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Eder. Óleo de Irene Gracia

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55. Iris e inteligencia artificial

 

 

La máquina aritmética produce efectos que se acercan más al pensamiento que todo lo que hacen los animales; pero no consigue nada que pueda decirse que tiene voluntad como los animales.

Blaise Pascal, Pensamientos (1662), nº 741

 

 

[1. No pensamiento, sino cálculo]

 

Es curioso cómo podía acertar tanto el prospectivista estadounidense John Naisbitt, que declaró hace ya mucho tiempo que "los progresos más excitantes del siglo XXI no se producirán a causa de la tecnología, sino de un concepto expansivo de lo que significa ser humano". La interacción máquina-hombre alcanza un estatus preocupante cuando el propósito tecnológico es la humanización de la máquina, dotándola de pensamiento similar al humano. Terreno en el que todas las noticias son de constantes grandísimos avances desde los años setenta, sin que hasta el momento -por fortuna- hayamos tenido pruebas definitivas (o noticias de ellas). Una de las razones de esa lentitud en el logro de la IA, como generalmente se conoce a la Inteligencia Artificial, puede ser el intento continuado de aplicar a las máquinas patrones humanos de conducta, en vez de buscar una inteligencia "maquinal" per se: "Los investigadores intentan entender cómo opera la mente humana, cómo llega a tomar decisiones a base de una información parcial o deshilachada, y cómo se combinan la intuición y la razón. Esta labor ya ha dado sus resultados en importantes aplicaciones, como los ‘sistemas expertos' (máquinas que almacenan y manipulan conocimientos imitando a expertos humanos) y modelos de reconocimiento"[1], decían Hazen y Trefil. Mientras permanezcamos dentro del terreno de las aplicaciones podemos estar tranquilos. Los mismos autores sostenían que esa inteligencia no puede aún sobrepasar el cálculo superior que permite la estructura de la máquina, lo que hizo posible aquel terrible triunfo parcial de la computadora Deep blue sobre un perplejo Gary Kasparov. Pero, a pesar de que algún profesor de Cambrigde relacionó el cálculo de un modo íntimo con el análisis (véase La barbarie de la ignorancia, de George Steiner) y aun conociendo los propósitos de Leibniz de hacer una máquina lógica basada en otra de calcular, el físico Penrose nos ha tranquilizado al respecto, aseverando que cualquier relación entre el pensamiento y el cálculo no responde al concepto actual de este último; aunque no lo descarta si es a través de la matemática de conjuntos o de alguna aplicación anumérica. En cuanto ambas, apunta Penrose, no han llegado aún al desarrollo necesario, su aplicación a los ordenadores es impracticable a larguísimo plazo. Ni siquiera la larvaria "lógica borrosa" puede, en su escala de grises, producir colores por sí misma. De hecho, John R. Searle prefiere emplear la terminología "conocimiento simulado", por no ser el de la IA un conocimiento equiparable al humano.

 

 

 

[2. Deep Blue y el Test de Turing]

 

Ninguna máquina ha superado el llamado test de Turing, el célebre examen creado por Alan Turing para diferenciar las máquinas de las personas; muy discutido por Searle, está en la base de la película Blade runner, de Ridley Scott, entre otras ficciones. John L. Casti, sin embargo, sí consideraba en El quinteto de Cambrigde que la victoria parcial de Deep blue y el reconocimiento por parte de Kasparov de una "inteligencia extraña" en la máquina, puede llevarnos a la conclusión de que el superordenador llegó a pasar, de alguna manera, el test de Turing[2]. En contra de esta opinión se manifiestó Mario Bunge, quien desconcertó al matemático Stanislaw Ulam, defensor de la capacidad reflexiva de los ordenadores, al preguntarle si éstos podrían crear un problema nuevo. La resignada respuesta de Ulam fue, por supuesto, "no". El mismo Bunge escribe con acuidad que "una cosa es el juego de ajedrez, otra la lucha por la vida"[3].  De momento, "un ordenador jamás habría prescrito cortar de un certero golpe el Nudo Gordiano"[4], como sintetiza el filósofo Félix Duque; o, lo que es lo mismo, las máquinas carecen de intuición. Otro problema de la IA es que es incapaz de reproducir el "darwinismo nervioso" y la competición entre subrutinas cerebrales explicados por David Eagleman[5].

 

Isaac Assimov solía decir que en tanto no sepamos -y no sabemos del todo, aunque cada vez sepamos más- cómo funcionan la memoria, la inteligencia o la imaginación, cualquier intento de traspasarla a otro ser es inviable, porque el ordenador depende de nuestra programación[6]. Además, aquí no hablamos de lo que Norbert Wiener, el fundador de la cibernética, llama una "desviación significativa", por la cual el programador de un ordenador de ajedrez comprobase que el ordenador se le parece, con lo cual habría que hablar de desviación "evolutiva"[7]. Hay dificultades añadidas para lograr una IA operativa, expresadas claramente por J. G. Ganascia en su libro La inteligencia artificial: se requiere lógica para construir máquinas inteligentes, "ahora bien, la lógica no podría comprenderse sin el estudio de los filósofos que se han interesado en las nociones de sentido, verdad y referencia". Es decir, que la dotación de inteligencia conllevaría una larguísima serie de consideraciones previas: habría que dotar a la máquina de un sentido moral, lo que llevaría aún más tiempo que dotarla de lógica. Hacer de un pedazo de materia algo inteligente que supiera utilizar su potencia racional requeriría de toda una vida, como sucede para los humanos. Y luego está el problema, detectado por Gödel, de que Turing no tuvo en cuenta el problema de la plasticidad neuronal a la hora de sus consideraciones sobre la máquina pensante, como recuerda Javier Fresán: "en el transcurso de una demostración, los sistemas formales no sufren modificaciones, ni tampoco las máquinas durante un cálculo, pero nada permite asegurar que la mente, que está viva, no cambie al hacer razonamientos. Por tanto, jamás podrá ser reemplazada por un ordenador" (Javier Fresán, El sueño de la razón. La lógica matemática y sus paradojas; RBA, Barcelona, 2011, p. 133). A pesar de ello, no faltan optimistas: "No es inconcebible que se puedan crear máquinas más potentes que el cerebro humano. Se dice que los ordenadores no tienen alma, pero, ¿cómo saberlo?" (Jerome Wiesner). Bien, de momento, y en el caso de que tengan espíritu las máquinas, al menos todavía no les ha dado por unirse en una congregación fanática. Además, el hecho en sí peligroso no es que una máquina fuera inteligente; el problema vendría - un supuesto todavía mucho más difícil- si una de esas máquinas llegara a tener lo que el biólogo Richard Dawkins entiende como presupuesto para la existencia de vida: la posibilidad de autoduplicación; esto es, que la máquina encontrara en sí su "código genético" y pudiera insertarlo en otra[8].

