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Benéficas damas y codiciosos ?tories?

A finales de noviembre, el azúcar glaseado de la pre Navidad se esparce sobre las ciudades, que adquieren factura de parque temático, ansiosas por coronar edificios con estrellas de diez puntas y abovedar las calles con guirnaldas de luces. Lo mismo se instalan pistas de hielo en los Campos Elíseos (junto a puestos de charcuteros de Alsacia o de zapatillas de peluche) que idean inquietantes escaparatismos en edificios emblemáticos, incluidos los muñecos diabólicos que cantan villancicos en las vitrinas de Bloomingdale’s, Harrod’s o nuestra Cortylandia, que viene a ser una mezcla del almibarado mundo Disney y los Electroduendes de La bola de cristal. Justo entonces, cuando se empiezan a congelar besugos y langostinos y a pensar perezosamente en el plan de fin de año, el Club de las Benéficas Damas salen de su madriguera sacudiéndose el letargo otoñal. Lo hacen con brío y espíritu filántropo, el mismo que en Madrid popularizó la denominación de origen, castiza donde las haya, “rastrillo”. Con la laca bien puesta, los botones dorados del blazer y, cómo no, los caritativos delantales con los que servirán los garbanzos del cocido, las buenas damas adquieren un considerado protagonismo. Además de sus generosas aportaciones, algunas poseen una arrolladora ascendencia, como la infanta Doña Pilar, tan borbona y aguileña, campechana hasta el extremo de reírse de la exigua pensión que le ha quedado, aunque con una larga lista de amigas fieles que van de la santísima trinidad del PP: Ana Botella, María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre -todas de casual look, con pañuelos hippilondos y jeans- a Agatha Ruiz de la Prada, Vittorio & Luchino, Carolina Herrera o la familia de las rubísimas presentadoras Campos. Los otros rastrillos, mercadillos o ahora pop-ups navideños nunca podrán batir al pedigrí y la retranca del de la Infanta Pilar, que a veces ejerce de escéptica señorona y otras de alegre familia olímpica. Hace unos días declaraba a ABC, al preguntarle por Juan Carlos: “Con tantas señoras en un mismo sitio los señores como él se repuchan un poco”. Repuchar. Ese es el verbo recastizo. Después del Rastrillo, muchas de las benéficas damas viajan a Londres repuchadas en los asientos de Vueling e Easy Jet junto a legiones de turistas que se deleitan escuchando los cascabeles británicos y viendo a los diabólicos muñecos de Harrod’s en acción. Mientras, en Downing Street, David Cameron y su ministro de Economía acaban de anunciar un nuevo impuesto que gravará con un 25% los pingües beneficios en el Reino Unido de gigantes llamados Google o Amazon, expertos en desviar “artificialmente” sus ganancias a latitudes más indulgentes. 1.000 millones de libras en los próximos cinco años gracias a una medida que podría haber salido del programa económico de Podemos, aunque aquí, en cambio, nadie ha chistado acerca del llamado “impuesto Google”. La flema azucarada se extiende sobre las ciudades e invita a la tregua; pronto los relojes se ralentizarán, y los últimos días del año parecerán el año entero. Pasión napolitana Pocas veces un personaje responde tanto a su nombre: Pronuncias “pinosagliocco” y visualizas a un personaje hiperactivo, con afilada velocidad en la mirada, rizos napolitanos, ambición por ser el primero y desafío permanente. Este productor musical, que en el 92 inventó la fusión entre la Caballé y Freddie Mercury para cantar Barcelona, recala de nuevo en la Ciudad Condal. Lo mismo declina en soul que en flamenco, transita de Ibiza a NYC, colecciona ideas, dedica fiestas a sus amigos. Una de las mejores cosas que pueden decirse de él es que se ha casado dos veces con la misma mujer, la gran Lorena Giavalisco. Hoy nos ofrece a un Elton John más en forma que nunca, con banda de rock y sus dedos cortos al piano, en el Palau Sant Jordi. Congelar el gesto En Madrid, desde la terraza de la cadena SER sobre la Gran Vía, se dice: “¡Ah, mira, como los tejados de Antoñito López!”. Dotado notario de lo cotidiano que es capaz de proyectar con tanta familiaridad como extrañeza, Antonio López practica un hiperrealismo con sombras. En el retrato de la Familia Real, un acontecimiento veinte años después de iniciarlo, destaca el gesto exacto de sus personajes: La tensión en el rictus de Felipe VI, la franqueza de Juan Carlos, la magnánima y a la vez cercana sonrisa de la reina Sofía, la mirada esquiva de la infanta Elena, hasta el impostado aplomo de su hermana. El cuadro parece avanzar lo que luego vino, o lo que se presentía tras las sombras proyectadas. Rentrée à deux Hace algo más de dos años que cerraron las puertas del Elíseo a sus espaldas y algunos les daban por muertos políticamente. Quienes les creían mera carne de prensa rosa se equivocaban: Paris Match ha dedicado su portada al comeback del tándem Sarko-Bruni tras la victoria de Nicolas en las primarias de la UMP, apoyado por su activo más seductor: Los ojos rasgados -de profundísimo azul- sobre los pómulos XXL de su mujer, su aura intelectual y sus melosos susurros guitarra en mano. De hecho, en el reportaje del histórico semanario es ella quien lleva la voz cantante. En diciembre subastará partituras manuscritas y lanzará nuevo single en una atípica campaña que también demuestra el error de los que no creen en la nueva política.

