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Asuntos metafísicos 22. Los principios rigen nuestro cotidiano lazo con el mundo

Es posible que durante un tiempo vivamos en la ilusión de que alguno de estos principios no rige, o no rige en todos los casos, pero hay razones para creer que su interiorización más o menos progresiva constituye el proceso por el cual llegamos a mantener  un lazo ordenado con el entorno. En cualquier caso el presuponerlos   constituye  un requisito  en  la disposición de espíritu que caracteriza al que  se dedica a la física, y  su eventual  puesta en tela de juicio a partir del trabajo de los propios físicos, supondría desde luego  una radical revolución.

 Y como hemos visto, a los  principios propiamente dichos se asocian conceptos sin  los cuales ni siquiera serían enunciables. Así, al  referirnos a cosas que no se hallan en relación de contigüidad estamos hablando de que mantienen una distancia espacial, y al hablar de causa y efecto estamos presuponiendo una dirección en la secuencia (de la causa al efecto y no a la inversa) que responde a  la irreversibilidad que denominamos tiempo. Además todo lo que acontece se lo atribuimos a lo que es substancial o subsistente, es decir, a lo susceptible de movimiento o de reposo, susceptible de cantidad de movimiento, substancias aristotélicas o materiales y no meras abstracciones.  El conjunto de todo ello operando de manera subyacente en nuestros juicios y razonamientos posibilita   nuestras representaciones y relatos sobre los acontecimientos en el mundo

 

Los principios expuestos son como los nutrientes que, sin reparar en ellos, posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo. Un dispositivo que opera al menos de manera  implícita tanto en la actividad ordinaria como en el trabajo del científico volcado sobre  el orden natural. Sin embargo la física no explora este bagaje.  No lo incluye en su inventario temático porque lo considera algo preliminar  y hasta, en cierto modo, una obviedad; considera,  por utilizar los términos de Einstein, que si nuestra razón dejara de asumir tales presupuestos "la ciencia física en el sentido usual del término" sería imposible. Por ello será necesario retomar más adelante la cuestión, en especial por lo que se refiere  al principio de realismo,  que merecerá capítulo aparte, preguntándonos qué se ha hecho de estos principios, qué lugar ocupan en la jerarquía del conocimiento, dada la auténtica conmoción que para nuestras representaciones de la Physis han supuesto la física del siglo XX y en particular la Mecánica Cuántica.

 

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5 de noviembre de 2013
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El arrepentimiento

Salen de la cárcel a pesar de que, si las condenas se sumaran, se pudrirían en ellas. Las fotos de recién liberados (debería analizarse la iconografía que acompaña a quien sale de la cárcel: la sonrisa borrosa, la indumentaria de estudiante, la bolsa de deporte con lo que resume treinta años entre rejas, la comparsa obligada de los familiares…) están estos días en primera plana. Salen, pero no están arrepentidos. Ese es el gusano que carcome a los familiares de padres y hermanos asesinados por ETA o de las mujeres -hasta 78 violó Antonio García Carbonell- que no han podido deshabitar el miedo ni un solo día de sus vidas. La mayoría de presos que han pertenecido a ETA, incluso los que se han desradicalizado, aseguran que “no se arrepienten de nada absolutamente”. Así lo afirma en el libro Patriotas de la muerte la mayor parte de sus 70 antiguos militantes que entrevistó el catedrático de Ciencia Política y experto en terrorismo Fernando Reinares. “Satisfecho”, “orgulloso”, esos son los sentimientos predominantes en los terroristas. También insisten en el “contexto histórico” y utilizan a menudo la coletilla “el precio que debía pagarse”. Para ellos su lógica continúa vigente y no se permiten cuestionarse lo que significa acabar con una vida. En un principio -y pienso en Foucault- las cárceles modernas surgieron como instituciones disciplinarias con el objetivo principal de separar al criminal de la sociedad, por ser un peligro público. Pronto se le añadió a este argumento un componente fundamental: el delincuente pagaba, no directamente a las familias de sus víctimas sino, simbólicamente, al conjunto de individuos por el daño causado. Trabajaba, se formaba, encontraba su utilidad. Y, tras haber cumplido su condena y haberse reeducado, quedaba exento de toda culpa y podía reemprender una nueva vida, algo que con los años se ha demostrado, en la mayoría de los casos, una auténtica utopía. Hoy en nuestro país hay 159 presos por cada 100.000 habitantes. Vivimos en una sociedad cada vez menos violenta gracias al progreso, pero aumenta la población reclusa a causa del fracaso de nuestra política penitenciaria: los presupuestos menguan, se denuncian falta de asistencia médica y abandono de programas de reinserción… España es el país con más presos de Europa Occidental. De la misma forma que para solucionar un problema lo primero es reconocerlo, parece lógico que para expiar una culpa haya que empezar por arrepentirse. Pero ese razonamiento tan sólo es moral. El culpable, según Spinoza, no puede arrepentirse porque estaría expresando su voluntad de desligar su persona de la acción de la que, sin embargo, se considera causa. “Nadie podrá arrepentirse de una acción que haya sido incorporada a la trama de su propia personalidad”, encuentro en un diccionario filosófico en una entrada sobre la culpa. O sea, la muerte en vida. Aunque ya sean zombis. (La Vanguardia)

