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Mis mejores lecturas del año

Por 21 de diciembre de 2014 Sin comentarios

Julio Ortega

Luisa Elena Delgado. La nación singular. Madrid, Siglo XXI 

 

Por fin un libro que confronta el presente español no sólo desde opiniones  y posicionamientos partidistas, sino desde la investigación y la documentación, necesarias bases de cualquier análisis serio y crítico. La Prof. Delgado demostrando no sólo su capacidad académica sino la pasión intelectual que require la conflictividad del presente, historia, expone y debate la conversión actual del Estado en el espacio que ocupa los márgenes de las naciones. Que el Estado encarne la ley como una amenaza de las comunidades y resuelva la razón o la sinrazón de las opciones regionales. demuestra su deriva autoritaria, capaz de imponerse incluso al poder judicial, no sólo politizando sus funciones sino manipulando la misma independencia de los jueces. Este libro se sitúa en el vórtice de esos límites políticos de una “democracia monolingue”, cuya fantasía autoritaria prefiere ignorar los derechos de la diferencia. Se trata, al final, de la cultura democrática, incautada por el estatismo que rehúsa incluso (¡a nombre de la ley!) una reforma federal, de mayor calidad participativa. Entendemos, por ello, que el autoritarismo, el estatismo, y la recusación de lo heterodoxo, para no abundar ya en el efecto disolvente de la corrupción, han erosionado la legitimidad institucional, creando una crisis de liderazgo, de abismo del desacuerdo; y, con ello, la imposibilidad de una negociación capaz de remontar las fuerzas anti-sistemáticas, como el populismo autoritario y antimigratorio, capaz de reducir la red de protección social.  La textura cultural, histórica, literaria y política de este trabajo demuestra la necesidad de repensar creativamente esta  hora crítica.

Juan Cruz Ruiz. Por el gusto de leer. Beatriz de Moura, editora por vocación. Tusquets Editores.

Bastarían las razones del corazón (la historia de las grandes pequeñas editoriales que a comienzos de los años 70 renovaron la lectura en español) para acompañar esta conversación de Juan Cruz con Beatriz de Moura con gusto y gratitud; pero ocurre, gracias al modelo mismo de la conversación literaria, que dentro de su fluidez dinámica hay otra conversación, y seguramente dentro de ésta una más, y aún otra que más adentro despierta. Quiero decir que la literatura está hecha del linaje del diálogo, casual e ilustrado, que nos incluye. La historia de Tusquets también me pertenece, como lector puntual, y hasta como contribuidor ocasional. Es claro que este modelo permite, además, compartir la calidad del habla más civil. Escuchar, 40 años después, la acerada voz de Beatriz, nos enseña la pasión del trayecto, esa inteligencia del porvenir. Le debemos habernos imaginado mejores. 

Robert Juan-Cantavella. Y el cielo era una bestia. Anagrama.

Robert había ocupado un espacio propio, al margen de la sobreproducción de lo que pasa hoy  por verosímil (nunca la sociedad había sido una máquina tan implacable con los pobres personajes que desfallecen en cualquier novela del actual neo-naturalismo casposo); primero, en el género del cuento breve, verdadera célula de una nueva lectura; y en la novela misma, desencadenada como el trayecto de un enigma. Sus relatos de Proust Fiction (2005) son de lo más original de la actual literatura de invención. Esos molinos gigantes que combaten con el loco, Don Quijote; como esas hormigas que reescriben el papel de la cigarra,  son de notable hilaridad y goce de rescritura. En esta novela R J-C  pone en evidencia a sus lectores. Nos propone un esquema policial que nos convierte en el ladrón disfrazado de investigador. Para, enseguida, incluirnos entre los autores y los personajes. En el origen, parece decirnos, está el crimen que nos aguarda en el porvenir. Está hecha de muchas piezas que se van armando como una figura cubista que bien podría ser la del lector. Conviene leerla relajadamente, con complicida  irónica, casi con inocencia.  (No me sorprende que R J-C, Jorge Carrión y  Eloy Fernández Porta estén escribiendo un pastiche gordo titulado Las increíbles vidas del Pequeño Nicolás, en el estilo del realismo crudo dominante).

