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Todos los libros del mundo

Cada mes de octubre se celebra a lo largo de varios días la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, la más grande y la de mayor tradición en el mundo. Congrega a miles de escritores, libreros, editores, agentes literarios, traductores, diseñadores gráficos e ilustradores, publicistas y periodistas, y hay cerca de 8.000 expositores de libros en todos los idiomas que uno pueda imaginar. El último día las puertas se abren al público, y los libros, vendidos a precios de feria, desaparecen de los estantes de exhibición.

El catálogo es todo un libro en sí mismo, y allí se anuncian las casi 3.000 actividades que se celebran en los diversos pabellones del recinto, entre presentaciones de libros, conferencia, debates y mesas redondas. Decenas de millones de dólares se transan en contratos de edición, traducciones y derechos de autor.

Es en Alemania donde se inventó el libro impreso, tal como lo conocemos hoy, y la Feria de Frankfurt viene a resultar la celebración de una industria universal que lejos de desaparecer bajo el peso del libro electrónico, tal como se nos vive amenazando cada día, muestra nuevas pujanzas en cuando métodos de impresión y formas de mercadeo, entre las ventajas y los estragos de la globalización. En los pasillos que bullen de gente, y donde se escuchan los más diversos idiomas, uno comprueba este espléndido vigor; no se asiste a un velorio para cantar al libro su requiescat in pace, sino a una fiesta para celebrar su permanente florecimiento.

Grandes editoriales, pequeñas editoriales y escritores de todos los confines se congregan en la Feria. Este año los centroamericanos hemos vivido una experiencia única. Gracias al patrocinio del Instituto Goethe, un grupo de valientes y aguerridas casas editoras de nuestros seis países ha concurrido a la Feria, junto con algunos de nuestros escritores jóvenes: Denise Phé-Funchal, de Guatemala; Vanessa Núñez Handal, de El Salvador y Warren Ulloa de Costa Rica.

Y esas editoriales, siempre con el apoyo del Instituto Goethe, han traído como muestra de sus empeños concertados una antología del nuevo cuento centroamericano,  Un espejo roto, que me tocó prologar y compilar; todo un hito, sobre todo porque en este libro ellas se presentan bajo un solo sello, el de GEICA, Grupo de Editoriales Independientes de Centroamérica. Y esa antología ha sido publicada al mismo tiempo en lengua alemana bajo el título Zwischen Süd und Nord (Entre el Norte y el Sur), por la prestigiosa Union Verlag de Zürich.

En el pabellón de Encuentros Mundiales de la Feria se celebró una mesa redonda en la que acompañé al presidente del Instituto Goethe, el profesor Klaus-Dieter Lehman, al director de la editorial Uruk de Costa Rica, Oscar Castillo, del grupo GEICA, y a la especialista en literatura latinoamericana Michi Straufel, de la editorial alemana Fischer. La mesa, con un lleno total de público, fue coordinada por Lutz Kliche, uno de los traductores de la antología al alemán, y el tema fue el futuro de la literatura en Centroamérica.

Los desafíos hacia ese futuro son muchos para nuestras editoriales y librerías, y también para nuestros escritores, el primero de ellos crear lectores literarios, haciendo que la lectura se convierta en un hábito permanente, sobre todo entre los jóvenes; sin perder de vista que en nuestra región publicar libros sigue siendo un acto de valentía, lo mismo que escribirlos. Hasta ahora nadie se ha hecho rico en ninguna de esas tareas.

Pero tenemos ya una literatura del siglo veintiuno en Centroamérica, con recientes generaciones de jóvenes brillantes que pueblan ahora nuestra narrativa, un fenómeno nuevo y alentador. Y el desafío sigue siendo que los libros editados en la región traspasen las fronteras de nuestras pequeñas parcelas territoriales, y también salgan al exterior. Que nuestros escritores dejen de tener las fronteras por cárcel.

Ya hemos avanzado por ambos caminos, con la presencia conjunta de nuestros editores en Frankfurt, y con la edición en alemán de la antología que llevaron allá. Prueba suficiente de que el futuro no es para divisarlo de lejos, sino para construirlo.

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29 de octubre de 2014
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Asuntos metafísicos 70: Lo real, lo inasumible y…. La filosofía

En una reflexión realizada paralelamente a la que se va hilvanando en este foro (explícitamente centrado en  asuntos metafísicos), sostengo  la tesis siguiente:

Cabe suponer que toda  especie animal lucha espontánea o instintivamente para que  el marco natural en el que se inserta posibilite la eclosión de las facultades  propias de tal especie. El hijuelo del águila tiende al vuelo, y en consecuencia el águila intentará instalarse en un ámbito dónde la potencialidad o facultad de volar de su prole no quede mermada, o eventualmente imposibilitada. Y tratándose del águila ello es válido para  rasgos más particulares o específicos que el genérico del vuelo, pues  toda especie se realiza en la fertilización de las facultades que hacen mayormente  su especificidad.

Aplicando el principio a la especie humana, y aceptando con Aristóteles, Descartes o Chomsky, que la expresión mayor del animal humano es la facultad que posibilita la simbolización y el conocimiento, es decir,  la facultad de  lenguaje, cabría esperar que  nuestra especie se esforzara en contribuir a forjar la atmósfera, digamos natural, para el despliegue de tal capacidad, es decir, se esforzara en construir ese ámbito marcado por la ley que los grandes del pensamiento griego sintetizaban en el término polis,  de tal forma que el ideario de la paideia, la educación como técnica de actualización de las potencialidades humanas,  tendría su expresión mayor en el proyecto de ciudadanos concernidos esencialmente por las tareas de conocimiento y simbolización.

