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Asuntos metafísicos 25: singular pulsión en Leibniz…tarea inevitable en el pensamiento contemporáneo

Decía hace unas semanas  que Ortega ve en Leibniz  el paradigma de una especie de pulsión del pensamiento a explicitar principios y que se distancia de tal pulsión por el hecho mismo de intentar decir algo sobre la misma, es decir de intentar reflexionar el caso de Leibniz. Ya he indicado que, pese al título,  el libro de Ortega sobre la idea de principio en Leibniz habla más de Aristóteles que del propio Leibniz,.  Incluso en las  notas al pie de página se nota una especie de tensión, como una angustia de no llegar a superar los preliminares ("cuando lleguemos a Leibniz..." viene a decir). Y efectivamente el proyecto no es que quede eternamente diferido sino que de alguna manera es abandonado. Mas pese a ello  siempre he pensado que en el tiempo en que se halla embarcado en el asunto Ortega es uno de los  metafísicos de raza del siglo XX. Quiero con ello decir que la preocupación de  Ortega es un eco del problema al que inevitablemente se halla abocado el pensamiento filosófico por el simple hecho de prestar la debida atención a lo que dice la física.

La obsesión  leibniziana por  hacer explícitos principios a los que se responde sin conciencia de ello (como ya he dicho, principios que juegan un papel análogo a las orteguianas ideas que somos) vuelve a estar vigente precisamente porque se ha establecido en general la duda sobre los principios. La metafísica surge entonces como una necesidad de aclararse, aclararse en primer lugar sobre esa naturaleza por la que se  interrogan  desde  Erwin Schrödinger (dando un curso  sobre "la naturaleza y los griegos" hasta   Heidegger   (en su pregunta sobre qué es y como se determina la Physis) pasando por el propio Einstein o...  Zubiri,  pensador este último perjudicado simplemente por el hecho de vivir  no sólo en el contexto sofocante de una dictadura, (bajo la sombra nazi se expandía el pensamiento de Heiddeger), sino de una dictadura marginada culturamente en la Europa de la época. Mi hipótesis es que lo que está ocurriendo en el seno de la física marca tanto a los que no se refieren explicitamente a ella como a  los que no lo hacen. Y desde luego tras el cambio de siglo no ha cambiado la cosa sino quizás por el hecho de que ahora hay menos prejuicios para utilizar la palabra metafísica como hay menos prejuicios para utilizar la palabra ontología.

Sintetizo el punto central de las últimas reflexiones

Las ideas que somos, las ideas que dan soporte al pensamiento,  no son en general  pensadas ellas mismas o sometidas a juicio... de ahí lo original de la pulsión de Leibniz a explicitar principios generales. Pero estas ideas que somos, sí vienen inevitablemente a ser inevitablemente a ser objeto de reflexión si se da algún tipo de conmoción  en el conjunto de lo sustentado en tales ideas, algún tipo de  fallo en la previsible sucesión de los fenómenos o de contradicción en la descripción de los mismos, sea  esta  descripción ingenua o científica. Sentimos entonces  la imperativa  necesidad de volcarnos sobre tales ideas, de convertirlas en objeto de reflexión y  juicio. El ejemplo standard es el cúmulo de aspectos conflictivos en el seno de la Física que condujeron a Einstein a forjar una teoría que hacía recuperar la consistencia de la disciplina... al precio de repudiar como si se tratase de meros prejuicios las ideas preestablecidas de Tiempo y Espacio. Pero de alguna manera con la mecánica cuántica Einstein se ve confrontado a un reto más profundo y lo que eventualmente hay que sacrificar, es mucho más radical que el tiempo y el espacio.

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28 de noviembre de 2013
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La discreción de Esther K.

