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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cultura transparente

Hay una cultura de campo o sierra que viene a ser especialmente acérrima frente a otra cultura de playa que acostumbra a ser laxa. Es difícil ser severo o meditabundo practicando surfing y este es el caso de Australia, donde el 90% de la población se concentra en las playas y no hay joven que no esté pensando en coger olas. Canarias sería un modelo a pequeñísima escala, porque Australia es unas 14 veces mayor que España. Cuatro de sus 24 millones de habitantes viven en Sidney, donde las playas tienen de todo: desde gruesas olas de cuarzo hasta escualos.

Su cultura, en consecuencia, es muy laxa. De la media docena de periódicos solo The Sidney Morning Herald se toma las cosas con disciplina. También lo hace, en su parcela, el Financial Review que fue recientemente premiado por su rigor. Los demás o son relajados como The Australian o sensacionalistas (The Daily Telegraph).

En realidad, no hay mucho por lo que estresarse en Australia, comparada con Europa. Si no hay más noticias interesantes que publicar es porque no hay más noticias de esta clase.

Pero así, aproximadamente, pasa la vida por Australia. Ocupar más de siete millones de kilómetros cuadrados no la redime de una idiosincrasia aislada y más si se tiene en cuenta que en el pasado del Imperio Británico fue tierra para los reclusos.

¿Cómo son pues ahora? Poco jerárquicos, amables y susceptibles respecto a su diferencia. Puede que no cuenten con un plato nacional, pero asumen todas las cocinas del Pacífico y Sidney es una algarabía de áreas comerciales donde se sirven comidas de cualquier lugar, especialmente asiático. De tres australianos, casi uno y medio tiene procedencia extranjera y no son racistas por su cultura laxa. No hay un museo notable en Sidney, tampoco una gran biblioteca. La cultura se expande en la belleza de sus muchos jardines y el desenfado de su arquitectura, que va desde los rascacielos a los edificios victorianos, muchos convertidos en galerías comerciales con el aspecto más elegante del mundo.

De hecho, en Sidney no solo hay un barrio de ricos donde tienen su residencia Russell Crowe o Nicole Kidman, sino otra media docena de exclusivos distritos más. La lana fue el primer ingreso en el pasado. Ahora son las minas de carbón, de uranio, de hierro o las reservas de gas. Además del trigo, los vinos y el turismo que no deja de crecer.

Respecto al vino, especialmente, los australianos poseen una cultura tan laxa que no ponen apenas restricciones. Por el contrario, hay restaurantes que aplican el BYO que no son las siglas de nada orgánico sino de bring your own (bottle) (traiga su propia botella). Porque será más barata.

Y no por ello se registran altercados públicos ni escenas callejeras de borrachos. Mucho vino y cerveza a mares con liberalidad para casi todo. Porque la cultura laxa no es libertina, sino disipativa. No se concentra en reglas fijas ni en grandes castigos: el mayor premio de pintura de este año (150.000 dólares) ha sido para Nigel Milson que está en la cárcel por asaltar un 7-Eleven. Del mismo modo que en mi pueblo la Dama de Elche es el icono central, en Sidney la Opera House, tan opuesta a la arquitectura rectilínea, es su heraldo.

Hasta las ondulantes moscas que abundan extrañamente por aquí parecen un signo de liberalidad. Hay moscas en los parques como si muy cerca se hallara un establo y cuando mostré mi asombro aclarando que, sin embargo, no las había detectado dentro de las casas, me contestaron que en las viviendas lo característico no eran las moscas, sino las cucarachas. ¿Suciedad por ello? Paradójicamente, parece ser lo contrario. Es casi imposible citar una ciudad más aseada, con toilettes cada 100 metros, gratuitas y limpias como los chorros del oro. La lasitud no es abandono sino bienestar. El bienestar que Sidney ofrece en el marco de una cultura laxa, tan laxa que podría haberse convertido en transparente. En el fin fatal de la cultura conocida.

