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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cuentos

Con Marvis Gallant tengo la desagradable sensación de haberme pasado la vida mirando en todas las direcciones posibles salvo aquellas que me hubiesen llevado a ella. Leí hace un montón de años (a toro pasado) alguna de sus crónicas de Mayo del 68 y me prometí que leería cualquier cosa que ella escribiese. Pero desde entonces ha publicado más de cien cuentos (116 según sus incondicionales), dos novelas, una pieza de teatro, una parte de sus diarios y bastantes entrevistas sin que yo haya cumplido mi promesa de leerla. Incluso su muerte, ocurrida hace poco más de un mes, me ha sorprendido con el pie cambiado.

Ella, junto con  Alice Munro y  Margaret Atwood, formaba el trío de  viejas damas canadienses (91, 83 y 75 años respectivamente) siempre a la espera del premio Nobel. El hecho de que el año pasado Alice Munro ganase  el ansiado premio debió de ser un golpe muy duro para la aspirante más veterana,  primero porque sabía que ya no volverían a repetirse las condiciones idóneas para que volviese  a recaer sobre una mujer canadiense y angloparlante (ni siquiera la Atwood pese a su “juventud” tiene muchos motivos para la esperanza) y segundo porque Alice Munro se había declarado reiteradamente alumna y admiradora suya.  Y que premien al alumno por delante del maestro tiene que ser un motivo de satisfacción para éste. Pero vaya.

Aunque en esta misma columna he manifestado varias veces mi admiración por la Munro, en el caso harto improbable de haber formado parte del  jurado que tuvo que decidir entre ellas dos me hubiese visto en un compromiso porque  ambas son unas extraordinarias narradoras.

Lo que sí hay, en cambio, son unas notables diferencias entre sus universos narrativos. Si los cuentos de Alice Munro transcurren en una zona de Canadá perfectamente reconocible   y los protagonistas podrían ser intercambiables (y eso que luego las historias no tienen nada que ver unas con otras) Mavis Gallant era una mujer sin asiento y se le nota. A los veintiocho años dejó el periódico de Montreal para el que trabajaba y se instaló en París  decidida a vivir de la escritura porque, decía, quien no viva de sus creaciones no es un escritor. Muchos de sus relatos transcurren en París, pero también en España, Italia, Alemania y en menor medida Rusia porque hizo un largo viaje por el paraíso soviético y no le gustó nada. Tras un breve y no muy estimulante matrimonio con un músico canadiense decidió de una vez por todas que el matrimonio no era lo suyo y nunca más acomodó su paso al de nadie. En cambio le gustaba meter cuatro cosas en una maleta y echarse a la carretera sin tener bien definidos ni el tiempo que iba a durar el viaje ni la dirección que tomaría. Decía que allí donde iba se encontraba como en casa (aunque en realidad a la edad de cuatro años dejó de tener casa propia debido a la muerte de su padre y al nuevo matrimonio de su madre) y que le encantaba conocer gente nueva y saber de sus vidas. Según ha contado ella misma los personajes de sus relatos ya tenían nombre, estado civil, lugar de nacimiento, profesión y demás rasgos que luego ella modificaba según las necesidades de lo que contaba. Y esa técnica de construcción se trasluce en sus cuentos porque parecen contados por alguien que los ve desde lejos y con el despego de quien está allí pasando el verano.

A veces, y aunque estén ambientados aquí o allá, son autobiográficos, y de ahí que el desarraigo y la lucha por abrirse un hueco en la ciudad desconocida de turno sea un tema recurrente y, como digo, muy personal. Y sin embargo está contado con un despego y una falta de dramatismo que los hace más desgarrados. Pero sin sofocos.  Así esa esposa, dueña de un establecimiento hotelero que ve cómo su marido se distrae cada vez más con las clientas hasta que se marcha con una de ellas, cosa que no altera a la abandonada que sigue llevando el hotel con la misma calma con la que recibe al réprobo unos años después. Se va y vuelve y no importa mucho, como la niña casadera de otro de los cuentos que rompe su compromiso con el novio que le gustaba y se casa con el que dice su madre. Sin problemas.   

Los cuentos ambientados en la España de los años cincuenta están marcados por la falta de dinero y de esperanzas en el futuro. La narradora y tres amigos españoles pasan hambres y miserias pero sin rencores ni peleas. Posteriormente se ha sabido que esos cuentos reflejaban exactamente la situación de Mavis Gallant entonces porque ella le mandaba sus cuentos  a un agente canadiense que se quedaba con el dinero de sus representados (entre ellos Somerset Maugham y Huxley). Es una anécdota pero refleja la técnica de Mavis Gallant para construir sus historias, ya que de la España que ella conoció refleja el ambiente, la derrota moral de sus habitantes y la falta de esperanza pero, aun siendo experiencia propia, ha dejado fuera lo personal. No escribía para ajustar cuentas sino para entender el sinsentido de la existencia. Y justamente por ello algún lector podrá sentirse desconcertado y aun decepcionado, sobre todo si es de aquellos que buscan en la literatura un sentido a la vida porque creen estar suficientemente servidos con la ración de incoherencias y sinsentidos que les depara la cotidianidad.

