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Brisas del este

Hubo un tiempo en que nos gustaba más que nada el cine del otro lado del telón de acero. Ese tiempo coincide con el de la juventud, la mía al menos, y con la guerra fría, que por aquellos años -cuando alguno de los estados satélites quiso desafiar la dictadura del Kremlin- se recrudeció. Muchos de los nombres que entonces nos cautivaban hoy son desconocidos, incluso por cinéfilos, y no pocos han muerto. Cito los que recuerdo mejores: Miklós Jancsó, István Szabó, Zoltán Fábri, Márta Mészáros, Itsván Gaál (húngaros), el yugoslavo Dusan Makavejev, Jirí Menzel, Véra Chytilová, Ivan Passer, Milos Forman (de la antigua Checoslovaquia), los polacos Jerzy Kawalerowicz, Wojciech J. Has, Jerzy Skolimowski y Roman Polanski, aunque los dos últimos pronto trabajaron fuera de Polonia. La filmografía casi completa de esos cineastas, que llegaba a través de las filmotecas y los festivales, unas pocas a locales de estreno, nos resultó, al menos en el período comprendido entre 1965 y 1973, seminal e incitadora, tanto como lo fueron para nosotros los novelistas latinoamericanos del ‘boom', dados a conocer casi simultáneamente. Hoy resulta raro que se estrenen o cobren relieve las producciones realizadas en los países liberados del imperio soviético, como si con la caída del muro y el alzamiento de los férreos telones el escenario descubierto estuviera desnudo.

 

      De repente ha aparecido en las carteleras Pawel Pawlikowski, un cineasta polaco más joven (nacido en 1957) formado en Gran Bretaña y desconocido fuera del circuito anglosajón. Primero se estrenó ‘Ida' (2013), que es su último largometraje y el primero rodado en su país de nacimiento y en el idioma polaco; poco después, con retraso, y quizá debido al notable "succès d´estime" español de ‘Ida', se ha recuperado, aunque de un modo precario y muy reducido, su anterior ‘La mujer del quinto' (‘La femme du cinquième', 2011) coproducción a tres bandas entre Francia, Polonia y Reino Unido, filmada en París y hablada principalmente en francés e inglés. He podido ver asimismo, gracias al préstamo de una copia en dvd, su segunda película larga, ‘My Summer of Love' (2004), y en función de esta y de ‘Ida' me siento inclinado a afirmar que Pawlikowski es una de las figuras más originales e interesantes del actual cine europeo. Esas tres películas suyas son en apariencia muy distintas, y desde luego formalmente. ‘La mujer del quinto' es una obra fallida, adaptada libremente de la novela de Douglas Kennedy, que no conozco, y por tanto ignoro si es igual de enrevesada y pretenciosa que la adaptación al cine. En el relato del padre escritor que, tras un divorcio traumático, trata de recuperar a su hija pequeña a la vez que salir del ‘writer´s block' que sufre, hay coincidencias temáticas con los otros dos films de Pawlikowski: vacilantes figuras de autoridad familiar, un padre ausente y un hermano mayor evangelista fanático (‘My Summer of Love), una tía carnal de costumbres laxas y tenebroso pasado estalinista (‘Ida'). Pero todo lo que en estas dos obras es potencia lírica, refinado sentido de la elipsis, sugestivo dibujo de los personajes, en ‘La mujer de quinto' es plúmbea artificiosidad, en una tesitura de cine del absurdo que recuerda las primeras películas polacas de Skolimowski y Polanski; ni siquiera el trabajo de dos excelentes actores como Ethan Hawke y Kristin Scott Thomas logra redimirla.

   ‘My Summer of Love', escrita como todas las demás por el director, se mueve por un territorio, el de la tensión entre religiosidad extrema y sensualidad ilimitada, que resulta, en un contexto de campiña pastoril inglesa, muy sorprendente, en especial en los episodios, bellísimos, de la gigantesca cruz que el hermano fundamentalista erige con los de su secta en lo alto de un monte de Yorkshire, mientras su hermana Mona y su íntima amiga de clase alta Tamsin viven un verano de vacación perpetua, coqueteo lésbico y travesura, acompañadas por los apotegmas de Nietzsche y las canciones de Edith Piaf que Tamsin le enseña a la casi iletrada Mona.

     Los descubrimientos de las almas cándidas vuelven a ser la clave en ‘Ida', esa obra maestra deliberadamente ‘antigua' (en blanco negro y formato cuadrado de proyección del 1:1,33) con la que Pawlikowski volvió a Polonia y se enfrentó a la historia de su país. Situada en rincones provinciales de lóbrega y desolada atmósfera, y con una banda sonora en la que Coltrane y la canción bailable italiana aportan una dimensión heráldica, la película relata, con una escueta intensidad que hace pensar en Dreyer o Bresson, el viaje de una estricta novicia católica que poco antes de tomar los votos descubre su origen judío, la muerte trágica de sus padres durante la ocupación nazi y la existencia de su tía Wanda, ‘Wanda la Roja', personaje infinitamente atractivo y complejo que le ofrece a la actriz Agata Kulesza la oportunidad de componer el perfil de una mujer turbulenta, audaz, lasciva y llevada al desespero, en un desenlace trágico y elíptico que considero un momento memorable de cine, comparable al que daba fin a  ‘Mouchette' de Bresson.