Una sociedad marcada por la paideia, una sociedad  cabalmente humana, sería aquella que daría sentido a nuestras vidas, pese a los  estragos del tiempo o de desgraciadas contingencias subjetivas; una sociedad que dolería  abandonar, y a la que sólo se renunciaría de propia mano  por un sentimiento de incapacidad de estar ya a la altura de la misma; una sociedad indisociablemente lúcida y festiva, trágica por ambas razones  y fértil precisamente porque trágica.

Y sin embargo,  de tal sociedad no parece siquiera haber rescoldo. Aquellos  proyectos y exigencias que deberían ser el síntoma del espíritu humano  surgen  tan sólo como acontecimientos puntuales vinculados a la singularidad de algún individuo, o de azarosas circunstancias sociales positivas. Para la generalidad de los ciudadanos, la alternancia entre trabajo carente  de sentido, ocio que embrutece  y pavor a perder  el primero (quedando de paso privado también del segundo) parece un destino natural, algo  en conformidad con lo único que sería susceptible de ofrecer la sociedad de los humanos.

En lugar de constituir aquello que se ofrece como polo afirmativo frente a los momentos de descorazonamiento por los que atraviesa toda persona, la sociedad parece precisamente reforzarlos,  añadiendo al sentimiento de  adversidad en el destino propio, el de ausencia de sentido del destino colectivo. De ahí esa  tremenda estampa del ciudadano que se arrancó la vida renegando de la polis, y ello precisamente en una plaza pública  de... Atenas.

Y obviamente surge  la pregunta de cómo  se ha llegado a esto, cómo es posible que una especie animal forje para sí misma un ámbito de inserción que le impide desplegar  los rasgos que hacen la singularidad de tal especie. Pregunta que en ocasiones  sólo parece autorizar una respuesta, ciertamente nihilista: el hombre no podría soportar su matriz, el hombre sería incapaz d contemplar  la finitud, el hombre no podría asumir el hacerse verbo de la carne, el hombre, simplemente huiría de lo real, pues sería verídica la tesis (generalizada por muchos desde hace medio, siglo a partir de las consideraciones de un lúcido pensador francés) según la cual, simplemente "lo real es lo insoportable".

Y de esta imposibilidad de asumir lo real surgiría toda la panoplia de construcciones imaginarias que nos sirven de señuelo a la vez que de parapeto: la vida se convierte así en  apuesta exclusiva por objetivos pragmáticos y contingentes, desde lo azaroso de  la posesión de un cuerpo, a la forja de una patria (o a la vivencia como mutilación propia de la eventual escisión en la misma), pasando por alcanzar el reconocimiento de quienes no son más que servidores de mayor alcurnia, o la erección de imaginarios  enclaves securizantes, correlativos del sentimiento paranoico de que todo  mal viene de afuera. En esta concepción del orden de las cosas, no hay desde luego plaza para tareas que impliquen confianza en la  entereza  humana.

Y aquí un puente con las consideraciones generales de este foro relativas a la filosofía. Pues filosofía es palabra designativa de una  disposición  que debería nacer con la inserción en el lenguaje, una disposición a la que el marco social  debería invitar y que el ser humano sólo debería abandonar cuando carece de fuerzas. En una sociedad que no posibilita la realización coral de las potencialidades humanas, la filosofía o bien  carece de lugar o bien se erige en acto de resistencia. Pues de lo contrario ( no siendo  cosa de todos y tampoco combate  por llegar a serlo) la filosofía se aparenta  a un antojo para ociosos, parodia de la llamada por Aristóteles..."ciencia de los hombres libres". Que el orden  social parezca más bien tener como condición de su pervivir el repudio de la filosofía no puede quizás ser explicado por causas contingentes. Gana en este pensamiento fuerza la tesis nihilista: entendida como asunción de lo real, la filosofía tendría en efecto muy pocas posibilidades,  de ser cierto que lo  real es aquello que el hombre no puede asumir, de ser cierto que lo real es lo insoportable.     

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28 de octubre de 2014
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Todos fotógrafos

Nunca como ahora se han hecho tantas fotografías, y nunca tan mal. Este arte del siglo XX, reconocido con tardanza, pronto perdió, por la proliferación de las cámaras instantáneas y de bolsillo, el ‘aura' (que el cine todavía conservaba por su mayor aparato), aunque fuera muy abismal la diferencia entre el papá que le sacaba a su niña una foto de primera comunión y la toma de imágenes por un artista que después, durante un proceso alquímico misterioso, las revelaba en un cuarto oscuro sobre una palangana. A todos nos gusta, creo yo, la fotografía, hacerla, verla, conservarla, y posar para la posteridad. Con el digital, primero, y ahora con los móviles, las tabletas y otras aplicaciones más sofisticadas que ignoro, las fotos son la compañía perpetua de la vida diaria, algo así como el correlato figurado de nuestra felicidad, de nuestros viajes y comidas más memorables, de nuestro cuerpo, si es que no renunciamos  -como hacen algunas personas coquetas- a dejarnos retratar pasados los 40 años. Como yo mismo he sido actor y ‘disparador' culpable no voy aquí a ponerme elitista, pero sí a recordar que mientras el ‘selfie' se va convirtiendo en una tortura obligatoria, auto-infligida y aún no penada por el Tribunal de La Haya, la sublime artesanía de los fotógrafos vocacionales se expande, se estudia y se exhibe cada vez con mayor frecuencia, en museos, en galerías y en centros que casi exclusivamente la tienen como motivo.

