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Tacones y cerebro

La indumentaria en el mundo de los negocios no sigue las tendencias. A pesar de que los nuevos millonarios de Silicon Valley o Palo Alto sean tipos ataviados con camisas a cuadros y tejanos bajos de cintura que bien podrían pasar por vendedores de bicicletas, el código de vestimenta, en este ámbito, poco ha variado su estilo conservador. Y no me refiero a los zapatos Oxford, los puños almidonados o la espectacularidad de un reloj -nunca más grande que la hebilla del cinturón- sino a la composición final cuyo propósito es ofrecer una imagen que no compita con la cuenta de resultados. Varios casos se han sucedido ya de ejecutivas reprobadas, e incluso despedidas, por vestir demasiado sexy. “Uno no se podía concentrar”, declaraban. “Querían mostrar con más atención su cuerpo que su cerebro”. Escotes desinteresados, minifaldas brevísimas y labios perfilados como un corazón, a menudo protagonizan esa noticia chisposa que, a pesar de su carga discriminatoria, destaca más por su vistosidad que por su trasnochado puritanismo. El ser humano requiere de protocolos. Constituyen un dique contra el error y la mala representación. Unas mínimas reglas ayudan a uniformizar, verbo que puede conjugarse como la acción de controlar la singularidad de cada uno y a la vez la de identificarle como parte de un todo. Pero es arriesgado que se señale a quien se salta las líneas del guión no escrito y, como ocurrió en un foro de inversores, elija -frente a la libertad de su armario- calzarse unos tacones de 15 cm. Eso sucedió hace unos días cuando Jorge Cortell, cabeza de una compañía de software médico, tuiteó una foto de una chica sobre unos stilettos infinitos. Junto a la foto, Cortell escribió: “Se supone que este evento es para los empresarios, capitalistas de éxito, pero estos tacones… (he visto varios como estos). WTF . #brainsnotrequired. Ya alertaron las feministas hace años que cerebro y tacones guardaban la misma relación que plumero y leones”. El tuit encendió la red, acusado de sexista, pero también fue defendido por aquellos que insisten en que para elaborar un plan de negocio, ninguna mujer debe igualar su calzado al de Dita von Teese. No es un caso aislado, conozco a más de una a quien su jefe le ha pedido -bien, como suele decirse, con cariño- que no se ponga tacones para discutir cuentas de resultados. “Sólo cuando estemos con clientes” . Más allá de la anacrónica moral que aún defiende con severidad que al cuerpo de la mujer no lo vista el diablo, pervive una tendencia ni clásica ni conservadora sino mojigata. “Una mujer con tacones de aguja es como un hombre con una camisa desabrochada hasta la clavícula”, leo en el artículo de The Wall Street Journal. Después del incendio en la red, llegó la podología. Lo nunca visto: una sociedad obsesionada por la salud de los pies de las mujeres. (La Vanguardia)

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28 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pedagogía de la ciudad sin ley

Política es pedagogía, según expresión ya clásica del socialista catalán Rafael Campalans. Cada declaración, cada decisión, cada gesto o acción, a veces incluso la más formal y protocolaria, contiene una lección política impartida a los conciudadanos. El político que ejerce el papel de maestro proyecta, en estas clases que profesa sin apenas darse cuenta, su idea sobre cómo deben comportarse los ciudadanos y cómo debe ser la comunidad en la que se incluyen, la polis.

Esta idea vale para cualquier representante de los ciudadanos, para cualquier alto funcionario, a veces incluso para un policía o un juez. Un diputado corrupto, un alto funcionario venal, un policía violento o un juez prevaricador, además de cometer un delito imparten con su actuación una lección negativa a sus conciudadanos: si yo me comporto así, vea usted mismo como deberá comportarse para defender sus derechos y evitar que esta sociedad le arrolle.

La primera y más elemental lección es la ejemplaridad. Pero en el caso de los dirigentes políticos, y sobre todo de los máximos responsables gubernamentales, la lección pedagógica que se espera de sus acciones va mucho más lejos. Por supuesto que debieran ser ante todo ejemplares en sus comportamientos personales. Pero deben serlo también en sus ideas y en sus propuestas, en sus acciones y en sus decisiones, siempre acordes con los principios y las leyes que se han comprometido a respetar y hacer respetar.

Nada crea mayor desazón y siembra mayor desesperanza que un jefe de Gobierno proclive a saltarse las leyes o a interpretarlas a su gusto. Que tiemblen los más débiles cuando sucede algo así, porque nos encontramos con la pedagogía de la ciudad sin ley. Y en la ciudad sin ley la única ley que impera es la del más fuerte, que es la de la selva.

En la ciudad sin ley siempre hierve la calle, manipulada por los que tienen palancas para hacerlo. La división de poderes se convierte en una farsa. Los sistemas de garantías, en un trámite formal sin valor. Los medios, en cajas de resonancia o instrumentos de agitación. Apenas hay parlamento, es decir, debate, deliberación y argumentos, y todo se convierte en griterío, estridencia y demagogia. Nadie imagina que la justicia no sea finalmente una forma de venganza. La democracia es tumultuosa, resolutiva, con recurso a la mano alzada o a los plebiscitos de resultado perfectamente organizado por los tribunos y agitadores de la plebe.

La pedagogía de la democracia y del Estado de derecho exige solo dos cosas del presidente de un Gobierno ante la sentencia de un tribunal que afecta a sus decisiones: acatamiento y silencio. Los gobiernos no deben comentar las sentencias de los tribunales ni mucho menos expresar su disconformidad echando a los manifestantes a protestar contra ellas en la calle. Y esto vale para el Estado de derecho entero, que es uno solo, sin que se pueda elegir el que más convenga a cada circunstancia: el catalán o el internacional si no me va bien el español.

Mariano Rajoy y Artur Mas van a la zaga en la pedagogía de la ciudad sin ley. Hay que decir que los partidos que presiden van a la zaga también en otras cosas que ahora no vienen al caso detallar, aunque también les acercan en su escaso respeto por la legalidad a la hora de financiarse. El presidente español se permite juzgar como injustas y equivocadas las sentencias de un tribunal y manda las huestes de su partido a manifestarse contra los jueces. Nada muy distinto de lo que hace Artur Mas cuando se convierte en la voz del pueblo que se manifiesta en la calle y sitúa la regla de una mayoría dibujada por las encuestas por encima de la regla de juego.

Empezaron consultando las encuestas de opinión y han terminado esclavizados por las opiniones que les transmiten las encuestas. No son los dirigentes sino los dirigidos. No gobiernan sino que son gobernados. Desde Bruselas y desde la calle, en una combinación de obediencia a la austeridad que impone Angela Merkel y de seguimiento populista de los deseos del pueblo. Una cosa compensa la otra en su peculiar estilo, fruto de un cálculo electoral perverso.