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4 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escritores gravemente heridos

A lo mejor, no estamos completamente muertos pero sí, desde luego, muy malheridos. Los letraferidos de hace un siglo respiraban por esas aberturas que, como rendijas de buzones, les dejaban los libros que fervientemente engullían. Nosotros hoy, los hijos de aquéllos santos personajes, observamos nuestros pisos tapiados por estanterías cargadas de miles de libros. Libros quietos que ya no nos caben adentro pero que tampoco nos dejan conversar afuera. Son como piezas de una muralla que se ha levantado entre nosotros y el curso corriente del mundo exterior.

No solo los editores se encuentran moribundos, las librerías al borde del desahucio y los distribuidores sin destino. Los escritores hemos pasado de la perplejidad a la desolación y, si se va a ver, al sinsentido. Toda la vida en esta meticulosa labor de elegir palabras, letra a letra, y ahora los ejemplares se venden por kilos o se acuchillan como una maligna excrecencia de la cultura. ¿De la cultura?

Ni siquiera sabemos con claridad, nosotros los viejos escritores, cómo podría existir cultura sin libros pero ¿cómo negar que algo de algo debe de haber? Recuerdo el caso de tantos colegas que trabajábamos como devotos penitentes. El sustantivo, el adjetivo, el verbo, la coma, el punto y seguido, la precisión. Todo ello constituía una labor tan solitaria que, en ocasiones, la acentuábamos pidiendo aislarnos en algún lugar apartado, para hacerlo aún más concentradamente. Aislarnos para escribir mejor y, al cabo, para comunicar más a fondo el fondo.

Este ejercicio era como una destilación o camino de perfección que no dudábamos en sentir como un trabajo duro. Ahora que yo pinto, no pretendiendo ser Kandinsky y menos a la manera en que antes (escribiendo) procuraba ser Kafka (de hecho, prefería ser Kafka muerto que Vicente Verdú vivo), percibo la diferencia. Mientras pintar es el gozo que hoy me premia o no, libremente, escribir solo era un gozo tras haber penado para por lo escrito. Le preguntaban a Gil de Biedma por qué escribía y contestaba: "Escribo para haber escrito". Así, el sentimiento de culpa disminuía.

La escritura se presentaba como una tupida foresta, sagrada y vocacional, que solo los muy elegidos traspasaban silbando. Los demás lo hacíamos sudando. Pero bien, cuándo ya nos parecía a algunos de este sudado pelotón haber alcanzado la dicha de poder decir justamente lo que queríamos decir, ahora va y nos cierran la boca o no se oye el valor de lo escrito.

Años y años buscando decir mejor y ahora apenas importa si la página está peor o mejor escrita. Ahora lo que cuenta, lo que se ve, es cómo será el intrigante final de la novela y muy poco la calidad de sus líneas. Las líneas que algunos de nosotros trazábamos con los cinco sentidos, ahora solo poseen el sentido de raíles para viajar por la trama y a cuanta mayor velocidad mejor. La perfección de la escritura es una antigualla lentificadora que solo compartimos los viejos veteranos. Pero además, si se muestra una evidente perfección en una obra de arte es señal de que no se está al día. Excepto en algunos productos audiovisuales de alta velocidad de paso, lo otro, las ofertas para la contemplación y delectación, ha perdido el tren, por despacioso.

