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De Washington a Shanghái

Por 20 de julio de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

Tras el bombardeo japonés a Pearl Harbor y su incorporación al bando aliado, a fines de 1942 Estados Unidos inició una ronda de conversaciones bilaterales con el Reino Unido a fin de planear el escenario económico del planeta tras la eventual -aunque todavía lejana- derrota del Eje. Para encabezar su misión, Gran Bretaña eligió a su especialista más reputado, el gran John Maynard Keynes, al tiempo que Washington optaba por el subsecretario del Tesoro, Harry Dexter White. En un episodio propio de una de las películas de propaganda de entonces, Keynes y White se reunieron varias veces a ambos lados del Atlántico, protagonizando una auténtica guerra dentro de la guerra.

            Encumbrado como el economista más notable del siglo XX, Keynes presentó un plan de acción tan ambicioso como impracticable en el que, asumiendo el punto de vista de las naciones deudoras -como la suya-, proponía la creación de una Unión Internacional de Compensación con amplios poderes multilaterales para regular las cuentas de los países miembros, así como la utilización de una moneda de intercambio única, llamada en algún momento bancor. Por su parte, White asumió la perspectiva de las naciones acreedoras -Estados Unidos en primerísimo término- e impulsó la creación de una institución más modesta, el Fondo Monetario Internacional, basada en un sistema de cuotas que correspondería a la importancia geopolítica de sus integrantes.

            Hacia fines de 1943 se volvió claro que, más allá de las brillantes intuiciones de Keynes -a las que muchos han querido retornar tras la Gran Recesión del 2008-, Estados Unidos terminaría imponiendo el Plan White frente a una Inglaterra vista ya como potencia de segundo orden. Así, cuando en julio de 1944 se reunieron delegados de casi medio centenar de países en el Hotel Mt. Washington, en New Hampshire, fue para firmar los acuerdos diseñados por White y su equipo. Para distintos observadores, la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco para la Reconstrucción y el Desarrollo (el Banco Mundial) estuvo marcada desde ese momento por la decisión de Estados Unidos de convertirlos en instrumentos de su política exterior. Nada casual, pues, que ambas instituciones fijaran su sede en Washington.

Dos años después, en la Conferencia de Savannah, el propio Keynes advirtió: "Lo peor que podría pasarle a los mellizos sería que un hada malévola, un Hada Carabina, los maldiga. Su maldición sería la siguiente: Ustedes, hermanitos, se convertirán en políticos. […] Si los mellizos llegaran a transformarse en políticos, lo mejor que podría pasarles sería caer en un sueño eterno." Paradójicamente, para entonces White -quien no tardaría en ser acusado de entregar información confidencial a los soviéticos- compartía el mismo temor: las instituciones de Bretton Woods, diseñadas bajo el espíritu idealista de contribuir a la paz mundial, habían sucumbido a la maldición keynesiana y se comportaban ya como meras herramientas del poder estadounidense. Desde entonces, el FMI y el BM jamás han dejado de ser vistos como apéndices de Washington y, en las últimas décadas, como severos gestores del modelo neoliberal impuesto en todo el orbe. En su momento, si bien White logró que el embajador soviético firmase los acuerdos, Stalin se resistió a ratificarlos aduciendo la misma razón.

Ahora, justo cuando se cumplen 70 años de Bretton Woods, las cinco mayores potencias emergentes, China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica -los llamados BRICS-, que concentran una cuarta parte del PIB mundial, se han reunido en Fortaleza con el objetivo de crear una institución que haga frente a los viejos organismos financieros internacionales, a los cuales acusan de falta de representatividad y de eficacia. El Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), dotado de inicio con 100 mil millones de dólares, tendrá su sede natural en Shanghái.

Igual que ocurrió en 1944, la creación de este banco refleja el nuevo reparto del poder en el planeta. Para muchos, los BRICS en su conjunto son una simple pantalla de China, quien poco a poco arrebata a Estados Unidos el control unilateral del mundo tras la destrucción del bloque soviético. Nada queda, aquí, del idealismo de la posguerra. Keynes sabría perfectamente que, desde el inicio, la maldición del Hada Carabina se cierne sobre el reluciente NBD, que encarna la tardía -y lógica- revancha de las naciones que el sistema de Bretton Woods jamás tomó en cuenta.

 

Twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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