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Asuntos metafísicos 63: ¿Qué camino tomar?

Las condiciones de la vía de la ciencia. Grosso modo, sabemos las implicaciones ontológicas de asuntos técnicos propios de las disciplinas científicas, concretamente de la física, como el teorema de Bell. Pero obviamente cabe saber con mayor acuidad.  Cabe  pensar en los términos en los que lo hacen los filósofos de la ciencia, lo cual supone formarse o seguir formándose en las disciplinas que permiten ahondar en el aspecto técnico de los problemas. Así  por ejemplo adentrarse en todas las discusiones de extraordinaria  complejidad relativas a la localidad, lo cual implica también considerar las tentativas para refutar  que la localidad  sea de verdad experimentalmente  violada;   y obviamente hay que considerar asimismo las respuestas que se han dado  a estos esfuerzos conservadores. Y caso de asumir decididamente  la no localidad cuántica,  hay entonces otros retos, por ejemplo el de discernir si una naturaleza no sometida a la   localidad  entra realmente  en contradicción con la Relatividad Restringida. Pregunta que a su vez  supone el determinar  si la velocidad de la luz es, en el marco de tal teoría, un limite infranqueable o simplemente un invariante para todos los referenciales galileanos (de tal manera que si un tren se mueve a una velocidad rectilínea uniforme, por enorme que su velocidad sea, la velocidad del rayo de luz que comparte dirección y sentido será la misma medida desde el tren que medida de la estación).  Y sea cual sea la respuesta a las anteriores preguntas, interrogación complementaria  es la de si la correlación a distancia que supone la violación de las desigualdades de Bell puede o no ser utilizada para el envío de señales, es decir si  la  naturaleza posibilita lo siguiente: un sujeto humano  controla un evento A que tiene influencia sobre un evento B espacialmente separado del primero y percibido por un segundo sujeto humano[1]

En suma, si en el tratamiento de las cuestiones ontológicas se sigue el camino de la ciencia, entonces no es obviable un cierto dominio de la Teoría de la Relatividad, pero hay asimismo que pasar por otras cuestiones. Pues en cuanto se sale de la consideración estrecha de una determinada  disciplina científica (quizás  simplemente como resultado de la simple constatación de que hay otras ), surge de inmediato la pregunta sobre si los objetos en  los que la ciencia especializada  se vuelca se hallan meramente dispersos o si hay unidad entre ellos, lo cual llevaría a buscar  una unidad entre las diferentes disciplinas. Desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia la hipótesis de la unidad supondría la existencia  de una teoría fundamental provista de un modelo que pudiera dar cuenta exhaustiva de la realidad, o al menos de la realidad  de la que  la ciencia se ocupa.

Abrirse simplemente a este problema, es decir,  considerar meramente lo que la hipótesis supone,  implica  inevitablemente iniciarse  a los aspectos técnicos en materias aquí  aun ni siquiera evocadas. Pues habría que abordar cuestiones de termodinámica y preguntarse  si los principios estadísticos en los que esta disciplina se sustenta son reductibles a los de la mecánica cuántica o las bases de la relatividad. Pero, de nuevo ¿cómo meterse en este asunto sin la disposición para confrontarse a duros retos técnicos? Y el problema no se acaba ahí,  pues el espectro de la ciencia es amplio, al menos en lo relativo a su ambición. Tratándose de la vida y aun de la vida animal, la química  rige pues a ella se reduciría la genética, núcleo de la biología. Pero la dificultad radical es cuando se apunta  a que  el hombre mismo se convierta en su objetivo, lo cual para toda tentativa reduccionista supone ni más ni menos que intentar dar cuenta del lenguaje. Quizás  los  teóricos de la llamada sociobiología pueden adentrarse  sin reparos en tal proyecto, pero siempre chocarán con la evidencia que  dar cuenta del lenguaje supone dar cuenta de aquello mismo que fundamenta el hecho de dar cuenta. Mas en todo caso una reflexión crítica sobre las aspiraciones de la sociobiología exigiría  refutar argumentos vinculados a aspectos técnicos  que es muy difícil controlar. ¿Renunciar pues, o apuntar para la filosofía  otra forma de abordaje?

 

¿Otra forma d abordaje? Se ha hecho ciertamente filosofía a priori, dejándose llevar simplemente por la fuerza del concepto (así al menos quiso hacer filosofía Hegel en su Ciencia de la Lógica). Pero ello sólo es posible si el espíritu, es decir, la potencia del lenguaje, no es frenado por las inevitables contingencias, lo cual puede ser en última instancia mera cuestión de fortuna. Si el espíritu está presente, entonces, aun observando la empiria (eventualmente de soslayo, como el cantante lírico concentrado por la exigencia de su actuación  mira no obstante la batuta) y las teorías sobre la misma, aun  atentos a los datos proporcionados por la física,  la química, la biología, incluso las ciencias del hombre, incluida la parte archivable de la lingüística...lo que legisla  es la tensión del concepto, el cual integra todo el cúmulo de datos, los somete a sus exigencias y precisamente por esta sumisión los revitaliza. 

