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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Elecciones plebiscitarias

Angela Merkel ha salido realmente plebiscitada de las elecciones alemanas. Con un 42% de los votos y una participación en alza respecto a 2009, la canciller ha recibido un rotundo aval a sus políticas por parte del electorado que la sitúa, a falta de que termine el recuento, en el filo de una excepcional mayoría absoluta. Su campaña ha sido todo lo contrario a la trepidación y la polarización de los plebiscitos. Plana, aburrida, centrada en detalles marginales, con una ausencia clamorosa de la idea europea, pero personalizada en su imagen de enérgica y fiable administradora de la economía doméstica. Plebiscitaria en sus resultados aunque no lo haya sido en su planteamiento.

No hace elecciones plebiscitarias quien quiere sino quien puede. Y la canciller Merkel ha podido, situándose con su horizonte de doce años en el poder en lo alto de la tabla en la historia de los cancilleres de la actual república, junto a los padres fundadores, Konrad Adenauer que lo fue de la república de Bonn, 14 años en la cancillería, y Helmut Kohl, de la república unificada, 16 años en el primer despacho ejecutivo. Este emplazamiento especial la habilita a su vez, al menos teóricamente, para constituirse en fundadora alemana del euro definitivamente gobernado y de una UE que acometa finalmente la unión política.

El nuevo mapa electoral nos habla tanto de las preferencias del electorado como de las características de la propia canciller. Su capacidad para gobernar desde el centro y para absorber los programas de los otros partidos es letal para las fuerzas que se asocian a ella, socialdemócratas y liberales sucesivamente, pero incluso lo es también para quienes hacen oposición, Verdes y Alternativa para Alemania. Merkel no deja rincón por barrer. En esta ocasión, además de llevarse los votos, deja en su porción congrua y fuera del Bundestag a los liberales y a los antieuropeos, garantizándose así las manos libres para emprender la gran coalición con menos hipotecas.

El reto de Merkel, encomendado en silencio por su electorado, es que complete la gobernanza del euro y culmine la Europa política. Y que lo haga cumpliendo su promesa, de que mientras viva, solange Ich lebe, no habrá eurobonos ni mutualización de la deuda. La solidaridad deberá pagársela cada uno, tal como han entendido perfectamente los holandeses.

Alcanzar un mínimo de doce años en el poder, asignados desde ayer por las urnas, y con la amplia base que le proporciona el mejor resultado de su partido desde 1957, es suficiente para culminar la tarea que ya empezaron los socialdemócratas con Schröder, mientras ella estaba en la oposición, y que luego continuó al asociarse con ellos en la gran coalición de 2005 a 2009.

El sistema político, incluyendo la ley electoral, está pensado para la estabilidad y no ha hecho más que fabricar estabilidad en sus 64 años de vida: ocho cancilleres, a un promedio de ocho años cada uno y con un uso muy frecuente de las fórmulas de coalición, hijas del consenso y fábrica de consenso ellas mismas. El senado federal en el que están representados los Länder es parte de esta fábrica de estabilidad, porque incluso con una mayoría absoluta Merkel necesita el acuerdo de la segunda cámara federal, donde no tiene mayoría. Las elecciones también plebiscitan la estabilidad política, en dirección contraria a las tendencias que sufre en resto de Europa.



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22 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuestión de libertad y cultura

