La Feria del Libro de Fráncfort se inauguró con la pierna en alto: un discurso de Jurgen Boos, su...
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El extraño texto de contraportada que escribiese Ignacio Echeverría para Hilos de sangre (2010), donde oponía a Torné de forma inexplicable frente a otra cosa, me impidió hacer una recepción de la misma. Me gustó mucho la novela pero tenía, como es natural en mí, algunos reparos que oponer a la obra. La posibilidad de que exponerlos pudiera suponer mi adscripción a la "otra cosa", y convertir así mi posible reseña en un "acto estratégico" de "oposición o distanciamiento", en vez de ser entendida como la desprejuiciada lectura de un libro, me llevó cual bartleby a preferir no hacerla -nadie me obliga a reseñar-, y a limitarme a escribir al autor, tiempo después, para comunicarle mi admiración por su trabajo y hacerle preguntas sobre su estética.
Mi admiración por Torné sigue vigente tras la lectura de Divorcio en el aire (Mondadori, 2013), aunque es una novela menos ambiciosa y lograda que Hilos de sangre. De hecho, es una especie de historia derivada o "spin off" de la anterior, ya que el protagonista, Joan-Marc, es uno de los personajes secundarios de Hilos de sangre y cuenta su historia a Clara, la protagonista de ésta. Digo "cuenta" porque en la página 195 el protagonista recalca: "Lo que escuchas son los pensamientos de un hombre joven" (la cursiva es mía), luego no estamos ante una larga carta, ni un manuscrito encontrado, sino ante una especie de falso relato oral, recurso técnico elegido por Torné para contar una historia cargándola de intención y permitiendo el derrame de una subjetividad libérrima. La última aparición temporal de Joan-Marc, según ha explicado el autor en una entrevista, sería la última parte de Hilos de sangre, novela que además aparece simbólicamente descrita en la página 243 de Divorcio en el aire.
Quizá esta dependencia de la novela anterior pesa demasiado sobre Divorcio en el aire, pues obliga a quienes leímos Hilos de sangre a tenerla de forma constante en la cabeza durante la lectura. Los notables saltos históricos de su obra mayor devienen en esta novela breves saltos temporales. La épica de aquélla se convierte en ésta en (alta) sociología. Mientras que la de Hilos de sangre era una gran historia (la de la Cataluña, por no decir de España, de los últimos cien años, contada a través de varias líneas familiares), el asunto de Divorcio en el aire es menor: la vida sentimental de un protagonista bastante cretino, al que Torné dota de todos los defectos posibles (estupidez, egoísmo, homofobia, machismo, invasión de intimidades ajenas, clasismo, xenofobia) para impedir al lector empatizar con él. La vida sentimental y el periplo personal y familiar de Joan-Marc suelen resultar interesantes, con algunas caídas y reiteraciones, y son aliñados por el autor con sugestivas digresiones de todo tipo.
La mayoría de la acción está situada entre finales de los noventa y los primeros años del XXI, aunque el narrador habla en nuestros días. Es difícil situar partes de la narración porque la temporalidad es algo borrosa, y sólo podemos ubicarla por datos menores, como la remodelación de la Estació de França (p. 97), que tuvo lugar entre 1988 y 1992, fecha que sería posterior a la infancia de Joan-Marc. Éste va y viene por el tiempo reciclando métodos narrativos sacados de la comunicación de masas y la tecnología: el flash back (p. 40), los filtros fotográficos (p. 57), el Time Lapse (p. 97), el fotomontaje (pp. 145-46), el telefilme (p. 165), el pause (p. 244) o el teléfono móvil (p. 296).
Las mayores virtudes de la novela, a mi juicio, son: la agudeza para analizar el presente; la habilidad para tejer y destejer las relaciones amorosas, familiares y de amistad, y el alto voltaje estilístico de algunos pasajes, con escasos parangones en la narrativa española firmada por autores menores de cuarenta años. Es asimismo destacable la capacidad del autor para recrear las miserias de la vida en pareja y la guerra psicológica de larga duración que suele conllevar en muchos casos. La mirada de Torné se instala entre los intersticios de lo cotidiano, allí donde fabular es más difícil: "tienen hijos, les ponen nombres, se divorcian, consiguen trabajos, los pierden. Una clase de existencia previsible y agradable de protagonizar, pero necesitarás una fantasía de novelista para extraer algo de agitación de esos surcos" (p. 42). En las descripciones, que evitan el naturalismo, también hay atisbos de maestría: "aspiré con fuerza pero apenas capté trazas del olor picante, a canela caliente, de papá" (p. 79).