 

    La Fábrica es uno de ellos, y, entre otras actividades y publicaciones, organiza cada verano PhotoEspaña, que el presente año ha tenido una oferta espectacularmente buena, con, para mi gusto, dos altos picos de calidad y originalidad, la exposición del excéntrico esteticista catalán Antoni Arissa y la muestra del colectivo La Palangana, un grupo de diez de foto-periodistas, con los nombres conocidos de Gabriel Cualladó, Ramón Masats o Paco Ontañón entre ellos, que a fines de los años 1950 dio un tratamiento artístico, entre el neo-realismo y el intimismo lírico, a una realidad roma.

     Mapfre, admirable pionera en este campo, lleva un largo tiempo de continuada atención a la fotografía contemporánea, para la que recientemente ha abierto una sede específica, la Sala Bárbara de Braganza, junto al madrileño Paseo de Recoletos. Allí se puede ver ahora (hasta el 23 de noviembre) la antológica de un fotógrafo del que, siendo yo un ‘amateur' del medio, nada sabía. Me refiero al norteamericano Stephen Shore, nacido en 1947 y activo desde su primera juventud, tanto en el blanco y negro como en el color. Sus comienzos fueron canónicos: la tutela del maestro Steichen, la estela del gran realista social Walker Evans, y el paso por la chispeante ‘Factoría' de Andy Warhol en Nueva York. Ese núcleo formativo explica el eclecticismo, nunca banal, del arte de Shore, que es un gran retratista de los rostros de la multitud y aborda el paisaje sin figuras como si dentro de él latiera vida humana. A veces cultiva la arqueología de la naturaleza, como en la bellísima serie de ruinas tomadas a principios de los años 90 en Israel; otras, por el contrario, gusta de la ocurrencia conceptual, dando pie a las fantasmales tiras urbanas de ‘Avenida de las Américas' (1970). Esta magnífica exposición acaba con los recientes trabajos realizados en color entre 2012 y 2013, incursiones llenas de enigma en lugares de Arizona o Ucrania dejados de la mano de Dios y rescatados por la mirada de un solo hombre paciente.

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28 de octubre de 2014
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Origen secular y castizo

Mucha gente cree que la corrupción política y financiera está llegando a extremos inverosímiles. No hay para tanto. Lo que sucede es que ahora se sabe, e incluso a veces se castiga. Me gustaría que algún periodista nos pasara una lista de lo que llegó a saberse en tiempos de Franco, cuando estaba completamente prohibido saberlo. Ahora no está prohibido informar sobre la corrupción entre rufianes de alta gama y, como era de esperar, se informa. Nuevo error de la transición que habrá que corregir a la manera catalana, con jueces nacionales.

    Sin embargo, el asunto se remonta mucho más atrás. Nunca en España ha habido la menor pedagogía sobre lo que pueda significar Hacienda o Dinero Público o Patrimonio Nacional. Jamás hemos tenido Estado y el que tenemos es tan nuevo que todavía no ha aprendido a caminar y gatea. Ya recordarán los lectores lo que sucedió con el oro de América o en qué consistía el caciquismo que estamos resucitando. Algunas prácticas, como el lerrouxismo o el estraperlo, fueron fenómenos propiamente republicanos. Si me apuran, lo que estamos presenciando es el regreso de la España eterna, ese esqueleto vestido de gitana y fumando un cigarro que pintó con exactitud Picabia.

    Que las causas son profundas y difíciles de erradicar, es evidente debido a que quienes deberían erradicarlas son justamente quienes más las usan, encubren y protegen. Y si hubiera que buscar a la madre del cordero yo diría que es la irresponsabilidad española. Nadie es responsable de nada nunca. A Gil y Gil se le cayó un alpendre que aplastó a no sé cuantas personas y fue el alcalde más votado de España, pero hace tres días se asfixiaron seis chiquillas en un campo de concentración para jóvenes y será lo mismo. El tiempo no fluye en España, se encharca.

    ¿Y de dónde viene tanta y tan extendida irresponsabilidad? Pues lo siento mucho porque voy a ofender a más de uno, pero tengo para mí que viene del catolicismo español, una religión no muy distinta del catolicismo italiano, pero enteramente diferente del catolicismo francés o alemán, para entendernos. Aquí y en Sicilia el pecado se borra con sólo confesar ante un adormilado curilla, y ya podemos volver a empezar. En los países que gozaron de la Reforma, incluso en aquellos donde la Reforma fue una estafa, como en Gran Bretaña, a los ciudadanos se les hizo entender que son responsables de sus actos individuales y los representantes son doblemente responsables como individuos y como representantes. En España no hay individuos, sólo agregaciones.

    ¿Solución? La asignatura de Educación Ciudadana de Savater, rápidamente suprimida por los católicos, era una buena medida para que, desde la infancia, los estudiantes aprendieran a respetarse a sí mismos como individuos, sin necesidad de fundirse en ningún botellón gregario y redentor. También ayudaría una refundación del sistema judicial español para ir metiendo en la cárcel a las generaciones que no gozaron de la enseñanza antes mencionada.