En algún momento del pasado fueron ambos la imagen misma de esa moderación que pedía ayer tan atinadamente La Vanguardia en un destacado artículo editorial. Si alguna vez fueron moderados, eso quiere decir que pueden volver a serlo. Ahora ambos se hallan igualados en sus comportamientos y en el apoyo que buscan de los más radicales. Igualados como improvisados maestros de la ciudad sin ley, quizás así puedan hablarse de tú a tú para abandonar de una vez esta pedagogía perversa que nos lleva al desastre.



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28 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hipocresía sin fin

El teléfono de Angela era una golosina. Nos dicen que lo pincharon los americanos, pero a cualquiera le viene a la cabeza que por la misma regla de tres también pudieron haberlo pinchado los rusos o los chinos. Es un escándalo, ciertamente. Sobre todo que la mujer más poderosa del mundo hable por un teléfono pinchable. Hay muchas piezas que no encajan en este rompecabezas. De hacer caso a las vestiduras rasgadas y a las exclamaciones escandalizadas, los Estados soberanos europeos no sabían nada de todo este asunto, jamás habían colaborado con Washington en estos menesteres y tenían a sus servicios de contraespionaje en el desempleo o de vacaciones.

La información es la sustancia de la que se nutre el poder y cuanto más privilegiada y exclusiva más poder suministra a quien la recibe. Imaginar un mundo en el que los gobiernos aliados y socios no se espían unos a otros es un ejercicio de inocencia e irrealismo. Los principios maquiavélicos que guían al poder, cruzados con el uso sin límite de las tecnologías para recoger y analizar información, dan los resultados que conocemos. Todo se puede saber si hay voluntad de saber. El único límite es que no te pillen con el carrito de los helados.

Esto es lo que le ha sucedido a Estados Unidos. Las filtraciones de Wikileaks primero y de Edward Snowden después han dejado desnudo el poder excesivo de la superpotencia y la debilidad congénita de las que antaño fueron potencias europeas, violadas en su intimidad gracias a la complicidad de sus servicios secretos, a la hipocresía compartida y, sobre todo, a su incapacidad para dotarse de la unidad, el poder y la autoridad para tratar a Washington de tú a tú, de superpotencia a superpotencia.

Las relaciones trasatlánticas han recibido un bofetón, pero no pueden salir heridas del incidente. La necesidad mutua es absoluta, excesiva. El mundo sería más inseguro e inestable sin ellas. Como resultado, un nuevo código de conducta deberá regir la privacidad de las comunicaciones internas de los Gobierno aliados y amigos. Snowden merece un monumento solo por este servicio rendido a la construcción de un orden transatlántico más conforme a los valores y a la legalidad.

Ganaremos en garantías, pero es irreversible la pérdida que acompaña a una revelación que debilita a los socios, a Estados Unidos y a los países europeos, y refuerza en cambio a los competidores, Rusia y China. "La era de la hipocresía fácil ha terminado", aseguran Henry Farrel y Martha Finnemore en la revista Foreign Affairs (El fin de la hipocresía. La política exterior de EE UU en la era de las filtraciones, 1 de diciembre e 2013). Empieza la era de una hipocresía más difícil, en la que Merkel y Obama no podrán escucharse uno al otro y los espías deberán cubrirse bastante mejor las espaldas digitales.



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26 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Memoria de Paco Márquez Villanueva

El "Homenaje afectivo a Francisco Márquez Villanueva"(1931-2013), compilado por Francisco Layna y Antonio Cortijo, incluye este tributo. 
  

Conocí a Francisco Márquez Villanueva en la primavera de 1988, en la Universidad de Harvard, cuando yo era profesor en la de Brandeis, en el vecindario académico de Nueva Inglaterra. Me habían invitado a dar un seminario de teoría literaria en la división de español del Departamento de Estudios de Lenguas y Literaturas Romances, y el chairman entonces, Per Nykrog, me pidió entenderme con el profesor Márquez, supongo que a cargo de estudios graduados de español. Tenía entonces la fama de crítico puntual de las flaquezas académicas y de severo polemista de la historiografía española y oficial. Yo había estudiado en Lima con Luis Jaime Cisneros, discípulo de Amado Alonso en el Instituto de Filología Española de la Universidad de Buenos Aires, y con Armando Zubizarreta, discípulo de Alonso Zamora Vicente en Salamanca. Ambos maestros eran, a su vez, discípulos de Menéndez Pidal. Pero lamentaba que Menéndez Pidal no hubiese reconocido más y mejor el trabajo de Andrés Bello con el manuscrito de El Cid, y tenía reparos a sus descalificaciones del padre De las Casas. Márquez Villanueva tenía una relación matizada con el gran maestro, con quien, de un modo u otro, uno no cesaba de dialogar. Al año siguiente me mudé a la Universidad de Brown, y esa conversación sobre las tradiciones críticas que dan forma a nuestra biografía, se fueron desplegando, y es probable que yo haya abrumado a Paco con toda clase de indagaciones sobre la historia intelectual hispánica y sus representantes en esta tierra. Había él empezado como historiador americanista, y cultivaba el gusto heterodoxo del grande Marcel Bataillon. “No sé por qué hablas de literatura colonial americana -me dijo-, si la colonia no existió. No pudo haber colonia donde no hubo imperio”.

Paco recordó siempre que aprendió a leer de mano de su madre, que era maestra de escuela, con el Quijote como texto abecedario. Esa escena del nacimiento del sujeto lector (un yo hispánico en el espejo cervantino) no es menos americana, le propuse: todos hemos aprendido a leer literatura en el Quijote. La criada le decía a mi madre al oírme reír: “El niño va a enloquecer si sigue leyendo ese libro”. Sin saberlo, era cervantina. Paco se divertía con la historia de la lectura quijotesca americana, que invariablemente nos llevaba a Borges. Una vez García Márquez me pidió averiguar por ahí cuántos ejemplares de la primera edición del Quijote fueron a América; le pasé la pelota a Paco, quien respondió que era imposible saberlo dado que la contabilidad autorizada era mínima comparada con la del contrabando. Le intrigó la historia que escuché de chico en mi pueblo: un amigo de mi padre me había contado, muy serio, que un hueso fémur de Don Quijote estaba enterrado en la ciudad vecina de Trujillo. Podría tratarse del eco carnavalesco de la primera parodia del Quijote en América: la pareja disfrazada de Don Quijote y Sancho en las fiestas de un pueblo peruano. ¿O una broma erudita de frailes nostálgicos de alguna reliquia sacra? Paco no creía posible que algún pueblo español se declarase dueño de un hueso triste y sin figura. No hubo tiempo ya de contarle que también en Chile hay un pueblo que se cree tumba del Quijote. Más le sorprendió a Paco que mi personaje favorito haya sido Ricote.