 

Enric Trillas ha entendido que la autoduplicación no es necesaria y que bastaría con la "autoprogramación", de forma que un sistema complejo decida no crear otro, sino volverse más complejo para sobrevivir, tal y como hace la burocracia[9]. No creamos que no se han producido avances serios al respecto. En el libro de Sherry Turkle La vida en la pantalla, escondido en una nota al pie en la página 378, puede hallarse el terrible y a la vez asombroso experimento de von Neumann, por el cual este prestigioso matemático consiguió un programa autorreplicante, en el que las reglas de "evolución" de la máquina tenían las mismas capacidades de supervivencia y adaptación que los seres biológicos. Los ingenieros Chou y Reggia diseñaron autómatas celulares[10], y un equipo de la NASA en 1980 pensó en implantar en la Luna una factoría autorreplicante; el físico Tipler advirtió que no era buena idea, pues acabaría colonizando la galaxia entera. Ese sería el modo en que se harían realidad las tesis de rebelión anticipadas en R.U.R. (1920), de Karel Capek, y el momento de ir pensando en mudarse a Marte. Steven Spielberg destrozó en su película A.I. (2001) un precioso proyecto de Kubrick, que en sus líneas originales imaginaba unos robots del futuro que intentan reconstruir la educación sentimental del ser humano para utilizarlo como superjuguete, en la línea de la novela adaptada de Aldiss. Pero esto ya es ciencia ficción.

 

 

 

 

[3. Iris]

 

El narrador Edmundo Paz Soldán acaba de publicar la novela Iris (Alfaguara, 2014), en la que desarrolla alguno de estos aspectos, pero desde una perspectiva futurista en la que los problemas técnicos ya están superados; es decir, la cuestión no reside en la posibilidad de crear la IA, sino simplemente cómo usarla y con qué límites. Este tema, amén del propio Paz Soldán en El delirio de Turing (2003), también había sido abordado en la narrativa hispanoamericana por Enrique Prochazka (Test de Turing, 2005) y Mike Wilson (El púgil, 2008), entre otros. El relato de Prochazka  está protagonizado por Gottfried, un prototipo que es capaz de defender filosóficamente su identidad individual[11], de la misma forma en que lo hace, a lo largo de toda la novela, el narrador de Génesis (2006), de Bernard Beckett. En esta novela, según vimos en La literatura egódica, uno de los androides protagonistas llega a decir: "cuando entré por la puerta a la mañana siguiente, era totalmente nuevo. Ni un solo cable, ni un solo circuito eran los mismos. (...) El otro yo está temporalmente desconectado. Espero que algún día no muy lejano me ofrezcan la oportunidad de conocerme a mí mismo"[12]. También citábamos allí como ejemplos similares Memorias de un hombre de madera, 2009 y Flores para un cyborg (1997), de Diego Muñoz Valenzuela.

 

En Iris, como decimos, el problema principal está solucionado en parte, y hay tres clases claras de ciudadanos: los normales, los "chitas" (androides mecánicos no antropomorfos, para no ser confundidos con los otros) y los artificiales. Aquí es precisamente donde la novela, una distopía geopolítica, ahonda en el tema de la artificialidad y lo humano. Hay artificiales de dos tipos: algunos son seres de construcción biónica, y otros son seres humanos con un alto porcentaje de elementos no naturales, consecuencia del reemplazo de órganos heridos por otros nuevos; de hecho, si un humano es reconstruido en más de un 60% pasa a ser considerado artificial (p. 109). El más importante de los artificiales en la novela es Reynolds, uno de los jefes militares al mando de la colonización de la empresa SaintRei sobre la isla Iris. Hablando sobre Reynolds, dice el narrador: "hubo un tiempo en que los artificiales no podían demostrar emociones. Ni pensar por su cuenta, decidir, hacer distinciones morales. Ahora todo eso estaba programado de forma tan sofisticada que no había modo de distinguirlos de los humanos. Si los resultados eran los mismos, no importaba. Su cerebro no estaba construido como el de los robots; pese a los rumores, no eran máquinas lógicas en las que incluso demostrar emociones apuntara a un fin. (...) Su cerebro replicaba los complejos procesos cognitivos del de los seres humanos" (pp. 59-60). La cuestión se complica porque tanto los humanos como los artificiales pueden ser además "reprogramados" mediante el borrado de su memoria y, en consecuencia, hay personajes que no tienen claro si son humanos, artificiales o una mezcla de ambos:

 

"Y cómo se siente ser humano, contestó Reynolds.

Confuso, dijo Goçalves.

Lo mismo pa los artificales, dijo Reynolds. Mas no soy uno dellos, no sé de dó han sacado ese rumor.

Su capacidad p'abstraer, dijo Goçalves. P'actuar como si los irisinos fueran animales" (p. 128).

 

En uno de los relatos de Las visiones (2016), titulado "Artificial", asistimos al drama familiar cuando una madre soldado debe enfrentarse al examen para ser declarada artificial o no. Los médicos recuerdan a la familia las ventajas de serlo, pero uno de los hijos espeta a los médicos: "Una cosa son los artificiales nacidos así, dijio mi hermano, y otra los humanos reclasificados en artificiales. No se trata de mejor o peor sino de ser lo que uno ha sido siempre" (E. Paz Soldán, Las visiones; Páginas de Espuma, Madrid, 2016, p. 91). Después de las operaciones, el hijo que cuenta la historia en primera persona se reconoce incapaz de abrazarla (p. 96), explicitando de esta forma que ya no es su madre, sino una carcasa de vida con algo de memoria.

La trama nos recuerda a algunas películas (Blade runner, Stalker, Surrogates, Full Metal Jacket, Strange Days, Repo Men -p. 122-) y a algunos libros; amén de los que ha citado en diversas entrevistas el propio Paz Soldán (La invención de Morel, de Bioy Casares; La chica mecánica, de Paolo Bacigalupi, o Horacio Kalibang y los autómatas, de Federico Holmberg), la novela tiene puntos de contacto con Limbo (1952) de Bernard Wolfe, con la que comparte la construcción de una geopolítica basada en la guerra fría (sustituyendo la tensión EEUU/URSS por la actual EEUU/China), así como la identidad humana completada por prótesis artificiales robóticas, que mejoran los cuerpos amputados en las batallas. Aunque en Limbo lo artificial no afectaba a la inteligencia, sino sólo al poder físico del cuerpo, en Iris la IA tiene un papel clave y ha llegado a donde temían Tipler y otros científicos: a superar al ser humano (p. 341). De hecho, "los artificiales habían ido ascendiendo en los puestos jerárquicos de SaintRei y sabían defenderse con argumentos: precisamente, les sobraba inteligencia. Se los valoraba tanto que sus jefes solían mantenerlos dentro del área protegida del perímetro. Incluso varios de esos jefes eran artificiales. Los rumores decían que el Supremo era un artificial" (pp. 166-67). Como en 1984, de Orwell, el líder espiritual y supremo podría no ser un hombre, sino una representación.

