Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La vértebra del jugador

Así como cuando se estropea la nevera nos hacemos una idea más cumplida de la importante función que cumplía, sólo cuando nos estropeamos somos conscientes de lo bien que estábamos cuando nada nos dolía. Porque el dolor es, como las barras que aparecen en la pantalla del ordenador, esos elementos que cuando se esconden no hay modo de recordar qué contenían y menos el peso exacto del valor que nos proporcionaban. Un aparato habla de sí mismo cuando no funciona como también la salud dañada habla de la vida cuando se aboca sobre ella. Es así que el sufrimiento proporciona saber y que la vida contemplada en perspectiva es, como decía Schopenhauer, la historia de un sufrimiento. ¿Por qué se sufre  incesantemente? No. Sencillamente porque los momentos en que la ida emerge sin vacilación es cuando duele. La vida en general, para qué engañarse, tiende a doler pero es cierto que por momentos se adormila y ni molesta ni parece que tenga límite.  Es así como también pasa con los animales domésticos que en cuanto se echan a dormir desaparecen de la casa y sólo cuando corretean, ladran o vomitan aumentan su presencia gradualmente. El malestar es la clave del estar. Estar bien en todo -cuando esto parece posible- proporciona una película velada del mundo. No es la salud pues la que revela la verdad sino que la foto real se produce entre claros y sombras y son éstas, con su presencia, quienes prestan relieve a las cosas y a las personas, el relieve y hasta el perfil de la vesícula, la cabeza y su latido parietal.

Manquillo, el defensa del Atlético de Madrid que sufrió esa acrobática caída en el partido con el Real Madrid, clavando verticalmente su  cabeza en el césped le ha causado la  fractura de unas vértebras. Antes no sabía nada de vértebras pero ahora vendrá a saberlo todo. La cultura del dolor ha dejado de valorarse en estos tiempos puesto que según los innumerables libros de autoayuda el que vale es el optimista y el tonto es el pesimista que se amarga inútilmente la vida. Al, revés de lo que pensábamos hace menos de medio siglo.

Sin embargo, con autoayudas y coaches o no, permanece el fondo indeleble y esencial de este asunto. El padecimiento apresa el tiempo. Padecer hace saber. Se hace cargo del paso y del peso del tiempo y del peso y el paso de las horas y los años. O, lo que es lo mismo, del pesar de la vida.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
17 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El desafío catalán

