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El bar de los filósofos

En febrero del año 2012, la editorial madrileña Demipage publicó ‘Donde dejé mi alma', magnífica novela de acentos ‘conradianos' de un autor hasta entonces desconocido en España y ya para entonces muy célebre en Francia gracias al premio Goncourt obtenido meses antes por ‘El sermón sobre la caída de Roma'. Extraño y nada feo título que alerta sobre una de las fuentes retóricas de este excelente escritor pero no refleja del todo la naturaleza de su narrativa, que alterna el gran estilo oracional e imprecativo con el relato vivaz de los nudos familiares y las escarpadas tierras de Córcega, de donde Jérôme Ferrari es originario. No hay que exagerar el carácter aislado de los isleños, y menos en este autor, de vida trashumante entre Ajaccio, París, Argel y Abou Dhabi, donde ahora enseña filosofía. Pero sí me parece pertinente señalar en su caso el predominio del desarraigo, que el narrador de otra novela suya anterior, ‘Un dieu un animal', resumía bien: "Te fuiste, el mundo no te ha abrazado y, cuando has vuelto, ya no había casa propia".

Libero y Matthieu, los dos protagonistas de ‘El sermón sobre la caída de Roma' (Mondadori, 2013), sí la tienen, en la medida es que éste es un libro de raíces y vínculos ancestrales, que ambos jóvenes tratan de eludir con estrategias de auto-engaño a la postre fallidas. Tras un brillante arranque de saga fundacional, Ferrari, que posee una variedad de registros muy rica, pasa a describir con pinceladas de intenso vigor y colorido el pequeño drama que se produce en el pueblo cuando la encargada del bar principal, la marroquí Hayet (personaje importante de ‘Balco Atlantico', la novela que difundió el nombre del escritor en Francia), desaparece. El desconcierto de los lugareños da pie a escenas de alta comedia agreste, aunque ninguna alcanza la aguda comicidad del largo episodio final del capítulo segundo, en el que encontramos a los dos amigos haciendo sus tesis de filosofía en la Sorbona (sobre San Agustín y Leibniz, respectivamente) y desplazados entre el divismo pomposo de unos y la digna obsolescencia de otros. Así que Libero y Matthieu abandonan sus estudios y vuelven al pueblo próximo a la capital corsa para ocuparse del desfalleciente bar, escenario central de ‘El sermón...'.

La sorpresa de ese giro argumental es una de las muchas que ofrece el libro. En los cuatro títulos suyos que conozco, las pasiones privadas se funden con los trasfondos históricos, las guerras coloniales y mundiales, la tortura, el terrorismo, la migración, sin que falte en ninguno  -y ése es diría yo el ‘toque Ferrari'- la elocuencia de los textos sagrados: el evangelio, la patrística, la arenga marcial, y en el libro del que aquí hablamos, la oratoria agustiniana, que le da a la novela familiar un correlato salmódico y cristaliza en un final de gran belleza verbal y sugerente fusión de los personajes y tiempos narrativos.

En la amplia historia de la familia Antonetti, de la que desciende Matthieu, más protagónico que su inseparable Libero, tiene cabida el relato dentro del relato, como el del abuelo Marcel en África, conmovedor y extraordinariamente contado. Los contrastes vienen del lado de la barra y la pista del bar, donde los nuevos propietarios triunfan, en pleno olvido de la filosofía, y conquistan a un plantel de camareras entusiastas, entre las que destaca Izaskun, una vasca pasada por Zaragoza. Pero hay un destacado contrapunto femenino, por no decir vértice, en el libro, Aurélie, la hermana de Matthieu. Va surgiendo de modo sutil en el relato hasta apoderarse de él, gracias a la interesante trama arqueológica que nos lleva hasta los propios despojos del obispo de Hipona. Es también el personaje más recio, más noble y mejor compuesto de toda la novela.

Ferrari es un escritor refinado y ha tenido suerte en las dos traducciones al castellano de que disponemos, la de Sara Martín Menduiña (en la citada ‘Donde dejé mi alma') y ahora la de Joan Riambau, que sabe pasar con acierto de la invocación monologal, un recurso frecuente, al cuadro pintoresco, alguno tan potente como el de la castración de los puercos, en la que el maestro capador, "emitiendo diversos gruñidos modulados que se suponía que sonaban agradables a oídos de un cerdo", atrapa finalmente "en el cepo implacable de sus gruesos muslos al animal desconcertado que profería unos gritos abominables, sin duda presintiendo que no le iban a hacer nada bueno". Riambau, en una decisión irreprochable, cita los breves fragmentos de San Agustín según la versión española canónica, la de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), que, por las muestras, no posee la misma calidad de matices del francés, en el que Ferrari usa la traducción del latín de Fredouille. Por ejemplo, el epígrafe "Lo que el hombre hace el hombre lo destruye" queda según la BAC en un pobre "Un hombre hizo aquello, otro hombre lo destruyó". Desconozco el original latino, pero no es lo mismo.

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10 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crímenes y pecados

"¿Qué película de Woody Allen es su favorita?", pregunta retóricamente Dylan Farrow, la hija adoptiva del director neoyorquino con Mia Farrow, en una carta abierta publicada en la columna del columnista del New York Times Nicholas Kristof. Y prosigue: "Antes de que respondan, les contaré algo que deben saber: cuando yo tenía siete años, Woody Allen me tomó de la mano y me llevó a un sombrío ático, casi un armario, en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me pusiera boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente." 

            Más allá de la indignación que ha despertado, el texto de la joven, publicado casi dos décadas después del incidente, plantea dos cuestiones que reaparecen una y otra vez en nuestra discusión pública. Considerada como el crimen más horrendo -y emblemático- de nuestro tiempo, la pederastia nos persigue como un fantasma que no hemos sido capaces de exorcizar. De la infatigable lista de sacerdotes que han abusado de miles de niños y adolescentes a los artistas acusados de delitos que van del acoso a la violación (piénsese en Polanski), nos hallamos en una sociedad que parece mostrarse tan ineficaz a la hora de proteger a sus hijos como obsesionada con exhibir a sus victimarios.