En algunos puntos creo advertir cierta influencia de Javier Marías, como por ejemplo al plantearse enumeraciones del tipo "cómo se pierde la gente" (p. 42), aunque las series de largas frases que suele federar Marías esclareciendo posibilidades se convierten en Torné en una sucesión paratáctica de sintagmas. Creo que esto es mejor verlo. Inserto a continuación tres imágenes. La dos primeras corresponden a textos de Marías: la página 99 de Los enamoramientos (2011), y la página 13 de Negra espalda del tiempo (1998). La tercera imagen corresponde a la página 42 de Divorcio en el aire:
(Los enamoramientos)
(Negra espalda del tiempo)
(Divorcio en el aire)
Creo que la lectura seguida de los tres textos abre algunas claves. Y quizá es hilar muy fino, pero los juegos de Torné con el nombre de un médico en su novela (Dr. Strangelove, Dr. Muerte) me recuerdan mucho a los que Marías desarrollaba con El Solo (Only the Lonely, El llanero solitario, etc.) en Mañana en la batalla piensa en mí (1994).
Me gustaría apuntar una particularidad de la novela, respecto a su construcción. A pesar de que está publicada sin capítulos, ni pausas, ni espacios de separación, me parece que hay 12 capítulos muy claros en el libro. El primero iría desde la página 1 al segundo párrafo de la página 27; el segundo se extendería hasta el primer párrafo de la 50; el tercero hasta el último párrafo de la 78; el cuarto hasta "las membranas del ánimo" de la 92; el quinto hasta el tercer párrafo de la 135; el sexto hasta el tercer párrafo de la 158; el séptimo hasta "Supongo que le subí", en la página 181; el octavo y el noveno se dividen en el principio de la página 204; el décimo empieza en el cuarto párrafo de la 238; el undécimo en el tercer párrafo de la 256; y el duodécimo y último comienza en el tercer párrafo de la página 288. Cada uno de ellos se alarga entre 25 y 30 páginas y tiene una clara unidad temática y tonal (y casi siempre temporal, esto es, desarrolla períodos de tiempo más o menos homogéneos). Aunque paragráficamente son invisibles, el lector atento detecta de forma intuitiva los capítulos en fantasma. Sería muy interesante hacer una crítica genética de esta novela y trabajar sobre los originales (ya sean manuscritos o digitales, pues existen instrumentos para rastrear fiablemente los segundos) de Divorcio en el aire, a fin de comprobar cómo ha sido construida.
Dentro de los reparos a la obra, apuntaríamos que es poco creíble que Joan-Marc quiera regresar con Helen después de abandonarla y de que ésta haga cierta cosa que no explicitamos para no adelantar la trama. También, y como ya sucediera en Hilos de sangre, es extraño que un narrador solvente cometa tantos errores lingüísticos, teniendo en cuenta que el idioma no es uno más, sino el principal instrumento de trabajo de un escritor. Hay que lamentar algunos descuidos de la edición, fallos de concordancia o solecismos como "líe" por "lie / lié" (p. 68), "televor" por "televisor" (p. 77); "habrán grandes cambios" (p. 93); "Qué le den" (p. 162) por "Que le den"; "fonambulista" (p. 196) por "funambulista" (admitido por Moliner y Seco y muy común) o "funámbulo"; "relevaba" (p. 207) por "rebelaba"; "movil" (p. 208) por "móvil"; "habían hijos" (p. 225) por "había hijos"; "sobrevivir a ese instante en la que te librarías de las dos" (p. 193, cursiva mía); "esta tarde, mientras cerraba la consulta, me cruce" (p. 258), por "crucé", "derramar" (p. 258) por "derramarse" (si no tiene complemento directo y se refiere a la acción de verter, "derramar" debe ser pronominal); "esquive" (p. 284) por "esquivé"; o "habrían más citas" (p. 294).
