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Cuando Juan José Millás entrevió la podredumbre que vendría

Hace 10 años, me impresionó un libro de Juan José Millás. Hay algo que no es como me dicen era entonces de lo más parecido a la crónica latinoamericana que se había producido en España. No es extraño, porque Millás es un hombre muy culto, un ávido lector, que busca en tradiciones lejanas y dispares la forma más apropiada para acercarse a una historia. Aquí, la historia es de indignación moral, de nacimiento de la conciencia, de intriga política. En la época más alta del Reino del Ladrillo, cuando España era soberbia y nadie hablaba de crisis, esta pequeña joya muestra el comienzo de la degradación.

Sigo a Millás desde que llegué a este país hace 16 años. Sus artículos y anticuentos en El País me parecen modelos de imaginación feliz y síntesis laboriosa. Sus comentarios de fotos, en la revista semanal de ese diario, un hallazgo: inventó una forma de mirar. Y por supuesto, la he pasado muy bien con varias de sus novelas (Papel mojado, Dos mujeres en Praga, El mundo). Pero hoy quiero recordar el día en que Nevenka Fernández, en representación de una sociedad aturdida y olvidadiza, dijo basta y metió el dedo en la llaga.

Lo que sigue es una versión actualizada de lo que publiqué en 2004 sobre este libro en la recordada revista Lateral.   

*          *          *

Hay un tipo de personaje muy agradecido en el cine de “denuncia” norteamericano: el buen ciudadano, respetuoso de las leyes, que cree en las bondades del sistema y mira con extrañeza a los protestones y los rebeldes. Cuando de pronto se vuelve víctima de la injusticia y la crueldad inherente al mundo al que sirve, cambia su visión de la realidad.

Es el personaje que interpreta Jack Lemmon en El síndrome de China y en Desaparecido, el que borda Russell Crowe en El Dilema.

Las películas funcionan cuando el espectador se identifica con el inocente en el momento en que cae en la cuenta del engaño en el que vivía.

Juan José Millás, exponente del pequeño y poco prestigiado colectivo de periodistas literarios españoles, se distingue desde hace años por dotar a sus columnas de opinión en El País del elemento narrativo, el suspense y el don de la descripción justa y reveladora que le falta a la mayoría de los textos de ese género.

En vez de entonar homilías, Millás cuenta historias.

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En Hay algo que no es como me dicen, el autor desgrana en un libro humilde y bien enfocado una historia “cierta” de apertura de ojos con sensibilidad, muy buena dosificación de datos, ritmo y construcción de personajes.

La historia es simple: Nevenka Fernández, joven concejal del ayuntamiento de Ponferrada, es acosada hasta la desesperación por el alcalde, Ismael Álvarez, del Partido Popular. Contra la opinión de casi todos sus allegados, Nevenka lleva al alcalde a juicio, y gana. En el proceso, cambia su visión del mundo, de la política, de la relación entre hombres y mujeres en esta sociedad, de ella misma y del poder de la palabra. 

Nevenka Fernández no es una militante feminista, ni una activista de izquierda, ni siquiera una intelectual del grupo de amigos de Millás. Al comienzo de la historia pertenece al mundo de Ismael Álvarez, y su camino tiene el patetismo doméstico del que termina siendo ganado por la necesidad de ver algo de lo que no quería enterarse.

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Al contar ese camino, Millás lleva al lector por la pequeña historia de su propio itinerario: cómo se encontró con la noticia del “caso Nevenka”, cómo decidió escribir el libro, y cómo terminó enfrentándose a una amiga suya que prefería ver a la víctima como una vampiresa. Con ira, la amiga le gritaba a Millás que cómo se podía creer en una chica que acudió al juicio por acoso en minifalda “hasta aquí”.

Pero esa era la forma en que la amiga quería, podía o se permitía verla.

En realidad Nevenka había acudido a la sala en pantalones. Al darle la palabra y obligarla a desandar su camino y contar su dolorosa historia, Millás nos pone frente a una Nevenka con pantalones, y le pone los pantalones largos a la crónica española.