(El País, 26 de octubre de 2013)



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15 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El oráculo colectivo

El mercado no es un fin, sino un instrumento. Es como la máquina de vapor, la electricidad, la energía nuclear o la tecnología digital. Sirve para asignar recursos a partir del juego entre la oferta y la demanda, sustituyendo así otros centros de decisión menos eficientes. Así es como concibe la función del mercado el Partido Comunista de China. Y así es como encaja la idea de mercado con la de sociedad socialista. Nada distinto a lo que ocurre con las tecnologías digitales. Los dirigentes chinos conocen los peligros que comportan, sobre todo para el monopolio político comunista. Pero saben también que son imprescindibles para seguir creciendo y, sobre todo, aspirar a convertirse de nuevo en la superpotencia que China fue un día. La solución es la combinación del máximo desarrollo tecnológico con un creciente control de la ciberesfera. Lo mismo sucede con el funcionamiento del mercado. Los comunistas chinos consideran indeseable una sociedad de mercado en la que los poderes públicos apenas interfieran en su funcionamiento o solo lo hagan para hacerlo más eficiente. Tampoco les gusta relacionar el mercado con la democracia, ni siquiera con unas libertades individuales indivisibles que no desean. Se trata solo de que el mercado asigne los recursos cuando lo decida la dirección comunista, en sustitución de la obsoleta planificación socialista o de las directrices emanadas del Gobierno y del Partido. El único cambio experimentado es el que se ha producido este fin de semana, en los cuatro días de reunión del Comité Central del Partido Comunista, y ha sido por el momento de orden meramente semántico, y objeto por tanto de las exégesis que haga falta para descubrir su significado. Hasta ahora el mercado tenía una función ?básica? en la economía socialista con características chinas y ahora la tiene ?decisiva?. La nueva dirección comunista china, correspondiente a la quinta generación después de Mao Zedong, se encargó de calentar el ambiente antes de la celebración de la reunión, a la que se cargó de expectativas y se comparó incluso con dos plenos históricos, el que presidió Deng Xiaoping en 1978 y abrió el país al mundo, y el que se celebró en 1993, justo después de la revuelta estudiantil de Tiananmen, bajo la presidencia de Jiang Zemin, en el que se acuñó el auténtico oxímoron (o contradicción en sus términos) que es una economía socialista de mercado. Parte de la campaña previa fueron las reuniones que Xi Jinping mantuvo con representantes de la élite empresarial y periodística mundial, en las que se esmeró en el arte de seducir y fascinar a sus anfitriones respecto a la eficacia y las excelencias de tan original sistema. A la vista del comunicado final, habrá que esperar a resultados más tangibles para clasificar este Tercer Pleno de 2013 al lado de los dos históricos anteriores. Pero no se puede descartar que próximas decisiones liberalizadoras, respecto al sistema financiero, al suelo agrario, a la participación de capitales privados en empresas públicas o a los estímulos al consumo tomen alguna de las muchas frases anodinas o incomprensibles del comunicado como fundamento. El Partido Comunista actúa como una especie de oráculo colectivo. La opacidad de sus sistemas de trabajo, reuniones y decisiones, convierte la tediosa palabrería que contienen sus comunicados en un objeto privilegiado para la enigmística política. Bajo la lengua de madera, las frases hechas o las citas y homenajes implícitos a sus distintos dirigentes, se esconden decisiones, consensos entre tendencias y dirigentes, planes ocultos o posibilidades abiertas. La interpretación de esa fraseología, a pesar de la penosa calidad de los textos, requiere tanta paciencia y tiempo como enfrentarse a los más enrevesados textos filosóficos o religiosos. A fin de cuentas, en una resolución como la aprobada por el Tercer Pleno, bajo los estereotipos del lenguaje político más envarado, hallamos de todo, incluyendo conceptos prohibidos, como una insólita y escondida referencia a los ?derechos humanos?, la idea del Estado de derecho, referencias a la civilización ecológica, a la gobernanza o al soft power, cuyo valor hay que minimizar a la vista de las constantes protestas de ortodoxia ideológica y de fidelidad al monopolio del poder por parte del Partido Comunista. Junto a la impenitente verbosidad de raíces maoístas, hay dos decisiones organizativas que refuerzan la idea de una etapa presidencialista con Xi Jinping. Se trata de la creación de dos nuevos organismos: un grupo de trabajo dedicado a dirigir el proceso de reformas y un Comité Nacional de Seguridad a imagen de Estados Unidos. Su sello personal, que impregna todo el comunicado, es la referencia al Sueño Chino, que ya ha convertido en el lema de la próxima década, una idea también de inspiración americana, a la que se añade la aspiración al ?gran rejuvenecimiento de la nación china?, en la que fácilmente se transparenta la ambición de un salto en el protagonismo global con fecha 2020.