Toda meditación, toda reflexión, todo pensamiento suelen parecer demasiado largos y morosos. Frente a la meditación la intuición, frente a la reflexión la acción, frente al pensamiento el movimiento. Pero no voy a empeorar las cosas lamentando mucho estos cambios. Los cambios cambios son. Y toda evolución, se dice, es para mejor. O sea que estábamos en lo peor y gracias a Dios ya no servimos prácticamente para nada. ¿Acuchillarnos? Paradójicamente la tapia que forman nuestras estanterías cargadas de miles de libros nos salvan de una muerte violenta y aunque solo a cambio de caer más tarde como ácaros. Ácaros del griego acari, "diminuto", "que no se corta". Apegados al libro sangrante, pero aún vivo, que mañana será o no será.

(El País, 5 de octubre de 2013)

 



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4 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Heracles, periodista

Agradezco la invitación que se me ha hecho para participar en la entrega del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Para mí es una alegría y un honor que se le permita a un escritor de ficción celebrar de una de las profesiones más relevantes y acaso también más riesgosas de nuestro tiempo. Sin considerarlos por fuerza émulos de Heracles, quizás valga la pena enumerar algunas de las tareas que los periodistas de nuestra época han de realizar a fin de eludir la irrelevancia, tolerar presiones y amenazas, sobreponerse a incontables peligros y continuar desempeñándose como actores fundamentales en nuestra azarosa modernidad democrática.  

 

1 El león de Nemea

 

La realidad política se parece al bilioso felino que asolaba la región de Nemea. Heracles no logró matarlo hasta que logró atrapar al monstruo en su propia madriguera y, una vez muerto, lo desolló con sus mismas garras. Igual que el héroe griego, la principal labor del periodista moderno consiste en lidiar con la bestia del poder o, sería mejor decir, de los poderes. Todas esas fuerzas que, si no son controladas o supervisadas -si no son exhibidas-, anteponen sus intereses al interés general. Con la excepción de Cuba, hoy en América Latina campean las democracias. Su calidad, sin embargo, deja mucho que desear: sin duda los procedimientos electorales se llevan a cabo, y existen leyes que regulan el entramado institucional y protegen los derechos humanos, pero entre la letra escrita y la vida cotidiana se abre un abismo que sólo el buen periodista es capaz de explorar. Como la bestia de Nemea, los poderosos poseen una piel correosa que les garantiza la mayor impunidad. No se trata de que éste tenga por fuerza que asesinar (en términos simbólicos) al poderoso en turno, pero sí de que ha de acorralarlo con sus propias palabras y desollarlo al exhibir la disparidad entre lo que dice y lo que hace. Una democracia que no muestra sus entrañas no es una auténtica democracia. Por ello, el periodista debe concentrarse en mostrar lo que no se ve, en desvelar -en el sentido mítico de la palabra- lo que ocurre detrás de cada decisión política, de cada versión oficial (y cada boletín de prensa). Una tarea semejante a la de enfrentarse a un león hambriento.

 

2 La hidra de Lerna

 

            En la primera temporada de Newsroom, la serie de HBO de Aaron Sorkin, los conductores y reporteros de un sistema de noticias privado se enfrentan a diario a sus mayores enemigos: los dueños de su propia cadena de noticias. A diferencia de lo que ocurre en América Latina, donde las presiones y amenazas contra los periodistas provienen de los políticos o, como veremos en el siguiente apartado, de los criminales, en Estados Unidos los intereses empresariales predominan a la hora de acallar o manipular a la prensa. Un fenómeno cada vez más extendido en nuestra región. La credibilidad que el ciudadano le concede a un periodista se basa tanto en su prestigio personal como en la trayectoria de su lugar de trabajo. Sólo que, en esta época de concentraciones, los dueños de los medios suelen ser propietarios de un sinnúmero de empresas que van de canales de televisión, radiodifusoras, editoriales y revistas a compañías energéticas o tiendas de departamentos. Según la leyenda, la hidra de Lerna poseía nueve cabezas que se regeneraban de dos en dos cada vez que una era cortada. Heracles sólo consiguió vencerla cercenando los cuellos de la bestia a gran velocidad, al tiempo que su sobrino Yolao cauterizaba las heridas. Los intereses económicos de los medios de comunicación se multiplican con la misma velocidad que las cabezas de la hidra. Si en otros tiempos los principales enemigos de los periodistas eran los políticos, cada día es más frecuente que sean sus propios patrones quienes buscan presionarlos o acallarlos. Si un profesional quiere escapar de esta opresión, ha de mantener su rostro permanentemente cubierto para protegerse del fétido aliento de quienes buscan utilizarlo como instrumento de sus agendas y está obligado a cercenar todas las cabezas que sean necesarias si está decidido a llegar a la verdad. Claro que, en el proceso, su propia cabeza está en juego.   

