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Caso Fifa: ¿Y qué hiciste tú?


Joseph Blatter lo advirtió hace menos de una semana. Apenas ganó la elección a presidente de la FIFA dijo que ahora, en este nuevo mandato, se dedicaría a limpiar a fondo el fútbol mundial. Ayer renunció a su cargo. Fue su primera y última medida. ¿Un héroe que se sacrificó para cumplir su palabra? ¿Un fugitivo que negocio su salida con los investigadores del FBI?

Cualquiera que conozca un mínimo de la maquinaria del fútbol entiende la magnitud de lo ocurrido ayer. El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán decía que el fútbol es la religión más extendida del planeta. Y es cierto. Por lo mismo, la renuncia de Blatter es la renuncia de un Papa. De nuestro Papa. Una dimisión tan inesperada y más significativa que la de Benedicto XVI. ¿Qué viene ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?

El cambio se anuncia gigante. Se termina una época que será recordada con indignación. Las noticias que están por salir serán peores, y nos espera una larga temporada de miserias humanas. Y desde a hora, y por mucho tiempo más, comenzarán a perseguirnos algunas preguntas. ¿Qué hicieron los periodistas deportivos en estos años? ¿Por qué tan pocos alzaron la voz? ¿El boom de escritores publicando libros sobre lo romántico que es el fútbol es parte de la misma estafa? ¿Y qué hiciste tú?

 

 

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3 de junio de 2015
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El monstruo lector: En la biblioteca de Bin Laden

¿Qué nos dicen de una persona los libros que atesora? ¿Puede definirse a un personaje por su biblioteca? En el caso de líderes, los dictadores, los asesinos: ¿saber lo que leían ayuda a conocerlos mejor, a entrar en su lógica, sus razones? ¿Y si descubrimos que leemos el mismo libro, que tenemos algol en común?

Estos días tenemos esa oportunidad de adentrarnos en la mente de un líder sin parangón: el hombre  que durante la primera década de este siglo fue el más buscado del mundo. Cuatro años después de la operación secreta en la que los Navy Seals de Estados Unidos acribillaron a Osama Bin Laden en su refugio en Abotabad, Paquistán, la web de la Oficina del Director Nacional de Espionaje publica hace poco la lista de libros de la biblioteca del mítico líder de Al Qaeda.

Entre los libros, algunos predecibles y otros sorprendentes. Por ejemplo, nos podíamos imaginar a Bin Laden como lector de Noam Chomsky. Dos de sus libros ocupaban espacio en la estantería. Uno lógico: “Hegemonía o supervivencia: la búsqueda norteamericana del dominio global”; y otro más inquietante: “Ilusiones necesarias: El control de pensamiento en las sociedades democráticas”. ¿Qué pensaría Bin Laden de la descripción de las técnicas de control del pensamiento en tierras del Gran Satán?

Pero entre sus libros se encuentran también una reveladora incursión en la mente del enemigo: “Las guerras de Obama”, del veterano investigador de Watergate Bob Woodward. Curiosa lectura: las guerras de Obama eran contra él.

Una sorpresa: la lista contiene más libros de historia que de actualidad. Por ejemplo, “Cristianismo e Islam en España de 756 a 1031”, de C. D. Haines, tal vez le dio munición intelectual para lanzar a Al Qaeda a plantar bombas en esos trenes de Madrid el 11 de marzo de 2004.

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No es la primera vez que se escarba en una librería para intentar entender a su dueño. El arte de bucear en la mente retorcida de un déspota ha dado buenos frutos en el pasado.

Sin ir más lejos, en 2007, el periodista chileno Cristóbal Peña, del centro de investigación CIPER, se sumergió en los libros de Augusto Pinochet. Su reportaje, “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet”, que ganó un premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, muestra al dictador como acaparador (55.000 libros con un costo de casi tres millones de dólares), tacaño, apasionado de la historia militar y por Napoleón.

Pinochet, descubrió Peña, era un vigoroso subrayador. Por ejemplo, en una autobiografía del almirante Erich Bauer, del Tercer Reich, el dictador subrayó la definición que hace el autor sobre su colega Von Ingenohl: “Resultaba difícil adivinar su pensamiento íntimo, pues no descubría jamás sus planes a los ojos de los demás de manera abierta”.

¿No es esta, en el fondo, una autodefinición del mismo Pinochet?

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Pensando en ese ejemplo de CIPER, me zambullí la semana pasada en la lista de los libros que tenía Osama Bin Laden cuando lo mataron.