 

 

 

[4. El entorno inteligente]

 

De momento estamos lejos de ese escenario ciencia-ficcional de Paz Soldán. La Inteligencia Artificial, a día de hoy, está bastante estancada, como explica el citado Eagleman, por la sencilla razón de que "la inteligencia ha resultado ser un problema tremendamente complicado. La naturaleza ha tenido la oportunidad de llevar a cabo billones de experimentos a lo largo de miles de millones de años" (p. 179), y nosotros apenas llevamos unas décadas ensayando. Lo que no parece descartable, e incluso puede tener cierta utilidad, es una perspectiva a la que sí puede llegarse a través de las profusas investigaciones que en la actualidad -y sobre todo con fines militares- se llevan a este respecto: el avance humano gracias a la utilización racional de las aplicaciones de IA, como en programas de traducción instantánea, trabajo que, como sabemos, puede provocar desmayos en personas expertas si se alarga demasiado tiempo. En este sentido, si se piensa en la creación de entornos en los que la IA tiene un papel secundario, podrían hallarse, colateralmente, aplicaciones utilísimas para otras ramas de la ciencia y la vida.

 

Desde la aparición de Internet venimos oyendo pronósticos sobre su conversión futura en algo parecido a una red inteligente, y la alarma surgió de nuevo con el famoso documental "Google y el cerebro mundial", acerca de Google y su proyecto de escaneado de libros como alimento para una IA de incalculables proporciones. Tampoco faltan quienes creen que "el ciberespacio y las redes electrónicas no empezarán a crear formas completas y sistemas ecológicos viables hasta que se hallen también habitados por parásitos" (Hobijn y Broeckmann[13]). Pero quien tenga algún miedo acerca de la posibilidad de que sean creadas máquinas inteligentes, debe reflexionar sobre esto: en principio, y que se sepa, el ser humano es el ente más adecuado para tener inteligencia en el cosmos. Reparen en lo difícil que es que a algunas personas les sea inculcada o desarrollen la inteligencia. Piensen en el insalvable divorcio que parece existir entre la inteligencia y cierta clase política -no toda, pero alguna-. Piensen en la programación televisiva. Si cuesta hacer inteligente a un humano que no lo es, con un cerebro perfectamente dotado para funcionar en ese sentido, ¿cómo va a lograrse con una máquina? Por otra parte, no sé hasta qué punto una inteligencia que depende de que no se corte el suministro eléctrico puede ser una verdadera inteligencia. Todos los datos nos llevan a pensar que no sólo no se logrará un modelo efectivo de inteligencia artificial, sino que el auténtico problema será mantener la poca inteligencia humana que nos queda.

 


[1] Robert Hazen y James Trefil, Temas científicos; RBA, Barcelona, 1993.

[2] J.L. Casti; El quinteto de Cambrigde; Taurus, Madrid, 1998, p. 225.

[3] M. Bunge, Mente y sociedad. Ensayos irritantes; Alianza, Madrid, 1989. p. 43.

[4] F. Duque, Filosofía para el fin de los tiempos; Akal, Barcelona, 2000, p. 34.

[5] David Eagleman, Incógnito. Las vidas secretas del cerebro; Anagrama, Barcelona, 2013, p. 293.

[6] I. Assimov, "¿Debemos temer al ordenador?", revista MicroDiscovery, diciembre 1983.

[7] N. Wiener, God and Golem, Inc.; citado por Sherry Turkle, La vida en la pantalla; Paidós, Barcelona, 1997, p. 191.

[8] R. Dawkins, El relojero ciego; Labor, Barcelona, 1988, pp. 258 y ss.

[9] E. Trillas, "La IA y su entorno conceptual", en Pedro García Barreno (ed.), La ciencia en tus manos; Espasa, Madrid, 2000, p. 676.

[10] Cf. revista Investigación y ciencia, octubre de 2001.

[11] E. Prochazka, Cuarenta sílabas, catorce palabras; 451 Editores, Madrid, 2008, p. 37

[12] B. Beckett, Génesis; Salamandra, Barcelona, 2009, p. 107, traducción de Gemma Rovira Ortega.

[13] Erik Hobijn y Andreas Broeckmann, "El virus necesario", Lateral, septiembre 1997.



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6 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sin compromiso

¿Existe aún la literatura política? ¿O toda la literatura es política? Y, si toda literatura es política, ¿entonces al cabo no lo es ninguna? En No tan incendiario (Periférica, 2014), la escritora española Marta Sanz (Madrid, 1967), una de las voces más lucidas de su generación, se formula estas preguntas en una batería destinada a incomodar a sus pares más que a ofrecer respuestas claras o argumentos irrefutables. Su ensayo surge del malestar: la sensación de que, mientras nuestro entorno social se degrada sin remedio, el discurso neoliberal todo lo impregna de maneras soterradas (o bien visibles) y la desigualdad no hace sino acentuarse, los escritores se han vuelto incapaces no ya de reflejar este entorno en sus ficciones, sino de tomar ningún partido frente a ellas.

            Fatigados de que durante buena parte del siglo XX los artistas se viesen obligados a defender "buenas causas" que en numerosas ocasiones se revelaban como máscaras para las dictaduras ocultas bajo el socialismo real, y de que pergeñasen un sinfín de textos plagados de reivindicaciones ideológicas que ahora se han vuelto ilegibles, la mayor parte de los escritores de nuestro tiempo parece haber renunciado a cualquier atisbo de compromiso. A partir de la caída del Muro de Berlín, atreverse a usar la literatura para señalar o acusar se volvió primero anacrónico, luego hilarante y al cabo patético. Hoy, escribe Sanz, "la literatura política se interpreta siempre en clave de panfletarianismo". Pero "es una interpretación interesada".