            Sin duda los responsables de estos crímenes deben ser perseguidos, pero sin jamás omitir el debido proceso ni la presunción de inocencia. Frente a los incontables ejemplos en que se ha demostrado la culpabilidad de los abusadores, en ocasiones el exceso de celo -y de justa ira- ha llevado a buen número de inocentes a la cárcel: baste recordar casos como los de las guarderías de Kern County o McMartin, ambas en California, en los que decenas de cuidadores fueron injustamente sentenciados a prisión acusados de obligar a los preescolares a participar en toda suerte de prácticas sexuales, e incluso en rituales satánicos, que sólo mucho después se revelaron falsos.

            Frente a las acusaciones de Dylan Farrow, lanzadas ya en su momento por su madre adoptiva, Allen ha vuelto a alegar en otra carta al Times que la pequeña fue manipulada por su madre. Hoy sabemos que es posible que un niño construya "falsos recuerdos" al ser sugestionado por los adultos, formando sucesos que en su mente resultan tan vívidos como un recuerdo real. Imposible determinar, a partir de su carta pública, si Dylan en verdad fue agredida por su padre adoptivo o si se trata de un "falso recuerdo", por más que el affaire y el posterior matrimonio de Allen con Soon-Yi Previn, otra de las hijas adoptivas de Mia Farrow, nos predisponga en contra del director. Correspondería en todo caso a los tribunales resolver el asunto.

            Sin embargo, la carta de Dylan Farrow indica que en este momento a ella no le interesa presentar una demanda, sino juzgar a su padrastro en un terreno más etéreo pero no menos brutal. Descontando que Allen en efecto sea un tipo infame, su hija adoptiva parece decidida a que lo veamos como un artista infame. Y a que su repugnante conducta nos sirva para descalificar su obra, de modo que los jurados del Oscar no le concedan más premios y los actores que han trabajado a su lado, como Alec Baldwin o la propia Cate Blanchet -la favorita al galardón-, se deslinden de él y lo vean como un monstruo.

            La espinosa cuestión vuelve a ser, aquí, hasta donde los actos execrables de un creador han de influir en el valor de su trabajo. ¿Puede alguien que ha abusado sexualmente de una niña de 7 años ser un gran artista? ¿Premiarlo y adularlo no es una forma de oscurecer y paliar sus -nunca mejor dicho- crímenes y pecados? ¿O acaso es posible trazar una nítida frontera entre sus (aborrecibles) actos y sus (admirables) películas? Nos enfrentamos aquí a una zona gris que, pese a la vehemencia de quienes defienden uno u otro argumento, no es fácil de dilucidar.

A la distancia, veneramos el legado de numerosos hombres perversos (de Caravaggio a Céline, de Gesualdo a Hamsun), quizás porque el tiempo ha desdibujado sus faltas, dejándonos sólo frente a la opresiva fuerza de sus obras. Demasiado cerca de nosotros, muchos fanáticos de Allen se declaran prestos a abjurar de él, por más que sus delitos no hayan sido demostrados; sólo si algún día llegaran a serlo, tendríamos que exigir el castigo que merece. Entretanto, limitémonos a constatar una vez más, sin melancolía alguna, que los grandes artistas no son sino seres tan imperfectos -y brutales, y malvados- como el resto de nosotros. 

 

Twitter: @jvolpi



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9 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nacionalismos europeos

Los nacionalistas flamencos quieren un techo más alto de poder para autogobernarse pero no quieren saber nada de consultas ni quimeras independentistas. Los escoceses se conformarían con mayores cotas de autogobierno, sobre todo fiscal, pero se han visto obligados a optar entre independencia y status quo en razón de su acuerdo con Londres sobre el referéndum. Y los catalanes se concentran casi exclusivamente en promover una consulta sobre una independencia que Madrid rechaza de plano, aun a costa de relegar a un segundo término la defensa de su considerable nivel de autogobierno ante la ofensiva recentralizadora lanzada por el Gobierno de Rajoy. Si el Scottish National Party se plantea salir del Reino Unido es en buena parte porque Londres flirtea a su vez con salirse de la Unión Europea, lugar de donde los escoceses no quieren salirse nunca, con Reino Unido o sin él. La cuestión europea condiciona también a la Nueva Alianza Flamenca, que aplaza sine die el independentismo y apoya la confederación gracias a que cuenta con Bruselas, la capital de Europa, dentro de su territorio, factor crucial, junto a la corona, para mantener unidos a los belgas. El independentismo catalán, en cambio, quiere dar por imposible la salida de Europa, pese a que las evidencias jueguen en sentido contrario, hasta el punto de que una eventual separación unilateral solo podría materializarse al precio de quedar fuera de la UE, circunstancia de dificil sino imposible aceptación por parte de una ciudadanía profundamente europeísta. La unión de los belgas es la más reciente y precaria, pero la que menos peligro de ruptura ofrece. La de los escoceses y los ingleses es tan antigua como la de los catalanes y castellanos, aunque distinta: la primera fue fruto de un pacto y la segunda de una guerra. Aunque es más fácil deshacer los pactos que regresar a la situación anterior a una guerra, cosa que normalmente solo se resuelve con otra guerra, como ha recordado el historiador Josep Fontana, no parece que el referéndum escocés vaya a desembocar en la separación. Nadie quiere guerras ahora, aunque estemos en tiempo de contiendas geoeconómicas que también producen víctimas y dominación de unos sobre otros. Y además son pocos los que quieren abrir las puertas a una fragmentación que liquidaría la unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos, dada la potencial y bien larga lista de espera: Galicia, Euskadi, Bretaña, Alsacia, Padania, Córcega, Cerdeña, Frisia, Südtirol ? Terminar con la UE está en el programa de los populistas ultras como Geert Wilders en Holanda o Marine Le Pen en Francia, pero no de los nacionalismos más serios de cuantos hay en Europa, que encontramos en Escocia, en Flandes y en Cataluña. De lo que se deduce que los tres seguirán trabajando por la unión y no por la separación de los pueblos y los ciudadanos europeos.