     En el encuentro de la novicia y ‘Wanda la Roja', ésta, antes de que ambas viajen a la aldea donde se supone que están los restos de los padres asesinados, le hace una pregunta a su sobrina que podría servir de ‘leit motiv' a la película: "¿Y si vas y descubres que ya no crees en Dios?". En la sucinta narración (80 minutos) Pawlikowski logra plasmar la pesada carga de la creencia metafísica y la física leve de los deseos. La fervorosa Ida encuentra en su itinerario una macabra verdad atávica, la posibilidad de amar con pasión a hombres menos inmaculados que Jesucristo, el brillo pecaminoso  de los bares americanos y los hoteles de paso, la red agobiante de la dictadura y la epifanía de la libertad del cuerpo. Es un viaje a la noche de su pasado que ella experimenta en presente y del que decide volver, en una resolución enigmática, para encerrarse en la celda del dogma.

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1 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los suplementos literarios de los periódicos

A los ponentes del V Seminario de Periodismo Cultural* se les invitó a comentar, acotar, impugnar, modificar o responder a las cuestiones que aquí se hilvanan:

Los suplementos que los periódicos dedican al mundo de los libros han articulado la vida literaria y editorial ante una comunidad de lectores ávida de información, discernimiento, testimonios y polémicas. La notoriedad de estos cuadernos de periodicidad semanal, que no siempre capturan la curiosidad del gran público, permite divulgar lo que escriben, piensan y cuentan los protagonistas de nuestra república intelectual. Sin embargo, los suplementos literarios, no por cumplir una tarea imprescindible se libran de ser el blanco de la controversia crítica que desean propiciar. El criterio con el que editan sus selecciones, la diplomacia con que tratan sus compromisos, la predilección que dedican a unos autores y el desinterés que ofrecen a los demás, son las clásicas figuras de una discusión que a menudo acaba en chismorreo. Si ciertas firmas adquieren el rango de predilectas, si algunos favoritos dejan de serlo, si este o aquél se consideran vetados, o condenados, o malditos. Hay una variadísima y maliciosa narrativa oral que no puede ser desmentida y nunca nos cansamos de apreciar el arte de una imaginación que inventa lo que no encuentra y descuida lo que no interesa. Al margen de estas mitografías se desarrolla el arduo trabajo de los editores de suplementos literarios, que día a día hacen frente a un abrumador caudal de novedades editoriales y a la difícil tarea de dar cuerpo y sentido a lo que debe ser la crítica literaria en los periódicos y revistas. En este sentido, las últimas décadas se han visto sometidas a conmociones dignas de un estudio abordado con las mejores herramientas académicas. El modo en que el periodismo cultural ha invadido el lugar que le correspondía a la celosa crítica de libros, obviando los juicios literarios que tan mal acomodo encuentran en la sociedad del espectáculo, ha perturbado nuestra manera de entender la literatura y, por ende, el estilo editorial de los suplementos literarios. A estas dificultades, que no siempre son ni vergonzosas ni triunfantes, cabe añadir ahora el reto de la transformación digital de los suplementos literarios. Los responsables que se han hecho cargo de esta mutación deberán dar formas nuevas a la vieja polémica y comprobar si la versión digital puede resolver los dilemas que nos parecen asfixiantes. No en balde cabrá, sobre todo, emular la capacidad de influencia que los suplementos de papel han ejercido durante mucho tiempo. La solemnidad y autoridad con que se han elogiado libros y autores ¿conseguirá en las pantallas el mismo efecto? Esta es una de las dudas que hoy planteamos con grave preocupación. ¿Podrá trasladarse a la pantalla el prestigio de las obras elegidas? ¿O la obra literaria se reducirá sólo a lo que tiene de noticia fugaz? El orden y la jerarquía de lo valioso ¿obtendrán duradera consideración en el universo "virtual"? ¿O se extinguirá a la misma velocidad con que lo novedoso se devora a sí mismo en la inminencia digital?

¿Qué modelo debemos adoptar para dar a los libros y a sus autores la presencia e influencia que requiere la vida cultural de una nación?

*Al curso, dirigido por Basilio Baltasar y organizado por la Fundación Santillana, El TEC de Monterrey y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, asistieron Angélica Tanarro, jefa de Culturas de El Norte de Castilla y coordinadora del suplemento La Sombra del Ciprés. Blanca Berasategui, directora de El Cultural de El Mundo. Berna González Harbour, editora de Babelia. Fernando R. Lafuente, secretario de redacción de Revista de Occidente y director de ABC Cultural. Ramón González Férriz, editor de Letras Libres en España. William Lyon, traductor, editor y periodista.



