Una larga conversación con Jorge Herralde es la que sostiene Ramón Lobo en la revista on line...
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Una larga conversación con Jorge Herralde es la que sostiene Ramón Lobo en la revista on line...
Esta recopilación de escritos de viajes (1950─1993) arranca con un texto de 1958 que no sólo da título al volumen sino que refleja lo que Bowles entendía por literatura de viajes, casi como si fuera un manifiesto. Y curiosamente recuerda en efecto a los manifiestos que tanto gustaban de lanzar los vanguardistas y que por lo general lo que de verdad ponían de manifiesto era la diferencia entre lo que decían y lo que hacían, o si se prefiere, la distancia entre teoría y práctica.
Desde finales de los años 50 a hoy han ocurrido muchos fenómenos fundamentales para entender la transformación sufrida en el concepto de viaje, y ahí están para probarlo la masificación del turismo, el uso universal del avión o la aldea global de Internet; las propias guías y las oficinas de turismo que ya proliferan incluso en los más remotos países bastarían para cambiar la costumbre social del viajar. Quiero decir que "Desafío a la identidad" ofrece ideas interesantes, pero también refleja el mucho tiempo pasado desde que fue escrito.
Pero es el propio Bowles quien pone de manifiesto el cambio experimentado por él mismo. Desde los 19 años en que se fue de casa y hasta bien cumplidos los 30, Bowles se sumergió en la cultura "con la voracidad omnívora del norteamericano libre". Anduvo de aquí para allá (por ejemplo en España) pero su aprendizaje fundamental lo llevó a cabo en París, donde además de visitar reiteradamente los templos culturales obligados frecuentó a artistas, intelectuales y gurús como Gertrude Stein, quien le ofreció dos consejos que se demostrarían decisivos: uno, que dejase de escribir poesía porque no era lo suyo, y dos, que se fuese a vivir a Tánger porque le resultaría mucho más provechoso que la Costa Azul. Y vaya si acertó.
Años más tarde, sin embargo, un Bowles más atemperado y bregado en el oficio de viajar escribía: "Si se me presenta la opción entre visitar un circo y una catedral, un café y un monumento público o una fiesta y un museo, me temo que por lo general me decantaré por el circo, el café y la fiesta". Sin ir más lejos, gracias a ese cambio de actitud disponemos hoy de un texto tan magnífico como "Café marroquí", capaz de suscitar en el lector un intenso anhelo que no puede ser nostalgia, puesto que no habrá conocido establecimientos como los que ahí se describen, pero sí un irremediable sentimiento de pérdida porque ya entonces Bowles los daba por perdidos.
Paul Bowles está tan indisolublemente ligado a Marruecos que todos los textos que abren esta recopilación (hablan de París, Turquía y España) no dejan de ser una introducción a veces curiosa, como la visión de esa Costa del Sol que para su desgracia acabaría conociendo muy bien debido a que su esposa Jane pasó allí los quince últimos años de su vida recluida en un manicomio.
La temperatura sube inmediatamente cuando se llega al kif, un amado compañero de viaje que le iba a acompañar toda la vida y acerca del cual ofrece toda su experiencia y conocimiento en forma de glosario. Y a partir de ahí empiezan las andanzas por Marruecos, primero un año entero grabando música tradicional por las montañas del Rif gracias a una beca de la Fundación Rockefeller [No resisto la tentación de plantear la pregunta de qué pasaría si nuestros grandes hombres de empresa (me refiero a los que no están en la cárcel) en lugar de comprarse aviones privados y yates gigantescos dedicasen una parte de sus pútridas ganancias a financiar iniciativas culturales como ésta] y luego viajes diversos motivados por la única razón válida para viajar, es decir, el mero gusto de hacerlo y conocer gentes, lugares y espacios como el Sáhara, del cual ofrece una de esas descripciones que provocan de nuevo en el lector la ineludible necesidad de pillar un avión para ver con sus propios ojos tantas maravillas como ahí se describen. Y lo mismo pasa cuando habla de de Tánger, Fez o Casablanca, esa ciudad que por culpa de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart sólo existe en la mentes de los cinéfilos fetichistas, quienes por consejo de Bowles deberían ir a buscarla en apartados callejones de Damasco o El Cairo porque la de verdad ni por asomo se parece a la de la película.
Lo que en definitiva transmiten los escritos de Paul Bowles es un rasgo personal muy característico y acertadamente resaltado por Paul Theroux en el prólogo: "Estos textos no sólo reflejan la larga y plena vida de Bowles sino que también iluminan sus brillantes ficciones. Ésa fue la vida que él eligió. Nunca transigió y siguió su camino de forma admirable, escribiendo lo que quería, sin hacer nunca nada que no quisiese hacer; y así hasta su muerte".