El otro día tuvo una reencarnación esperanzada el viejo brindis de catalanizar España y viva Cartagena. Hasta donde tengo apuntado, el primero que lo entonó fue Unamuno, en el artículo La crisis actual del patriotismo español, publicado en la revista “Nuestro Tiempo” de Madrid, en diciembre de 1905, justo un mes después del avance electoral de los concejales de la Lliga. Decía Unamuno:
Aquí entra el examinar lo que, tanto el catalanismo, como el bizkaitarrismo, tienen de censurable.
Lo malo de ellos es su caracter de egoísmo y de cobardía. En vez de ser defensivos debían hacerse ofensivos.
“España se hunde —me decía un catalán catalanista— y nosotros no queremos hundirnos con ella, y como no queremos hundirnos, hemos de vernos precisados a cortar la amarra.” Y le contesté: “No; el deber es tirar de ella y salvar a España, quiera o no ser salvada. El deber patriótico de los catalanes, como españoles, consiste en catalanizar a España, en imponer a los demás españoles su concepto y su sentimiento de la patria común y de lo que debe ser ésta; su deber consiste en luchar sin tregua ni descanso contra todo aquello que, siendo debido a la influencia de otra casta, impide, a su convicción, el que Españaentre de lleno en la vida de la civilización y la cultura.”
Entre Castilla y Cataluña ha habido un lamentabilísimo y vergonzoso pacto tácito. La primera ha sido tributaria económica de la segunda, a cambio de que ésta sea tributaria política de ella, y siempre que los Gobiernos radicantes en Castilla e influidos por el ambiente castellano, han cedido a las exigencias económicas de Cataluña, o más bien de Barcelona, los catalanes, distraídos en su negocio, no se han cuidado de imponer en otros órdenes de la vida su manera de sentir ésta. Han vendido su alma por un Arancel.
Cada hermano tiene el deber fraternal de imponerse a sus hermanos, y, cuando se siente superior a ellos, no debe decir: ‘¡ea! Yo no puedo vivir con vosotros y me voy de casa’, sino que debe decir: ‘¡se acabó! Aquí voy a mandar yo”, y tratar de imponer su autoridad, aunque por tratar de imponerla le echen de casa. Cada una de las castas que forman la nación española debe esforzarse porque predomine en ésta y le dé tono, carácter y dirección el espíritu específico que le anima, y sólo así, del esfuerzo de imposicion mutua, puede brotar la conciencia colectiva nacional.
Pero cuando, en mayo de 1906, fue Unamuno a Barcelona a brindar in situ por la catalanización española, no le debieron de hacer caso y volvió disgustado al yermo salmantino. A su fiel discípulo Zulueta le escribió mencionando la “jactancia insultante y provocativa” de los catalanes y le explicó: “Mi viaje a Barcelona ha contribuido a entristecerme. Me ha arrebatado una última ilusión. Hoy creo en Barcelona menos que en Madrid, y cada día que pasa, menos. Aquello no es serio. Y luego no toleran la contradicción, y al que no les dice lo que querían que se les dijese lo declaran memo o poco menos.”
El 19 de marzo de 1910, Baroja probó a lanzar el brindis en los discursos de un banquete-homenaje a Lerroux que se celebró en un tinglado del muelle, al lado de Sota Muralla. Baroja se presentó como embajador de los radicales madrileños, llegado en adhesión y pleitesía a Lerroux, su señor natural. Elogió Barcelona como urbe del porvenir y la voz de Cataluña como la más autorizada para guiar las esperanzas españolas, siempre y cuando no cantase ideales de exclusivismo ruin sino, como lo hizo en el tiempo de Prim y Pi y Margall, de expansión generosa. Era una paráfrasis mitinera de la idea redentora de catalanizar España que Unamuno expresó cuatro años antes. 
 
Después, Baroja se sintió retado por la las reseñas que hizo del acto la prensa catalanista, en especial por el artículo Demanda de Màrius Aguilar, que apareció el 23 de marzo, en "El Poble Català", donde se hacía alusión al artículo de Baroja El problema catalán. La influencia judía, publicado en "El Mundo" el 15 de noviembre de 1907, que culminaba:
El catalanismo es un problema de sentimiento más que un problema político. Tiene el carácter judaico que se encuentra actualmente en la política de casi todos los países por el triunfo de la raza israelita, que ha salido de todas las prenderías, traperías y casas de préstamos a conquistar el mundo. 
 
 Aguilar se refería a ese artículo al decir:
En Baroja, com no s'assembla a ningú literariament, també es distint en els seus atacs a Catalunya. No cerca una esquerda ont clavar la ploma, no garbella virtuts y defectes. Ens nega en bloc. Som jueus. No servim més que pera vegetar darrera els taulells, despatxant a la menuda. Si fem art o política o ciencia, són com els dels jueus un art, una política, una ciencia hàbils, molles, lucratives. En Baroja, agfant el mall preconisat per en Nietzsche, copeja sobre Catalunya y la troba buida. Un esperit així, puntxant, negre, negre mate, malabarista, d'un "je m'en fichisme" agresiu, pot trencar la nostra quietut espiritual, encara que no sigui m'es que durant una setmana. Ell, desde'l lloc de les definicions catalanistes, que'ns negui, que'ns maltracti, que'ns burxi en l'ànima. ¿Massoquisme intelectual, dieu? No, no, res d'artificialitats snobistes. En Baroja hi posaria verí en la seva paraula. Jo li demano que n'hi posi. Perqué estem mancats de passió, de verí. Y es el verí lo que fa marxar a la vida.
 