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27 de julio de 2014
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Una libreta sobre Federico Falco

            Hace un par de años mi pareja me conminó a leer a Federico Falco. Acababa de aterrizar en Santa Cruz y me contó que durante todo el viaje nocturno había leído su libro de cuentos La hora de los monos y que se largó a llorar con "El pedigrí de los canarios". El cuento era triste, incluso melodramático y algo truculento. Un cuento barroco, lleno de incidentes, de situaciones que funcionaban pese a lo disparatadas que eran. Un cuento que tenía todos los elementos para ser desastroso pero que con el escritor argentino alcanzaba niveles de tragedia. Donde Falco nada, otros se ahogan.

            Conseguí La hora de los monos (2010), luego Elefante (2013), la antología personal publicada por El Cuervo en Bolivia, y hace poco Flores nuevas, la magnífica selección de seis cuentos que acaba de lanzar Montacerdos en Chile. Cuando leí el primer libro me deslumbré tanto como mi pareja, aunque, a diferencia de ella, cometí el error de tratar de entender cómo era que funcionaba un cuento de Falco. Ese verano compartía mi oficina con un académico mexicano que hacía sus investigaciones sobre Nabokov en la biblioteca de Cornell. El académico leía novelas de ciencia ficción raras, una sobre hermanos extraterrestres mellizos y otra sobre un cazador de androides albino. Una tarde en la que él no estaba quise anotar algo sobre "Asiático" -uno de los mejores cuentos de Falco y de toda la literatura contemporánea- y, como no tenía nada a mano, usé una libreta del académico que estaba sobre el escritorio. En las semanas siguientes se me hizo costumbre seguir anotando sobre esos cuentos en la libreta. Un día el académico se volvió a su país y yo me quedé sin la libreta y le escribí un correo pidiéndole disculpas por haberla usado y rogándole que me la enviara. No hubo respuesta. Averigüé su dirección en el norte de México y me largué en su búsqueda.

             Llegué una tarde a la casa en la que vivía el académico y toqué el timbre. Me abrió una señora que olía a ajo; me hizo pasar a un saloncito y me contó que el académico ya no vivía ahí y me recomendó no buscarlo porque estaba involucrado con gente de mala calidad y se perdió en la cocina. Me puse a mirar fotos antiguas en los portarretratos. Al rato ella volvió y, al verme observando una foto de dos mujeres que se abrazaban, me contó que una de ellas era su madre y la otra su abuela. Habían muerto calcinadas junto a su abuelo y el asesino era un primo lejano del abuelo de la señora.

Llegó en caballo al campo donde vivíamos entonces, dijo, y mientras dormíamos trancó la puerta y la roció con alcohol y la hizo arder. El primo gritaba que era su forma de cobrarse una deuda de honor del abuelo. Yo escapé por una ventana, atravesé una quinta a oscuras y pasé la noche agazapada en un maizal. Nunca me enteré cuál era la deuda de honor. Mis abuelos y mi madre fueron enterrados en el cementerio del pueblo de al lado, porque en nuestro pueblo no había cementerio.

            La señora me preguntó si quería quedarme a comer y me disculpé explicándole que debía continuar mi búsqueda. En el hotel en el que me quedaba tuve sueños raros. Soñé que iba a un entierro junto a la señora que olía a ajo. Soñé con extraterrestres mellizos y con un cazador de androides albino. Soñé con Federico Falco escribiendo un cuento sobre un hombre obsesionado con construir el cementerio perfecto. El cuento sería una condensación de su obra hasta ahora, la descripción tan minuciosa de un sueño imaginado que terminaría colándose en la realidad. Una descripción a la que no podía faltarle un detalle, porque el "faltante no podía dejar de notarse" y sería como "una obra maestra, sin su remate triunfal".

Al despertar, descubrí que podía volver a casa porque ya no necesitaba mi libreta.