  

3 La cierva de Cerinea

 

            En los últimos años, México se ha convertido en el país más riesgoso para el ejercicio de la profesión periodística, no ya por las amenazas cumplidas de los políticos, sino de los cárteles del narcotráfico o de los militares y paramilitares que los combaten. Desde que se inició la llamada "guerra contra el narco", decenas de periodistas han sido asesinados y otros tantos han tenido que exiliarse o abandonar su profesión. Además, numerosos diarios han dejado de informar sobre hechos criminales o de plano han tenido que cerrar y liquidar a sus plantillas ante las amenazas que reciben a diario. Una realidad atroz que oculta otra: la de quienes han puesto su pluma al servicio de los criminales. En entornos como éste, el periodista debe ser tan rápido como Heracles, a quien le llevó un año capturar a la cierva de Cerinea -un animal dotado con pezuñas de oro, como las armas con joyas incrustadas de nuestros capos-, y ser capaz de eludir tanto la censura como la autocensura a la hora de informar sobre la feroz confrontación entre los narcotraficantes y las fuerzas del orden.

 

4 Jabalí de Erimanto

 

            Conforme al mito, el jabalí de Erimanto era una bestia que provocaba terremotos al galope, comía carne humana y aparecía de pronto en cualquier lugar. El poder, en nuestra época, comparte esta condición: si no es capaz de devorarnos, nos vigila sin tregua, al tiempo que resulta siempre elusivo, misterioso, inaccesible. No deja de resultar paradójico que, justo cuando la democracia se ha impuesto como forma de gobierno, el Gran Hermano de Orwell se convierta en una metáfora omnipresente. Desde los atentados contra las Torres Gemelas en 2001, las distintas sociedades democráticas del planeta se han vuelto cada vez menos reacias a ser permanentemente controladas. Lo más desasosegante de las revelaciones de Wikileaks o de Edward Snowden es que apenas nos resulten inquietantes. En este escenario, al periodista está obligado a estudiar, confirmar e interpretar el cúmulo de filtraciones que de manera cada vez más frecuente inundan nuestra escena pública y, por el otro, ha de perseguir sin tregua a las autoridades que, en aras de defender la seguridad nacional, actúan con poderes extraordinarios, como si nos encontrásemos en un permanente estado de emergencia. La persecución sufrida por Manning, Assange, Snowden y otros filtradores y hackers es una advertencia para cualquiera que se atreva a revelar secretos de Estado y, en especial, para los periodistas que investigan estos temas. El Gran Jabalí se ha instalado allí, frente a nosotros, y no dudará en devorar a los traidores que buscan revelar sus misterios.

 

5 Los establos de Augías

 

Incluso quienes no somos nativos digitales sentimos que Internet nos acompaña desde hace siglos, pero en realidad los primeros blogs datan de fines de los años noventa, que la Wikipedia nació en 2001, Facebook en 2004, Twitter en 2006, los primeros iPhones en 2007 e Instagram en 2010. La aparición de Internet y la vertiginosa expansión de las redes sociales ha supuesto un nuevo y apasionante desafío para los periodistas. Gracias a estos nuevos medios, hoy cada vez que ocurre un desastre natural, un magnicidio, un atentado terrorista, una justa deportiva o incluso una revolución, cientos o miles de reporteros espontáneos capturan la información en vivo, mucho más rápido que cualquier sistema de noticias, la documentan con fotografías y videos e incluso la interpretan para los miles o incluso millones de personas que los siguen. Si bien muchos de estos improvisados reporteros podrían convertirse en profesionales, la sobreabundancia de información, la posibilidad de falsear cuentas y, en resumen, la ausencia de rigor empañan su trabajo. En una sociedad democrática, el exceso de información puede resultar tan dañino como su ausencia. Sin duda, la posibilidad de que cualquiera pueda dar cuenta de un acontecimiento permite que la sociedad se torne más abierta -no es casual que los regímenes autoritarios persigan con más saña a los blogueros que a los profesionales-, pero puede abismarnos en una confusión aún mayor. Obligado a limpiar los establos de Augias, poblados por bestias inmortales cuyos excrementos se acumulaban desde hacía decenios, Heracles se las ingenió para desviar el curso de dos ríos que no tardaron en limpiar la suciedad. Como el héroe griego, al periodista no sólo le corresponde perseguir nuevas informaciones, sino desbrozar los caudales de información que cada día circulan en Internet y en las redes sociales para conferirle un poco de orden a ese caos cotidiano. 