            Lo sabemos: uno de los mayores triunfos de esa revolución que hemos dado en llamar neoliberal (o neoconservadora), consistió no sólo en presentarse como una no-ideología -un puro alarde de administración técnica- sino en convencer a los ciudadanos de la banalidad de la política. Barajando un sinfín de ejemplos que exhibían sus infinitos males -de la insensatez de nuestros líderes a la corrupción generalizada-, los gestores del discurso dominante consiguieron su objetivo: sociedades asqueadas de sus gobernantes que se desentienden de ellos y los dejan libres de cualquier vigilancia.

            Así se fraguó la despolitización que nos caracteriza: embrutecidos por toda suerte de espectáculos -más circo que pan-, los individuos se concentraron exclusivamente en sí mismos, ajenos a cualquier asunto que sonase a "solidaridad" o "humanismo". Lo peor es que los escritores, hasta entonces asumidos como defensores de los desprotegidos, se convirtieron en entusiastas voceros de esta visión. De allí que, a partir de los años ochenta, el momento en que el neoliberalismo de Reagan y Tatcher se prepara para su asalto final, las novelas políticas pasasen de moda, sustituidas por tramas intimistas o de género, asépticamente ajenas a cualquier pulsión política. "La ideología hegemónica idealiza y aísla el yo como si el yo no formase parte de un nosotros", escribe Sanz.

            Frente a los grandes frescos heredados de la generación del Boom, las novelas posteriores renunciaron a asumirse como espejos sociales para presentarse como meros testimonios del individualismo -del egoísmo- omnipresente. De un lado, sus autores se concentraron en historias mínimas, cuanto más fragmentarias y "anoréxicas" más celebradas por la crítica, o bien en metaficciones que, más allá de su saludable experimentación lingüística, renunciaron a fijarse en lo real. Porque, queriéndolo o no, los escritores responden con sus historias, y las estrategias que emplean para contarlas, a la ideología hegemónica de cada momento, sea para enfrentarse a ella o, más frecuentemente, para dispersarla. A nuestra era neoliberal, apenas escocida por la crisis del 2008, le corresponde esta narrativa neutra, individualista, fragmentaria y libresca o, en el otro extremo, convertida en un puro producto comercial al servicio de los nuevos lectores, auténticos tiranos del gusto a los que es obligatorio complacer.

            ¿Cómo ser hoy un novelista comprometido? Según Sanz, la clave estaría en hallar discursos que, en vez de complacer a ese lector que sólo busca disfrutar de lo que conoce y de lo que exige como consumidor, vuelvan a estremecerlo y perturbarlo. En seguir la consigna de Marguerite Yourcenar y asumir que, hoy más que nunca, nos faltan realidades. Y en no asustarse a la hora de perseguir una escritura política -una literatura que, en vez de ser política por su ausencia de política, vuelva a ser una "forma de conciencia de la vida", capaz de "intervenir en el mundo".

 

Twitter: @jvolpi

 

 

 



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6 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La hondonada

La autora está a mitad de la  cuarentena  pero deja muy claro que le tiene sin cuidado si la suya es una novela tradicional o pos moderna o qué. Quiere contar una historia y lo hace por encima de modas y modos y conveniencias.

La estructura desde luego, y salvo por unos pocos flashs backs explicativos, es perfectamente tradicional: lo primero va primero y lo segundo va después, con el planteamiento, el nudo y el desenlace perfectamente ordenados.

Y en cuanto a la técnica, sin alardes ni malabarismos ni ninguna otra clase de exhibicionismos, lo mismo se detiene a describir minuciosamente las flores de una charca y el vuelo de las aves acuáticas que recurre a las elipsis para dar saltos en el tiempo o en la evolución de algún personaje y centrarse en lo que más le interesa contar en ese momento. Pero con orden y sin sobresaltos. La autora parece dar por sentado que sus lectores tienen bien aprendida la evolución sufrida por la novela a lo largo del siglo XX y que tienen armas suficientes para aportar el contenido de los hiatos narrativos.

Curiosamente, la crítica insiste mucho en la existencia de un choque cultural (una parte de la novela está ambientada en la India y la otra, la más larga, en Estados Unidos). Y sí, hay choque cultural, pero no como cabría esperar sino al revés, y lo explico.

Subhash y Udayan son dos hermanos  nacidos y crecidos en un suburbio de Calcuta y que pertenecen a una familia de la pequeña burguesía local. De los dos, el más decidido, valiente y transgresor es el pequeño, Udayan, mientras que el otro es más reflexivo y prudente (lo que le vale ser llamado cobarde en varias etapas de su vida). El progresivo compromiso político-revolucionario de uno, que le lleva a militar en un partido maoísta partidario de imponer la revolución por medios violentos, marca el inicio de un progresivo distanciamiento con el mayor, que en lugar de participar en  las luchas callejeras  prefiere aprovechar una beca para estudiar oceanografía en una universidad norteamericana.

En contra de lo que pueda parecer, los conflictos vienen todos de la India porque en Estados Unidos todo va como la seda:  Subhash se integra sin problemas en una universidad que le acoge amistosamente  y le ofrece  una beca lo bastante generosa como para vivir en un apartamento, comprarse un coche y, llegado el momento, casarse y traer a su esposa india, que también se integrará sin problemas en la vida universitaria norteamericana y terminará licenciándose en filosofía y ejerciendo de profesora en California.

Los choques sociales, sentimentales y culturales vienen todos de la India. Udayan, que ha participado en varios atentados y directa o indirectamente apoya los asesinatos políticos de su partido, es abatido por fuerzas paramilitares indias y deja una esposa, Guri, que sin él saberlo está embarazada.  Los problemas de Guri con su familia política, en la que ha entrado saltándose todas las normas sociales,  y el futuro incierto que les aguarda a ella y su hijo en la India mueven a Subhash a casarse con ella y llevársela consigo a Estados Unidos, con lo cual provoca un conflicto con sus padres, que si ya no querían a esa esposa elegida sin su consentimiento por el hijo menor, tampoco la van a aceptar ahora casada con el primogénito.

Aunque Subhash apoya económicamente a sus padres y hace lo posible por mantener una relación paterno filial fluida, la transgresión de las normas matrimoniales tradicionales en la India y, en general, su poco respeto a la cultura ancestral provocan un distanciamiento insalvable y que se mantiene incluso tras la muerte del padre y, unos años después, con la madre, cegada hasta el final en su culto por el hijo muerto y su negativa a perdonar la “traición” del primogénito.