Muy utópico, desde luego. Ni los de Podemos, que todo les sale gratis, se atreverían a proponerlo.

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28 de octubre de 2014
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¿Por qué?

¿Por qué cuarenta y tres jóvenes han desaparecido?

            ¿Por qué cuarenta y tres jóvenes han sido secuestrados o acaso asesinados?

            ¿Por qué nada sabemos de cuarenta y tres jóvenes de entre 18 y 33 años desde hace tres semanas?

            ¿Por qué nada sabemos de cuarenta y tres ciudadanos mexicanos desde hace tantos, tantos días?

            ¿Por qué tres de esos jóvenes fueron abatidos por la policía en un enfrentamiento en apariencia banal?

            ¿Por qué tres jóvenes fueron asesinados por quienes deberían protegerlos?

            ¿Por qué uno de esos jóvenes fue desollado?

            ¿Por qué a uno de esos jóvenes le arrancaron los ojos de la cuencas?

            ¿Por qué los policías municipales de Iguala -según el testimonio de los primeros detenidos- entregaron a diecisiete de esos jóvenes a un grupo criminal conocido como Guerreros Unidos?

            ¿Por qué nada sabemos de los otros treinta jóvenes?

            ¿Por qué se encontraron varias fosad con veintiocho cadáveres justo en estos días?

            ¿Por qué se encontraron luego más y más fosas?

            ¿Por qué esta macabra acumulación de fosas?

            ¿Por qué seguimos sin saber cuántas fosas y cuántos cadáveres había en cada una de ellas?

            ¿Por qué un hombre señalado como probable homicida pudo convertirse en candidato a la alcaldía de Iguala?

            ¿Por qué un hombre casado con una mujer cuya familia tenía lazos evidentes con el crimen organizado pudo convertirse en alcalde de Iguala?

¿Por qué nadie denunció penalmente al alcalde de Iguala?

            ¿Por qué nadie vio o quiso ver quién era el alcalde de Iguala?

¿Por qué la policía de Iguala pudo entreverarse a tal modo con el crimen organizado al grado de ya no diferenciarse?

¿Por qué nadie vio o quiso ver que el poder político y el crimen organizado se habían vuelto la misma cosa en Iguala?

            ¿Por qué el alcalde de Iguala y su jefe de seguridad pública se jactaron de la represión contra los jóvenes?

            ¿Por qué el alcalde de Iguala pudo burlarse públicamente de las primeras muertes diciendo que nada sabía de ellas porque estaba bailando?

            ¿Por qué la carga de la policía contra los estudiantes coincidió con el informe de labores de la esposa del alcalde?

            ¿Por qué a las pocas horas el alcalde y su esposa huyeron de Iguala?

            ¿Por qué el jefe de seguridad pública de Iguala huyó a continuación?

            ¿Por qué seguimos sin saber dónde se ocultan el alcalde, su esposa y el jefe de seguridad pública de Iguala?

            ¿Por qué el ADN de los cadáveres hallados en la primera fosa no corresponde con el de los jóvenes desaparecidos?

            ¿Por qué no sabemos de quién son esos cuerpos?

            ¿Por qué hay otros diecisiete ciudadanos mexicanos asesinados y nada sabemos de ellos, sus nombres, sus rostros, sus vidas?

            ¿Por qué no repetimos a diario los nombres de estos cuarenta y tres jóvenes mexicanos?

            ¿Por qué no pronunciamos a diario, en voz alta, los nombres de Jhosivani, Luis Ángel, Marco Antonio, Saúl Bruno, Jorge Antonio, Abel, Carlos Lorenzo, Adán Abraján, Felipe Arnulfo, Emiliano Alen, César Manuel, Jorge, José Eduardo, Israel, Antonio, Christian Tomás, Luis Ángel, Miguel Ángel, Benjamín, Alexander, Leonel, Everardo, Doriam, Jorge Luis, Marcial, Jorge Aníbal, Abelardo, Cutberto, Bernardo, Jesús Jovany, Mauricio, Martín Getsemany, Magdaleno Rubén, Giovanni, José Luis, Julio César, Jonás, Miguel Ángel, Christian Alfonso, José Ángel, Carlos Iván, José Ángel e Israel?

            ¿Por qué hay quienes no se identifican con el dolor de los padres de estos jóvenes?

            ¿Por qué hay quienes no buscan entender la ira de sus compañeros?

            ¿Por qué hay quienes se empeñan en tachar a los jóvenes de Ayotzinapa de agitadores en vez de mirarlos como víctimas?

            ¿Por qué hay quienes se ceban en el radicalismo político de las normales rurales cuando lo único que importa son las vidas de estos jóvenes?

            ¿Por qué hay quienes osan sugerir que las protestas de los jóvenes son equiparables con los crímenes cometidos contra ellos?

             ¿Por qué hay quienes condenan las marchas y los destrozos pero no los asesinatos y las desapariciones?

¿Por qué hay quienes lamentan las marchas y los destrozos en vez de hacerse todas estas preguntas?       

            ¿Por qué hay quienes no se dan cuenta de que esta tragedia nos implica a todos?

            ¿Por qué hay quienes, en los medios y las redes sociales, buscan restarle importancia a la tragedia?