En cambio, deportivamente, no coincidimos en la historia de la última batalla quijotesca: el juicio de Nabokov, cuando pretendió eliminar a la novela del sílabo de los Grandes Libros, el curso que Harry Levin le impuso. Paco no le podía perdonar a Nabokov semejante disparate, y celebraba que Levin le obligara a incluirlo en su clase. Escribió Paco un elocuente y sarcástico artículo sobre el tema, y le tentaba la idea de convertirlo en una monografía sobre las lecturas arbitrarias de Don Quijote. Yo me atrevía a defender no la quema del Quijote sino la última victoria de Cervantes: las notas de lectura de la novela que Nabokov publicó luego como libro de comentarios. Me parece que esa lectura pausada lo reconcilió con la novela y le reconoció sus méritos. No le reconoció mucho - protestaba Paco-, apenas y a regañadientes... Todavía conservo una cassete con la grabación del coloquio “La cervantiada: El Quijote y la literatura de innovación” que organicé en Brown, en 1993. En reconocimiento del juicio de residencia quijotesca emprendido por Francisco Márquez Villanueva, el encuentro empezó con una conferencia suya sobre “Cervantes, libertador literario”; contó con la presentación de Carlos Fuentes, “My Dinner with Don Quijote”; y con la participación, entre otros, de Alan Trueblood, querido colega nuestro, ya entonces jubilado; Carlos Rojas, novelista y memorialista catalán, entonces profesor de Emory; y Roberto Ruiz, escritor y erudito santanderino, a quien Paco me había sugerido varias veces invitar a nuestros coloquios; Ruiz había vivido en México, exiliado, y enseñó muchos años en Wheaton College, también en éste vecindario. Fue un encuentro memorable también por las contribuciones de varios escritores que proseguían “la tradición de La Mancha”; entre ellos José Balza, Edgardo Rodríguez Juliá, Carmen Boullosa, Julia Castillo, José Antonio Millán, Adolfo Castañón, Francisco Hinojosa, Javier Ruiz y Diamela Eltit. Este encuentro prefiguró el espacio de lectura trasatlántico que se desarrollaría en Brown como una hipótesis del hispanismo internacional del español de las mezclas.

Cada otoño hacíamos el trámite para el nuevo carnet de lector, que me permitía sacar libros de esa biblioteca. Y en cada visita a Cambridge comíamos en los alrededores, casi siempre, en Casa Portugal, su lugar favorito para compartir una botella de vinho verde y los temas de la hora y de siempre: la biografía de Cervantes, en primer lugar, pero también la suerte de Herrera y su libro perdido, de Fray Luis y la traducción, de Mateo Alemán y sus desventuras, de la Universidad y sus extravíos. Fue siempre un intelectual comprometido no sólo con el pensamiento heterodoxo sino con la gran tradición liberal, secular y crítica. Tenía una especial predilección por la prosa de Gabriel Miró y, ciertamente, por el papel crucial de Juan Goytisolo en una España plural y democrática. Había conocido la virulencia de las horas negras de España; y ante el recrudecimiento de esa tradición autoritaria, llegaba a temer por la suerte de los espacios ganados por la transición.

Con Juan Goytisolo acordamos que la jubilación reciente de Francisco Márquez Villanueva era el mejor pretexto, si alguno hacía falta, para dedicarle un coloquio en reconocimiento de su fecundo trabajo. Después de muchos años de investigaciones y novedosas interpretaciones de la historia intelectual española, por fin se daba la extraordinaria sintonía de ésta obra y el momento histórico español de una lectura que buscaba, más allá del historicismo positivista y la filología obligatoria, una imagen fecunda de la España de la mezcla como signo de lo moderno, una práctica crítica capaz de romper la matriz de la censura, y una revelación creativa de las posibilidades de articular las lecciones de la historia como memorias del porvenir. La vuelta de la figura de Francisco Márquez Villanueva a España, aunque extraña al canon crítico complaciente, se hacía lugar entre los estudiosos más alertas y las corrientes de apertura y relevo. Esa labor ilustrada de su trabajo la celebró, no sin gusto polémico, Juan Goytisolo. De manera que cuando Juan me prometió que estaría en Brown para celebrar los trabajos de nuestro amigo, convocamos al encuentro “La tradición crítica. Coloquio en Honor de Francisco Márquez Villanueva” (Mayo 3, 2002). Actualizando, con atención al entramado literario, la crítica y el ensayo de sus modelos, Américo Castro, Asensio y Bataillon, Márquez Villanueva le dio a su formación filológica e histórica una instrumentación analítica y un descernimiento de estilo capaces de revelar la forma cultural elaborada de la imaginación crítica española. Como Auerbach y Curtius, hizo de la crítica una forma de la plenitud que busca proyectarse en la mejor literatura. Goytisolo dedicó la conferencia central a La Celestina, que evocaba su temprana dedicación al Medioevo.

Participaron en el coloquio Beatriz Pastor, Randolph Pope, Ángel Sáenz- Badillos, Irene Zaderenko, Alan Smith, Lola Peláez, Antonio Monegal, Wadda Ríos- Font, Christopher Conway, Fermín del Pino, y recuerdo también la amistosa presencia de Teresa Gilman y Dinah Lida. He encontrado la presentación que leí esa mañana de mayo:

“A la tradición –que un poeta llamó “llama viva”- le debemos la sabiduría de las formas y la justicia del reconocimiento. Nos debemos, en efecto, a esa memoria que, cada tanto, nos concede la extraordinaria posibilidad del agradecimiento. En esta casa hemos tenido la buena fortuna de celebrar el trabajo de nuestros colegas mayores; entre ellos, más recientemente, Alan Trueblood –que por feliz coincidencia hoy cumple 85 años- ; José Amor y Vázquez –quien a sus 80 años acaba de publicar una edición de amor erudito-; y a Geoffrey Ribbans, quien ha hecho del retiro un taller de excelencias. Como uno es hechura de sus maestros, y los escuchó hablar una y otra vez de los suyos, cree haber aprendido que la vida intelectual –o como dice el anglicismo, la “vida académica,” lo que es más conventual que ecuménico- está hecha en la convivencia del diálogo. Reconocer, por ello, el trabajo de un colega vecino, en su turno y a tiempo, es un plazo de tributos que, de paso, nos reconoce en el diálogo mayor. Hace cinco años en esta misma sala de música de Rochambeau House, pudimos dedicarle a Rodolfo Cardona, que se había retirado de Boston University, un cálido tributo.  Francisco Márquez Villanueva es, claro está, un vecino excepcional. Varios de los profesores de este Departamento de Estudios Hispánicos lo tenemos por interlocutor, maestro y amigo. Hablando con Juan Goytisolo de lo mucho que el pensamiento crítico español le debe a Márquez Villanueva, acordamos de inmediato que la ocasión de su retiro era propicia para reunirnos en torno a la suerte de la crítica hispánica. Un foro sobre la reflexión crítica iberoamericana sería la mejor forma de reconocer la calidad y riqueza de sus muchos trabajos. Goytisolo –el intelectual que más intensamente ha tratado de actualizar la diversidad de la tradición española, rescatándola del tradicionalismo y el conformismo- había ya prologado El problema morisco (desde otras laderas) (Madrid, 1991), uno de los libros en que Márquez Villanueva demuestra que la complejidad de la trama cultural hispánica está hecha también por el entramado árabe, tanto como por el hilo hebrero, según prueban otros tratados suyos, plenos de erudición, sabiduría y gusto. De modo que la presencia de Juan Goytisolo en este coloquio dedicado a su buen amigo y compañero de travesía no hace sino más vívido nuestro tributo al amigo sevillano, colega harvardiano, y maestro trasatlántico. Acompáñenme a dar la bienvenida a Paco y Teresa a esta su casa.”

Me complace especialmente, en esta melancolía retrospectiva, que Francisco Márquez Villanueva tuviera en Brown un lugar de acogida. Dos semestres, año de por medio, dictó aquí dos seminarios sobre Cervantes, el primero sobre el Quijote y el otro sobre las Ejemplares. Venía en el tren, uno de nuestros estudiantes lo esperaba en la estación, comíamos en el campus, y dictaba su clase a un grupo privilegiado. Pocas cosas le placían más que enseñar, hablar con los estudiantes de sus proyectos, comentar con detalle sus trabajos. Vino también, alguna vez con Teresa, la última a compartir una cena con Juan Luis Cebrián. Me acuerdo que hablando por teléfono para quedar en otra visita suya, le pedí que viniera con nuestro querido Luis Girón, en su coche. ¡Pero Luis no tiene coche, no conduce! -me respondió, y de inmediato escribí esta variación:

Si Luis tuviese coche

 y supiera conducir

 podría venir con Paco

 y comer tan contentos.

Categorías y portentos

de pausas y de afectos

nos gobiernan la vida

entre Harvard y Brown.

Sólo el moro Ricote

de la hora y la distancia

salvaría camino y cogote.

Académicos rimando

y buen vino para tanto.

Por esas simetrías en que la realidad se complace, como decía Borges, Paco Márquez había sido responsable casual del levantamiento de la censura del tratado celestino. Unos meses antes de su partida, cuando había vuelto de un viaje a Sevilla, donde le dedicaron justos reconocimientos de pródigo hijo, recordó que siendo estudiante había acudido a la Biblioteca de su escuela para pedir al bibliotecario el tomo de La Celestina. El buen hombre le respondió que estaba entre los “depurados” por la censura; pero como nadie lo había reclamado nunca y la guerra civil había terminado, era hora de sacarla a la luz. “Es probable que yo contribuyera- decía él, con humor- a terminar su depuración”. También recordó que cuando le negaron plaza en la Universidad de Sevilla, un funcionario del régimen conocido de la familia le había dicho a su madre: “Aconséjele a su hijo que se marche al extranjero, allí le irá mejor”. La madre sólo se lo contó muchos años más tarde, antes de morir. Calló la amenaza para dejar al hijo en libertad de elegir.

Como en el episodio de Ricote, se trata, al final, de la libertad.

 



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25 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El presidente discutidor

Obama es un presidente discutidor. No tan solo no elude el debate, sino que lo alienta. Lo que para unos es una virtud, para otros es inconveniente e incluso defecto. Discute porque cree en la fuerza de la palabra y en su capacidad de convicción.

El presidente discutidor no está ahora mismo en sus mejores horas. Ha pasado la maroma del cierre de la administración y del techo de deuda pero no ha asegurado el éxito de su reforma sanitaria y sabe que solo tiene asegurada la paz presupuestaria con los republicanos hasta enero de 2014. En el flanco exterior, todavía son más alarmantes su debilidad geopolítica y el desprestigio que le procuran el Gran Hermano digital que espía a todos sus amigos y aliados y la muerte a distancia que dispensa desde aviones teledirigidos sobre las regiones del planeta donde los terroristas se mueven más a sus anchas.

En mayo pasado, quiso poner un poco de orden en el capítulo antiterrorista, mediante uno de sus largos y sensacionales discursos, pronunciado en la Universidad Nacional de la Defensa, en el que se propuso "definir la naturaleza y el objetivo de este combate", para evitar que "en caso contrario sea este quien nos defina". Pesaba sobre Obama la guerra inconclusa de Afganistán , la guerra global contra el terror de Bush, el hiriente incumplimiento del cierre de Guantánamo y, sobre todo, su apuesta por los ataques selectivos contra objetivos terroristas y especialmente las efectuadas desde aviones teledirigidos o drones, a pesar de sus devastadores efectos sobre la población civil. "Estas muertes nos perseguirán mientras vivamos, al igual que nos perseguirán las víctimas civiles que se han producido en las guerras convencionales de Irak y de Afganistán", se permitió decir este presidente moralista y discutidor.

Su idea era restringir y codificar el uso de los drones, someterlo a una autoridad judicial o ejecutiva, trasladar su control de la CIA al ejército, terminar con el secretismo, clausurar la estrategia antiterrorista de Bush y construir una de su propio cuño. Pero suele suceder que los discutidores terminan encontrando quien les discuta. Dos asociaciones de defensa de los derechos humanos le han interpelado muy directamente cuatro meses después para echar presión sobre sus buenos propósitos e insinuar incluso la mala orientación de su aparentemente renovada política antiterrorista. Se trata de Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch (HRW), que han publicado justo el mismo día sendas investigaciones sobre los bombardeos desde drones en Pakistán y Yemen en las que documentan la muerte de civiles inocentes e impugnan su legalidad y su efectividad.

Ambas organizaciones discuten punto por punto las afirmaciones de Obama. AI le discute que las acciones respondan a directrices claras o estén bien supervisadas y sometidas a control posterior según unas orientaciones presidenciales que se han mantenido en secreto. Desde mayo de 2013, cuando el presidente prometió proporcionar toda la información que fuera posible, nada ha modificado la política de opacidad respecto al número de disparos y de víctimas. "Dicho reconocimiento ?asegura AI? es un primer paso esencial para asegurar que las víctimas de los disparos ilegales tengan acceso a reparaciones". El capítulo de las indemnizaciones a civiles es otro de los puntos de crítica que contradice la doctrina presidencial.