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14 de noviembre de 2013
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Antes del surrealismo

Mientras la vida real se va haciendo más y más caótica, menos lógica, aumenta el interés por el Surrealismo, que no nos explica el mundo pero sí lo refleja en sus pulsiones ocultas y en su disparate. Y así el surrealismo, sin que nos demos cuenta, está usurpando la nomenclatura de nuestra cotidianeidad, en la que hace poco aún éramos realistas y nos teníamos por sensatos. Y aun antes, no mucho antes, habíamos sido románticos largo tiempo: al amar, cogidos de la mano tiernamente, al bailar la música de orquestas dulzonas bajo la luna, al combatir a pecho
descubierto por causas que nos tocaban el corazón y no la cartera. Ahora todo es salvajemente irreal, dislocado, y en la insensatez dominante tratamos de buscar un sentido.

La estupenda exposición que presenta en Madrid (hasta el 12 de enero) la Fundación March lleva el título de ‘Surrealistas antes del surrealismo', y un subtítulo explicativo: ‘La fantasía y lo fantástico en la estampa, el dibujo y la fotografía', que aun siendo largo se queda corto, pues la exposición abarca asimismo otros terrenos esenciales, como el cine, proyectándose en distintas salas, sobre un suelo rodeado de sillas rojas donde el espectador puede sentarse, algunos de los grandes clásicos del cine de las vanguardias irracionalistas. Entre lo entretenido que resulta el inmenso caudal de obras expuestas (muchas de pequeño formato) y ese (muy recomendable) programa cinematográfico, se le recomienda al visitante que acuda a la March sin prisas. Sus piernas y su intelecto se lo agradecerán.

  
La exposición quiere rendir homenaje a una, ya histórica, que el gran estudioso de las artes y director del MOMA Alfred H. Barr Jr. hizo en Nueva York en 1936 bajo el nombre de ‘Fantastic Art, Dada and Surrealism'. Allí y entonces se trataba de fijar teóricamente una genealogía de lo irracional en el arte europeo y americano de los cinco siglos anteriores, y eso es justamente lo
que vemos en Madrid ahora: padres y antecedentes, familiares cercanos y exploradores de lo fantástico, unidos todos, como recuerda en un sugestivo texto del catálogo Juan José Lahuerta, por la retroactividad surrealista que el propio fundador del movimiento, André Breton, anticipó en 1925, cuando en una carta a su mujer Simone le habla de un proyecto que había iniciado con Antonin Artaud, "la constitución de un dossier muy importante de notas relativas a todas las obras aparecidas hasta la fecha en cuya composición haya alguna traza de lo maravilloso".

La selección apabulla, y no sólo por su cantidad sino por el contenido, que mezcla a Goya con Piranesi, a Durero con Man Ray, a García Lorca con Max Ernst, destacando especialmente las secciones de fotografía proto-surreal de distintas épocas y países (Ladislav Novák, Grete Stern, Herbert Bayer), y los ‘collages' de la gran Hanna Höch y de nuestro interesantísimo Adriano del Valle. Una imagen se me quedó en la cabeza al salir de la Fundación; se trata de una extraordinaria fotografía que nunca había visto, ‘Salvador Dalí en Port Lligat', tomada por Man Ray en 1933. El joven Dalí parece mortecino, con su mata de pelo revuelto y sus ojos idos, bajo un zapato de mujer que le ahoga o le arroba. Misterio, gozo y peligro, los elementos que nunca pueden faltar en el surrealismo.