Mientras tanto, en América, los conflictos no surgen del entorno social en el que se integran Subhash y su precaria familia, y tampoco surgen de la formación ancestral recibida en la India porque sus problemas son reconocibles y podrían darse en cualquier pareja occidental: los escrúpulos  de la viuda embarazada por aceptar casarse con su cuñado sin que haya amor por ninguna de las dos partes; la resistencia a que el padre ficticio ejerza de padre real con  la niña ya nacida en América; las contradicciones que surgen cuando la niña desarrolla una gran complicidad con su falso padre, provocada en parte  por el progresivo distanciamiento con la madre verdadera; la huida de ésta dejando a la niña al cuidado del falso padre; la reacción de la niña, ya mayor, cuando conoce la identidad de su padre y los motivos por los cuales fue abandonada por su madre, etc.

Jhumpa Lahiri, a todas estas, y como ya he dicho desde el principio, está inmersa en la historia y la sigue sin desfallecimientos hasta el final, reflejando con gran tensión y acierto  el complejo vericueto moral y sentimental de los protagonistas y sin arredrarse ante las difíciles decisiones que deben tomar unos y otros.  Y si la sucinta relación de acontecimientos aquí ofrecida transmite la sensación de que se trata de un relato sentimentaloide y folletinesco, nada más lejos de la realidad. La novela despierta la atención del lector en las primeras páginas y ya no la suelta hasta el final porque  la autora es una excelente narradora.

 

La hondonada

Jhumpa Lahiri

Traducción de Gemma Rovira Ortega

Salamandra



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6 de abril de 2014
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Rosas y abrazos

Han vuelto los poetas de domingo -algo así como los pintores de Montmartre- a las campañas electorales. “Poesía costurera”, denominaba con desprecio Coco Chanel al resultado de quienes glosaban de forma excelsa y metafórica las colecciones de moda. La videonecrológica del PP para las europeas calienta motores, a falta de candidato (a mes y medio de los comicios). ¿Por qué no regodearse, pues, en la vieja cantinela de “la culpa de todo es de Zapatero”? Sin dar nombres, con finura madrileña de la que destripa al adversario tejemaneando un chascarrillo y unos huevos rotos en Lucio. “Nadie os echa de menos”, dice una voz en off, y una triste rosa se marchita en un rincón. La campaña de Elena Valenciano, en cambio, quiere ser cariñosa. Después de haber hablado tan bien francés en público -fue alumna del Liceo-, se convierte en fenómeno viral al declarar: “Yo vi que el Rey paró el 23-F”. Cuán elevado coste puede acarrear la mala filología: bastaba un neutro “yo fui testigo”. Entonces era telefonista en Ferraz y aquella noche asumió una gran responsabilidad. Genio y figura. Años de tenacidad, entrega y partido. En plenas primarias, le preguntaron qué haría en caso de que Rubalcaba perdiera, si también tendría que abandonar la primera línea. Su respuesta en El País fue colosal: “No, yo soy su número dos, pero estaba aquí antes que él”. En el primer cartel electoral propone: “Hagamos una campaña de abrazos, de encuentro con la gente”. Lo que parece significar que se abrazará con los ciudadanos que se cruce por la calle, una iniciativa que recuerda a la de Juan Mann y sus “Abrazos Gratis”, que al abalanzarse afectuosamente sobre los viandantes, emocionaba y enfurecía a partes iguales. Ojo, la política emocional tiene mucho riesgo. Que se lo pregunten a Zapatero cuyos guardaespaldas me contaron que debían vigilar con especial atención a las señoras motivadas y bajitas que le agarraban del cuello hasta contracturarle. Los abrazos y las rosas también han tomado París; y en el cambio de gobierno de Hollande, a la desesperada, parece completarse la cuadratura del círculo, aunque en esta ocasión mucho se guarde Ségolène Royal de ser apodada ‘la Zapatera’. Después de una sufrida travesía del desierto en la que el ángel de Ségolène -tan femenina, tan francesa, mujer de vestido con falda de vuelo en lugar de pantalón- pareció desvanecerse, regresa a la primera línea. Sus propios compañeros la crucificaron con el mantra de siempre: “¿Quien cuidará de sus hijos?” se preguntaban. Ocurren estas cosas con la igualdad: ¿se imaginan una campaña de abrazos para todos en la que el candidato fuera un hombre? El rey Karl Después de convertir el Grand Palais en supermercado durante su último desfile y de asistir como reina madre al Baile de la Rosa de Mónaco, el diseñador de Chanel ha confesado por fin a ZEITmann por qué nunca se quita las gafas de sol. Sus excentricidades no son más que la construcción de un personaje con el que se blinda: guantes de motorista hasta para comer, talco en su coleta, joyas antiguas, y sus sempiternas gafas de sol, creíamos que para esconder la edad. Tuve ocasión de verlo sin ellas, y aseguro que su lifting es de calidad. Ahora dice que a causa de un golpe estuvo a punto de perder un ojo, y decidió no quitárselas, para protegerse. A los ochenta años sigue en primera fila, emulando a Coco, que volvió a triunfar con la misma edad. Shaki y los paletos Aún no me he recuperado de los zafios insultos que recibió el otro día Shakira en el campo del Espanyol (“Shakira es una puta” vociferaban). ¿Por qué? ¿Por qué es pareja de un jugador señero del Barça? ¿Por qué ha versionado una canción en catalán -Boig per tu-, con su encantadora facilidad para los idiomas? ¿Por qué además de componer, cantar, producir y bailar estudió en UCLA? ¿O por qué su último álbum ha sido número uno en sesenta y nueve países en iTunes? En la aldea global se perpetran todavía paletadas de esta magnitud, que no comprenden ni toleran la diversidad cultural y el mestizaje. Machismo de cavernas. Grotesco espectáculo el de quienes confunden un acto de amor con un Freedom for Catalonia. Grace-Nicole-Julie El caso es que Ségolène regresa cuando hace mutis Valérie, según la prensa, el detonante de la separación de la pareja. Curiosa declinación del mal en femenino, como si Hollande fuera un angelito. Coincide el traspaso con el estreno, por fin, de “Grace de Mónaco”. Que se aireen los rifirrafes entre Rainiero y la musa de Hitchcock, y sus melancolías, no ha gustado nada a los Grimaldi, que han decidido ningunear el estreno. Pero además de las desavenencias del matrimonio, cuenta como la actriz acabó mediando con De Gaulle para impedir que el principado fuera anexionado por Francia, mientras el Rey jugaba en el casino. ¿Y saben quién dobla a Nicole/Grace? Piruetas del destino: Julie Gayet, la novia de Hollande. (La Vanguardia)

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5 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Proliferación de armas digitales