            ¿Por qué alguien ordenó secuestrar o asesinar a estos jóvenes?

 

Publicado originalmente en el diario Reforma, 19.10.14 

Twitter: @jvolpi

 

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28 de octubre de 2014
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Al límite

Según una corriente de opinión bastante generalizada, a Thomas Pynchon no sólo no le interesan la salud y el bienestar de sus lectores sino que se niega rotundamente a dar explicaciones o incluso a avalar interpretaciones de sus novelas. Una segunda corriente, algo minoritaria, afirma sin más que Pynchon ignora la existencia de un espécimen llamado lector y que por eso no tiene inconveniente en escribir novelas desorganizadas, complejas, a ratos surrealistas y que en definitiva plantean toda clase de interrogantes sin ofrecer soluciones, con el agravante de que encima recurre a  la paranoia como herramienta de conocimiento.

            Y bien. O ambas afirmaciones son falsas o Thomas Pynchon ha decidido abrir una nueva línea narrativa, pero en Al límite ni el más atravesado de los lectores puede quejarse de ser ignorado o de que no se le preste una atención tan solícita que casi parece maternal. Para empezar, Pynchon parte de un género conocido de todos, la novela negra, y sigue el esquema con todo rigor. En este caso el Phillip Marlowe de turno es Maxine Tarnow, una madre separada que incluso en los momentos más conflictivos se desvive por llevar y recoger puntualmente a sus dos hijos del colegio, aunque lo hace llevando en el bolso su inseparable Beretta. Por no faltar no falta la oficina destartalada y sin clientes, al menos no esa clase de clientes que en lugar de líos y peligros aportan dinero, ni falta tampoco la secretaria descarada y un poco estrafalaria pero en el fondo abnegada y fiel. La agencia de Maxine se llama “Perseguidlos y Pilladlos” y tiene como enemigos a todos cuantos se dedican a cometer fraudes y delitos económicos, aunque se da la desgraciada circunstancia de que ella misma es un fraude porque le ha sido retirada la licencia especial a causa de algún asuntillo no bien explicado pero tampoco muy limpio. El lector no tarda en entrar en contacto con una fauna bastante alucinante que empieza con el entorno familiar y social de la propia Maxine, su marido en paradero desconocido, los dos futuros geeks que van a ser sus hijos, Heidi, la secretaria, Vyrva McElmo, madre de Fiona, cómplice y  mejor amiga de los dos pequeños Tarnow, pero también los padres, el cuñado, la ex suegra o una gurú que fue su maestra y que ahora hace lo mismo que Maxine pero desde un blog con el que denuncia y fustiga a la otra parte de la fauna que se va acumulando sin solución de continuidad y compuesta de hipsters venidos a menos, hackers que ejercen de camareros en espera de una nueva oportunidad, timadores, camellos, traficantes de drogas y de aplicaciones informáticas, agentes federales, infiltrados del Mossad, mafiosos rusos, árabes de intenciones siniestras, cada cual con su propia circunstancia, porque si uno es un fetichista del calzado el otro es un técnico en perfumes obsesionado con el olor de Hitler, algunos de los cuales mueren en sospechosas circunstancias.

Si la localización física de la acción es una Nueva York inequívoca, el plazo temporal no está menos claro, pues sólo un año antes ha tenido lugar el famoso crack de las punto.com y en el horizonte se dibuja cada vez más nítidamente la sombría silueta de las Torres Gemelas en vísperas de su destrucción. Si la primera referencia suministra una inagotable serie de enigmas, peligros, contradicciones y mezquindades, la segunda aporta un elemento que además de trágico llena de significación las (por otra parte inútiles) investigaciones de la animosa Maxine. La lucha bestial por el poder, encarnada aquí por el control de la información que permite a quien lo detente dominar la vida y hacienda de todos; las traiciones, trapacerías y alianzas de todos contra todos; el ciego afán de acumular dinero; las miserias sexuales y matrimoniales de casi todos, o la complicada trama financiera creada al amparo de internet y que permite la circulación de cantidades fabulosas de dinero casi siempre sospechoso, es decir, las idas y afanes y desengaños de tanta gente adquieren un significado especial para un lector que sabe desde la primera página que la salvajada del 11 de septiembre de paso que reducirá a  escombros los rascacielos hará lo propio con el vigente orden moral y económico.

Y ésa, probablemente, sea la aportación más audaz de Pynchon. Ante la complejidad de la realidad creada por ese arma infinitamente poderosa llamada Wold Wire Web, donde nada es lo que parece, nadie sabe quién hay detrás de cada portal, nadie asegura que en su sistema no hay una puerta trasera ni tampoco puede asegurar o negar que no exista al final de todo un superpoder que lo controle todo, la reacción lógica es la paranoia, entendida ésta como un estado de alerta universal y continuo. En definitiva, los instigadores (autores intelectuales en el lenguaje judicial) del 11 S pudieron ser Al Qaeda, pero también el Mossad para asegurarse la ayuda de EE UU en su lucha contra los árabes, y también nostálgicos de la Guerra Fría o incluso el entorno de George Bush Jr. para asegurarse un negocio fabuloso invadiendo Irak.

Thomas Pynchon ni siquiera aventura una respuesta, pero hace decir a uno de sus personajes: “Pero siempre queda lo otro. Nuestro anhelo […] en algún oscuro recoveco de nuestra alma nacional, necesitamos sentirnos traicionados, incluso culpables. Como si fuéramos nosotros los que creamos a Bush y su pandilla […] Y lo que pase desde entonces sea culpa nuestra”.