La expresión ha hecho fortuna en los últimos tiempos, como parte de un extenso repertorio de tópicos y metáforas sobre los actuales planes soberanistas. Pero no hace falta fijarse en la actualidad para dar con ella. Ahora mismo es el título de un libro, resumen de un trabajo de investigación universitaria, que toma como referencia un editorial del diario Le Monde de 10 de febrero de 1976, titulado Le défi catalan.El volumen en cuestión, dirigido por Jaume Guillamet, lanza otro guiño a la actualidad, puesto que el objeto de estudio es nada menos que la prensa internacional, es decir, la internacionalización de aquel desafío. Guillamet y un equipo de investigadores han localizado tres centenares de referencias periodísticas sobre la transición en Cataluña entre 1975 y 1978 y han compuesto con ellas un relato de aquella peripecia histórica. El primer texto citado y que da nombre al libro El desafiament català. Un relat internacional de la Transició (L'Avenç) es un artículo editorial que toma posición respecto a las manifestaciones del 1 y del 8 de febrero de 1975 en Barcelona, convocadas por la Assemblea de Catalunya en reivindicación de la tríada democrática (llibertat, amnistia, estatut d'autonomia), cuando la transición todavía no había empezado a echar andar. Al menos, tres hechos destacan en el relato compuesto casi 40 años después. En primer lugar, el éxito de aquella internacionalización, que en su mayor parte fue espontánea y mucho más amplia de lo que los catalanes de entonces podían esperar, en unos tiempos en los que la comunicación digital no había ni siquiera iniciado sus primeros pasos. En segundo lugar, la mezcla de simpatía y de pesimismo que destilaba el conjunto de la prensa internacional ante la evolución de un país marcado por la guerra civil. Y en tercer lugar, el destacado y conocido papel vanguardista de la oposición antifranquista en Cataluña en relación al resto de España, siempre un paso adelante en las reivindicaciones y en el camino hacia la autonomía. Es fácil encontrar otros guiños y referencias útiles para hoy en la lectura de esta visión internacional sobre la transición, y puede incluso que sirva para atemperar la lectura en paralelo de los argumentarios elaborados por encargo del ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, para proporcionar munición a sus diplomáticos, y por el consejero de Presidencia, Francesc Homs, para responderle y rebatirle en su mismo terreno; capaces ambos de convertir una misma circunstancia, como el regreso de Josep Tarradellas y la restauración de la Generalitat republicana, en argumento para demostrar cosas diametralmente opuestas. Muy sintéticamente, para el documento del gobierno español titulado Por la convivencia democrática, el regreso de Tarradellas fue una prematura demostración de la permanente voluntad democrática de entendimiento con Catalunya; mientras que para el documento del gobierno catalán titulado Estrechar lazos en libertad es la prueba de que Cataluña es un sujeto político anterior a la Constitución, cuya institución histórica medieval no hubo más remedio que reconocer para garantizar el éxito de la transición. Ambas interpretaciones, a pesar de sus respectivos sesgos ideológicos, tienen la virtud de situar el foco en un momento decisivo para la transición española, en el que tanto o más que la amenaza militar interna pesaron los condicionamientos internacionales hoy prácticamente olvidados de la guerra fría y de las exigencias de poner coto al ascenso de los partidos comunistas del sur de Europa, agrupados bajo la etiqueta del eurocomunismo. El historiador Joan Culla lo contó de forma eficaz en una aportación a Memòria de Catalunya, una colección de fascículos luego publicada como libro por El País-Catalunya (Taurus, 1997): ?Es evidente que los resultados electorales del 15 de junio de 1977 contribuyeron de forma decisiva al acuerdo entre Madrid y Saint Martin-le-Beau. El hecho diferencial que constituía el triunfo social-comunista-republicano en Cataluña (los socialistas, el PSUC y Esquerra sumaron en aquellos comicios el 51'2% de los votos) sembró la alarma en el puente de mando de la transición española y convirtieron a Tarradellas en el mal menor?. Frente a los argumentarios, la historia. Y sus lecciones, mucho más interesantes que la propaganda y los sofismas de unos y otros. La respuesta al desafío catalán de hace 40 años fue el regreso de Tarradellas, que cerró el paso a la izquierda y facilitó el camino a la Constitución y al autogobierno. Fue un movimiento inesperado y valiente, de un presidente como Adolfo Suárez dispuesto a arriesgar y legitimar una institución de la Segunda República, después de haber legalizado al Partido Comunista. Siendo la primera piedra del futuro Estado de las autonomías, la negociación previa entre Suárez y Tarradellas fue bilateral; el trato fue singular para Cataluña; y, al final, llegó el reconocimiento y la legitimación de una institución histórica catalana por parte del Gobierno y la Corona. ¿Alguien osaría hacer algo así ahora? Quien sea capaz de imaginar una jugada de ajedrez como aquella para las actuales circunstancias tendrá quizás en sus manos el mapa para salir del callejón donde nos hemos metido



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
17 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Figuraciones mías

 

Los maestros antiguos, fundamentalmente aquellos que no ocultaban un cierto ramalazo cínico, tenían a su disposición una fórmula que les ponía al abrigo del acoso de algún alumno levantisco y escandalizado por las  incongruencias  detectadas entre las enseñanzas teóricas del maestro y la conducta personal  de éste: “Tú haz caso de lo que digo y no te preocupes por lo que hago”, era la  réplica ritual de aquellos hombres sabios.

El modelo moderno de sabiduría (y frescura) magistral es sin duda el Henry St. George de La lección del maestro, de Henry James: lo que el gran escritor consagrado le dice al joven neófito es que para triunfar en el arte es preciso renunciar a las pompas y vanidades de este mundo (incluido el amor); pero  lo que hace el avispado maestro es llevarse a la chica mientras el pobre tonto que aspira a la gloria trabaja como un condenado. 

En el caso de Fernando Savater habría que introducir una pequeña variante  porque en lugar  de perder el tiempo averiguando lo que hace (y da la sensación de que se divierte muchísimo haciendo lo que hace) hay que estar atentos a lo que lee, pues cuando le da por contarlo es insuperable. En 1976 ya dejó constancia de por dónde iban sus preferencias con un libro (La infancia recuperada) en el que sólo hablaba de gente como Stevenson, Julio Verne, Jack London, Daniel Defoe, Emilio Salgari, Conan Doyle o Tolkien. Es de señalar que en aquel momento triunfaba la literatura experimental y reflexiva y decirse admirador de Tolkien, entonces un desconocido, era casi una provocación. Y en otro libro no muy posterior (Criaturas del aire, 1979) quienes  hablaban  eran los propios personajes mitificados en las lecturas infantiles y ahora reivindicados, desde Sherlock Holmes, Tarzán o Fu.Manchú  hasta Drácula, aunque también tenían voz  personajes históricos tan dispares como  Juliano el Apóstata y  Bakunin o incluso un místico tan desconocido fuera de Sevilla como Miguel de Mañara, ninguno de los cuales desentonaba al alternar sus intervenciones con los Phileas Fogg, Mefistófeles, Simbad o Peter Pan que los precedían o seguían en el orden de aparición.