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8 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para Juan Gelman


1. Gelman y la voz rota del exilio

 

En sus memorias, Gabriel García Márquez recuerda “el diario hablado del profesor José Pérez Doménech, que seguía dando noticias de la guerra civil española doce años después de haberla perdido.” La conciencia de derrota fue otra lección política que los españoles republicanos forjaron y, a veces, transformaron, como ocurre con el utopismo de Juan Larrea, de estirpe visionaria y cultural; y con la respuesta de María Zambrano y José Bergamín, quienes recobraron, desde el exilio, un lenguaje restitutivo, esencial y poético. Paralela, aunque de otro orden, es la conciencia de derrota que los exiliados argentinos y chilenos dirimieron frente a la violencia de la “guerra sucia” en Argentina, y ante  la destrucción del gobierno democrático de Salvador Allende. Juan Gelman había de proseguir su batalla perdida más allá de las peores noticias, convirtiendo a la derrota en un lenguaje que la asumía para excederla. Gelman perdió a su hijo en la “guerra sucia” y su nuera desapareció embarazada. Después de haber sido secretario de prensa de los Montoneros en Roma, renunció al partido, por la vía inversa a la lógica de la violencia, y dedicó muchos años a la búsqueda de su nieta, no hace mucho finalmente localizada en Uruguay. El país es otro, los generales asesinos fueron a la cárcel,  pero la cruzada de Gelman, tanto como su poesía, reveló las estaciones del luto, ese via crucis del purgatorio, que el exilio preserva como un pensamiento  del escándalo. La pérdida, al final, no es la de una batalla sino la de los países, que asumiéndose como otros, eligen la cura de sueño del perdón y el mercado. Por eso, algunos de los que regresaron, como el chileno Armando Uribe Arce, hablaron desde la orilla extrema de los muertos a muerte.  

En la voz fracturada de Gelman aparece la subjetividad a flor de piel del exilio latinoamericano como tragedia: su desborde verbal ardiente, su intimidad dolorosa, su exasperación ante la sociedad mercantil, y su desasosiego con la política. No menos importante es su erosión irónica, cuando no satírica, del oficio literario y sus pasiones superfluas. Todos somos, al final, exiliados, parece decirnos, sólo que en las furias del lenguaje unos terminan en la otra orilla, buscando recuperar la voz. En el exilio Juan Gelman forjó, sin embargo, un espacio súbito de horizonte habitable: el regusto por lo cotidiano, el humor y el amor de la pareja, la amistad como fruto del tiempo fidedigno, y la poesía de los afectos, que late y respira como un cuerpo salvado de la historia por amor de las palabras.

 

2. Juan Gelman a duras penas 

Juan Gelman (1930-2014) debe haber sido el poeta contemporáneo que asumió más que otro alguno la violencia de su país y su tiempo. Sufrió en carne propia la desaparición de sus seres queridos, y entre las cortes de justicia y la prédica de los derechos humanos, buscó desentrañar la memoria y los huesos de sus muertos, y recobrar a su nieta secuestrada. Sólo la poesía y la solidaridad le permitieron sobrevivir la tragedia. Su poesía fue una conversación con sus hijos, hecha en el habla de una intimidad lúcida y desolada. Pero fue también un desentrañamiento del lenguaje en cuyos registros, fronteras, dicciones y denudez buscó a los suyos y los encontró hechos palabra. La poesía, sin hipérbole, le salvó la vida. No en vano habló largamente con la obra de Vallejo, en castellano y también en sefardí. En su Arte Poética escribió: “Nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos, / rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.”

  

¿Cómo s e reconoció en diálogo con la poesía?

 

Soy el único argentino de una familia ucraniana que emigró de la URSS en 1928. Boris, mi hermano mayor, me recitaba a Pushkin en ruso cuando yo tenía 4 o 5 años. No entendía una sola palabra, pero el ritmo y la música de esos versos me causaban una extraña felicidad. Durante años acosé a mi hermano para que me recitara a Pushkin una y otra vez y creo que allí nació mi fascinación por la poesía. Luego vinieron las lecturas. Nunca termina uno de hacerse poeta.

  

A sus lectores les gustaría seguramente conocer su biblioteca,  esa ilusión de un árbol genealógico. ¿El poeta, inventa a sus precursores o, mas bien, imagina a sus lectores?

  

En mi biblioteca de poesía se entremezclan clásicos como el Dante y Shakespeare, místicos como San Juan de la Cruz y Sor Juana, poetas provenzales anónimos del siglo XII y XIII,  Quevedo, Góngora y Garcilaso, modenistas –digamos- como López Velarde y Lugones, surrealistas como Eluard y Breton, vanguardistas,  poetas que me marcaron como César Vallejo y Raúl González Tuñón. Allí los poetas jóvenes viven con Blake, Hölderlin, Ossip Mandelstam, Pavese,  Neruda, Maiacovsky, Drummond de Andrade, Borges, Octavio Paz, Baudelaire,  Rimbaud, Mallarmé, Ezra Pound, Eliot, Zanzotto y tantísimos otros. Hay poetas que imaginan a sus lectores. No es mi caso.  Creo que cada poeta busca lo mismo que buscaron sus precursores, como decía Basho. Y hay efectos que iluminan causas, que dijera Lezama Lima.

 

¿Se ha encontrado a sí mismo en su propia voz? ¿O la voz es siempre la de otro, la imagen en el espejo del lenguaje?¿Qué es primero, la imagen o el ritmo?

