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Ventajas del olvido

La exploración de la propia biblioteca es siempre gratificante. Qué voy a empezar a leer hoy es la pregunta que pone fruición en mis dedos mientras buscan tocando los lomos de los libros. Y hoy me digo: Vladimir Nabokov, este tomo de cuentos que tantas veces he pasado por alto porque siempre me ha vencido el gusto por sus novelas, desde aquella primera que leí en mis años de Berlín, Risa en la oscuridad, la maestría de lo trágico, o la sin par Lolita, no por tan aclamada y tan filmada menos obra maestra.
Me lo llevo triunfante, ya atardece, es la hora en que siempre empiezo a leer, salgo al jardín rumbo al corredor en busca del sillón, siempre hay un viejo sillón preferido cuando de libros se trata, y ahora doy inicio al rito de revisar tapa, contratapa, solapas, y por fin voy al índice.
Cuando leo un libro de cuentos no siempre empiezo por el primero, siguiendo el orden en que vienen en el índice, porque leer al azar es parte de la delicia que aguarda solapada. Dejarse seducir por los títulos más atractivos, o en todo caso hacer una exploración a ciegas como quien se abre paso en un bosque donde nunca antes se ha puesto pie. ¿Pero si los árboles están ya marcados, como hacen los leñadores con aquellos que van a ser derribados?
Porque otra de mis costumbres es calificar cada uno de los cuentos con asteriscos, de uno a cinco asteriscos puestos al lado de cada título en el índice con lápiz de grafito, según el grado en que me hayan gustado. Si hay asteriscos, por allí ha pasado ya el leñador. Y advierto con susto que allí están los asteriscos en el libro de cuentos de Nabokov.
¿Cómo puede ser el olvido tan solapado y pertinaz? Pero entonces, en lugar de devolverlo a su lugar y buscar otro, me propongo una relectura. Nabokov siempre vale la pena. Y ensayo una especie de azar. Ignorando el índice donde han quedado las marcas de hace tiempo, y como quien baraja un naipe, empiezo por el primero que encuentro.
O vuelvo a los árboles marcados, y ateniéndome a mis propias calificaciones de antaño elijo los que entonces me parecieron los mejores, los que tienen cinco asteriscos; o, al revés, los que sólo tienen dos, o uno.
Al volver a los de cinco asteriscos, compruebo si los cuentos se sostienen o no; si aquella vez me deslumbró alguno de ellos fue porque cada lectura tiene su momento; y pesa la edad que uno tenía entonces, la exaltación o la melancolía. Y en los que fueron pobremente calificados, quizás algo se me quedó oculto y es tiempo de subirles la calificación, un acto de justicia íntimo que nadie más conocerá.
La verdad es que no estoy haciendo una relectura sino una nueva lectura, porque no recuerdo una sola palabra, nada que me guíe en aquel bosque oscuro de árboles marcados, ni descripciones, ni frases, ningún atisbo del argumento. Pero al volver al índice y revisar las calificaciones, me alegro de que el lector de ayer siga siendo el mismo de hoy, ése que hace años se encontró con la maestría de Nabokov y hoy vuelve a reconocerla intacta.
Aunque una sensación de impaciencia y molestia conmigo mismo me domina a medida que voy releyendo, o leyendo, para mi consuelo Nabokov viene en mi auxilio: "Es curioso", dice, "uno no lee un libro, sólo lo puede releer. Un buen lector, un lector de verdad, y activo y creativo, es un relector".
Y me digo que soy un animal que olvida lo que come pero de todos modos se nutre, todo va al torrente sanguíneo de la escritura, y que olvidar tiene la ventaja de que el deleite de leer viene a ser doble.

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18 de septiembre de 2013
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Los diez grandes

Esta lista me la pidió Letras Libres para su número especial de verano. No son, naturalmente, los mejores libros de mi historia de la literatura, sino los más importantes, según la definición que da del adjetivo el diccionario ideológico de Casares: "Dícese de lo que principalmente importa, conviene o interesa para algún fin". Así que la doy por orden de aparición en la escena de mi vida.

 

1. Casa de muñecas de Ibsen, en un volumen heredado de mi abuelo paterno que leí en 4º de bachillerato. Al portazo de Nora no le vi la trascendencia hasta que me hice mayor, pero la obra me aficionó para siempre al teatro.