 

 

Los cuentos

Mavis Gallant

Traducción de Sergio Lledó

Lumen



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30 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Unir y desnuir

Durante una sesión solemne celebrada el 1º de mayo de 1707 en el Palacio de Westminister, los antiguos parlamentos de Inglaterra y Escocia dejaron formalmente de existir para dar vida al nuevo Parlamento de la Gran Bretaña, de acuerdo con el Tratado de Unión del 22 de julio de 1706. Si bien las dos naciones habían compartido monarca desde que Jacobo VI de Escocia heredase el trono de Inglaterra a la muerte de su prima Isabel I —adoptando el nombre de Jacobo I—, habían conservado sus respectivas instituciones y una soberanía casi absoluta sobre sus asuntos internos. De este modo, aunque la unión se celebró de forma voluntaria, muy pronto aparecieron las voces críticas que consideraban que Escocia había pasado a convertirse en una dependencia de Londres. (Hoy, cuenta con una considerable autonomía).

 

            Ese mismo año de 1707, el nuevo rey de España, Felipe V de Anjou, firmó los Decretos de la Nueva Planta que suprimieron los fueros que habían disfrutado los reinos de la Corona de Aragón tras su unión dinástica con Castilla derivada del matrimonio de los Reyes Católicos en 1469. En este caso, la medida no derivó de un acuerdo más o menos amistoso, sino de la Guerra de Sucesión en la cual Cataluña, Valencia y Baleares apoyaron a Carlos de Austria, el odiado rival de los borbones, el cual finalmente sería derrotado en 1710 (aunque los castellanos sólo se harían con el control de Barcelona en 1714). A partir de su implantación, los Decretos le arrebataron a Cataluña sus privilegios y la sometieron a los designios de Madrid hasta que en 1975 se convirtió en una comunidad autónoma con enormes competencias propias.  

            Luego de tres siglos, escoceses y catalanes se aprestan a celebrar sendas consultas para determinar sus deseos de pertenecer a Gran Bretaña y España o de decantarse por la independencia. Pese a la coincidencia temporal —el referéndum en Escocia está convocado para septiembre, mientras que el de Cataluña podría celebrarse en noviembre—, las diferencias entre ambos procesos son enormes, primero porque el escocés ha sido aceptado a regañadientes por Londres, mientras que Madrid considera que el catalán es ilegal (o, en el mejor de los casos, carente de cualquier consecuencia jurídica), y segundo porque los sondeos vaticinan una derrota de los independentistas en Escocia, que se quedarían en torno al 35%, y su victoria en Cataluña, donde recibirían en torno al 60% de los votos.

Así, mientras el XIX fue el siglo de las reunificaciones (y las expediciones coloniales) derivadas del moderno nacionalismo que acababa de nacer, y el XX el de la descolonización articulada a partir de idénticos principios, el XXI se revela como el siglo de la desunión, como si el pacífico divorcio de la República Checa y Eslovaquia —con el ominoso trasfondo de la desintegración de Yugoslavia— fuese el máximo anhelo al que pueden aspirar sociedades como la catalana o la escocesa (o la vasca, o la bretona o la padana).

Aunque los nacionalismos sean unos de los monstruos más perniciosos surgidos al término de la Guerra Fría, su fuerza actual no sólo deriva de las ideologías excluyentes ferozmente enquistadas en distintas partes de Europa o de la crisis económica, sino de la incapacidad de las élites nacionales para negociar en condiciones de igualdad con las élites locales (y viceversa), en lo que supone más bien un lamentable enfrentamiento entre nacionalismos equivalentes. Basta escuchar cómo hablan numerosos dirigentes madrileños de sus contrapartes catalanas para entender la popularidad del independentismo, del mismo modo que basta con escuchar cómo se refieren numerosos dirigentes catalanistas a sus contrapartes “madrileñas” —jamás dirían españolas— para justificar el centralismo. 

            Más allá de sus resultados, las aventuras independentistas de Escocia y Cataluña ponen en evidencia tanto la fragilidad de las identidades nacionales  —a fin de cuentas ficciones al servicio de unos cuantos— como la perversidad de un sinfín de políticos que no han encontrado mejor forma de acrecentar su popularidad que exacerbando los prejuicios más arraigados de sus electores. El vacío de nuestro discurso político, incapaz de articular nuevos modelos de sociedad en frente a la devastadora crisis del capitalismo que nos aqueja, es el responsable de que, en plena era de la globalización, se derrochen tantas energías en defender banderas, himnos e insignias que no traen a la memoria más que los ecos de infinitas batallas y de sangre.  