Antes de seguir, hay que recordar que la publicación de la lista en este momento es una reacción: busca contrarrestar con datos un ataque a la credibilidad de la forma en que el Presidente Barack Obama y su gobierno contaron la operación para matar a Bin Laden.

En la edición del 21 de mayo del London Review of Books, el legendario Seymour Hersh calificó de mentirosa y tendenciosa la versión oficial del ataque que terminó con la vida del líder de Al Qaeda.

Aún a sus 78 años, Hersh sigue siendo de los más prestigiosos periodistas de investigación del mundo. Fue él quien, al comienzo de su carrera, dio a conocer la masacre de My Lai en Vietnam: una matanza de ancianos, mujeres y niños que cambió la forma en que la opinión pública estadounidense veía la guerra. Hace diez años volvió a poner el dedo en la llaga con su trabajo para The New Yorker sobre las torturas de soldados de su país a prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib.

Ahora Hersh embestía contra la historia oficial de la muerte del enemigo público número uno. Según sus fuentes, altos funcionarios y militares en retiro, Estados Unidos no llevó a cabo la operación en solitario, como aseguró Obama, sino que participó la inteligencia paquistaní. Tampoco hubo combate en la casa, y tampoco se arrojó el cuerpo de Bin Laden al mar. 

Un oficial retirado aseguró al periodista que “no se retiraron de la casa bolsas de basura llenas de computadoras y dispositivos de almacenamiento”, como decía la versión oficial. “Solo se llevaron algunos libros y papeles que encontraron en su habitación.”

La muerte de Bin Laden fue un arma fundamental en la campaña de Obama a la reelección en 2012. Y para justificar que entraran en una casa con niños, a la noche, a matar a un hombre, debían crear la impresión de que estaba dirigiendo operaciones letales contra Estados Unidos y que se defendió, amenazando la vida de sus atacantes.

Todo eso, según Hersh, es mentira. El terrorista no se defendió. Su cuerpo no fue tratado según el rito musulmán, y de la habitación se llevaron “algunos libros y papeles”.  

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Unos días más tarde, en medio del escándalo del artículo de Hersh, aparece la lista de esos “libros y papeles” de Bin Laden. No incluyen ninguno que pruebe que el enjuto barbudo estuviera planeando atentados.

Pero lo que hay es una lectura fascinante: es una ventana para entrar en una mente brillante, extraña y perturbada, sin la cual el mundo de hoy no sería igual. Y es también una forma de entender a quienes seleccionan algunos de estos objetos para contarnos qué leía el monstruo.

Hay, por ejemplo, un formulario que tenían que rellenar los postulantes a entrar en Al Qaeda. Se parece mucho a los documentos que nos piden para ser contratados o para unirnos a un club. La penúltima pregunta es: “¿Quiere Ud. participar en una operación suicida?”. Y la última: “¿A quién quisiera que contactáramos si Ud. se convierte en un mártir?”.

También hay un videojuego violento: Delta Force Extreme II, donde el jugador mata jihadistas en el desierto y en ciudades abandonadas. Los periodistas de NBC y del Huffington Post concluyen que este juego era para los niños, los hijos de Bin Laden que vivían con él. ¿Por qué están tan seguros? A mí me causa escalofríos imaginarme al barbudo y sus lugartenientes jugando Delta Force Extreme II en una de esas interminables tardes de bochorno en el desierto paquistaní.  

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¿Qué más? Las primaveras árabes, movimientos juveniles que debían dejar muy perplejo a Bin Laden, pudieron haberle llevado a encargar y leer “Democracia civil islámica: socios, recursos y estrategias”, de Cheryl Benard.

Y un clásico, la “Oxford History of Modern War” de Charles Townsend, pudo tal vez provocarle destellos de nostalgia de aquellos días como estudiante en Oxford, los de la célebre foto en la que posa, irreconocible, con sus hermanos, vestido a la occidental y con pantalones de botamanga ancha, acodado en un auto deportivo.  

Pero la lista no está completa. Faltan los videos eróticos. Es una gran pena. Sería interesante, hasta quizá instructivo, saber qué motivaba a Bin Laden en ese terreno. Para algunos sus gustos en porno pueden parecer superficiales. Yo creo, por el contrario, que en esas preferencias secretas, en el tipo de jovencitas que esperaba encontrar en el Paraíso de los creyentes, puede haber una llave secreta a la mente del hombre que inauguró el Siglo XXI. 