Por suerte para todos, Savater conoce sus puntos fuertes y para Figuraciones mías  ha elegido personalmente aquellos escritos que mejor reflejan sus gustos (o para decirlo con más precisión, sus amores desde siempre). El resultado, por lo  festivo, es como un pim pam pum de feria en el que los trofeos ganados en los aciertos van desde Cioran y Emerson a Baroja, Virginia Woolf,  Dante o Tolstoi, saltando de unos a otros con la frescura que da el conocer y haber pasado muy buenos ratos con todos ellos, pero no por otra razón se decía un poco más arriba que Savater transmite la sensación de divertirse muchísimo leyendo, con la particularidad de que encima sabe decirlo después.

 Incluso cuando se trata de darles  un palmetazo en los nudillos a los sabelotodo que se creen obligados a intervenir de continuo para decirnos lo que debemos hacer (y en este caso me refiero a los miembros de la Academia filosófica que fruncen el ceño ante cualquier escrito que muestre un vestigio de lo que ellos consideran “frivolidad”) Fernando Savater sabe hacer un guiño y esconderse tras una voz respetada para decir:   “Los filósofos que sólo escriben para filósofos profesionales actúan de un modo casi tan absurdo como actuaría un fabricante de calcetines que sólo fabricase calcetines para fabricantes de calcetines”. El autor del que se toma prestada  la observación es Odo Marquard, un viejo filósofo alemán perteneciente a la escuela de la ironía escéptica (faltaría más) y del que el propio Savater, en otro artículo no recogido en la presente selección, dice que hace disfrutar porque es “erudito pero ligero, profundo y divertido, profundamente divertido”. Con semejante aval sería un crimen no ir corriendo a una librería con intención de pasarlo tan bien como él. Para tranquilidad de quienes saben reconocer un buen consejo, sepan que pueden encontrar libros suyos en Paidos, Trotta y Pre-Textos, aparte de que la editorial argentina Katz publicó en 2007, Felicidad de la infelicidad. Reflexiones filosóficas.

La segunda parte de Figuraciones mías está dedicada a la educación y el futuro papel de la filosofía en la formación, que es un problema al que Savater ha dedicado una gran atención y que le ha costado no pocas trifulcas, fundamentalmente con los estamentos  religiosos y educativos más retrógrados. Al final (Tercera parte) y de forma casi testimonial (quiero decir que no entra al trapo con su artillería habitual) Savater plantea la cuestión de la supuesta “gratuidad de la cultura” defendida por los usuarios de Internet.


 


Figuraciones mías


Fernando Savater


Editorial Ariel


 


 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
16 de febrero de 2014
Blogs de autor