 

Twitter: @jvolpi



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30 de marzo de 2014
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La historiadora Aviva Chomsky se mira en el rostro de los migrantes latinos en EE.UU.

Pocos intelectuales de Estados Unidos han comprendido tan a fondo la lucha de los trabajadores, las comunidades campesinas e indígenas y los oprimidos en América Latina, y sus nuevas luchas desiguales como inmigrantes en Estados Unidos. Desde hace cuatro décadas, la historiadora Aviva Chomsky cumple un triple papel: como académica, como divulgadora de verdades incómodas y como activista contra el olvido en su país.  

Visité a Chomsky en el verano de 2009, durante la investigación para mi libro Crónicas bananeras. Escribí para mi obra una crónica de mis entrevistas con ella y la lectura de sus libros. Al final, Crónicas bananeras resultó demasiado amplio y abarcativo, y entre muchas otras cosas, ese relato de mi día con Aviva en Salem, Massachusetts, se cayó del libro.

Hoy lo recuperé, corté unas cosas y cambié otras, y quiero compartirlo con ustedes. Los temas de Aviva Chomsky – la globalización y su efecto en los trabajadores, la inmigración, el efecto de las políticas públicas y privadas de EE.UU. en sus vecinos del sur – siguen estando vigentes.

La brillante y lúcida prosa de esta gran intelectual pública nos sigue enriqueciendo. Aquí, entonces, la crónica que escribí tras esa visita al pueblo de Aviva Chomsky.  

*          *          *

 “¿A quién reconoces?”, me pregunta Aviva Chomsky frente al mural, en una tranquila calle en las afueras de la pequeña ciudad de Salem, Massachusetts.  

La pintura colorista y vital representa una calle del barrio, con edificios como cajas con gente. Los edificios del mural son muy parecidos a los bloques de pisos que hay atrás, como si fuera una visión expresionista del paisaje que lo rodea. La gran diferencia es que los edificios pintados están doblados, arqueados, como si estuvieran discutiendo o bailando. Otra diferencia es el paisaje: en la calle pintada en el mural, unos campesinos venden comida como si estuvieran en un pueblo de Centroamérica.

En el primer plano de la pintura, a la derecha, un edificio abierto, sin pared frontal, muestra la vida de dos familias de inmigrantes latinos. Las personas tienen facciones definidas, como si hubieran querido representar a gente real del barrio. La estética se coloca en algún punto entre el infantilismo didáctico de principios del siglo XX y el cómic actual.

Pero lo que más me llama la atención es la escena que cubre casi toda la mitad izquierda: un coche descapotable viene hacia el observador. Al volante, una joven rubia de sonrisa misteriosa. A su lado y en los dos extremos de asiento trasero, tres adolescentes latinos. Entre dos de atrás, un señor de pelo cano y bigote blanco.

“¿Ese no es…?”, le digo, dubitativo.

“Sí. Es Gabriel García Márquez. Lo pintaron los alumnos dominicanos del colegio público. Se representaron a sí mismos como pasajeros, con Gabo en medio. La que conduce el auto es su maestra, Carmen Ruiz”.

Nos quedamos unos minutos mirando el mural. Entonces noto, en la orilla derecha, casi saliéndose del cuadro, la cara de perfil de un barbudo que canta.

“¿Es…?”

“Sí, ese es Juan Luis Guerra. A estos chicos dominicanos les encanta su música”.

*          *          *

Entiendo por qué Aviva Chomsky quiso dar un rodeo en la caminata hasta su casa para traerme a ver este mural. Es un retrato en positivo de los sueños de los jóvenes inmigrantes: la pintura muestra el talento de estos chicos, su mirada que une lo de allá y lo de acá en una síntesis personal. Los personajes de García Márquez y Guerra, sus referentes artísticos, aparecen como razones para el orgullo de su identidad latina. Pero la clave, me dice Chomsky, es el personaje de la conductora del descapotable. Sin la maestra, el mural y el proyecto de vida de los chicos que lo hicieron no serían posibles.

Aviva Chomsky entrevistó a la maestra Carmen Ruiz para su último libro, Linked Labor Histories (Historias de trabajo vinculado, o historias vinculadas de trabajo). En el libro reproduce el mural, en una página donde la maestra, puertorriqueña, explica cómo no se ve reproduciendo modelos y enseñando listas, sino como una activa participante en la formación de una comunidad. Para eso tiene que hacer que los niños dominicanos piensen en quiénes son, por qué están en Salem, de dónde vienen y a dónde quieren ir.