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14 de noviembre de 2013
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Juventud de un centenario

Sobre Proust se ha escrito ya casi todo, pero sobre la Recherche no, porque es un clásico y lo propio de los clásicos es su misteriosa capacidad para cargarse de nuevos contenidos en cada sucesiva generación. Lo que hoy significa esa obra no es lo que significó en 1913. Ahora hace cien años aparecía la primera parte, Por el camino de Swann, traducido a veces, con mayor exactitud, como Por donde vive Swann.

El inmenso retablo se presentó al juicio de los lectores anteriores a la primera guerra con un fragmento que hacía imposible adivinar el conjunto. Su escala iba a ser desmesurada, más de tres mil páginas y habría sido quimérico predecir que aquellas inaugurales teselas se insertarían años más tarde en un mosaico gigantesco donde jugarían un papel esencial, pero impredecible. Es lo único que justifica el error inmenso de Gide al rechazarlo para la editorial Gallimard.

Y tras aquella primera aparición estalló uno de los más sangrientos conflictos que ha conocido la muy sanguinaria sociedad europea. La guerra del 14/18, como la llaman los franceses, influyó decisivamente en el proyecto de Proust y no hay nada tan estremecedor como El tiempo reencontrado, la última parte de la Recherche, en forma de baile de máscaras o de danza de cadáveres que reúne a los personajes tras la contienda y cierra una vida que había comenzado con la luminosidad gótica de la duquesa de Guermantes. Tras la guerra no hay héroes, los bellos militares, las hermosas damas, los sutiles aristócratas, las seductoras adolescentes de la fureur de vivre son ahora macabros restos de una sociedad difunta. El ciclo de la vida y la muerte se había completado con aquella última y lúgubre escena.

La obra estaba acabada y si bien Proust no alcanzó a corregirla hasta el final, el lector puede hoy leerla sorteando los bloques de mármol aún no esculpidos o inacabados, como La Prisionera o La Fugitiva, los más imperfectos. Eso no quiere decir que deba evitarlos, son de lectura obligada, pero admiten un seguimiento menos atento que el resto del material.

Esta perpetua actualidad de la Recherche se debe, entre otras causas, a que no es exactamente una novela, aunque es una de las más grandes que se hayan escrito, pero es también mucho más. Sus cientos de personajes tienen la realidad verosímil del mejor retrato realista y sin embargo encarnan iconos anímicos de la misma intensidad que Odiseo o don Quijote, es decir, mitos que reúnen en sí un resumen exacto, estremecedor, de los modos de ser del humano contemporáneo y sus distintos destinos. Leer la Recherche no es sólo introducirse en un universo de ficción extremadamente inteligente, es también aprender a reflexionar sobre nuestros vicios y virtudes, modos de amar, creencias falsas, esclavitudes, holgazanerías, o verdades hipócritas. Es una auténtica enciclopedia de la humanidad moderna, de su gloria y de su estupidez.

Víctor Gómez Pin, quien ha dedicado a Proust dos libros en verdad filosóficos, afirma que el único personaje de la Recherche es el lenguaje mismo y que por esta razón va mucho más allá de las peripecias y avatares de la alta burguesía parisina del ochocientos. El lenguaje tal y como lo poseemos nosotros, es decir, nuestra esencia, lo que nos hace humanos, está derivando de un modo universal e inexorable a puro instrumento, a utensilio práctico. A medida que el lenguaje se hace instrumento nosotros nos convertimos en meras herramientas. No obstante, el lenguaje de la Recherche es perfectamente ajeno a toda instrumentalización, incluso aquella que obliga al novelista a respetar la acción o el suspense, de ahí la longitud pertinaz de las frases y esa dificultad que pone nerviosos a los lectores apresurados. Podríamos decir (pero ese sería otro artículo) que el lenguaje de Proust es estrictamente poético en su sentido más riguroso y por eso exige nuestra esforzada colaboración.