Ana Belén López. Retrato hablado. México, Andraval.

Ana Belén López no es ningún secreto mal guardado. Entre los poetas nacidos a comienzos de los años 60, destaca de inmediato por su rara concentración verbal, intrínsica autoridad, y absoluta necesidad de decir lo que dice. No es, por ello, pródiga ni casual. Sus libros nacen no por acumulación sino por decantamiento analítico. Configura cada uno una constelación suficiente y severa. Sus tensiones y visiones cuajan en una lengua coloquial y espejeante, enunciativa y resonante, diaria y excepcional. A su clara lección de cosas se suma ahora su sumario de actitudes, actos y gestos que cifran la resonancia de lo vivo y episódico con el parpadeo de lo escrito. El poema nace de una percepción interpolada: “El día que entré al bosque tuve/de inmedito/un recuerdo/ en el presente. /Supe/en ese momento/que algo pemanecería/ a pesar de los años.” Con lo cual el instante de la mirada articula los tiempos. Y sigue:  Supe que construía/ recuerdos/ para el futuro/ cuando intenté tocarlos/ hasta respirarlos por los poros. /Y sin embargo olvidé.” Estos protocolos del relato son el relato mismo, dramatizado por la plenitud del conocer y la apuesta del desvivir.

Felipe Fernández-Amesto. Nuestra América. Una historia hispana de Estados Unidos. Galaxia-Gutenberg. 

Desde los conquistadores españoles que soñaban con la quimérica ciudad norteamericana de Cíbola, la Fuente de la Juventud y el mítico reino de Calafia, hasta los secesionistas de Texas que se sublevaron contra la liberación de los esclavos en México ("la defensa de la esclavitud fue una de las más urgentes razones económicas para la rebelión", advierte el autor), y los indígenas norteamericanos que veían al bisonte desaparecer de sus praderas antes de ser eliminados casi por completo ellos mismos, esta es una historia de violencia ciega, de dolor infligido intencionalmente y asesinato sin motivo (para no hablar de la viruela) . El recuento pasa fácilmente de vistas panorámicas y casos ejemplares a la interpretación y la reflexión. La primera comprobación de FFA adelanta ya su tesis central: "El dominio estadounidense, en resumen, fue como el español, el mexicano y el de la república imperial mexicana que sucedió a España en América del Norte: una mezcla de conmiseración y malignidad." España, México y Estados Unidos recurrieron por igual a la "subyugación, explotación, acoso y, a veces, a la masacre." José Martí, la voz del movimiento independentista cubano, adelantó la noción de "Nuestra América" en 1891, para distinguirla de la América anglosajona, receloso de la idea de una Pan América, un Estados Unidos sin límites. La novelista californiana del siglo XIX María Amparo Ruiz de Burton, la primera escritora mexicano-estadounidense en ser publicada en inglés, adaptó Don Quijote y denunció "cómo seremos despojados, nosotros, los pueblos conquistados". Desde una perspectiva diferente, una mujer entrevistada por The New York Times en 1856 habló por muchos cuando declaró que "los blancos y los mexicanos no estuvieron nunca destinados a vivir juntos de ninguna forma, y los mexicanos no tienen nada que hacer aquí". John Quincy Adams lo previó: "En esta guerra, la bandera de la libertad será la de México, y la nuestra, me ruboriza ​decirlo, la bandera de la esclavitud". Obama fue elegido bajo la promesa del “Sí se puede.” Pues no pudimos. Este libro explica por qué.

Adrián Curiel Rivera. Blanco Trópico. México, Alfaguara. 

