chechenia sea un mar de petróleo no es la excusa para justificar el reciente arrasamiento de una ciudad y el acoso a sus habitantes porque en tiempos de Hadjí Murat el petróleo era más una molestia que un tesoro fabuloso. La razón última del empecinamiento en poseer ese espacio ingobernable que se abre entre el Mar Negro y el Caspio parece caer más bien del lado que apuntaba George Steiner, según el cual el Cáucaso forma parte ancestral del imaginario ruso hasta el extremo de que juega un papel muy similar al que a mediados del siglo XIX jugaba la Frontera para Norteamérica y sus pioneros. Tolstoi además conocía muy bien la zona por haber participado (desde lejos, la verdad sea dicha) en la guerra contra Turquía y se nota no sólo en las magníficas descripciones de paisajes sino también en el trazado de los personajes, ya sean rusos o chechenos, con sus respectivas vestimentas e idiosincrasias. Al hablar de Hadjí Murat el crítico Harold Bloom citaba de continuo como referencia a Shakespeare. Nada menos.

   

Hadjí Murat
Lev Tolstoi
Traducción de Irene y Laura Andresco
Navona



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12 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 9

El mundo que reivindica un realista cabal

 

 Los físicos que más han subvertido la concepción clásica e ingenua de la naturaleza, el propio John Bell entre ellos, han puesto también en cuestión las bases filosóficas del determinismo. Si el realismo, consiste en afirmar que el mundo físico es independiente, es decir, que se da aun en ausencia de todo observador, el determinismo añade que este mundo subsistente, independiente del sujeto, no es aleatorio, sino que se haya sometido a una regularidad que eventualmente permite hacer previsiones, conjeturas razonables sobre cómo se modificará el estado de un sistema en una circunstancia dada.
Pero con ello aún no hemos agotado todas las exigencias de un realista cabal. Sea por ejemplo una moneda que lanzamos al aire. Obviamente no sabemos si saldrá cara o saldrá cruz, pero ello no significa que una u otra posibilidad resulta del azar. Tras la aparente aleatoriedad habría para el realista una pluralidad de causas que, de sernos conocidas, nos permitirían prever cual sería el resultado.
Lo aparentemente azaroso de lo que acontecerá es en última instancia la expresión de nuestra impotencia para conocer y eventualmente controlar todo lo que está operando. En un mundo determinado la probabilidad sólo hace referencia al grado de ignorancia en el que un observador se encuentra respecto a las variables que intervienen en relación al acontecimiento. Si poseyéramos el saber de todas las fuerzas que actúan no habría aleatoriedad y por consiguiente no habría lugar a cálculo meramente probabilístico. Ya Aristóteles era radical en este punto: hay para nosotros azar y suerte (buena o mala), pero no cabría hablar de azar en sí, como lo indica esta prodigiosa frase del Estagirita, premonitoras de la tesis según la cual el mundo no es resultado de un juego de dados:
"El azar y la suerte (tò autómaton kaì e túche) son posteriores a la inteligencia y a la naturaleza (kaì noû kaì phýseos) De hecho azar y suerte " son, o bien un conjunto de causas naturales o bien de causas fraguadas por la inteligencia". Y la aparente aleatoriedad se debería tan solo a que "el número de tales causas es infinito."
Esta exclusión del azar permite sostener que la naturaleza constituye un reino de leyes, que está marcada por una objetiva necesidad, de la cual la ciencia sería el reflejo en la mente humana. La convicción laplaciana según la cual el conocimiento exhaustivo de los datos iniciales permitiría describir el devenir del mundo, tiene obviamente soporte en la creencia de que efectivamente el estado inicial determina unívoca e irreversiblemente todo acontecer.
Si en el mundo exterior a nuestras construcciones cupiera el azar, la mecánica determinista no podría ser considerada ciencia del mismo. Obviamente queda la salida de afirmar que se trata precisamente de eso, que la mecánica clásica ha de ser sustituida por la cuántica. ¿Pero cabe entonces separar la realidad de nuestra intervención en la misma? Si así no fuera, la exclusión del determinismo vendría en suma a ser exclusión de la exterioridad. En suma:
Excluir el determinismo equivale a decir que del mundo objetivo no puede dar cuenta la mecánica clásica, sino en todo caso la cuántica. Mas en la medida en la que la mecánica cuántica hace muy difícil separar la objetividad de la intervención de un sujeto, la puesta en tela de juicio del determinismo equivale a puesta en tela de juicio de la autonomía del objeto respecto al sujeto, es decir: puesta en tela de juicio del postulado según el cual el mundo está constituido por cosas dotadas de propiedades, las cuales eventualmente (sólo eventualmente) vendrían a encontrar reflejo en el espíritu, puesta en tela de juicio.

 

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1  Aristóteles, Fisica,II, 7, 198 a 9-11. Sin desperdicio asimismo las líneas inmediatas: "En consecuencia, si el cielo tuviera causa en el azar y la suerte, sería necesario que con anterioridad la inteligencia y la naturaleza fueran causa de múltiples cosas [que subyacen tras el azar] y del universo mismo".  

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12 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Salvador Allende

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Salvador Allende dijo, después de una derrota electoral, que en su tumba se leería: "Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile. "

¿Cómo recordarlo sino desde el luto del idioma?

Este soneto no es el cementerio marino de un sueño latinoamericano. Pero el lector podría restar de cada linea de cruces una sílaba.

 Nos espera todavía, después de la tinta dilapidada, la comunidad del lenguaje.  