Baroja se negó a conferenciar en el Ateneo, conforme le invitaron el propio Aguilar y Oriol Martorell, porque creyó que allá le prepararían una encerrona, y escogió para su respuesta la Casa del Pueblo —"siendo yo radical, es más lógico que estas cuartillas se lean en la casa del partido, en la Casa del Pueblo"—, donde en efecto una semana después del mitin, el 25 de marzo de 1910, Baroja leyó sus Divagaciones acerca de Barcelona:
Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad, yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado […]
Yo veo aquí una porción de mentiras acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma, y de Cataluña con relación al resto de España.
Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.
A mí, Cataluña me da una impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas.
[…] Es muy posible que no haya problema y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.


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22 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El lapsus del Procónsul

Un desliz. No una estrategia deliberada, ni una argucia diplomática, ni un engaño geopolítico. Un simple y llano desliz. En otras palabras, un error de cálculo. Un "argumento retórico", según su protagonista, capaz de torcer por completo la política y la imagen de su país. Y no cualquier país: Estados Unidos, la -tal vez justo hasta ahora- única potencia global. Un desliz que, al menos de momento, detuvo el bombardeo de Siria y puso en entredicho, si no de plano en ridículo, a su jefe, el presidente Barack Obama.

            Desde mediados del siglo xix se esparció la idea, sostenida con especial énfasis por Thomas Carlyle, de que son los héroes -de Jesús y Mahoma a César y Napoleón- quienes hacen la Historia, sólo para que el gran Liev Tolstói se burlase de ellos en Guerra y paz, mostrando cómo esos "grandes hombres" son incapaces de articular el comportamiento de las masas. Hoy constatamos que Tolstói se equivocaba en lo que respecta a los errores: si un solo individuo, por poderoso que sea, jamás conseguiría trastocar la Historia de forma voluntaria, un solo yerro puede lograr que ésta se vuelva en su contra.

            Pensemos en Günter Schabowski, el efímero jefe del Partido Comunista de Berlín Oriental cuando, la tarde del 9 de noviembre de 1989, afirmó en una conferencia de prensa que la posibilidad de pasar de Alemania Democrática a Alemania Federal en viajes privados era posible "de forma inmediata" -otro lapsus memorable-, provocando la caída del Muro de Berlín esa misma noche. O en el hierático secretario de Estado John Kerry quien, para salir del paso a la pregunta de un reportero, sostuvo que el régimen de Bachar el-Asad podría salvarse del inminente ataque estadounidense si se comprometía a entregar todas sus armas químicas a la comunidad internacional. "Aunque", añadió confiado, "no lo va a hacer y no se puede hacer".

            ¿Error de cálculo? ¿Improvisación? ¿Falta de tablas? No pasaron ni unas horas antes de que el astuto ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, le tomase la palabra a Kerry y propusiese un plan de desarme, rápidamente adoptado por Asad como última salida para evitar la destrucción de su arsenal bélico. El desliz de Kerry -que, si la situación no fuese tan grave, alcanzaría tintes de comedia- provocó que la decisión de Obama de atacar a Siria en represalia por el uso de gas sarín perdiese los escasos apoyos que aún le quedaban tanto entre los republicanos del Congreso como entre sus aliados europeos (baste recordar la pifia paralela del primer ministro británico David Cameron al perder la votación en la Cámara de los Comunes.) 

            De un modo u otro, lo cierto es que Obama se había colocado en una posición imposible. Tras dos años de guerra civil en Siria, en la que se cuentan miles de víctimas y cientos de miles de refugiados, Estados Unidos se había negado a intervenir, permitiendo que un variopinto grupo de rebeldes se enfrentase cada vez con menores posibilidades de éxito a las tropas del régimen. Hasta que Obama -¿en otro desliz?- decidió imponerle una línea roja a Asad: si éste llegaba a usar armas químicas, no dudaría en emplear la fuerza en su contra. Como suele ocurrir, el ultimátum apenas tardó en revertirse contra su impulsor: una vez que Estados Unidos afirmó que el gobierno sirio había empleado armas químicas en un barrio de Damasco, a Estados Unidos no le quedaba otro remedio que intervenir.

