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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El tejido de la explotación invisible

Pocas ramas de la producción industrial reflejan de forma tan inquietante las características de la globalización como el de la fabricación de prendas de vestir. Sus multinacionales utilizan las tecnologías de la información, y especialmente las redes sociales, para organizar la producción, la distribución y la venta según parámetros perfectamente ajustados a los gustos de los clientes y a las variaciones de los stocks directamente a disposición del público, consiguiendo así enormes niveles de eficiencia comercial y de ajuste entre oferta y demanda; pero añaden a este tipo de actividades con directas repercusiones en la competitividad, a las que dedican, junto a la publicidad y las relaciones públicas, la mayor parte de las inversiones, una constante presión a la baja sobre los costes salariales a la hora de formar el precio de sus productos, hasta tal punto que esta constituye una de las claves menos visible de su negocio. El punto de partida del éxito de esta rama de producción a gran escala es la deslocalización de los talleres de confección a países en los que se dispone de una gran cantidad de mano de obra sin cualificar, a la que se puede exigir largas jornadas laborales, a cambio de salarios de subsistencia, en condiciones de salubridad e incluso de seguridad ínfimas. Esto sucede en países que apenas han empezado a salir del subdesarrollo, en entornos poco o mal urbanizados, con abundante población joven y femenina de origen agrario y sin apenas escolarizar. El marco de flexibilidad que ofrece la globalización permite incluso la competencia entre ellos, de forma que se producen rápidos movimientos de deslocalización, trasladando la producción desde los países donde han empezado a producirse incrementos salariales, han mejorado las condiciones del trabajo o han empezado a surgir controles públicos o sindicales a otros donde apenas hay regulaciones ni controles. Así es como el grueso de la producción, que es la que garantiza finalmente que los estantes de las tiendas de los centros comerciales de todo el mundo se hallarán permanentemente surtidos, termina derivando hacia los países más pobres y desasistidos donde podrá mantenerse el bajo nivel de precios, que es lo que hemos visto en las últimas dos décadas, en que la subcontratación ha derivado de la Europa oriental y el Magreb hacia China o Indonesia y de China e Indonesia hacia el sur y Sudeste asiático. (Este texto puede leerse sobre papel en el número 12 la revista Alternativas Económicas correspondiente al mes de marzo). No se trata únicamente de una cuestión de salarios ínfimos. Al final, la constante presión sobre precios terminará actuando también sobre costes no salariales, como el precio del suelo y de los edificios, la seguridad, las inversiones en instalaciones y su mantenimiento, las limitaciones legales sobre horarios o el trabajo infantil nominalmente prohibido en casi todos los países donde radica este tipo de industria. Las ventajas competitivas aparecen allí donde existan peores regulaciones, mayor corrupción, menos Estado de derecho e incluso menos libertades públicas, o en todo caso, donde crece la economía informal o sumergida fuera con independencia de que existan o no marcos regulatorios. Los altísimos niveles de siniestralidad --incendios y hundimiento de edificios-- en la industria textil en países como Pakistán, India o Bangladesh solo puede explicarse por esa presión constante sobre los fabricantes para que recorten los precios de producción y a la vez entreguen a tiempo los enormes pedidos que reciben de las multinacionales occidentales. Los talleres se hallan en muchos casos en construcciones semi ruinosas, a las que apenas se somete a inspección las construcciones, su mantenimiento, la salubridad o la seguridad laboral. Los hundimientos de edificios y los incendios no son excepcionales en este tipo de infraindustria. Son numerosos los casos en los que los trabajadores no pueden desalojar el edificio siniestrado debido al bloqueo de las puertas y salidas de incendios, usualmente por la acción de los patronos que están dispuestos a sacrificar a sus trabajadores antes que permitir el pillaje que suele acompañar a las catástrofes en estos países. De otra parte, los horarios pueden alargarse hasta 14 horas por la presión de los jefes para entregar los pedidos a tiempo. La prohibición de trabajo infantil se elude mediante la falsificación de documentación debidamente permitida o incluso incentivada por los propietarios de los talleres. La sobre explotación de jóvenes y mujeres, susceptibles de un maltrato sistemático, se instala en la normalidad de una semi esclavitud consentida por todos. La corrupción política, sea en democracias degradadas como Bangladesh o en dictaduras como Camboya, termina interfiriendo en la mayor parte de los casos en las denuncias y en las protestas, por parte de sindicatos normalmente débiles e inermes ante el poder político y del dinero. Estos salarios y estas condiciones de trabajo infrahumanas han sido considerados en ocasiones como el camino para salir de la pobreza para millones de seres humanos de los países emergentes, como si fuera el precio a pagar para que estos países cambiaran de modelo productivo y se incorporaran a la prosperidad. Esta valoración tan positiva debe contrastarse con otras evaluaciones como la que ha realizado Benjamin Hensler para el think tank estadunidense Center for American Progress, en su trabajo ?Tendencias globales en la industria textil, 2001-2011?, donde se demuestra exactamente lo contrario a partir de un detallado análisis de los 15 países productores textiles más destacados. Los sueldos en términos reales han bajado en una década y la diferencia entre el salario real y el salario mínimo vital se ha ensanchado. Los tres países con sueldos más elevados, que son China, Indonesia y Vietnam, se hallaban respectivamente en 2011 en el 36, el 29 y el 22 por ciento de lo que se considera el salario mínimo vital en cada uno de ellos; pero lo más destacable es que en Bangladesh, el país con crecimiento más rápido en este sector, donde son más frecuentes los siniestros y el que absorbe la mayor parte de la demanda que antes iba a los otros países gracias, es el que cuenta con los salarios reales más bajos, que significan solo el 14 por ciento del salario mínimo vital. De todos los países estudiados, solo China experimenta una rápida evolución al alza, que conducirá alrededor de 2023 a que los salarios reales alcancen el estándar del salario mínimo vital. Cinco países