 

6 Los pájaros de Estínfalo

 

            La crisis. Todo lo que ocurre es culpa de la crisis. Los despidos. El recorte de plantillas. La disminución de sueldos y prestaciones. La desaparición de secciones completas de los diarios. La desaparición de numerosos diarios. La crisis. Más amenazante que las feroces aves de rapiña que sobrevolaban el lago Estínfalo, la crisis se lleva todo por delante. Porque la crisis atenaza. Porque la crisis paraliza. Porque nadie puede vencer a la crisis. Decenas de periodistas despedidos. Redacciones semivacías. O periodistas que, por el mismo sueldo, han de aparecer en radio y televisión y, de paso, escribir una columna diaria. Periodistas todoterreno. Periodistas sin tiempo -ni recursos- para cumplir la parte fundamental de su trabajo: investigar, confrontar, entrevistar, interpretar. Sí, otro de los grandes peligros que se ciernen sobre los periodistas de nuestra época es esta crisis, tan real como imaginaria.  Al final, sólo la intervención de Atenea, quien le proporcionó a Heracles un cascabel mágico para ahuyentar a las aves del Estínfalo, permitió que nuestro héroe saliese airoso de su tarea. Pero, ¿qué acto de magia se necesitará para que el periodista disponga del tiempo y los recursos necesarios para consagrarse a su labor, ahuyentando el obsceno fantasma de la crisis?

 

7 El toro de Creta

 

            En menos de una década, la forma en que los ciudadanos se informan ha sufrido una drástica mutación, modificando la naturaleza misma de diarios y revistas, que han tenido que adaptarse -a trompicones- al nuevo ecosistema digital. Primero, los medios se apresuraron a incorporar a sus tareas habituales la puesta en marcha de sitios digitales que complementaban sus publicaciones impresas; luego, a una velocidad mucho mayor de la prevista, estas aparentes excrecencias devoraron a sus matrices. De un día para otro, los medios tradicionales entraron en crisis: al constatar que sus lectores digitales se multiplicaban al tiempo que sus lectores en papel disminuían en una proporción equivalente, sus directivos tomaron distintas estrategias: cobrar por el acceso a sus informaciones en la red; cobrar por una parte de dichas informaciones; cerrar por completo el negocio en papel; o intentar navegar entre los dos mundos. Hoy, la lectura de impresos no ha desaparecido, pero hay millones de jóvenes que jamás han comprado un periódico en un quiosco. Esta transformación en la lectura de noticias entraña una transformación no sólo de los medios, sino del trabajo que los periodistas llevan a cabo. Antes, uno compraba el periódico, lo hojeaba durante algunos minutos -los domingos incluso horas- y se enteraba de noticias que jamás habría buscado de manera natural. Hoy, el lector oscila de un medio a otro, guiándose por las recomendaciones de su timeline o el sorprendente itinerario de los links. En su séptimo trabajo, Heracles se vio obligado a viajar a Creta para capturar al célebre toro, padre del Minotauro, que echaba fuego por las narices. Montándose en su lomo, el héroe navegó hasta Micenas, donde lo dejó libre. Hoy, el periodista no tiene más remedio que navegar por la Red, consciente de que la información que proporciona ya no se equilibra en el contexto de su propia publicación, sino con la procelosa corriente del océano digital.