2. Esperando a Godot, un año o dos después, en una traducción de la revista Primer Acto. Me aprendí el brevísimo papel del Chico que interpreté en una lectura dramatizada de los amigos cultos de mi hermano, en la trastienda de una farmacia alicantina. No la entendí y no la entiendo ahora. Del gran Beckett siempre me ha gustado más el teatro que la novela.

3. Las flores del mal en el original y, para las dudas del alejandrino consultando la versión de Eduardo Marquina, que no estaba nada mal. Su lectura coincidió con mi pérdida de la fe cristiana, que no hay que achacarle a Baudelaire.

4. Las entonces Poesías completas (en 1965, cuando las compré al llegar a Madrid) de Aleixandre. Contenía libros fundamentales, pero aún estaban por publicarse Poemas de la consumación  y  Diálogos del conocimiento.

5. Ficciones de Borges. O sea que era posible escribir así, entre géneros, entre lenguas, entre la erudición y la broma.

6. Volverás a Región de Juan Benet leída en la ‘mili'. Sin comentarios.

7. Luces de bohemia de Valle Inclán, que tardé en ver representada y por eso me pareció durante muchos años la mejor novela de su tiempo.

8. El hombre sin cualidades de Musil, esperando ansiosamente que fuesen apareciendo sus entregas en la edición de Seix Barral.

9. Elegías duinesas de Rilke, traducidas por Ferreiro Alemparte en el volumen de Rialp. Pocos libros tengo más subrayados.

10. Cuentos góticos de Isak Dinesen, de quien todo me gusta: sus relatos, sus memorias, su pequeño teatro, sus andanzas, su casa, su tumba.

 

Apéndice tramposo. Cuando había cumplido los treinta y pensaba que mi formación básica tenía ya fundamento, faltaban por llegarme las obras que más me han importado, convenido e interesado para mis fines literarios de la madurez, si es que la palabra no es presuntuosa: las Collected Plays de Shakespeare, leídas (y comprendidas, espero) una por una en dos lluviosos inviernos de Oxford, y, más recientemente, poco a poco, los doce volúmenes de los Complete Tales de Henry James al cuidado de Leon Edel, estudioso y biógrafo del maestro a quien  -descubrí con alborozo-  muchos de los cuentos le gustan menos que a mí.  

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17 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 10

...Realmente el azar

 

Evocaba en la columna anterior la tesis aristotélica según la cual el aparente azar se reduce a una intersección de variables que ignoramos. Entre varias posibilidades parece que el resultado es aleatorio, sólo parece...Una moneda arrojada al aire tiene para nosotros cincuenta por ciento de probabilidades de salir car o de salir cruz, pero sólo para nosotros. En realidad el azar sería tan sólo la medida de nuestra ignorancia. Antes de caer la moneda tiene la potencialidad de caer cara o cruz, pero el paso de la potencia al acto (o bien cara, o bien cruz ) estaría regido por variables que se nos escapan.
Pues bien: el carácter meramente potencial de una pluralidad de resultados cuánticos (eventualmente sólo dos para conservar la analogía con el cara o cruz de la moneda) tiene más radicales implicaciones ontológicas.
Arrojamos al aire un conjunto grande de monedas. Sabemos a priori (y ello es mucho saber) que más o menos la mitad darán cara y la mitad cruz (el resultado mitad- mitad tenderá a ser exacto en la medida en que el número de monedas arrojadas se incrementa). ¿Qué sucede cuando consideramos una a una cada moneda? ¿Caerá cara o caerá cruz? La respuesta es que entonces nada sabemos. ¿Y por qué no lo sabemos? Hay dos posibilidades: o somos ignorantes, o no cabe saberlo.
La hipótesis de la ignorancia significa considerar o bien que las monedas no han sido arrojadas en las mismas condiciones (la dirección del impulso difiere, el medio en que se elevan no es el mismo etcétera), o bien que pese a ser aparentemente idénticas, en realidad las monedas difieren por rasgos que nos son desconocidos: no siendo todas ellas iguales sino divididas en dos grupos meramente similares, es lógico que unas se comporten de una manera y otro se comporten de otra.
La hipótesis de que no cabe saberlo, única que podemos sustentar en base a la interpretación canónica del formalismo cuántico (sustituyendo ciertamente monedas por fotones y cara-cruz por fotón que pasa el filtro de un polarizador o no lo pasa), implica afirmar que en el paso del ser en potencia (se halla en potencia de resultado cara y en potencia de resultado cruz) al ser en acto, hay una efectiva parte de azar puro. El ser en potencia que aquí impera es, como Aristóteles indicaba, situación matriz de un proceso o movimiento, del que el acto es consecución pero, a diferencia de lo que El filósofo sostiene, de este proceso y de su resultado no hay causa determinante, ni intersección de multiplicidad -eventualmente infinita- de causas...No hay causas determinantes, porque simplemente no cabría que las haya, al menos si las previsiones y descripciones de esa disciplina fundamental de nuestro tiempo que la mecánica cuántica son aceptadas.
Como decía todo esto será retomado como problema focal en el que confluyen casi todos los problemas metafísicos. En las próximas columnas abordaremos pues asuntos previos. Por hoy un último apunte:
El físico D. T. Gillespie escribe en un magnífico texto: "una medida nos dice mucho más acerca del estado del sistema inmediatamente después de la medida, que del estado del sistema antes de la medida". Cabe decir que el investigador hace previsiones, no exactamente sobre la realidad que a él le es dada sino sobre la realidad que él mismo forja. En suma:
No cabe sostener que la naturaleza tiene una estructura totalmente independiente de nuestra intervención sobre la misma (caracterización del realismo por el físico Lee Smolin en fecha tan relativamente reciente como es 2007) si resulta que hay en la naturaleza azar real, dado que éste parece incompatible con el concepto mismo de estructura. Ciertamente la tentación del "sentido común" retorna. Dado que el observador científico es un hombre, y el hombre un contingente fruto de la evolución natural ¿como hacer de ese hombre que es observador una condición de la naturaleza? El argumento es de peso, pero no definitivo. Pues la realidad objetiva del hombre no tiene más derecho a escapar a la paradoja de la objetividad que la realidad objetiva del fotón. Pues sólo el hombre mismo determina su ser resultado de la evolución, haciéndolo hoy además no de manera especulativa sino con medios técnicos de extremada sofisticación puestos al servicio de la genética, convertida a su vez en indispensable instrumento para los fines de la paleontología y la antropología. No hay manera de saltarse el sujeto, y en tal sentido recordaba arriba la conveniencia de rehacer una vez más la aventura cartesiana.
 