más, Indonesia, Vietnam, India, Perú y Haití, experimentaron también incrementos del salario real, pero deberán pasar 40 años o más para que lleguen a alcanzar dichos niveles salarios. Mucho más que a la ocupación extensiva en una industria de escaso valor añadido como el textil, el estudio atribuye la salida de la pobreza a otros factores, como los incrementos legales del salario mínimo, utilizados por las autoridades como instrumento para aliviar la pobreza y evitar las tensiones sociales, o la aparición de otros sectores productivos con fuerte valor añadido y capacidad de empleo. Esto es exactamente lo que está ocurriendo en China, con el resultado de una creciente deslocalización en dirección sobre todo a Bangladesh. El estudio recomienda, para tal fin, un mayor respeto a los derechos humanos y sindicales y un mayor protagonismo de los sindicatos. El caso que merece mayor atención es el de Blangladesh, que como hemos visto es donde se ha producido el mayor incremento de la producción y el mínimo incremento de sueldos. Dicho país ha pasado del séptimo al cuarto exportador textil a Estados Unidos y representa actualmente el 6 por ciento del total de las importaciones textiles americanas. El sueldo en la confección era allí en 2001 equivalente a 36?3 dólares mensuales y el de 2011 de 54?7 dólares, aunque tras el ajuste con la inflación el aparente crecimiento se traduce en un decrecimiento de 2?4 en términos de capacidad de compra. El textil de Bangladesh da empleo a unos cuatro millones de personas, que trabajan en 200.000 talleres. Sus 5.000 empresas conforman la industria más pujante del país, con unas exportaciones de unos 20.000 millones de dólares que representan el 17 por ciento del PIB. Su éxito se debe fundamentalmente a que paga los salarios industriales más bajos del mundo, aproximadamente 32 euros al mes. En los últimos cinco años se han producido más de un centenar de incendios en los talleres bangladeshíes con un balance escalofriante de unos 700 trabajadores muertos. Pero el mayor siniestro del textil en toda la historia mundial de esta industria es el que se produjo en abril de 2013, cuando un edificio de Dacca de ocho plantas, denominado Rana Plaza, se vino abajo entero, con el balance de 1.129 muertos y centenares de mutilados y heridos entre las 2.500 personas que fueron rescatados con vida durante los 17 días posteriores al hundimiento. En el colapso del rana Plaza se produjo, como ha sucedido en numerosos incendios, un comportamiento criminal de los capataces, puesto que en las vísperas del siniestro aparecieron grietas y se oyeron crujidos que sembraron la alarma entre los trabajadores, pero las empresas no ordenaron el desalojo y obligaron a los trabajadores a acudir igualmente al día siguiente; todo lo contrario de lo que hicieron los responsables de un banco, varias tiendas y algunas viviendas situadas en los bajos del edificio, que se encontraban vacíos en el momento del hundimiento. El Rana Plaza era inicialmente un edificio de cinco plantas, destinado a centro comercial. Su propietario, Sohel Rana, dirigente de la Liga Awami, que es el partido del Gobierno, construyó ilegalmente tres plantas más y lo destinó a uso industrial, sin importarle el incremento de carga ni la fragilidad de la estructura. Como resultado del hundimiento hay varias personas procesadas, Sohel Rana entre ellas, además de siete inspectores municipales. También se han producido acuerdos entre algunas de las multinacionales occidentales del textil que fabricaban en el Rana Plaza para indemnizar a las familias de los muertos y de los heridos y para auditar e inspeccionar a partir de ahora de forma directa el estado constructivo de los talleres donde contratan. Entre las empresas que fabricaban en el Rana Plaza, varias de las cuales son españolas, hay una amplia casuística en cuanto a comportamientos, desde la que inmediatamente indemnizó a las víctimas hasta la que se sigue desentendiéndose del siniestro y de las auditorias e inspecciones. Un gran número de compañías, no todas, firmaron un acuerdo con vigencia para cinco años sobre la seguridad constructiva y ante incendios de los talleres de Blangladesh que incluye estándares, inspecciones e indemnizaciones y afecta a una tercera parte de las instalaciones. Pero las consecuencias del mayor accidente de la historia del textil no debieran terminar aquí. El hundimiento ha situado el foco internacional sobre las condiciones de trabajo y los sueldos de una de las ramas del consumo más populares en todo el mundo. Al igual que en el consumo de alimentos se impone un incremento de los controles de calidad, entre los que se incluye la trazabilidad de los procedimientos y materiales utilizados para evitar la adulteración, la contaminación o la caducidad, también en el textil debería existir idéntica posibilidad de seguimiento de la fabricación de las prendas, desde la cosecha de algodón o la fabricación de la fibra, pasando por el tejido, el corte y la confección hasta terminar en los estantes de la venta al por menor, para asegurar a los consumidores que las camisetas y calcetines que visten no están manchados con la sangre de víctimas como las de Rana Plaza. Mientras no se implante el hábito o incluso la obligación, altamente deseable, de que las etiquetas incluyan los datos que permitan el control de una fabricación acorde con los derechos humanos, debiera ser norma de las grandes empresas del sector el exponer en sus webs corporativas toda la información y la documentación sobre los talleres donde fabrican, los salarios de los trabajadores y las auditorias e inspecciones a que se someten. Algunas empresas han iniciado este camino, pero hay muchas otras que de momento prefieren no oír ni hablar de este tipo de controles. Basta con consultar las webs corporativas de las grandes marcas para saberlo. Buena parte del trabajo reivindicativo para mejorar las condiciones salariales y de trabajo en estos talleres ya lo han emprendido, como no pude ser de otra forma, los más directamente afectados que son los obreros del textil de los países exportadores con sus sindicatos y la ayuda de un buen número de ong?s dedicadas a derechos humanos y otras incluso especializadas en el textil. Pero falta todavía la presión de los consumidores, que solo puede realizarse sobre las grandes empresas comerciales en el sentido de exigir una transparencia total sobre la fabricación de las prendas que venden al público. Toda prenda que no vea documentada su fabricación ni en la etiqueta ni en la web corporativa del fabricante debería ser considerada como sospechosa por los consumidores y en consecuencia excluida de la compra.