Cuando uno busca, como Proust, el lenguaje en su labor poética, entonces el habla, el lenguaje de la gente en su vida corriente, se transforma en un encantamiento que permite llegar a lo más recóndito del hablante. El modo de hablar es una representación fiel del alma de cada individuo y la Recherche es, por encima de todo, un repertorio de modos de hablar. Cada modo de hablar es una posibilidad de vivir.

En una útil antología de pensamientos de Proust, recogida por Jaime Fernández en El almuerzo en la hierba, figura esta frase: "Las palabras no me informaban sino a condición de interpretarlas como se interpreta una afluencia de sangre al rostro de una persona que se azara, o también un silencio repentino".

Para Proust las palabras del habla cotidiana, en ocasiones significativas, toman una función mágica capaz de provocar reacciones involuntarias del cuerpo. Esta capacidad enigmática del lenguaje es lo que hace de la Recherche una obra que transforma al que la lee, no sólo anímicamente, sino con frecuencia también físicamente. Si se hace con seriedad, la lectura de la Recherche no es una lectura, sino una transfusión de lenguaje, análoga a las transfusiones de sangre que reviven a un moribundo. Es posible que esa sea, hoy en día, la mejor forma de preparar nuestro cuerpo para la mortalidad.

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13 de noviembre de 2013
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Aprendiendo a aprender

He escuchado con atención las declaraciones en España de la niña Malala, la que sobrevivió a los ataques de los integristas que le negaban su derecho a tener un pupitre. Y cómo, desde su exilio europeo a fin de seguir una escolarización libre de balas, advierte que los niños occidentales no valoran ese derecho. Tanto en su anterior realidad, en Pakistán, donde querer aprender geografía resultaba una pretensión temeraria, como en su nuevo contexto democrático y liberal -en el que se considera que el verbo educar, fiel a su etimología, significa guiar-, advierto un riesgo monumental: la fatiga. En las puertas de los colegios, a las ocho y media de la mañana, los escolares cargan sus angustias o alborozos en la mochila. En las clases, además de memorizar, buscarán un hueco vital, un destello que les alumbre el laberinto y les regale esa palabra mágica: motivación. Sus notas, a veces resultado del azar y otras del esfuerzo, determinarán la cruz en la casilla del futuro, mientras que las familias, más desencantadas que nunca, reducen su implicación. En el mundo adulto se discute sin cesar sobre sistemas educativos e innovaciones tecnológicas que se venden a bombo y platillo, como si una pantalla fuera capaz de sustituir grandes carencias. “Educar en valores”, se repite sin cesar. Pero ¿cómo se puede educar en valores, con los mismos valores de siempre? O mejor dicho, y como sostenía recientemente Peter Buffett, hijo del multimillonario, en un artículo en que denunciaba el colonialismo filantrópico: “Hay que gastar dinero probando ideas que sacudan los sistemas y estructuras, ya que, como dijo Einstein, ‘no se puede resolver un problema con la misma mentalidad que lo creó’”. El profesor Jordi Sallent citó estas palabras en un debate organizado ayer en Madrid por la Fundación Telefónica y denunció políticas educativas involutivas, algunas paternalistas, otras producto del “complejo caritativo industrial” como la promovida por la Fundación Bill & Melinda Gates, que considera al maestro casi como al responsable de una cuenta de resultados: si el alumno saca buenas notas, el profesor cobrará más partiendo de que no hay malos aprendices, sino maestros incapaces. Que un país suspenda en educación es una derrota moral. Pero ni la política, ni la filantropía, ni las TIC podrán resolver la fatiga que asuela a quienes cada día se cuestionan la ideologización de las aulas, los tuppers, las becas, la sobrecarga del profesorado, las escuelas segregadas, la disparidad de libros de historia, en lugar de celebrar la reconfortante autonomía mental del aprendizaje, demasiado elevada para ser reducida a términos contables. La crisis del sistema educativo es ante todo una crisis de convicción.