Curiel Rivera (México, 1969) es autor de un conjunto de novelas, relatos y ensayos que tienen la virtud de atraparnos de inmediato pero no porque formen parte de la tendencia, dominante hoy en el relato mexicano, de complacer al lector a toda costa, lo que ha convertido a algunos narradores locales en simpáticos profesionales. Se los puede ver sonriendo en las ferias de este mundo, como personajes de Musil, complacidos de sí mismos mientras el país se viene abajo. Más bien, Curiel trabaja del lado del tú, más que del lado del yo. Se debe al diálogo más que al monólogo. Es un raro escritor mexicano actual: rehúye las luces cenitales y prefiere la ironía crepuscular. En esta novela, quizá la más vivaz y critica de las que ha publicado, nos introduce a una comunidad distópica: Blanco Trópico es una región que queda al sur de todo y al norte de nada; se trata de un no-lugar cuya existencia es una cartografía narrativa, tan sarcástica como esperpéntica. Entre las muchas versiones de una existencia sonambúlica, previa al apocalipsis social que, en primer término, se expresa en la burocratización del lenguaje, esta distopia es una sátira perspicaz del sistema académico; pero es también una comedia literaria, donde los escritores son nombrados Creadores Nacionales  y reciben un sueldo para escribir. Tratando de mantener la lucidez, esta versión del apocalipsis de la cultura actual evoca la sátira de Swift tanto como la lección clásica: el Infirno está desarticulado y, por eso, es ilegible; esto es, impensable.

Mercedes Cebrián. El genuino sabor. Literatura Random House

Si Adrián Curiel Rivera nos dice que México se ha vuelto inahabitable al punto de que sus personajes podrían imitar la realidad y amanecer convertidos en polvo, pero en polvo desamorado; la madrileña Mercedes Cebrián (1971) en esta novela, tan alegórica como la de su colega sobreviviente, nos dice que una española tiene como más plausible futuro otro país. Con humor sarcástico (que es la mirada que hoy debemos al mundo letrado que fatiga las páginas ), MC traza la hipótesis de ese viaje como una exploración del horizonte (hecho paisaje de Beckett), medido por el presupuesto de la sobrevivencia. Mercedes comparte con los nuevos escritores de esta lengua, pero también de otras, la perspectiva de un subrayado irónico como la distancia crítica ante un mundo innegociable en sus propios términos, y sólo tolerable por unos días en cada zona de peligro donde una española busca chamba. De paso, claro, se encuenta con su propia tribu que ella observa con resignación y humor. Al final, vuelve siempre a España pero descubre el lugar ideal de compartir: Gibraltar, inglesa de día y española de noche, cuya frontera une dos mundos en dos pasos. Esta  ciudadanía construida es una excelente metáfora del espacio propuesto por nuestros nuevos escritores, en contra de la kafkiana ocupación de la sociedad civil por los aparatos de Estado.  

Danilo Albero. Variaciones Turner. Buenos Aires, Bajo la luna.

Novela y crónica, reconstrucción imaginativa y, a la vez, minuciosa de un capítulo de la historia naval de Inglaterra, que Danilo Albero asume, en sintonía placentera con los tratadistas del gran siglo XIX (que un estúpido llamó estúpido, como dijo Borges), pretendiendo que esa historia naval es la historia del mundo. Albero ha urdido esta saga de entendidos y sobrentendidos británicos con humor preciso, sin derivas sentimentales, y con tersa economía elocuente. Se lee aquí la historia desde un cuadro de Turner, la nave “El combatiente temerario,” construyendo un fascinante repertorio biográfico e histórico de los personajes en pos del viaje y su relato, que movió las máquinas y dominó los mares. Danilo Albero posee una imaginación a la vez erudita y mundana, como lo prueban sus libros anteriores, Confesiones de un dandy y Jorge Newberry, el señor del coraje.  Son, así mismo, tratados del saber y del vivir la narración, que elaboran imágenes pródigas de la memoria cultural. La intimidad  de esta novela  busca, y logra, hacer habitable la fábula de la historia. 