Hay personajes con mayúscula que consiguen no salir nunca en la foto. La vanidad se halla en la escala más baja de su credo. Puede que se deba a que se les ha atribuido un valor simbólico que equivale al verdadero poder: el dinero. La aversión a los ricos forma parte del histórico latido del pueblo; la brecha entre el mendrugo y la langosta, el vagón de metro y el avión privado. Y en tiempos de crisis, las grandes fortunas se prodigan mientras los pobres boquean. Aún y así la relación de España con sus millonarios es bien diferente a la de otras latitudes, de los Rockefeller, Buffett, Zuckerberg a los Arnault, Pinaud o Abramovich. De los ricos se construyen leyendas o prejuicios. Aunque lo más interesante, en un país donde la envidia constituye el gen más común y destructivo, es una generalizada percepción condenatoria. Muchos se la han ganado a pulso, con sus obscenidades estéticas y su ambiciosa falta de ética. Lo contrario a la ejemplaridad, con frecuencia bajo una aura roñosa que airean como virtud. Pero otros hacen lo que se espera de ellos. Sin aspavientos ni demostraciones, como los proyectos emprendidos por Rosalía Mera y su Fundación Paidea o a otra escala los Arango y Pequeño Deseo. Hoy, la mayor mecenas privada española se llama Esther Koplowitz, y a tan buen resguardo ha conseguido mantenerse que en verdad resulta una auténtica desconocida. Ojeo el libro de su fundación (de las que más han donado en Europa para investigación biomédica). No hallo ni una frase suya. Tan sólo una imagen de sus padres, él judío emigrado, ella aristocrática heredera; elegantes, sonrientes, lejos de poder imaginar que su foto un día abriría el libro que recoge la obra de su hija. Morena -el adjetivo que más la ha identificado-, carismática, observadora, solidaria, con voz ronca. Quienes la conocen dibujan el retrato de un personaje audaz, profundo y familiar; genio y figura, capaz de revertir lo imposible. Poderosa, aunque nunca haya despertado tanta curiosidad (ni bibliografía) como Amancio Ortega o Bill Gates -reciente socio suyo-, acaso algunos comentarios chocarreros en el couché, apegados anacrónicamente al imaginario colectivo de los ochenta. Hoy el panorama es bien distinto. Con el tiempo ha conseguido trascender a sus matrimonios, conspiraciones, e incluso a los ladrones de sus Goya. En sus dominios, los brókers que alimentan su patrimonio conviven con investigadores, bioinformáticos, cirujanos, discapacitados, ancianos desprotegidos, mujeres maltratadas o estudiantes sin recursos. Engrasan otro tipo de maquinaria, alimentando el pulmón social desde el capital privado para conjugar el futuro con una llama. (La Vanguardia)

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27 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Manzanas traigo

 
Aunque Proust no vivió para ver impresa la traducción al inglés de su À la recherche, sí tuvo el disgusto de verse mal traducido en los títulos, que sabe peor. La versión inglesa de À la recherche por Scott Moncrieff ha sido celebrada como la mejor traducción al inglés de cualquier obra extranjera de todos los tiempos. Hasta 1992, se tituló Remembrance of Things Past, que es el final del segundo verso del soneto 30 de Shakespeare. Cuando un traductor se enamora de una solución así, se empeñará a costa de todo. Y en efecto, À la recherche se tituló de esa manera en inglés durante casi todo el siglo XX, antes de pasar a ser In Search of Lost Time. El hemistiquio shakespeariano  será lindo pero, aún peor que no tradujera el título original, es que contradecía la idea proustiana de la memoria como investigación, y sugería un memorador pasivo, frente al indagador proustiano que redescubre, analiza, comprende y recrea su propia indagación. Era como si Salinas se hubiera prendado del manriqueño Recuerde el alma dormida y hubiera titulado con él su traducción de Proust, y su prestigio hubiera impuesto ese título en español durante casi un siglo. 
 
Proust, ya muy enfermo, se quejó a Gallimard porque el título shakespeariano  no sólo eliminaba la idea de tiempo perdido, sino que malograba su alusión al final de la obra como tiempo vuelto a ganar. También hizo saber su disgusto con la traducción de Du côté de chez Swann como Swann’s Way, que Proust interpretaba como a la manera de Swann, y recordó a Gallimard que Du côté de chez Swann y Le Côté de Guermantes se refieren en la novela a los dos paseos diferentes de Cambray. Gallimard contestó que su agente para América e Inglaterra había valorado el título Swann’s Way como “bastante bueno”, y así quedó.
 
Otro caso de traducción desafortunada y pertinaz es la de El corazón aventurero de Jünger en francés. En una de las piezas, el autor narra su estancia en un local del barrio de los ciegos, donde un joven hace de reclamo filosófico dando conversación a los clientes sobre el tema que ellos proponen. Como la ceguera del joven hace que tome posiciones extravagantes e inesperadas que, a su vez, provocan el sentimento de superioridad y la burla de los clientes, el narrador delibera dar con un tema que efectivamente sitúe a ambos en pie de igualdad, y propone “lo imprevisto”. El traductor francés  traslada  das Unvorhergesehene del original como l’invisible, y con ello hace polvo, no sólo el final, sino toda la ingeniosa pieza que, desde luego, no ha entendido. Esto prueba, de paso, que Jünger jamás leyó esta traducción, pese a datar de 1942 y haber sido renovada en 1969 y 1995. Aparte de traducir mal palabras cruciales, el traductor ignora alegremente párrafos y frases completas. Más que una traducción cabal, la versión francesa parece una serie de apuntes previos. Pero ahí está ella,  bien flamante en el escaparate gallimardiano.
 