(La Vanguardia)

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13 de noviembre de 2013
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Extraña mezcolanza autoritaria

Las numerosas reformas a la Constitución Política de Nicaragua propuestas por el partido oficial, serán aprobadas sin duda de manera abrumadora, porque abrumadora es su mayoría en la Asamblea Nacional.

Será una extraña mescolanza de principios jurídicos tradicionales y de inserciones curiosas. Allí estarán los eslóganes oficiales que vemos desplegados constantemente en vallas gigantescas, en las pantallas de televisión, y aún en los membretes de los documentos burocráticos: ideales socialistas y valores cristianos, el amor al prójimo y la reconciliación entre hermanos de la familia nicaragüense, integrada en la red benefactora de los Consejos de Familia que pasan a ser constitucionales.      

Se establece que  "El bien común supremo  y universal,  condición  para  todos los demás bienes, es la misma Tierra, que es nuestra Gran Madre; ésta debe ser amada, cuidada,  regenerada y venerada". Dejemos de un lado la prosa. Entendamos nada más que viviremos en una sociedad donde el cristianismo se mezcla con el panteísmo.

Un régimen que además será  corporativo, pues las cámaras de empresarios, serán "parte de los mecanismos de democracia directa", todo lo cual desemboca en el funcionamiento de Consejos Corporativos, donde los representantes de empresarios y sindicatos se sentarán con los del Poder Ciudadano, otra entidad que pasa a ser constitucional, para la "búsqueda del bien común".

Si antes la Constitución prohibía que los miembros del ejército y la policía ejercieran cargos públicos, ahora lo permitirá, con lo que el nuevo estado viene a asentarse en una alianza del partido oficial, las cámaras empresariales, el ejército y la policía, evidencia de que los llamados partidos históricos, liberal y conservador, son dados por enterrados y no se les necesita como parte del nuevo consenso corporativo.

En tiempos de consolidación de su poder, Ortega se valió de un pacto con el jefe liberal Arnoldo Alemán para reformar la Constitución y rebajar el porcentaje de votos necesarios para ser electo. Hoy eso ha pasado a la historia. El pluralismo político subsiste en la letra de la Constitución, pero nada más en la letra, mientras le llega el turno de desaparecer.

            Será por eso que se suprime la disposición mediante la cual los partidos que pretenden el restablecimiento de todo tipo de dictadura o de cualquier sistema antidemocrático, pierden su legitimidad. La preeminencia de la defensa de la democracia, como asunto de principios, pasa a ser obsoleta.

            Las redes de Internet, y la emisión y transmisión de datos, quedan bajo el control del estado; el almacenamiento de datos de las redes digitales sólo puede hacerse en territorio nacional; y "el espectro radioeléctrico y satelital que incida en las comunicaciones nicaragüenses será controlado por el Estado".  Nadie podrá tampoco instalar su propio canal virtual desde su computadora, o hacer emisiones de voz, sin previo permiso.

            Y como la democracia viene a volverse prescindible, es que se anulan los espacios de libertad en las comunicaciones electrónicas.  Para someter las emisiones de Internet, lo que se emite en las redes sociales, lo que se escribe en los blogs, deberá organizarse necesariamente algo así como una ciberpolicía, que perseguirá a quienes, huyendo del ojo del Gran Hermano, se refugien en las nubes virtuales, que quedan prohibidas.

            Toda la felicidad cristina, panteísta y corporativa que se nos promete, no se conseguirá sin la mano benefactora y perpetua de Ortega, quien podrá reelegirse las veces que se presente a elecciones, ya que en su beneficio se suprime esa estorbosa prohibición.