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30 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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46. El taller de Chirbes

Frente a lo que muchos creen, los actos literarios tienen a veces gran interés; lo importante es seleccionar bien a qué se asiste, al abundar los escritores que sólo son agudos y sugestivos cuando escriben. Por ejemplo, es muy recomendable acudir a cualquier acto donde aparezca el narrador Rafael Chirbes. Pese a lo que él suele decir al principio ("las pocas cosas que tengo que contar están en mis libros"), sus actos públicos son una especie de taller literario, así como un lugar de elocución de algunas perspectivas sociales, políticas y económicas que no suelen verse ni oírse en otros lugares. Me gusta asistir a actos de Chirbes y a lo largo del tiempo he ido confeccionando esta lista de frases suyas, algunas buenas y otras memorables (lo que no significa, como es obvio, que esté de acuerdo con ellas), que comparto ahora con ustedes.

 

"Las novelas se escriben porque se duda sobre las consignas, sobre las noticias, sobre el sentido de la vida".

 

"Escribo porque quiero aprender".

 

"La Celestina es una obra sobre la falsedad del lenguaje, y también lo son varias de mis novelas, especialmente La buena letra".

 

"El poder es de quien sabe escribir".

 

"Una novela es una indagación; para empezar, una indagación sobre el propio autor".

 

"La novela debe construir un lenguaje a la contra".

 

"En narrativa, si no quieres ser testimonio, te conviertes en síntoma".

 

"El lector lee cosas que no quiere oír ni leer, pero no puede dejar la novela por la tensión estilística".

 

"La cualidad detergente del dinero".

 

"Los ateos no podemos salvarnos nada más que salvándonos a nosotros mismos".

 

"La novela es verdad cuando se sostiene en su propio razonamiento".

 

"Tres o cuatro palabras mal puestas o elegidas pueden estropear un capítulo completo".

 

"Estoy muy cabreado con los cabreados porque, joder, ya podrían haberse cabreado antes".

 

"Hay una vigilancia económica a la baja: los que ganan seiscientos u ochocientos euros critican a los que ganan mil cuatrocientos, en vez de insultar a los verdaderos responsables de que estén ganando seiscientos euros. Parece que los trabajadores piensan que lo ético es ganar poco, algo que me imagino hará muy feliz a los empresarios.".

 

"No soy un poeta feliz".

 

"Creo que hay un componente inconsciente grandísimo en las novelas".

 

"El tono es el espacio donde se va a narrar".

 

"Tengo amigos que saben mucho de novelística, pero que hacen después novelas que no funcionan. No comprenden que tú puedes saber mucho de anatomía, pero si el cuerpo está muerto, está muerto".

 

"¿Por qué salvarse escribiendo? Porque es barato."

 

"La vejez no acaba bien casi nunca".

 

 



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30 de junio de 2014
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Las accionistas preguntonas

Hace cinco años, la abogada Mechthild Düsing, propietaria de algunos paquetes de acciones de empresas del DAX, comprobó que cada vez que asistía a una junta general sólo preguntaban los hombres, aunque a menudo las intervenciones trataban de nimiedades. En el aforo predominaban trajes oscuros y corbatas; y, claro está, una cosa es leerlo en los periódicos y otra sentirse una nota de color, aunque sea beige. Hasta que un día se levantó e interrogó al presidente de una empresa acerca de la presencia de mujeres en ella. Así nació la plataforma Paridad en Acción, creada por la Asociación de Juristas Alemanas, que desde hace un año cuenta con una delegación en España, dirigida por Katharina Miller. Miller no enseña las tetas, no lleva pancartas, ni siquiera se considera una activista de género, sino que expone una lógica empresarial basada en demostrar que las compañías que tienen más mujeres en los despachos del último piso son más competentes, eficaces y productivas. En un año, la abogada ha asistido a una veintena de juntas del Ibex 35, donde plantea sus cuestiones durante cuatro minutos -tiene hasta diez-. “Pero quién se cree que es esta”, comentaban algunas participantes jóvenes en la junta de Técnicas Reunidas, donde fue recibida en un ambiente hostil. “Culturalmente, en España, choca que se cuestione este asunto en un foro donde sólo suele hablarse de actividad de negocio. Y más de una amiga está preocupada por mi reputación”, dice Miller, premiada en Alemania por su oratoria. La reacción habitual es que le digan que tienen controlado el asunto. César Alierta, por ejemplo, le respondió así: “En cuanto a las señoras, se está haciendo un esfuerzo, bueno, no es un esfuerzo, porque estoy convencido de que las señoras son más listas que los hombres…”. Siempre se agradece la galantería, e incluso los piropos envenenados, pero la realidad es que nadie cree que se cumpla -ni en España, ni en Alemania- el objetivo que plantea la Comisión Europea de que en el 2028 las mujeres en los consejos alcancen un 40%. “Antes tenemos que lograr cambios profundos respecto a la conciliación, los horarios o el trato entre hombres y mujeres en una empresa donde aún te tocan el culo mientras haces una fotocopia”. Según Miller, la empresa más comprometida con la paridad es FCC, donde hizo una intervención el pasado lunes en Barcelona. Pionera en planes de promoción de las mujeres, la presidenta de la compañía, Esther Alcocer, le respondió: “Incluiremos medidas que favorezcan la diversidad e igualdad en nuestros órganos de dirección y de gobierno…, en ese empeño pongo mi palabra”. España ocupa la posición 23 de los 27 países de la OCDE. Dicen sus informes que el desempleo femenino es la razón de su bajada. La excusa de la crisis también para esto. Incluso cuando la desigualdad tiene una incidencia tan negativa en la cuenta de resultados. (La Vanguardia)