(La Vanguardia)

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6 de diciembre de 2014
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El Estado del Kremlin

El estado de la Unión es una de las más genuinas ceremonias de la vida política estadounidense. El presidente pronuncia cada año ante las dos cámaras del Congreso un discurso en el que ofrece a sus conciudadanos la agenda legislativa, junto con un balance y unas orientaciones generales sobre la marcha del país. El objetivo central es la fundamentación de una idea obligada: el estado de la Unión es excelente. Estados Unidos tiene el privilegio de ser imitado tanto por los amigos como por los adversarios. No hay país donde no se haya instalado una forma u otra de ceremonia similar. La Rusia poscomunista ha seguido el mimetismo, en su caso adaptado a la relevancia que tiene la jefatura del Estado en el país de los zares y los dictadores bolcheviques, tal como hemos visto este pasado jueves. Como en Washington, en Moscú también asisten los parlamentarios, junto a las altas jerarquías del Estado, pero la ceremonia no se celebra en la Duma, sino en el Kremlin, acompañado de todo el boato tradicional. Y como en casi todos los países, el acto contiene un mensaje de afirmación y de orgullo nacional, que este año viene a justificar nada menos que la primera modificación unilateral y violenta de fronteras que se ha producido en Europa desde el final de las guerras balcánicas y a coincidir con el peor momento de la economía rusa desde la crisis de los noventa, posterior a la disolución de la Unión Soviética. A los europeos nos interesa ahora mismo tanto o más el estado de la nación de la Rusia de Putin que el estado de la Unión de Obama. Con Washington las relaciones son estrechas y claras, mientras que con Moscú son distantes y confusas. Rusia se ha zampado Crimea y amenaza con llevarse otro bocado de Ucrania, pero a la vez es la principal compañía del gas europea, un socio inversionista considerable, un mercado para nuestros productos, y también un agente internacional imprescindible para estabilizar Oriente Próximo o frenar el arma nuclear iraní. Es socio ineludible y a la vez un vecino amenazante que quiere derecho de veto sobre todo su antiguo imperio. No sabemos si estamos al borde de una nueva guerra fría o de inventar un nuevo tipo de relaciones a la vez de cooperación y enfrentamiento. Después de escuchar a Putin, no cabe decir que Rusia se halle en buen estado. Su economía está entrando en recesión, el rublo cae por la pendiente y su industria petrolífera, 40% de los ingresos, sufre los devastadores efectos de unos precios declinantes. Todo ello debilita a Putin dentro de Rusia y enerva sus reflejos revanchistas y añorantes del pasado perdido de puertas afuera. El mal estado de Rusia es también malo para Europa, que no ha sabido encontrar la distancia y la forma exacta con que debe seguir tratando a este vecino a la vez peligroso e imprescindible. 