(La Tercera, 26 de julio 2014)

 

 

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26 de julio de 2014
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Una rosa y un clavel

A las filas socialistas llegan hombres amables: Miquel Iceta y Jaume Collboni. El n.º 1 lleva la curiosidad prendida en la varilla de las gafas, rojas, por supuesto; y la sagacidad en un paladar desde el que vibran verdades y dardos. Quién le hubiera dicho al fundador de Reagrupament Socialista i Democràtic, Josep Pallach, que el gay power saldría al rescate de un PSC voluble y extraviado en el maelstrom soberanista, que ha engullido ya a más de un candidato pusilánime. Iceta y Collboni forman un buen tándem: cosmopolitas, leídos, perfumados y lo suficientemente heterodoxos para cortar la hemorragia de simpatizantes y devolverle el tamaño a la palabra esperanza. Iceta, el eterno ideólogo, es de esos políticos que se preocupa en buscar sinónimos para oxigenar las repeticiones cargantes. Tiene un aire a lo Hollande: frente despejada, cara redonda, papada y gafas de diseño. “La ejecutiva del PSC será integradora, pero no una jaula de grillos”, curiosa expresión para un gay llamado a poner orden y generar empatía. Por fortuna, la política, las finanzas y la diplomacia parecen haber superado de una vez por todas la homofobia. Recuerdo a aquellos primeros ministros gais -fundada o infundadamente-, que tuvieron que soportar todo tipo de chascarrillos. Por no hablar de las disparatadas leyendas urbanas que se vertieron en su día sobre Josep Borrell, a quien se le llegó a meter en la cama con el mismísimo Ortega Cano. En cambio, es asombroso que apenas existan lesbianas. Haberlas, haylas, pero la confesión las estigmatiza y la misoginia las persigue por partida doble. Elena Anaya, Sandra Barneda -siempre magníficas- y para de contar; los armarios siguen llenos mientras las adolescentes homosexuales carecen de referentes. La política no debería dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Desconozco cuál será el papel de las jóvenes políticas de las que tanto se ha hablado para ejercer de marca blanca, como la alcaldesa Nuria Parlon, o de séniors como la mayor gobernanta del partido en Madrid, la mujer a la que Pedro Sánchez supo que tenía que llamar: Teresa Cunillera, una todoterreno a la que no le cuesta remangarse para dedicarse tanto a la fontanería como a la psicología de grupo. La tarea de Iceta y Collboni, candidato a la alcaldía de Barcelona, es titánica: el PSC aún hace política del siglo XX, y se mueve en tierra de nadie -tanto en el proceso soberanista como en la política económica-. La gran incógnita es: ¿podrán articular un mensaje tanto social como nacional que llegue a los catalanes? Los socialistas no encontraban un traje nuevo que les sentara bien ni en las rebajas, una ropa ligera, acaso una lana fría con hebras elásticas, que les permitiera cimbrear la cintura. Porque a Miquel Iceta y su cuadrilla les toca bailar una suerte de One more time con la música de siempre pero cambiando la letra para que la rosa y el clavel vuelvan a abrir la muralla. Poder pitiuso “De casta le viene al galgo”, afirma el refrán. A Abel Matutes hijo -¡qué incómoda debe ser la coletilla!- lo que le viene de casta es el emprendimiento, tanto que Eivissa entera baila, cena y se va a dormir al ritmo que el vicepresidente del Grupo Matutes y director general del Palladium Hotel Group marca. Hace unas semanas lucía familia y casa como sólo ¡Hola! -que este año celebra su 75.º aniversario- sabe hacerlo: un JASP de 36 años, que quiso ser piloto de rally, casado con una rubia norteamericana, Linda, que es directora de Marketing para la familia, y dos maravillosos hijos (el primogénito, inevitablemente, Abel III). Él sigue a pies juntillas la receta de Onassis para el éxito: bronceado, casa elegante y gustos caros. Llegan las curvys Candice Huffine es una mujer guapa que pesa 90 kilos. Uno de sus sueños consistía en aparecer en el calendario Pirelli, que sofisticó el clásico estilo para camioneros. Su apuesta por las mujeres grandes, que es como se llama ahora a las gordas, confirma lo que parece ser una oda a las curvas. Desde Bar Refaeli a Alessandra Ambrossio, o la reina de la redondez saludable, Scarlett Johanson, reivindican el canon curvy. Y firmas como Mango tienen ya marca de tallas grandes, de la 44 a la 50. ¿De verdad llega una era más curvilínea, o simplemente el negocio no puede desaprovechar el sobrepeso? Porque hoy, el mejor cumplido que puede recibir una mujer es que le digan que está más delgada. Facebook millonario Cien millones de seguidores en Facebook. Ese ha sido el último récord de Shakira, mujer y empresa. Detrás del éxito, que su equipo celebró con champán esta semana en NY, hay un catalán de Maials, Xavier Menós, un auténtico as en redes sociales que ha diseñado la estrategia: los post informativos los firman como ShakiraHQ y los personales como Shak, preservando su voz. El hijo de la colombiana y Piqué, Milan, fue el primer bebé 2.0: rompieron con el modelo de las exclusivas compartiendo con sus fans imágenes del romance, el embarazo y el nacimiento. Aunque la verdadera clave es que Shakira traspasa fronteras: gusta en todo el mundo, a hombres y mujeres, a padres y a hijos. El poderío es eso.