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30 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La gran familia mexicana

Imaginemos esta escena. De la noche a la mañana, la prensa nos informa que en el Senado de la República se ha creado la Comisión del Idioma. "¿Del idioma?", pregunta un atónito periodista. "Del español", aclara el vocero de la comisión, "el idioma que el pueblo mexicano utiliza para comunicarse." "¿Y cuál es su objetivo?", interviene otro reportero. "En nuestra región, el español es el idioma que prefiere una abrumadora mayoría de ciudadanos. Es obligación del Senado velar por este importante patrimonio inmaterial." El primer periodista mira con sorpresa al vocero: "¿Y las lenguas indígenas?" El vocero se relame: "Las lenguas indígenas no son usadas por la mayoría de mexicanos a los que represento", y se da media vuelta.

            Imaginemos una segunda escena. De la noche a la mañana, la prensa nos informa que en el Senado de la República se ha creado la Comisión de la Religión y el Desarrollo Humano. "¿De la religión?", pregunta un atónito reportero. "De la religión católica", responde el vocero de la comisión. "La religión mayoritaria del pueblo mexicano". Otro reportero lo encara: "¿Y quienes profesan otras religiones?" El vocero se relame: "La mayor parte de los mexicanos practica el catolicismo. Nuestra misión es velar por sus derechos. Pero por supuesto esta comisión es plural y democrática, y permitirá discutir abiertamente el tema. Es obligación del Estado velar por las creencias del noventa por ciento de los mexicanos."

            Y podríamos seguir. Imaginar que en el Senado de la República se crea una Comisión de la Esclavitud. Es decir: una comisión en donde se discuta, democráticamente, sobre si valdría la pena reinstaurarla. O una Comisión sobre el Problema Indígena. Esto es: una comisión -con todos los recursos materiales y humanos que conlleva, y que pagamos con nuestros impuestos- que aliente la participación ciudadana para que todos podamos expresar nuestro punto de vista sobre si los indígenas son inferiores al resto de los mexicanos y, en consecuencia, si debería parecernos natural limitar sus derechos.

            Por absurdas o delirantes que suenen, estas escenas no son muy distintas a la que en estos días protagoniza el Senado de la República al crear una Comisión de la Familia y el Desarrollo Humano -con todos los recursos materiales y humanos que conlleva, y que pagamos con nuestros impuestos- para velar por la familia tradicional porque es la que practica, según sus estadísticas, una abrumadora mayoría de mexicanos. Porque es la única que garantiza la reproducción (como si sólo estuviéramos en el mundo para eso). Y, en realidad, porque es la defendida por los sectores más duros de la Iglesia. 

"¿Y quienes no se acomodan a ese tipo de familia?", han cuestionado analistas, reporteros, ciudadanos comunes y dirigentes de asociaciones contra la discriminación. La respuesta se halla implícita en el nombre elegido para la mencionada comisión y los argumentos usados para defenderla: ésta es una instancia democrática, no discriminaremos a nadie, todo el mundo podrá ofrecer su punto de vista, pero la familia-familia es solo una, etc., etc. 

            Los avances sociales -y éticos- de una sociedad se encuentran justo en esas materias de las que ya no se puede hablar. Decir, y decir desde una posición de poder, que cualquier tema puede ser discutido es lo contrario de un avance democrático: una aberración y un pretexto para discriminar a quienes no piensan o actúan como nosotros (o la "abrumadora mayoría"). Así como ya resulta impensable discutir si los negros o los indígenas son inferiores, también debería resultar impensable discutir sobre la inferioridad de otras personas a causa de sus preferencias sexuales o a su estado civil. Hablar de una Familia es, ni más ni menos, como hablar de una Religión: un resabio medieval que sigue llegando a nosotros por obra y gracia de la Iglesia.

            La obligación de cualquier Estado democrático no es velar por lo que quiere la mayoría, así sea del 99 por ciento, sino asegurar que todas las personas sean tratadas de forma equivalente. Es lamentable que el Senado de la República y en particular los miembros de los partidos que no pertenecen a la derecha conservadora no se den cuenta del daño que le hacen al país al permitir la existencia de una comisión como ésta. No existe la Gran Familia Mexicana: lo que existe una gran variedad de familias y la obligación del Estado consiste en proteger a cada una de ellas -en especial de quienes creen que sólo existe Una.

 

Twitter: @jvolpi

 

 



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29 de junio de 2014
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¡Que vienen los ?yummies?!