            Para entonces, todos los escenarios se habían tornado negativos para los intereses norteamericanos. Un ataque sin el aval de Naciones Unidas o la Liga Árabe no haría más que enturbiar aún más su imagen en la zona, y podría generar consecuencias devastadoras: la muerte (casi inevitable en estos casos) de numerosos civiles o, peor aun, la caída de Asad y el triunfo de un partido integrista, mucho más dañino para Estados Unidos e Israel que la dictadura laica del hachemí. Por otra parte, la falta de respuesta a la provocación siria sería vista como una muestra de debilidad -el réquiem por la última superpotencia- por parte de Irán, Rusia y China.

            Atrapado en su propio laberinto, Estados Unidos terminó por elegir el menor de los males y, aun a riesgo de mostrarse vacilante -Obama en Elsinore-, decidió apoyar el plan de Vladímir Putin, quien de pronto acabó convertido en un improbable adalid de la paz. Imposible saber si a la postre Asad cumplirá sus promesas, pero ha ganado un tiempo valiosísimo. Los otros beneficiados por la maniobra han sido Rusia y China, que han visto fortalecidas sus aspiraciones globales, así como Israel, que ha conseguido mantener el equilibrio destructor entre sus dos odiados rivales: Asad y los islamistas. Si al final Siria llegase a entregar su arsenal químico sin el uso de la fuerza, incluso Obama podría salir fortalecido. Pero, si los días de Estados Unidos como policía mundial no se han erosionado por completo por los desastres de Irak y Afganistán, el desliz de Kerry le ha hecho sufrir un golpe que podría parecer definitivo.

 

Publicado en el diario Reforma, 22.09.13

 

Twitter: @jvolpi

 

 

 



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22 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Con sabios así, quién necesita necios

Un rasgo común de Riquer y García Calvo, los sabios recién finados, era su medular incomprensión de la poesía. Para ellos, se trataba de un arrumbe más o menos afortunado de sonsonetes. Carecían de la intuición oligoelemental de que la poesía es el arte del lenguaje elevado a su máxima ambición de satisfacer las necesidades morales e intelectuales: la palabra investida de todo su prestigio y armada de todo su poder para que la imaginación fecunde el pensamiento.
 
La poesía sólo existe desde que la humanidad dispuso de la escritura. Antes existía el canto, que en esencia es lo mismo, sí, pero no es igual. También existían el monumento funerario y la esencia del signo poético, pero la humanidad sin escritura no podía pasar de una satisfacción póetica alzheimeriana, que si nos ponemos radicales, es lo mismo, sí, pero no es igual. Era, a lo sumo, aquella imaginación tout à fait Anacreontique que Montaigne percibía en los cantos de los caníbales.
 
Sólo con la escritura pudo el poeta crear. Sólo con el cincel pudo el escultor hacerlo, porque las manos, sí, podían modelar esencialmente, ahora, ¿qué materia y con qué pretensión de transcendencia? Sólo con pigmentos duraderos y en paredes abrigadas pudo el pintor crear, porque con el dedo en la arena de la playa también se podía hacer, pero… Quien no entienda esto, está perfectamente preparado para creer en la poesía oral.
 
Los dos mencionados sabios, a quienes se suponía especialistas en letras, creían en la poesía oral. El primero negaba la esencia literaria al poema del Mío Cid, el segundo, a los poemas homéricos. Hagamos constar el agravante de que García Calvo pregonaba la buena nueva pretendiendo hacer creer a la parroquia que él había descubierto la tontería. No pasemos por alto la noble motivación gregaria. Nuestros sabios se inscribían en una moda. La esencia de poesía oral de los poemas homéricos es una superstición venerada en universidades selectas por gente verdaderamente culta y refinada. También hubo ingenios preclaros que creyeron en la Trinidad, dernier cri y tendencia rompedora en su momento, y le dedicaron renglones laboriosos, no por ello exentos de mérito.
 
La idealización al revés del poeta antiguo, al que se tiene por tosco, ingenuo e incapaz de las sutilezas del literato moderno, procede de la Ilustración, época efectivamente fecunda en muchas cosas, salvo en literatura, donde predominó el cartón piedra.
 
Hay una ironía suprema en el hecho de que, con las nobles miras de negar al poeta antiguo la capacidad literaria de fingir, ficcionar y arcaizar, los estudiosos caigan en la ingenuidad desaforada de suponer en los analfabetos prehistóricos cualidades sobrehumanas, de las que carecen los mayores genios conocidos de la humanidad. Si una manada sucesiva de analfabetos ambulantes creó la Ilíada a base de cantinelas improvisadas que andaban por ahí, sin duda se trató de mentes con inteligencia sobrehumana, debían de ser extraterrestres, porque dos mil años de escribir, reescribir y vuelta a corregir por parte de una incontable turbamulta de poetas, no han llegado ni de lejos a crear algo que barrunte una partícula de la calidad de ese poema que, según los sabios, no es poema, sino collage de ocurrencias.
 