Sin darnos cuenta estamos presenciando una nueva proliferación armamentística. A las armas químicas que empezaron a utilizarse en la Primera Guerra Mundial, las nucleares que clausuraron la Segunda y crearon el equilibrio del terror durante la guerra fría o las biológicas usadas en Vietnam se les solapan ahora unas nuevas armas que proliferan y penetran en nuestras propias vidas y hogares porque se confunden con multitud de aparatos, mecanismos y sistemas que sirven para que nuestras sociedades funcionen. No se trata solo de los ejércitos de gusanos y virus informáticos que penetran los sistemas de comunicaciones y transportes del enemigo en las ciberguerras. La idea de unas armas que pertenecen al mundo digital en el mismo sentido que había otros que pertenecían al mundo de las bacterias, la fisión nuclear o las reacciones químicas se queda corta. Gracias a las revelaciones del exespía Edward Snowden acerca de la vigilancia masiva sabemos que todo tiene potencialmente un doble uso en nuestras vidas digitalizadas. El móvil es un mecanismo de identificación y localización geoestacionaria. Los mensajes digitales y la actividad en Internet y en las redes sociales son protocolos que registran comportamientos públicos e incluso privados. Una cierta ingenuidad digital está tocando a su fin. Gracias a la revolución digital habían florecido de nuevo las utopías de una sociedad transparente y de sistemas políticos que superarían la representación por la participación directa. Pero junto a ellas han asomado las negras orejas del Gran Hermano que ejerce un control total sobre la sociedad. También ha surgido, naturalmente, una reacción democrática, todavía débil, que convierte en imprescindibles las intervenciones y supervisiones parlamentarias y judiciales para cerrar el paso a la pulsión totalitaria que facilita la tecnología digital. En caso contrario, nada nos va a diferenciar de regímenes como el de China o el de Rusia, donde se combina el desarrollo capitalista con la ausencia de Estado de derecho y de libertades individuales. A falta de iniciativas de los Gobiernos, están surgiendo iniciativas de la sociedad civil, como la que ahora protagonizan un grupo de organizaciones no gubernamentales, centradas en la proliferación en concreto de los instrumentos de control y de vigilancia digital. Su preocupación es la transferencia de esas tecnologías a regímenes dictatoriales, que las usan para reprimir a la oposición, coartar la libertad de expresión y atentar contra los derechos individuales. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Reporteros sin Fronteras, entre otras, han formado una Coalición Contra las Exportaciones Ilegales de Vigilancia (CAUSE), que es la que va lanzar una campaña para que Gobiernos y empresas terminen con el comercio que pone estas armas digitales en manos indeseables. 



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5 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Cayó la maquinaria perfecta?

Esto recién empieza.El terremoto causado por el castigo de la FIFA al Barça por hacer fichajes ilegales con menores de edad es apenas la primera advertencia. No seamos ingenuos: el Barça no es el único equipo que hace estos contratos. Seamos honestos: hace tiempo que la compra y venta de chicos es el negocio de moda en el fútbol. Y ocurre frente a nuestros bigotes. Hace pocos meses, la aparición de El Messi de la nieve o El Messi Mapuche mojó varios metros de prensa en Latinoamérica y España. Se trató de Claudio Ñancufil, un hábil niño de ocho años por el que pelean varios clubes europeos. La noticia era publicada con simpatía. Aunque su caso era aún más extremo. El pase lo había adquirido un fondo de inversionistas españoles, quienes lo intentaban vender al Madrid, al Barça o al que se cruzara con más dinero. Una subasta pública, que a nadie le pareció muy fuera de reglamento.

 

Lo fuerte, lo importante de la sanción de la FIFA es que apunta al Barcelona. En los dos años en los que investigué para mi libro Niños futbolistas, recorrí América Latina buscando un jugador infantil bueno y barato para venderlo caro a España, y rápidamente fui notando que el Barça es la gran aspiradora mundial de piernas de menores. La maquinaría perfecta, la mejor banda caza-talentos en el planeta, siempre innovando en formas de reclutamiento y ganando reputación al mismo tiempo. Casi no hay un chico talentoso en el mundo que no haya sido detectado por ellos. Y todo esto, presumiendo de la más significativa y comercialmente brillante operación de un fichaje infantil: Lionel Messi. Por que, si fichar menores no está bien, la historia de Lionel se cae a pedazos. La Pulga otra vez aparece en el centro de un huracán. Es él, de cierta forma, el gran culpable de esta moda de transar menores: su caso es tan rentable que logró imponer la obsesión mundial de conseguir al nuevo Messi.

 

La FIFA ha querido dar una señal, apuntando a la cabeza del capo mundial. No quisieron partir disparando a dealers de poca monta o clubes de tercera. Directo al pez gordo, que domina el mercado y el tráfico de las promesas infantiles cuando llevaba en su camiseta las siglas UNICEF ¿Qué viene ahora? Si todo de lo que se culpa al Barça se aplica a otras instituciones, es probable que el próximo año estén cerrados los fichajes en medio mundo. Las pérdidas serán millonarias. Los empresarios deportivos, los managers, los agentes y cierta prensa deportiva podrían irse a la ruina. Pero también es probable que no pase nada más. Resulta imposible creer que la FIFA recién se ha dado cuenta de lo que está pasando en el fútbol de hoy. Quizá termine siendo algo más simple. Un coqueto lavado de imagen a 70 días del Mundial de Brasil, el país cuyos menores de edad son los que se venden más caros en Europa.

 

 

Publicado en el diario EL MUNDO de España.

 



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4 de abril de 2014
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La vida no és el temps que fa