  

El que escribe es otro, desconocido para uno mismo, sorprendente para uno mismo. Habría que abolir el mundo para escribir poesía. Lo primero, para mí, es la obsesión. Ella impone el ritmo cuando la imagen llega.

 

¿Le ha tentado alguna vez la necesidad de formular una poética? O de alguna manera ¿su poesía es una reflexión sobre el poema?

  

Un poeta crea su poética en sus poemas. Algunos logran formularla teóricamente y los envidio.  Parece que me atengo a una suerte de fábula rusa que una vez me contó mi madre:  un arañita ve pasar a un ciempiés y lo detiene. “Dígame, señor ciempiés, ¿cómo hace usted para caminar? ¿Avanza con las 50 patas de la derecha y luego con las 50 de la izquierda? ¿O  una y una, o 10 y 10 o 25 y 25”?. El ciempiés se detuvo a reflexionar y nunca más caminó.  Cada poema, ajeno o propio, es una reflexión sobre la poesía.

 

¿Frecuenta Ud. la primera persona? ¿O prefiere dejar el "yo" a los novelistas? Puede, en definitiva, el lenguaje representar al "yo" asignándole una identidad cierta?

  

Difícilmente comienzo un poema en primera persona, aunque ésta –no el “yo”- a veces aparece en el decurso del poema. Maiacovsky decía que su “yo” expresaba el de millones de personas. Quién sabe.  Como usted bien dice, el lenguaje puede otorgar una identidad cierta al “yo”. Hace al “yo”.  

 

¿Que sintonías cree Ud. haber establecido con otros poetas y escritores de su país y su lengua?¿Cómo definiría la opción de pertenencia de su obra?

  

Con la llamada “generación del 20”. en especial con Raúl González Tuñón, y con grandes poetas del tango como Homero Manzi. Y luego, Borges, Bioy Casares, Juan L. Ortiz, Andrés Rivera, Osvaldo Soriano, Jorge Boccanera, Sarmiento, Echeverría, Daniel Moyano, Enrique Molina, Olga Orozco, Francisco Urondo,  Rodolfo Alonso, Edgar Bayley,  Francisco Madariaga, Miguel Angel Bustos, Joaquín Gianuzzi, y más. La otra pregunta: no pretendo dar ejemplos ni lecciones con mi obra, y supongo que pertenece a la poesía en castellano.

 

¿Qué papel, si alguno, le concede Ud. al poema entre las formas de discurso que se disputan hoy el  significado de nuestro plazo en este globo?

  

La poesía no se pelea con ninguna otra clase de discurso. Es. Viene del fondo de los siglos, ninguna catástrofe natural o fabricada por el hombre ha podido extinguirla y sólo desaparecerá cuando el mundo acabe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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8 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Catadores de axilas

Supe de un escritor que era tan chupamedias de otros escritores, que se le comenzó a llamar "el catador de axilas". Su idea era la de hacer una red de contactos internacionales, con la vieja teoría de que el talento a secas nunca sirve más que la falta de talento pero con amigos. Y así, el catador de axilas literarias siempre se empeñaba en encontrar formidable -y lo publicaba por todos lados- el sudor de los autores que le convenía fueran sus amigos.

Lo que él tal vez no sabe, es que catar axilas es un trabajo rentable, profesional, en el que se juegan millones de dólares cada año.

Antes de que sigas leyendo, suelta todo el aire que tengas en los pulmones, pon la nariz en tu axila y ahora, lentamente, comienza a respirar, a olerte, de a poco y hasta el fondo. Luego, suelta el aire y responde el siguiente cuestionario:

 

-¿Te gustó lo que oliste?
SI__ NO __
-¿Lograste diferenciar algunos aromas?
SI__ NO __
-¿Olerías ahora la axila de tu compañero de oficina o de algún escritor?
SI__ NO __

 

Si tus tres respuestas fueron afirmativas, quiere decir que eres un sniff test en potencia.

Algunos de los mejores sniff test del mundo están en Hamburgo, en Alemania, y su trabajo consiste en oler axilas de muchas personas, de gente que ellos ni conocen, de tipos gordos y flacos y jóvenes y viejos y hombres y mujeres que, como todos, sudan debajo del brazo. Algunos, por cierto, huelen mejor que otros. Otros, esos que levantan las manos y tienen la camisa con una mancha húmeda en la axila, suelen expeler aromas fuertes. Todos, finalmente, son futuros compradores de desodorantes. Y para ofrecernos mejores desodorantes es que los grandes laboratorios contratan a estas narices a prueba de balas. Personas que con su sacrificio, de alguna manera, pretenden salvar a la humanidad. Ellos también están en guerra. Pero su guerra es contra los malos olores axilares. ¿La ganarán?

Maren Meyer tiene 27 años, nació en Hameln, Alemania, es soltera, usa perfume Boss para mujeres y desodorante Nivea. Todo indica que huele bien. Y de eso, Maren sabe: esa es una de las mejores sniff tests de la compañía alemana Beiersdorf, encargada de producir los desodorantes Nivea DEO. Maren se ha ofrecido a hablarme de su trabajo desde el otro lado del mundo. Sus respuestas son escritas en un computador de su laboratorio, en mitad de pabellones que imagino blancos y que huelen a flores y frutos suaves, donde la menor señal de mal olor es aplastada con eficiencia por una brigada antimalos olores que deambula por los pasillos del laboratorio.

Las respuestas las recibo en un cibercafé de la Avenida de Mayo, de Buenos Aires, donde no hay aire acondicionado, el calor aplasta, y entre los clientes de esta tardenoche nos repartimos entre sudamericanos indocumentados, chinos, mochileros gringos y argentinos desempleados, divididos entre los que bajan páginas pornos y los que juegan a balearse on line. Si tuviera que describir el olor de aquí, podría decir que es una mezcla entre camarín, taxi viejo, pescadería, aceite recocido y AguaBrava. No me atrevería a oler ningún sobaco ajeno. Le pregunto a Maren que a qué cree que huelo. Ella prefiere no contestar.