Linked Labor Histories muestra la enorme complejidad de las estrategias de capitalistas y obreros a lo largo del siglo XX, centrándose en las profundas y cambiantes relaciones entre la costa de Nueva Inglaterra, en el norte de Estados Unidos, y la costa caribeña de Colombia. Este libro de Aviva Chomsky, profesora de historia en Salem College, es un relato muy ambicioso y logrado de cómo la industria textil primero y la del carbón después han movido a lo largo del siglo XX a miles de trabajadores, inversiones, materias primas y productos manufacturados a través de fronteras y atravesando barreras sociales, lingüísticas y culturales. El largo camino que llevó a estos adolescentes de República Dominicana a este pueblo colonial de Nueva Inglaterra.

El caso de la formidable industria textil de Nueva Inglaterra le sirve para demostrar que la globalización no es un fenómeno reciente, sino que los empresarios han movido desde hace siglos capitales, máquinas, procedimientos y trabajadores de un país a otro según su conveniencia. Para bajar costos y subir sus beneficios ‘importaron’ trabajadores, y cuando esto no fue suficiente, ‘deslocalizaron’ sus industrias y despidieron a los trabajadores.

*          *          *

Irónicamente, como refleja con palmaria claridad el libro de Chomsky, los mismos empresarios que traían trabajadores ‘baratos’ a Estados Unidos eran fervientes defensores del nacionalismo y apoyaban a candidatos políticos que proponían quitar derechos a los mismos trabajadores extranjeros que ellos utilizaban. Luego, cuando eran ellos mismos los que deslocalizaban sus industrias, apoyaban campañas xenófobas contra los países de los que ellos se beneficiaban.

El relato de la exacerbación de la violencia en la región de Urabá en Colombia, región bananera por excelencia, marca la línea directa que va desde las estrategias de la United Fruit Company que conté en la primera parte de este libro, usando y citando muchas veces a Chomsky, y los intereses y prácticas de las multinacionales actuales.

La información más controvertida y novedosa que aporta Linked Labor Histories es la alianza entre estos empresarios norteamericanos, los gobiernos de EE.UU. y los sindicatos mayoritarios del país. El libro se detiene a analizar la connivencia de la AFL-CIO con los intereses y maniobras del Departamento de Estado y de las grandes corporaciones, muchas veces en directo conflicto con las luchas desiguales que libraban los sindicalistas locales. Y relata los tímidos intentos de sindicatos minoritarios y líderes rebeldes de AFL-CIO para desmarcarse de esa política y trabajar conjuntamente con los obreros de Latinoamérica.

*          *          *

Yo sabía que quería visitar a Avi Chomsky desde que leí su libro Obreros de las Indias Occidentales y la United Fruit Company en Costa Rica (1870-1940), una versión adaptada a libro y ampliada en su marco histórico de su tesis de doctorado. Chomsky, nacida en Boston en 1957, es hija del célebre lingüista y polemista de izquierda Noam Chomsky, pero no le gusta que le mencionen a su padre en entrevistas sobre su propia obra. Y ni falta que hace: en las tres décadas que lleva estudiando la historia de las relaciones laborales, con énfasis en el trabajo inmigrante y los movimiento transfronterizos, se convirtió en una voz insustituible en el actual debate económico y político en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

Estar en la pequeña universidad de Salem, me explica, la aparta de la ruta hacia las grandes cátedras de los centros de referencia, como el vecino Harvard, pero le permite hacer activismo político-social y tomar su trabajo como una vía hacia el cambio y el entendimiento de los problemas.

Por eso pudo escribir, en 2007, en plena batalla por los derechos de los inmigrantes, un alegato a la vez lleno de pasión y brío y colmado de datos duros, argumentos fríos y razones incontrovertibles. Cuando el gobierno de George W. Bush proponía perseguir y quitar derechos fundamentales a los trabajadores sin papeles y sus familias, Chomsky publicó They Take Our Jobs! (¡Nos quitan nuestros empleos!) y otros 20 mitos sobre la inmigración. Es un manifiesto que presenta, evalúa y destruye uno a uno los prejuicios, las mentiras y las tergiversaciones sobre las que se basa la campaña anti-inmigración.

Como en su título, cada capítulo está titulado con la expresión más directa y clara de un mito (como ‘Los inmigrantes no pagan impuestos’, ‘Los inmigrantes compiten con los trabajadores locales con poca formación y hacen bajar los salarios’, ‘Estados Unidos tiene una política muy generosa con los refugiados’, ‘Estados Unidos es una olla de cocción que siempre dio la bienvenida a inmigrantes de todo el mundo’, ‘Los inmigrantes no quieren aprender inglés y la educación bilingüe agrava el problema’, o ‘El pueblo norteamericano se opone a los inmigrantes y las posiciones en el Congreso reflejan esa actitud’). 