(La Vanguardia)

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26 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ay chinito que sí

Como en la habanera famosa, el presidente chino Xi Jinping puede cantar su particular paloma amorosa con América Latina. Casi dos semanas ha durado la gira que le ha conducido a Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba, y le ha permitido participar en tres cumbres internacionales: la de las cinco potencias mundiales emergentes, los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y luego la de estos cinco BRICS con la Unasur (Unión de Naciones Iberoamericanas) y la especial de China con la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribe), en las que han estado representados 11 países americanos. Los éxitos de Xi son el reverso de las dificultades de Obama en la conducción del mundo. China no quiere conducir, al menos todavía, pero sí aprovecharse de la defectuosa conducción de Estados Unidos. Cuanto más distantes de Washington se muestren los pretendientes, más fácil será la aproximación de Pekín. Y la viceversa: una gira como esta es una oportunidad para un país latinoamericano que quiera exhibir su distancia con EE UU. El itinerario de Xi, con estaciones en el mausoleo de Hugo Chávez y visita al patriarca comunista Fidel Castro, señala la geografía con resabios de guerra fría de una alianza alternativa al liderazgo vacilante de Washington.

No todo pertenece a la geometría política. Xi Jinping ha viajado chequera en mano y con una larga cohorte de empresarios. China está pasando a una velocidad superior en sus relaciones con América Latina. Su interés supera la simple voracidad de materias primas y se cifra ahora en las inversiones directas y en los grandes proyectos: presas, trenes, autopistas. Y, por supuesto, en la idea estratégica de un edificio multilateral paralelo al que crearon los países occidentales al término de la Segunda Guerra Mundial. El Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, con sede en Shanghái, es la baza para competir incluso con el FMI a la hora de suministrar recursos financieros a sus proyectos. América Latina es una novia cortejada por todos. A Xi Jinping le ha seguido el japonés Sinzo Abe y poco antes estuvo también de gira Vladímir Putin. Con ellos se ha cruzado la vicepresidenta española, Soraya Sáenz de Santamaría, en su viaje a Chile y Perú, el primero que realiza a América Latina; aunque España, al revés que los emergentes, ha visto desplomarse sus inversiones en la región en los años de la crisis y ahora lo que quiere es meramente empezar a recuperarse. Tampoco todo son inversiones y alianzas de oportunidad. En una gira como la de Xi juega también la ideología. Cuando China penetra en América Latina y coloca los ladrillos de una arquitectura internacional alternativa, exhibe y vende además un modelo de desarrollo sin democracia que tienta e incluso suscita cierta admiración entre las propias democracias latinoamericanas.