            Si se me pidiera elegir un término para definir este escenario, sería el de indefensión. En las sociedades democráticas los cambios constitucionales son siempre el resultado de grandes consensos, y esta mezcolanza inconsulta viene a ser impuesta desde arriba por una voluntad omnímoda. Tampoco las instituciones pueden detener la mano que las impone, porque no funcionan sino como brazos del poder único.

El autoritarismo, con cartas marcadas, sienta a jugar a la democracia una partida amañada, y por supuesto se la gana. Nicaragua será regida por la constitución de un partido, no de un país.

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13 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Antología universal del relato fantástico

Lo ha vuelto a hacer, ahora con una Antología universal del relatos fantástico que reúne 55 trabajos firmados por lo más granado de ese género difícil de definir porque muchas veces no tiene unas fronteras bien delimitadas.
Las primeras incursiones de Jacobo Siruela en el más allá de la realidad tuvieron lugar allá por la década de 1980, cuando era director y propietario de la editorial que lleva su nombre y se inventó aquella colección llamada El ojo sin párpado, a la que tantísimos lectores de lengua española deben innumerables horas de gozoso horror y fantasías. Ya entonces publicó dos volúmenes de cuentos fantásticos en los que se ofrecían una veintena larga de autores que, quizás porque todavía era un terreno virgen y Siruela hacía de exploradora, avalaban con su prestigio de escritores serios (me refiero a los Hoffmann, Balzac, Hawthorne, Gógol, Stevenson, Dickens, etc) un género al que todavía muchos consideraban frívolo, o en el peor de los casos, menor.
Después, y avalados por el criterio seleccionador de Lovecraft, salieron dos antologías de relatos de horror en el que estaban incluidos nombres muy conocidos junto con otros, por ejemplo Alexandre Chatrian, Ambrose Bierce, Joseph Sheridan Le Fanu, Arthur Machen o Montague Rhodes James, que actualmente están considerados unos maestros pero que entonces no tenían demasiado tirón comercial. También antologías de cuentos de vampiros y románticos alemanes y rarezas como la Antología de cuentos únicos, en la que Javier Marías juntaba a una serie de autores, en su mayoría desconocidos, que solamente habían escrito un solo relato de horror o fantasía. Como curiosidad cabe mencionar que allí estaban Lawrence Durrell, que sí escribió un montón de novelas y libros de viajes pero un solo y curiosísimo relato de terror, titulado "Las cerezas", y "La canción de lord Rendall", de un tal James Denham, un seudónimo tras el que se escondía el propio Javier Marías y que ahora está incluido en la presente antología firmado con su nombre.
Dando por supuesto que el antólogo viene avalado por una largamente probada experiencia (lo cual transmite al posible lector la seguridad de que no están todos los que deberían porque no caben, pero que los seleccionados reúnen méritos sobrados para figurar entre los elegidos) es muy útil la disposición cronológica de los textos porque ello permite ver la evolución experimentada en el tiempo y apreciar la paulatina aparición de un componente que a mí me parece básico porque aporta al relato "fantástico" una dimensión absolutamente creativa, ya que exige al lector tomar partido. Y me estoy refiriendo a la ambigüedad. Aunque sea un recurso literario que se ha ido fraguando a lo largo del tiempo, Jacobo Siruela en su prólogo señala a Henry James como el máximo responsable de que dicho recurso haya pasado a ser punto menos que indispensable, so pena de caer en el pecado reduccionista de la univocidad. Y pongo como ejemplo las representaciones del demonio y los sufrimientos infernales que tanto miedo daban al público medieval cuando los veía representados en los muros de las iglesias y que hoy resultan de una ingenuidad encantadora. En cambio, cuánto más poderosa es la imaginación del espectador si se le permite participar y aportar su propio horror. Como ejemplo expresivo,  el fresco del Juicio final en el Camposanto de Pisa: el pintor sólo representó inmensas filas de justos dirigiéndose el encuentro con el Salvador y escenas de alegría por el reencuentro con los seres queridos allá arriba. Pero en primer plano hay un ángel que mira hacia atrás, es decir, al espectador, y a juzgar por la cara de horror de lo que está viendo al volverse, cabe imaginar lo que nos está pasando a nosotros, pobres pecadores abandonados a nuestra suerte y arrojados a las tinieblas infernales.
Como posible aportación a la definición de un género, cuyas fronteras muchas veces no quedan bien delimitadas cuando por los alrededores merodean el horror, los fantasmas, los vampiros,los muertos vivientes y demás monstruos creados por la fantasía humana, he aquí la definición que hace Aldous Huxley en Cielo e infierno: "[...] es la revelación, en un solo instante congelado, de la extrañeza, de la siniestra y hasta infernal otredad que se esconde tras las cosas conocidas". Curiosamente, Huxley está describiendo un cuadro de Thèodore Gericault llamado "El caballo asustado por el rayo", pero a mí me parece una definición magnífica de los relatos de ficción.