Desafío a la identidad (Viajes 1950─1993)
Paul Bowles
Traducción de Nicole d´Amonville Alegría y
Rodrigo Rey Rosa
Galaxia Gutenberg
Sería una muy mala noticia que la tensión geopolítica siguiera la primera ley de la termodinámica o principio de la conservación (la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma). Así podría sugerirlo la escalada protagonizada por Pequín en el mar de China Oriental, que se produce con exacta simultaneidad al acuerdo nuclear de las seis grandes potencias con Irán, como si al alivio obtenido en Oriente Próximo correspondiera, como respuesta de la naturaleza, un incremento del riesgo en los confines marítimos disputados entre la segunda y la tercera economías mundiales que son China y Japón. No hay equivalencia entre ambos puntos de tensión, pero ambos son estratégicos. Uno en abierto declive, a pesar de Siria; el otro en abierta progresión, con momentos de intensidad creciente como los que se han registrado estos días: el sábado, cuando el acuerdo con Irán estaba ya saliendo del horno, China publicó el mapa de una nueva zona de control aéreo, ADIZ en la jerga aeronáutica (Air Defense Identification Zone), en la que se incluye el espacio aéreo de unos islotes y peñascos deshabitados disputados con Japón, Senkaku en japonés, Diaoyu en chino; el lunes Estados Unidos desenfundó sus dos B-52, los enormes bombarderos de la guerra fría, de la misma familia que los que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, con la misión de sobrevolar la nueva ADIZ china para desafiar la amenaza implícita de Pekín y demostrar su compromiso con la seguridad y el estatus quo de la región. Todo responde, como es habitual, a una jugada sutil de la cúpula china. El nuevo líder Xi Jinping, al que se le supone más duro y afirmativo en su política exterior que su antecesor, Hu Jintao, enseña las uñas por primera vez. Lo hace con un movimiento del juego del Go, una jugada de intimidación gradualista que solo en apariencia es insignificante: los vuelos en dirección a China que entren en esta área deben avisar, como ciertamente exigen todos los países en sus ADIZ, aunque en este caso se desliza la advertencia de que así deberá actuar cualquier avión, incluso si no se dirige a China. Es una forma de marcar el territorio y transmitir un mensaje inequívoco: soy una superpotencia con derecho unilateral a seguir arrellanándome en mis inmediaciones terrestres y marítimas. Oriente Próximo y el Mar de la China, como zonas de crisis e incluso de amenaza bélica, corresponden a dos épocas, pasado y futuro. Estamos tan acostumbrados a un Oriente Próximo permanentemente inflamado que se nos hace difícil imaginar un mapa del mundo en el que el principal foco de tensión e incluso de guerra abierta se haya movido hacia el Pacífico. Así será en las próximas décadas, según nos augura la cadencia de acontecimientos cruzados de este pasado fin de semana. El desplazamiento del eje geopolítico hacia Asia arrastra consigo la tensión militar. La afirmación de los países emergentes, como sucede con la globalización, no es pacífica por definición. Más que a la inexistente ley de la termodinámica geopolítica el sarpullido del mar de la China tiene toda la pinta de responder a un designio del nuevo liderazgo chino, que quiere someter a prueba a su socio, deudor y sin embargo adversario de Washington con una salva de aviso, simplemente para verificar su compromiso en Asia.
Decía hace unas semanas que Ortega ve en Leibniz el paradigma de una especie de pulsión del pensamiento a explicitar principios y que se distancia de tal pulsión por el hecho mismo de intentar decir algo sobre la misma, es decir de intentar reflexionar el caso de Leibniz. Ya he indicado que, pese al título, el libro de Ortega sobre la idea de principio en Leibniz habla más de Aristóteles que del propio Leibniz,. Incluso en las notas al pie de página se nota una especie de tensión, como una angustia de no llegar a superar los preliminares ("cuando lleguemos a Leibniz..." viene a decir). Y efectivamente el proyecto no es que quede eternamente diferido sino que de alguna manera es abandonado. Mas pese a ello siempre he pensado que en el tiempo en que se halla embarcado en el asunto Ortega es uno de los metafísicos de raza del siglo XX. Quiero con ello decir que la preocupación de Ortega es un eco del problema al que inevitablemente se halla abocado el pensamiento filosófico por el simple hecho de prestar la debida atención a lo que dice la física.