Como historiadora, relata con datos y documentos la fundación de la nación basada en el exterminio de los indígenas, la persecución de inmigrantes irlandeses e italianos y las dificultades casi insalvables que tienen los perseguidos por regímenes dictatoriales, con la enorme excepción de los cubanos, de quedarse.

Con datos económicos demuestra que los inmigrantes aportan más a la economía que lo que sacan, y que la política de bajar salarios nos los favorece y en cambio beneficia a los empresarios, con la connivencia de los gobiernos. Y así sucesivamente. Es un libro claro, lúcido, que toma los argumentos que no comparte con seriedad y nunca insulta o estigmatiza a los contrarios. Aspira a ser leído por los trabajadores estadounidenses, víctimas de las campañas anti-inmigración de la prensa conservadora y los políticos de derecha.

*          *          *

Para encontrarme con Avi Chomsky vine al pueblo costero de Salem, a un par de horas de Boston. Salem es famoso por las brujas: en 1692, en un delirio de fanatismo religioso, 25 mujeres fueron acusadas de brujería y ejecutadas. En 1955 se estrenó The  Crucible (Las brujas de Salem), una de las obras más conocidas y representadas del dramaturgo Arthur Miller. Miller transformó el juicio de los puritanos, donde los vecinos de Salem fueron obligados a declarar contra las supuestas brujas con torturas y bajo amenaza de ser acusados ellos también si no lo hacían, en una alegoría de los juicios por comunismo que el senador Joseph McCarthy estaba llevando a cabo en esos años. Desde entonces, la historia sobrevive como símbolo de la barbarie del fanatismo y la persecución, y Salem es visitado por millones de turistas, que se atiborran de souvenirs brujeriles.

El centro de la ciudad, donde está mi hotel, el legendario The Hawthorne, es un laberinto de callecillas donde ya nadie sabe cuáles son las auténticas casas coloniales y cuáles las modernas imitaciones. De los souvenirs no hay duda: casi todos los de plástico.

Aviva me pasa a buscar por The Hawthorne y vamos a tomar café a un bar universitario de las inmediaciones. Pedimos, para ponernos en tema, sendos ‘banana cakes’. Ella me cuenta de su implicación desde la adolescencia con los movimientos de izquierda, y en concreto con la lucha por los derechos de los trabajadores agrícolas mexicanos que llevó a cabo en los setenta el líder sindical César Chaves, a quien muchos consideran el Martin Luther King de los derechos de los inmigrantes latinos.

A los 18 años, en su primer año de universidad, Aviva ya participaba en campañas en las puertas de grandes cadenas de almacenes para que los clientes no compraran verduras de fincas que no aceptaran trabajadores afiliados al sindicato de Chávez. Acabado ese primer año de universidad, dejó las aulas y se incorporó a la lucha. “Fue mi momento de concientización en muchos sentidos; no pensaba en lo que querría hacer en el futuro, sino que vivía el presente”, me cuenta.

En 1987, vuelta a los estudios, Nicaragua atrapa su atención: ve en la lucha contra la dictadura de Somoza el afán de un pueblo pequeño por su liberación y la posibilidad de pelear dentro de Estados Unidos para que su gobierno cambie de política.

“Ni en esa época ni ahora sentí ninguna contradicción entre mis objetivos profesionales y mi trabajo político”, me aclara. Desde entonces, su trabajo para cambiar la política de su país en el mundo se centró en Latinoamérica, “porque era la región más afectada por los políticas norteamericanas”.

En lo académico, se vinculó con latinoamericanistas y por esa época le vino la idea de centrar su trabajo doctoral en la historia de la United Fruit Company. Quiso combinar su lucha política con la investigación asentándose en Nicaragua, pero pronto vio que no tendría las condiciones mínimas para trabajar, y se mudó a Costa Rica.

El tema en que la tesis de Aviva Chomsky innova y marca nuevas vías de investigación es en la relación entre la política de salud de la United Fruit Company y la cultura en ese sentido de los inmigrantes jamaiquinos.

En los documentos encontró un tema fascinante: la compañía se ufanaba de traer la salud, la ciencia, la modernidad al trópico, con sus hospitales, medicinas y médicos importados. Pero las organizaciones de trabajadores, sus líderes religiosos y muchos trabajadores y trabajadoras a nivel individual emprendieron una lucha para liberarse de ese sistema de salud. ¿Por qué estos trabajadores rechazaban el moderno sistema de salud de la compañía?