______________

(1)  Para dar un ejemplo algo más preciso, consideremos el caso simple de la polarización de la luz, ateniéndonos para los intereses del ejemplo a la circunstancia en la que la luz debe ser considerada un conjunto discreto, un monto de fotones. Pido al lector que refresque la noción de polarización y en cualquier caso acepte que, tras la situación descrita en el próximo párrafo, dado un conjunto de fotones podemos preguntarnos respecto a cada uno de ellos si pasara o no pasará el filtro que supone el polarizador, al igual que para un montón de monedas podríamos hacer la pregunta de si saldrá cara o cruz para cada una de ellas.
Sea una emisión de considerable intensidad, polarizada en un ángulo alfa respecto al eje horizontal-vertical. La luz tiene en suma una polarización que es superposición de la polarización horizontal H y la polarización vertical V. Supongamos en estas condiciones que hay un polarizador orientado en dirección horizontal. Tenemos una fórmula probabilística que permite hacer una previsión sobre la proporción de luz que pasará el filtro constituido por el polarizador y la que será rechazada, es decir tenemos una previsión de cual será el comportamiento efectivo de un número grande de fotones. Si el ángulo alpha fuera de 45 grados la previsión sería que aproximadamente la mitad de los fotones pasarían. Pues bien, en estas circunstancias se da un problema mil veces formulado:
¿Qué sucede cuando consideramos en particular uno sólo de los fotones del monto?; ¿ pasará el filtro o no lo pasará? La respuesta es que no lo sabemos; para nosotros es totalmente aleatorio, no hay fórmula previsora de lo que acontecerá a un fotón. De hecho uno de ellos pasa y otro que consideramos inmediatamente después quizás no.