Con todo, ni el título desafortunado ni la traducción nefasta han impedido que Proust fuera saludado como maestro por Scott Fitzgerald o Harold Bloom, ni que Jünger fuera tempranamente valorado en su singularidad por los lectores franceses. Es admirable y digno de meditación que sea mucho más fácil para los grandes autores ser engrandecidos por los buenos traductores, que arruinados por los malos. Cualquier intrahistoria de las traducciones de un clásico lo demostraría.
 
Ahí está Proust en 1891, con veinte años, en la pista de tenis del boulevard Bineau en Neuilly-sur-Seine, haciendo que tañe el laúd y da la serenata a su amada Jeanne Pouquet, subida a una silla. Más de veinte años después, en 1912, Proust le escribía sobre su proyecto literario, donde “verás amalgamado algo de aquella emoción que yo sentía cuando me preguntaba si estarías en el tenis”. Los aficionados recordarán que Jeanne Pouquet es la contrafigura de Gilberte Swann.


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27 de noviembre de 2013
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Alas al moscardón

Gabriel García Márquez dice que la ética en el periodismo no es una condición ocasional, sino que debe acompañarlo siempre como el zumbido al moscardón. Y no hay que olvidar que ese moscardón necesita alas para su vuelo inquietante. No hay ética sin alas para el vuelo.

Es necesario asumir el desafío de los profundos cambios tecnológicos en la comunicación, los de este valiente mundo nuevo que apenas empieza a ser explorado; y hacer al mismo tiempo que la revolución digital sea una revolución democrática, que multiplique las oportunidades de informar e informarse. Que los espacios electrónicos que hasta hace poco apenas podíamos imaginar, puedan ser aprovechados de manera atrevida y creativa, y defender su libre uso frente a las pretensiones de restringirlo.

Defender la palabra, para que impere el poder de la palabra. De este modo, la pregunta clave que debemos plantearnos no es si morirán los medios impresos de información, sino, si morirá el espíritu de libertad de la información, acosado por aquellos que ven en la difusión de las ideas una amenaza, como en el pasado.

Cuando el poder no es democrático busca pretextos para imponerse, alegando con alevosía valores tradicionales que se basan en la defensa de la soberanía, la seguridad nacional, la seguridad ciudadana, la paz social, el bienestar popular, la moral pública. Y peor que todo eso, cuando se trata de imponer una ideología única. Viejas formas de intolerancia en odres nuevos. El espacio de la red cibernética llena de susto a los custodios de la fe única porque se trata del espacio más libérrimo que ha existido nunca.

Que cada quien pueda abrir desde su casa un espacio de opinión que a la vez genera opiniones de quienes leen;  emitir mensajes que convocan a miles a debatir y manifestarse, manejar su propia emisora de radio, su propia estación de televisión digital, su propio periódico o revista, publicar un libro volviéndose su propio editor, son cosas  que comienzan a ser temidas y amenazadas, bajo los mismos viejos alegatos de abuelitas asustadas o de tías solteronas púdicas calzadas con botas militares.

Uno de los monumentos más impresionantes erigido en contra el fanatismo, está en la plaza de Opera en Berlín, donde los nazis quemaron miles de libros. Uno se asoma a una ventana que se abre en el pavimento, y lo que mira son estantes vacíos. El vacío es lo único que satisface a la represión contra la libertad. Y está allí inscrita una frase de Heinrich Heine que nunca debemos olvidar: "donde se queman libros se acaba quemando personas".

Libros, periódicos, revistas, espacios virtuales de información. Todo puede llegar a ser quemado. Todo entra en el ámbito de defensa de la libertad de expresión, amenazada por regímenes de inspiración mesiánica, que convierten la intolerancia en parte esencial de su credo, y persiguen todo lo que se opone a sus dogmas.