 

-o-

 

Charles Bukowski se lo confesó a la periodista Fernanda Pivano: "Lo que más me gusta es rascarme los sobacos". Y varios de quienes alguna vez estuvieron cerca del autor de El cartero y de La máquina de follar corroboran que uno de los rasgos más llamativos del Bukowski en persona era, precisamente, el penetrante olor a sudor que salía de debajo de sus brazos. Un olor que podía nublarte la vista, si no estás acostumbrado a los aromas fuertes. O que podía reconfortarte, si estás en el bando de quienes luchan por erradicar los componentes químicos sobre el cuerpo.

Desde antes de El perfume es sabido que los olores son claves en la belleza y atractivo de una persona, sin embargo, no hay fechas exactas de cuándo el desodorante se transformó en parte fundamental del equipamiento humano. Algunos historiadores señalan que los hombres del Imperio Romano ya tenían sus propias fórmulas: después de lavarse se ponían debajo de los brazos almohadillas con sustancias aromáticas.

Todo indica que a finales del siglo XIX surgió el desodorante como producto de higiene personal de una mezcla de sulfato de aluminio y potasio. Pero que fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando su uso se generalizó prácticamente en todos los países occidentales. La marca Odorono es la que terminó pasando a la historia por lanzar al mercado el primer desodorante, que en un comienzo solo se vendía en farmacias. De eso, hasta la alta tecnología de hoy, ha pasado, literalmente, una vida.

-¿Es diferente el olor de hombres y mujeres? ¿El olor de jóvenes y viejos? ¿El olor de gordos y flacos?
Responde Maren:
-Sí, yo puedo diferenciar a veces el olor de mujeres y hombres, pero no siempre. Los viejos huelen distinto que los jóvenes, pero tu no encuentras diferencias en el olor del sudor. Tengo que decir que no huelo directo en la axila de los voluntarios, solo en la almohadilla que han usado, y yo no sé nada de los voluntarios, si son hombres, mujeres, jóvenes, viejos, flacos o gordos. Ahora bien, si un voluntario bebe mucho alcohol o come ajo, yo puedo oler eso en su sudor.

El proceso de trabajo de una nariz de axilas también es rutinario. Los participantes, cerca de cuarenta al día, llegan al Centro de Voluntarios de Beiersdorf con ganas de sudar. Una vez dentro del laboratorio los conejillos de Indias se ponen una camisa blanca con almohadillas en ambas axilas. Transcurrido un tiempo, vuelven al centro, y sus almohadillas son depositadas en una serie de frascos sin olor. Esas almohadillas húmedas con extracto de vida diaria es la que huelen los sniff tests, que antes han sido entrenados para ordenar varios olores, de más fuerte a más leve. Ninguno de estos "elegidos" fuma, pues los fumadores pierden gran parte de su olfato.

-Algunos olores son muy duros y desagradables -responde Maren, con vocación de estar sacrificándose por el bien de todos. Son indescriptibles pues dan ganas de olvidarlos para siempre.

Algunas veces, para que la transpiración sea más eficiente, a los voluntarios se les mete dentro de unos saunas especialmente fabricados para los ensayos. Nada debe fallar. Porque aunque el sudor humano no huele a nada, al entrar en contacto con las bacterias del exterior es que se descompone, y producen el olor a sobaco del que Bukowski se enorgullecía.

La guerra de las narices a prueba de balas que huelen axilas ajenas no es, por cierto, sólo contra los malos olores. También, contra la competencia: desarrollar un buen desodorante es clave para liderar un mercado que, sólo en Francia (un país con fama de poco desodorante) gasta más de cinco mil millones de dólares en productos para embellecer el olor del cuerpo.

-¿Qué rol ha tenido el olfato en tu vida?
-El rol llegó a ser cada vez más importante porque me entrené en diferentes olores. Desde que uso mi nariz más intensamente conseguí un trabajo de olfateadora.

-o-

Maren me dice que ella no admira a otro tipo de sniffers, "porque me gusta mucho mi trabajo y creo que es interesante ayudar a la investigación y a desarrollar buenos desodorantes". Sin embargo, es posible que ella sepa claramente que está en uno de los últimos peldaños de la escala de catadores humanos.

En esa misma escala donde, claramente, uno de los líderes es Robert Parker Jr, el estadounidense que también es conocido como "La nariz del millón de dólares". Parker es el crítico de vinos más influyente del mundo, y lo que determine su olfato puede cambiar el rumbo del mercado global de mostos.

En un nivel parecido puede situarse a Alberto Morillas, un andaluz que vive en Suiza y que está considerado uno los mejores perfumistas de un planeta lleno de olores diferentes. Morillas se dedica a oler y oler y oler fragancias que le agraden, y con cuyas fragancias termina componiendo nuevos perfumes.

La argentina Inés Bretón está dentro de las top five catadoras de té del mundo. Inés se pasa meses recorriendo Asia en busca de los mejores y más suaves olores con los cuales elabora los blends que vende en Europa, que tiene entre sus clientes al Dalai Lama y que la transformó en una nariz de fama global.

Lejos del glamour de estos sniffers, Maren, nuestra catadora de axilas, se toma el asunto con filosofía y cuando le pregunto qué son los desodorantes para ella, dice con honestidad:
-El desodorante es un producto para cuidar el cuerpo que me da un buen trabajo.

Y aunque el olfato del ser humano es uno de los sentidos menos refinados del reino animal, Maren cuenta que con el tiempo entre sudores su nariz en vez de estropearse se ha afinado.
-Desde que trabajo en esto uso mi nariz más frecuentemente en el supermercado, eligiendo frutas, por ejemplo.

Y a la hora de describir el olor de Hamburgo, dice: "Verde, fresco (por el agua). Algunas veces apestoso (por los autos), algunas veces imposiblemente bueno.