Doha és arena i vidre. El desert i el nou món coronats pels gratacels dels premis Pritzker. Entrepans de petroli i gas, de fons d’inversions en deute internacional; d’expatriats occidentals que manen i esclaus de Bangladesh o Sri Lanka que obeeixen; de capricis que passen a les arques sobiranes, com Harrod’s, Valentino o els Cézannes que ha comprat la filla de la xeiquessa, un dels personatges més literaris de l’actualitat. La nova Cleopatra vestida d’alta costura, amb turbants tan ben posats com els de les milionàries americanes al Lido de Venècia, ha assolit el prodigi de revolucionar la imatge de la dona islàmica en la primera línia de la diplomàcia internacional, sense cap escàndol. Són les set, ja és fosc, i siguis on siguis sents el cants dels muetzins des dels altaveus de la mesquita que perforen la tarda. Arriba a ser plàcid el so, de tan absurd. No és harmònic, però en els seus desacords sempre hi ha una segona veu que vibra i que es plany en la inclinació de la pregària. A mi em fa sentir una mena de por romancera, però també una malenconia que  estova les hores. I les arrossega. Les hores, quins personatges. És difícil entendre-t’hi. Algunes passen amb parsimònia, com un núvol gras, i d’altres, ni les coneixes, perquè s’emporten la frustració d’haver-les maltractat.  O d’haver passat en blanc. Sentir-se productiu és un mandat dels nostres temps, tan important com reinventar-se, paraula de la qual renego. Quant els hi duren les reinvencions als reinventats? L’experiència no serveix de res, perquè sempre ets igual i diferent a la vegada. La vida no té dreceres. Ara no sé si era la vida o l’amor allò que no tenia dreceres segons James Salter. Però val per als dos. Com m’agrada la descoberta de Salter. El sentiment èpic que hagi rebut el sabó de la crítica i hagi venut llibres quan ja no ho esperava, als vuitanta anys. “No té sentit”, li vaig llegir. Slater escriu amb arquitectura tan temperada com nua, plecs de vida cristal·lins i a la vegada abissals. A Años luz,  Salter escriu: “La vida és el temps que fa”. Però la vida es transforma, i ha d’abrigar allò que ha viscut per no perdre la fletxa del temps. Ell: “El que al principi era nou, curiós, a poc a poc forma una crosta vital inextricable, la rialla s’atura, és com un aprenentatge difícil que no acabarà mai. Ell no reconeixia les festes. Ni tan sols els diumenges tenien sentit: eren temibles, tancats com un llibre.” Ella: “Tenia quaranta-set anys, els cabells bonics i abundants i les mans fortes. Semblava que tot allò que havia conegut i llegit, les filles, les amistats, coses que en algun moment havien estat dispars i discrepants, per fi s’havien calmat i trobat el seu lloc interior. L’aclaparava un sentiment de collita, d’abundància. No tenia res a fer i esperava.” Els seus personatges que comencen tan bé, singulars, capaços de saber beure vi com cal, acaben estimbant-se contra l’adversitat que ells mateixos convoquen, tot buscant l’efecte contrari. Però no tenen intenció de tornar enrere. De fet, ningú no torna enrere, per molt que s’equivoqui. Fa mandra. Decidir és descartar i viure és anar morint. Només ens salva obrir els ulls de tant en tant, quan el vent fa bambolejar els estors blancs de la cambra, o la nena camina contenta, fent saltirons, després de veure Peter Pan i va repetint: “Crec en les fades, crec en les fades, crec en les fades.” La nena escriu contes. D’ossets que es troben amb un ratpenat que els vol punxar. O de trapezistes-amazones, que és el que ella vol ser de gran, i tot sovint pregunta per què encara no l’hem portat a lliçons de trapezi. A mi que em fa por llançar-me de cap a la piscina. La nena no s’inquieta davant les dones tapades a Qatar, però quan veu un home amb turbant i posat sever diu: “Mira, aquest sembla el moro Juan”. Ja ho sé, és políticament incorrecte però l’hi vaig ensenyar jo. Era un ressò llunyà de la infantesa. No sé perquè dèiem “el moro Juan” al poble quan parlàvem d’algun ésser exòtic i barbut. Ens feia riure, amb el trist encant de la ximpleria. Avui els moros són àrabs, i val més que rentem els prejudicis. Aixequen city centers damunt del desert, salven la malmesa economia europea invertint en deute, mengen dàtils i sucs de llimona amb menta i únicament pel fet d’haver nascut a Qatar cobren 6.000 euros al mes. Aquí, la vida no és el temps que fa, que deia el Salter. Perquè es viu enganyant la calor i l’aire condicionat funciona les 24 hores del dia en edificis que es comuniquen amb altres mitjançant els omnipresents laberints interiors. Als carrers, al Suck o a Katara, la ciutat de la cultura, hi ha lones penjades del terrats i aspersors que humidifiquen la xafogor. Avui m’he trobat una dona jove al lavabo d’un centre comercial que es descobria lentament, enretirant-se el vel que li cobria la cara per complet, deixant només un forat per als ulls. A sota portava el cabell recollit, amb una orquídia com les de la Billie Holliday, i anava maquillada com una porta: els llavis perfilats, les celles tatuades. Admiro el seu pentinat, un secret sol visible en espais interiors, i amb aquesta mena de confiança anònima que sovint borbolla en la vida de pas, o millor dit, en el trànsit de la vida que ens convida a traspassar portes, li pregunto si se sent mirada pels homes. “I tant”, em diu, i afegeix: “Em miren molt, em reconeixen, i de vegades xiuxiuegen”. Insisteixo: com poden admirar-la si va coberta com un fantasma. Ella riu i assegura: “Em veuen, saben llegir el cos i el rostre”. Això sí, quan viatja a Europa i només que l’avió escampi del territori aeri nacional, canvia l’abaia per uns texans, s’encaixa unes converse i es corona un barret. Lliure?, diu que se’n sent sempre, que tan sols es tracta de codis. Codis. Donar la mà, inclinar-se capendavant, tocar-se el cor amb el palmell de la mà, dos, tres petons, un copet a l’esquena, ajuntar lesmans i moure-les amunt i avall? pins, puks, barres, targes, vises, passwords ? La vida és un codi, però el secret rau a saber descodificar-la. “Què sent a l’escriure en tercera persona per oposició a la primera?”, pregunta Hermione Lee a Philip Roth en una entrevista a The Paris Review , i aquest respon: “Què sent al mirar a través d’un microscopi quan se n’ajusta la lent? Tot depèn de quant es vol apropar l’objecte nu a l’ull nu. I al revés. Depèn d’allò que es desitja ampliar i en quina mesura” De Roth acabo de llegir Engaño: les converses entre dos amants continguts que s’acompanyen en el seu dol existencial. Roth escriu en primera persona per oposició a la tercera: una realitat imaginada? El protagonista és un escriptor americà de mitjana edat que es diu Philip i viu a Londres; ella, una anglesa intel·ligent i resignada. “Què estàs perdent, el combat o la bellesa?”, li pregunta ell. “Ambdues coses, crec que estan connectades”, diu ella. “No has de perdre el combat”. “Em temo que això no depèn totalment d’una”. Gairebé res no depèn totalment d’una. Sovint sobrevé el buit. La dimissió crua, el sentiment dolorós, la pèrdua del sentit, de les idees i de les paraules. Cada any rellegeixo la Carta de Lord Chandos ?d’Hugo von Hofmannsthal? a Sir Francis Bacon explicant-li la seva renúncia a escriure. És tan dolorosa. Poètica i retòrica, vida i forma es parteixen per la meitat, i la paraula ja no aconsegueix traslladar el sentit de les coses. La vida no es pot anomenar com tampoc es pot domesticar. Als avions tot sembla possible. Tornem cap a la primavera. No hi ha telèfons, no hi ha distraccions, solament núvols que pasturen com un ramat de bens. Escric i llegeixo embotida al seient de Qatar Airways on tant en enlairar com en aterrar posen l’anunci del Barça, amb en Puyol rebentant un torreta amb el cap. La música de Jackie Wilson ?( Your Love Keeps Lifting Me) Higher & Higher ? encomana un sentiment eufòric de futur per encetar, amagant que només som titelles dalt del boeing qatarí. L’emmirallament d’una realitat aliena no té res a veure amb nosaltres. A la nena li cau el suc de taronja al damunt. No portem roba de recanvi, li relligo la meva samarreta com un vestit. Podria no haver-ho escrit, però són les dentegades que volen aturar el naufragi de la identitat, notaris de la vida que passa volant i tant li fot el temps que fa. (Catorze)