 

8 Las yeguas de Diomedes

 

            Si bien las nuevas tecnologías le han arrebatado a los medios tradicionales el privilegio de ser las principales fuentes de información en el espacio público, éstas también son las responsables de una paradójica revitalización del periodismo escrito: por más que ahora uno no lea un diario o una revista de cabo a rabo, los saltos de un enlace a otro nos conducen a una suerte de periódicos a la carta que cada usuario construye día con día. Por desgracia, en una región caracterizada por una pavorosa inequidad como América Latina, sólo una pequeña parte de la población dispone de los medios tecnológicos para informarse de esta manera. Si a ello se suman los muy pobres índices de lectura, la conclusión es que la mayor parte de la población termina informándose sólo a través de la radio y la televisión. De este modo, nuestras democracias están habitadas por ciudadanos que en el mejor de los casos dedican media hora a alguno de los noticieros emblemáticos de las cadenas privadas y a escuchar los cortes informativos de las estaciones de música. En televisión, las noticias se encuentran sometidas, más que a los altos principios del periodismo investigativo, a las normas del propias del espectáculo. Cada noticia, que no dura más de tres minutos en pantalla, forma parte de una narrativa que no busca privilegiar la profundidad sino el show bussiness. Igual que las voraces yeguas de Diomedes, los medios electrónicos lo devoran todo a su paso, dejándonos sólo miserables osamentas de información.

 

9 El cinturón de Hipólita

 

            La sociedad del espectáculo, anunciada hace casi medio siglo por Guy Debord, se ha vuelto tan natural que ya apenas reparamos en ella. En nuestros días, todas las noticias tienen que ser sexys -y lo peor es que ya a nadie le escandaliza el uso de este término. Se trate de un huracán o de un golpe de estado, de una votación decisiva en el parlamento o de las declaraciones del presidente, toda información debe ser vendible. Incluso los medios más respetados no dudan en emplear recursos que antes se reservaban sólo a la prensa de sociales, la nota roja y del corazón. Mientras que las páginas de información y de cultura se reducen, proliferan las de espectáculos, sociales y deportes. Una cosa es que el periodista o el redactor busquen atraer la atención con los recursos de la narrativa y otra que se vuelvan acólitos de una estrategia que sólo resaltar los detalles más burdos, grotescos o melodramáticos de una noticia. En medio de tanta fatuidad, el periodista ha de perseguir el rigor como Heracles buscó el cinturón mágico de la amazona Hipólita eludiendo la tentación de ser un protagonista más del espectáculo.   

 

10 El ganado de Gerión

 

            Si por un lado nos vivimos en el reino de la banalidad, por el otro nos acecha el imperio de la opinión. Mientras los espacios para la información dura se reducen por doquier, se multiplican aquellos en los cuales toda suerte de comentaristas -opinócratas, los llama Jorge Castañeda- nos ilustran sobre todas las materias imaginables. Nada tendría de malo que en sociedades democráticas cualquiera pueda expresar sus puntos de vista pero, como un antídoto tal vez excesivo a nuestro pasado autoritario, ahora parece que resulta mucho más importante opinar sobre un asunto que informar sobre él. Se multiplican las columnas, los artículos, los comentarios electrónicos, los blogs personales, los posts y videoposts, los tuits y las actualizaciones de Facebook, como si todo el mundo tuviese algo relevante que decir. Parecería que los opinócratas compiten para colocarse en una suerte de top ten de la influencia mediática, adueñándose de un poder simbólico que ejercer sin frenos. Geriones con tres cuerpos, éstos no se detienen ante nada. El verdadero periodista también ha de lidiar con ellos, y con su propia e irrefrenable tendencia a opinar.

 

11 Las manzanas del Jardín de las Hespérides

 