Quizás ninguno de nosotros esté vivo cuando esta guerra contra los malos sudores termine. Posiblemente falta mucho para que los sniff tests logren dar con esa arma secreta, con el desorante ideal que termine venciendo para siempre. Pero mientras eso sucede, las palabras de Maren pueden darnos una pista.
-¿Con qué palabras describirías tu olor preferido, Maren?
-Mi novio después de la ducha, fresco, limpio, masculino.

 

Algún día el escritor catador de axilas logrará esa transparencia.

 

 

 

@menesesportatil



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7 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poderosa y responsable

El ministro polaco de Exteriores, Radoslaw Sirkorsi, acuño hace un par de años una frase que ya es célebre: "Temo menos el poder de Alemania que la inacción de Alemania". Berlín se ha labrado una justa fama de superpotencia reticente, que vacila a la hora de ejercer el poder que corresponde a su tamaño y a su responsabilidad, como ha demostrado en el lento rescate de los países endeudados y en la reluctante construcción de la unión bancaria. El momento más visible de su inhibición se produjo durante la crisis libia, en 2011, cuando se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad y quedó al margen de la intervención aérea de la OTAN contra Gadafi. Ahora llega al fin la respuesta, en boca del presidente de la República, Joachim Gauck, casi en forma de eco: "Alemania se ha beneficiado especialmente del actual orden global abierto y es también vulnerable a cualquier disrupción del sistema. De ahí que las consecuencias de la inacción pueden ser tan serias o peores que las consecuencias de la acción". Lo ha dicho el pasado fin de semana en la Conferencia de Seguridad que se reúne anualmente en Munich desde hace 50 años, en la que la ministra de Defensa del nuevo Gobierno de coalición, la democristiana Ursula von der Leyen ha señalado que "la indiferencia no es una opción para Alemania, puesto que como potencia económica y país de tamaño considerable tiene un extraordinario interés en la paz y la estabilidad"; frase remachada por el de Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, cuando ha asegurado que "Alemania debe estar preparada para compromisos urgentes, decisivos y sustanciales en el campo de la política exterior y de seguridad". Alemania está virando y ello se debe a dos circunstancias: una nueva realidad geopolítica que demanda un mayor protagonismo al mayor socio europeo y la desaparición por mera ley de vida de la mala conciencia alemana que bloqueaba hasta ahora la adopción de nuevos compromisos. Circunstancias análogas concurren también en el cambio de política que está realizando la primera superpotencia, cansada por sus dos guerras y desorientada respecto a su papel en el mundo; como concurren en la dificultad europea para existir en la seguridad mundial, o también en las actitudes más afirmativas y desenvueltas, peligrosas incluso, de otros países, especialmente Japón y China, respecto a las restricciones impuestas por ellas mismas en el pasado. El paso que está dando Alemania tendrá consecuencias en la UE y en la OTAN. Berlín no quiere tan solo más protagonismo sino mayor compromiso de todos en la seguridad europea. Su gesto coincide con una cierta quiebra de confianza con Washington en razón del espionaje digital. Esta es la mejor Alemania de toda la historia, subraya el presidente Gauck, un buen argumento frente a quienes siempre tienen a punto la película de nazis para seguir en la inhibición, aunque hay algo que no cuadra: si a la mejor Alemania no la acompaña la mejor Europa, el desequilibrio de poder resultante también será una inquietante anomalía.



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6 de febrero de 2014
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Woody en el infierno

Siempre he sido bastante fan de Woody Allen, no tanto por su comicidad como por su melancólica dosis de existencialismo y por la transparencia epidérmica con la que hace pensar, sentir y actuar a sus personajes. También disfruté con Blue Jasmine, ese retrato tan bien perfilado de la ascensión y caída de un estilo de vida protagonizado por una elegante y atacada Cate Blanchett: la historia de la esposa de un millonario tan corrupto como infiel, que en un rapto de celos acaba delatándolo aun a riesgo de perderlo todo -incluso el amor de su hijo-, no está exenta de moraleja. De su anterior vida, sólo le queda un bolso de Hermès y una chaqueta de Chanel. Y una no puede dejar de preguntarse qué le quedará al gran Woody Allen después de la carta publicada por su hija Dylan Farrow en The New York Times. La revelación supone un baño de amargura, incluido ese minucioso, perverso y cinematográfico detalle del tren de juguete que la niña miraba mientras -confiesa ahora, a sus 28 años- el padre adoptivo la violaba. Y emerge en el ágora pública, con agigantadas negritas, el drama de los abusos sexuales en familia: un asunto nada marginal (ocho de cada diez, según las estadísticas) que nuestra sociedad aún no sabe cómo abordar. Allen nunca ha oficiado de dogmático ni ejemplar. Casarse con la hija de su entonces compañera fue un bombazo mediático, aunque acabó consiguiendo que incluso el puritanismo más feroz lo ignorara. Tras el affaire con Soon Yi, 35 años menor que él, Mia Farrow tiró de la manta denunciando turbios abusos por parte de Allen a una de sus hijas. La justicia, aunque con ambigüedad, dio el caso por cerrado. Y la opinión pública esgrimió el argumento de una mujer despechada, histérica y obsesionada con adoptar niños. Mucho se ha abundado en el asunto de la infamia y la genialidad. Del antisemitismo de Shakespeare o Quevedo al fascismo de Céline, pasando por las perversiones sexuales de Polanski y Kinski. Que fuera asesino o paidófilo no han impedido que las obras de Caravaggio sean exhibidas en las mejores pinacotecas. Todo apunta a que Allen se ratifica en su versión de hace más de dos décadas: que su hija no sabía distinguir entre realidad y fantasía a causa de la influencia de la madre. Y cabe preguntarse por qué la presunta víctima habla ahora, en la antesala de los Oscar. Pero ¿variará nuestra percepción artística de ese personaje brillante y creativo, tan querido en España? ¿Se atreverá a disipar su oscuridad en forma de guión, crudo y amoral, despiadado hasta consigo mismo? ¿O egoístamente pensaremos que, de los mitos, mejor ignorar su vida privada? (La Vanguardia)