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6 de diciembre de 2014
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Más sobre Sade

Hay un tipo de lector que siempre va a confundir autor con narrador.

 

Ya he dicho más de mil veces que los límites del narrador son los límites del texto, los límites de su narración, pero ¿cuáles son los límites del autor? Ni siquiera son los de su propio cuerpo, porque en el caso de los autores cuenta también su espectro: la imagen que de ellos circula en el cuerpo social.

 

Los que acusan a Sade de satánico, demoníaco, criminal, malnacido y demás, están confundiendo al ciudadano Sade, que comparado con otros ciudadanos de su época fue incluso ejemplar, con el narrador de sus novelas, cuentos, poemas, panfletos y ensayos.

 

Hay un ciudadano Sade que rara vez se ubicó fuera de la ley, y un narrador sadiano que empieza y acaba donde empiezan y acaban sus narraciones más o menos insensatas.

 

Confundirlos en un error elemental en el que han caído, además de los lectores mentados, muchos escritores que lo han abordado como personaje novelesco. También han caído en el mismo error autores que pretendían abordarlo desde un punto de vista histórico y objetivo.

 

Estos últimos no tienen perdón.

(Ver tambien "El animal que habita en nosotros". Cultura, El País)

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5 de diciembre de 2014
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Amor y garganta

«Enfriar», dicen quienes hablan de sentimientos como si fueran chefs y lo mismo mandan el deseo al congelador que licuan la impaciencia con nitrógeno. Pero, cómo hacerlo cuando te inviste lo grandioso y en tu alma ya no atardece. De qué modo vas a enfriar las palpitaciones, el pensamiento en espiral que empieza y acaba en sí mismo y, de tan idealizado, no acierta a recordar con transparencia ni el último beso. Un hechizo que produce agujetas, sudor en las manos y en las sienes, que te quita el hambre, que te hace levantarte de la cama de un salto. Cómo se le puede llamar amor a una patada en el estómago. Gozar y sufrir, andar y desandar, aire en las manos. El enamorado se recrea en un dolor hermoso, entre la voracidad y la melancolía de saber que aquello no durará siempre. Pero ni la experiencia es capaz de sobreponerse al éxtasis. La piel más dulce que nunca. Los ojos brillantes. Las costumbres barridas. Qué insignificantes se vuelven los harapos del pasado, esos otros nombres que un día amaste y luego padeciste. La tenaz asignatura del olvido, cuando te entrenaste para borrar excepto en los días malos. Entonces, volvió a aparecerse lo que pudo haber sido. Y qué estúpidas parecen ahora aquellas corralas, cómo perdimos el tiempo, nos decimos con la alegría pintada en las mejillas, hábiles al lograr que los silencios sean más turquesa. Enamorarse es parecido a sentir que cada día llegan los Reyes Magos. Ya no te conformas con el indoloro método de vivir de puntillas, sin hacer ruido. Hablas más fuerte, ríes con más garganta, y no hay penumbra que no pueda iluminarse. Renunciarías a ver el mar por estar a su lado. Estiras la agenda, haces auténticos malabarismos para juntar horas, apagar el teléfono, vencer la urgencia a su lado. No puedes dejar de pensar en sus manos pequeñas. En su peca encima del labio. Aún no has descubierto lo que calla y que, al cabo de un tiempo, emergerá de la misma forma que una espinilla. Ahora dices que la amarás con todo lo que es, con el equipaje y las cicatrices. Dramático como eres. Como todos. En el poemario Traductor de sueños por Babilonia, de Sergio Oiarzabal ?fallecido demasiado joven?, leo: «Es preciso amar como la vez primera, como si fuese la última vez, es preciso; con el corazón sepultado por mil piedras o atravesado por estrellas fugaces; y almar hondo, hondo; y almar dulce, dulce; y almar sin reservas y sin memoria alguna». Todo eso es preciso: almar. Solo el miedo paralizante puede llegar a enfriar la fiebre del enamorado que ya dejó de andar de puntillas sin temerle al incendio. Dulce tortura, pero tortura al fin y al cabo, es sentir que falta el aire cuando el otro no sabe, no contesta. Tan ridícula como inevitable es la idea de que un hilo misterioso les ha cosido, que la vida es turquesa, que las sirenas existen.