En ausencia de tal mediatización por lo que no es en definitiva otra cosa que la fuerza de la palabra, sólo se presenta como viable la tarea de archivar asépticamente  lo que hasta ahora se ha pensado. Se propone el ser humano tener un mapa descriptivo del mundo y necesita para ello armas, que él mismo forja en lo que  constituye precisamente la ciencia. Tal exigencia  se presenta en razón  de que el hombre quiere el control sobre  ese mundo, pero quizás también en razón meramente de que el mundo le ha sorprendido. En tal caso no bastará con describirlo, sino que será necesario aclararlo, dar razón de él. Y aquí entra en juego la remisión a principios. Ulterior etapa es que por una u otra circunstancia (en nuestro tiempo en razón de la pertinencia de una disciplina especializada que se ha  desbordado  a sí misma) los principios vengan literalmente a ser  sometidos a juicio. En ellos estamos en estos asuntos metafísicos, o estábamos... ya que  en cada etapa retorna la pregunta de cómo y por dónde seguir. Pues no parece que haya para la filosofía  una secuencia dada de trabas a superar. Los problemas filosóficos se fraguan en la filosofía misma. Este es uno de los lugares en los que alcanzan sentido concreto la socorrida metáfora de la construcción del camino en el hecho mismo de ponerse en marcha. Pero  si ello es así, la incertidumbre  es máxima,  pues la metáfora misma  indica que la acción de avanzar no es seguro que exprese  el acto  de una potencia, la actualización de una facultad. Ello respecto al sujeto que piensa, pues respecto a los contenidos del pensar    ni siquiera es seguro que el andar de la filosofía se traduzca  necesariamente en secuencia de problemas.  Cabe la conjetura de que el hecho deinterrogarse  sea en realidad sólo una expresión entre otras  de que hay filosofía, filosofía en el sentido de esa actitud del espíritu humano que Kant consideraba como universal y jamás erradicable,  aunque su  crítica tuviera como objeto el mostrar que nunca podría  alcanzar sus objetivos  al menos por la vía del conocimiento sometido a criterios de verificación. Si el lazo con la libertad el mundo y la causa incondicionada caracteriza al ser de razón y si tal lazo  no tiene solución cognoscitiva, habrá necesariamente entonces que abordar la cosa de otra manera, es decir, de forma no interrogativa, cabría argumentar. Todo ello sin duda como mera conjetura, la cual de momento es una manera de seguir un trecho  en la actitud  de neutralidad respecto a los intereses del sujeto empírico, lo cual  parece la marca misma de la filosofía. Trecho corto, que se quisiera prolongar. 


[1]     Recuérdese el significado de la separación  espacial: en el tiempo que separa  los eventos A y B la luz no podría cubrir la distancia. entre ambos.  

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26 de agosto de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vallcorba

Quería hacer un cuadernito con De lo sublime de Longino, ¿te apetecería? ¿podrías hacerlo pronto? me escribió. Sólo él podía hacer un encargo así y sólo yo, perdonadme, que dijo el poeta, podía aceptarlo. Como vi que tenía prisa, le dije que lo tendría listo en mes y medio. Enseguida empecé, y vi que me había metido en un lío. No he traducido nunca nada tan difícil. Miraba y remiraba el original, soñaba con él, me parecía un bloque impenetrable, se resistía el jodido, me llevaba frases al monte a ver si se descuidaban y me enseñaban el viso, o las pillaba en un descuido y cedían por alguna esquina. No hará falta decir que leí todas las versiones que se han hecho, quitando alguna en cirílico, y ninguna me parecía  ni medio bien. En eso, me manda el contrato. Hombre, te dará igual una semana arriba o abajo, es que es muy difícil. No le daba igual. Tenía prisa, quería ver el libro. Seguí y, como suele pasar, el autor y los dos nos hicimos amigos, se volvió transparente y al cabo me hizo duelo que se acabase tan pronto. Vallcorba me mandó un acuse de recibo muy afectuoso. Después he visto que era una despedida. La última vez que lo vi fue en un funeral, y recuerdo su ojillos claros tras las gafas redondas y los incisivos maliciosos, la verdad es que tenía mucho de niño travieso. Adiós, amigo.