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4 de abril de 2014
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Compromiso

 

Valga de una vez por todas que nosotras no estamos buscando desesperadamente el compromiso como tantas veces usted ha creído. Ni mucho menos queremos atrapar su libertad como si usted fuera Bambi y nosotras unas depredadoras obsesionadas con echarle el lazo. No hay nada más latoso para nuestra especie que depender de un hombre después de dos siglos luchando por ser autónomas e independientes. Vale que decir «mi marido» socialmente puede conferir una supuesta coartada. Pero también obliga a trabajosas servidumbres, como las cenas de empresa con cónyuge. A mi alrededor, no conozco a ninguna mujer que acepte enfrentarse al amor como si fuera una hoja de Excel. Al contrario. Prefieren enfangarse hasta los muslos, aun sin tener ninguna certidumbre del camino que enfilan. A veces el amor es puro espejismo, otras una hondonada que conmueve, sacude y monitoriza el instinto. A pesar de todo, la maldita fobia al compromiso sigue a la orden del día. Mujeres que juegan a las adivinanzas, que se ven sumidas en un espiral perverso consistente en interpretar los mensajes de su amor igual que si fueran textos de Joyce. Mujeres que me dicen: «No sabe, no contesta». Que una mujer le pregunte por las fechas de sus vacaciones o se interese por los fines de semana en que le tocan los niños no significa que quiera tenerlo bajo llave, en una especie de zulo emocional donde a veces usted se autorrepresenta, insignificante como un ratoncito mientras sospecha que ella es una manipuladora de campeonato. Por eso sale despavorido en lugar de razonar el asunto. Porque, ¿cuál es su idea de la libertad? ¿No querer obligarse a cerrar la puerta de las posibilidades? ¿Pensar que no pueden exigirle que ya nunca más pueda abrazar una nueva piel, «única», diferente a todas, hasta que se convierta en fastidio? En las parejas siempre suele haber uno que está más colgado del otro; a veces va por rachas ?y eso es estupendo?, pero hay hombres y mujeres que deciden interpretar el mismo papel toda su vida. De demandante. Como si el otro pudiera colmar los propios vacíos y complejos. Ellos, aterrorizados por no dar la talla o malvivir en un pozo de reproches. Ellas, enfebrecidas por la idea de exclusividad y totalitarismo amoroso, como si el amor fuera una enfermedad ?y a veces lo es?. De sobras sabemos que cuando ella le dice «te necesito» usted siente que una arcada de ansiedad le paraliza el estómago. Ocurre igual al revés, siempre que esa necesidad no sea para los dos una ferviente expresión de eros. Por lo demás, sepa que las mujeres del siglo XXI son muy prácticas, por ello a menudo le sacan la agenda, pero eso no significa que quieran aherrojarlo. Y si ante eso usted desaparece porque se siente inhibido y controlado, es posible que al principio lloren y vayan a cortarse el pelo, o se apunten a un curso de hata yoga, fantaseando aún con que usted pueda regresar. Si lo hace, amigo, está muerto.

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3 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El final de la calle

Nadie creía en estas nuevas conversaciones de paz cuando empezaron hace nueve meses con el propósito de alcanzar el acuerdo definitivo a mitad de 2014; nadie ha creído en ellas mientras se ha mantenido la apariencia de que se negociaba; y cuando están a punto de romperse definitivamente, apenas el secretario de Estado John Kerry cree todavía en la posibilidad de que israelíes y palestinos prorroguen las conversaciones más allá de la fecha del 29 de abril, y menos que sean capaces de alcanzar un acuerdo ni ahora ni nunca sobre el reconocimiento de los dos Estados, uno para los palestinos y otro para los judíos, viviendo en paz y seguridad. Es el final de la calle. Lo que viene después no se conoce. Las circunstancias serán distintas. Rusia juega con otro reglamento y otras ambiciones tras la anexión de Crimea: poco se puede esperar del futuro en la región del Cuarteto, la formación diplomática que la incluye junto a Estados Unidos, Unión Europea y Reino Unido. El mundo árabe ha mutado, fruto de la primavera y luego del invierno militar. Los occidentales disminuyen en peso e influencia a ojos vista. Con un Irán reconocido internacionalmente como ya se atisba, perderán pie los radicales palestinos. El presidente palestino Mahmud Abbas, con 80 años a cuestas y sin legitimidad (las últimas elecciones presidenciales fueron en 2005) prepara el portazo que salve su dignidad. El motivo de la actual ruptura afecta a los únicos resultados tangibles obtenidos. Israel no ha liberado el último grupo de 26 presos palestinos de los 104 a los que se había comprometido y la Autoridad Palestina ha incumplido su compromiso de aplazar la firma de las convenciones y tratados de Naciones Unidas que le permitirán acudir al Tribunal Internacional de La Haya para acusar a Israel por la ocupación ilegal de Cisjordania. Ambas medidas, la salida de presos condenados por crímenes de sangre anteriores a los acuerdos de Oslo y la renuncia a llevar a Israel ante la justicia internacional, fueron las bazas de confianza entregadas al empezar las conversaciones y son lo único que quedará de ellas: la libertad de unos veteranos palestinos y el tiempo comprado por Israel para eludir a la justicia internacional. Kerry quería un acuerdo definitivo; luego se conformó con unos parámetros para seguir negociando; y ahora lucha a brazo partido para que las dos partes sigan sentadas hasta 2015 aunque no exista sustancia sobre la que quieran negociar. Al borde del fracaso, ha mostrado la carta de la desesperación: la liberación de Jonathan Pollard, uno de los mayores espías de la historia, que vendió diez metros cúbicos de papeles secretos a Israel entre 1981 y 1985 y cumple una condena de 30 años. Israel podría incluir en el regalo a 400 presos palestinos más y una congelación de los asentamientos que excluyera Jerusalén. Mucho para un puñado de tiempo sin horizonte.



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3 de abril de 2014
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