Manuel Ruiz Amezcua. Del lado de la vida, Antología poética 1974-2014). Galaxia Gutemberg 

He leido estos poemas apasionados, ásperos, de una verdad a flor de piel, imprecatorios y sentenciosos,  con creciente sorpresa. Son poemas de fuerza interna, que ponen en tensión al lenguaje y le hacen expresar más de lo que el uso diario descuenta de nuestras palabras. Esa lección vallejiana suma, por lo demás,  a Miguel Hernández y Blas de Otero en la ambición de que este idioma nuestro diga más de lo que dice. Antonio Muñoz Molina lo explica muy bien en el prólogo: Ruiz Amezcua pertenece a una larga tradición poética, aquella que dice No, que se rehúsa a aceptar el mundo tal cual, y que hace de esa rebeldía su forja diaria. Siempre he creído que esta lengua tiene la tentación del patetismo, y que el modelo de Hernández probablemente lo resuelve con íntimo sentido figurado. Ruiz Amezcua esculpe, labra y cultiva el verso con pasión por la expresividad, rebosando las formas con su vocación de testigo indignado. Pero lo mejor suyo es lo más poético, la parte de su diálogo con la tradición, que aún arde contra todas las razones contrarias.

Sergio Galarza. La librería quemada. Candaya 

Candaya es ya una editorial imprescindible y demanda la atención del lector a nombre de una zona privilegiada estos días por la crisis, aunque haya sido sancionada como mera historia, uno de los grandes understatements de nuestro tiempo.  Mientras las editoriales no se recuperen, mientras las librerías sigan cerrando, mientras los lectores dejen de serlo, la crisis no sólo no es pasado sino que afecta a la inteligencia misma del futuro en España. El peruano Sergio Galarza (1976) es uno de los varios y notables jóvenes escritores latinoamericanos que han hecho suya esta crisis española, expertos después de todo, en las batallas de crisis perdidas. Su novela Paseador de perros (Candaya, 2009) es probablemente su mejor puesta en página del tiempo español que le ha tocado hacer suyo. Pero La librería quemada es quizá la primera en hacer de una librería la metáfora de la destrucción no sólo ya económica sino social. En esta librería, quemada por sus propios empleados como protesta por la suma de pesares padecidos, el lenguaje, claro, se ha reducido a cenizas. ¿Cómo leer la ceniza? Esa pregunta melancólica construye la metáfora de este Infierno actual: una comunidad que, de pronto, destruye el habitat perdido. Convertida en campo de batalla y lugar de escarnio este teatro de desamparados es el último vestigio de una humanidad extraviada. La última librería cerrada, deducimos, será la nueva señal del fin del mundo. 

 

Jorge Carrión: Los huérfanos. Galaxia Gutenberg 

He dicho por ahí que la novela española es una paliza.  Desde la picaresca hasta Don Quijote; en el XIX, peñas arriba, y en el XX un verdadero quebrantahuesos. Claro que en Pedro Páramo todos están muertos, y a Macondo se lo lleva entero un viento del olvido. Pero sospecho que es más duro despertar y descubrir que la mujer con la que pasaste la noche está muerta. Jorge Carrión (1976) nos propone la mayor paliza: el día siguiente a la Tercera Guerra Mundial, nada menos que el fin del mundo conocido. La alegoría es un género médico entre nosotros, y no es extraño que después del fin estemos mejor que ahora. El mundo (el nombre viene, después de todo, de limpio o prístino, lo opuesto a inmundo), que es el caos, se ha hecho de nuevo, y ésta vez recobra el valor de las palabras. Esa alegoría adánica, sin embargo, es más civil que mítica: los hablantes son una comunidad de las lenguas; y las palabras, como siempre en la crisis, son todo lo que nos queda para recuperar nuestra humanidad apalaeada. Carrión parece convocar a una comunidad del habla, que es la tribu de la lectura.  Se trata de reconstuir el diálogo para rehacer el “libro en blanco”, que es el Diccionario, con la escritura, cuya tinta negra es la única materia gratuita que nos queda para remontar la orfandad de los lectores sin literatura.

