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Encerrados sin un solo juguete

Por 24 de septiembre de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Da un gran placer salir a la calle al fin de la proyección y llevarle la contraria al curso de la historia del cine, que en los últimos cien años no ha parado de oír la misma frase del público: "la película no está mal, pero me gustó más la novela". La novela de Niccolò Ammaniti carece de sustancia y de literatura, y Bertolucci le ha dado densidad: inspiración y estilo. El libro y el film, titulados en italiano ‘Io e te’, han permutado sus pronombres en castellano, primero en la edición de Anagrama y ahora en la pantalla; quizá suene mejor la permuta de la traducción, pero el ‘yo’ en primer lugar no es caprichoso. Pocas películas hay tan egotistas.
‘Tú y yo’ empieza con una mancha de pelo en el centro del fotograma; una escuálida figura masculina escucha con la cabeza agachada un pequeño sermón benevolente, el de un psicólogo que va en silla de ruedas, como el propio cineasta desde que hace ocho años fuese víctima de un grave error médico en una operación de columna. El pelo crespo pertenece a Lorenzo, un colegial de 14 años que interpreta con expresivo rostro cuajado de acné el debutante Jacopo Olmo Antinori. Hasta que alza los ojos para responder al psicólogo, el pelo de Lorenzo tiene algo salvaje, y poco después su madre (Sonia Bergamasco) le insta a que se lo corte; el chico siempre lo lleva despeinado. Cuando Olivia, su hermana de padre (Tea Falco, extraordinaria actriz revelación), irrumpe en el sótano donde trascurre la mayor parte del film, el pelo vuelve a ser una enseña: una extraña figura sombría se mueve rápida, mientras oímos su voz, femenina y siciliana, y la sombra parece envuelta en la negra piel de un animal sintético. Se trata de su abrigo largo y negro, que hace contraste con su hermoso pelo rubio; en una discusión sobre la madre del niño, Olivia se lo suelta de golpe, y los cabellos caen en una lluvia de oro. Dos entidades capilares en desorden.
Bertolucci ha hablado de su ‘claustrofilia’ cinematográfica. Sin remontarse al título que le dio más fama, ‘El último tango en París’, con su desgarrada historia de amor en un piso vacío provisto de productos lubricantes, sus dos últimas obras, ‘Asediada’ (‘Besieged’, 1998) y ‘Soñadores’ (‘The Dreamers’, 2003), eran películas de cámara, la primera situada casi íntegramente en las distintas plantas de un edificio algo dilapidado de la Roma histórica donde se encuentran un músico y una africana exiliada sirvienta por horas, y la siguiente -que abordaba además un tema muy ‘bertolucciano’, el incesto- centrada en la fantasía cinefílica de dos hermanos gemelos, chico y chica, que eligen a un guapo y púdico norteamericano como cómplice del deseo y el desafío a los límites. El sótano de ‘Tú y yo’, más reducido de espacio y sin apenas salidas al exterior, cobra en esta fiel adaptación atmósfera y carácter, y así la pobreza de la historia original se hace menos inconsistente. Y aunque el film recorta el papel del personaje más sugestivo de la novela, la abuela hospitalizada, Bertolucci le da a la escena de la despedida del nieto, muy reducida, el tono justo (gran actriz Verónica Lazar).
Apasionante como es, ‘Tú y yo’ no iguala la magnitud de concepto, la sutileza y el hechizo formal de ‘Asediada’ y ‘Soñadores’, dos obras maestras destacadas entre lo mejor de la filmografía de Bertolucci, lo que significa, al menos en mi opinión, lo mejor del mejor director vivo. Era difícil enaltecer la debilidad de la materia argumental y sentimental de Ammaniti, pero el realizador (que firma el guión con dos colaboradores más aparte del propio novelista) ha hecho todo para trascenderlo, y el todo del cineasta nacido en Parma es mucho. La presentación en imagen, sin subrayados ni tópicos, de Lorenzo, el muchacho "con trastorno narcisista" ajeno a los compañeros de su colegio y absorto en sus cascos, es refinada y elocuente: su pelo es su defensa, y su estado ideal el de crisálida, envuelto en los visillos mientras la madre, sin saberse escuchada, habla por teléfono de su problemático hijo. El motivo del incesto, tan recurrente como el de la claustrofilia, tiene en ‘Tú y yo’ dos manifestaciones peculiares. Lorenzo no desea a su madre ni a su hermana; la fantasía sexual que le cuenta a la primera en la escena del restaurante, logrando escandalizarla, no pasa de ser el ‘familienroman’ de un neurótico que, teniendo 14 años y siendo de hoy en día, adquiere tintes de ciencia-ficción. La belleza, el desarreglo, el pelo suelto y el cuerpo desnudo de su medio-hermana sin duda le atraen, más como símbolo de otra vida posible que como gratificación sexual. De ahí que, en la mejor escena de la película, su baile agarrado de una versión italiana casi irreconocible pero bastante encantadora de la gran canción de Bowie ‘Space Oddity’, la danza es el rito de paso de unos seres perdidos a los que la cercanía, el espacio cerrado y la música redime, al menos momentáneamente. Y Bertolucci es tan gran artista que incluso cuando -en una caprichosa e inexplicable secuencia onírica- ensaya una chillona coreografía paterna, consigue la calidad grotesca que su cine (y esto a veces se olvida) ha mostrado intermitentemente: por ejemplo en otra de sus grandes obras más infravaloradas del período anterior a Hollywood, ‘La historia de un hombre ridículo’.
Qué suerte que el cineasta convenciese al novelista de cambiar el final de la verídica historia, algo a lo que Ammaniti se negaba. Así el espectador de la película que no conozca la novela se ahorra la moraleja y el epílogo trágico. Olivia no muere de sobredosis aquí, aunque el desenlace, un aparente ‘happy end’, nos inquieta y conmueve más como lo presenta Bertolucci: separando sin futuro a los dos hermanos satisfechos y congelando el rostro de Lorenzo en un declarado homenaje al último plano de ‘Los cuatrocientos golpes’ de Truffaut, otra fábula de un adolescente encerrado que sale al mundo real sin saber lo que va a encontrar.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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