*          *          *

Para la compañía, el problema central era la malaria: le hacía perder trabajadores y horas de trabajo, que era lo que le importaba. Pero no estaba dispuesta a emprender las reformas en las casas y habitaciones, en las horas de trabajo, en la alimentación y en las condiciones generales de vida que prevendrían esta enfermedad. Los blancos, bien alimentados y que vivían en sitios salubres y cómodos, casi no sufrían de malaria. A los trabajadores negros les recetaban quinina, pero sólo producía efectos secundarios nocivos: los beneficiosos funcionan cuando el cuerpo está sano.

Los médicos de la compañía, en cambio, promovían cambios de hábitos que iban directamente en contra de la cultura caribeña de las familias de los trabajadores, y en algunos casos, como su insistencia en darle a los bebés leche envasada traída de Estados Unidos en vez de leche materna, era un error médico.

El relato de Chomsky de la lucha, primero desorganizada e individual, luego más orgánica, de los trabajadores contra las imposiciones de salud de la compañía es un avance enorme en la historiografía bananera. Ataca directamente uno de los pocos logros obvios de los que la UFCO podía presumir, al constatar que su amplia y sistemática política de salud estaba basada en premisas equivocadas, tenía bases racistas y etnocentistas, y terminaba siendo ineficiente por no considerar la salud como un problema social.

A finales de los ochenta, Aviva se instaló un año y medio en Costa Rica, hurgó en archivos en San José y viajó muchas veces al Caribe.

“Me sorprendió el nivel de pobreza y destrucción que la compañía dejó de los lugares por donde había pasado”, me dice.

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Caminamos desde la cafetería hasta el puerto y bordeamos la bahía. Me cuenta que anoche estuvo enseñando inglés a un grupo de inmigrantes guatemaltecos, que trabaja en ayuda solidaria a grupos de derechos humanos de esos países, apoyo legal y de integración, como clases de idiomas, y que no ve su investigación como algo diferente de estas tareas de voluntaria y militante.

Sobre el agua, para aprovechar su paso, se alza aún la vieja fábrica textil de la ciudad, abandonada. Aquí trabajaban los inmigrantes colombianos que habían aprendido con las mismas máquinas en fábricas instaladas por la misma empresa en su país. Seguimos caminando y nos topamos con la enorme planta generadora de energía. “En los ochenta recibía carbón de minas de Colombia que destruían bosques, aldeas y dejaban a la gente con el único futuro posible de la emigración”, me explica.

Voy viendo claro esto de las historias laborales interrelacionadas: es como el cuento del aleteo de la mariposa en China que provoca un tsunami en Perú, pero contada por Karl Marx.  De la esquina del mural con García Márquez, Juan Luis Guerra y la maestra, seguimos camino hacia la casa de Avi y su familia.

Es una pequeña pero robusta casa de dos plantas, con piso de madera vieja y muebles rústicos, llena de libros y papales en las mesas, en el suelo, por los rincones. Avi se quita los zapatos y yo la imito. Va a un estante lleno de sus obras y me regala ejemplares de Linked Labor Histories y de They Take Our Jobs! Tiene varias copias de su libro de la UFCO en Costa Rica, pero yo ya lo había comprado por Internet, a precio de oro. 

En la sala hay un piano de madera percudida, vivida. Parece tan rústico como el banco de la cocina y el piso. Me acerco a ver qué aprenden a tocar sus hijos: una sonata de Mozart y Blowin’ in the wind, de Bob Dylan.

Desde la cocina me ofrece té. “¿Qué té quieres?”, me dice en su melodioso acento centroamericano, con un levísimo deje inglés.

Casi sin pensarlo, le digo: “Voy a escribir sobre vos, así que voy a tomar lo mismo que te sirvas, para conocerte mejor”.

Vuelve a sonreír, y aparece con dos jarros de cerámica artesanales. El té es negro, deliciosamente amargo, y nos lo tomamos sin azúcar, sin leche y sin quitar el saquitos. Así, con cada sorbo el sabor es más fuerte. 

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29 de marzo de 2014
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España en vela