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5 de febrero de 2014
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Comer como los príncipes

Unos amigos latinoamericanos se han congregado para comer en  el famoso restaurante parisino La Tour d'Argent el 21 de marzo de 1910. En el reverso de una postal con la fotografía de la fachada del restaurante, uno de ellos escribe unas líneas y todos firman: al oficiar ante el pato No. 32388, un recuerdo afectuoso.  Los comensales son Rubén Darío, René Pérez Mascayano, pianista y compositor chileno, y Eugenio Díaz Romero, poeta y periodista argentino. El destinatario en Buenos Aires es el pintor Roberto Schiaffino. No se sabe quién de los tres pagó la cuenta, o si la compartieron. En todo caso, debió haber sido un día de bonanza, dado los precios que allí se cobraban, pues se trataba de un lugar para turistas ricos.

El pato a la sangre fue inventado por el cocinero de la Tour d'Argent en la época del primer imperio napoleónico, y en aquel restaurante, fundado en 1582 bajo el reinado de Enrique III, servirlo llegó a convertirse en un verdadero ritual. Y por cada medio pato se extendía un certificado numerado. El propietario, Frédéric Delair, decidió en 1890 este sistema como una manera de perennizar su obra, tal si se tratara de las copias de un aguafuerte. 

Al mes siguiente, Eugenio Díaz Romero, uno de los comensales, escribe una carta a Schiaffino, el destinatario de la tarjeta, donde el  pato a la sangre viene a quedar reducido a simple "pato silvestre". De su lectura sacamos en claro que les fue preparado de las propias manos de Delair, el gran sacerdote que desplegaba su ceremonia delante de las celebridades de la época; y, pertinente aclaración, tal como ya hemos advertido, el pato era caro: "el pato de Frédéric es de digestión difícil, por su precio...", escribe Díaz Romero.

Atengámonos a la receta: se necesita un pato joven y gordo, de seis a ocho semanas como máximo, cebado en los últimos quince días. Se mata por asfixia, estrangulándolo, para que no pierda la sangre. Con los huesos de otro pato se prepara de antemano un consomé bien condimentado. Después de limpiar el pato se asa por unos 20 minutos, hecho lo cual se lleva al comedor. 

Se pica el hígado y se añade un vaso de oporto y otro de cognac. Se quitan luego las patas y se asan por separado a la parrilla. Se retiran sus muslos y pechuga. La carcasa, con lo que le queda de carne, los huesos y la piel, se pone entonces en una prensa, y delante de los ojos de los comensales se extrae la sangre. Esta es la parte cumbre de la ceremonia.

Se agrega a la sangre el hígado, mantequilla y coñac, y se bate durante 20 minutos hasta que adquiere el espesor y color del chocolate derretido. Otros ingredientes que pueden incluirse a la salsa son foie gras, oporto, vino de madeira y limón. La pechuga se corta en lonjas y se sirve bañada con la salsa, acompañada de papas sopladas; mientras tanto los muslos asados se sirven como segundo plato, acompañados de lechuga tierna.

Del vino que acompañó aquel festín  memorable no se habla, pero lo hubo sin duda, y de manera generosa, lo que habrá hecho aún más cara la cuenta.

Antes de morir, lleno de orgullo satisfecho, y de nostalgia insatisfecha, Rubén confiesa que sus entradas triunfales al disfrute de la vida galante y elegante, incluida la alta cocina, fueron espléndidas, dígalo sino el pato a la sangre. En el último mes de su vida, acabado por la cirrosis, desde su lecho comenta en Managua al periodista Francisco Huezo: 

"En ocasiones he gozado tanto como tal vez no lo han logrado los millonarios de mi tierra. He comido como príncipe, he vestido con mucho lujo, he tenido historias en el mundo de las supremas elegancias. Me he relacionado con los más altos personajes. He sentido con frecuencia el aletazo de la gloria. He derrochado dinero, que gané en abundancia. ¿Qué me queda por desear? Nada. ¡Que venga la muerte!"

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5 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 34: gemelos inseparables

Un apólogo.

Acababa una columna anterior señalando que el resultado de una observación física nos informa quizás   menos sobre lo que había ahí antes de la observación que  de aquello que se forja en la observación  misma (enfatizo el "quizás" pues no es cierto que la última palabra al respecto esté dicha). Y   ya he considerado aquí varias veces el hecho de que, en razón de la teoría cuántica, ciertos conceptos pierden su estatuto de predicados omniaplicables, es decir atributos que toda entidad física posee necesariamente, para venir a ser como mucho predicados clasificatorios, siendo el ejemplo clásico, pero no único, el de la posición y el de la cantidad de movimiento (es decir, el producto de la masa por la velocidad). 

Para hacer cualitativamente perceptible el enorme interés filosófico de algunas de las constataciones de la Mecánica Cuántica, el  auténtico envite que suponen para nuestra razón, me serviré ahora de otro apólogo. Supongamos que a dos amigos A y B ubicados respectivamente en Santiago de Compostela y Barcelona se les solicita lanzar un gran número de veces una moneda al aire e informar después a un tercer observador de cuales de las tiradas  habían coincidido en el resultado "cara" o en el resultado "cruz". Lo que cabe esperar es que cada uno de ellos haya extraído más o menos cincuenta por ciento de cara y cincuenta por ciento de cruz.

Respecto a las veces en que hay coincidencia, cabe esperar que se trate de veinticinco por ciento de las tiradas para cara y otro veinticinco por ciento para cruz, en total cincuenta por ciento de correlación. Supongamos sin embargo que, al confrontar los resultados, el observador constata que han coincidido absolutamente en todas las tiradas. A menos de atribuirlo a una pura casualidad, buscaremos alguna explicación clásica.