No es una novela fácil de leer, pero desde luego es lo más inteligente y casi podría decirse que lo más adulto de cuanto se ha dicho para retratar a la sociedad norteamericana actual.

 

Al límite

Thomas Pynchon

Traducción de Vicente Campos

Tusquets Editores

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27 de octubre de 2014
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Pequeño gran adulador

El caso del pequeño Nicolás no sólo es un síntoma de hasta dónde pueden llegar los delirios de grandeza -agudamente parodiados en memes que le sitúan, rifle en ristre, cazando elefantes con Juan Carlos I, en la multitudinaria selfie de los Oscar e incluso de figura en el pesebre-, sino que pone en ridículo a todos los que fueron epatados por la chistera de un hampón imberbe. Sí, todos los listos y poderosos que le dieron de cenar en sus salones, riéndole las gracias y dejándose querer como hacen los mitos solitarios cuando encomiendan su vanidad a ridículos aduladores. Observas la colección de fotos del muchacho, junto a Aznar, Aguirre o el presidente Rajoy, con su traje casi de marinero y un peinado bien propio de las juventudes populares o, ni más ni menos, en la coronación del rey Felipe VI, detrás de una radiante Caritina Goyanes, y saltan todas las alarmas. Qué buen país para farsantes es el nuestro, donde a menudo se confunde la megalomanía con el don de gentes, pero, sobre todo, que fácil resulta en él franquear todos los cordones de seguridad con la boca llena de ilustres apellidos. A pesar su origen de clase media y su pinta de niño pijo, puede que Francisco Nicolás Gómez soñara con aquel Alexandre Stavisky -quien también tenía un amable sobrenombre: el bello Sacha-, el seductor que desvalijó la Francia art déco y fue magistralmente inmortalizado por Alain Resnais y Jorge Semprún, al guión. Perforaron el patrón de los estafadores simpáticos que beben champán de maravilla, tienen gran soltura levantando teléfonos y eligen delicadamente las palabras que su interlocutor quiere escuchar. Stavisky estaba muy bien relacionado con la clase política, hasta que puso en jaque la temblorosa Tercera República Francesa demostrando que, cuando el contexto es convulso, el fraude va en la bandeja. Crisis con regímenes inestables y cuestionados, la corrupción rugiendo igual que la marabunta, ese ha sido el mejor escenario posible para el joven Gómez. Algunos han sugerido ya que el farsante y presunto estafador imparta cursos para enseñar a venderse a los parados, asumiendo que para escalar la pirámide social no cuentan hoy ni la capacidad, ni la honestidad, sino el humo que acompaña a los trucos que uno saca de la chistera: ya se sabe, una agenda repleta de contactos y un álbum digital de fotos con mayúsculos tenores. La picaresca ha anidado en nuestra cultura, pero del rufián de Tormes hemos derivado en un embaucador untado de promesas incumplidas. El negocio de las relaciones públicas, con sus amables maneras y sus cada vez más espinosos peajes, estalló en los años ochenta. Fue cuando todo el mundo quiso sentirse vip, aunque fuera por un día; y se convino pagar para aupar un nombre, o defenestrarlo. Los hay que son excelentes profesionales, otros, en cambio, cuando se encienden las luces escapan como ratas. (La Vanguardia)

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27 de octubre de 2014
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La esperanza tunecina

Si todavía queda esperanza, es Túnez quien la mantiene. La primavera árabe de 2011 es ahora el gélido y sangriento invierno del califato. La dictadura militar ha regresado a Egipto. No hay nada parecido a unas estructuras estatales en Libia, donde imperan unas guerrillas tribales enfrentadas. La guerra civil siria se ha extendido a Irak, donde el Estado Islámico aterroriza al mundo con sus decapitaciones y amenaza la estabilidad de la región entera. Y a pesar de todo, Túnez sigue en su transición democrática y ahora celebra este domingo sus primeras elecciones legislativas bajo la nueva Constitución, la más laica y liberal de la región, mientras también prepara, ya para noviembre, las primeras presidenciales del nuevo régimen democrático. Muchos son los factores que explican el éxito tunecino. No hay divisiones sectarias ni religiosas como en casi todos los países de Oriente Próximo desde Egipto hasta Irak. Tampoco hay una tradición de gobierno militar, puesto que la dictadura de Ben Ali era policial. Su partido islamista, Ennahda, es más moderado y flexible que los Hermanos Musulmanes egipcios, hasta el punto de que ha gobernado ya, ha sabido dejar el gobierno y ha favorecido el consenso constitucional. No tiene gas ni petróleo como sus dos vecinos, origen y objeto de disputas e incluso de guerras en toda la zona. Pero la causa central de la excepción tunecina es que tiene una sociedad civil vibrante y unas clases medias educadas y europeizadas.