Por lo mismo, se ha caído en el error opuesto: la aparición, a partir de la nada, del poeta que escribe. No hubo un primer poeta que escribió, del mismo modo que no hubo un primer hablante, ni una lengua primera. Martin West, hombre cabal por lo demás, viene a creer que el poeta de la Ilíada se puso a escribir así por las buenas, corcusiendo poemas orales que andaban por ahí revoloteando. El poeta de la Ilíada, con todo lo genial que era, no sólo está inscrito, nunca mejor dicho, en una tradición de poetas que escribieron antes de él, sino que los alude a las claras, recrea sus tramas, perfila sus personajes y redondea sus creaciones.
 
La ingenua creencia en que el poeta de la Ilíada hubo de ser el primero velis nolis lleva a West a situar a la Cipríada —un poema anterior a la Ilíada, como se evidencia de las dos pruebas disponibles para su datación: su sinopsis por el crestomatista Proclo y la multitud de alusiones iliádicas a su argumento— en un época posterior a la Ilíada y la Odisea. Que es como creer que el Carmen Campodictoris y otros panegíricos y cantares de gesta donde el Cid tenía un papel importante, fueron posteriores al poema de Mío Cid, cuando son parte esencial de su inspiración y no solo están claramente aludidos, sino que el poeta cidiano, a semejanza del iliádico, da por sabida y archiconocida la biografía de su héroe, y escoge la parte final de su vida, en un destacado paralelismo con la épica homérica y en especial con la propia Ilíada —que hubo de leer en la versión conocida como Ilias Latina—, iniciando su poema, como admiraba Horacio, justo in medias res, o sea, en medio del asunto y haciendo una estudiada elipsis. Quizá demasiado refinado para como está el patio.


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21 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Secesión

La idea de la independencia de Cataluña ha crecido gracias a la integración europea. Hasta ahora, el catalanismo histórico la descartaba por varias razones, una de ellas la geopolítica: una pequeña nación, nacida como cuña entre Francia y España, estaba destinada a la absorción por uno de los dos vecinos. La novedad geopolítica del neocatalanismo actual es que ya no se siente amenazado por Francia cuando imagina a Cataluña como independiente. Y esto sucede así gracias a la integración europea.

La dificultad que tiene ante sí este nuevo catalanismo es de un orden distinto. Su independentismo ha madurado en el momento más precario para la idea de independencia. Su soberanismo está a punto de caramelo cuando ya no hay soberanía que no sea compartida. Su Estado propio, cuando los Estados nacionales parecen de cartón piedra. ?Eso que ya no sirve para nada?, dijo Xavier Rubert de Ventós en su discurso ante la Via Catalana en El Pertús, ?eso es lo que queremos?.

El espacio en el que se ha expandido el independentismo es el de la Europa postsoberana, pero el que le ha dado energías y fuerzas para la implosión es el momento de la crisis de la deuda de los países mediterráneos, que pone al mando de los presupuestos a la troika (Banco Central, Fondo Monetario y Comisión) a la vez que Alemania se asienta como poder hegemónico. Hay una reacción renacionalizadora ante esta integración bancaria y fiscal forzosa en la que debe incluirse la efervescencia catalana. Cada uno defiende su resto de soberanía, y quien cree que no tiene suficiente, como es el caso de Cataluña, la reclama toda entera. Con el inconveniente de que el formato elegido ya no está a disposición de nadie en el mercado de las naciones soberanas.

Consiste en desconectar del Estado español para conectar directamente con Europa, convirtiendo a Cataluña en un socio nuevo. Y hacerlo como si fuera una operación dentro de la Unión Europea, fundamentada en la ciudadanía europea de los catalanes y en la perfecta integración de su territorio y su economía. El problema es que la UE es una asociación de Estados y que los catalanes son ciudadanos europeos gracias a que son antes ciudadanos españoles. Como resultado, nada se puede hacer en Europa que no sea de la mano y con el permiso del Gobierno español.

Cabe imaginar una Europa que avance hacia la unión política y diluya los poderes de los Estados hasta dar más protagonismo a las regiones de fuerte peso y personalidad que a los pequeños bálticos. Pero en la actual fase de renacionalización defensiva, poco puede esperar el independentismo de las viejas naciones europeas, y menos de Francia, enemiga de Cataluña al menos desde el siglo XVII y responsable en el XVIII de la imposición del modelo centralista que la ha ahogado, con apenas un breve paréntesis, hasta la Constitución de 1978.