            Cuando Heracles creyó haber terminado con los diez trabajos que le encomendó Euristeo, éste añadió dos más a la lista. En el primero, Heracles debía robar las manzanas del jardín de las Hespérides, el lugar donde moraban ninfas dedicadas al arte. Tras cumplir cada una de las labores anteriores, el periodista contemporáneo todavía debe empeñarse en buscar la poesía. Rivales enconadas o disciplinas complementarias, el periodismo y la literatura no siempre han sabido amalgamarse. Frente a la rigurosa búsqueda de la verdad, las florituras formales de la literatura pueden parecer vacuas o superfluas; y, frente a la belleza literaria, el periodismo puede resultar demasiado burdo o anodino. Por fortuna, gracias a los esfuerzos de grandes escritores dispuestos a "rebajarse" al periodismo, o de grandes periodistas versados en la tradición literaria, disponemos de soberbios textos que, sin dejar de ser periodismo, son también alta literatura. Del Nuevo Periodismo al auge del periodismo narrativo que hoy se vive en América Latina, allí están las pruebas de que este matrimonio es posible: sin sacrificar la claridad, la transparencia y el rigor del periodismo, el uso de recursos retóricos y formales provenientes de la novela, el teatro o la poesía no hacen sino enriquecer la verdad periodística.

 

12  La captura de Cerbero

 

            El último trabajo de Heracles, capturar a Cerbero, el guardián de los infiernos, deberíamos leerlo en clave casi psicoanalítica: es el desafío de descender a las profundidades de uno mismo, de seguir una ética propia sin fisuras, de perseguir la verdad -y las verdades- a sangre y lodo, de no dejarse vencer ni por la soberbia ni por el miedo, de no encaramarse en la ola de la inercia o de la fama, de eludir tanto los reflectores como las compañías del poder que se ejercen tras las sombras, de estar convencido de que, al final de cada aventura -de cada reportaje, de cada crónica, de cada entrevista, de cada artículo-, no sólo se encuentra la satisfacción ante el trabajo cumplido, sino el grano de arena que contribuye, con idénticas dosis de humildad y de orgullo, a perfeccionar el funcionamiento de nuestras azarosas sociedades democráticas.

 

Discurso leído durante la entrega del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar de Colombia. Bogotá, 28 de octubre, 2013

 

Una versión distinta de este texto se publicó en Reforma, 3 de noviembre, 2013



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3 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Espías en el continente

La editorial Libros del Asteroide ha reeditado hace poco una de las escasas novelas latinoamericanas de espionaje que valen la pena: El complot mongol (1969), del escritor mexicano Rafael Bernal. La historia de los espías chinos que supuestamente planean en México un atentado contra el presidente de los Estados Unidos explota la idea del continente como pieza estratégica en la lucha geopolítica de la guerra fría (aquí hay espías del FBI y también del KGB). Filiberto García, el matón que intenta desenredar la intriga internacional, es el estandarte del viejo orden que se resiste a morir, alguien que en su recorrido por la ciudad critica al México que sueña con la modernización.

Aunque hay alguna que otra novela más de este subgénero digna de resaltar -por ejemplo, La cabeza de la hidra, de Carlos Fuentes--, lo cierto es que en América Latina nos ha ido mejor a la hora de inventar policías y detectives corruptos que cuando toca crear espías (los de afuera sí ven al continente como un espacio fértil para el espionaje, a juzgar por novelas como Nuestro hombre en La Habana, de Graham Greene, o El sastre de Panamá, de John le Carré). No es una buena excusa decir que la novela de espionaje necesita de servicios de inteligencia de alto nivel o superpoderes en conflicto; después de todo, se han hecho grandes cosas con el género negro a pesar de la fragilidad de la ley y de nuestras instituciones del orden.

            La corta historia de este subgénero en la literatura latinoamericana comienza, como tantas otras cosas, con Borges. En "El jardín de senderos que se bifurcan", relato ambientado en la primera guerra mundial, Yu Tsun, al servicio de Alemania, se enfrenta a Madden, un irlandés al servicio de Inglaterra. Su misión es compleja: enviar a Berlin el nombre de Albert, la ciudad que debe ser atacada porque allí se encuentra un peligroso parque de artillería británico. Yu Tsun resuelve el problema con ingenio: matando al célebre sinólogo Stephen Albert. Así, su nombre aparecerá en los periódicos y los alemanes podrán entender el mensaje cifrado. En Borges, el relato de espionaje se convierte en un capítulo más de la lucha constante, a lo largo de la historia, por esconder un mensaje o descifrarlo; puede haber sangre en la batalla (Albert, el inocente descifrador de laberintos en el tiempo, morirá), pero en el fondo se trata de un problema textual: para jugar a los espías, hay que saber leer.   

 

(La Tercera, 2 de noviembre 2013



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2 de noviembre de 2013
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