Alma de rockabilly, corazón de flamenca

“Dos mujeres”. Tan solo con pronunciar esa locución sellada con lacre, y el imaginario colectivo se colorea de la proverbial competencia femenina. Duelos a muerte entre mujeres que no están dispuestas a perder su trono. Qué tentación la de alimentar maledicencias a riesgo de retrasar la asunción de la verdadera igualdad que, entre otras cosas, contempla que dos mujeres puedan discrepar públicamente, como ellos, con deportividad. El estilo es un cajón de sastre tan arbitrario como determinante. Pongan en la coctelera un bolso, por ejemplo uno de Miu Miu y otro de loneta a rayas; un andar más campechano, de zancada amplia, y otro más self confident, con suave contorneo; un discurso rápido de reflejos, frente a una contundencia propia de una auténtica dama de hierro que ha tenido que bregar con una fontanería de machos alfa. No hablamos de Rihanna y Beyoncé, no, sino de Soraya Sáenz de Santamaría y de María Dolores de Cospedal, respectivamente. Dos mujeres que apenas tienen un segundo que perder en rifirrafes. Porque se trata de dos señoras de la política, llegadas a la primera línea de fuego en el 2008, cuando Rajoy -tras el fracaso electoral- decidió romper con el pasado. A Soraya la llamaban por entonces “la niña” y apenas contaba con currículum político, pero parecía tener ojos en la nuca. Se hizo cargo de la portavocía de la oposición con tejanos y chalecos de piel frente a los trajes rosas con maquillaje coordinado de María Teresa Fernández de la Vega. Fue la primera de su promoción en Derecho, luego abogada del Estado con 27 años, y ha devenido en una profesional de la política sin pasado ideológico. La responsable de adecuar paulatinamente su imagen y su estilo ha sido su jefa de gabinete desde entonces, María González Pico, quien la alejó del cliché de alta funcionaria aconsejándole que se ajustara a la etiqueta de “una tía normal” que madruga más que nadie para empaparse de todo. Nunca ha tenido asesor de estilo aunque se haya publicado, tan solo amigos fashion. Y nunca ha acusado el endiosamiento propio del síndrome de Napoleón que afecta a tantos líderes bajitos. Acaso gracias a los tacones. La mujer con mayor poder de España, que controla desde el Cesid hasta el concierto autonómico, vive en un barrio arbolado de Madrid, la Fuente del Berro, junto a su marido Iván Rosa -ejecutivo de Telefónica-, con quien tuvo su primer hijo hace dos años. Ella misma reconoce que ha tenido que ganarse el respeto, y superar el primer “test visual” que aún se exige a las mujeres. Viste a menudo ropa de Zara, Miguel Palacio, Sandro o el joven Eduardo Rivera. Su único escándalo: un posado para un dominical con vestido de noche y descalza y una belleza despeinada. María Dolores de Cospedal, igualmente castellana, también abogada del Estado, y madre que reivindica que a una mujer se le pregunte lo mismo que a un hombre respecto a su vida privada, fue elegida en el 2010 en una encuesta de El Mundo como una de las más deseadas de España. Y su fama de guapa castellana ha tenido que ser neutralizada con blusas con lazos y recogidos austeros, y sobre todo con su fama de regia. No lleva leggings ni cueros, sino chaquetas de Montepicaza, una firma talaverana pija y muy torera. Y cuando el protocolo lo permite, peineta y mantilla. “Gusta mucho a los hombres, a todos los niveles. Le encuentran un sex appeal especial” aseguran en su entorno. Sus rasgos angulosos y algo masculinos en contraste con sus ojos verdes, resaltan su posado de maja española. En unos tiempos en que el casticismo no había conocido horas tan bajas, queda un poso de resistencia: Cospedal parece haber heredado el arrojo de Esperanza Aguirre. Estas dos políticas, una más rockabilly, otra más flamenca, han intentado huir de la prensa del corazón y aún y así les han atribuido incluso retoques estéticos con es el caso de Cospedal (quien a diferencia de Soraya, funciona con el apellido incluso abreviado). La secretaria general del PP se ha dejado ver con unas gafas azul turquesa de montura mariposa, un diseño que le quita hielo. “Nunca la he visto relajada, siempre está en guardia, es híper exigente”, dice una excolaboradora. Ella misma admitía en una entrevista de Magis Iglesias que la antipatía que se le atribuye es el resultado de una interiorización de patrones masculinos en el ejercicio del poder que ha asumido para imponerse. Faldas midi, piernas bronceadas, algún broche, zapatos de Ferragamo; también se la visto haciendo cola en Zara, marca reivindicada entre las políticas por razones obvias. Dos caracteres que han conseguido blindarse a la frivolidad, pero que deben de sopesar cada día cuánto dinero llevan puesto encima. El estilo, además de un portaequipaje de la identidad, es la caligrafía del cuerpo, la intención en la mirada y el equilibrio entre telegenia, rigor y empatía. Algo que trasciende a los guiones preparados. En una ocasión, la cantante Lolita le preguntó en televisión a su madre qué era el carisma y Lola Flores le respondió: “lo que yo tengo, y tú no, hija mía”.

(La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
16 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La revoluciòn conservadora

Entre noviembre de 1989 y diciembre de 1991, un parpadeo en términos históricos, el bloque comunista que durante casi medio siglo amagó a las naciones capitalistas se desmadejó por completo, acabando con el mayor experimento de planificación social de la historia moderna. Si bien aquel brutal e insólito hundimiento se debió preponderantemente a causas intestinas -se trató más una implosión que de una derrota-, los conservadores encabezados por Reagan y Tatcher se arrogaron la victoria, como si ellos hubiesen sido los responsables de la eclosión.