Fernando Ampuero. Loreto. Lima, Planeta

Gore Vidal dijo que los lectores prefieren comprar novelas gordas para no tener que leerlas sin sentirse culpables. Felizmente, nadie ignora el atractivo irresistible de la “novela breve,” hoy que cunde la brevedad como la forma mejor de la elocuencia. El mayor practicante del género de lo breve es el argentino César Aira. Nadie sabe cuántas noveletas ha publicado, y él mismo ha olvidado la cuenta. Pero ha hecho de la necesidad virtud, porque su estética proclama escribir cada vez más breve, para publicar en editoriales cada vez más pequeñas, y llegar cada vez a menos lectores. La novela breve es un verdadero taller de narrativa. Demanda la suficiencia del relato y la inteligencia del lector. El primer acto de magia que ha hecho Fernando Ampuero es meter una metáfora amazónica en una novela de cien páginas.  Loreto se puede leer como un lamento de la actual orfandad peruana. Tiene como referente las lecciones de “Los olvidados” de Buñuel, y como manual de melancolía Pedro Páramo. Está, así, entre la violencia social y la pérdida de cualquier horizonte humano. Si la ciudad es hoy definida por sus abismos y la calle ocupada por pandillas asociales, la “ley de la selva” sustituye a la ley y a la selva, al lenguaje común. Las pandillas que viven y mueren en estas cien páginas son de una violencia suicida. La metáfora delata a un país que a pesar de su extraordinario éxito económico se despedaza, con entusiasmo, entre el crimen, la corrupción y el cainismo. Nunca los peruanos creyeron vivir mejor y nunca sucumbieron peor.

Rodrigo Fresán.  La parte inventada. Mondadori

Lamento darte una mala noticia. El otro día, en una librería de New England, bien conocida por su maravillosa actualidad internacional, me di con una mesa larga con todos los libros de Roberto Bolaño traducidos al ingles, lo que no es raro; pero todos estaban a precio reducido, lo que es muy raro; y, peor aun, entre 3 y 5 dólares. Lo primero, lo obvio. Yo no sabía que Bolaño habia sido publicado por tantas editoriales y no sólo las más conocidas sino las más independientes; su obra, deduzco, está más diversificada en inglés que en español. Lo segundo, es mera deducción: el Mercado ha sido saturado. Esta espléndida novela de Fresán había previsto el poniente melancólico de cualquier fama literaria. Y anuncia que el escritor se hace entre máscaras pero su verdad es la escritura misma. Ésta es la más fluida, inquisitiva y gozosa de sus novelas, capaz de recorrer el repertorio de la “vida de artista” o “novela de arte” sin queja ni sanción, con asombro. La vida es, más bien, una bio grafía, un estado realizado del lenguaje; y el arte una sobrevida que se debe a su propio artificio. Lo notable es que Fresán resuelve el desafío original: asume su condición de escritor cuya patria es la literatura, y está libre de los traumas de nación. O sea, no tiene que vengarse de nadie, y es capaz de construirse una tertulia platónica de celebrantes, que compartimos como personajes de esta poética de la lectura. Su fe radical en la literatura se demuestra en la vivacidad, a la vez reverberante y dúctil, de su materia verbal. Esta es una novela que celebra su propia ocurrencia. Se debe a la noción contemporánea de que la escritura y la vida son la “parte inventada” de una en otra. 