Los metrosexuales nunca cuajaron del todo. Causaban desconfianza y aunque sus afeites hipermodernos bien podían distinguirse del amaneramiento, su interés por la imagen no casaba con lo que todo el mundo entiende por masculinidad, que, al igual que la elegancia, consiste en olvidarse de lo que uno lleva puesto, incluso de los propios cromosomas. Ser masculino sin adoptar pose de cowboy, de ángel del infierno ni de ejecutivo alfa envuelto en tejidos made in Italy es uno de los desafíos de los llamados yummies (acrónimo de young urban men), que, según la prensa anglosajona, están multiplicando las ventas tanto del sector del lujo como del nicho de la cosmética pour homme. Agotados los hipsters, con sus camisas de leñador y sus gafas de diseñador gráfico, la prosopopeya del marketing abraza la nueva etiqueta, que considera deliciosa, además de rentable. Hoy, ocho de cada diez hombres utilizan cosméticos. Lejos de estancarse, la consolidación del cuidado personal más allá del aftershave, incluyendo desde antiojeras a reafirmante, forma parte de un nuevo mainstream que mezcla en el mismo tarro la coquetería con la nueva sensibilidad del líder -más horizontal que vertical-: el jefe sin despacho y con New Balance deseoso de descomprimir y escapar de la armadura de la hombría. Cierto es que el hombre excesivamente perfumado, engominado y conjuntado se estigmatiza a sí mismo. Porque los mandatos de los iconos-macho, de Steve McQueen o Sean Penn, contemplan la homogeneidad del género, ni por exceso ni por defecto. Por ello los yummies parecen desacomplejados, pero a la vez lo suficientemente narcisistas como para abrazar el reinado de la moda. Esta semana ha tenido lugar en Italia y en París la pasarela masculina por la que han desfilado desde clones de Tom Ripley según Pal Zilheri hasta los pañales grecorromanos de Versace, pasando por los festivaleros de Dolce Gabbana, que adoptan camisas estampadas con motivos españoles: mihuras y claveles reventones, o los chicos malos de Saint Laurent. Mientras, en Brasil, después de una inflación de monográficos en la prensa sobre modelos, culos, chanclas y colores chillones, asistimos a otra pasarela. La de los cracks sobre la hierba o los caníbales -como el mordedor Luis Suárez, apasionado y animal donde los haya-, que más allá de sus proezas deportivas crean escuela de estilo. Ellos son los otros yummies: veinteañeros amantes de lo caro que se tiñen el pelo y lo nutren con infinidad de productos, llevan bolsas con logos sobredimensionados y se atreven con looks que prohibirían a cualquier empleado de empresa pública o privada. En internet te enseñan a peinarte como Neymar o Bale, y se celebra al latin lover de Pirlo o al macarra-chic de Cristiano. En las filas de héroes caídos españoles tenemos a Piqué, ejerciendo de padre y amante impetuoso; a Xabi Alonso, que sustituye los tatuajes por buenas corbatas; o a Cesc, de los más elegantes porque parece ausente cuando calla, que demuestran que no existe masculinidad en singular. Hablamos, pues, de masculinidades. El último ‘chansonier’ Cierto es que tratar de vislumbrar el futuro es, sin duda, una ingrata tarea. Ya lo dijo Baudelaire: el tiempo es un jugador ávido que siempre gana, sin necesidad de hacernos trampa. En 1958, el crítico de turno demolía a Charles Aznavour, recién liberado de las cadenas doradas de Édith Piaf: “Su físico irrita, sus gestos molestan, su voz… ¿qué voz?”. El tiempo dejó en ridículo al plumilla, y Aznavour ha mantenido la partida durante casi siete décadas. El pasado jueves, recién cumplidos los 90, cantó en el Liceu un sublime Désormais. Con los últimos acordes de La Bohème lanzó su pañuelo blanco al público, y abuelos y jóvenes se pelearon por el souvenir del último y seductor chansonier. El dinero es humo Los seis hijos de Sting (62 años) saben que no tendrán mucho dinero cuando su progenitor fallezca, a pesar de que haya amasado una fortuna de más de doscientos millones de euros. Ya desde los tiempos de The Police, tuvo fama de complicadito, y ahora imparte una lección moral dickensiana sobre el esfuerzo y las responsabilidades. Con su gesto se sitúa en la línea de los Gates y de aquellos millonarios que no se contentan con reducir la herencia familiar sino que lo hacen público. Otro tipo de publicidad humillante altera a los que piensan si no deberían salir al encuentro del millonario Jason Buzi, que ha anunciado que viene a Madrid a regalar dinero. Sí, más humillante es la pobreza. El benjamín con pedigrí De casta le viene al galgo, y no precisamente de la que no se le cae de la boca a Pablo Podemos Iglesias. He escuchado a Alberto Sotillos, sociólogo, hijo de periodista que fue portavoz del primer y triunfal gobierno de Felipe González, y su coraje verbal suena bien diferente al del aparato socialista en este trance de quiebra y urgencia. Veintiocho años, izquierdista (opta por la “refundación” del partido) y digital (es experto en comunicación política), considera que Madina y Sánchez “forman parte de la vieja política”. Los militantes de base han expresado su confianza en él, aunque no lo haya llamado ningún barón. Pero le faltarán los avales: “Ese sistema medieval”, ha dicho. (La Vanguardia)