La obsesión leibniziana por hacer explícitos principios a los que se responde sin conciencia de ello (como ya he dicho, principios que juegan un papel análogo a las orteguianas ideas que somos) vuelve a estar vigente precisamente porque se ha establecido en general la duda sobre los principios. La metafísica surge entonces como una necesidad de aclararse, aclararse en primer lugar sobre esa naturaleza por la que se interrogan desde Erwin Schrödinger (dando un curso sobre "la naturaleza y los griegos" hasta Heidegger (en su pregunta sobre qué es y como se determina la Physis) pasando por el propio Einstein o... Zubiri, pensador este último perjudicado simplemente por el hecho de vivir no sólo en el contexto sofocante de una dictadura, (bajo la sombra nazi se expandía el pensamiento de Heiddeger), sino de una dictadura marginada culturamente en la Europa de la época. Mi hipótesis es que lo que está ocurriendo en el seno de la física marca tanto a los que no se refieren explicitamente a ella como a los que no lo hacen. Y desde luego tras el cambio de siglo no ha cambiado la cosa sino quizás por el hecho de que ahora hay menos prejuicios para utilizar la palabra metafísica como hay menos prejuicios para utilizar la palabra ontología.
Sintetizo el punto central de las últimas reflexiones
Las ideas que somos, las ideas que dan soporte al pensamiento, no son en general pensadas ellas mismas o sometidas a juicio... de ahí lo original de la pulsión de Leibniz a explicitar principios generales. Pero estas ideas que somos, sí vienen inevitablemente a ser inevitablemente a ser objeto de reflexión si se da algún tipo de conmoción en el conjunto de lo sustentado en tales ideas, algún tipo de fallo en la previsible sucesión de los fenómenos o de contradicción en la descripción de los mismos, sea esta descripción ingenua o científica. Sentimos entonces la imperativa necesidad de volcarnos sobre tales ideas, de convertirlas en objeto de reflexión y juicio. El ejemplo standard es el cúmulo de aspectos conflictivos en el seno de la Física que condujeron a Einstein a forjar una teoría que hacía recuperar la consistencia de la disciplina... al precio de repudiar como si se tratase de meros prejuicios las ideas preestablecidas de Tiempo y Espacio. Pero de alguna manera con la mecánica cuántica Einstein se ve confrontado a un reto más profundo y lo que eventualmente hay que sacrificar, es mucho más radical que el tiempo y el espacio.
6.99$.- Ese es el precio del nuevo ebook de Suburbana, que es una antología de cuentos del habitante de Burdeos, Ricardo Sumalavia, titulada Última visita. Les dejo el estupendo booktrailer y, además, la información sobre el libro y dónde descargarlo.
No fue Charles Perrault ni los hermanos Grimm quienes crearon, o recogieron en sus provincias, el...
Hay personajes con mayúscula que consiguen no salir nunca en la foto. La vanidad se halla en la escala más baja de su credo. Puede que se deba a que se les ha atribuido un valor simbólico que equivale al verdadero poder: el dinero. La aversión a los ricos forma parte del histórico latido del pueblo; la brecha entre el mendrugo y la langosta, el vagón de metro y el avión privado. Y en tiempos de crisis, las grandes fortunas se prodigan mientras los pobres boquean. Aún y así la relación de España con sus millonarios es bien diferente a la de otras latitudes, de los Rockefeller, Buffett, Zuckerberg a los Arnault, Pinaud o Abramovich. De los ricos se construyen leyendas o prejuicios. Aunque lo más interesante, en un país donde la envidia constituye el gen más común y destructivo, es una generalizada percepción condenatoria. Muchos se la han ganado a pulso, con sus obscenidades estéticas y su ambiciosa falta de ética. Lo contrario a la ejemplaridad, con frecuencia bajo una aura roñosa que airean como virtud. Pero otros hacen lo que se espera de ellos. Sin aspavientos ni demostraciones, como los proyectos emprendidos por Rosalía Mera y su Fundación Paidea o a otra escala los Arango y Pequeño Deseo. Hoy, la mayor mecenas privada española se llama Esther Koplowitz, y a tan buen resguardo ha conseguido mantenerse que en verdad resulta una auténtica desconocida. Ojeo el libro de su fundación (de las que más han donado en Europa para investigación biomédica). No hallo ni una frase suya. Tan sólo una imagen de sus padres, él judío emigrado, ella aristocrática heredera; elegantes, sonrientes, lejos de poder imaginar que su foto un día abriría el libro que recoge la obra de su hija. Morena -el adjetivo que más la ha identificado-, carismática, observadora, solidaria, con voz ronca. Quienes la conocen dibujan el retrato de un personaje audaz, profundo y familiar; genio y figura, capaz de revertir lo imposible. Poderosa, aunque nunca haya despertado tanta curiosidad (ni bibliografía) como Amancio Ortega o Bill Gates -reciente socio suyo-, acaso algunos comentarios chocarreros en el couché, apegados anacrónicamente al imaginario colectivo de los ochenta. Hoy el panorama es bien distinto. Con el tiempo ha conseguido trascender a sus matrimonios, conspiraciones, e incluso a los ladrones de sus Goya. En sus dominios, los brókers que alimentan su patrimonio conviven con investigadores, bioinformáticos, cirujanos, discapacitados, ancianos desprotegidos, mujeres maltratadas o estudiantes sin recursos. Engrasan otro tipo de maquinaria, alimentando el pulmón social desde el capital privado para conjugar el futuro con una llama. (La Vanguardia)
Gabriel García Márquez dice que la ética en el periodismo no es una condición ocasional, sino que debe acompañarlo siempre como el zumbido al moscardón. Y no hay que olvidar que ese moscardón necesita alas para su vuelo inquietante. No hay ética sin alas para el vuelo.