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17 de septiembre de 2013
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Uno de cada cinco

Hay historias de familia que se graban en la médula del ser como hierro caliente. Moldean ya no la personalidad o la conducta, sino algo que va más allá: llamémosle alma, inconsciente, disco duro. Perolos asuntos de familia no dan para demasiados titulares. Porque el ámbito privado ha merecido siempre una sagrada inviolabilidad, hasta que estalla en catarsis o se enquista para siempre. Este verano he leído algunos libros que por un lado paladean y por otro se enfangan en la edad de la inocencia. Desde ?El vino de la juventud? de John Fante, en el que recuerda su pálpito cuando halla en un baúl una foto de su madre, aún joven y bella pero ?en la cocina estaba mi madre, prisionera entre cazos y sartenes; una mujer que ya no era la encantadora mujer de la fotografía?; hasta el arrollador y adictivo ?Nada se opone a la noche?, en el que la prosa de Delphine de Vigan fondea en una compleja historia de familia que demuestra cómo el primer sabor a veces amargo de la infancia se adhiere, imperturbable, al resto de la vida. El discurso de los niños siempre ha sido secuestrado por los adultos. Nosotros le ponemos palabras, registramos sus simbologías, observamos sus proyecciones y buscamos el significado de sus lágrimas. Pero permanece oculta una realidad acerca de la cual ellos carecen de voz para que emerja, y que aún no forma parte del discurso de los adultos: la realidad de los abusos. Puede que este titular reciente sea menos nuevo de lo que imaginamos: ?el 90% de los abusos sexuales a menores son cometidos por miembros de la familia?, o este otro: ?uno de cada cinco niños es víctima de la violencia sexual, incluida la violación antes de los 18 años?. Lo difunde la campaña del Consejo de Europa contra la violencia sexual sobre niños, niñas y adolescentes puesta en marcha hace tres años. En España, a través de la FAPMI ?la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato infantil- se insta a los mayores a convertirse en agentes de prevención, y a concienciarnos de nuestro compromiso ante esa lacra mucho más apegada a la condición humana de lo que suponíamos. Desde denunciar una web nociva o bien educar previniendo y creando entornos poco intimidantes en base a una regla básica: ?los secretos buenos les hacen felices, los malos no?. Hasta bien entrada la democracia en España, a partir de los ochenta, no se empezó a adquirir conciencia de que los asuntos de malos tratos a mujeres en el domicilio conyugal tenían que ver con la violencia, y no con la pasión. Con el abuso de poder del más fuerte sobre el más débil. Y con el sometimiento propio de aquellos que confunden el amor con un perverso asunto de propiedades. En el caso de la violencia, y concretamente de la sexual contra los pequeños, la mala noticia es ése ?uno de cada cinco?, y la buena, que nuestra sociedad parece ya lo suficiente madura para afrontarlo sin más prórrogas.

(La Vanguardia)

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16 de septiembre de 2013
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Apoteosis de un famoso pícaro

No debía de ser fácil, en la Sevilla de 1547, venir considerado como descendiente de un judío que ha abrazado el cristianismo con la intención de sobrevivir o medrar en sociedad. Los conversos, los célebres criptojudíos del barroco español, fueron en buena medida los artífices de nuestra mejor cultura. Debieron formar una élite consciente de su valía y quizás con razón se consideraban superiores a los cabestros que mandaban entonces y que les hacían la vida imposible. Es, en todo caso, asunto muy disputado. Sus defensores, el histórico Américo Castro y el actual Juan Goytisolo, tienen sus contradictores, pero los argumentos a favor de un numeroso grupo de intelectuales y escritores de ascendencia judía son sólidos.

Tal era la condición de uno de los más grandes escritores españoles, Mateo Alemán, y no el mejor conocido. Hijo de un cirujano de la Cárcel Real de Sevilla (oficio en sí mismo frecuente entre los judíos), se discute sobre quiénes fueron sus antepasados, pero la extraordinaria edición de Luis Gómez Canseco no duda ni un segundo: Mateo vendría de aquella estirpe cuyo más famoso ancestro fue un "Alemán Pocasangre, el de los muchos fijos Alemanes", según lo documenta un escrito de los conversos sevillanos que protestaban contra los abusos de la Inquisición. El abuelo Pocasangre fue quemado en la hoguera en 1497 por tan santa institución.

A pesar de las hogueras antropófagas, aquellos muchos hijos siguieron generando Alemanes hasta que en 1547 naciera Mateo. Su vida, azarosa, a veces incomprensible, en buena medida desconocida, le daría para entrar dos veces en la cárcel por deudas, en 1580 y 1601, casar con Catalina Espinosa como pago de otra deuda (aunque en esta ocasión contraída por su madre), presentar un estremecedor informe sobre la situación de los forzados en las minas de Almadén que no le facilitó las cosas (las minas eran propiedad de la Corona y de los Fugger), y escribir la más grande novela de la literatura española anterior al Quijote. Y es que, por si cupiera alguna duda, fue Cervantes quien leyó y se inspiró en el Guzmán de Alfarache y no al revés. 