Respecto a la nueva responsabilidad del departamento de Defensa, en vez de la CIA, para este tipo de acciones bélicas, AI es profundamente escéptica y no cree que favorezca una mayor supervisión y rendición de cuentas, sino exactamente lo contrario, puesto que recae en un organismo militar como el Mando de Operaciones Especiales Conjuntas, que tiene a cargo unidades como las que liquidaron a Bin Laden y funciona con un grado de secretismo y de impunidad todavía mayor. La ONG es incrédula respecto al criterio restrictivo establecido por Obama para el "uso de la fuerza letal solo contra objetivos que significan una amenaza continua e inminente para ciudadanos de Estados Unidos". Tampoco le convencen sus buenos propósitos sobre el final de la guerra global contra el terror, puesto que EE UU sigue considerándose en guerra con Al Qaeda y utilizando los drones como parte de los instrumentos para librar tal combate como si se tratara de un conflicto armado permanente.

Según HRW, entre los ataques con drones efectuados en Yemen, hay casos en que la captura de los terroristas era factible y no debió efectuarse el disparo de hacer caso a las directrices oficiales. En ninguno de los casos documentados por HRW los individuos atacados significaban esa "amenaza continua e inminente contra ciudadanos de EE UU" que se ofrece como coartada. Tampoco HRW tiene conocimiento de que la muerte de civiles haya sido investigada e indemnizada por EE UU.

Un jefe que quiere que se le discuta debe tener mucha fuerza y autoridad para no salir debilitado del envite. Esto es lo que le está pasando a Obama.



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24 de octubre de 2013
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Asuntos metafísicos 20: respuesta a objeciones: de qué humanismo se trata

La posición de principio que da soporte a estos escritos es que la  aparición del hombre  constituye un singular momento, una auténtica emergencia, en la historia evolutiva ( en razón de lo cual la defensa del mismo equivale simplemente a defender  lo objetivamente más precioso).

La paradoja del animal humano es que siendo un fruto entre otros de la naturaleza (¿qué otra cosa podría ser?) sin embargo no se haya sometido exhaustivamente  a la necesidad natural. El hombre tiene en relación a su raíz animal una distancia traducida de entrada en el hecho de que su lenguaje no es reductible a  los sistemas de codificación que constituyen los llamados lenguajes animales. [1]

La libertad del hombre, heredada de la irreductibilidad de su lenguaje, se traduce en la capacidad de someterse a reglas de conducta erigidas por el mismo, siendo así sujeto de derecho, y en la posibilidad de crear objetivos liberados de finalidades prácticas, tanto en el registro cognoscitivo como en el perceptivo (lo que denominamos  estética (en el sentido etimológico de la palabra). La libertad del hombre se traduce asimismo en la práctica de actividades que carecen de finalidad práctica, que sólo aspiran a la plena actualización de las facultades de simbolización y conocimiento y a la restauración de las mismas en caso de que (por circunstancias sociales y educativas) hayan sido trabadas. Expresión mayor de la inclinación natural a actividades sin finalidad práctica sería la filosofía de la cual los "asuntos metafísicos" aquí tratados pretenden ser una ilustración.

La objeción es inmediata: se estaría pues defendiendo aquí un humanismo trasnochado, cuya debilidad habría sido puesta de relieve desde Marx hasta el llamado pensamiento post-moderno, pasando por las teorías filosóficas que quieren ser realmente coherentes  con la teoría evolucionista.

Por un lado, se argumenta, la libertad del hombre es presentada por los humanistas como un rasgo universal, pero tal universalidad está una y mil veces puesta en tela de juicio  por la realidad empírica. La tesis de  la libertad esencial del hombre  puede incluso sonar a sarcasmo para todo aquel que se ve doblegado por el estatus social, la raza etcétera. Y como resulta que no hay memoria histórica de sociedades en las que una u otra modalidad de segregación no se haya dado, es  imposible hablar de ellas como si se tratara de contingencias. Así que el discurso que se refiere al hombre como sujeto de derecho puede provocar simplemente hartazgo.

La objeción es desde luego de enorme peso. Mas ha de hacerse una diferencia entre quienes la sostienen desde posiciones meramente escépticas (limitándose a decir que no dan crédito a  pamplinas) y los que combaten tales  circunstancias mutiladoras allí dónde se den y en el momento real, no aspirando a modificarlas de un plumazo, pero distinguiendo niveles y etapas: momentos de incremento de libertad y momentos  de regresión; momentos de relativa pasividad y momentos de resistencia. Como en algún momento he tenido ocasión de señalar, no se ha renunciado a la defensa de la causa del hombre, de la actualización de sus facultades, ni siquiera en los campos de concentración. La libertad del hombre se realiza  ya de una manera en la lucha por la misma, lucha tanto objetiva en el plano social, como subjetiva, en la guerra contra la inclinación, la inercia y la costumbre en las que la subjetividad suele abismarse.

Actitud de combate que, desde luego, nada tiene que ver con aquella que cabría tipificar como nuevo estoicismo y que de hecho es un idealismo en el  peor de los sentidos, consistente en pensar que el  pensamiento aparta de las contingencias del mundo, las cuales pueden así seguir imperando. El reino del pensamiento es ciertamente de este mundo  y sólo relativiza las contingencias míseras del mismo combatiéndolas, al tiempo que se mantiene firme en sus objetivos teoréticos.

Pero existe una segunda objeción al humanismo, más valiosa, simplemente por ser más afirmativa y vigorosa,  la cual consiste de  hecho en una radicalización del humanismo mismo. Se trata del  llamado a veces post humanismo, que apela   a superar lo humano precisamente exacerbando el poder de ciertas construcciones humanas. En esta teoría juega un enorme papel implícito la polaridad naturaleza versus técnica aquí ampliamente considerada.

 Lo esencial de esta posición consiste  en decir que  nuestro arranque en la biología nos hace víctimas  de mil  limitaciones y en consecuencia conviene reducir el peso de la variable biología en nuestro ser, abriéndonos a la incorporación de los útiles que pueden proporcionar la tecnología. Mi respuesta  es que no se trata aquí tanto de un tras- humanismo como de una exacerbación del humanismo. Y ello en razón de la postulada tesis de que en la técnica reside (junto al lenguaje y el razonar indisociable del mismo) la singularidad de nuestro ser.

 


[1]              Los argumentos más transparentes al respecto se encuentran quizás en el impagable artículo de Emile Benveniste, "Communication animale et langage  humain" publicado en la revista Diogène nada menos que en 1952.