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5 de diciembre de 2014
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El desayuno

En las operaciones que repito diariamente para prepararme el desayuno veo con elocuencia el paso de los días. Los gestos y los pasos vuelven a ser lo mismo una mañana tras otra. Son tan iguales entre sí que sería vano esperar que no dejaran de serlo nunca o que algo sucediera para interrumpir su cadena o para suprimirla por entero. En esta rutina que me encarrila siempre vivo hallo también la cinta sinfín que me conducirá al fin de su marcha. El fin de esa amistosa cadena que ya no podrá reproducirse un día más a partir de un día cualquiera. Un día cualquiera. Sin nombre, sin prestigio, sin causa expresa. Solamente  porque  mis impulsos no den más de sí y esta facilidad con que me levanto de la cama y voy ilusionado a buscar el periódico, la tostada y el café desaparezcan como por ensalmo. Sin advertencia, sin inteligencia, sin misericordia. Sólo porque el ciclo se ha dado por cumplido.

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4 de diciembre de 2014
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Determinación absoluta

Costará terminar con ellos y sobre todo con la semilla que han sembrado en el mundo islámico, desde Indonesia hasta Mauritania, pero también en los suburbios occidentales. Pero ayer alcanzaron su momento de gloria, puesto que ningún grupo terrorista había conseguido suscitar la convocatoria de una reunión de tan alto nivel, ministros de Exteriores de 60 países presididos por el secretario de Estado de la primera superpotencia, John Kerry. No es para menos. Bajo la denominación de Estado Islámico de Irak y de Siria, Daesh en siglas árabes, controla un territorio como Bélgica; se ha apoderado de ciudades como Mosul en Irak y Raqqa en Siria, 1.800.000 y 400.000 habitantes respectivamente antes de la guerra; comercia con petróleo, recoge impuestos, realiza exacciones, explota la industria del secuestro, roba y trafica con antigüedades; pero también paga sueldos a los jóvenes que recluta y mantiene una apariencia de orden público, bajo la más estricta sharía o ley islámica; y tiene, incluso, una apariencia de gobierno, en el que hay responsables de explosivos, de prisioneros, de ataques suicidas e incluso de comunicaciones. Sin su frenética actividad comunicativa, el Daesh no sería nada. Su mensaje central es el que atribuye a su jefe, Abu Bakr Al Bagdadí, la más alta dignidad a la vez política y religiosa que existe en la tradición islámica, la de califa sucesor del profeta Mahoma. El siguiente, que llega una y otra vez con sádica insistencia, es que pasarán a cuchillo a quienes no se conviertan al islam. Las comunidades chiitas, yazidís, cristianos orientales de toda la zona bajo su control han sido exterminadas o han tenido que huir a toda prisa, dejando detrás sus bienes y propiedades. Su estremecedora producción audiovisual, con las imágenes de decapitaciones, actúan como doble propaganda para aterrorizar y convocar a los asesinos vocacionales. El tamaño del grupo es de unos 30.000 combatientes, originarios de 90 países, un 10 por ciento de ellos europeos, capaces de actuar en acciones individuales, como insurgentes e incluso como infantería ligera, según Charles Lister, especialista del Brookings Center de Doha. Lister considera que gracias a sus ingresos de unos dos millones de euros diarios es "el grupo terrorista más rico de la historia". Una heteróclita coalición de 60 países se ha conjurado para terminar con el califato y ha realizado ya un millar de ataques aéreos. Y otros países no coaligados también lo están bombardeando, como es el caso de Irán o del régimen sirio de Bachar el Asad, que le combate desde el primer día. El objetivo es cortar sus fuentes de financiación, especialmente la producción de petróleo, pero sin soldados en tierra será difícil acabar con su control territorial. Estados Unidos va a incrementar hasta 3.000 el número de los instructores y asesores militares en Irak, pero la sombra de la guerra de Bush lo dificulta. Washington denomina la operación Determinación Absoluta. Obama y sus aliados la necesitarán, porque está claro que es fácil contener su avance pero será mucho más difícil obtener la victoria definitiva.

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4 de diciembre de 2014
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El Boomeran(g)
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