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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Frente Nacional

El Frente Nacional es el mejor regalo que se les puede hacer a los indepes. Y el regalo óptimo, sublime, sería que se sumaran los socialistas. Albert Rivera, que es muy astuto, sabe a lo que juega. Los buenos políticos dominan el ajedrez y él está ya en la cuarta o quinta jugada. Su propuesta de pacto contra la Via Catalana es la campaña del no en una consulta e incluso la jefatura de la oposición españolista en una Cataluña que se va. Rivera quiere hacer con Alicia y con Navarro lo que Junqueras ya está haciendo con Mas y Duran. Comérselos. Y lo más sabroso es que los bocados, PP y Convergència, parecen encantados de que les devoren.

El españolismo arcádico, ansonista y pedrojotero levita con Rivera porque sirve para atizar a los socialistas y a Unió, sin darse cuenta de que el líder de Ciutadans está en otra cosa, meramente electoral. La independencia de Cataluña, ese imposible según González, da de comer a muchos de los que están a favor pero también de los que están en contra. Quienes sinceramente piensen que Cataluña no debe constituirse en un Estado independiente deberían dedicarse, sobre todo, a ofrecer alguna alternativa al actual estatus quo. Si la independencia es imposible, también lo es que las cosas se queden tal como están.

Eso nos conduce a la que ya se conoce como Tercera Vía, otro imposible según los indepes y también según el Frente Nacional. Ya van tres. De momento recordar que es la que recomendaron el Financial Times y The Economist, lo que propugnan Durán y Rubalcaba, y lo que esperan todos nuestros socios de la Unión Europea y las instituciones de Bruselas. También la señora Merkel, cuidado, a la que le interesa ante todo una solución que no termine contribuyendo a la malversación de los dineros de todos los europeos.

Aquí la única cuestión que debe someterse a discusión es si debe seguir la escalada verbal en las apuestas de los dos polos radicalizados, el polo independentista y el polo del Frente Nacional, o si debe empezar de una vez y de verdad el diálogo, en el que cada parte escuche a la otra e intenten juntas encontrar una salida. Rajoy y Mas están por la labor sobre el papel, pero de momento hablan sin escucharse, con tapones en las orejas.

El PP tiene tendencia a creer que son los nacionalistas los que se han subido a la parra y que son ellos mismos los que deberán esforzarse por encontrar un camino para bajar. Los nacionalistas catalanes y muchos catalanes que no son nacionalistas piensan, por el contrario, que el gran lío lo ha provocado el PP con su actitud ante Cataluña desde la campaña de recogida de firmas contra el Estatut, el recurso ante el Constitucional y el boicot a los productos catalanes, y que deberá ser por tanto el PP quien ahora lo desanude.

A la vista de ambos análisis está claro que solo se pondrán de acuerdo el día en que decidan responsabilizarse conjuntamente de la salida de este callejón taponado sin echar la vista atrás ni dedicarse a echar las culpas al otro. De momento, estamos todavía muy lejos por lo que fácilmente seguirá la escalada y nos iremos acercando al temible y misterioso momento que se conoce bajo el nombre metafórico del choque de trenes.



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24 de septiembre de 2013
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Encerrados sin un solo juguete