Valiéndose de esta engañosa legitimidad, los conservadores no dudaron en copiar los métodos de sus enemigos y, aferrados a una ideología tan inamovible como la que habían combatido, emprendieron una revolución destinada a liquidar no ya los últimos resquicios de autoritarismo que quedaban en el orbe -tarea a fin de cuentas secundaria- como a despedazar las conquistas que, a lo largo de la guerra fría, la izquierda democrática había conseguido en su propio campo. Destruido el rival que se jactó de ofrecer una sociedad sin clases, éstos, paradójicamente rebautizados como neoliberales, se consagraron a expulsar de la agenda pública la igualdad y la solidaridad que se habían convertido en pilares del estado de bienestar.

No sería hasta la gran recesión de 2008 que los resultados de esta apuesta quedarían a la vista. La ortodoxia económica decretada por los conservadores que consiguió la desregulación de los flujos de capitales, la liberalización del comercio y una severa regulación del mercado laboral internacional, sumada a los nuevos instrumentos financieros complejos y a las directrices de la tecnología más moderna, generó una de las mayores catástrofes de los últimos tiempos, en la cual millones perdieron sus empleos o sus viviendas y vieron descender su nivel de vida a rangos de la posguerra, al tiempo que unos cuantos ejecutivos y políticos se enriquecían sin medida.

A partir de este escenario plagado de engaños, falsas interpretaciones y lugares comunes, el escritor español José María Ridao ha trazado uno de los retratos más lúcidos -y desoladores- del capitalismo avanzado. En La estrategia del malestar (2014), Ridao no cesa en su empeño de desvelar los resortes que movieron a políticos e intelectuales a lo largo de estas décadas turbulentas, exponiendo su hipocresía y exhibiendo los sofismas -o las mentiras- con que enmascararon sus intereses. Del fin del bloque soviético a los atentados a las Torres Gemelas y de las guerras de Afganistán e Irak a la caída de Lehman Brothers, Ridao enhebra reflexiones con anécdotas específicas -una joya: la olvidada burbuja económica albanesa de 1997 que tanto preludia a la reciente crisis global- para desmontar las consignas disfrazadas de argumentos y las visiones sesgadas que se fundan más en esa ideología que se quiso presentar como liquidada que en los hechos.

En La estrategia del malestar, Ridao muestra cómo los conservadores se adueñaron perversamente del término liberalismo en su estrategia de disminuir a toda costa el poder del estado, al tiempo que publicitaron la idea de que la izquierda se hallaba sumida en una profunda crisis -hasta que la propia izquierda terminó por creerlo. Por ello, Ridao afirma que "la izquierda democrática no debía estar al asalto político de ninguna fortaleza, sino defendiendo esa fortaleza del asalto político de los conservadores". Pero Ridao no se conforma con denunciar las trampas de los conservadores -y los liberales que apoyaron su cruzada-, sino que señala las incongruencias de todo el espectro político, desde los socialistas que, amagados por la derecha, se sumaron a la agenda económica neoliberal, hasta los partidos de centroderecha que, hostigados por los nuevos populismos, abrazaron sus odiosas causas.

Al término de La estrategia del malestar, uno no puede terminar más descorazonado al constatar que una era que se abrió en 1991 como idónea para extender como nunca los valores de la Ilustración -la libertad y la igualdad-, terminase sepultada en medio de guerras injustas (Irak), justificaciones de la tortura (el waterbording), limbos jurídicos (Guantánamo), recorte de derechos (para los extranjeros), nacionalismos ramplones, servicios sociales destruidos (por ejemplo en España o Grecia) y dobles raseros (uno para los aliados, otro para los demás) que dieron lugar, en fin, a sociedades marcadas por la injusticia y la falta de solidaridad.

 

Twitter: @jvolpi

 

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
16 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