                El autor empieza por avanzar una posición de principio: hablar de lenguaje animal es algo que sólo se sostiene en razón de un equívoco terminológico. A su juicio no hay, ni siquiera bajo forma rudimentaria, modalidad de expresión en animal alguno que tenga las características de nuestro lenguaje.

                La cosa le parece indiscutible si lo que consideramos son animales susceptibles de emisiones vocales: en los comportamientos que acompañan a toda emisión, brillarían totalmente por su ausencia los componentes de lo que cabalmente merecería el nombre de lenguaje.

                A juicio de Benveniste, la única interrogación al respecto es la que nos plantea la abeja, cuyo mecanismo de transmisión de información ha llamado poderosamente la atención Que la abeja sea lo que puede introducir la duda en la convicción de un Benveniste es tanto más significativo cuanto que este insecto se encuentra muy alejado de nosotros en el registro filogenético.

                Como es sabido, el comportamiento "lingüístico" de la abeja había sido minuciosamente observado por Karl von Frish, profesor de zoología en la universidad de Munich y Premio Nobel de Fisiología en 1973. A través de experimentos realizados desde 1920, llegó a describir el comportamiento de una abeja que descubre en cierto lugar alejado de una colmena una solución azucarada y, tras retornar a la colmena, comunica tal descubrimiento a las demás.  Benveniste se halla  a la vez fascinado por el asunto y escéptico respecto a que cupiera hablar de lenguaje. He aquí  su conclusión:

      "El conjunto de estas observaciones muestra la diferencia esencial entre los procedimientos de comunicación descubiertos en las abejas y nuestro lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más apropiado a definirlo: el modo de comunicación utilizado por la abejas no constituye un lenguaje, se trata de un código de señales"Entre otras razones esgrimidas por e lingüista cuentan las dos  siguientes relativas a la forma.

      -El mensaje emitido por una abeja no provoca respuesta comunicativa sino una acción. Ausencia pues de "diálogo", es decir,  "reacción lingüística a una manifestación lingüística.

      -El mensaje se refiere exclusivamente a un dato nunca a otro mensaje. Así una abeja es incapaz de trasmitir algo que ella no haya percibido directamente.

      En consecuencia  nada en el lenguaje de las abejas permite hablar de esa  sustitución de la experiencia trasmisible sin límite en el espacio y en el tiempo que caracteriza a l lenguaje humano. 

      Si nos referimos ahora al contenido, se constata que la abeja no trasmite señales más que relativas a un asunto, la fuente de alimento y la única indicación que da a sus congéneres afecta tan sólo a una variable, la espacial.  Incomparable desde luego con el lenguaje humano dónde los elementos a los cuales referirse son potencialmente infinitos y  las variables respecto a los mismos lejos de ser meramente topológicas recubren  todas las categorías del ser: de qué se trata, cuando tuvo lugar, dónde etcétera...Categorías del ser que de hecho hay razones (avanzadas por el propio Benveniste) de pensar que son precisamente indisociables del lenguaje.

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24 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los años de peregrinación del chico sin color

A ninguno de sus numerosos lectores japoneses les planteaba duda alguna la calidad y las ganas de leer el último y muy esperado libro de Haruki Murakami, y si la noche antes de su salida a librerías ya se vendieron 350.000 copias, después se venderían a razón de un millón al mes, sólo en Japón. Hubo quien incluso se tomó el día libre en el trabajo para hacer cola en la librería y tener el gusto atemperar la espera departiendo tranquilamente  con otros fanáticos.
Pasado algún tiempo, quien busque por ahí opiniones sobre el libro no tardará en detectar una cierta sensación de desconcierto. A todos les ha gustado mucho y se deshacen en elogios y con razón, porque el libro más que enganchar adsorbe desde las primeras líneas y, como quien se sumerge en un túnel, se avanza casi en trance hasta el final. Y es "un murakami" de primera, con un argumento sólido y bien montado y muchos de los ingredientes marca de la casa, desde unas secuencias de sexo muy bien contadas a las habituales alusiones al "mundo de ahí fuera" y "al otro lado", aparte de los inevitables pero sugestivos sueños.
Se entiende sin embargo el desconcierto de sus incondicionales porque el libro es tan sencillo, lineal y directo que muchos de ellos se preguntan si no será que no han entendido nada, o si no se les habrán escapado las metalecturas que tanta fama le han dado a Murakami en otras novelas. El plot, como queda dicho, es muy sencillo: el chico sin color tiene 36 años y construye estaciones de ferrocarril, pero sigue siendo un solitario porque no ha superado un golpe sentimental que le puso al borde de la muerte hace dieciséis años cuando, de pronto, sus cuatro mejores amigos, con los que había llegado a formar una conciencia colectiva de cinco personas, le expulsan del grupo. Si preguntaba la razón de dicha expulsión la respuesta era siempre la misma: "Pregúntatelo a ti mismo". Ahora, y a instancias de una mujer algo mayor que él y con la que por vez primera desde entonces concibe la posibilidad de un futuro en común, el constructor de estaciones se verá obligado a revisar literalmente su pasado y descubrir cuál fue la razón que motivó su expulsión. No pienso desvelar la trama, pero sí insistir en que es sencilla, unívoca y directa.
La novela está contada en tercera persona y no hay esas alternancias de perspectiva (pero quién demonios está hablando) ni múltiples interpretaciones (pero dónde demonios está la verdad) que tan importante papel jugaban en otras novelas. Hay historias subsidiarias formidables, como la del pianista de jazz destinado a morir en el plazo de un mes pero que está dispuesto a ceder tal honor a cualquiera; o el frasco con unos dedos de persona adulta conservados en formol y que alguien se olvidó en una estación, y también interpretaciones oníricas de sucesos fundamentales para la trama, como las posibles explicaciones a una violación y un asesinato, o las obsesiones sexuales del protagonista con las chicas del grupo que de pronto se complican con un muy sugerente giro homosexual. Pero, curiosamente, ese material narrativo de grandes e imaginativas derivaciones no se entrelaza con la búsqueda del pasado que está llevando a cabo el chico sin color, ni pretenden abrir puertas a lo surreal y lo alternativo tan típicos de Murakami. Cada personaje es lo que es, hace lo que hace y carga con lo que hizo en el pasado y no hay vuelta de hoja ni posibilidad de redención.
Hay además elementos muy próximos e importantes para el desarrollo de la narración pero que se pierden en la traducción, al menos la castellana. De los cinco amigos, uno de los masculinos lleva incluido en su apellido una alusión al color azul, y el otro al rojo. Y de las dos femeninas, una incorpora el blanco en su apellido y otra el negro, mientras que el quinto personaje, el apellido del chico sin color, sólo sugiere la idea de creatividad, hacer cosas. Al conservarse los nombres japoneses, Aka y Ao los chicos y Shiro y Kuro las chicas, se pierden las derivaciones que Murakami les quiso dar. Y otra curiosidad: si no fuera por los nombres de los protagonistas y de los lugares donde transcurre la acción, es decir, si hubiese que juzgar sólo por lo que dicen, piensan, hacen, visten, comen, duermen, trabajan o copulan los personajes, nadie adivinaría que se trata de una novela japonesa. Parece como si Murakami se hubiese propuesto universalizar su narración y borrar las particularidades culturales o étnicas para construir un relato de todos y para cualquiera. Pero, y esto parece lo fundamental, repito que la novela se lee de un tirón y con verdadera fruición.