 

 



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12 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El misterio de los lectores

El gran misterio de la literatura tiene nombre: El lector. Esa máquina única que traga un libro igual a miles, y lo convierte en único. El lector siempre está presente en el trabajo de un autor. Y siempre está ausente. 

Desde que publiqué "Niños futbolistas" hace un par de meses, he recibido reacciones, opiniones y comentarios. Sin embargo, una de las cosas que más me ha sorprendido, fueron los correos electrónicos que me mandaron -casi el mismo día- dos lectores.

El lector 1 fue José Diez, entrenador de fútbol de menores en un club de Madrid, el C.D. Canillas. José me decía que con el libro había descubierto una realidad que ignoraba, y que había que hacer algo: un centro de ayuda, una ONG, algo para ir en rescate de estos muchachos. 

El lector 2 fue Oscar Salvado, director de Icroms, una empresa de Barcelona dedicada a comercializar productos digitales del F.C.Barcelona, quien me dijo que con el libro había descubierto una realidad que ignoraba, y que había que hacer algo: una oficina de fichajes virtuales, una plataforma para que los niños de Latinoamérica suban sus videos, algún buen negocio.

Ahí entendí que "Niños futbolistas", que yo quería fuera un libro de viajes, podía ser leído como una fuerte denuncia del actual sistema de fichaje de menores y, al mismo tiempo, como un manual de los pasos que se deben seguir para comprar un chico tercermundista y venderlo a Europa. Como siempre, dan lo mismo tus esfuerzos.

El lector será siempre quien se encargue de terminar lo que uno escribe.

 

 

@menesesportatil 



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11 de septiembre de 2013
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Lo que dicen las estatuas

Al recorrer a pie San José voy encontrándome con las estatuas de los próceres modernos de Costa Rica. La del doctor Calderón Guardia, frente al edificio de la Caja Costarricense del Seguro Social, fundada por él gracias a una rara conjunción de planetas, pues para darle al país una nueva legislación laboral a comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, contó con el respaldo del arzobispo, monseñor Sanabria, y del jefe del Partido Comunista Manuel Mora.
O la de don Pepe Figueres, quien abolió el ejército tras el triunfo de la revolución democrática que encabezó en 1948, develada en 1998 en la plaza de la Democracia, y retirada en 2006. Desde entonces aguarda su reinstalación en una bodega municipal adonde fue confinada bajo el alegato de que los vándalos no la dejaban en paz. Pero que esté al aire libre, a la vista pública, o en la clausura de un almacén, es algo que no parece inquietar a la opinión pública.
Próceres antiguos y contemporáneos se reparten en Costa Rica los honores sin alardes ni exageraciones. En la ciudad de San Ramón, donde nacieron tres presidentes, don José Acosta, Figueres, y don Francisco Orlich, se les recuerda en sordina, un pequeño museo, alguna escuela que lleva sus nombres. El culto ciudadano guarda su equilibrio, como todo en este país. En la estatua ahora embodegada, el escultor representó a don Pepe vestido en mangas de camisa, no de militar, que lo fue efímeramente. Qué no esté ahora en ninguna plaza, no es inquietante. Si estuviera en todas, sí lo sería.
En 1956 se celebró en Panamá una cumbre de presidentes en la que participó Eisenhower. Era un verdadero zoológico: el Generalísimo Trujillo de la República Dominicana, el general Somoza de Nicaragua, el general Batista de Cuba, el general Pérez Jiménez de Venezuela, el general Rojas Pinilla de Colombia...todos llegados al poder por golpes de estado.
Figueres, una rareza entre aquella constelación, se negó a darle la mano a Somoza, que poco antes había hecho develar su gigantesca estatua ecuestre en Managua, una estatua de Mussolini guardada en un almacén en Roma, comprada de remate, y a la que sólo cambiaron la cabeza. "Somoza develiza la estatua de Somoza en el estadio Somoza", dice el epigrama de Cardenal. Ya se sabe que fue derribada de su pedestal el 19 de julio de 1979.
En poco tiempo, empezando por Somoza ultimado ese mismo año, no quedaría en el paisaje ninguno de los felices gorilas de aquel aquelarre. El último en desaparecer fue el Generalísimo Trujillo, asesinado en 1961. Hasta entonces, la capital de la República Dominicana se llamaba Ciudad Trujillo, y entre su extensa lista de títulos se contaban los de Padre de la Patria Nueva, Genio de la Paz, Campeón Invicto del Pueblo, y Protector de Todos los Obreros. También era obligatorio estudiar su pensamiento en cátedras universitarias e institutos de investigación.
Somoza no le iba a la saga. Campeón de la Democracia, Gran Pacificador de Nicaragua, Adalid del Progreso. Tampoco desperdiciaba las fechas de guardar: el 30 de mayo pasó a ser el día de la madre, porque era el cumpleaños de su suegra, y el 27 de mayo el día del ejército, porque era el natalicio de su esposa.
No son una especie en extinción. Los dictadores creen que sus estatuas van a seguir allí por los siglos venideros. Es una suerte de inseguridad encubierta, buscar como afirmarse en efigies, como si multiplicarse fuera una necesidad que nace de la convicción perturbadora e insoslayable de que nadie es eterno, por mucho que quien manda a fundirse en bronce pretenda aparentar que la eternidad es suya, otra más de sus posesiones terrenas.
Figueres sabía bien que no es necesario estar subido a un pedestal para quedarse para siempre, porque la memoria viene a ser la mejor plaza para vivir en ella.

 

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11 de septiembre de 2013
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