Da un gran placer salir a la calle al fin de la proyección y llevarle la contraria al curso de la historia del cine, que en los últimos cien años no ha parado de oír la misma frase del público: "la película no está mal, pero me gustó más la novela". La novela de Niccolò Ammaniti carece de sustancia y de literatura, y Bertolucci le ha dado densidad: inspiración y estilo. El libro y el film, titulados en italiano ‘Io e te', han permutado sus pronombres en castellano, primero en la edición de Anagrama y ahora en la pantalla; quizá suene mejor la permuta de la traducción, pero el ‘yo' en primer lugar no es caprichoso. Pocas películas hay tan egotistas.
‘Tú y yo' empieza con una mancha de pelo en el centro del fotograma; una escuálida figura masculina escucha con la cabeza agachada un pequeño sermón benevolente, el de un psicólogo que va en silla de ruedas, como el propio cineasta desde que hace ocho años fuese víctima de un grave error médico en una operación de columna. El pelo crespo pertenece a Lorenzo, un colegial de 14 años que interpreta con expresivo rostro cuajado de acné el debutante Jacopo Olmo Antinori. Hasta que alza los ojos para responder al psicólogo, el pelo de Lorenzo tiene algo salvaje, y poco después su madre (Sonia Bergamasco) le insta a que se lo corte; el chico siempre lo lleva despeinado. Cuando Olivia, su hermana de padre (Tea Falco, extraordinaria actriz revelación), irrumpe en el sótano donde trascurre la mayor parte del film, el pelo vuelve a ser una enseña: una extraña figura sombría se mueve rápida, mientras oímos su voz, femenina y siciliana, y la sombra parece envuelta en la negra piel de un animal sintético. Se trata de su abrigo largo y negro, que hace contraste con su hermoso pelo rubio; en una discusión sobre la madre del niño, Olivia se lo suelta de golpe, y los cabellos caen en una lluvia de oro. Dos entidades capilares en desorden.
Bertolucci ha hablado de su ‘claustrofilia' cinematográfica. Sin remontarse al título que le dio más fama, ‘El último tango en París', con su desgarrada historia de amor en un piso vacío provisto de productos lubricantes, sus dos últimas obras, ‘Asediada' (‘Besieged', 1998) y ‘Soñadores' (‘The Dreamers', 2003), eran películas de cámara, la primera situada casi íntegramente en las distintas plantas de un edificio algo dilapidado de la Roma histórica donde se encuentran un músico y una africana exiliada sirvienta por horas, y la siguiente -que abordaba además un tema muy ‘bertolucciano', el incesto- centrada en la fantasía cinefílica de dos hermanos gemelos, chico y chica, que eligen a un guapo y púdico norteamericano como cómplice del deseo y el desafío a los límites. El sótano de ‘Tú y yo', más reducido de espacio y sin apenas salidas al exterior, cobra en esta fiel adaptación atmósfera y carácter, y así la pobreza de la historia original se hace menos inconsistente. Y aunque el film recorta el papel del personaje más sugestivo de la novela, la abuela hospitalizada, Bertolucci le da a la escena de la despedida del nieto, muy reducida, el tono justo (gran actriz Verónica Lazar).
Apasionante como es, ‘Tú y yo' no iguala la magnitud de concepto, la sutileza y el hechizo formal de ‘Asediada' y ‘Soñadores', dos obras maestras destacadas entre lo mejor de la filmografía de Bertolucci, lo que significa, al menos en mi opinión, lo mejor del mejor director vivo. Era difícil enaltecer la debilidad de la materia argumental y sentimental de Ammaniti, pero el realizador (que firma el guión con dos colaboradores más aparte del propio novelista) ha hecho todo para trascenderlo, y el todo del cineasta nacido en Parma es mucho. La presentación en imagen, sin subrayados ni tópicos, de Lorenzo, el muchacho "con trastorno narcisista" ajeno a los compañeros de su colegio y absorto en sus cascos, es refinada y elocuente: su pelo es su defensa, y su estado ideal el de crisálida, envuelto en los visillos mientras la madre, sin saberse escuchada, habla por teléfono de su problemático hijo. El motivo del incesto, tan recurrente como el de la claustrofilia, tiene en ‘Tú y yo' dos manifestaciones peculiares. Lorenzo no desea a su madre ni a su hermana; la fantasía sexual que le cuenta a la primera en la escena del restaurante, logrando escandalizarla, no pasa de ser el ‘familienroman' de un neurótico que, teniendo 14 años y siendo de hoy en día, adquiere tintes de ciencia-ficción. La belleza, el desarreglo, el pelo suelto y el cuerpo desnudo de su medio-hermana sin duda le atraen, más como símbolo de otra vida posible que como gratificación sexual. De ahí que, en la mejor escena de la película, su baile agarrado de una versión italiana casi irreconocible pero bastante encantadora de la gran canción de Bowie ‘Space Oddity', la danza es el rito de paso de unos seres perdidos a los que la cercanía, el espacio cerrado y la música redime, al menos momentáneamente. Y Bertolucci es tan gran artista que incluso cuando -en una caprichosa e inexplicable secuencia onírica- ensaya una chillona coreografía paterna, consigue la calidad grotesca que su cine (y esto a veces se olvida) ha mostrado intermitentemente: por ejemplo en otra de sus grandes obras más infravaloradas del período anterior a Hollywood, ‘La historia de un hombre ridículo'.
Qué suerte que el cineasta convenciese al novelista de cambiar el final de la verídica historia, algo a lo que Ammaniti se negaba. Así el espectador de la película que no conozca la novela se ahorra la moraleja y el epílogo trágico. Olivia no muere de sobredosis aquí, aunque el desenlace, un aparente ‘happy end', nos inquieta y conmueve más como lo presenta Bertolucci: separando sin futuro a los dos hermanos satisfechos y congelando el rostro de Lorenzo en un declarado homenaje al último plano de ‘Los cuatrocientos golpes' de Truffaut, otra fábula de un adolescente encerrado que sale al mundo real sin saber lo que va a encontrar.