Antología universal del relato fantástico
Edición y prólogo de Jacobo Siruela
Editorial Atalanta

 

 

 

 

 



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13 de noviembre de 2013
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Cuernos

Usted y yo sabemos que su problema no son las mujeres, ni siquiera cuando se siente como un viejo coche en desguace, poquita cosa, un mal negocio. A pesar de ello, es probable que alguna vez haya sido acusado con una ristra de tópicos que van desde egoísta, poco empático, inmaduro o frío, hasta cabrón… un mindundi. Puede incluso que le hayan soltado aquello del síndrome de Peter Pan, de que si es fóbico al compromiso o incapaz de expresar sus sentimientos y ponerle nombre a las emociones. Acaso una noche de verano le reprobaron que en lugar de contemplar la luna desde el velador ??una luna que parecía que tuviera cara?, en palabras de ella­? usted estuviera arreglando un transformador o haciendo un backup al portátil. Existe la posibilidad de que en alguna riña acerada, cuando el malestar se desparrama por el sofá y los días se suceden en silencio, ella dejara caer la expresión ?maltrato psicológico?, a usted le saltaran todas las alarmas, confundido, extraño a todo. También podría darse el caso de que, justo antes del partido, le rogara una palabra: ?di algo, por favor?, y usted sintiera nacer una náusea en la boca del estómago, y fuera a por un whisky a fin de poder callar mejor. Más tarde, en un instante fugaz, mientras le revuelve el pelo en el abrazo siempre nuevo de la reconciliación, quizás regrese la náusea de la impostura, prometiéndose íntimamente, como un adicto, que será la última vez. Porque aquella que estrecha entre sus brazos es su columna griega, el aliento que le empuja a levantarse cada día para hacer el café, la que le acompaña, muy especialmente los domingos por la tarde, a esa hora en que todo parece perdido. Hasta que un día ella parece otra. Y usted le espía el gmail: ?mi problema no son dos hombres, soy yo?, lee. ?Uno es el árbol que me sostiene cada vez que voy a caerme. Con esa manera tan ciega de creer en mí. Pero de quien incluso sus infidelidades me aburren. Y el otro es mi droga, mi dieta y mi verso. Me siento culpable, y no soporto el peso en la nuca al pensar que mis hijos no tendrán recuerdos de sus padres juntos. Solo fotos?. Y entonces a usted le corresponde resolver el asunto de la infidelidad y la hombría. Lo que toca es preguntarse qué ha hecho mal, sentir que ha apuñalado el futuro… Reconocer que en su vida, llena de castillos al aire, solo ella se alzaba como su única torre. Interrogarse acerca de la improbable pureza de los sentimientos, de cómo la vida se complica al madurar, de la mancha de humedad tras el cuadro que casi todas las familias esconden. Pero ahora mismo está verdaderamente sorprendido. Y lejos de cualquier otra obviedad, se excita. La imagina rodando piel con piel con sus mejores bragas. El otro. Su droga, su dieta, su verso. Y extenuado, piensa que no le será difícil perdonarla. Que la igualdad también es eso. (Icon) (Foto: Anthony Gerace)

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12 de noviembre de 2013
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