61. Ser (o no ser) Stiller

Un hombre es detenido en la frontera suiza con un pasaporte estadounidense falso. Al ser detenido, se le acusa de ser Anatol Stiller, un escultor desaparecido seis años atrás, y supuestamente involucrado en un caso de espionaje. Ese es el punto de partida de Stiller (1954), fastuosa novela de Max Frisch, traducida en España como No soy Stiller en 1990. La historia está contada por su protagonista, que escribe desde su celda varios cuadernos, en los que consiste la narración. El procedimiento no es nuevo pero quizá sí lo es el tour de force con el que Frisch acomete la identidad de su personaje, que en todo momento sostiene que él no es Stiller, a pesar de que Julika, la mujer de Stiller, lo reconoce como tal, así como sus amigos y próximos. / "Bastaría con decir una serie de mentiras, una sola palabra, lo que llaman confesión, y estoy ‘libre', lo que en mi caso significa condenado a representar un papel que no tiene nada que ver conmigo. Y, por otro lado, ¿cómo puede uno demostrar quién es en realidad? Yo no soy capaz de hacerlo. Yo mismo no sé quién soy. He aquí la espantosa experiencia de mi cárcel preventiva: no tengo lenguaje para expresar mi realidad"[1]. Eso escribe Stiller. Pero "quejarse de que uno nunca consigue salir del lenguaje sería como protestar porque uno no puede nunca salir de su propio cuerpo", escribe recientemente Terry Eagleton[2]. La obra de Frisch es capital porque revela el poder de la ficción -y, al mismo y fatal tiempo, sus límites- para expresar la realidad y la identidad, aunque sean las propias. / Uno de los momentos memorables acontece cuando el narrador infiere que aceptar ser Stiller podría ser una forma de aceptar su derrota existencial: "Sólo porque sé que no lo he sido nunca, lo puedo aceptar, o sea, lo acepto como el fracaso de mi vida. En realidad, uno tendría que ser capaz de ir sorteando esta confusión sin rebelarse, es decir, interpretando un papel sin confundirse con él, pero para ello tendría que tener yo un punto de apoyo..." (p. 281). A pesar de que todos tenemos un papel que representar, pues eso es lo que el yo es (así lo han visto Warren Susman y Erving Goffman, entre otros), Stiller acepta la posibilidad de tomar un papel terrible para compensar los terribles daños realizados. Es decir, y de un modo diferente pero similar al de sus novelas Digamos que me llamo Gantembein y Barba azul, alguien acepta pasar por alguien que es y no es, y además, en el caso de Barba azul, Schab acaba aceptando la culpabilidad en un crimen del que no es responsable y cuyo autor ya está detenido. Pero se siente liberado al hacerlo, como Stiller jugando a aceptar que es Stiller. "Quizá", apunta, "no soy nadie".


[1] Max Frisch, No soy Stiller (1954); Seix Barral, Barcelona, 1990, p. 96.

[2] Terry Eagleton, El acontecimiento de la literatura; Península, Barcelona, 2013, p. 176.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
15 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Amiga de los jóvenes

Quien hasta ahora ha sustentado el título de alcalde de Florencia no tiene que salir del edificio donde ha trabajado en los últimos cuatro años si quiere encontrarse de frente con el rostro del autor de unas viejas frases que vienen al pelo para definir ese carácter suyo tan impaciente, que le convertirá en pocas horas en presidente del Consejo de Ministros: ?Es mejor ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario, queriéndola doblegar, arremeter contra ella y golpearla. Y se ve que se deja vencer más fácilmente por estos que por los que actúan con frialdad; ya que siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más feroces y la dominan con más audacia?. Que nadie se alarme por su terrible machismo. Fueron escritas hace 500 años, en 1513. Su autor tuvo despacho en el ahora denominado Palazzo Vecchio, antaño sede del Gobierno de la República de Florencia. Ahí es donde se halla el busto de Nicolás Maquiavelo, autor de las frases y del libro que las contiene, El príncipe, en las que está todo del actual drama: Matteo Renzi, de 38 años, apresurado, ambicioso; Enrico Letta, de 47 años, frío, reservado; y la Fortuna, pintada como mujer, la oportunidad que Renzi, buen lector de Maquiavelo, ha sabido aprovechar. Letta ha durado 10 meses, suficientes para sacar del escenario a Berlusconi, de 77 años, el presidente del Consejo que más tiempo ha durado en las dos últimas décadas; y también quien menos ha gobernado, concentrado en defender sus intereses y resguardarse de la justicia. Letta hizo lo más difícil, echarlo, pero no ha tenido tiempo para cambiar esa Italia idéntica a sí misma. Esa es la ambición que Renzi exhibe ahora, hasta convertirle en un bólido sin freno. No es diputado, no tiene mandato democrático ni mayoría parlamentaria propia, pero cuenta con la oportunidad que le da su liderazgo del Partido Democrático, alcanzado en las primarias abiertas. La impaciencia le ha podido y se ha decidido a alcanzar el Gobierno para intentar asentarse luego con una mayoría propia, en vez de la imposible geometría actual de las alianzas y transversalidades. Es el clásico envite maquiavélico: pudo esperar con una estrategia para llegar al Gobierno después de pasar por las urnas, pero percibió que tenía el poder al alcance de la mano y que bastaba un empujón para obtenerlo. Es el tercer intento tras la catástrofe: Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, cada uno más joven que el anterior, y todos políticos de calidad si se les compara con el viejo caimán que todavía se arrastra por los pasillos del poder para seguir condicionando la vida italiana. Si atendemos a los antecedentes, Renzi será uno más en la cadena que combina inestabilidad e inmovilismo, y caerá tan rápidamente como ha ascendido. Saber durar y a la vez reformar es la doble e improbable tarea de gobierno con que debe marcar la diferencia. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
15 de febrero de 2014
Blogs de autor

Cristian Alarcón: un joven clásico de la crónica

Estos días pensé en Cristian Alarcón, el gran cronista iconoclasta, el maestro orgulloso y humilde. ¿En qué estará hoy?