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25 de agosto de 2014
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Iñaki Gabilondo: Reflexiones de una voz insustituible

Ya pocos discuten que Iñaki Gabilondo es la voz de la calidad informativa y la decencia en el periodismo español. Tal vez la crisis económica, la degradación política y la podredumbre moral nos dejaron claro que no todo es igual, que no todo vale: con sus variadas identidades ideológicas, de clase o de lugar de origen, nos queda cada vez más claro que hay voces que buscan enmarañar y confundir y crear odios y desavenencias. Y hay, por otro lado, voces como la de Gabilondo.

Estas semanas estoy en Colombia, dando talleres, seminarios, conferencias y asesorías en universidades y medios de Medellín, Popayán, Cali y Bogotá. En la capital de este gran país, en una comida enriquecedora con Juan Carlos Iragorri, el director del Master en Periodismo de la Universidad del Rosario y periodista de calidad e influencia en la cadena internacional de radio y televisión RCN.

Hablamos mucho de Gabilondo y su legado. Iragorri va a presentar esta semana a Gabilondo en Bogotá, y me pidió impresiones e ideas sobre este admirado maestro.

Me acordé entonces de un libro pequeño y precioso, que el creador del Hoy por hoy mañanero en la Cadena SER escribió hace un par de años.

Gabilondo rumiaba estas ideas desde hacía años. Vino a exponer y compartir estas ideas en la entrega de títulos a los alumnos del Master en Periodismo BCN_NY de la Universidad de Barcelona, donde me tocó el honor de compartir estrado con él. Unos meses más tarde, publiqué este comentario sobre El fin de una época en Cultura/s de La Vanguardia.

Acabo de enviárselo a Iragorri. Ahora quiero compartirlo con los pasajeros que se detengan unos minutos en este blog. Aquí va.   

*          *          *

La medianoche del 28 de diciembre de 2010, Día de los Santos Inocentes, dejó de emitir el canal de noticias, análisis, entrevistas y reportajes CNN+. En el instante en que desapareció su última imagen, comenzó a sonar la sintonía de Gran Hermano 24 horas, el producto estupefaciente de Tele5.

El legendario periodista Iñaki Gabilondo, la cara más visible de CNN+, no quiso ensañarse con el símbolo, pero es difícil no caer en su potencia metafórica. Con el cierre de CNN+, terminaba también la carrera en los medios audiovisuales de Gabilondo.

Durante cuatro décadas, Iñaki Gabilondo sentó cátedra de buen hacer, de ecuanimidad y de respeto desde Televisión Española, la Cadena SER y Noticias Cuatro.

Pero curiosamente, es desde el cierre de su último medio que la figura del adusto presentador entró en otro plano. Se convirtió en un sabio, un paladín de los valores que la profesión periodística pierde día a día. Después de todo, Iñaki parece ser la personificación del periodismo en democracia desde la transición y el nombre más conocido de los grandes profesionales echados al arcón de los trastos viejos por los empresarios que manejan los medios de hoy.

*          *          *

Por todo esto, el lanzamiento de sus reflexiones sobre el estado del periodismo fue un gran acontecimiento en abril de 2011. Y el libro, publicado con primor por Barril & Barral, no decepciona.

Su título, El fin de una época, parece augurar un lamento nostálgico, pero el subtítulo nos enfoca mejor en el verdadero objetivo del ensayo: Sobre el oficio de contar las cosas. A partir de su experiencia personal, Gabilondo se centra en lo importante, lo imperecedero, lo que no debe perderse en una profesión amenazada. Porque Gabilondo no mira el pasado con nostalgia: no todo el pasado fue bueno; no todo el presente es malo. El maestro se resiste a verse como una víctima de los nuevos, duros tiempos.

Una de sus ideas centrales del libro es un brillante juego de palabras con el verbo ‘contar’. Después de recordarnos la importancia de tener profesionales que nos cuenten lo que pasa de manera seria e independiente, comenta, con un guiño triste, que ahora lo importante parece ser el ‘contar’ en otro sentido: no contar las noticias, sino contar dinero, contar audiencias, contar ejemplares vendidos y clicks en una página web.

*          *          *

El fin de una época es un libro coloquial. Para los que reconocemos su voz granulada, levemente arrastrada, envolvente, es imposible leer el libro sin escuchar su voz leyéndonoslo.

Contándonos, por ejemplo, una de sus críticas más claras al periodismo actual a propósito del lema de la rapidez superficial de los medios audiovisuales de hoy.

‘Está pasando, lo estás viendo’, nos dicen los jóvenes presentadores de la televisión de hoy.  

Tal como ha venido haciendo desde el comienzo de su carrera, el viejo periodista nos hace en cambio una pregunta mucho más urgente y necesaria.