Pero hay otra clase de poderes que también nos amenazan, los del crimen organizado, que asesina periodistas como podemos verlos con aterradora frecuencia en diversos países de América Latina. Muchos de ellos son de medios de provincia, y si en su mayoría no tienen renombre, tampoco tienen miedo. Sin esa disposición valiente a cumplir con su oficio, el periodismo concebido en su dimensión ética  no existiría. Y es a ellos a quienes debemos recordar a la hora de vencer las tentaciones de plegarnos a la comodidad de la autocensura, de ceder a las presiones para no escribir lo que debemos.

Hagamos posible un periodismo independiente que tenga la valentía de investigar a  los poderes públicos y privados, legales e ilegales, que meta el dedo en las llagas de la corrupción y de los abusos, para que  nuestras  sociedades estén cada vez mejor informadas, y por lo tanto sean más democráticas y tengan mejores posibilidades de desarrollo, de justicia y de equidad.

Hay que darle alas al moscardón de García Márquez, para que cumpla su vuelo inquietante al oído de quien escribe, y de quien lee.

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27 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La obligación de preguntar

(El lunes por la tarde presenté en la librería Laie de Barcelona, con la ayuda de mi colega y amigo, el director adjunto y delegado en Madrid de La Vanguardia, Enric Juliana, el libro que acabo de publicar en catalán, titulado Cinco minutos antes de decidir. En mitad del vendaval independentista. A continuación el lector puede leer la traducción al castellano de las notas que leí como presentación). Preguntar, hacer preguntas, es el elemento central del método periodístico. Lo que más interesa son las preguntas y no las respuestas, menos todavía cuando son definitivas, ni las certezas indiscutibles ni las convicciones inmutables. Analizar es ante todo saber hacer las preguntas pertinentes, cuestionar los datos que tenemos o que podemos reunir sobre los acontecimientos analizados. Hay que preguntar para obtener conjeturas o respuestas, provisionales claro. Pero sobre todo para ayudar al lector, al ciudadano, a reflexionar, a debatir con argumentos y a orientarse. Reflexionar, argumentar y orientarse es lo que hace el periodista justo en el momento en que se pone a escribir. Antes de que puedan sacar provecho sus conciudadanos él mismo es el que saca provecho. Eso es lo que intento hacer en mis artículos, normalmente dedicados a la escena política internacional, y lo que también he intentado hacer también en este libro, confeccionado en buena parte a partir de mis textos dedicados a Cataluña. Preguntar, es decir, preguntarme y preguntar a mis conciudadanos. Plantearme las preguntas incómodas, poner en duda las certezas, cuestionar lo que muchos, a veces se diría que casi todos, dan por bueno y por hecho. Este es un libro de preguntas y también de reivindicación de las preguntas, las dudas, del derecho a dudar e incluso de la obligación de dudar. Preguntar no es ofender. Ni dudar es traicionar. Al contrario. Me parece que a veces preguntar y dudar son una obligación ciudadana, cívica, patriótica si queremos poner solemnes, y también una obligación profesional en el caso de ciertos tipos de oficios, como es el de periodista. Analizar, dudar y preguntarme sobre la política catalana y sobre el proceso independentista exactamente con las mismas herramientas y la misma perspectiva que utilizo para analizar, dudar y preguntar respecto a la actualidad internacional. Esto es lo que me propuse al empezar a escribir sobre Cataluña en mi blog, en las páginas de Cataluña y muy esporádicamente en los espacios dedicados a temas de internacional de El País. Y todo esto es lo que ahora he vertido en este libro, tratados, revueltos y reescritos como corresponde a un libro, con los añadidos de textos nuevos, entre otros, dos ensayos adicionales, uno de presentación sobre la actual crisis política y otra de conclusión sobre el futuro del catalanismo. El conjunto me parece a mí que es una reivindicación del derecho a preguntar, el derecho a la duda, y el derecho al debate abierto y libre, y de que este derecho se ejerza a fondo, sin límites y hasta el último momento, hasta cinco minutos antes decidir, como dice el título del libro. ¿Por qué? Pues por una razón muy sencilla. Porque eso es la democracia. Dar todo por hecho y cerrado, declarar irreversibles los procesos abiertos, definitivas las nuevas posiciones y los estados de opinión súbitamente modificados no es democracia. Democracia es darnos unos a otros la oportunidad de discutirlo todo, aguas arriba y aguas abajo, en el sentido que nos gusta y en lo que nos desagrada. Los empujones no son democráticos. La polarización no es democracia. La descalificación