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26 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuaderno de guerra

1.- Estamos ante una guerra asimétrica perfecta, empezando por los contendientes: de un lado, el ejército de un Estado democrático pero militarizado, que posee las armas más sofisticadas del planeta y cuenta como aliado a la primera superpotencia; y del otro, un grupo terrorista, ayudado por algunos países árabes y armado, sobre todo, por el Irán fundamentalista. 2.- La mayor asimetría está en los efectos sobre las poblaciones, una perfectamente cubierta y protegida y la otra desamparada e inerme. El balance de destrucción y muerte en un bando es devastador, mientras que en el otro, bajo el paraguas de la Cúpula de Acero, apenas hay víctimas ni destrozo. El grueso de las víctimas israelíes son soldados caídos en los ataques. 3.- La discusión sobre quién empezó tiene un interés acotado. Conviene analizar a quién interesaba la escalada y, probablemente, era tanto a Hamas como a Netanyahu y en ningún caso a la Autoridad Palestina. 4.- Hamas quiere obtener la apertura de los pasos fronterizos, mientras que Netanyahu quiere la neutralización y desarme de Gaza. Israel y Egipto no accederán a lo primero sin garantías de lo segundo. Pero a la vez, es imposible neutralizar militarmente la franja sin una ocupación prolongada y costosa que Israel no se puede permitir, tal como demuestran ya las severas pérdidas sufridas en la invasión terrestre. 5.- Como en toda guerra asimétrica, el bando más débil sacrifica más y también da más valor a lo poco que obtiene. Cada vez que suenan las sirenas de alarma en Tel Aviv es un éxito para Hamas. Como lo es el cierre del aeropuerto Ben Gurión. Para el bando más fuerte, en cambio, cualquier pérdida por pequeña que sea es mucho más dura y tiene mayor significado. 6.- Todo conduce a un empate trágico y a una paz precaria, como siempre, que es en realidad una renovación del estatus quo, el bien más preciado tanto de Hamas como de Netanyahu. El perdedor es la Autoridad Palestina, laminada por los dos extremos y sin márgenes ni camino para avanzar hacia el Estado palestino. 7.- Esta no es una guerra encapsulada. Traslada el conflicto de Oriente Próximo al interior de unas sociedades como las europeas, donde hay una población de origen inmigrante con grandes afinidades hacia los palestinos. 8.-También estimula en Europa los peores reflejos antisemitas, algo que se acomoda a un relato sobre la fragilidad de Israel que produce excelentes rendimientos a su gobierno. 9.- La asimetría entre el poder militar y diplomático de Israel y la debilidad extrema de los palestinos está produciendo a la vez efectos de saturación. Lo demuestra el doble registro utilizado por el secretario de Estado, John Kerry, al ironizar en privado sobre el carácter quirúrgico del ataque de la operación israelí y defender en público el derecho de Israel a defenderse sin atender a los límites y a la proporcionalidad de los medios utilizados. 10.- Las guerras asimétricas suelen premiar la victoria militar con la derrota política.



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24 de julio de 2014
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Relato y aparatos

Un rey que reinó tres años en país extranjero, un edificio grandioso que lleva cerrado casi una década, una estrella del rock que quiere olvidar sus días de gloria, dos parejas heterosexuales separadas por la necesidad laboral y unidas por la técnica; es el breve resumen, a modo de slogan, de cinco películas españolas recientes sobre la memoria y la miseria, sobre el pasado remoto y la dimensión de futuro que proporcionan los nuevos aparatos de comunicación personal. Lluís Miñarro hace (en ‘Stella cadente') una película irónicamente arcaica sobre el breve y turbulento reinado de Amadeo de Saboya, Víctor Moreno (‘Edificio España') un documental sobre un muerto inmobiliario y los seres vivos que lo habitan esporádicamente, Beatriz Sanchís (‘Todos están muertos') cuenta una historia de fantasmas sobre el fondo de la ‘Movida' madrileña, Carlos Marques-Marcet ('10.000 Km') la crisis a puerta cerrada de una pareja, Jaime Rosales (‘Hermosa juventud') otra crisis de raíz amoroso-económica. Las cinco, curiosamente, están habladas en distintas lenguas simultáneas, el castellano de España y de las Américas, el catalán, el italiano, el alemán, una fusión que siendo casual sin duda indica algo del momento presente del cine.