En su libro, Gabilondo nos dice: ‘Está pasando; ¿lo estás entendiendo?’

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25 de agosto de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos crímenes

La primera muerte. Un joven de 18 años visita a su abuela en la ciudad dormitorio de Ferguson, en el norte de San Luis, Misuri. Como la mayor parte de los habitantes de su barrio, Michael Brown es negro y de escasos recursos. Ha terminado la preparatoria y está a punto de ingresar a Vatterot College. Según informaciones reveladas por la policía tras el incidente -lo que sus familiares y vecinos denunciaron como un torpe intento de justificación-, el muchacho pudo haber participado en el robo de cigarros minutos antes de toparse con el oficial Darren Wilson. Brown no tenía, hasta el momento, antecedentes penales. En cualquier caso, Wilson no estaba al tanto del supuesto hurto cuando disparó contra el muchacho. Seis veces. Cuatro en el cuerpo y dos en la cabeza, según la autopsia. El chico estaba, sin duda, desarmado.

            La segunda muerte. Un fotorreportero de 41 años de Rochester, NH. Después de colaborar distintos medios, James Foley empezó una carrera independiente que lo llevó a los escenarios bélicos más peligrosos del planeta. Ávido por documentarlos, en 2011 se adentró en Libia y fue detenido por fuerzas leales a Gadafi, las cuales no dudaron en asesinar a uno de sus colegas, Anton Hammerl. Foley permaneció 44 días en cautiverio. Una vez liberado, volvió a trabajar para GlobalPost y France Presse. En 2011 fue capturado en el noroeste de Siria cuando seguía la pista de otros periodistas secuestrados. Aquí las informaciones se tornan confusas: hay quien afirma que fue detenido por fuerzas leales a Bachar el-Assad y entregado al ISIS, el Estado Islámico de Irak y de Levante. En 2014, apareció un primer video: los yihadistas lo obligaban a pedir el cese de los bombardeos estadounidenses. Días después, otro: luego de que su gobierno se negase a pagar por su rescate, Foley fue decapitado.  

Dos muertes innecesarias. Dos muertes criminales. Dos muertes inútiles. Michael Brown y James Foley. Dos muertes que, de la manera más brutal posible, ponen en evidencia dos monumentales fracasos de Estados Unidos como nación y como potencia global. Cuando Barack Obama ganó las elecciones, se convirtió en un símbolo doble: el primer negro en llegar a la presidencia y el carismático orador que prometía sacar a su patria de las desastrosas campañas militares decretadas por su predecesor. Pero los símbolos difícilmente alteran la realidad.

Seis años después de la elección de Obama, las protestas por el asesinato de Michael Brown, y a continuación los brutales enfrentamientos entre los pobladores y la policía de Ferguson, ponen en evidencia que el problema racial en Estados Unidos no se ha cancelado sólo porque un negro hoy ocupe la presidencia. En esas depauperadas zonas del Medio Oeste, los negros siguen teniendo niveles de vida muchos peores que los blancos. La mayor parte de los internos en las cárceles son negros. La mayor parte de los criminales condenados a la pena capital son negros. Y las esperanzas de una vida mejor de la mayor parte de la población negra no han hecho más que descender.

Seis años después de la elección de Obama, Irak vuelve a ser un polvorín. Nadie duda de que Saddam Hussein era un dictador brutal, pero George W. Bush ordenó la invasión aduciendo los eventuales contactos de éste con Al Qaeda y otros grupos radicales. Lo cierto es que, si en 2002 apenas había yihadistas en Irak, la guerra los llevó allí, donde ahora no sólo controlan importantes zonas del país, sino que se han vuelto aún más cruentos y radicales. En otras palabras: la infausta incursión estadounidense en Irak provocó justo lo que se proponía evitar.

Por supuesto, Obama no es el culpable de este doble fracaso. La dinámica social -y racial- de las zonas más pobres de país, por un lado, y la imprevisión y la hubris de los republicanos en su aventura levantina, por el otro, han acabado por ser mucho más poderosos que las edificantes palabras del primer presidente negro. Lo terrible es que, si hace seis años parecía que su admirable retórica podría cambiar el mundo, hoy quedan pocas esperanzas de que sea así. Más allá de su paulatina recuperación económica tras la Gran Recesión, Estados Unidos se halla sumido en una devastadora crisis. Un país cada vez más incapaz de resolver los problemas de sus habitantes más desfavorecidos -para empezar, millones de afroamericanos e inmigrantes sin papeles- y de recomponer esa zona del mundo que, debido a su infausta incursión, se ha vuelto más fanática y violenta que nunca.