sistemática del diálogo, del pacto o de vías intermedias no es democracia. Puede ser útil e incluso muy útil para determinadas posiciones. Pero no es democracia. No lo son las líneas rojas, los plazos perentorios, las hojas de ruta obligatorias, las posiciones inamovibles. No es democracia la dialéctica amigo-enemigo, que conocemos bien, para organizar el debate político desde la descalificación de las posiciones que no coinciden con las propias hasta construir un adversario al que oponernos radicalmente. La política adversativa, que no sabe hacer nada si no es en contra, no es democrática y además es poco útil. Hay que dudar de su moralidad pero también y sobre todo de sus resultados. Y tras la apología de la duda, que explica el título del libro, déjenme hacer la apología del realismo en política, que explica la conclusión del libro.  Hasta ahora hablábamos de método, método intelectual y método político, de la duda como método democrático. Ahora hablamos del conocimiento, de la capacidad que tienen las preguntas para obtener respuestas interesantes y útiles. En este punto el libro es transparente. El error clásico del catalanismo apresurado y radicalizado, tal como ha quedado cristalizado en el mito político de los Hechos de Octubre de 1934, no es el error de romper con la legalidad, ni siquiera lo es el de quien lo hace, el presidente de la Generalitat, en aquel caso Lluís Companys, representante ordinario de la República en Cataluña y por tanto el primero que tenía que velar por el respeto de la legalidad. No, el error es de cálculo, de incapacidad para analizar la correlación de fuerzas, de saber cuáles son las del adversario y calibrar bien las propias, sopesar muy bien los amigos y las alianzas. Y ahora tengo la impresión de que nos encontramos en una nueva repetición de ese error fundamental, el de incurrir en un irrealismo que nos puede llevar a la frustración e incluso al retroceso respecto a lo que habíamos obtenido hasta ahora, que era mucho y muy poco valorado desde el ataque de irrealismo que ahora mismo nos afecta. Esto es explícito en el libro y, naturalmente, forma parte de las preguntas y del derecho a formularlas: ¿cuáles son las fuerzas en presencia?; ¿qué sacrificios personales están dispuestos a hacer los ciudadanos que se movilizan?; ¿con qué aliados y amigos se cuenta, en España, en Europa, en el mundo? Hay que hacer estas preguntas, como hay que preguntarse también si las condiciones geopolíticas y el actual ciclo económico y político internacional son los mejores para obtener los objetivos propuestos. Este es quizás el aspecto más polémico en un proceso en el que todo el acento se pone en los elementos subjetivos, en las identidades, los sentimientos, los deseos , o lo que es aún más importante, en la suma de las voluntades individuales, y muy poco en las condiciones exteriores, las condiciones objetivas como decíamos los de más edad que estamos aquí cuando éramos más pequeños. La democracia, el principio democrático, es un elemento básico que hay que defender, naturalmente, pero a la vez debemos decirnos a nosotros mismos muy claramente que no es el único ni es el elemento definitivo. Las condiciones objetivas, la capacidad para trenzar alianzas, la elección de objetivos adecuados y de estrategias correctas también cuentan, y mucho más en muchas ocasiones, casi siempre. Nunca se ha visto que de la democracia, de la ley del número, salga directamente el cambio político. Este libro no va contra nadie ni quiere dar soluciones a nada. Su tesis es abierta , aunque es también una apelación al realismo , perfectamente visible desde la primera frase, una cita de Josep Pla, hasta las dos últimas, también dos citas, las tres en el mismo sentido. La primera es de 'El Quadern Gris' y dice así : ?Tenemos una imaginación tan exuberante que a menudo confundimos las moscas con águilas?. La segunda es la introducción de un libro que llevaba por título ?La Rectificación. Preocupaciones, exhortaciones y premoniciones sobre Cataluña?, publicado en catalán en 2006, el año del Estatuto, que se presentaba a sí mismo como la expresión del "deseo de un nuevo realismo" y demandaba" una dialéctica más sincera con la realidad ". El libro lo escribimos seis autores, cada uno su ensayo: Enric Juliana, Albert Branchadell, Josep Maria Fradera, Antoni Puigverd, Ferran Sáez y yo mismo, y juntos firmábamos colectivamente o nos hacíamos responsables de la introducción, aunque la mano es inconfundible y es la de Enric. La tercera cita, que es exactamente una autocita y por tanto tendrán que perdonarme por la osadía, es la que cierra el libro y cerraba también mi ensayo entonces, y tiene la forma de una demanda que me parece hoy más actual que nunca y es la de un catalanismo que no nos tape los ojos.