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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Valter Hugo Mãe: buenas noticias de Portugal

El nombre de Valter Hugo Mãe se me cruzó por primera vez hace un par de meses, cuando leí en el diario El País un artículo que presentaba a la nueva generación de escritores portugueses. El más conocido de ellos es Gonzalo Tavares, de quien he leído cosas maravillosas (Agua, perro, caballo, cabeza) y otras no tanto (Aprender a rezar en la era de la técnica). Conocía a José Luis Peixoto, pero no a Valter Hugo Mãe, Afonso Cruz, Dulce María Cardoso o João Tordo. La casualidad quiso que me encontrara en Brasil junto en el momento en que se acababa de publicar A desumanização (Cosacnaify, 2014), la nueva novela de Mãe. Me dediqué a ella durante un par de días. Eso de "generación" puede ser un invento que solo sirve para los medios y las editoriales, pero Mãe no lo es. A juzgar por esta novela estremecedora, de ahora en adelante oiremos hablar mucho de este autor.

A desumanização está narrada por Halla, una niña islandesa que sufre el trauma de la muerte de Sigridur, su hermana gemela ("Niñas espejo. Todo a mi alrededor se dividió por la mitad con su muerte"). En su mundo solitario y alejado de la ciudad, rodeada de montañas, fiordos y volcanes, Halla encuentra, a partir de las mentiras benévolas de sus padres, la forma de ir construyendo una mitología poética que da sentido a su mundo: "Vinieron a decirme que la plantaban. Había de nacer otra vez, igual a una semilla tirada en aquel pedazo muy guardado de tierra. La muerte de las niñas es así, dijo mi madre... Y yo creí ingenuamente que, de verdad, la plantaron para que germinase de nuevo. Podría ser que brotara de allí un árbol raro para nuestro rincón abandonado en los fiordos. Podría ser que diese flor. Que diese fruto".

En el lenguaje de Mãe se encuentran resonancias del Faulkner de Mientras agonizo; en esa novela, en una de sus escenas más emblemáticas, a Vardaman le cuesta entender que su madre está muerta, y al ver el ataúd flotando en el río se le ocurre que ella un pez. En A desumanização, Halla piensa que Sigridur es, puede ser un árbol. Por cierto, Halla "sabe" que está muerta, pero no termina de asumirlo. Ver a Sigridur como una "niña plantada" es tener esperanzas de que ella regrese. No solo eso; Mãe también saca partido al tema literario del doble. La gemela muerta obliga a Halla a vivir con "dos almas" o con "un fantasma adentro"; es su forma de hacer que la hermana viva.      

La novela trata de otras cosas: de Heinar, el tonto del pueblo, que está enamorado de Halla y trata de seducirla; de la madre loca de Halla; del padre, impotente ante la muerte de su hija ("No escapaba de sí mismo. Andaba singular, y singular se abatía"). Todos ellos van configurando un mundo que puede leerse a la vez como descarnadamente realista y como un relato gótico de fantasmas. Una historia del presente, y también un cuento milenario, una fábula atravesada por los mitos islandeses. Una novela que también es poesía pura. Es cierto que se puede argumentar que, para su edad, el lenguaje de Halla es preciosista, muy literario. Perto también es cierto que a algunos autores, a algunos libros, estás dispuesto a perdonarles muchas cosas porque te rindes a su belleza, a su sabiduría: "Tal vez la muerte sea una manera de simplificar el alma", dice Halla, dice Valter Hugo Mãe en A desumanização, y yo le creo. 

 

(La Tercera, 26 de junio 2014)



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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El placer de la derrota