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21 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fernández Mallo y el Proyecto Nocilla

 

 

Desde que en 2006 apareció en el espacio literario de esta lengua Nocilla dream, la primera versión del Proyecto Nocilla, seguida por su reversión, Nocilla experience (2008) y por su final inversión, Nocilla Lab (2009), la constelación narrativa española ya no es la misma. No porque este Proyecto de una escritura en construcción refute otras opciones sino porque su radicalismo, indepedencia y novedad abre un espacio extraño por poco entrevisto; en lugar de una exploración de las raíces, la memoria o el pasado, Agustín Fernández Mayo se propuso un proyecto más futurista que español: la construcción de un espacio de actualidad desbordada, allí donde la escritura no se debe a la melancolía de la nacionalidad sino a la proyección de una lengua en devenir.  Siendo la novela, por definición, un género sin cánones, desplegado como una figura siempre en proceso, sus grandes momentos de ruptura han sido aquellos en que el lenguaje español es puesto en entredicho; cada ruptura en el sistema ha planteado una crítica radical de la lengua como representación del mundo, siendo éste una creación resignada de aquella. Desde el Quijote, esa es la gran lección narrativa nuestra.  La notable diferencia del Proyecto Nocilla anuncia un corte en el proceso: estas novelas nacen de la poesía posmoderna, se alimentan de la tecnología como comunicación operativa, su referente es la cultura pop y, extraordinariamente, no requieren ya definirse polémicamente contra otras tendencias narrativas. De alli su plena ocupación del margen de futuro que excede al presente; su impecable objetividad de aparato operativo o instrumento de resituar la lectura; y, sobre todo, de allí su libertad, ese ejercicio de abrir espacios tan alucinantes como veraces, que ocupan el campo de la visión con limpidez y asombro, descubriéndonos nuestra propia independencia de lectores dejados a su suerte. No es usual, en español, un proyecto de ruptura que no de batallas de desamor ganadas; y, más bien, nos despeje el espacio de la lectura como el lugar de mayor transparencia, enigma y creatividad. Cada quien, por eso, define ante el Proyecto su propia orilla de futuro: tanto los personajes como los textos en proceso nos hacen lugar en ese nomadismo sin navegador o mapa; todo se debe al otro proyecto, a la otra novela en construcción, a la otra lectura, más novelesca, aquella que dibujamos y nos define.

 

¿Cómo definir el asombro gratuito de la primera lectura de Nocilla dream? Cada lector lo ha hecho con entusiasmo por su propia lectura, como es natural, y por vía comparativa la ha dotado de un linaje tan ilustre como actual. La suma del Proyecto nos permite verla hoy (y el término es inexhausto) como una primera lectura reiterada: siempre es otro objeto, con otra ruta de acceso. Quizá porque se debe a la mirada, reflejada en los espejos, como si el breve mundo situado fuese registrado desde un espejo retrovisor de un coche “ya casi hecho chatarra.” El reciclaje es parte del ciclo: más que sueño (tautológico) la vida es pesadilla (sin claves), y lo residual (el género narrativo como la tecnología misma) arde en la visión con la pura presencia de las materias que ensayarán un nuevo instrumento de ver. Del sujeto, por ello, solo nos quedan sus fotografías: rostros sin historia como los zapatos que penden de un árbol, otra poderosa imagen de la geometría como basurero, y de los signos como alfabeto en construcción. El desierto norteamericano (rizomático), los espacios posthidegerianos (no moradas sino impersonales), el mercado ubicuo, son la presencia posthumana donde el arte de lo ilusorio documenta su nuevo realismo. 

 

Nocilla dream, al fnal, anuncia que el sueño de un objeto de la identidad doméstica tiene la función inversa a la magdalena proustiana: en lugar de desencadenar la memoria, propicia la recomposición del presente. Después de todo, no es un objeto sino una cifra: No-sí-ya.  Esto es, refuta al lenguaje, afirma el registro documental, y afinca en el presente.