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26 de noviembre de 2013
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Asuntos metafísicos 24: la potencia emocional de la interrogación

El físico británico Chris J. Ishman hacía  hace casi  veinte años y en un manual para estudiantes de Física (Lectures on Quantum Theory, Imperial College Press London, 1995), una curiosa reflexión sobre la pasión que en ocasiones embarga a los científicos:

"La interpretación de la teoría cuántica es un poderoso ejemplo de este fenómeno: no es inusual encontrar un físico o filósofo de la ciencia, defendiendo una posición específica con tal fervor y pasión que ultra-pasa con mucho el grado de emoción asociado normalmente con las creencias científicas: en efecto, a veces se diría que su propia existencia dependiera de los resultados del debate."

Esta actitud emocional de los físicos cuánticos se explica por lo que está en juego en aquello que la mecánica cuántica se ve obligada a poner en entredicho  y que de hecho podría está detrás de algunas de las motivaciones más usuales que mueven a los hombres. Por ello no debería sorprender (aunque sea totalmente inusual) que en en el texto técnico de Ishman haya una referencia al Psicoanálisis y concretamente una cita de alguien controvertido comoera C. G. Jung ( que nunca he leído más que fragmentariamente  y ante el que siempre he tenido más bien prevención) relativa a la idea de causalidad, su aleatoriedad,   y el modo en que esta aleatoriedad misma puede  determinar hasta el desvarío  la subjetividad  de los seres de razón:

"De igual manera que la conducta sexual  frecuentemente transforma al hombre en un monstruo, también la categoría elemental de causalidad puede llegar a adquirir los caracteres de una necesidad, una insaciable exigencia que arrastra  todo consigo y para satisfacer la cual la cual las personas pueden incluso sacrificar sus  propias vidas. Se trata de una infatigable pulsión que nos inflama  y que hace despreciar todas las arduas tareas e imperativos de los hombres,  haciendo que sonriamos ante aquello que los demás hace llorar"

Lo que Isham pone de relieve en esta cita es el enorme poder emocional que son susceptibles de vehicular las categorías más abstractas, aquellas que no son objeto de reflexión porque aparecen más bien como condición de posibilidad de la reflexión misma. Enorme poder emocional de aquellos conceptos o categorías que Ortega denominaba ideas que somos, por oposición a las ideas que tenemos, es decir, aquellas que engrasan nuestra relación cotidiana con el entorno y los demás  y que en última instancia tienen soporte en las primeras.

Decía que no es usual que se evoque a psicólogos o psicoanalistas  en un texto rigurosamente técnico de Física. Menos usual es aun encontrar  una preciosa referencia al Jorge Luis Borges  de 1964, en la que el escritor se refiere a la más o menos consciente voluntad del hombre de constituirse en soporte del mundo. Guiado por tal voluntad el hombre forja imágenes de regiones, valles,  montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto  de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro.  Y el físico británico glosa su cita del escritor argentino poniendo el énfasis en que  las "verdades" que creemos ser la referencia de nuestras construcciones no sólo son quizás fruto de esas mismas construcciones, sino que precisamente  por ello  pueden llegar a erigirse en  causas cargadas de peso dogmático. Ello explica en parte la virulencia con la que, desde Einstein al matemático René Thom se han criticado las implicaciones filosóficas de la interpretación standard de la física cuántica.

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26 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pliego suelto

Pliego suelto, que editan Julio Hardisson y Ricardo Iván Paredes en Barcelona, es una ventana al campo mayor de la literatura actual, y es capaz, por ello, de sumar voces de extramares que remontan fronteras y guardianes sombríos de puertas onerosas. Su última entrega celebra la Summa de restas propuesta por Agustín Fernández Mallo y su Proyecto Nocilla. Reproduzco aquí esas voces y parabienes ( http://www.pliegosuelto.com/?p=9165). 
 

 

Jorge Carrión (Tarragona, 1976). Escritor, crítico literario y personaje de Nocilla lab.

Yo leo la publicación del Proyecto Nocilla en una serie reciente y posible, la que conforman la Obra reunida de Mario Bellatin y los Relatos reunidos de César Aira. Se trata de tres obras muy distintas, pero que tienen en común su inconformismo y su dificilísima clasificación. Si tenemos en cuenta los puntos de origen de los autores (España, México, Argentina) podemos trazar un triángulo intercontinental. Tres de los ángulos más significativos de la literatura innovadora en nuestra lengua.