      Excepto la debutante Sanchís, que consigue en ‘Todos están muertos' un relato vivaz con una materia escrita a veces algo ñoña salvada por un buen plantel de actores españoles, mexicanos y argentinos, los otros cuatro títulos imponen una penitencia al espectador, al modo en que cierto cine de autor contemporáneo lo hace sin apenas paliativos, como marca de identificación o enseña de militancia. Son películas ‘ideadas', es decir, teóricas, y no es una sorpresa que el cineasta que mejor resuelve el conflicto entre la teoría previa y su formalización sea el casi ya veterano Rosales: ‘Hermosa juventud' es su quinto largometraje. Marques-Marcet, que firma también en '10.000 Km' su ‘opera prima', propone al espectador un plan narrativo voluntariamente claustrofóbico (sólo aparecen en carne y hueso los dos protagonistas, Natalia Tena, que interpreta a Alex, y David Verdaguer, a Sergi), y los pocos exteriores se ven a través de los filtros tecnológicos o desde las ventanas. Es, claro está,  una decisión de estilo, como lo es, en el arranque, el larguísimo plano secuencia en que la crisis se enuncia, pero el director parte de otra ocurrencia de superior calado, que le da a su nimia historia un relieve: el conflicto sentimental motivado por la separación física de los amantes se desarrolla en pantallas mediadoras: teléfonos móviles, ‘emails', ‘skype', ‘facebook', muros fotográficos y demás artilugios de la vida moderna. Raramente añaden algo y no pocas veces aburren, y es significativo que la única escena que me pareció que cobraba vida fuese la del arrebato furioso de Sergi, rompiendo de verdad muebles y máquinas de su casa barcelonesa para ser visto por Alex en Los Ángeles, California.

    La proposición teórica de Jaime Rosales es distinta, considerablemente más rica, y resulta interesante saber que el autor de ‘Hermosa juventud' tenía en un principio el propósito de rodarla con actores naturales, un camino al que no encontró vías de salida. De ahí que, aprovechando el material ‘humano' que ese largo ‘casting' de entrevistas con no-profesionales le había proporcionado, Rosales decidiera que su pareja protagonista, Natalia y Carlos, fuese interpretada por Carlos Rodríguez, un competente actor de televisión, e Ingrid García-Jonsson, curtida antes en cortos y largos y actriz, a la vista queda, de enorme talento. En ella, más que en el muchacho, sorprende saber (en mi caso después de ver la película en el cine) que todo en su Natalia es postizo, es decir, recreado; la verdadera Ingrid es una mujer culta y sofisticada, estudiante de arquitectura antes que actriz, y su personaje, cuenta el director, "el resultado de una construcción muy laboriosa y precisa por su parte".

         ‘Hermosa juventud' habla de lo que pasa, y, en la plasmación de esas angustiosas cotidianidades de la gente joven periférica que no tiene trabajo ni perspectivas, Rosales es respetuoso, o sea, no-artístico. Les sigue, les escucha, les fotografía, les deja -quizá- improvisar ante la cámara. No todo lo que vemos suscita curiosidad o solidaridad, más allá de la simpatía moral por su desdicha. Ese fárrago, notable en los primeros veinte minutos, podría, sin embargo, no ser obra del director, que ha contado, en una entrevista a Carlos F. Heredero concedida en el pasado festival de Cannes, que la película que ha llegado a los cines "No es la película que yo hubiera hecho, pero sí la que debe ser". Enigmáticas palabras, que siguen a la confesión de que, en un momento de disputa con su productora ejecutiva, Bárbara Díez, Rosales aceptó el montaje y los cortes que Díez le propuso; no se habla en la entrevista de imposición o censura comercial. 