La luz de los fanales era capaz de ahuyentar el absurdo borgiano de brillar cuando aún prende la última luz de la tarde. El haz dorado refulgía sobre la cola, que cruzaba la regia Alcalá. En el Banco de España doblaba de nuevo, hasta las puertas del Congreso, formando una doble cadena que anillaba a millares de personas. Una cola silenciosa con vasos de Starbucks y mucho paraguas. Los guardias con chalecos amarillos parecían conmovidos. La liturgia urbana, paciente, embriagada del deber de presentarle honores a Suárez, se acrecentaba a medida que caía la noche. Porque hoy, ya no importa tanto qué se hizo mal como lo que se hizo bien para poder dormir sin un arma debajo de la almohada. La gallardía, el encanto, el coraje, incluso las pícaras heterodoxias de Suárez se iban desgranando en todos los foros, mientras la ciudadanía se santiguaba o bajaba la cabeza frente al féretro, con el ritmo ligero que marcaba la ujier. “A los Calvo-Sotelo los saludaré dentro”, decía Adolfo Suárez Illana a Tere Cunillera, una de las veladoras del Congreso. Y ante las cámaras departieron en círculo, hermanados ante la doble pérdida. Entraban y salían Celia Villalobos, Carmen Alborch o Rosa Díez, y chocaba el luto riguroso en esas mujeres multicolor. Felipe González se plantó dos minutos eternos, como si hablara con él en silencio; Mas pareció rezarle un padrenuestro antes de soltar su discurso. En una esquina del vestíbulo del Salón de los Pasos perdidos -no podía rezar mejor nombre para acoger tamaña despedida-, Francisco Camps, sueltísimo y bronceado, departía con Núñez Feijóo con tal deportividad que parecían encontrarse en La isla de los políticos. No hay funeral sin chismorreo, una especie de mirador por el que desfilan rostros y apellidos. “¡Qué bueno está el negro, el marido de Sonsoles!”, decían unas señoras. A un lado se sucedía el ritual solemne, con el féretro escoltado por los cuerpos de seguridad del Estado; al otro, los nietos del presidente, bien parecidos como el abuelo, morenos abulenses con aires de galán, besaban a unos y a otros demostrando maneras de buena familia. Hijas, nueras y novias, con ojeras y Ray-Ban. A lo largo del día se había intensificado el aroma fúnebre de las rosas blancas. También había calado la honda tristeza del Rey, que desplegó el collar de la Real Orden de Carlos III con gesto delicado, puro afecto. La infanta Elena, que se santiguó como nadie, alta y rotunda, llevaba la melena desatada como símbolo de su creciente popularidad, mientras que el Príncipe y Letizia empatizaban con los hijos de Suárez, mucho menos envarados que los políticos. El torero Padilla, incansable, con su parche en el ojo, su patilla decimonónica y un manojo de pulseras de colores. Le venía bien al ambiente su aire de autenticidad y rareza. La cola palpitó hasta las dos de la madrugada, ajena al mundanal frufrú de la clase política, la aristocracia y los periodistas. Y alrededor de los Benlliures, la nostalgia de un liderazgo carismático se convertía en mantra. En el salón donde se perdieron los pasos del “puedo prometer y prometo”. No hay atajos Gwyneth Paltrow y Chris Martin anuncian que se separan, y demuestran, una vez más, que el amor no tiene atajos. Y más que líquido es gaseoso. Parecían la pareja ideal: tan guapos, tan rubios, tan arty. Y en cambio se hacen añicos, aunque en lugar de separarse “se desacoplen”. Ella y su blog arrasan con sus recetas y consejos de nutrición y decoloración. Mientras, se han filtrado sus affaires con señores muy ricos. Me contaron que la última vez que él visitó Madrid con su banda, compartió copa y cosquillas en los ojos con Russian Red, a quien el papel de reina del indie español se le ha quedado pequeño. Lourdes-Russian ha decidido mudarse a Siverlake, el barrio de moda de L.A., y se ha teñido de rubia. ¿Siguiendo los consejos de Gwyneth? Felices 40 Es guapa de libro. Y una socialité que no falta en ninguna fiesta de alcurnia.Y una de las pocas compatriotas que siguen desfilando en la alta costura (el pasado febrero, para Stephan Roland), Nieves Álvarez cumple mañana 40 esplendorosos años, esa edad en la que una mujer ya puede lucir alta joyería y soltar algún taco. Es la única modelo española que desfiló con el gran Saint Laurent, y fue portada del Vogue París. En España se ha dado un fenómeno que merecería ser bien explicado: desde Mascó, Ponte, Silva, o las algo más jóvenes Martina Klein y Vanessa Lorenzo, nunca la profesión se había alargado tanto ni mostrado sus tentáculos. Han sabido convertir su nombre en marca. Ríete de la Crawford. ¡Vivan los bávaros! Guardiola no le teme a la mermelada de arándanos, al pan negro ni a las chuletas de Sajonia. Mientras algunos compatriotas regresan, incapaces de soportar la rectitud germánica a pesar de los anuncios de una Claudia Schiffer empeñada en que prefiere a un alemán (como marca de coche), él ya ha hecho campeón al Bayern. Fiel a su estilo -pese a que críticas y envidias se van haciendo globales: que si su fútbol es aburrido, que si es un falso gurú…- demuestra un savoir faire que ya quisieran muchos líderes patrios. Habla alemán e incluso se ha disfrazado de bávaro para la fiesta de la cerveza: con pantaloncito corto y sombrero típico, jarra en mano. Lo suyo siempre ha sido la victoriosa empatía. Ladran, luego cabalgamos. (La Vanguardia)