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24 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más difícil todavía

Como en el circo, el debate sobre la independencia de Cataluña nos ofrece cada día imaginativas piruetas argumentales que responden al célebre lema 'más difícil todavía' y provocan entusiastas aplausos y lógicas exclamaciones de admiración de propios y extraños. La última contorsión sirve para demostrarnos la obligada e inevitable permanencia de una Cataluña independiente en la Unión Europea, de otra parte tan lógica para un país que ya era europeísta antes que todos los otros y antes incluso de que se hubiera inventado el europeísmo.

El razonamiento funciona como sigue. Los catalanes deciden o se autodeterminan colectivamente y declaran su independencia de España. Como consecuencia, tal como han aclarado al menos dos comisarios bruselenses y un portavoz del Parlamento Europeo, el nuevo Estado catalán queda fuera del euro y de la Unión Europea. Pero inmediatamente y sin dilación alguna, el Gobierno catalán mantiene la circulación del euro y, a la vez, reivindica los derechos de los catalanes como ciudadanos europeos, condición que nadie puede quitarles.

Vamos a ver cómo se ha producido el milagro. Respecto al euro, no hay secretos, si lo hacen Andorra y Mónaco, Ciudad del Vaticano o Kosovo y Macedonia también puede hacerlo Cataluña. Ahora no tiene representantes en el BCE y entonces tampoco los tendrá, dicen los contorsionistas más audaces. No importa que sean otros quienes hagan la política monetaria, fijen los tipos de interés y le den o no a la maquinilla y otras zarandajas sin importancia. Luego, como ciudadanos, colectivamente los catalanes se van de la UE para poder ser independientes de España, pero individualmente permanecen en la UE gracias a que se les autoriza la doble nacionalidad y a que siguen siendo por tanto ciudadanos españoles.

Con el euro gobernado desde fuera y la ciudadanía europea garantizada por las autoridades españolas desde dentro, alguien podría albergar alguna duda sobre la superioridad de una independencia así concebida respecto al actual autogobierno. Disipémosla inmediatamente. No hagamos caso a este tipo de pensamiento negativo, propio de la política del miedo. En todo caso, queda demostrado que 'todo es posible' y que no hay obstáculos cuando la voluntad y el sentimiento popular acompañan. La intensidad y la extensión del deseo obran prodigios.

No importa si para estar en la UE e incluso permanecer en el Espacio Económico Europeo, como Noruega o Suiza, se requiere la unanimidad y el voto de España, pues con seguir siendo españoles sin que lo sea Cataluña quedamos en paz. Uno de los geniales acróbatas que ha defendido estos argumentos asegura que con acuerdos comerciales bilaterales se conseguirá incluso obtener todas las ventajas del mercado único.

Finalmente, queda el argumento más tumbativo. A la UE y a las grandes empresas no les interesa que Cataluña quede fuera y menos todavía que aparezca un obstáculo arancelario y aduanero entre Francia y España. Estamos a un paso de una colosal conclusión: en Madrid todavía no lo saben y siguen resistiéndose, pero también a los españoles como al resto de los europeos les interesa hasta tal punto entenderse bien con los catalanes que terminarán aceptando la independencia y su pertenencia al euro y a la Unión Europea, aunque sea bajo unas condiciones tan curiosas como las antes mencionadas. Todo esto ya lo supo ver con notable antelación al sabio Francesc Pujols en su preclara sentencia: llegará un día en que los catalanes lo tendrán todo pagado. Esta es una operación redonda, que solo tiene ventajas para todos y el único reproche que merece es que no hayamos descubierto antes este camino de rosas que nos espera. Van a respirar en Madrid en cuanto calibren las ventajas de estar sin estar y de independizarse conservando la ciudadanía española. ¡Haberlo dicho antes, hombre! ¡No había para tanto!