Su densa y agobiada vida, siempre encerrada en el laberinto de las deudas, le empujó finalmente a pedir permiso para emigrar a México. Asunto peliagudo porque aquellos permisos los entregaba según le venía en gana un Pedro de Ledesma, secretario del Consejo de Indias, y como suele ser hábito en España entre las sabandijas de despacho, cobraba y no poco. Mateo Alemán hubo de legarle una casa de su propiedad que tenía en Madrid y los derechos de la segunda parte del Guzmán de Alfarache. Hoy no se imagina uno a un novelista pagando un soborno fiscal con los derechos de autor, pero aquella era una época más elegante. Mateo logró salir de España en 1608 para no volver jamás.

¿Qué fue de él hasta su muerte, documentada en 1614? Poco se sabe. Escribió otra pieza fundamental, una Ortografía castellana de mucho interés por lo moderna y que le valió la acusación de erasmista, el elogio de su benefactor mexicano el arzobispo García Guerra con una muy bella oración fúnebre, la historia de san Ignacio de Loyola, alguna pieza más, y seguramente murió y está enterrado en México en algún lugar incierto. En Chalco, según el criterio de Enrique Miralles, otro de sus editores.

Algunos testigos de la época escribieron que no logró escapar al laberinto de las deudas porque su entierro se pagó con dinero de la caridad pública. Es conmovedor, sobre todo cuando uno mira el estupendo retrato grabado por Pedro Perret en 1599, un cobre en el que nuestro autor se muestra noble y digno, a la romana, con imponente gola y sosteniendo un libro de Tácito. Su rostro es tan verídico que uno cree conocerle, pobre pretendido caballero. Parece escapado de un Greco, pero también de un Consejo de Ministros. Apena imaginarlo tratando con tanto ahínco de ennoblecer su ascendencia. Dos blasones fantasiosos esquinan el retrato.

La grandeza de la novela (o del Guzmán, como siempre se la ha conocido) no puede emprenderse en este corto espacio, aunque quizás baste con decir, como antes apunté, que influyó en Cervantes, si bien este amplió soberanamente la peripecia del pícaro y su ir y venir de desdicha en desdicha hasta convertirlo en el molde de la novela moderna. Desde su aparición, el libro del pícaro Guzmán tuvo un rotundo éxito internacional. Fue traducido a todas las lenguas cultas europeas y un poeta como Ben Jonson lo juzgó como "this Spanish Proteus".

 Pues bien, hete aquí que a comienzos del año en curso se editó la que no puede sino calificarse como modelo de erudición, cuidado y elegancia, la de Luis Gómez Canseco, en la soberbia colección de clásicos de la Real Academia Española, empresa extraordinaria, en parte financiada por La Caixa, lo que, francamente, tal y como están las cosas en aquella parte del país es muy de agradecer.

Esta es una joya para quienes la literatura tiene sorbido el seso y se debe leer con parsimonia y a lo largo de un año, pero debo advertir que me ha llevado exactamente nueve meses conseguirla. Si yo, pobre de mí, un obseso de los libros, he tardado ese tiempo en tocar con mis manos un ejemplar (1.160 páginas de finísimo tacto) gracias a una gran dama amiga mía que lo consiguió no sin esfuerzo, imagínense un lector cualquiera que simplemente quiera leer uno de los más grandes clásicos de la literatura española y monumento de la literatura europea.

¿Y por qué es tan difícil comprar los libros de esta colección? Pues porque el negocio de librería ya no es lo que era; y como todo el mundo puede suponer, un volumen de semejante envergadura con un título que apenas dice nada a quien no sea buen lector de literatura española, dura como mucho una semana en exposición y luego se devuelve. Seguramente el distribuidor solo pudo colocar tres o cuatro ejemplares en las grandes librerías, y eso con suerte.

Ahora bien, quien desee tener la colección sin pérdida ni retraso, volumen a volumen, puede apuntarse miembro del Círculo de Lectores, en cuyas listas figura toda la serie a medida que se va editando. Cumplida la obligación con los miembros del Círculo, Galaxia Gutenberg distribuye a los libreros otra cantidad de ejemplares. Por esta razón, o lo pillas según se expone o ya será muy difícil hacerte con él.

¿Podría mejorarse este punto? Creo que merecería la pena. No hay en la actualidad otra colección de clásicos que se la pueda comparar, excepto quizás la Biblioteca Castro, que edita muy bellos libros, pero sin aparato crítico. La colección de la Real Academia es, hoy por hoy, obligada en toda biblioteca educada. Siendo así que tenemos un Gobierno que detesta la cultura y trata de arruinarla, siempre lo podemos combatir comprando estos libros monumentales.