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29 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El emperador y el Papa

El chispazo entre estos dos hombres tiene siempre algo de excepcional. Uno representa el mayor poder terrenal y el otro el mayor poder espiritual. El primero se mide por su riqueza económica, tecnológica y científica, poderío militar y capacidad de penetración cultural. El segundo por el número de seguidores, la fuerza histórica del mensaje espiritual y la influencia moral que ejerce más allá de su propia religión. No es fácil la sintonía entre dos poderes tan extraordinarios, pero que se despliegan en planos distintos y a veces contradictorios. En cuestiones de paz y de guerra, casi nunca consiguen encontrarse, ni siquiera cuando ambos se hallan exactamente en la misma longitud de onda. Las disonancias son frecuentes en cuestión de costumbres y moral sexual. También en política internacional, donde Estados Unidos tiende al unilateralismo mientras que el Vaticano es multilateralista por definición. Pero cuando Washington y Roma entran en resonancia, cosa que sucede en pocas pero excepcionales ocasiones, el desorden del mundo parece súbitamente compensado. La primera ocasión en que sucedió tal fenómeno fue con Ronald Reagan y Karol Wojtyla, emparejados en su combate contra la Unión Soviética. Uno con su guerra de las galaxias y el otro con las intangibles divisiones acorazadas de la fe anotaron en su haber la victoria sobre el comunismo. Algo parecido sucedió, aunque con resultados mediocres, entre George W. Bush y Joseph Ratzinger, el neocon y el teocon, emparejados en la lucha contra el relativismo moral. Ahora el primer encuentro esta semana entre Barack Obama y Jorge Bergoglio apunta a una nueva sintonía entre la Casa Blanca y el Vaticano por su similar preocupación ante las crecientes desigualdades económicas que sufre el mundo. Obama y Bergoglio tienen más cosas en común que quienes les antecedieron en este tipo de encuentros. Ambos son americanos e innovadores: Obama es el primer presidente afroamericano y Bergoglio el primer Papa no europeo. Hablaron de inmigración, nos dicen las notas de prensa, y debieron hacerlo con conocimiento de causa: los dos son hijos de inmigrantes, uno de Italia y el otro de Kenia. También ambos conocen los suburbios, uno de Buenos Aires y el otro de Chicago, y saben lo que es el trabajo social y la vida modesta. Reagan y Wojtyla eran dos magníficos actores, con capacidad de comunicar y encarnar el final de la época bipolar que abrió las puertas de la libertad al bloque soviético. Bush y Ratzinger representaban muy bien las elites conservadoras blancas, inquietas ante el desplazamiento de poder en el mundo y el retroceso de los valores tradicionales. Obama y Bergoglio, hijos ambos de la clase media, expresan en su sintonía los desvelos de las nuevas clases emergentes globales que pugnan por salir de la pobreza no siempre con éxito.



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29 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Abracadabras para Julia

Ha aparecido maquillada y sin la trenza de los capítulos anteriores para decir que se presenta al campeonato presidencial. Sus críticos ya denunciaron su estudiada aparición sin maquillaje en la plaza Euromaidan. Parece que los votantes aún la quieren menos que al boxeador Klitschko, y andan los dos rondando el ocho por ciento de incondicionales. El rey del chocolate y la televisión, Proschenko, que financió el jolgorio naranja antaño y la madianía  hogaño, aún no se ha apuntado al concurso, pero ya tiene más partidarios que los dos tempraneros juntos. Quizá ni siquiera se apunte y se limite a dirigir el cotarro.
A Julia, muchos la ven como parte de la sempiterna oligarquía, y a Klitschko, como al típico actor que quiere hacer de presidente. De momento, ya ha anunciado que no va a pegarle un tiro a Putin, ni a quemar Rusia, como dice que hará Julia. Tampoco se volvió, dice, ucraniano de mayor, como Julia, que  fue el siglo pasado morena y monolingüe prorrusa y de las juventudes comunistas y lo que te rondaré. En fin, que parecen pasar muchas cosas, pero cualquiera sabe si  no serán todo el rato las mismas.


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28 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Inseguridad

Leo en el blog de Trapiello la lista de libros leídos y recomendados por Azorín. Me extraña que no salga Saavedra Fajardo, de cuya lectura le acusó Baroja. Se ve que lo dejó inseguro al hombre. Es notable que un autor pueda ser acusado por otro, públicamente y encima en el periódico, de leer con gusto y provecho determinada obra, y que con eso consiga hacerle comportarse como convicto de alguna bajeza. El mundículo de los escritores.


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27 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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