Alberto Blanco. La poesía y el presente. México, CONACULTA

Nada es más difícil que ser un escritor mexicano. Y no es extraño, por ello, que algunos de los mejores sean los menos obvios, aquellos pocos que no ocupan la luz cenital del instante de la fama, esa piedra del sacrificio donde los más superfluos entregan su corazón a nombre del poder más trivial, el poder de recomendar. Entre los menos más está Blanco, poeta independiente cuya obra es de una constancia y fidelidad admirables. Leerlo es curarse del pesimismo. Como ocurre cuando compartimos la agudeza de Gabriel Zaid, la certidumbre dramática de Eduardo Lizalde, la reverberación de la prosa de Alberto Ruiz Sánchez, el proyecto poético de vario registro de Luigi Amara. (Añade, lector esperanzado, tus propias certezas). Pero con Alberto Blanco ocurre que casi todo lo que escribe nos confirma y nos afirma. Su poesía, pero también y notablemente, sus ensayos, son de una certidumbre poética insólita en el apocalipsis a plazos que sobrevivimos. Estos ensayos suyos son de una claridad amable. Están hechos no para autorizar un juicio sino para verificar un deseo, confiar una apuesta, compartir un deslumbramiento. Un poeta para tiempos de penuria a quien todavía le debemos las gracias por todo lo que le debemos.  Este libro es una suerte de poética del nuevo siglo, una educación a partir de la poesía y su lenguaje de excepción, lo que presupone, en su caso, no sólo el poema sino el dibujo, la música y el collage. Probablemente a Alberto Blanco le haya tocado asumir la herencia de Octavio Paz. No porque vaya a remplazarlo en los espacios del intelectual público, un papel que dejaría hoy en ridículo a cualquier monosabio que lo pretendiera. Blanco, más bien,  asume la llama viva, la más digna herencia de Paz: la tradición de lo moderno. Esto es, el significado celebratorio del lenguaje, tan crítico como dialógico.

Gabriela Alemán. La muerte silba un blues. Penguin Random House

La literatura ecuatoriana no es ecuatorial: hace tiempo que sobrepasó su destino geográfico.  En mi antología Ecuador cuenta (Madrid, Centro de Arte Moderno) creo haber documentado fehacientemente el grado de creatividad, diversidad, e independencia, que vive hoy la literatura en Ecuador. Gabriela Alemán, qué duda cabe, es una de las narradoras de mayor inventiva y pulso dramático. Maneja una prosa de ductibilidad y autoridad innatas. Ella es autora de una amplia obra de notable calidad imaginativa, gracias a un lenguaje de poder objetivo, poseído por una solvencia propia, rico en calidad dramática y de varia textura formal. En este nuevo tomo ella se sitúa  en el espacio del cine y el testimonio,  demostrando que el relato, al final, asume la demanda de personajes que buscan su plenitud en la ficción. Alemán es otra de las nuevas voces narrativas de Ecuador que nos hablan con convicción y esperanza en nuestra capacidad de escuchar.

Luis Felipe Lomelí. Indio borrado. Tusquets 

Lomelí (México, 1975) nos deja entre las manos una novela que es más que una novela. Una pira de fuego, un nuevo documento del parricidio, un tratado de la violencia sonambúlica que se ha apoderado de la idea misma de México actual. ¿Se puede todavía escribir otra novela sobre el asesinato como una de las bellas artes nacionales? Lomelí nos dice que no sólo se puede sino que se debe. Su arrebatada y a la vez contenida novela propone que sólo la muerte hablaría en un espacio fantasmático e impune, donde nadie es culpable porque cualquiera es capaz de asumir la alegoría del asesinato, esto es, la derrota irrevocable del otro, su enemigo jurado e ignoto. En ese espejo negro sucumbe el sujeto sin asumir su rostro, su yo abrumado por la sed de venganza y la mecánica vulgar de la muerte. Una más, aun si es la del padre en manos del hijo. Los hechos, lamentablemente, hablan por sí mismos, aunque el autor ha trabajado los protocolos retóricos requeridos para darle voz a una muerte anticipada. ¿Qué hacer con la violencia de unos contra otros? Esa pregunta del libro no tiene respuesta, salvo la de leer, hacer nuestra, una versión metafórica del crimen. En suma, esta novela resta de la violencia una alegoria nacional: la de un padre asesinado por el hijo. Como en Pedro Páramo, cincuenta años después, el rigor y el talento de Lomelí demanda por los muertos que nos miran desde este otro espejo desenterrado.