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23 de septiembre de 2013
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La crisis, las abejas y el Papa

Hay datos concluyentes de que estrenamos una nueva era. Y no sólo por los archiconocidos argumentos de cambios de paradigma. Ocurren a diario transformaciones que nos mantienen en vilo, cada vez más habituados al sobresalto. Frente a la desconfianza de los cínicos que nunca han creído que los lazos de la fraternidad humana sean naturales, sino producto del interés común, aflora una nueva sensibilidad. O mejor dicho, una transformación ética que promueve otros baremos para medir el valor de lo tangible y lo intangible bajo unos criterios bien distintos a la lógica capitalista del sistema de precios. Hoy, incluso la supervivencia de las abejas se ve amenazada (gran tema que hace unas semanas publicaba Time en portada, alertando sobre el uso de pesticidas y sobre todo dibujando un mundo donde cada vez se plantan menos flores). Una excelente metáfora sobre estos tiempos la que planteaba la revista al aventurar que habrá que crear abejas robóticas porque la tercera parte de los alimentos humanos son polinizados por abejas, según la Wikipedia; y su labor representa quince mil millones de dólares de valor en los cultivos, según Time. Las alternativas para suplir lo que se extingue a menudo pasan por la deshumanización, como el polen de acero frente a los enjambres naturales que tantas veces han representado el trabajo en equipo y la organización de grupo. Las colmenas abandonadas a causa de la amenaza de los pesticidas simbolizan el éxodo, interior y exterior de una sociedad cada vez más empobrecida. No sólo la bancarrota de los estados provoca un cambio de actitud; una demanda casi histérica de protección se multiplica frente al desplome del Estado del bienestar: educación, sanidad, pensiones… Y parecen razones suficientes para neutralizar la sociofobia que ha permanecido en tantos discursos liberales. Lo analiza con hallazgos César Rendueles en Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. (Capitán Swing). “Un sistema económico basado en un arrogante desprecio por las condiciones materiales y sociales de la subsistencia humana está condenado a caer en un proceso autodestructivo cuya única finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse”, afirma el autor. Las medidas urgentes que penalizan a la ciudadanía, ahora esos 33.000 millones de recortes en pensiones, evidencian de nuevo que los discursos sobre la austeridad son de cartón piedra, y que la dignidad es un valor perdido. Hubiera querido dedicar esta columna a las palabras sinceras, diferentes, revolucionarias, del papa Francisco. Al significado de los puentes que tiende para combatir las distancias sociales y las exclusiones. Y al final he escrito sobre abejas y sociofobias. Pero basta terminar con una frase suya que debería de convertirse en nuevo mandamiento universal: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. (La Vanguardia)

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23 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Elecciones plebiscitarias

Angela Merkel ha salido realmente plebiscitada de las elecciones alemanas. Con un 42% de los votos y una participación en alza respecto a 2009, la canciller ha recibido un rotundo aval a sus políticas por parte del electorado que la sitúa, a falta de que termine el recuento, en el filo de una excepcional mayoría absoluta. Su campaña ha sido todo lo contrario a la trepidación y la polarización de los plebiscitos. Plana, aburrida, centrada en detalles marginales, con una ausencia clamorosa de la idea europea, pero personalizada en su imagen de enérgica y fiable administradora de la economía doméstica. Plebiscitaria en sus resultados aunque no lo haya sido en su planteamiento.

No hace elecciones plebiscitarias quien quiere sino quien puede. Y la canciller Merkel ha podido, situándose con su horizonte de doce años en el poder en lo alto de la tabla en la historia de los cancilleres de la actual república, junto a los padres fundadores, Konrad Adenauer que lo fue de la república de Bonn, 14 años en la cancillería, y Helmut Kohl, de la república unificada, 16 años en el primer despacho ejecutivo. Este emplazamiento especial la habilita a su vez, al menos teóricamente, para constituirse en fundadora alemana del euro definitivamente gobernado y de una UE que acometa finalmente la unión política.