Es necesario asumir el desafío de los profundos cambios tecnológicos en la comunicación, los de este valiente mundo nuevo que apenas empieza a ser explorado; y hacer al mismo tiempo que la revolución digital sea una revolución democrática, que multiplique las oportunidades de informar e informarse. Que los espacios electrónicos que hasta hace poco apenas podíamos imaginar, puedan ser aprovechados de manera atrevida y creativa, y defender su libre uso frente a las pretensiones de restringirlo.
Defender la palabra, para que impere el poder de la palabra. De este modo, la pregunta clave que debemos plantearnos no es si morirán los medios impresos de información, sino, si morirá el espíritu de libertad de la información, acosado por aquellos que ven en la difusión de las ideas una amenaza, como en el pasado.
Cuando el poder no es democrático busca pretextos para imponerse, alegando con alevosía valores tradicionales que se basan en la defensa de la soberanía, la seguridad nacional, la seguridad ciudadana, la paz social, el bienestar popular, la moral pública. Y peor que todo eso, cuando se trata de imponer una ideología única. Viejas formas de intolerancia en odres nuevos. El espacio de la red cibernética llena de susto a los custodios de la fe única porque se trata del espacio más libérrimo que ha existido nunca.
Que cada quien pueda abrir desde su casa un espacio de opinión que a la vez genera opiniones de quienes leen; emitir mensajes que convocan a miles a debatir y manifestarse, manejar su propia emisora de radio, su propia estación de televisión digital, su propio periódico o revista, publicar un libro volviéndose su propio editor, son cosas que comienzan a ser temidas y amenazadas, bajo los mismos viejos alegatos de abuelitas asustadas o de tías solteronas púdicas calzadas con botas militares.
Uno de los monumentos más impresionantes erigido en contra el fanatismo, está en la plaza de Opera en Berlín, donde los nazis quemaron miles de libros. Uno se asoma a una ventana que se abre en el pavimento, y lo que mira son estantes vacíos. El vacío es lo único que satisface a la represión contra la libertad. Y está allí inscrita una frase de Heinrich Heine que nunca debemos olvidar: "donde se queman libros se acaba quemando personas".
Libros, periódicos, revistas, espacios virtuales de información. Todo puede llegar a ser quemado. Todo entra en el ámbito de defensa de la libertad de expresión, amenazada por regímenes de inspiración mesiánica, que convierten la intolerancia en parte esencial de su credo, y persiguen todo lo que se opone a sus dogmas.
Pero hay otra clase de poderes que también nos amenazan, los del crimen organizado, que asesina periodistas como podemos verlos con aterradora frecuencia en diversos países de América Latina. Muchos de ellos son de medios de provincia, y si en su mayoría no tienen renombre, tampoco tienen miedo. Sin esa disposición valiente a cumplir con su oficio, el periodismo concebido en su dimensión ética no existiría. Y es a ellos a quienes debemos recordar a la hora de vencer las tentaciones de plegarnos a la comodidad de la autocensura, de ceder a las presiones para no escribir lo que debemos.
Hagamos posible un periodismo independiente que tenga la valentía de investigar a los poderes públicos y privados, legales e ilegales, que meta el dedo en las llagas de la corrupción y de los abusos, para que nuestras sociedades estén cada vez mejor informadas, y por lo tanto sean más democráticas y tengan mejores posibilidades de desarrollo, de justicia y de equidad.
Hay que darle alas al moscardón de García Márquez, para que cumpla su vuelo inquietante al oído de quien escribe, y de quien lee.
Rodrigo Fresán ha reseñado en ABC la novela Solo, de William Boyd, donde retoma al personaje de...