Su transición no ha sido hasta ahora un camino de rosas ni hay nada que pueda garantizar su futuro en un entorno tan inestable. La economía no suele acompañar a las transiciones, y los tunecinos han podido comprobarlo con la caída del turismo y de las inversiones extranjeras. La violencia política, principalmente islamista, se ha incrementado. Este mismo año fueron asesinados dos dirigentes izquierdistas y laicos y se da la extraña circunstancia de que Túnez es el país árabe que ha suministrado mayor número de combatientes a las filas terroristas del Estado Islámico de Irak y Siria. También la actual campaña electoral se ha visto ensangrentada por un terrorismo que tiene en la frontera con Libia un foco de tráfico de armas y en el paro juvenil y el enorme fracaso escolar el caldo de cultivo para el reclutamiento. Hay unos 3.000 jóvenes tunecinos que combaten por el califato en Siria e Irak, sin contar otros centenares más que se encuadran en grupos terroristas con base en el propio Túnez. Ellos son la otra cara de la moneda del islamismo moderado, que ha sabido participar en la vida política tunecina y construir un consenso constitucional con las fuerzas laicas, pero a costa de romper con un importante segmento de la población radicalizado que constituye la clientela del radicalismo islámico. Los tunecinos no querían una Constitución islámica pero se enfrentan con los partidarios de un Estado que convierte la sharía en la única constitución legal que deben obedecer todos los musulmanes. La guerra contra el Estado Islámico también se está librando en las urnas tunecinas.

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26 de octubre de 2014
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Corruptos, bellezas y un soldado

En Japón, una ministra dimite por haber comprado unos abanicos y entradas para el teatro con dinero público, mientras que en España puede desangrarse un banco, una comunidad o un ayuntamiento sin que se les despeine el flequillo a los presuntos que, con ademán inocentón, pretenden hacernos creer dirigían sus buques olvidando dirigirse a sí mismos. Ya lo decía el poeta: cuanto más largo el amor, más corto es el olvido. Hay incluso corruptos reincidentes, pícaros de alta alcurnia con debilidad por el trato de favor, tan bien instalado en la fontanería del nuevoriquismo que llegó a convertirse en un hecho tácitamente aceptado. También demuestra que ni el buen gusto, ni la altura moral, ni siquiera la estética, se alcanzan mediante el dinero. El ranking de nuestros corruptos es abrumador, tanto que nos hemos convertido en uno de los países con más saqueadores oficiales: En el índice de percepción de corrupción, España adelantó, de 2012 a 2013, diez puestos, su peor resultado en los últimos 19 años. Ante el morbo del listado de excesos pagados por una caja resucitada con dinero público, abrazamos cargados de esperanza a nuestros talentos globales que saltan fronteras, de Rafa Nadal, que con sus 44,5 millones de dólares ganados en 2013 figura el noveno en el ranking de los 100 deportistas mejor pagados de Forbes, a investigadores como Josep Baselga, Joan Massagué o Valentín Fuster, que forman parte de la élite de la medicina internacional. Hay nombres más pequeños, como el de Carlos Beltrán, que ha obtenido el premio Stephen Smale 2014, un prestigioso galardón internacional para jóvenes investigadores en matemáticas, pero no hacen ruido, que es lo que requiere el santoral mediático, como señalaba Margarita Rivière en su ensayo La fama. De ahí que, cuando la revista Esquire elige a Penélope Cruz la mujer más sexy del mundo, nos sintamos como en un cuadro de Julio Romero de Torres, y más si el redactor afirma que “no puede ser más bella (…) De cerca, casi hace daño mirarla”. Y aún así, la actriz de Alcobendas conserva ese halo doméstico de chica que se depila los sábados por la tarde en el baño de su casa mientras escucha boleros. “Penélope demuestra una vez más la ausencia de fórmula. Como Kate Moss. Las hay más altas y guapas, pero es única, ya era una estrella antes de serlo”, me dice Melania Pan, exdirectora de Harper’s Bazaar y voz timbrada en la moda. En otra liga ha jugado el soldado jiennense Rubén López, recién aclamado Míster Universo en Lima, y la algarabía se ha escuchado tanto en programas del corazón como en cuarteles. Además de desfilar de etiqueta y en bañador, al soldado López le hicieron ponerse un traje de torero para alzarse con el título. El síndrome Hemingway persigue a la marca España, aunque nos haga palidecer de espanto.Tenemos overstock de bellezas que hacen suspirar al mundo entero, pero también de tunantes que eternizarán el mito de país de chirigota. Hermosos y malditos, sí, pero no como los de Fitzgerald, sino por separado. Huir de una misma Siempre nos pareció asombroso que esta actriz engordara y adelgazara con aparente seguridad para interpretar papeles como el de aquella extraviada Bridget Jones, a quien le obsesionaban a partes iguales los kilos y la soltería. De las Bridgets lloronas a las estoicas Girls de Lena Dunham, el salto generacional ha beneficiado a la condición femenina. Acaso la mutación de Renée Zellweger, que más que ridículo produce compasión, tenga que ver no tanto con la edad como con la pérdida. El mundo se ha sobrecogido al verla convertida en otra persona. Hacerse irreconocible a una misma, borrarse el gesto hasta sobresaltarse ante el espejo, tiene que ver con sacarle punta al puñal narcisista. El siguiente paso es cambiarse la huella dactilar. Maneras radicales Siempre me ha apasionado la desinhibición de los ancianos, esa lengua suelta (y sabia) que no entiende de amortiguadores y frenos. Aun así, contemplar al gran Frank Gehry, autor de una arquitectura curvada y sensual, hacer una peineta cuando le preguntan si su arquitectura no es mero espectáculo, produce estupefacción. Viejos rebeldes que ya no están dispuestos a aguantar ningún lugar común acerca de su trabajo, que bailan a ritmo de gaitas, extreman sus discursos y al final se excusan diciendo que estaban cansados por el largo viaje. Los cascarrabias de antaño hoy son punkies de lujo. Octogenarios dispuestos a cruzar la línea de lo políticamente correcto cuando empiezan a sentir el helado aliento de su futuro. Contra el Presidente Siempre me ha apasionado la desinhibición de los ancianos, esa lengua suelta (y sabia) que no entiende de amortiguadores y frenos. Aun así, contemplar al gran Frank Gehry, autor de una arquitectura curvada y sensual, hacer una peineta cuando le preguntan si su arquitectura no es mero espectáculo, produce estupefacción. Viejos rebeldes que ya no están dispuestos a aguantar ningún lugar común acerca de su trabajo, que bailan a ritmo de gaitas, extreman sus discursos y al final se excusan diciendo que estaban cansados por el largo viaje. Los cascarrabias de antaño hoy son punkies de lujo. Octogenarios dispuestos a cruzar la línea de lo políticamente correcto cuando empiezan a sentir el helado aliento de su futuro. (La Vanguardia)