Los años de peregrinación del chico sin color
Haruki Murakami
Traducción de Gabriel Álvarez Martínez
Tusquets Editores  
 



[ADELANTO EN PDF]
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24 de octubre de 2013
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Lo que permanece

En los últimos años, debido al estatus de la tecnología como la nueva religión y al cambio de mentalidad propiciado por la crisis, han surgido varias palabras fetiche que giran alrededor del concepto de transformación. La sensación de que todo muda se ha ido apropiando de nuestras mentes, aunque cada vez son más quienes sostienen que internet nos ha hecho más superficiales. No me refiero a los nostálgicos, a esas viejas glorias que se han visto desplazadas en un mundo con un renovado alfabeto. Ni a los que acusan pereza, o una mortecina curiosidad, respecto a la nueva forma de comunicarse y a descifrar la ristra de neologismos que nos acompaña. A pesar de la responsabilidad de los medios en cuidar nuestra lengua, muchos son quienes esgrimen las ventajas de hablar un lenguaje global, y a menudo caemos en la trampa porque crowfounding resulta más simple que “financiación colectiva”, o naming más resultón que “ponerle nombre a un producto o una cosa” -por cierto, un nuevo oficio en tiempos en los que el envoltorio es tan decisivo que hay que empezar a seducir con la magia del título-. Pero a un resumen lo llamamos briefing; al posicionamiento de un producto, product placement; a una marca, brand… Por no hablar de expresiones como “360 grados”, un concepto plenamente nietzscheano que evoca el eterno retorno: cerrar el círculo, marcar un recorrido íntimamente conectado de principio a fin. Más Nietzsche y menos naming, podrían decir quienes sienten cierto hastío ante la jerga marketiniana que hoy destilan las relaciones laborales y comerciales, y que esgrimen desde sus outlooks los profesionales 3.0 que se han apropiado del nuevo paradigma. Bien conscientes de que en nuestros días todo dura poco, incluso un palabro de moda como es el caso de disrupción. El término significa romper las reglas del juego en una interrupción brusca que hace referencia a un cambio muy relevante, y que sin duda llama la atención, pero también se enmarca en un relativismo inconcreto. Porque acaso sea pronto más disruptivo no hablar tanto de lo cambiante como de aquello que permanece; desde descalzarse al llegar a casa hasta la cruz verde de las farmacias o las velas para celebrar un cumpleaños. Los castillos en la arena, las setas en otoño, la palmada en la espalda, la idea, tan fugitiva, de la felicidad… Nos habitan infinidad de gestos que repetimos de generación en generación, y que fluyen con el ciclo de la vida, conscientes, como bien saben los estudiantes que hacen comentarios de texto, de que lo que varían no son los temas -universales, los mismos de siempre: la muerte, el amor, el dinero, el dolor…-, sino la manera de contarlos, y de vivirlos.

(La Vanguardia)

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23 de octubre de 2013
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Conversación antes de abordar

Otra vez vuelvo a encontrarme en la sala de un aeropuerto con mi viejo amigo empresario nicaragüense, quien sin preámbulo alguno empieza a hablarme de la situación del presidente Obama, amarrado de pies y manos por un congreso hostil que ha paralizado el gobierno y amenaza con precipitar a Estados Unidos en el negro abismo de la insolvencia. "Estas son las consecuencias de un sistema que se ha vuelto inoperante, el congreso se amotina, y todo porque no hay un presidente capaz de tomar las decisiones sin estorbos", me dice.

He venido leyendo en el avión el artículo de George Friedman Las raíces de la clausura del gobierno, publicado en el sitio Geopolitical Weekly, que coloca el peso de la responsabilidad de la crisis sobre las minorías ideológicas. Como a la gente común le interesa más la vida privada que los asuntos públicos, argumenta, todo queda ahora en manos de esas minorías fundamentalistas, capaces de movilizar a los votantes que se identifican con ellos; el resto, no vota. Pero estas explicaciones de Friedman, que comparto, no son suficientes.

En el Tea Party, una secta de ultras enquistada dentro del partido republicano, muchos creen que sin el estado estarían mejor, extraños discípulos anarquistas de Bakunin, situados a su derecha; pero en su código ideológico está también la supremacía racial, y cada mañana que recuerdan que un negro está en la Casa Blanca, se les agría el desayuno. Esto es parte de esa vieja cultura ideológica WASP (blanco, anglosajón, protestante) que vio con horror a Martin Luther King.

Pero a mi amigo de los aeropuertos esas filosofías no le preocupan, sino que una democracia, por muy antigua que sea, no puede imponer su autoridad y se queda sin pagar a los empleados públicos y de cara al colapso frente a sus acreedores.

"Son democracias pasadas de moda", me dice. Me mira con mirada de preceptor de párvulos, me da unas palmaditas amables en la rodilla, y agrega: "Estamos mucho mejor en Nicaragua. Imaginate un congreso insurreccionado, los negocios quebrarían, y con ellos el país".

Entonces, me ilustra acerca de las ventajas del sistema político del que Nicaragua disfruta, donde no existe la menor posibilidad de disidencia. "¿Sabés de otro país donde el salario mínimo se decida de manera más rápida porque empresarios, trabajadores y gobierno llegamos a acuerdos apenas nos sentamos a la mesa de discusiones? Y es así, porque antes, ya todo ha sido consensuado entre nosotros y el presidente".

En un respiro de su alocución, le digo en ninguna parte de la Constitución de Nicaragua está escrito que el presidente pueda dar órdenes a los diputados, magistrados, o sindicatos. "¿Así como en Estados Unidos?", me pregunta sarcástico.  Esos son los riesgos de la democracia, le respondo. Lo contrario significa que quien da él solo las órdenes sabe lo que es bueno y no se equivoca nunca, porque es infalible. Al contrario, el autoritarismo es ya una equivocación, que siempre prueba ser fatal.