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10 de marzo de 2014
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Cine imperdible

La lengua inglesa, sobre todo en su vertiente norteamericana, acuña términos cinematográficos de incómoda traducción. Cuando una película se recomienda como un ‘must', decir que es un "deber" suena escolar. Por no hablar de ‘blockbuster', esos films gigantescos de peripecia y de presupuesto que a menudo, derrotados en nuestra lengua, llamamos llanamente ‘blockbusters'. Uno de los adjetivos intraducibles que más me han gustado siempre es ‘unmissable', formación figurada y no del todo ortodoxa que se aplica a esas películas que uno por nada del mundo puede ‘to miss', es decir, perderse. Lo que pasa es que, al menos para mí, el cine ‘unmissable' no siempre es cine bueno. Hay directores de los que por un cúmulo de razones (su nombre sacrosanto, nuestra esperanza o ansia, el aura acumulada en años de ejercicio) no nos perdemos ningún título, aun sabiendo que su carácter prolífico augura que de cada cuatro quizá sólo una esté a la altura. Es mi situación personal respecto a Manoel de Oliveira, a Woody Allen y a los hermanos Coen.

      Estoy feliz últimamente porque mi constancia con los dos últimos (contando a los Coen como unidad indisoluble) me ha dado grandes alegrías. ‘Blue Jasmine', que vi por hábito pese a los disgustos de la execrable ‘A Roma con amor' y las anodinas ‘Si la cosa funciona' y ‘Conocerás al hombre de tus sueños', me parece el retorno de Allen no sólo al solar patrio sino al talento del retratista ácido, agudo, aquí sobre todo en las semblanzas de los personajes varones que pululan como moscardones o melifluas libélulas en torno a esa desquiciada abeja reina tan laboriosa que interpreta superlativamente Cate Blanchett. En cuanto a ‘A propósito de LLewyn Davis‘ (‘Inside Llewyn Davis'), se trata de una de las películas mayores de estos cineastas que para mi gusto llevaban demasiados años tirando de su prodigioso fondo de armario visual en apagadas adaptaciones novelísticas y ‘remakes'. Sólo, si hago memoria de los disfrutes ‘coenianos' recientes, recuerdo el prólogo hasídico de ‘Un tipo serio'. Poco más.

    ‘Inside Llewyn Davis' es un relato de extrema originalidad formal disfrazado de estampa impresionista sobre la escena musical del ‘folk' neoyorkino en el inicio de la década 1960. Arranca con una prolepsis, aunque eso, lógicamente, no lo sabemos hasta el final, y su discurrir narrativo es errático, sobresaltado, como lo es la existencia del protagonista. Si bien hay un episodio (extraordinario) de carretera, el trayecto hasta Chicago de Llewyn Davis (Oscar Isaac) con el intrigante músico monologante Roland Turner (John Goodman, en una de sus habituales creaciones de maestría absoluta) y su taciturno chófer, la película no es una ‘road movie'. Ese viaje, y la no menos impresionante escena de la prueba musical en el club nocturno vacío propiedad del poderoso empresario Bud Grossman, son segmentos de una línea que nunca anticipa lo siguiente ni lo hila al modo convencional; el descubrimiento de personajes, datos argumentales y accidentes reproduce con gran libertad y a la vez verosímil cadencia el curso de una vida condensada en una semana, tiempo real de la acción. El relato se hace ante nosotros durante el metraje del film, sin dejar nunca de sorprender y a la vez sin exhibición de lo indefinido, lo inconcluso, lo enigmático. Cine de vanguardia sin penalizaciones.