     De ese tiempo muerto en pantalla nos saca la llamativa secuencia de la película porno casera, que sin duda se debe enteramente a Rosales y está realizada con mordiente gracia y bella escritura de guión. Esa secuencia da la impresión de rectificar la película, pero no es así. Las brillantes ideas de puesta en escena que cristalizaron en los grandes momentos fílmicos de ‘Las horas del día' y ‘La soledad', en ‘Hermosa juventud' parecen sustituidas por planos sentenciosamente teóricos, como el de la silla vacía al final del juicio de faltas o el de agresión de los matones fuera de campo, con la cámara enfocando el edificio en el descampado. Una vez que Natalia, como la Alex de '10.000 Km', se ha ido al extranjero a trabajar, Rosales coincide con Marques-Marcet en el lenguaje vacacional de las redes, y sus enamorados, él en Madrid, ella en Alemania, se comunican por medio de ‘piezas iphone', whatssaps, ‘interfaces' y demás animaciones, tan vacuas y quizá más innecesarias que las del film de Marques-Marcet.

     Rosales, sin embargo, recupera el relato en la parte final, y su desenlace del programa de televisión nos devuelve al artista, por encima del teorizador, en imágenes que se expanden en nuestro recuerdo de espectadores y explotan con efecto retardado, entendiendo en su plenitud la idea generadora de este film irregular pero de gran envergadura: la idea de la generalizada subasta del cuerpo joven en el creciente mercado de la humillación y el comercio.         

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24 de julio de 2014
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Los 80 no son los nuevos 60

Aburridos estamos de ese cuento repetido hasta la saciedad de que los 60 son hoy los nuevos 40, y los 80 los nuevos 60, como si todos pudiéramos llegar a ser Sophia Loren o Charles Aznavour y una especie de travestismo generacional operase en la cronología de los ciudadanos del primer mundo, atiborrados de omega 3 y bayas de Goji. Una industria feroz, y a menudo fraudulenta, se ha propuesto tratar el envejecimiento como una enfermedad. En la tienda de ropa Cintia, un must de la elegancia barcelonesa, me cuentan que sus clientas compran cada vez menos trajes formales y los sustituyen por camisas y tops asimétricos de Jil Sander que bien pudieran llevar sus hijas. Un menos es más irreal marca la estética de la madurez forever young, ya que bajo la etiqueta de la naturalidad se agazapan los mil y un artificios que luchan por frenar el paso del tiempo. Eso sí, ni asomo de desesperación: la edad ha dejado de ser una frontera. Si bien es cierto para el consumo, no para las compañías de seguros, los protocolos médicos o las hipotecas, que penalizan sin remordimientos a los mayores. Poco antes de morir, la socióloga y psicoterapeuta nonagenaria Lillian B. Rubin escribía lo duro que es envejecer, sin soflamas marketinianas ni melódicas salmodias. Aseguraba que, aunque nadie se crea que los 80 son los nuevos 60, todo el mundo lo compra. “¿Qué será lo próximo, los 100 la nueva mediana edad?”. Afirmaba que la vejez, incluso cuando es lo que nunca nos hubiéramos imaginado al ganarle cantidad y calidad de tiempo a la vida, implica pérdida, deterioro y estigma. Aún existen muchos matices entre las palabras viejo y anciano. La primera es más universal, incluso la dicen de sí mismos, entre la vanidad y la lítote, muchos jóvenes: “Me estoy haciendo viejo”; nunca se atreverían a señalarse como ancianos, término que implica desvalimiento, resignación y brasero. Cumplir años y no dimitir del espejo es un triunfo de la coquetería, y de la prolija industria cosmética. Pero también de la ciencia que estudia la elasticidad del cerebro. Según la ONU, en el 2050 España será el tercer país más envejecido del planeta (más de un tercio de la población estará por encima de 65 años). Acostumbrados a gestionar las vacaciones de la tercera y cuarta edad europeas, con generosas pensiones, esta tendencia a la senectud no parece amedrentar la marca España. Un país para viejos, aunque los desprecie. Más vale que empecemos a tratar la vejez con realismo y cordura, en lugar de frivolidad y estigma. Viejuno es una palabra de moda que discrimina entre lo moderno y lo que se queda fuera porque tiene demasiado pasado, olvidando que sólo nos conforman pasado y futuro, pues el presente no es más que arena entre los dedos. (La Vanguardia)

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23 de julio de 2014
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El Boomeran(g)
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