Ninguna novela es perfecta, y los reparos puestos tampoco desmerecen demasiado al buen trabajo de Torné, aunque lo afeen un tanto. Que Divorcio en el aire no sea tan buena como Hilos de sangre, o que sea "dependiente" de ella, no deben extrañarnos: la razón es que Hilos de sangre era una novela magnífica, un acontecimiento editorial. Un libro que dará que hablar durante años. La cuestión sería, por tanto, esclarecer el valor de Divorcio en el aire, a pesar de su íntima y explícita relación con la obra previa. Y el juicio es el siguiente: la novela no siempre mantiene el interés y la calidad a lo largo de todas sus páginas, pero el nivel medio es superior al común; Torné sigue siendo uno de los mejores narradores en español, de cualquier edad; el hecho de que la lectura de Divorcio en el aire, sobre todo al final, nos resulte algo reiterativa, no empece que lo reiterado sea excelente. En suma, que esta novela no sea lo mejor de su autor no debe llevarnos al engaño de pensar que cualquier novela que usted lea este año vaya a estar a su altura. Apenas seis o siete lo estarán. Saque sus propias conclusiones.
[Continuando la política de mi otro blog, procederé aquí también a apuntar mis relaciones con la editorial y el autor al que reseño: relación con Mondadori, ninguna; relación con Torné: correspondencia cordial, nunca nos hemos visto]
En Madrid también se cierran panaderías. No las de barrio de toda la vida, esos pequeños colmados que combinan la baguette con las chucherías y la bollería industrial (que curiosa adjetivación que en cambio no se aplica a los frankfurt), sino aquellos establecimientos nacidos con el arranque del nuevo siglo, tan europeos, que nos enseñaron a recorrer medio mundo a través de las más diversas formas de amasar la harina o el centeno. El pan es lo que la ternura a la infancia en el reino de los alimentos. Señalaba Morris en ?El mono desnudo? que tenemos preferencia por la comida caliente porque simula ?la temperatura de la presa?, vinculándonos a nuestro pasado de animales de rapiña. También existe una razón dictada por ?la sabiduría del cuerpo?: los alimentos se calientan para ablandarlos. Pero, ¿por qué razón se calientan los blandos, y por qué sentimos tanto gusto masticando pan caliente? Acaso porque sabemos que es un placer fugitivo, que pronto se enfría. Mucho podría glosarse acerca de la mística del pan; también de la suerte de santuario en que se convierten algunas panaderías, y el reencuentro con la memoria del primer olor, ese acontecimiento de la infancia cuando se manda al niño, por primera vez, solo, a comprar el pan. En poco tiempo, en la calle Hortaleza, en General Oraa o junto al Paseo de la Habana han desaparecido los hornos donde se doraban los candeales, los de nueces, pasas o variadas semillas. Recuerdo que al llegar a esta ciudad, hace ya más de dieciséis años, me sorprendí de la escasez de tiendas gourmet, además de gimnasios decentes. En Barcelona siempre hubo hornos golosos, con casta, y luego cadenas de panaderías con dulce y salado, unas mejores que otras. ?El pan es uno de los productos mágicos con un precio asequible? dice Ferran Adrià en el libro ?Locos por el pan?. Madrid que reventó en los noventa con gimnasios, flag-ship stores y panaderías artesanas, celoso y a la vez admirado del esplendor de Barcelona, cada vez con mayor ambición y menos complejo. Hoy, la hegemonía del Paseo de Gracia contrasta con la soledad de las aceras de Ortega y Gasset mientras por primera vez no habrá festival de jazz en el otoño de la capital ?donde han actuado, en sus 29 años de historia, los más grandes? mientras que Esperanza Spalding actuará en el Palau. Una vez perdida la llave de los juegos olímpicos, con un pronunciado descenso del consumo, el tráfico aéreo y la oferta cultural, así como un sangrante recorte en la recogida de basuras, la ciudad pierde alegría, brillo y hornos de pan. ?Madrid es un bache? ?me dice un taxista (con permiso de Paul Johnson para utilizar este recurso un artículo)?: hay miles y no arreglan ninguno. Ni los de postín?. (La Vanguardia)
Charles-Pierre Monselet escribió varios libros en que relaciona la gastronomía con la literatura, entre ellos La cocina poética, y Rubén Darío siempre se sintió fascinado por la atención que prestaba al cerdo, la antítesis del cisne, pues mientras aquel se revuelca en el lodo y come toda clase de desperdicios, aún excrementos humanos, éste no admite contaminaciones en su imperturbable y serena belleza, mientras se desliza sobre el cristal de las aguas. Monselet en sus parnasianos Sonetos Gastronómicos, incluye uno dedicado al cerdo que termine con este terceto: ¿Cómo osaríamos, en nuestra presunción,/reprocharte, en verdad, que te enfangues?/ ¡Cerdo adorable! ¡Animal rey, ángel adorado!