El nuevo mapa electoral nos habla tanto de las preferencias del electorado como de las características de la propia canciller. Su capacidad para gobernar desde el centro y para absorber los programas de los otros partidos es letal para las fuerzas que se asocian a ella, socialdemócratas y liberales sucesivamente, pero incluso lo es también para quienes hacen oposición, Verdes y Alternativa para Alemania. Merkel no deja rincón por barrer. En esta ocasión, además de llevarse los votos, deja en su porción congrua y fuera del Bundestag a los liberales y a los antieuropeos, garantizándose así las manos libres para emprender la gran coalición con menos hipotecas.

El reto de Merkel, encomendado en silencio por su electorado, es que complete la gobernanza del euro y culmine la Europa política. Y que lo haga cumpliendo su promesa, de que mientras viva, solange Ich lebe, no habrá eurobonos ni mutualización de la deuda. La solidaridad deberá pagársela cada uno, tal como han entendido perfectamente los holandeses.

Alcanzar un mínimo de doce años en el poder, asignados desde ayer por las urnas, y con la amplia base que le proporciona el mejor resultado de su partido desde 1957, es suficiente para culminar la tarea que ya empezaron los socialdemócratas con Schröder, mientras ella estaba en la oposición, y que luego continuó al asociarse con ellos en la gran coalición de 2005 a 2009.

El sistema político, incluyendo la ley electoral, está pensado para la estabilidad y no ha hecho más que fabricar estabilidad en sus 64 años de vida: ocho cancilleres, a un promedio de ocho años cada uno y con un uso muy frecuente de las fórmulas de coalición, hijas del consenso y fábrica de consenso ellas mismas. El senado federal en el que están representados los Länder es parte de esta fábrica de estabilidad, porque incluso con una mayoría absoluta Merkel necesita el acuerdo de la segunda cámara federal, donde no tiene mayoría. Las elecciones también plebiscitan la estabilidad política, en dirección contraria a las tendencias que sufre en resto de Europa.



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22 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuestión de libertad y cultura

El otro día tuvo una reencarnación esperanzada el viejo brindis de catalanizar España y viva Cartagena. Hasta donde tengo apuntado, el primero que lo entonó fue Unamuno, en el artículo La crisis actual del patriotismo español, publicado en la revista “Nuestro Tiempo” de Madrid, en diciembre de 1905, justo un mes después del avance electoral de los concejales de la Lliga. Decía Unamuno:
Aquí entra el examinar lo que, tanto el catalanismo, como el bizkaitarrismo, tienen de censurable.
Lo malo de ellos es su caracter de egoísmo y de cobardía. En vez de ser defensivos debían hacerse ofensivos.
“España se hunde —me decía un catalán catalanista— y nosotros no queremos hundirnos con ella, y como no queremos hundirnos, hemos de vernos precisados a cortar la amarra.” Y le contesté: “No; el deber es tirar de ella y salvar a España, quiera o no ser salvada. El deber patriótico de los catalanes, como españoles, consiste en catalanizar a España, en imponer a los demás españoles su concepto y su sentimiento de la patria común y de lo que debe ser ésta; su deber consiste en luchar sin tregua ni descanso contra todo aquello que, siendo debido a la influencia de otra casta, impide, a su convicción, el que Españaentre de lleno en la vida de la civilización y la cultura.”
Entre Castilla y Cataluña ha habido un lamentabilísimo y vergonzoso pacto tácito. La primera ha sido tributaria económica de la segunda, a cambio de que ésta sea tributaria política de ella, y siempre que los Gobiernos radicantes en Castilla e influidos por el ambiente castellano, han cedido a las exigencias económicas de Cataluña, o más bien de Barcelona, los catalanes, distraídos en su negocio, no se han cuidado de imponer en otros órdenes de la vida su manera de sentir ésta. Han vendido su alma por un Arancel.
Cada hermano tiene el deber fraternal de imponerse a sus hermanos, y, cuando se siente superior a ellos, no debe decir: ‘¡ea! Yo no puedo vivir con vosotros y me voy de casa’, sino que debe decir: ‘¡se acabó! Aquí voy a mandar yo”, y tratar de imponer su autoridad, aunque por tratar de imponerla le echen de casa. Cada una de las castas que forman la nación española debe esforzarse porque predomine en ésta y le dé tono, carácter y dirección el espíritu específico que le anima, y sólo así, del esfuerzo de imposicion mutua, puede brotar la conciencia colectiva nacional.
Pero cuando, en mayo de 1906, fue Unamuno a Barcelona a brindar in situ por la catalanización española, no le debieron de hacer caso y volvió disgustado al yermo salmantino. A su fiel discípulo Zulueta le escribió mencionando la “jactancia insultante y provocativa” de los catalanes y le explicó: “Mi viaje a Barcelona ha contribuido a entristecerme. Me ha arrebatado una última ilusión. Hoy creo en Barcelona menos que en Madrid, y cada día que pasa, menos. Aquello no es serio. Y luego no toleran la contradicción, y al que no les dice lo que querían que se les dijese lo declaran memo o poco menos.”
El 19 de marzo de 1910, Baroja probó a lanzar el brindis en los discursos de un banquete-homenaje a Lerroux que se celebró en un tinglado del muelle, al lado de Sota Muralla. Baroja se presentó como embajador de los radicales madrileños, llegado en adhesión y pleitesía a Lerroux, su señor natural. Elogió Barcelona como urbe del porvenir y la voz de Cataluña como la más autorizada para guiar las esperanzas españolas, siempre y cuando no cantase ideales de exclusivismo ruin sino, como lo hizo en el tiempo de Prim y Pi y Margall, de expansión generosa. Era una paráfrasis mitinera de la idea redentora de catalanizar España que Unamuno expresó cuatro años antes. 
 