Releer ahora la trilogía de Agustín Fernández Mallo es darse cuenta de que su dislocación fue sistemática. En primer lugar: te descoloca, tres veces, a ti como lector. Pero, sobre todo, descontextualiza lo que en este cambio de siglo se aceptaba como “literario”. Así, inyecta buenas dosis de Robert Smithson y de situacionismo a la literatura (y dadaísmo: un árbol con zapatillas deportivas en medio del desierto). Y poesía (post-poética). Y ciencia (sea eso lo que sea). Y apropiación (collage y cita y corta y pega). Y tecnología (a menudo anacrónica). E imagen (casi siempre pixelada). Y viñetas (en la traca final). No se sale de la tradición porque no se puede trabajar desde fuera de la tradición. Su ruta es la de Borges, Cortázar o Vila-Matas, autores a los que ha homenajeado de modos muy diversos. A los que ha releído novedosamente y ha sacado de quicio. Porque de eso se trata.

Juan Feliu Sastre. Miembro de Vacabou y Frida Laponia, proyecto musical que desarrolla junto a Fernández Mallo.

Con cada página de esa exuberante sucesión de Polaroids que es Nocilla Dream, me decía a mí mismo que ése era el libro que yo hubiera escrito de haber tenido talento, y que al fin alguien había hecho eso por mí. Tal fue el impacto. Porque yo sabía que tras las cifras, fórmulas o lenguaje científico-tecnológico, se escondía una gran belleza, pero nunca imaginé que tanta, y mucho menos que alguien fuera capaz de decodificarla en su totalidad; eso es lo primero que me fascinó. Pero había mucho más –y aquí ya incluyo la vuelta de tuerca que a todo esto significó Nocilla Experience–, como ese tempo misterioso e hipnótico, una fuga de Bach para batería libre en un fondo perfecto de Chris Ware, o esa estupefacción al descubrir a estas alturas que la belleza está en todas partes si uno ajusta el foco adecuadamente, algo que sólo ahora podría llegar a parecerme sencillo.

Con Nocilla Lab sentí un cambio de latitud que me trasladaba a la tierra de Supertramp, pero con David Lynch al bajo de 5 cuerdas: cambios de ritmo, de instrumento, carretera y celda, inquietud y belleza, todo nuevo sin serlo. Hasta que, al terminar, intentas entender qué y cómo ha ocurrido todo.

Pere Joan (Palma de Mallorca, 1956). Historietista e Ilustrador. Autor de Nocilla Experience, la novela gráfica y del cómic final de Nocilla Lab.


Narrar como quien construye una chabola. Esa es la forma de ensamblaje que me sugieren los Nocillas. La chabola, la acumulación, una forma perfectamente digna y muy pertinente para contar según nuestro sistema perceptivo actual.

De hecho, tres personajes de Nocilla Experience viven en modestas casetas situadas en azoteas. Esas azoteas constituyen atalayas desde donde individualidades suficientemente peculiares construyen proyectos con los que se reafirman e intentan además sumar su visión de la realidad al ruido ya existente. Pasan por melancólicos pero no lo son porque están esperanzados con su proyecto.

 

En esa forma, a menudo sorprendente, de chabola narrativa hay conexiones ocultas que transforman lo que pasa por prosa en un artefacto poético con links estéticos y conceptuales que dan sentido a esa acumulación. Sé de lo que hablo porque yo también construí así mi versión en novela gráfica. A pedazos, ensamblando las múltiples referencias. Para hacerlo y visualizar el nuevo/mismo libro gráfico tuve que hacerle la autopsia. Poco a poco iba descubriendo esas conexiones estéticas y de sentido que no se ven a simple vista. Se trata, en definitiva, de algo que puede releerse, incluso a pedazos, sin agotar su caudal de sugerencias.

 

Gabi Martínez

 (Barcelona, 1971). Escritor, guionista y periodista. Ha escrito Solo para gigantes (2012) y Ático (2004).

 

El primer Nocilla fue un impacto que me dejó vagando varios días por un mundo de creación, feliz de estar ahí y lo bastante agradecido como para, en un arrebato de empatía más bien raro en mi historial, contactar con el autor para prolongar la experiencia. Porque eso es lo que aportaba aquel primer Dream, lo que aportan los libros tocados por la poesía. Además de las preciosas o desafiantes imágenes, de las situaciones simbólicas o la absorbente cadencia, en Nocilla fluía la información con la caótica naturalidad cotidiana, y a través de aquel grumo espacial reconocí un mundo propio. Mío.