 

En Nocilla Experience se trata del cuerpo: de la bio-lógica, esa exploración no sólo de lo mirado sino de la vista misma, del sujeto implicado. Si Borges remitía a los mapas inverosímiles, Cortázar y su Rayuela remiten ahora al cotejo de la búsqueda (Rayuela busca a la Novela con el pretexto de buscar a la Maga) con el cálculo del juego, donde el azar es contenido dentro de otro azar. El proyecto “transpoético” tiene en este laboratorio su demostración fehaciente y, a la vez, conceptual. Deriva o deviene en una teoría de la novela del siglo XXI: su Epílogo devuelve lo narrativo como una película de la frontera, sin truculencia ni moral, solo como espectáculo, o sea, duración y coloquio; la novela, se diría, se cuenta un cuento para despedirse haciendo adiós con el sombrero.  Y en Nocilla Lab todo recomienza: la narración es postapocalíptica, y se desarrolla como un ensayo narrativo, ligeramente testimonial, donde los sujetos calificados como “casos clínicos” han puesto a prueba su propio relato. En El mono gramático de Octavio Paz el narrador ha leído una página reveladora que, al día siguiente, no encuentra en el libro. La experiencia, me parece, es común: todos hemos leído una página que no existe. Esa página en blanco es la que funde al animal y la gramática, pero en este lab  se trata de otra lógica: la del algoritmo, hecho de pausas, silencios, olvidos y otras páginas en blanco donde en lugar de ver una epifanía malarmeleana del lenguaje absoluto, el narrador (convertido en el grado cero de la lectura) ve su ausencia como el drama de la representación. El narrador está, así, condenado a documentar su propio relato en el laboratorio de la escritura. Pero la novela siempre recomienza: al final, como historieta dibujada en la que el autor se encuentra con Enrique Vila-Matas con quien comparte el propósito de desaparecer. Para desaparecer, felizmente, no ha hecho sino reaparecer.

 

Como en Rayuela, el proyecto narrativo se debe al recomienzo: cuando la novela empieza la historia ha terminado, y la exploración (¡ya no en París, finalmente, sino en una isla de Repsol!) promete no acabar.

 

(“Retrovisor, Nota final,“ en AFM: Proyecto Nocilla (Nocilla dream, Nocilla experience, Nocilla lab).  Alfaguara. Madrid: 2013)

 

 

          

 



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20 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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76 y 77. Tres lecturas hispánicas

Andrés Ospina, Ximénez; Laguna Libros, Bogotá, 2013.

 

Esta mezcla de ficción, crónica y biografía del autor bogotano Andrés Ospina (1976) recrea la figura del gran periodista y mal poeta José Joaquín Jiménez (nom de plume Ximénez), rescatando un nombre algo diluido en la lluvia de la historia. Ximénez está bien escrita y bien documentada, para lo cual el autor ha escogido de forma deliberada un estilo "antiguo", que no choque con los numerosos textos recogidos y que resulte adecuado a la peripecia de este extraño personaje. Ximénez (1911-1946) era capaz de pasar del documentalismo periodístico más riguroso a la crónica inventada o a la creación de personajes (el poeta Rodrigo de Arce, bajo cuyo nombre escondía sus ripios) con el fin de entretener e inquietar a sus lectores. En otras palabras, un posmoderno avant la lettre. Es patente la voluntad de Ospina de recuperar la historia colombiana, pero no tanto -o no sólo- la que acumula polvo en los manuales, sino también la historia minúscula, la intrahistoria unamuniana: cómo eran los tipos de imprenta de plomo de la época, cómo se trababan los amores adolescentes, qué objetos nutrían las tiendas de ropa, cuáles eran las condiciones de vida y habitáculos de los obreros de las fábricas, etc. Un minucioso estudio de detalle que contribuye a darle una vistosa verosimilitud a lo narrado. Otra habilidad de Ospina es partir de esos detalles y trascenderlos:

 

Aprendió el extraño arte de leer los tipos al revés, algo en lo que ya había adquirido alguna habilidad, pues era su constumbre comprar las entradas más baratas a las funciones cinematográficas del Gran Salón Olympia. Ahí los títulos de las proyecciones se veían a la inversa, por entre el telón blanco. Sólo a quienes eran adinerados les era dado estar del lado más legible. (p. 59).

 

Ximénez es una buena oportunidad para recorrer desde ambos lados 50 años de la historia de Bogotá durante el pasado siglo.

 

 

 

Salvador Luis Raggio (Lima, 1978), Prontuario de los pies y de los zapatos; The Monkey Mono Experience (ebook), 2012.