      ‘A propósito de Llewyn Davis' no es un musical, como lo fue, y es otra de sus obras maestras, ‘O Brother!'. Pero da gusto ver cómo estos dos artistas Ethan y Joel filman con palmaria precisión los momentos de las canciones interpretadas en diversos escenarios. Son emocionantes en su sencillez, en especial la que canta Oscar Isaac, siempre con su buena voz, ante Grossman (magnífico F. Murray Abraham. Aunque no faltan las hilarantes: los cantantes folklóricos irlandeses o la escena de la velada en casa de los Gorfein con los músicos medievalistas, esta última una de las secuencias que nunca podría faltar en una antología de "the best of the Coens". Y tampoco es un ‘biopic', género que los hermanos afirman detestar. Inspirada en la vida y andanzas del verdadero Dave Van Ronk, y en su libro de memorias ‘El alcalde de MacDougal Street', ‘Inside Llewyn Davis' reinventa esos referentes y los sitúa en una esquiva América bellísimamente reconstruida  -sin alardes hollywoodienses- en su lado no salvaje pero sí tenebroso. Divierte el histórico guiño final a un sosias de Bob Dylan debutante.

     Una gran película de los Coen, como es ésta, implica el brillo de algo que nunca falta en su cine, ni siquiera en las obras menores que para mí han realizado desde ‘El hombre que nunca estuvo allí' hasta la aquí comentada. Me refiero, naturalmente, a la calidad literaria de los diálogos y a la caracterización de los personajes. La ironía, la ocurrencia verbal, la sentenciosidad y su contrario, la cháchara, marcas de la casa, deslumbran a menudo en ‘A propósito de Llewyn Davis', como lo hace la composición de los secundarios, que así  adquieren el relieve de primeras figuras. Los Coen se sirven para ello, además del equipo de arte con el que trabajan, del buen ojo para el reparto y el trazo iconográfico de los tipos; aquí hay varios memorables, pero recordemos, no sólo por atavismo, el que componía estupendamente Javier Bardem en ‘No es país para viejos', dando entidad a un personaje bastante vacuo.

      Como persona nada propensa a los pequeños felinos sólo le veo un defecto a ‘Inside Llewyn Davis': la excesiva presencia gatuna. Los animales, incluso el rey de todos ellos, que es el perro, dan quebraderos de cabeza en el cine, como ya nos advirtió el maestro británico del séptimo arte. Muchas veces son tan inevitables como los desnudos, por exigencias de guión. Pero aquí el gato Ulises se pierde demasiadas veces, mira demasiado a la cámara, hace demasiadas monerías. El pequeño mamífero cumple actoralmente, si el actuante es el mismo en sus dos encarnaciones; a mí se me hicieron siete.  

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10 de marzo de 2014
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Se busca arqueólogo digital

Tanto aletear para alcanzar una vida confortable y ahora los gurús del cambio nos avisan de que hay salir corriendo de cualquier zona de confort. Es más, en los seminarios de marketing, coaching, branding y todo lo que termine en ing se ofrecen numerosos ejemplos de cómo pasa factura en la vida de una persona o una empresa el no haber abandonado a tiempo la costumbre, la plácida repetición, los dogmas, lo de siempre. Porque los tiempos del mantra “no toques lo que funciona” han terminado con la evidencia de que, en pleno tobogán especulativo y financiero, cualquier pretendida certeza puede ser derribada como un roble centenario por el paso de un huracán. Ante los incipientes indicios de creación de empleo, la primera conclusión es rotunda: la alianza entre tecnología y comercio se erige hoy en salvavidas laboral, en reactivador económico y garante de la exageración como gesto humano. Nuestra sociedad es hoy hiperbólica o no es. Y un barómetro bien puede ser el lenguaje del WhatsApp. “Ese es el registro que hay que utilizar para darlo todo. La formalidad no vende, no llega… Hay que ser muy sobrio en la ejecución de un proyecto, pero exagerar en la comunicación y mostrarle al cliente una disponibilidad al 120%: si te invitan, tienes que ir incluso a bautizos y cumpleaños”. Quien habla no es ningún lobo de Wall Street, sino Carlos Morales, director comercial de Dicom y experto en nuevos relatos de venta. Porque ingenieros de todo tipo, expertos digitales y comerciales son, según el informe sobre tendencias laborales 2014 de Sodexo así como otros estudios sobre predicciones de empleo, las profesiones más susceptibles de conseguir un contrato en condiciones. ¿No se ha planteado aún convertirse en planificador de identidad digital, gerente de marca personal, responsable de relaciones virtuales, arqueólogo digital o agregador de talento? (También hay demanda de psicólogos para plantas). Cargos rimbombantes que anuncian una nueva sismología profesional, y reflejan el choque entre la tradición (en el fondo la necesidad de seguridad del ser humano) y su ansia por lo último, indefectiblemente tecnológico. Los habitantes de los años 10, por tanto, deben autoimponerse una inversión en sí mismos para encontrar trabajo desarrollando su identidad digital. El lenguaje 2.0 ha sustituido las emociones que es capaz de arrancar la buena escritura por emoticonos y emojis que van de los corazones a los aplausos, las rosas o los tacones y faralaes de flamenca. Todo debe ser evidente, gráfico e icónico. Se repiten vocales para enfatizar, repetidos signos de admiración igual que se abrevia igual que se puede despreciar la ortografía. De lo que se trata es de crear confianza, simpatía y entusiasmo. Ni victimismo, ni melancolía, sino el pulgar levantado. Cierto, todo es cuestión de actitud, pero ¡cuánto empalago hiperbólico se requiere hoy para encontrar un trabajo!