En La isla de oro, su novela inconclusa empezada en Mallorca en 1906, Rubén, más que fascinado, se siente extrañado del amplio espacio que George Sand dedica a los cerdos en Un invierno en Mallorca. Ella recuerda los puercos jóvenes, los más hermosos de la tierra, que pueblan la isla y que a la cándida edad de año y medio pesan ya 24 arrobas, o sea, 6OO libras: "los mallorquines llamarán a este siglo, en los siglos futuros, la edad del cerdo, como los musulmanes cuentan en su historia la edad del elefante", dice, y recuerda la sentencia de Monselet: Todo hombre tiene en su corazón un cerdo que duerme.
¿Adorable, rey, ángel, este animal aborrecido por sus costumbres y aspecto? La poesía, y el apetito, son capaces de todo. Es el mismo espécimen que ha prestado su nombre en el lenguaje, cerdo, chancho puerco, cochino, para que así sean llamados desde los promiscuos a los inescrupulosos, desde los faltos de higiene a los de malas costumbres en la mesa; pero, he allí la dualidad, pues gracias a sus recursos tan abundantes para satisfacer los estómagos, que no se desperdicia nada de su cuerpo, y la sabrosura de su carne, de sus víscera y hasta de su pellejo, es sagrado en las cocinas.
Sólo el cerdo es dueño de la soberana abundancia que alaba Fray Gabriel Alonso de Herrera en su Libro de Agricultura: "no hay carne, así fresca como cecinada, que tanto abunde e hinche la casa, ni que tanta hartura y mantenimiento den a la persona". De sobrados merecimientos en Nicaragua, los cerdos hicieron su entrada triunfal en el siglo XVI, traídos por el propio primer gobernador don Pedro Arias de Ávila, empresario astuto y al mismo tiempo gobernante implacable, el molde original en que tantos otros se han vaciado a lo largo de nuestra historia.
Desde entonces aquellos animales entecos y de corta alzada, pasaron a ser partes del paisaje, tal como cabros que andaban libremente por las calles y solares, según José Coronel Urtecho, comiendo de todo lo que recogían con el hocico, o disfrutando de los desperdicios de cocina en las casas donde se les engordaban mientras llegaba su infaltable sábado para dar de sí nacatamales, chorizos y morongas, el pebre, el frito, los chicharrones, y hasta el peoresnada.
Del soneto de Monselet se ocupa también don Alfonso Reyes en su Diez descansos de cocina, y de paso introduce serias dudas acerca de la autoridad de quienes, sin haberse quemado nunca las pestañas con el fuego de los fogones, se meten a husmear en las cocinas y sacan de allí versos: "Uno de los mayores peligros de la literatura gastronómica está en la fantasía, en la simbolización y en la bufonada, que insensiblemente ocupan el sitio del gusto y la experiencia", advierte.
La severidad de don Alfonso no puede, sin embargo, desmentir que Monselet no yerra en sus alabanzas al soberano rey de las cazuelas, los embutidos y los hornos. Y tampoco viene a ser tan cierto que para escribir sobre el arte culinario con inspiración o admiración, hay que haberse quemado las manos con aceite hirviendo, o sufrido un tajo en el dedo al rebanar una zanahoria. Rubén sabía dar consejos a Francisca, pero no lo dejaban asomarse a la cocina, como a tantos nos ha ocurrido.
At Night We Walk in Circles (editada a fines de octubre en Riverhead Hardcover), la nueva novela de...
Esta mañana tuve una videoconferencia con Holanda. Yo estaba en la sede del Sindicato de Fútbolistas de Chile, en Santiago. Del otro lado, en Ámsterdam, estaban unos directivos de la FifPro (agrupación mundial que reúne a todos los sindicatos de futbolistas profesionales del mundo). Anualmente, la Fifa y la FifPro eligen al ganador del "Balón de oro" como el mejor jugador del mundo.
Me contactaron ellos, interesados en "Niños futbolistas". Ya habían conseguido el libro, y querían que les contara más detalles porque están interesados en los derechos de los jugadores. En la Fifpro, me dijeron, ahora se van a comenzar a preocupar por los traspasos de menores.
Les dije, luego de una pregunta sobre posibles medidas, que no soy legislador, que no puedo proponer soluciones, que mi trabajo terminó en poner sobre la mesa un tema (que tampoco era mío, porque los temas no son de nadie, siempre están ahí).