 

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16 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El reto de España

España ha superado, al menos, tres retos de suma dificultad en su historia reciente. Salir de una dictadura atroz, situarse entre las naciones que cuentan en el mundo y alcanzar el nivel de vida y bienestar de las otras naciones europeas. Después llegaron la burbuja, el vacío y el vértigo. Una parte de lo que se había construido se asentaba en arena, de forma que el terremoto de la crisis está afectando ahora mismo a la solidez y la integridad del edificio.

No hay peor consejera que la satisfacción excesiva con uno mismo, la autocomplacencia miope que pronto se convierte en arrogancia paralizante. Por ese camino ha derivado el espíritu de la España enriquecida con el ladrillo, gracias a una clase política incapaz de buscar otra salida que no sea seguir excavando en el agujero en dirección al centro de la tierra. Eso es lo que le aconsejan los reflejos constitutivos de la añeja nación centralista e intransigente, una en la lengua, la identidad y la cultura, e incluso en la religión hasta tiempos bien recientes.

El reto que tiene ahora España ante sí se llama Cataluña. Construir una España capaz de comprender a Cataluña es ahora el desafío histórico que se plantea a los españoles. Comprenderla en su doble sentido: con el significado de entenderla y reconocerla, empatizar con los catalanes e incluso simpatizar con sus pulsiones y sentimientos; y con el de seguir incluyéndola gracias a la construcción de una propuesta o proyecto en común.

No es un reto circunstancial, motivado por una súbita efervescencia nacionalista; es el reto histórico, un capítulo pendiente de la transición que afecta a la estructura del Estado; pero es también un reto de futuro: sin el concurso de los catalanes y de Cataluña el futuro de todos los españoles será más difícil: la segunda ciudad, el 18 por ciento del PIB, un contribuyente neto a las arcas del Estado, una imagen moderna y europea, la fuerza de sus profesionales, empresarios y creadores...

Se me dirá, y con poderosas razones, que el futuro de los catalanes sin España sería también muy difícil: sin duda, sobre todo en una separación traumática en la que todos perderían. Y lo sería sobre todo en los primeros y dificiles tiempos; pero a la larga Cataluña es perfectamente sostenible, y sostenibles serían los sacrificios, porque sarna con gusto no pica.

El mejor negocio que puede hacer ahora mismo España es darle la vuelta a esta crisis y convertirla en la oportunidad para hacer la reforma profunda del Estado que nos permita seguir viviendo juntos dando satisfacción a las aspiraciones legítimas de los catalanes. Esos manifestantes festivos y voluntariosos de la Via Catalana no tan solo merecen una respuesta satisfactoria y amistosa por parte del resto de sus conciudadanos, sino que conforman uno de los sectores más dinámicos de la sociedad catalana, cuya inclusión en un proyecto común solo puede producir beneficios para todos.

También cabe otra respuesta, naturalmente. Los diarios Abc y El Mundo la están pidiendo a gritos con sus dedos acusadores: secesión, golpe de Estado, traición. Los gatos al agua arañan y maúllan indignados. Sus columnistas y tertulianos vociferan y amenazan para que el Gobierno ponga a los catalanes en su sitio. Los descerebrados de la extrema derecha ya siguen sus indicaciones. Rajoy con su inmovilidad y sus apelaciones a la mayoría silenciosa remacha el clavo de esta España de siempre, irreconocible desde el ensueño ahora desvanecido de libertad y pluralidad españolas que hemos vivido en algún momento. Se frotan las manos, en cambio, los independentistas de piñón fijo: sin esa caspa, tan desagradable como peligrosa, el independentismo regresaría al rincón. ¡Qué sigan excavando hacia el centro de la tierra!

Déjenme terminar con un chiste adecuado a las circunstancias. Si la Assemblea Nacional Catalana hubiera tenido a su cargo la candidatura de Madrid 2020, ahora estaríamos festejando los Juegos Olímpicos para la capital de España; si los del café con leche en la plaza Mayor y el Gibraltar español hubieran organizado la Vía Catalana, no habrían unido ni siquiera los barrios de la periferia de Barcelona, ni proyectado con tanto éxito la imagen festiva y eufórica de la Diada en los medios internacionales.



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16 de septiembre de 2013
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