(La Vanguardia)

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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ecos de Crimea

 "Media legua, media legua/ media legua ante ellos./ Por el valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos./ ‘¡Adelante, brigada ligera!/ ¡Cargad los cañones!, dijo./ Por el valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos." Así comienza la célebre Carga de la brigada ligera de Lord Tennyson, publicada el 9 de diciembre de 1854, para conmemorar la heroica (y bastante inútil) derrota sufrida por este cuerpo británico durante la batalla de Balaclava. No era, por supuesto, la primera vez que se otorgaba un aura épica a la derrota de unos cuantos valientes contra un ejército más numeroso -piénsese en las Termópilas, Numancia o, de ácida memoria para nosotros, El Álamo-, pero los versos de Tennyson, aún recitados de memoria por los niños ingleses, contribuyeron a fijar en la imaginación la Guerra de Crimea (1853-1856) como uno de los primeros conflictos auténticamente modernos.

            Gracias a las líneas telegráficas trenzadas desde el Mar Negro hasta Londres o París, por primera vez se tenían noticias frescas de lo que sucedía en los apartados campos de batalla, al tiempo que las crónicas de algunos de los primeros reporteros de guerra, como William Russell del Times, contribuyeron a que sus horrores modificasen la percepción sobre el conflicto y a que Florence Nightingale y Mary Seacole, desarrollando nuevas técnicas de enfermería, se desplazasen hasta Crimea para atender a los heridos (si bien sus hazañas serían magnificadas por la prensa, inaugurando las nuevas vías de la propaganda bélica).

            Hoy, mientras las tropas enviadas por Vladímir Putin controlan por la fuerza la península y los líderes locales se aprestan a aprobar un referéndum que podría devolver Crimea a la jurisdicción rusa, resulta imposible no escuchar los ecos de aquellas refriegas. Aunque los analistas insistan en que la nostálgica reconstrucción del espacio soviético es el motor que anima al líder ruso, quizás sus decisiones tengan un sustrato más remoto, en lo que suena a una venganza contra los poderes occidentales que a mediados del siglo xix derrotaron al zar Nicolás I y, en el Tratado de París de 1856, le impusieron duras sanciones a su sucesor, Alejandro II.

            Entonces como ahora, Rusia consideraba que su ámbito natural de influencia se extendía a las naciones limítrofes del Imperio y no toleraba que Occidente se entrometiese con ellas. Así, con el argumento de defender a los cristianos ortodoxos que vivían en el desfalleciente Imperio Otomano (un pretexto no muy distinto al esgrimido hoy para defender a los rusos de Crimea), Nicolás I no dudó en invadir las provincias de Valaquia y Moldavia. En su condición de potencia global dominante, Gran Bretaña -el equivalente contemporáneo de Estados Unidos- por su parte no podía permitir que Rusia se abalanzase sobre los turcos, poniendo en peligro su hegemonía en Medio Oriente.

            En este contexto, pese a la mediación diplomática de Francia, Prusia y Austria -tan inútil como la de la Unión Europea-, el enfrentamiento se volvió inevitable. Valiéndose de su poderosa flota naval apostada en Sebastopol, Rusia no dudó en atacar a los otomanos en el escenario del Mar Negro, sólo para que sus fuerzas terminasen arrolladas por la alianza de éstos con ingleses, franceses y piamonteses (que mandaron una fuerza expedicionaria sólo para quedar bien con los segundos). Al cabo de tres años de combates, desarrollados no sólo en Crimea sino en el Báltico, el Danubio y en el Pacífico, Nicolás I murió inesperadamente -otros dicen que se suicidó- y Rusia fue obligada a firmar una paz humillante, que le prohibía apostar a su flota en la península, estatus que habría de mantenerse hasta la derrota francesa de 1871 a manos de Prusia.   

            Para los rusos, desde que Catalina II conquistara el Janato de Crimea en 1783, la región es parte indisoluble de su territorio y el breve lapso que va de 1954 a 2014 en que ha formado parte de Ucrania debido a una cuestionable decisión de Nikita Jruschov, no es sino un error. Con una población mayoritariamente rusa -en torno al 60%, según el último censo-, no parece probable que Putin ceda en sus pretensiones de volver a anexarse Crimea o, en el peor de los casos, de contar con un gobierno títere como en Abjazia y Osetia del Sur. Esta vez el Kremlin sabe que, a diferencia de lo ocurrido en el siglo xix, hoy parece casi imposible que Estados Unidos y la Unión Europea hagan algo más que imponerle sanciones económicas, las cuales apenas empañarán su histórica revancha.

 

Twitter: @jvolpi



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9 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ahora que nos traigan a Machado

Machado escribió a Baroja una carta postrera tan triste, que a éste le hizo mal efecto, y la tiró. Así lo cuenta. Sin duda se sintió comprometido, afeado, esas cosas tan ingrávidas y sutiles de la susceptibilidad literata. Y el pobre Machado quizá convencido, allá en las últimas, de que legaba un documento conmovedor a la posteridad.
Ahora La Junta de Andalucía, inspirada y enardecida con el jolgorio fúnebre dispensado al cajón de Paco de Lucía, quiere montar una procesión de cultureta y jipío con los restos de Machado. Estará bonito, seguro. En España hay tradición de líos sepultureros y tumbales. Cuando el ayuntamiento de Madrid quisó trasladar los restos del músico Gaztambide al panteón de ilustres, el ayuntamiento de Tudela reclamó la fiambrera como propia y decidió levantarle un mausoleo en el cementerio. Llegó el cajón en tren, con gran séquito de diputados y altos cargos, lo pasearon en medio de un gentío hasta el cementerio, y lo dejaron allá, en un panteón prestado, mientras la comisión cultural pertinente se constituía, cosa que tardó treinta años. Cuando la comisión hizo abrir el cajón, se encontraron con metro y medio de señora mayor, bastante desmejorada, y ni rastro de Gaztambide. Se ve que, en el desbarajuste madrileño del desentierro se traspusieron los restos y se envió como Gaztambide a su suegra, o cualquiera sabe a quién. ¡Qué español es todo eso! Ahora ni cenotafio, ni mausoleo, ni panteón de ilustres, españolito que te vas del mundo, te guarde Dios, ninguna de las dos Españas te hará el panteón.