En un momento, desde las oficinas centrales de la Fifpro me preguntan cómo hacer para detectar estos traspasos precoces. Se me ocurrió responder algo simple:
-Busquen en internet "fichaje de un menor" "Contrataron a un niño". Algo les aparecerá.
Espero haber ayudado en algo a la gente de la FifPro, que se veía preocupada del tema (al punto de mandar a buscar el libro a España y a contactarme para una videoconferencia). Una vez cortada la conversación con Ámsterdam, hice el ejercicio y entré a internet por si había algún fichaje. Para mi sorpresa (aunque tampoco era tan sorpresa), había una noticia fresca: el Real Madrid anunciaba hoy, el mismo día 08 de octubre, el fichaje oficial de un niño japonés de 9 años llamado Takuhiro Nakai y apodado 'Pipi'.
El chico, me enteré despues, deberá viajar pronto a España a iniciar su nueva vida. Ahí comenzará el recorrido que muchos antes ya hicieron, y que están en el libro. Pipí es, hasta ahora, el último caso famoso de un niño futbolista.
Twitter: @menesesportatil
Lo natural frente a lo abstracto y a lo mediado por la inteligencia humana
La superficie de la mesa y la línea sobre la superficie no son susceptibles de hallarse por sí mismas en movimiento o en reposo, sólo se mueven o se estabilizan cuando la mesa lo hace y ello, según el criterio establecido en la columna anterior, las distingue de las entidades físicas.
Con tal criterio, Aristóteles nos pone sobre la pista de aquello que más adelante se denominará cantidad de movimiento (la cual recubre el reposo como caso límite en el que la velocidad es nula), y que fue considerado (al menos hasta la conmoción cuántica e incluso aquí con matices) un atributo que toda entidad física presenta necesariamente. Habrá otros predicados que jugarán un papel análogo al que juegan movimiento y reposo y servirán también de criterio a la hora de discriminar lo que es físico de lo que no lo es.
Sabemos ya, por ejemplo, que al igual que no son físicas las cosas matemático-geométricas, tampoco son físicas las ideas asociadas a las palabras (por mucho que, algunas de ellas, a ciertos políticos se le antojen más peligrosas que misiles). Las ideas sólo pueden ser desplazadas en un sentido puramente metafórico, como cuando se dice que constituyen armas arrojadizas.
Aquí una matización que tiene resonancia en nuestro cotidiano lenguaje. Oponemos las cosas de la naturaleza a las ideas o entidades abstractas, pero también a las cosas artificiales, así cuando hablamos de inteligencia artificial, por oposición a la inteligencia cabal de los seres animados. Esto tiene también resonancias aristotélicas.
Cabalmente natural es para el Estagirita sólo aquello que tiene como propio y esencial el principio de ese su movimiento o reposo, es decir, el animal o la planta, aunque las cosas inanimadas también pueden ser consideradas naturales por una especie de la propiedad de sus componentes (1). Lo explícitamente opuesto a lo natural es para el filósofo aquello que es resultado de la techné, ya sea entendida como técnica o como arte. Así la mesa comparte con la madera el hecho de que se mueve tan sólo por hallarse constituida por los cuatro elementos, pero a diferencia de la mesa no se daría sin el hombre, el cual, como hemos visto, es technités por propia naturaleza. Y una pregunta de paso ¿Qué pasa sin embargo con aquello que poseyendo vida ha sido modelado por la técnica, así un animal domesticado. Como ser animado es sin duda natural, pero sin el hombre no se daría y en tal medida es artificial. Es obvio que la polaridad physis - techne no funciona bien en este caso.
En suma, entidades abstractas como las de las matemáticas no son naturales en razón de no ser susceptibles de intrínseco movimiento o reposo, los productos de la techne no son naturales en razón de que entre la naturaleza y ellos hay la mediación de la inteligencia.
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(1) En la aparentemente tan ingenua como fértil teoría de los elementos de los Antiguos, el criterio aristotélico para determinar lo natural, es decir, la polaridad movimiento- reposo se aplica en sentido estricto a los cuatro elementos, fuego, tierra, aire, agua, los cuales se hallan en reposo cuando están en su lugar propio y tienden intrínsecamente a reencontrarlo cuando han sido desplazados. A los compuestos (synola) de los cuatro elementos como la piedra o la carne sólo cabe atribuirles el movimiento en razón de la tendencia de sus componentes
millionsmillions:
Matt Kish would like to explain the process and inspiration for the artwork in his forthcoming book, Heart of Dearkness.