 

Al comienzo de este libro electrónico hay una cita de Mario Bellatin que podría hacer las veces de poética del autor mexicano. Cuando la leí, pensé: ¿se atreverá el autor a hacer un libro bellatiniano, se propone imitar la estela del maestro? Pues hasta ahora no tenía claro que Bellatin tuviese discípulos. Y la respuesta es sí, Salvador Luis Raggio se atreve a canalizar las fantasías fetichistas y enfermizas de sus personajes utilizando la estética bellatiniana, con singular acierto. Hay que decir que su ejercicio va más allá de la imitación, aportando al "minimalismo" de Bellatin un rico barroquismo descriptivo y una elaborada imaginería de fetichismos y parafilias sexuales cuyo centro obsesivo son los pies (podofilia o parcialismo, aretifismo, los vendajes chinos que ya estudiase Freud, etc.). Compuesto por pequeñas estampas que van tejiendo el mapa inquietante de la psicología de Tabaré, su protagonista central, este Prontuario es un notable ejercicio de estilo.

 

David Miklos, No tendrás rostro; Tusquets, México D.F., 2013.

En nuestro ensayo El lectoespectador (2012) ya hacíamos referencia a esa especie de explosión de libros que en los últimos tiempos aparecen bajo el formato de la distopía. Si en nuestra opinión esta fiebre de descripciones postapocalípticas traía causa de una sensación de final de época y de agotamiento de los modelos sociales, el profesor Jesús Montoya, abordando el fenómeno en Latinoamérica, ha escrito que "la proliferación de narrativas distópicas en las literaturas del Cono Sur puede leerse como la respuesta estética privilegiada para la explicitación de la transformación del espacio público y los efectos de los procesos globalizadores sobre los llamados ‘perdedores' en los países latinoamericanos, no necesariamente pertenecientes a las clases más marginadas"[1]. Siendo cierto que algunos autores franceses (Jean-Claude Rufin), alemanes (Julie Zeh) y estadounidenses (Jonatham Lethem, Cormac McCarthy) han tocado el tema en la última década, sorprende el numeral de escritores hispánicos que han publicado libros o relatos distópicos: César Aira, Marcelo Cohen, Eloy Tizón, J. P. Zooey, Cristian Crusat, Rafael Pinedo, Doménico Chiappe, Javier Fernández, Gabriel Peveroni, Pablo Manzano, Juan Francisco Ferré, David Monteagudo, Mike Wilson, Jorge Carrión, Robert-Juan Cantavella, Iván Repila, Marina Perezagua, Oliverio Coelho, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Pedro Mairal, Germán Sierra o Paolo Bacigalupi.

A esta ingente nómina de autores se suma ahora el mexicano David Miklos (San Antonio, TX, 1970), con una novela breve, dura y esperanzadora a la vez, No tendrás rostro. La novela de Miklos describe el complicado camino de regreso de Fino a la Ciudad en la que vivió y en la que perdiese a su mujer y su hijo, arrebatados ambos por la Violencia que cambió para siempre la faz del planeta (aprovecho para apuntar la coincidencia con Los estratos del colombiano Juan Cárdenas, que también habla de la Violencia con mayúsculas, sin particularizarla ni describirla, como si fuera tanto o más un imaginario que un fenómeno). El camino que realiza el protagonista de No tendrás rostro es un viaje más espiritual que físico, y hay que destacar la habilidad narrativa de Miklos para insertar escenas de corte onírico, soldadas sin solución de continuidad con las más realistas. Miklos, como Cormac McCarthy, sabe hacer que el lector mire, huela, saboree y sienta lo que ocurre frente a lo que narra la voz en primera persona de Fino, lo que redunda en la credibilidad de la historia. El simbolismo es constante en esta historia de mitos y de pérdidas, de pasados y futuros, que tiene algún pequeño hilo de conexión con Children of Men (2006), la excelente película distópica de Alfonso Cuarón. No tendrás rostro es un delicioso y oscuro monólogo, contenido y cargado de resonancias, con la forma de un viaje sin concesiones al maelström de nosotros mismos.


[1] Jesús Montoya Juárez, "La Suisse n'existe pas: una reescritura poshumana y transnacional de la identidad uruguaya", en Francisca Noguerol, María Ángeles Pérez López, Jesús Montoya Juárez y Ángel Esteban (eds.), Literatura más allá de la nación. De lo centrípeto y lo centrífugo en la narrativa latinoamericana del siglo XXI; Iberoamericana, Madrid, 2011, pp. 47-48.



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19 de septiembre de 2013
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El Boomeran(g)
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