Agustín bebía del arte conceptual y la ciencia recordando que un escritor es mucho más que letras. Fue un refresco. Refresco al que en su día llamé “hombre del saco posmoderno”, con aquel petate donde igual cargaba un árbol lleno de zapatos que más tarde un palacio siberiano ideado para jugar al parchís. Un saco lleno de bocetos del que sacaba cuerpos. Así que quería ver a aquel hombre. Porque no es habitual que alguien, de una manera tan clara, influya en ti. Lo primero que hice al verle fue dar las gracias. Luego, la experiencia siguió.

Pablo García Casado

 (Córdoba, 1972). Director de la Filmoteca de Andalucía, poeta, periodista y gestor cultural.

“Está en otra cosa”. Como argumento literario quizá no vale. Tampoco es muy riguroso. Pero algo así me dije a mí mismo cuando leí su Joan Fontaine Odisea (2005). Este tipo viene de otro lugar, maneja otros discursos fuera de la filología. Todo esto fue algunos años antes de Nocilla Dream. Las fuentes de alimentación eran otros lenguajes, un extrañamiento asumido, nada fatuo. Fernández Mallo procuraba un ejercicio generoso como es el de atraer a la escritura regiones del conocimiento y de la cultura que están fuera de ella.

Un proyecto ambicioso que tuvo su plasticidad narrativa en Nocilla Dream. Un fenómeno que cristalizaba en un libro algunos de los muchos intentos que otros coetáneos habían sólo teorizado. Él los puso en práctica desde una ingenuidad primigenia: la de los que están y estarán siempre fuera. La literatura española le debe a Fernández Mallo todo el territorio que le ganó a la nada, abriendo campo a otros que también pueden atreverse. Porque hay vida más allá de los círculos concéntricos de la novela decimonónica y la poesía aburrida y de baja intensidad.

 

Julián Hernández

 

 

(Madrid, 1960). Músico y fundador de Siniestro Total. Articulista y autor de ¿Hay vida inteligente en el Rock & Roll? (1999).

 

Historia verdadera de La Gran Novela de Agustín Fernández Mallo

El escritor catalán Eduardo Mendoza expresaba en una entrevista su admiración por los escritores de la estrambóticamente llamada Generación Nocilla. Puntualizaba, sin embargo, que aún no había llegado “la gran novela” de ese grupo de escritores. Unos días después de estas declaraciones, tomando unas cañas tras una presentación, un grupo de amigos, capitaneados por el también escritor Germán Sierra, jaleamos a Agustín para que fuese él quien cubriese el vacío. La idea era sencilla: bastaba titular el texto La Gran Novela para que Mendoza no pudiera afirmar que tal cosa no existía.

 

 

Desde ese día, Agustín no es el mismo. Sigue publicando y dando recitales con la solvencia de siempre, sí, pero una serie de detalles nos hace sospechar que se trata de un doble muy bien entrenado para suplantar al verdadero Agustín, que está sin duda desterrado en la isla en la que también viven Michael Jackson, Hitler, Elvis, Jesús Gil y Sor María. Escribe compulsivamente La Gran Novela. Creemos que se ha vuelto loco y nos sentimos todos muy culpables. Eso sí: la Historia de la Literatura Española nos lo agradecerá algún día.

 

Julio Ortega (1942). Escritor y crítico. Profesor de Literatura en Brown U. Autor del epílogo de Proyecto Nocilla.

El realismo español (esa pala de tierra, completamente seria, que dijo Machado) es refutado cada tanto con furia poética y gracia contemporánea por algunos actos narrativos tan internacionales como post-nacionales. Es el caso de Reivindicación del Conde Don Julián de Juan Goytisolo, de Larva de Julián Ríos y, ahora, del Proyecto Nocilla de Fernández Mallo. Son eventos sin principio ni final que contaminan de brío e invención a la lectura saturada; pero son también instrumentos de ruptura, que abren espacios de respiración. Que el mundo esté todavía por ser hecho, en español y desde la novela, es un proyecto que nos hace contemporáneos del futuro.

 

 

Entrevistas con escritores, editores y críticos panhispánicos:


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26 de noviembre de 2013
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El Boomeran(g)
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