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3 de junio de 2015
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De etiquetas

La ropa recién comprada trae un olor a nuevo: la asepsia del plástico, el soplo del ambientador, su garantía de virginidad. La liberas de las hojas de fino papel, blanco o negro, según la delicada tradición de proteger la prenda hasta su despertar en la realidad, pero, al desplegarla, la satisfacción del estreno dura un instante: cordeles, plásticos punzantes, imperdibles o, en la costuras, rematadas con hilos superglue, un surtido de etiquetas te amenazan. De cinco a doce he llegado a contar entre la de la marca, la de la talla, la del número de serie y la de la composición y el modo de lavado. Concluye, en la nuca o algún otro punto estratégico, el obligado made in Camboya, Corea o China, exceptuando el lujo, aunque no todo sea el made in France de Chanel o el made in Italy de Prada. Entiendo que las personas hábiles pueden considerar nimio el acto de enfrentarse a ellas, que en cambio tan engorroso resulta para los compradores torpes que emprenden una relación de creciente enemistad con ellas. Si son expeditivos, se proponen meterles la tijera de raíz, más allá de la línea de puntos para que no quede un filo cortante que te recuerde su presencia, pero en más de una ocasión acaban dañando la prenda y abriendo una brecha tan sólo suturable con un remiendo antes de ser estrenada. Los más conservadores pasan días soportando una rugosidad en el cogote, la cintura o los flancos, hasta que acaban por aborrecerlas. Desde hace un tiempo, es cada vez más difícil dar con una camisa que no esconda una baraja de ellas como manual urgente de idiomas. Los gigantes que han globalizado el low cost utilizan un fino poliéster a fin de que abulten menos, mientras que los dioses del denim divierten a su clientela con cadenas metálicas y etiquetas que parecen entradas de un concierto hasta el extremo de que más de uno creía que iban con el modelo. La periodista Rebecca Willis se preguntaba recientemente en el suplemento Intelligent Life del diario The ­Economist por qué unos vaqueros deben ir acompañados de 700 palabras. “Son útiles hasta cierto punto, pero cuando la etiqueta de un jersey que cuesta 29,99 libras reza ‘sólo limpieza en seco’, uno ya sabe que es sólo para que en la tienda en cuestión puedan decirle ‘se lo advertimos’ si lo mete en la lavadora y sale del tamaño de Barbie”, escribe. Esas gavillas de etiquetas representan legalidad y conciencia tranquila: que la prenda ha pasado controles éticos y de calidad, a fin de digerirse sin culpas su etiqueta made in Bangladesh. Aunque habría que calcular cuánta mano de obra ­barata necesita cada etiqueta, y cuánta letra precisa en verdad un vestido, con independencia de sus centí­metros. (La Vanguardia)

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3 de junio de 2015
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La deshumanización del poder

De todo lo que nos ha ido ocurriendo últimamente, quizá lo más inquietante ha sido la deshumanización del poder que se ha ido llevando a cabo entre nosotros; una deshumanización basada en tres elementos básico: el hermetismo, la autosuficiencia y la atomización.

El hermetismo sería para Ortega una de las características de la deshumanización del arte, pero todo indica que es sobre todo una de las características de la deshumanización de la política y el poder. Justamente es eso lo que está ocurriendo en Bruselas: un centro de poder ya por encima de los gobiernos nacionales que se presenta ante el ciudadano como hermético, tanto en su funcionamiento como en su lenguaje, siempre encaramándose en las supraestructuras económicas, a no se sabe cuántos metros del suelo.

El hermetismo suele ir vinculado a la autosuficiencia. El poder desde Bruselas se presenta como autosuficiente además de como inapelable. Lo que dicta Bruselas no admite réplica. Por más que nos asombre, regresamos a formas de poder de naturaleza imperial.

A la par que el poder se va haciendo cada vez más hermético y exhibe una autosuficiencia cada vez más irritante, va llevando a cabo un proceso de atomización, de desintegración y de destrucción de los nexos lógicos entre las disciplinas y las cosas. Es el momento en el que la economía se desvincula completamente del sufrimiento que puedan causar sus movimientos en la oscuridad.

 

El poder se deshumaniza cuando, partiendo del pedestal que le concede el ciudadano, impone medidas que provocan enormes cantidades de sufrimiento, en buena parte evitable. Los viejos partidos llevaban ya un tiempo ubicándose en esa misma deshumanización del poder, a través del hermetismo referido a sus finanzas, la corrupción a gran escala, la desarticulación del estado del bienestar y del Estado sin más, la atomización, que implicaría la escisión de economía y sociedad, y una autosuficiencia basada en la impunidad.