 

Twitter: @jvolpi

 



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24 de agosto de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Continuidad de Julio Cortázar

• El primer cuento que leí de Julio Cortázar fue "Carta a una señorita en París". El libro estaba en la mesa de noche de mi hermana mayor. Leí en el tercer párrrafo "Cuando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta", y me hice de ese mundo para siempre. No le busqué implicaciones simbólicas al cuento ni me pregunté nada sobre el neofantástico. Vomitar conejos era simplemente algo que ocurría allí.

 

• Cortázar era un escritor favorito de los hermanos mayores de mis amigos. Sus libros estaban tirados sobre sillones y escritorios en las casas que yo visitaba. En la de Diego encontré el mayor tesoro: La vuelta al día en ochenta mundos y Último round. En sus páginas había fragmentos de textos, dibujos, recortes de prensa, collages. No entendía algunos textos "patafísicos", pero sí la libertad lúdica con que se movía el autor (a ratos incluso me olvidaba de que había un autor en ese "objeto encontrado").

 

• Leí Rayuela en mis años universitarios en Buenos Aires y no entendí la devoción a esa novela. No era Cortázar el que había cambiado, era yo. Para compensar, conseguí Las armas secretas y la leí de golpe, maravillado. No había una frase fuera de ritmo en ese libro, no había ningún cuento que no fuera perfecto. Durante mucho tiempo me pregunté de qué zambullida del inconsciente había salido una imagen como "Pero los hilos de la Virgen también se llaman las babas del diablo", y convertí en mantra una frase que parafraseaba a mi manera: "Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es escribir".

 

• Cortázar ha sido para mí un gran generador de ficciones: tengo un par de cuentos breves llamados "Casa tomada" y "Continuidad de los parques", a la vez homenajes y reescrituras. Escribí otros cuentos bajo el influjo de "Instrucciones para John Howell" y "La noche boca arriba". No es para menos: durante mucho tiempo mi idea de lo que debe ser un cuento provenía de Cortázar y Borges. Leía buscando los fuegos de artificio sorpresivos del último párrafo. Si faltaba esa vuelta de tuerca sentía que el cuento era fallido (así no pude entender ni a Hemingway ni a Chejov en mis primeras lecturas).

 

• En mis primeros años en Cornell enseñaba un curso canónico de introducción a la literatura latinoamericana. Yo sabía que me nunca me iría mal con algunos cuentos de Cortázar: "Axolotl" "Apocalipsis en Solentiname", "La autopista del Sur", "El otro cielo". Hablábamos de la influencia del surrealismo, del neofantástico (ah, profesor incapaz de escaparse de lo prosaico de explicar las magias de la literatura), de las "continuidades" entre diversos planos de realidad. Mis estudiantes sentían que entendían, y yo también. Quizás por eso es que muchos escritores hoy se han alejado de Cortázar: se ha vuelto demasiado familiar, sus recursos no sorprenden porque ya están instalados cómodamente en nuestro sistema literario.

 

• Anoche releí "Final del juego" y "Torito" y "Circe" y me conmoví por un Cortázar que no visitaba con frecuencia. Uno que no es tan efectista y es capaz de conmover jugando sin cartas marcadas. Pensé que había muchos caminos para rescatarlo de los lugares comunes que hoy convocaba su nombre. Luego recordé mi visita al stand de Alfaguara en la última feria del libro de Buenos Aires, las mesas y las pilas de libros dedicadas solo a Cortázar, y me pregunté si era necesario rescatarlo. Los lectores lo han hecho suyo, y que nos sea tan obvio a veces es porque ha ganado la batalla. Así que ahí quedan, en un estante, mirándome cada que paso a su lado, los dos volúmenes de sus Cuentos Completos. Creo conocerlos, pero, si he aprendido bien las instrucciones, sé que (insertar imagen de un lector que vomita conejitos).   

 

 

 (La Tercera, 24 de agosto 2014) 

 

 

 

 



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24 de agosto de 2014
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?Catalonia social people?

 