Hay derrotas que no llegan por la mano del adversario, sino que son obra de uno mismo, autoinfligidas. Son fruto del empecinamiento y de la ceguera en alguien que reclama lo que no se le puede dar y que incluso es capaz de doblar la apuesta cuando teme que estén a punto de concedérselo. Los buenos negociadores siempre dejan un portillo de escapatoria para que el adversario salve la cara. Al buen político le basta ganar por uno a cero e incluso se conforma con el empate, antes que dejar al adversario herido por un cinco a cero que algún día encontrará su revancha. Las buenas victorias siempre son a los puntos, de forma que el perdedor pueda presentarse dignamente ante los suyos, incluso como partícipe de la victoria. Esta ha sido siempre la especialidad europea, una técnica de pasteleo de eficacia probada a la hora de hacer avanzar las cosas. Un buen Consejo Europeo es siempre una reunión de la que todos salen ganando, incluso los que se sienten más escocidos por la derrota de sus posiciones extremistas. La técnica europeísta y universal es aquella en la que todos ganan, win win, y no la suma cero en la que lo que gana uno lo pierden los otros. Hay algo misterioso en esos personajes, imbuidos por una razón superior a todos los otros y por tanto autorizados a subir todas las apuestas, lanzar todos los órganos y poner las líneas rojas y los plazos inamovibles que les da la gana. En el fondo, no buscan la propia victoria sino la satisfacción que les proporciona la idea de que derrotarán a adversario, aunque luego no lo consigan nunca. Puede que sea un mero gusto masoquista por la derrota, una vocación martirológica que les impulsa al sacrifico, aun a costa de facturas carísimas que, naturalmente, cargarán luego a los ciudadanos, en vez de correr ellos y sus secueces con el enorme gasto ocasionado. Cabe también que sea la pura ceguera, una incapacidad innata para percibir y analizar la realidad, facultad negativa de la inteligencia que suele ir acompañada de la más irracional popularidad de las ideas absurdas que difunden. O incluso el cinismo y la frivolidad de quien está dispuesto a jugar con la seguridad y la confianza de todos con tal de salir con suya, que consiste en jugárselo todo a una sola carta: o César, o nada. Un uso tan desesperado de la amenaza a un último y definitivo recurso, la bomba atómica de la política, puede que sea también un signo de debilidad extrema, la de alguien ue se halla a punto del desfallecimiento. No hay que ir muy lejos para encontrarse con estos absurdos comportamientos, pero quien mejor los encarna es el líder conservador británico, David Cameron, epítome del derrotado por su propia mano y a poco que se descuide responsable del triplete que significaría romper la UE, dejar fuera a Reino Unido y para postre romperlo en dos con la salida de Escocia.



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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El PostFútbol: Suárez, el último canalla

Mientras escribo esto Luis Suárez está arriba de un avión, sin el plantel, volando en solitario hacia Montevideo. Un grupo de uruguayos ha convocado, vía redes sociales, a una concentración para recibir a su héroe expulsado del mundial. Pepe Mujica está entre ellos. Se espera a un salvador del equipo que hace dos días mordía un hombro y hoy muerde el polvo.
 
Atacar a Luis Suárez es tan fácil como defenderlo. 
 
Los que están en contra del jugador uruguayo, suspendido por masticar un defensa italiano en plena jugada, despliegan un abanico de argumentos bien-pensantes donde uno se tropieza con palabras como honor, moral, juego limpio. Analizar desde un sillón frente al HD a un jugador de fútbol (o, en su versión más extrema, a un delantero uruguayo en un mundial en Brasil) suele convertirnos en la más inconsecuente versión de nosotros mismos. En las últimas horas se ha visto lo peor de la corrección objetiva en los juicios contra el 9 de la Celeste.
 
Los que están a favor de Luisito claman desde la exaltación. Para ellos, la mandíbula del atacante tuvo el protagonismo de una gesta heroica nacional. Una acción revolucionaria contra el poder, contra la FIFA y contra las cámaras de televisión que permiten esos golpes bajos con delay llamados "sanciones por oficio".
 
Obligado a elegir uno de ambos exabruptos, prefiero el segundo. No sólo porque cuando la FIFA anuncia una medida ejemplificadora, uno instintivamente se lleva las manos a los bolsillos. Ni por la propia historia de Suárez: un niño futbolista pobre, de un barrio pobre de Montevideo, que estacionaba autos para comer y que se dormía con los dientes apretados esperando poder triturar la fama, o al menos un bife. Básicamente, hay que absolverlo, porque se trata de un futbolista de otra época inserto -por un accidente del tiempo- en el Mundial de hoy.
 
¿Cómo explicarle a Luis Suárez que ahora todo se graba y se repite en cámara lenta y súper lenta y ultra lenta? ¿O que las burlas y quejas por las redes sociales pueden influir en una sanción? ¿Cómo hacerlo entender que tapar un gol con sus manos, como en el Mundial de Sudáfrica, o morder a un defensa que te pegó todo el partido, ya no son de esas triquiñuelas barriobajeras que se quedan dentro de la cancha? ¿Cómo explicar que la picardía se quedó en la Copa Libertadores de los ochentas y que ahora el truco para engañar está en la corrección? ¿Cómo hacerle ver que, aunque mordió toda su carrera y la garra charrúa se defiende con todo, ahora se equivocó?
 
Es probable que Luis Suarez nunca lo entienda, y que en el avión se siga preguntando por qué lo persiguen. Ahí está su consecuencia: el último canalla decidió que no se dejará vencer por el PostFútbol.
 
 
Columna "El PostFútbol" publicada en el diario hoyxhoy  
 


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27 de junio de 2014
Blogs de autor

Vivir con las maletas hechas

Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, de Dora Schwarzstein, publicado por Editorial Crítica en 2001, no trata de Franco y apenas si habla de Perón. Es la historia de los exiliados republicanos en Argentina, sus desventuras, su relación con lo que estaba pasando en España y su difícil inserción en el país donde recaló su naufragio. Son las voces de una larga derrota.