Está enfrascado en mil proyectos, desde una red de periodistas latinoamericanos de sucesos y crímenes patrocinado por la Fundación Nuevo Periodismo que se llama Cosecha Roja hasta la exquisita web/blog colectivo donde dialogan el periodismo y las ciencias sociales llamada Anfibia hasta las clases en la pujante y legendaria Universidad de La Plata hasta la agencia de noticias judiciales Infojus y la dirección de una colección de libros de periodismo narrativo en la editorial Marea. Hasta le dio tiempo de publicar una colección de sus relatos breves, autobiográficos, de viajes, ensayísticos y narrativos llamado Un mar de castillos peronistas.

Y recordé que hace dos años lo entrevisté largamente y con saña y cariño para conformar un capítulo sobre él en un libro publicado en Chile por la Universidad Finis Terrae, llamado Domadores de historias. Aquí les comparto el comienzo de ese texto, un perfil de Cristian centrado en sus dos libros ejemplares, luminosos, valientes. Si no lo leyeron, corran a comprarlos, que acaban de salir en Chile y en Argentina en una nueva edición de bolsillo.

*          *          *

Nacido en Chile y formado como cronista en Argentina, el aplaudido autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y de Si me querés, quereme transa es un fruto muy extraño, áspero y exquisito; único en el panorama del periodismo narrativo latinoamericano: Cristian investiga como un científico y escribe como un literato.

No conozco ningún periodista latinoamericano que se haya acercado tanto como Cristian Alarcón a los rigores del método antropológico de la observación participante, con su combinación de ciencia y ética.

La diferencia no sólo está en la investigación ‘de campo’. Mientras se sumerge en el mundo de los desconocidos y despreciados, este reportero erudito también se nutre de teoría y literatura y se zambulle como un psicólogo en sus propios sentimientos y reacciones ante lo que descubre. Y al final, cuando está a punto de ahogarse, se eleva a la superficie y escribe como un poseso, como un iluminado.

El periodista narrativo suele ir, ver algunas escenas, anotar y contar lo que vio. Puede escribir como los dioses, pero casi siempre se pasea por la realidad como un turista atento. El antropólogo, en cambio, busca presenciar y averiguar tantas escenas y tantas historias que al final es capaz de armar su tesis doctoral o su libro académico con el convencimiento que da la ciencia. Su problema suele ser el opuesto: tiene muchísimos datos e historias, pero muchas veces le falta el garbo, la elegancia y el nervio de la literatura.

En Estados Unidos, unos pocos periodistas en profundidad, como Ted Conover, J. Anthony Lukas o Peter Matthiessen, han combinado investigación a fondo con gran estilo. Yo al menos nunca había leído a un reportero latinoamericano hacer esto con tal compromiso y maestría. Eso es lo que hace tan especiales los dos libros que hasta ahora ha publicado Cristian Alarcón: Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (Norma, 2003) y Si me querés, quereme transa (Norma, 2010).

*          *          *

Para hacer Cuando me muera quiero que me toquen cumbia se pasó año y medio metido con los ‘pibes chorros’, los jóvenes y niños ladrones, el eslabón más bajo de la cadena de miseria y violencia del país rico y soberbio.

Los pibes chorros tenían un santo propio, el Frente Vital, un chico que murió baleado por la policía y al que le rezaban con desesperación. Alarcón reconstruye la vida y la muerte del Frente, relata escenas tiernas y terribles con los chicos, con los adultos que fueron chicos, mezcla con maestría la vida de la calle, la lógica del robo, la miseria, el no futuro, el embrujo oscuro de la violencia, el sadismo de los policías. La voz que habla siempre es la del narrador y la historia sigue linealmente la cadena de descubrimientos del autor mientras se interna en el submundo de las villas miseria.  

En los años siguientes, Cumbia se convirtió en un libro exitoso, comentado, admirado, pero no salía la secuela. En mis encuentros con Cristian, me contaba que estaba investigando una historia mucho más compleja y cuya escritura debía ser más poliédrica.