Loles Vidal era el alma de la Torre del Remei: un delicioso palacete modernista que la familia Albó encargó al arquitecto Freixa a primeros de siglo como casa de veraneo, con el fin de atenuar los estragos de un desengaño amoroso que padeció una de las hijas. Desde que lo regentara en los años noventa junto a su marido, el gran chef de Martinet, Josep M. Boix, se erigió como el centro neurálgico de la Cerdanya, esa comarca con forma de cazuela, según Josep Pla. El Remei es un hotel donde se come muy bien, con lago, ermita y unos inabarcables jardines que al atardecer se difuminan desde el verde violento hasta una neblina lechosa que recubre el bosque de los tilos. Juan Carlos I, Margaret Bush, Aznar, Querejeta, Indurain, Néstor Luján -que vivía allí la mitad del año- Eduardo Mendoza, Javier Marías (que paseaba estos días entre las apreciadas secuoyas) han recalado aquí. Loles Vidal murió el pasado 21 de julio. “No quiso ceremonia, no quiso darnos dolores de cabeza, ni necrológica siquiera”, me cuenta Josep Maria. Elegante y firme, digna, inteligente, en abril decidió que no habría más quimio. Le pidió a su hija y a sus nietos que regresaran a Estados Unidos; no son tiempos para quedarse en España. La pubilla de la armería Vidal de la Seu, una de las mejores maîtres de España, defendía los canelones de toda la vida y el estómago en calma. Se levantaba al salir el sol y se sentaba a tomar café bajo un castaño centenario. Elegía la soledad-palabra, no la soledad-sentimiento, como compañía junto a sus perros, Lluna y Boira. “¿Los lugares preferidos de Loles en La Cerdanya? El Remei -responde Josep Maria-, esto la llenaba por completo. No salía de aquí si no era para ir a Barcelona o a París”. Años noventa. Desfile de Chanel. Pocos invitados españoles. Una mano en el hombro: es ella y su pelo travieso; ella y sus botines de punta; ella y su interpretación afrancesada del zumo de naranja. El sin ti será una soledad solitaria. A los cinco días después de la muerte de la mestressa del Remei, se casaba la hija de Carles Vilarubí -marido de Sol Daurella, presidenta de Coca-Cola y una de las empresarias más poderosas; en verano sube en bicicleta la collada de Toses-. Pujol acababa de inculparse, y se desconocía aún hasta qué extremo marcaría la agenda del verano. “Que se vayan a Alemania él y sus hijos”, musitaban algunos invitados de la crème catalana, incluso quienes escuchimizaban los vínculos que durante años mantuvieron con “casa nostra”. En la Cerdanya, la burguesía catalana suele veranear durante la segunda quincena de agosto, después de haber salado su piel en las aguas de la Costa Brava o de Menorca. “El fenómeno de la tercera residencia”, me cuenta Julia Otero, que veranea en la zona. Muchas familias catalanas hacen doblete entre l’Empordà y la Cerdanya. Desde Narcís Oller con su Pilar Prim, hasta Ramon Casas o el propio Gaudí se sintieron atraídos por el magnetismo que rodea el lago medieval y el club de golf de Puigcerdà. Hará unos treinta años, se empezó a poner de moda subir de Pedralbes a Bovir. Dicen que Josep Lluís Núñez -que posee uno de los más impresionantes miradores de la zona- puso a la Cerdanya en el mapa empresarial de Catalunya. Entre la sierra de l’Albera i les Gavarres, entre el mar y la montaña, se extiende la sociabilidad catalana del veraneo. Ahí están los caminos de tierra que esconden residencias descomunales, invisibles desde fuera, como marca la proverbial discreción autóctona. En el ya clásico Mas Torrent, Antoni Vila Casas, el empresario que vendió Prodesfarma, se convirtió en mecenas y forró de buenos cuadros l’Empordà y organiza una cita cada verano. Lo que antes era el Big Rock de Palamós, ara lo es el Simpson de Llafranc -el watching people- aunque el agosto del who is who barcelonés -que no cabe en el artículo- frecuenta tan solo las cenas privadas. Se invitan entre ellos, como en el juego de la oca: de Aiguablava (Duran i Lleida, este año huésped de Enrico Letta, o Antoni Brufau) a Fonteta (Josep Esteve, Luis Conde, Sixte Cambra, Joan Verdaguer) o a Fontanilles (Emili Cuatrecasas), a S’Agaró (Albert Costafreda), a Llafranc (Josep Creuheras) o a Tamariu (Maria Reig)… Las páginas amarillas vips están inflacionadas. Aunque el 25% de la propiedad de la urbanización La Gavina es rusa y ucraniana. Ahí luce el simbólico hotel, este año de fiesta porque las hermanas Ensesa han reabierto la histórica Taverna del Mar que reingresa en el mapa gastronómico mediterráneo. Casas escondidas entre las rocas y casas soñadas, como la que en los sesenta le encarga Romy Schneider al arquitecto de moda en la Costa Brava, Prats Marsó, espinilla romántica que utiliza Màrius Carol para arrancar Un estiu a l’Empordà. “El suquet de peix de Portabella no ha sido sustituido como tal, acaso por la vendimia y el civet de Luís Conde”, cuenta Albert Arbós, periodista y autor de un viejo e interesante libro sobre Tarradellas, La conciencia de un pueblo. Entre l’Empordà y la Cerdanya, los burgueses ilustres que reciben suelen decir que no quieren nombres, sino amigos. En las noches refrescadas por el agosto otoñal, a menudo nombres y amigos intercambian los papeles. Y sin dress code ni fiestas de la espuma, se evidencia una vez más que la política también es para el verano.