Lo primero que nos pasará por la cabeza es la hipótesis de que en realidad no hay azar y que los dos amigos tienen algún procedimiento oculto que les permite sacar cara o sacar cruz a voluntad. Aun así, hay que explicar cómo sabe el uno lo que ha sacado el otro. Si presuponemos
que uno de ellos tira antes que el otro, lo lógico es pensar que  le comunica por algún sistema rápido (oculto asimismo para el observador) cual ha sido el resultado, lo cual obviamente está excluido si asumimos que las dos tiradas se efectúan al tiempo. En este sólo podemos conjeturar: hay efectivamente un control del aparente azar, pero además se pusieron de acuerdo antes de empezar el juego sobre  qué se elegiría  en cada una de las sucesivas tiradas.  En suma, la absoluta correlación constatada por el observador en los resultados de las sucesivas tiradas no sería sino expresión de una oculta pero  bien determinada estrategia. 

Pues bien: en la mecánica cuántica se dan casos de correlación con las características de la expuesta y para los que no valen en absoluto explicaciones como las que preceden, correlaciones sorprendentes sin estrategia posible que las haga inteligibles en el marco los arraigados principios ontológicos y epistemológicos, en primer lugar el principio de localidad, a los que me he venido refiriendo. 

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4 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Leopardi

Es seguro que escribir la biografía de Leopardi es una de las empresas más arduas que le caben a un estudioso.  El propio Citati ha declarado que terminó el libro tan agotado que su máxima preocupación era evitar transmitir al lector su propio cansancio. Gran parte de la dificultad se debe a que Leopardi, que no llegó a los cuarenta años de edad, tuvo una trayectoria exterior tan exigua que a su lado incluso Montaigne parece un aventurero. Por el contrario, su trayectoria interior fue gigantesca, con una obra poética tan importante, y tan influyente incluso hoy en día, que muchos la comparan con la de Dante.

Durante los primeros veinte años de su vida Leopardi no sólo no salió nunca de Recanati, un pueblo de las Marcas relativamente cercano a Roma,  sino que vivió en un doble encierro pues aparte de no salir nunca de su pueblo apenas si  tuvo vida fuera de la excelente biblioteca creada por su padre, un noble excéntrico y manirroto que si por una parte arruinó a la familia con sus extravagantes iniciativas económicas, al mismo tiempo supo aprovechar el paso de Napoleón comprando a manos llenas, y a precios irrisorios,  las bibliotecas de los conventos desamortizados  por el expeditivo  guerrero corso. Si en tiempos de Leopardi niño esa biblioteca llegó a albergar 10.000 volúmenes, en años posteriores sobrepasó los 20.000 y actualmente forma parte del Centro de Estudios Leopardianos ubicado cerca del palacio familiar.

Como vía de escape frente al doble  confinamiento impuesto por el padre, Leopardi se lanzó desde muy joven  a la búsqueda de horizontes muy lejanos en el espacio, y ahí está esa Historia de la astronomía escrita a los quince años, y también horizontes lejanos en el tiempo, por ejemplo el mundo Clásico que él convirtió en algo cotidiano aunque fuera a costa de aprender  por sí mismo el griego antiguo.  Lógicamente, el aprendizaje personal  de secretos del mundo tan insondables como el amor se vio obligado a efectuarlo de forma azarosa y un tanto a la que salta, y de ahí la tempestad de sentimientos que provocó en él la breve pero intensa visita al palacio familiar de una prima de  su padre llamada Gertrude Cassi-Lazzari, mujer joven y hermosa capaz de despertar en el enfermizo adolescente unas apasionadas sensaciones hasta entonces sólo intuidas y cuya evolución puede ser seguida paso a paso en su Diario del primer amor, líricamente sintetizado en el poema “El primer amor” que forma parte de los Cantos.

            Y esta es un poco la tónica que le cabe seguir a quien desee adentrarse en los pormenores de una vida interior múltiple, apasionada y contradictoria pero que apenas ofrece apoyatura exterior. Por fortuna para los biógrafos, y de paso para el lector en general, existe el Zibaldone de pensamientos, generalmente subtitulado Diario intelectual y vital,  un compendio de ensayo filosófico, prosa poética y aforismos de carácter moral que ocupa más de 4.500 páginas manuscritas y que apenas encuentra parangón en la cultura europea.

            En su minuciosa, y en algunos pasajes admirable biografía, Pietro Citati recurre de continuo al Zibaldone porque en él encuentra el hilo conductor que le permite buscar en los momentos cumbre de la poesía de Leopardi, el origen de una sensación, una idea, una intuición o como se quiera definir el chispazo inicial que pone en marcha un proceso – casi siempre agotador y muy doloroso – que puede acabar plasmándose en una composición lírica tan intensa y sugerente como es el poema “El infinito”, pero también en tantos otros hallazgos reseñados por Citati.

            Obviamente esta biografía no es un libro para leerlo de una sentada. La secuencia lógica sería: una inmersión total en la obra poética de Leopardi, y una vez asimilado todo aquello que puede captar un lector normal (un no especialista, quiero decir), es aconsejable ir al libro de Citati y rastrear con él la génesis y evolución de aquellos poemas que más profundamente hayan impactado durante la lectura ingenua o inocente. Aunque Citati da toda clase de pistas, los más capaces tienen a su disposición el tesoro del Zibaldone. Pero no creo necesario insistir en que si Leopardi, incluso con la ayuda de trabajos críticos tan notables como esta biografía de Citati, continua siendo una fuente inagotable de placer, también ofrece un misterioso fluir de sensaciones e intuiciones líricas que por fortuna son inexplicables y que quedan a disposición del lector para que les saque por su cuenta todo el partido del que sea capaz.

 

Leopardi

Pietro Citati

Traducción de Juan Díaz de Atauri

Acantilado  

 

 



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3 de febrero de 2014
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