En este siglo en que recrudecen los exilios y las migraciones, esta historia es tan actual como cuando se publicó, y el método de historia oral que su autora, su modelo para contar el pasado y el presente desde la memoria colectiva.

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La historiadora argentina Dora Schwarzstein usa con pericia las herramientas de la historia oral para atrapar las voces y los recuerdos de los exiliados republicanos en Argentina. Fueron protagonistas de la Historia con mayúscula y en su larguísimo exilio llegaron a comprender con tristeza que la historia de su país los había dejado atrás. Cuando murió Franco fueron otros los que protagonizaron ese futuro con el que ellos tanto habían soñado.

Es un libro tristísimo, pero su lectura se hace luminosa por la forma en que usa la historia oral para hacer presente y real, como en una novela, una de las mayores tragedias del siglo XX. Pero Entre Franco y Perón me llegó tarde. A un año de su publicación, murió Dora Schwarzstein en Buenos Aires. Buscándola ahora en internet, me encuentro con el obituario que le escribió su discípulo, mi amigo y gran cultor de la historia oral Federico Lorenz.

“Es difícil pensar lo que se conoce como ‘Historia Oral’ sin asociarlo al nombre de Dora”, Dice Lorenz. “Ella, ‘historiadora que utiliza fuentes orales’, como se definía, abrió caminos para quienes actualmente realizamos entrevistas para nuestras investigaciones. Por eso el parafraseo de Gramsci, porque durante toda su actividad profesional Dora desplegó una energía y un entusiasmo envidiables, una fuerte voluntad por instalar una metodología que resultó exitosa porque estuvo acompañada por un rigor y un muy alto nivel crítico y autocrítico.”

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Este estudio del exilio republicano en Argentina es erudito y vibrante al mismo tiempo, y combina casi en cada página los testimonios de personajes que sufren el desgarro del destierro con el análisis sosegado de una de las mayores tragedias del siglo XX. 

Volvamos a contarlo: entre enero y marzo de 1939, se calcula que cruzaron la frontera española hacia Francia unas 450.000 personas. La larga marcha por los Pirineos en uno de los inviernos más crudos del siglo aparece una y otra vez en los testimonios de los exiliados. “No éramos más que un pobre rebaño de parias, sin derecho alguno, sin hogar ni patria; y todo por el crimen de haber soñado con un mundo mejor y haber luchado por realizarlo,” dice Federica Montseny, una de los 87 exiliados entrevistados por Schwarzstein.

Pero al salir de la España franquista los derrotados estaban lejos de ver el fin de sus sufrimientos. Muchos fueron enviados a campos de concentración en Alemania, intelectuales y activistas políticos iniciaron azarosos viajes por mar hacia lo desconocido, y los que nadie quería vegetaron por años en campos de refugiados en el sur de Francia.

Unos 30.000 exiliados marcharon a América, que muchos veían como tierra de abundancia y promisión. Dos tercios de éstos fueron a México, donde el gobierno de Lázaro Cárdenas les abrió las puertas. El resto se desperdigó principalmente por Chile, Argentina y República Dominicana.

Los que fueron a Argentina se encontraron allí con inmigrantes españoles de principios de siglo y con republicanos que habían huido antes de la caída definitiva. Luego fueron llegando más víctimas de la represión franquista. La autora desgrana detalladamente las relaciones que se fueron formando entre estos grupos, con los argentinos que se encontraron y con los otros inmigrantes y exiliados de toda Europa que compartían su suerte en pensiones y conventillos de Buenos Aires.

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En el libro se presenta y se explica la Historia de grandes personajes: el apoyo de Perón a Franco, la política mexicana de abrir las puertas a los republicanos y la acción contraria del gobierno argentino, la actitud ambigua de las democracias europeas ante Franco luego de la Segunda Guerra Mundial, las luchas infructuosas de los representantes de la República en el exilio por vetar al franquismo de Naciones Unidas.

Pero su valor fundamental es volcar la historia viva, individual y colectiva de los exiliados: su cotidianeidad en Buenos Aires y la forma en que poco a poco iban arreglando sus recuerdos y su identidad para adaptarla a las circunstancias de su nueva vida.

Por ejemplo, el énfasis en considerarse exiliados, no inmigrantes.

Una mujer que se exilió de niña en Argentina recuerda que sus padres nunca compraron muebles, porque querían creer que en cualquier momento volverían a España. Hoy su hija se siente plenamente argentina.

“Poco a poco nos hemos ido argentinizando,” dice uno de los testimonios más punzantes. “Mi pensamiento está en España, pero está en la Argentina al mismo tiempo. Es decir, hemos dejado de ser totalmente españoles pero no somos totalmente argentinos. Somos del Atlántico, estamos a mitad de camino de la ida y de la vuelta.”

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Dora Schwarzstein murió hace 12 años, y hoy no puedo decirle lo que me gustó y me enseñó su libro sabio.

Los libros sobreviven a sus autores, igual pero exactamente al revés que las viejas minas anti-persona enterradas en el campo: de pronto y sin aviso, muchos años después, nos pueden explotar y cambiarnos para siempre. 

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26 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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