Carlos Cortés. Larga noche hacia mi madre.  San José, Alfaguara

Cortés (Costa Rica, 1962) confirma con este relato, ganador del Premio Centroamericano de Novela en 2013, que no sólo es uno de los más creíbles narradores de su region sino que su espacio literario más propio es el de la familia (“la máquina de la locura” la llamó Klein), la que en sus libros refracta la historia social de su país, al que en contra de su reputación de tarjeta postal pone en la mesa de operaciones para revelar sus fantasmas nocturnos y sus monstruos diarios. Esta apasionada tarea médica, sin embargo, no tiene nada de histórico o didáctico, ni siquiera de protesta social, sino de biografía cruda y dura, asumida visceralmente por el hijo de la orfandad y el desamor. Al modo de una crónica que actualiza a la memoria, el narrador confiesa el odio por su madre, y recuenta un pasado que invade al presente con su violencia y expiación. Con fuerza y no sin ironía el desgarrado relato está poseído por la fuerza de su interrogación. Su dinámica conjuga tiempos, personajes y dilemas, al modo de un soliloquio desesperanzado, que pone en cuestión al lenguaje cotidiano con su patetismo exultante. La inmediatez de su agonía, sin embargo, es menos evidente y más noble. La novela comunica la temperatura actual de sus tiempos gracias a su dicción (de rango isabelino) y al género modélico que emplea (la confesión, esa violenta intimidad del coloquio).  La orfandad (personal, nacional, cultural) es, al final, la edad adulta, la del relato del yo en el espejo del tú.  

José María Micó. Clásicos vividos. Acantilado

El otro día me encontré con Francisco Rico en el AVE a Barcelona, que no es precisamente el mejor lugar para charlar de filología y humanismo, pero pudimos comentar las últimas noticias sobre Don Quijote en Barcelona y sobre los huesos de Petrarca, comprobados como suyos por un doctor Terribili. Yo acababa de leer una de las cartas de Petrarca a Bocaccio en la que le dice que ha tomado alguna imagen de Virgilio pero confía éste no se lo reprochará ya que él tomó otras de Homero, Horacio, y varios más. Y de la entrada de Don Quijote en Barcelona coincidimos de inmediato en que lo más importante no es averiguar en qué Hostal de una estrella pernoctó, sino su visita a la imprenta. En este delicioso breviario de Micó, cuyo Petrarca he disfrutado, leo ya sin sorpresa, porque los clásicos desvividos covergen en rutas, su versión de “Don Quijote en Barcelona.” Una semana antes, en el Club de Lectura del Liceo, escuché a Carme Riera hablar del mismo tema. Se ve que velamos las armas ante el próximo aniversario del maravilloso camino de Don Q a BCN. Son persuasivos los argumentos de Micó en cuanto al encuentro de la fantasía y lo empírico en esa última aventura de nuestro héroe. Aunque, en coincidencia con Rico, creo que va a Barcelona a conocer a su madre, la imprenta. Esto es, culmina la ruta humanista del regreso a la escritura. No es casual que el cartel rece: “Aquí se imprimen libros”. Aqui está de más, no es más allá. Se imprimen está de más, no se dibujan. Y libros sale sobrando, porque no se imprimen volantes. El cartel debería rezar: IMPRENTA. No es que Cervantes sea un adelantado de Wittgenstein, pero su crítica del lenguaje perifrásico y redundante es parte de su identidad humanista. Micó, en la lección de Rico, nos asegura que seguiremos conversando de estas cuestiones de rima y rimado. 

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Obras asociadas
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