Un fin de semana años atrás, Jorge Carrión vino a visitarme a Cochabamba. Habló de series de televisión hasta marearme, dijo incluso algo así de exagerado como "si Shakespeare viviera hoy sería un guionista de HBO". Yo ya lo estaba situando como uno más de esos teleadictos que se pasan el fin de semana tirados en cama viendo serie tras serie, cuando me pidió que lo llevara a un tour por las librerías de la ciudad. Un paseillo antropológico, pensé, una curiosidad turística. Sí, era eso, pero no sólo eso. Fuimos a la librería Sea, en la esquina de las calles Colombia y España, donde durante mi infancia el dueño, don Gregorio, me vendía comics argentinos y me canjeaba novelas policiales, ejemplares mustios de los cuales podían salir arañas y también, con suerte, una vez en casa, la maravilla. "Como las primeras librerías griegas y romanas", dijo Jorge mientras tomaba notas en su Moleskine, "donde se vendían libros o se alquilaban". Hablé de mi pasión por Conan Doyle, y Jorge dijo que en la librería Stanfords de Londres Sherlock Holmes había encargado el mapa del páramo que le permitiría resolver el caso de El sabueso de los Baskerville. No había nada que no remitiera a Jorge a una librería. Había estado por casi todas las librerías del mundo y tenía la esperanza de que esas notas que tomaba pudieran formar alguna vez un libro, que se llamaría, vaya originalidad, Librerías. Y sí, el lugar podía interesarle, pero, fetichista como era, lo que quería era ver libros, y como en la Sea no había muchos, decidimos continuar viaje y fuimos a Los amigos del libro, en la calle Heroínas, donde en mi adolescencia yo compraba emocionado los libros de los autores del Boom -La guerra del fin del mundo, El amor en los tiempos del cólera- y best-sellers -Tiburón, Encuentros cercanos del Tercer Tipo--. A Jorge le llamó la atención que la librería fuera también parte de la editorial Los amigos del Libro, la más importante del país en ese entonces, que funcionaba en el segundo piso del establecimiento, hecho que también remitía al origen de las librerías como lugares anexos a las editoriales en la antigüedad. Se impresionó por los estantes dedicados a literatura e historia boliviana y dijo que eso le daba una mejor imagen de Cochabamba: una ciudad debía ser una trama de comercios de libros, un negocio económico y simbólico donde se reafirmaba un gusto dominante o se inventaba uno nuevo, la literatura no era una abstracción y hasta el canon podía formarse entre los pasillos de esos núcleos culturales (había que pensar en cuánto le debía La Generación Perdida a Shakespeare and Company y la Beat a City Lights). Jorge se compró un montón de libros, entre feliz y resignado: sabía que no llegaría a leer ni la mitad, pero su pulsión consumista lo ganaba. Salimos de la librería y me notó triste y preguntó qué me ocurría. Le dije que me acababa de dar cuenta de que yo no tenía tanta fe en mi ciudad, que esa red de comercios de libros no existía y que me sentía como aquel amigo de Tarija que se había puesto a llorar cuando se cerró el último cine de su ciudad. Jorge me abrazó: no había que ser apocalíptico. Él también había creído algún día que con la llegada de Amazon y los libros digitales se acabarían las librerías. Había visto cómo se cerraban librerías en su ciudad, cómo eran transformadas en restaurantes de comida rápida. Sí, era un lugar cada vez más frágil y asediado, pero estaba convencido de que las ciudades necesitaban de esos espacios rituales, de esas topografías eróticas, de esos ámbitos estimulantes en los que nutrirnos de materiales para construir nuestro lugar en el mundo. Habría nuevos desafíos para las librerías, sí, pero eso permitiría reinvenciones, formas creativas de adaptarse al presente. Lo acompañé al aeropuerto y no lo volví a ver. Hace poco me llegó su último libro por correo. Se llama Librerías, acaba de ser Finalista del premio Anagrama de Ensayo, y derrocha inteligencia y lucidez y se maneja muy bien tanto en el análisis cultural o literario como en el dato histórico o la anécdota visceral. Me quedé pensando en la ironía de no haberlo comprado en, no sé, Tipos Infames en Madrid o Metales Pesados en Santiago. Pero supuse que Jorge, a quien imaginé viendo en ese momento la miniserie neozelandesa de moda, o quizás recorriendo una librería de viejo en San Cristobal de las Casas en busca de libros autografiados por el subcomandante Marcos, entendería esa ironía mejor que nadie.
(La Tercera, 7 de octubre 2013)