Después, Baroja se sintió retado por la las reseñas que hizo del acto la prensa catalanista, en especial por el artículo Demanda de Màrius Aguilar, que apareció el 23 de marzo, en "El Poble Català", donde se hacía alusión al artículo de Baroja El problema catalán. La influencia judía, publicado en "El Mundo" el 15 de noviembre de 1907, que culminaba:
El catalanismo es un problema de sentimiento más que un problema político. Tiene el carácter judaico que se encuentra actualmente en la política de casi todos los países por el triunfo de la raza israelita, que ha salido de todas las prenderías, traperías y casas de préstamos a conquistar el mundo. 
 
 Aguilar se refería a ese artículo al decir:
En Baroja, com no s'assembla a ningú literariament, també es distint en els seus atacs a Catalunya. No cerca una esquerda ont clavar la ploma, no garbella virtuts y defectes. Ens nega en bloc. Som jueus. No servim més que pera vegetar darrera els taulells, despatxant a la menuda. Si fem art o política o ciencia, són com els dels jueus un art, una política, una ciencia hàbils, molles, lucratives. En Baroja, agfant el mall preconisat per en Nietzsche, copeja sobre Catalunya y la troba buida. Un esperit així, puntxant, negre, negre mate, malabarista, d'un "je m'en fichisme" agresiu, pot trencar la nostra quietut espiritual, encara que no sigui m'es que durant una setmana. Ell, desde'l lloc de les definicions catalanistes, que'ns negui, que'ns maltracti, que'ns burxi en l'ànima. ¿Massoquisme intelectual, dieu? No, no, res d'artificialitats snobistes. En Baroja hi posaria verí en la seva paraula. Jo li demano que n'hi posi. Perqué estem mancats de passió, de verí. Y es el verí lo que fa marxar a la vida.
 
Baroja se negó a conferenciar en el Ateneo, conforme le invitaron el propio Aguilar y Oriol Martorell, porque creyó que allá le prepararían una encerrona, y escogió para su respuesta la Casa del Pueblo —"siendo yo radical, es más lógico que estas cuartillas se lean en la casa del partido, en la Casa del Pueblo"—, donde en efecto una semana después del mitin, el 25 de marzo de 1910, Baroja leyó sus Divagaciones acerca de Barcelona:
Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad, yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado […]
Yo veo aquí una porción de mentiras acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma, y de Cataluña con relación al resto de España.
Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.
A mí, Cataluña me da una impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas.
[…] Es muy posible que no haya problema y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.


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22 de septiembre de 2013
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