Más bien me propone que en Nicaragua, en lugar de una asamblea de diputados ociosos, que viven como parásitos a costillas del erario público, debería haber otra, formada por representantes de los gremios útiles a la sociedad, las cámaras patronales, los bancos, los sindicatos de trabajadores, los colegios profesionales, las universidades, el ejército, y hasta la iglesia. Gente responsable, capacitada, nadie que no tenga estudios académicos podría sentarse en esa asamblea.

Veo, no sin alivio, que la muchacha del mostrador de la línea aérea está abriendo la puerta que lleva a la manga del avión, y que los pasajeros comienzan a alinearse. "Eso ya ha sido probado antes, el estado corporativo", le digo, a manera de despedida, "y fracasó trágicamente". Ya no tengo tiempo de explicarle ni dónde, ni cuándo, pero sé que volveremos a encontrarnos.

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23 de octubre de 2013
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Cine del límite

     Mucho más cruel que el ‘gore' y con más seso que víscera. Así es el cine de Ulrich Seidl, un director desconocido por los cinéfilos medianamente informados del mundo entero -entre los que querría contarme- hasta el desembarco abrumador en la pantalla grande de seis horas de filmación distribuidas en tres largometrajes del mismo título, ‘Paraíso'. Seidl se ha convertido de golpe en el cineasta austriaco más relevante después de Haneke (nacido en Munich pero de formación vienesa), lo cual no es decir poco si recordamos que Erich von Stroheim, Max Reinhardt, Edgard Ulmer, Fritz Lang y Otto Preminger también nacieron, al igual que Seidl, en Viena.

    Aunque yo los vi por separado, en semanas escalonadas, conozco espectadores pertinaces que los vieron seguidos en una tarde, y han salido en cierto modo transfigurados. Recuerdo lo que dijo una vez Susan Sontag, a propósito de los más de novecientos minutos del ‘Berlin Alexanderplatz' de Rainer Werner Fassbinder, seguidos por ella con entusiasmo a lo largo de dos sesiones de ocho horas cada una en una sala de Nueva York. Denostando la dictadura de la exhibición cinematográfica que nos impele al formato de los (poco más o menos) cien minutos de metraje, la escritora se mostraba orgullosa de esos dos días de su vida pasados en compañía de los personajes de Döblin adaptados por Fassbinder, a la vez que reclamaba para las películas la libertad de lectura que dan los libros: el derecho a pagar una entrada por ver un programa de cortometrajes brevísimos o un caudaloso ‘blockbuster', del mismo modo que el lector puede elegir entre la novela-río de mil páginas y los sonetos de catorce líneas.

     La experiencia de ‘Paraíso' turba. La primera parte, que encuentro con diferencia la mejor de las tres, lleva el subtítulo irónico (los tres lo son) de ‘Amor', y lo que Seidl refleja con una frialdad formal tan elegante como percutiente es el mundo del turismo sexual femenino, encarnado en la figura de Teresa, una gruesa mujer de cincuenta años (aparenta más) que, terminado su período de trabajo anual como cuidadora de personas con síndrome de Down, toma unas vacaciones en Kenia; allí la espera una amiga ya experta en el comercio carnal con los muchachos nativos que se prostituyen con extranjeros en los pueblos de la costa. El arranque de ‘Paraíso: Amor' no se olvida: Teresa vigila la diversión de los discapacitados a su cargo, hombres y mujeres de diversas edades que se entregan puerilmente a un juego chillón y descarnado en un recinto ferial de coches de choque. Seidl mira implacable, y su mirada me recordó la del primer Werner Herzog, el de ‘También los enanos empezaron pequeños' (1970) y ‘El país del silencio y la oscuridad' (1971). Pero esa crueldad clínica también la aplica el cineasta vienés al relato africano, que empieza con otra imagen memorable: los jóvenes candidatos negros diseminados por las playas de los hoteles a la espera de clientela.

       Como Herzog, como Houllebecq, Seidl es un explorador de lo indecible y un provocador, aunque sus modos de cineasta eluden tanto el esperpento como el melodrama; prefiere la estilización, las tomas frontales sin movimiento de cámara, y un refinado estatismo dentro del encuadre que también puede conectar su cine con el de Hans Jürgen Syberberg. Algunas secuencias resultan desagradables sin perder su poder de sugestión, de revelación; las desfondadas ancianas desnudas en busca de placer fácil exponen su deprimente verdad con descaro semejante al de los chicos que las satisfacen (o no) con falsas excusas monetarias que ellas esperan pero a veces protestan. Los episodios del barman que no se siente capaz de cumplir y el bailarín comprado para Teresa por sus amigas como regalo de cumpleaños se alargan sin misericordia estética, sin elipsis: el paroxismo sumado a la mostración total, con momentos de franqueza sexual rara vez vista fuera del cine porno. Y todo ello interpretado por magníficas actrices austriacas y esforzados debutantes de color que improvisan sus diálogos (es el método Seidl) sobre la base de un guión bien armado.

    ‘Paraíso: Fe' sigue las andanzas de la hermana de Teresa, Anna-Maria (extraordinaria Maria Hofstätter), fundamentalista católica que aprovecha sus vacaciones para evangelizar en los barrios de su ciudad, portando una imagen de la Virgen María y azotándose brutalmente la propia espalda cuando regresa a su casa. También en esta original segunda parte de la trilogía, todos los personajes resultan incómodos de ver, cuando no antipáticos: inestables, violentos a veces, extremos en sus obsesiones y claramente infelices de un modo inconsciente o frívolo. El director, como suele, no enjuicia ni hurga en las lacras: disecciona. Siguiendo la pauta de las dos primeras historias, Melanie, la hija de Teresa y sobrina de Anna-Maria que protagoniza la última, ‘Paraíso: Esperanza', aprovecha el periodo vacacional para cambiar de realidad, en su caso entrando en una férrea, algo nazi, residencia veraniega para adolescentes obesos; la mezcla del documental y la leve ficción no casa bien en esta tercera entrega. Las tres mujeres de ‘Paraíso' buscan fuera de ellas: la lujuria, la redención de antiguos pecados, el adelgazamiento. Y esa búsqueda las contrapone de manera elocuente a los muy interesantes personajes masculinos, que, como escribió Elfriede Jelinek en un artículo, buscan pero no quieren encontrar, sintiéndose bien en sus cuerpos; los hombres de Seidl, señala Jelinek, "no tienen que mirarse a sí mismos porque los hombres no se visionan, ellos visionan y son los únicos con derecho a asistir a ese visionado".            

      Película de la mirada escrupulosa y obscena, tratado narrativo sobre el cuerpo lacerado, ‘Paraíso' no hará seguramente las delicias de muchos espectadores, pero extiende nuestra percepción de lo humano hasta límites nada complacientes y sin duda dignos de ser expuestos. 

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23 de octubre de 2013
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