Así pasaron siete años. Recién a principios de 2010 emergió el nuevo libro.         

*          *          *

Y sí: Si me querés, quereme transa cumple gran parte de las promesas y expectativas que muchos habíamos depositado en el libro anterior. Cristian Alarcón puede seguir subiendo, claro, pero pienso que aquí llegó a cotas inusitadas en la profundidad de investigación y en el trabajo de la estructura, el estilo, el ritmo, la tersura brillante de la prosa.  

Transa, en el argot de la calle, quiere decir vendedor de droga. La autora de la frase, la que exige que la quieran transa, es la endurecida, práctica, hipersensible Alcira, uno de los personajes más fuertes y dolidos de la literatura argentina. El libro es la historia y el viaje a la inquietante y compleja psiquis de Alcira, quien regentea una casa tomada en permanente construcción, donde vende droga, defiende como leona a su familia y sus incondicionales, e impone su lógica.

El libro es también la historia de Teodoro, el último de los peruanos que se masacran entre sí para quedarse con el negocio, pero que también luchan a punta de pistola por su honor y su dignidad. Cristian Alarcón cuenta la historia de Teodoro, su hermano, sus aliados, sus competidores, sus enemigos en el tenebroso mundo de la controlada violencia de estos narcos que bajaron de las montañas de Perú para adueñarse de una selva urbana en medio de la ciudad que se cree europea. 

 En sus páginas brilla, como en el libro anterior, la prosa poética de Cristian, su forma de relatar escenas vistas y vividas. Pero también se echa más para atrás, para reflexionar y aportar un riquísimo contexto histórico, sociológico, psicológico y antropológico. Y junto con la voz del narrador, surge la brillante construcción de unos ‘monólogos autobiográficos’ de sus protagonistas: Alcira, Teodoro y un puñado más. Son voces que surgen, como si salieran de una lámpara oriental, y destilan el fluido de la manera de pensar y sentir de cada uno. Veo en estos relatos en primera persona la influencia del genial El emperador, el libro seminal de Ryszard Kapusinski.

Por Cumbia, Alarcón ganó el Premio a la Integridad Periodística del prestigioso North American Congress of Latin American (NACLA). Después de Transa le ofrecieron ser director académico del proyecto Narcotráfico, Ciudad y Violencia en América Latina de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y el Open Society Institute.

*          *          *

Pero conocí a Cristian mucho antes de estos logros y honores. Fue en Ciudad de México, en marzo de 2000. Ambos fuimos al primer taller que Ryszard Kapuscinski dio para la FNPI, la vuelta del maestro a Latinoamérica 30 años después de haber cubierto la región para la agencia polaca PAP. Allí Cristian contó su proyecto, y su temor a meterse demasiado. “¿Cuánto hay que meterse con el mundo del que uno está escribiendo?, ¿hay un límite?”, recuerdo que le preguntó al maestro polaco.  

Yo ya sabía que Cristian había empezado en el periodismo por el lado del compromiso personal, sin separar nunca su lucha y sus crónicas. Estudió en la más antigua y politizada escuela de periodismo de Argentina, en la Universidad de La Plata. En 1993, uno de sus compañeros, Miguel Bru, fue secuestrado por la policía de la provincia y desapareció. La necesidad de contar y de luchar por Miguel – a quien llamaron el primer desaparecido de la democracia – movilizó a sus compañeros, y Cristian empezó a escribir del tema en el entonces joven diario porteño Página 12.

Pasó más de una década en Página escribiendo de crímenes, cubriendo y descubriendo los desmanes policiales, después pasó a la revista TXT y al diario Crítica. Desde entonces, sus crónicas salieron en Gatopardo, Rolling Stone, Etiqueta Negra y Soho, pero su corazón se volcó, se derramó sin paliativos en sus libros, extremadamente ambiciosos.

La penúltima vez que lo vi en Buenos Aires Cristian invitó a su casa y me llevó a su placar. Allí me mostró con orgullo las camisetas de su ahijado, Juan. Juan es el hijo de Alcira. La protagonista de su último libro le insistió por años en que él fuera el padrino de su hijo. Después de mucho negarse, aceptó, y la escena en que Juan es bautizado y Cristian se convierte en su padrino es una de las más emocionantes de Si me querés, quereme transa.

Cristian Alarcón tiene 43 años, está en un momento dulce, alto de su carrera, y somos muchos los que esperamos sus próximos libros como a un chaparrón en medio del desierto.

Leer más
profile avatar
12 de febrero de 2014
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.