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25 de octubre de 2014
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Literatura sin dinero

La historia, incluso la económica, es también literaria. Las novelas, además de llevarnos a vivir de forma vicaria en épocas, paisajes y vidas distintas, pueden servir también para explicarnos cuestiones tan prosaicas como la evolución de los precios o para cuantificar las desigualdades sociales. Digo bien cuantificar, aunque digo mal al decir que sirven, más bien debería decir que han servido y ya no sirven. Esta es la clave literaria de la obra de moda del economista de moda, El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty: su autor sustenta sus tesis sobre el regreso de la sociedad patrimonial y el crecimiento de las desigualdades en las cuentas que hacen Balzac, Jane Austen e incluso Henry James en sus novelas respecto al rendimiento de los patrimonios de sus personajes; pero a la vez nos señala cómo a partir de la Primera Guerra Mundial, con la aparición de la inflación y la desaparición del patrón oro, también se produce una desconexión de la literatura y más concretamente de la novela respecto al dinero y a los patrimonios de los personajes novelescos y sus familias. En este libro no todo son estadísticas y cálculos sobre las diferencias de salarios y rentas del capital a lo largo de los últimos doscientos años. El monumental trabajo de Piketty está lleno de referencias literarias, que en casi todos los casos tienen una función crucial en su teoría sobre el regreso de la sociedad patrimonial que ha empezado a despuntar en el incremento de las desigualdades de las tres últimas décadas. Pero ninguna tiene mayor relevancia que lo que denomina como el ?dilema de Rastignac?, una escena extraída de un episodio de la Comedia Humana de Balzac y concretamente de Le Père Goriot. El joven Rastignac, que quiere escalar en la sociedad francesa durante la restauración borbónica, debe escoger entre el trabajo y el mérito, que le reportarán unas rentas insuficientes, o buscar mediante el matrimonio una herencia que le sitúe en la cima de la sociedad, aunque sea por medios inmorales. El siniestro Vautrin, expresidiario prendado del joven, ?explica a Rastignac que el éxito social por los estudios, el mérito y el trabajo es una ilusión?, por lo que le propone incluso el crimen para alcanzar el patrimonio de una rica heredera. ?No basta con obtener brillantemente los diplomas de Derecho; hace falta normalmente intrigar durante muchos años sin garantía de resultados. En estas condiciones, si se percibe en el vecindario inmediato una herencia del centil superior, mejor será sin duda no dejarla pasar?, escribe Piketty. ?Hasta la Primera Guerra Mundial, el dinero tiene un sentido, y los novelistas no dejan de explotarlo, explorarlo y convertirlo en materia literaria?, señala. Pues bien, una vez la literatura ha dejado de ocuparse del dinero y del patrimonio, el economista nos augura el regreso de una sociedad patrimonial que ya se acerca ahora mismo a las desigualdades experimentadas en la Belle Époque, justo antes de 1913, cuando empezó una época, un paréntesis más bien, en que han sido más el mérito, el trabajo y el estudio los instrumentos para el ascenso social que la posesión de un patrimonio importante. Muchas son las explicaciones para la época de mayor igualdad que hemos vivido y de la que nos estamos alejando a marchas forzadas. La enorme destrucción de patrimonios de las dos guerras mundiales es una de ellas y quizás la principal. También la implantación de sistemas fiscales y del Estado de bienestar. Y, naturalmente, la inflación que se ha fundido fortunas y deudas para desesperación de quienes estaban habituados a la estabilidad monetaria del patrón oro. La despreocupación literaria por la moneda y el patrimonio refleja un cambio en la percepción social y es fruto también de un engaño, tal como subraya Piketty: ?A veces imaginamos que el capital ha desaparecido, que por arte de ensalmo hemos pasado de una civilización fundada en el capital, la herencia y la filiación a una civilización fundada en el capital humano y el mérito. Los accionistas bostezantes habrían sido reemplazados por los cuadros meritorios, simplemente por arte del cambio tecnológico?. Queda por ver si al regreso de la sociedad patrimonial que atisba El capital en el siglo XXI le acompañará también una mirada literaria ocupada de nuevo en la desigualdad, el dinero y los patrimonios como en las novelas de Jane Austen, Balzac o Henry James. Hay fundadas razones para dudarlo.

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25 de octubre de 2014
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