(La Vanguardia)

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23 de agosto de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Trasatlántico

En los talleres de escritura creativa enseñan que las novelas deben arrancar con una historia vistosa, emotiva, trepidante y capaz de enganchar al desprevenido lector. Si consigues eso, dicen los maestros, después puedes hacer un poco lo que quieras con los tiempos narrativos, los escenarios donde transcurre la acción y el, la o los narradore(a)s, siempre que tengas la precaución de no perder por el camino la atención del lector.

Colum McCann conoce bien la norma porque lleva años enseñándosela  a futuros escritores en una universidad de Nueva York. Y en Trasatlántico cumple escrupulosamente con sus enseñanzas y abre la novela con el relato novelado del vistoso y trepidante, aparte de histórico,  vuelo que en 1919 realizaron los pilotos británicos Arthur Brown y John Alcock, quienes partiendo de Terranova a bordo de un bombardero Vickers modificado, llegaron a Irlanda y se convirtieron e los primeros en atravesar el Atlántico sin escalas. Ante la enormidad que se proponían  hacer los dos aviadores pasa casi desapercibida la importancia de la intervención de  una periodista de Terranova y su hija fotógrafa, quienes les entregan una carta con el ruego de que la echen al correo cuando toquen suelo europeo. Esa carta acabará dejando un levísimo rastro que salta y enlaza épocas, continentes, personajes y circunstancias sin aparente relación pero que exigen una colaboración activa del lector para elaborar el relato total.    

En el caso de esta novela, McCann tuvo que hacer frente a dos condicionantes de índole muy diferente pero que a la postre se han demostrado decisivos. El primero hay que atribuirlo al éxito furibundo de su novela anterior,  Que el vasto mundo siga girando (2009) que le valió fama, fortuna, premios prestigiosos y efusivos elogios a escala mundial, pero que le causó de paso un problema muy común en los autores de éxito repentino: cómo escribir otro libro que sea tan bueno como el anterior sin que parezca una copia, o lo que es lo  mismo, cómo satisfacer las  expectativas creadas. El segundo condicionante no tenía nada que ver con las servidumbres de la industria editorial y en cambio era de orden estrictamente literario: a diferencia de lo que les pasa a otros muy admirados escritores irlandeses tipo Elisabeth Bowen, John Banville o, sobre todo, Colm Toibín,  Colum McCann no es un escritor fácil e imaginativo y que de cualquier cosa se inventa una novela. Él es un fanático de la investigación previa y de la precisión, y si describe un viaje en barco en los años 30 del siglo pasado, los trajes de ellos y ellas, las nomas sociales de trato según el interlocutor sea ella o él, las bebidas y los aperitivos, las músicas que se oyen en el barco o el trato con la servidumbre están milimétricamente reflejados, con la particularidad de que esa minuciosidad en el detalle a veces tiene una importancia decisiva en el desarrollo de la trama, como es el caso de la ya mencionada carta que atravesará por vez primera el Atlántico por los aires, aunque es más significativo aún un detalle mínimo que se describe en el capítulo II, íntegramente dedicado a la visita, asimismo histórica, que  el ex esclavo y abolicionista norteamericano Frederick Douglass realizó a Irlanda en 1845. Aunque el visitante lo viera todo desde la seguridad de los círculos ilustrados y socialmente acomodados que financiaron su viaje, la situación en Irlanda era espantosa, y si ya de por sí era espeluznante el espectáculo de miseria y degradación que ofrecían las calles, se estaban produciendo los primeros pero inequívocos indicios de la hambruna que les iba a costar la vida a dos millones de personas, aparte de que también se estaba consolidando un sentimiento antibritánico que terminaría con la secesión de la República de Irlanda y una guerra civil en Irlanda del Norte que ha llegado a nuestros días. Y sin embargo, pese a que el desgarro social es evidente, lo decisivo para el relato es la brevísima relación del abolicionista con una criada adolescente que sirve en casa de su editor irlandés, y que se limita a unos pocos intercambios de palabras y a un apretón de manos que el ex esclavo intercambia con toda la servidumbre antes de seguir viaje. Ese gesto de fraternidad, y la imagen de hombre que ha sabido conquistar su libertad, son decisivas para la criada, que de pronto concibe la de otro modo inconcebible idea de escaparse a América en busca de una vida mejor. Debido a lo imperceptible de ese momento mágico en la trayectoria de una insignificante fregona, el lector debe hacer un esfuerzo considerable de reconstrucción para relacionarla  muchos años y muchas páginas más tarde con una madre coraje que participa como enfermera en la Guerra de Sucesión americana porque, dice, quiere estar cerca de su hijo de diecisiete años que se ha apuntado como voluntario no para luchar contra los estados esclavistas del sur sino para luchar. Sin más. Una vez que le entreguen el cadáver de su hijo, la madre coraje da un giro a su vida y tras casarse con un suministrador de hielo, tener seis hijos con él, perder a su marido y a dos de los hijos mayores, terminará viviendo con su hija pequeña, que andando el tiempo se convertirá en una periodista de cierta fama en Terranova, momento en que el relato enlaza con la carta y sigue encarnado en la voz de la hija fotógrafa, etc. No es una novela redonda, equilibrada y de una calidad uniforme. Ni mucho menos. Pero McCann a ratos entra por derecho propio en el Olimpo de los grandes narradores irlandeses que tantas historias fascinantes les quedan por contarnos.