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9 de marzo de 2014
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Mujeres que corren con lobos

No sé hasta qué punto puede marcar en la vida de una mujer de mi generación, y ?de comarcas?, que, siendo niña, la disfrazaran de María Magdalena en la procesión de Semana Santa o de Raffaela Carrà en los festivales de Escala en hi-fi, e incluso le otorgaran el papel de precariamajorette acompañando sobre patines al equipo infantil de hockey ídem. ¿Por qué teníamos que llevar minifalda y mover una ridícula varita, cuando ellos, equipados como vikingos, se disponían a imponer su victoria con su stick? Y aún así tuvimos suerte de que los maestros nos sacaran adelante sin complejos, y empezamos a explorar ese bosque tan sobrevalorado y fascinante llamado ?mundo interior?. Es probable que hoy, si usted es mujer, la feliciten por el suyo. Sin ningún otro mérito que el de su propia condición femenina. Cierto es que no existe un Día Internacional del Hombre Trabajador, pero entonces las estadísticas no serían noticia. Esa es, pues, la percha para hablar de ?la mujer?, recordar la persistente desigualdad, la fea discriminación salarial y reivindicar derechos y lideresas. Una encuesta publicada por The Washington Post ha revelado que Hillary Clinton se coloca en el número de uno de la sucesión demócrata para las presidenciales del 2016 sin apenas mover un dedo. Rotunda, y tan severa como expansiva, con un prestigio inmaculado, Clinton aventaja a todos sus potenciales rivales en una proporción de 6 a 1 representando el perfecto símbolo de una búsqueda de la incompleta igualdad de oportunidades, que no puede ser más norteamericana. A pesar de no ostentar cargo público, está considerada ?uno de los líderes más influyentes del mundo? ?en masculino plural?. Al preguntarle: ?¿Está una mujer cualificada para ser presidenta??, ella respondió: ?Es ridículo que lo preguntes?. Bien lo sabe Yulia Timoshenko, que de oligarca a reformista, pasando por presidiaria, siempre ha procurado mantener su trenza bien atada. La espiga de trigo que evoca a las campesinas ucranianas o a las maestras de escuela, símbolo nacional y herramienta política con la que de nuevo regresa a la escena internacional. Drama y resolución impregnaron su discurso ante el Partido Popular Europeo: ?Actúen porque nos queda poco tiempo. Putin irá tan lejos como le permitan ustedes. Los ucranianos mueren con la bandera europea en sus manos?. La épica tiene orla. Ante el despliegue de tropas rusas en Crimea, Hillary compara a Putin con Hitler, quien, bajo el pretexto de proteger a los alemanes en territorio checoslovaco o rumano, los anexionó a la Alemania nazi. Sin sutilezas. Pero cuando una mujer como ella se viste de rojo, no le teme a nada.Esther Alcocer Koplowitz: Altos respaldos El los ?días de…? siempre se acaba mirando a las plantas ?nobles? de las empresas, ocupadas invariablemente por sillas con un respaldo mucho más alto que el resto. En los consejos de administración sólo 78 pertenecen a mujeres, sobre un total de 392; un 16,6%, bien alejado del 40% que ha marcado Europa para el 2020. Entre ellas, sobresale Esther Alcocer, presidenta de FCC, quien a muchos prejuiciosos sorprende por una inteligencia y una cercanía que llevan la impronta de su madre, Esther Koplowitz, aparte de toda una vida preparándose para ocupar una butaca con respaldo alto. Ella, y otras jóvenes herederas, ambiciosas, con mucha universidad americana, son la cara más visible del lento pero progresivo ascenso de las mujeres al poder. Fernández de la Vega: Varona de Estado Como a la princesa de Éboli, Rubio Llorente llamó ?varona de Estado? a María Teresa Fernández de la Vega cuando se incorporó al Consejo de Estado, una especie de balneario, hasta su llegada. El miércoles, en la presentación de su Fundación Mujeres por África en CaixaForum, De la Vega ofició de ?una de les vostres?. El totus tuus de la política y sociedad catalanas, franqueado por africanas ataviadas con imponentes florituras y algunos bebés, la ovacionaron por su labor. Notas: Barbara Hendricks y Pasqual Maragall se arrancaron a bailar al ritmo de música guineana. Y Trias, Gispert o Lanaspa coincidieron en ensalzar su elegancia y vestuario, demostrando, cómo no, qué diferente es Catalunya de Madrid. Valerie Treirweiller: Del chófer al metro Débilmente han vuelto a ser noticia las dos últimas mujeres que han ocupado las estancias del Elíseo. A Valerie Trierweiler se la fotografió en una estación de metro en París. La objetividad maligna escribió: ?Del coche oficial al vagón?. Valerie, como una periodista francesa más, acudía al desfile de Dior, y llevaba los labios subidos de rouge, olvidando la sentencia de Wilde de que una mujer con poca ropa y demasiado maquillaje siempre indica desesperación. De Carla Bruni ha trascendido la grabación de una charla con Sarko acerca de los dineros. Se quejaba por no poder firmar campañas como modelo, mientras Nicolas asumía el futuro papel de mantenido. La política no da para trajes de Dior (a un salto en el abecedario de Dios).

(La Vanguardia)

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8 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La venganza de la geopolítica

La geopolítica vuelve a estar de moda. Si la economía es la ciencia lúgubre, la geopolítica debería ser considerada como la ciencia de la fatalidad geográfica. Mandan los mapas. El todo radica en la posición de un pueblo en una geografía. En la Alemania genocida de Adolf Hitler se la cultivó a fondo, hasta utilizarla como ideología del régimen. La teoría del espacio vital o Lebenraum se asienta en ideas geopolíticas. Su regreso se debe a muchos factores. El más destacado, los actuales tiempos de grandes transformaciones, que al final nos sitúan ante la realidad tozuda y telúrica de la geografía. Este regreso da título incluso al libro de moda de Robert Kaplan, La venganza de la geografía (RBA, 2013), en el que se propone la recuperación de una "sensibilidad acerca del tiempo y del espacio que se ha perdido en la época de los aviones supersónicos y de la información digital". Pero la mayor fuerza que empuja para que regrese la geopolítica regrese la constituye el resurgimiento del objeto que más ha interesado tradicionalmente a tal ciencia. El inglés Halforld McKinder, hace exactamente 110 años, echó las bases de esta ciencia en un célebre artículo titulado El pivote geográfico de la historia, que luego sintetizó en una sentencia famosa: "Quien domina la Europa oriental domina el Heartland o corazón terrestre; quien domina el Heartland domina el mundo-isla; quien domina el mundo-isla controla el mundo". Pues bien, el pivote y objeto central de la geopolítica en su siglo entero de existencia es Rusia, con Heartland bajo su control y una clara vocación de dominar el continente euroasiático y como consecuencia el mundo. La globalización económica y la revolución digital nos habían dibujado un mundo casi inmaterial, en el que la geografía no contaba. Rusia, derrotada por la Guerra Fría, se hallaba en retroceso y se había desvanecido su dominio imperial. La geopolítica también andaba extraviada en los estantes de las librerías, como si Rusia, su objeto, ya no fuera un imperio continental sin fronteras naturales ni límites donde frenar sus ímpetus pero tampoco defenderse. Ahora la geopolítica regresa con Rusia. Y con ella la necesidad de volver a las lecturas geopolíticas, empezando por McKinder, siguiendo por Kaplan y terminando por George Friedman, director de Stratford, uno de los más destacados think tanks de análisis geopolítico mundial y autor de dos libros, La próxima década y Los próximos cien años (ambos en Destino), llenos de predicciones acertadas sobre el resurgimiento expansionista de Rusia que estamos presenciando. Una frase del segundo basta como muestra: "Rusia no se convertirá en una potencia global en la próxima década, pero no tiene otra alternativa que convertirse en una potencia regional importante, y esto implica que chocará con Europa. La frontera ruso-europea sigue funcionando como una línea de falla".



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8 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Geografía ibérica

 

 

Sostiene el pobre Jiménez que "del Ebro para abajo no se ve la realidad igual que como la vemos aquí”. ¿Para abajo? ¿Aguas abajo? ¿desde el Pilar de Zaragoza? ¿o será para abajo la margen derecha, o sea, Tudela, Cascante, Cintruénigo, Corella, Fitero, Monteagudo, Murchante, Ablitas, Barillas, Ribaforada, Buñuel, Fontellas, Tulebras, estos navarros alucinan y no ven la realidad, Jiménez? Los digo conforme me los imagino, que tampoco soy de aquí, pero sé que todas las fuentes antiguas, del Ebro para arriba y del Ebro para abajo, pobre Jiménez, definen al Ebro como dador de nombre a un pueblo, los íberos, o sea, lo definen como un dios creador, y eso es el padre Ebro, siempre descrito como eje de un país excelente, también para el melonar, donde ronda la pregunta ¿cómo no tiene el socialismo navarro alguien menos acomplejado que Jiménez?

El pobre Jiménez abunda, ya sabemos, en un lugar común del rancismo catalán que tiene a los de la margen derecha del Ebro como infracatalanes, y que a su vez es una melonada de raigambre en el rancismo vasco, pero es que Jiménez es aspirante a mandar  en Navarra en nombre del progreso sobre tierras y gentes que él no sabe, por lo visto, que son Navarra, y luego opinará de Ucrania.