 

Trasatlántico

Colum McCann

Traducción de Marta Alcaraz

Seix Barral

                         



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20 de agosto de 2014
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El viaje de la escritura

Heródoto de Halicarnaso fue explorador, viajero, cronista, reportero, narrador literario, y periodista, y por la fuerza de la necesidad, geógrafo, arqueólogo, etnólogo y paleontólogo, pues al poner pie fuera de las fronteras conocidas  se veía en la imprescindible necesidad de comportarse como un descubridor obligado al registro de todo lo visto y oído.

Todos estos géneros, que juntó en Los nueve libros de la historia, llegaron a desarrollarse a través de los siglos, y a separarse, cada uno en su propio camino; pero el periodista polaco Ryszard Kapuściński volvió a enhebrarlos en el siglo veinte en el hilo de la narración literaria para crear un género híbrido, novedoso y atractivo, que marca los propios pasos de Heródoto. Y creando un nuevo género, repite el genio narrador del periodista que es Heródoto, que al contar lo que ve y lo que oye, lo hace con virtud literaria.

En los tiempos de Heródoto no era posible discernir entre historia y narración. Ni siquiera era posible separar la fábula del relato que cuenta asuntos reales, con lo que la distancia entre verdad y mitología se vuelve nula. Heródoto, igual que Homero, vivió un mundo compuesto de realidades reales y realidades imaginarias. Se cree lo que se cuenta, y el narrador se pone como testigo presencial de los hechos, o acude al dicho de terceros frente a los que se obliga a tomar distancia, en busca también del sello de la veracidad, que proviene de la duda, por contrapuesto que parezca.

Frente al vacío y la oscuridad que representan lo desconocido, el amor a la verdad objetiva ha sido siempre un deber, y la imaginación una tentación: la rigurosidad en la selección de los datos, y la libertad de suponer. Era cosa sabida y aceptada entonces, que no pocos de los reyes descendían de los dioses del Olimpo, menudo problema a resolver para un cronista de verdades.

Heródoto probó que se necesitaba curiosidad para el oficio. Esa curiosidad, igual que para Kapuściński, no podía ser saciada sin echarse a navegar, y a andar. Lo extraño comienza más allá de las fronteras.  El viajero mira, y escribe lo que mira. Heródoto recorrió a los treinta años las islas y la tierra firme de la Hélade, la Cólquida, Babilonia, Macedonia, Siria, Egipto, Libia, Cirene, Fenicia, Mesopotamia. Todo lo que era el mundo de entonces, conocido para muy pocos, y por tanto exótico. Se ganaba la vida dando conferencias sobre sus viajes, contando lo que había visto y oído. En Atenas le pagaron una vez diez talentos por una de esas conferencias.

Son dos mundos distantes, el de Heródoto y el de Kapuściński. Distantes en el tiempo, más de dos milenios, y distantes en las percepciones de la realidad, un abismo de civilizaciones. Kapuściński anota que en la escritura de Heródoto no hay ni comas, ni puntos, ni párrafos, ni capítulos. Un rollo infinito de papiro de trazos continuos, que contiene Los nueve libros de la Historia.

Cuando Kapuściński explica las razones del por qué Heródoto se siente en la necesidad de viajar por el mundo, nos dice que lo hace dominado "por una especie de hambre de conocimiento, impelido por una fuerza mayor, tan impetuosa como indefinida. A lo mejor tenía una mente inquisitiva por naturaleza, un cerebro que no cesaba de alumbrar miles de preguntas que no le dejaban vivir, despertándolo en las noches", nos dice en Viajes con Heródoto, su libro de 2004, en el que sigue las huellas de aquel.     

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20 de agosto de 2014
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El Boomeran(g)
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