 



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7 de marzo de 2014
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Homo Shopping

En una revista como esta caben hombres que confiesan sin sonrojo: «Ni elijo mi propia ropa. Quiero decir, que son asuntos que no están en mi mundo», como Johan Cruyff. O que aseguran no mirarse al espejo antes de salir de casa, como Eduardo Mendoza, a una página de aquí. «Hace años que no me compro ropa», le confesaba el escritor a Carles Francino en La ventana cuando se lanzó Icon. No sé si usted siente cierta desavenencia ante su postura, o al contrario, si es de los que cree que en realidad las mujeres desconfían de los heterosexuales que se postran en los templos del shopping como ante un altar. ¿Qué pensar, qué decir acerca de aquellos que hacen gala de humildad estética y delegan en otros, sean madres, esposas, hijas o asistentes personales, para que les repongan el vestuario? Usted, por ejemplo, es un director comercial, y a ella solo le encarga la ropa interior en packs. O pongamos que es controlador aéreo y elige personalmente las camisas, conoce perfectamente su talla y destaca por el buen gusto de sus corbatas, que suele mostrar satisfecho a su mujer y a su suegra. Siempre ha despreciado las etiquetas, que si los acicalados metrosexuales,, o los velludos megasexuales, y desdeña tanto exhibicionismo en un mercado insólito en el que hasta Cristiano Ronaldo diseña calzoncillos. ¿Recuerda a Cesc Fàbregas con su bebé sobre su depilada tableta de chocolate? ¿O a toreros de moda, como José María Manzanares, mostrando su piel aterciopelada? ¿O a Brad Pitt con la camisa desabrochada recitando un poema de amor para vender Chanel número 5, pour femme? La masculinidad hace tiempo que recuperó la llave de un lánguido desaliño, en el que la coquetería, al igual que el vigor, debe ser dosificada. Un mandato ?silencioso, pero efectivo? obliga a tener estilo, eso sí, sin esfuerzo. Como un buen constipado. En los manuales del dandismo siempre se recomendó no lucir nunca zapatos nuevos en público y arriesgar silenciosamente, además de procurar el punto medio entre misterio y cercanía. Llevar cualquier cosa de más, o de menos, suele indicar desesperación. Y puede que esta sea la razón de que los hombres sean tan fieles a los mismos productos. Brand guys (Tíos de marca) se titula el libro de Bill Vernick y Claire Farber, dos especialistas en marketing que analizan diez marcas asociadas a los estereotipos de masculinidad contemporánea. Juguemos: ¿es usted hombre Mac o Nike, Listerine o Abercrombie, Comedy Central o Bimmer?? ¿No se produciría rechazo? Los autores aseguran que esa identificación con una firma ofrece ventajas a las mujeres: «La clasificación de estos tipos, que tan a gusto se sienten con los valores de su marca que les define, puede ayudar a las mujeres a decidir si un tipo es el adecuado para ellas.» Deberían clasificar urgentemente este libro como sexista. ¡Cómo osan tratarle a usted de objeto, reducirle a una etiqueta! Aunque, preguntémonos cordialmente por qué, en el fondo, le agrada tanto aceptar que desde hace veinte años le es fiel a algo. (Icon)

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6 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mejor no enemistarse con la compañía del gas

Hillary Clinton nos enseñó a propósito de China que no tenemos que enemistarnos con nuestro banquero. Angela Merkel nos podría ofrecer una enseñanza de porte similar: también es peligroso reñir con nuestra compañía del gas porque nos subirá el precio del metro cúbico o nos puede llegar a cortar el suministro si tan lejos llega su enfado. La dependencia europea del gas ruso es formidable y se resume en tres cifras: una cuarta parte de la energía consumida por los europeos tiene el gas como fuente, un tercio de este gas es ruso y un 15 por ciento de todo el gas europeo llega a través del gaseoducto que atraviesa Ucrania. El humor de la compañía del gas afecta, sobre todo, a Alemania, Italia y Reino Unido, por este orden, y apenas a España, que depende del gas argelino. Pero el gas no es el único problema que plantea la tensión entre Moscú y occidente. El tamaño de Rusia y de su economía y, sobre todo, su integración en la economía mundial, convierte cualquier sanción e incluso una represalia, como la suspensión de la cumbre que tiene prevista el G8 en Sochi para el próximo mes de junio, en un arma de doble filo, que daña tanto a quien la usa como a quien recibe el golpe. Basta con tener en cuenta las inversiones o el turismo rusos en los países de la UE, y más concretamente en España, para imaginar las dificultades y consecuencias de un sistema de sanciones realmente severo, como merecería la acción emprendida por Putin en Crimea si atendiéramos únicamente a criterios morales. Es más fácil en todo caso dictar un rígido listado de sanciones desde Washington, que tiene a Rusia acotada en el uno por ciento de su comercio, que desde las capitales de la UE, que tiene a Rusia como su tercer cliente mundial. Y todavía es más difícil para algunos países, como Reino Unido, donde residen y tienen negocios innumerables oligarcas rusos, o Alemania, que cuenta con políticos jubilados, un ex jefe de Gobierno entre otros, que asesoran a compañías rusas. La novedad es absoluta. Con muy malos modos, el viejo mundo de las naciones y los imperios decimonónicos ha puesto las botas en Ucrania, y más concretamente en Crimea, pero la realidad económica sigue siendo la del siglo XXI. Se lo dijo el secretario de Estado, John Kerry, al presidente Vladimir Putin como reproche, pero debiera decírselo a sí mismo como observación analítica. Esa guerra fría resucitada cuenta con una disuasión nueva como garantía de estabilidad y esta es la amenaza de destrucción mutua asegurada, ya no por el arma nuclear sino por la globalización económica, que impide infligir daños al otro sin infligírselos a uno mismo. Urge contar con doctrina y estrategia para enfrentar esta combinación diabólica de interdependencia económica y poder autocrático. Ahora es Rusia, pero la lección valdrá para el día en que China también actúe como una superpotencia del XIX y nos pille de nuevo a todos con las manos atadas por la globalización económica del siglo XXI.



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6 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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