La prensa habla de programas, proyectos, líderes, lenguajes, ideologías, populismos, creyendo poder explicar desde esos ángulos el ascenso de Podemos y Ciudadanos, pero lo único que de verdad está ocurriendo es que los nuevos partidos dan una imagen más humana del poder, no solo por su aspecto, también porque no arrastran tras ellos toneladas de corrupción. Al no parecer unos cínicos, resultan más humanos porque el cinismo ataca el núcleo mismo de la conciencia social, y aunque en política el cinismo es muy habitual, cuando se hace muy evidente engendra repulsión. Se engañan gravemente los que piensan que todo es una cuestión de formas. Cuando los viejos partidos dicen que no han sabido acercarse a la ciudadanía y guiados por sus necios publicistas creen que se trata de mejorar la gramática gestual están confundiendo la velocidad con el tocino. De nada sirve poner caras amables y estrechar manos si por debajo están llevando a cabo una política de la devastación y el cinismo. Y es evidente que el uso y abuso del concepto “barón” para designar a los dirigentes no ayuda a humanizar el poder, como ya indiqué en mi texto anterior. Paradójicamante, un político deshumanizado ni siquiera alcanza a ser un ciudadano, como sugiere El Roto en su viñeta, por más que lo consideren o se autoconsidere todo un “barón” (de opereta, por supuesto).

El poder deshumanizado nos hace muy desdichados porque, por definición, hace abstracción de la desdicha. A veces me torturo imaginando las ingentes cantidades de desdicha que el poder ha generado entre nosotros en los últimos tiempos. Se trata de inmensas conglomeraciones de sufrimiento de naturaleza impensable, que han corroído profundamente nuestro carácter, que nos han convertido en otros, que nos han colocado al borde del abismo mientras en el parlamento se dedicaban y se dedican a echarse la mierda unos a otros.

 

En cambio los dirigentes de los nuevos partidos emplean un lenguaje imaginativo y próximo, se les ve llenos de energía, y resultan cercanos y amables. Representan una nueva humanización del poder, sin olvidar que para que esa humanización se lleve de verdad a cabo es exigible una conciencia plena del sufrimiento de los ciudadanos. Con esa idea fundamental en la cabeza, con esa gramática de la existencia guiando tu mente y tu lenguaje se pueden evitar millones de tragedias.

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3 de junio de 2015
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Viendo a Daniel Mordzinski tomar una foto

Concluimos en Managua Centroamérica Cuenta, nuestro encuentro internacional de escritores, a pesar de los vientos en contra. Fue impedido de entrar al país el caricaturista francés Jul, que venía a participar en la mesa sobre la risa y la barbarie, en homenaje a los periodistas de Charlie Hebdo masacrados en nombre de la religión por fanáticos desalmados. Pero a pesar de esa mala señal, y otras no menos ominosas, llevamos a cabo nuestra fiesta cultural de la manera en que nos la propusimos, un encuentro que tuvo por divisa la Libertad de Palabra y buscaba convertir a Nicaragua en una capital cultural, como de verdad lo fue, porque el público se desbordó para escuchar a los más de 70 escritores invitados.

Una tarde, después de almorzar juntos, me tocó llevar a Juan Gabriel Vásquez y a Héctor Abad Faciolince, nuestros dos escritores colombianos invitados, a una entrevista con Carlos Fernando Chamorro, que conduce el único programa de opinión en la televisión  que aún sobrevive en el país.

En las paredes de la oficina de Carlos Fernando hay fotos de su padre, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado el 10 de enero de 1978 en una calle solitaria de las ruinas de Managua, devastada tras el terremoto de 1972. Viajaba siempre al volante de su auto, sin ninguna escolta, a pesar de ser el enemigo número uno marcado por la dictadura de la familia Somoza, y unos sicarios le cortaron el paso y lo mataron a escopetazos. Ese asesinato vil encendió la chispa que haría posible el triunfo de la revolución al año siguiente, y el derrocamiento del asesino intelectual de Pedro Joaquín, el propio Anastasio Somoza.

Héctor recorrió las paredes, mirando cuidadosamente aquellas fotos. Estaba en la oficina de un hermano de sangre. Su padre, Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario, defensor de los derechos humanos, fue asesinado en las calles de Medellín por órdenes del jefe paramilitar Carlos Castaño en agosto de 1987.

Aquella muerte, como el mismo Héctor diría esa misma noche al participar en una de las mesas redondas, no provocó una revolución; fue un asesinato entre miles. Pero sí uno de los libros más hermosos escritos en América Latina en las últimas décadas, El olvido que seremos, escrito por Héctor, que busca fijar en su propia memoria, y en la de los demás, la historia de aquel hombre que pagó con la vida su tarea humanista de defender y proteger a las víctimas de la violencia y la represión en al Colombia convulsionada de entonces, cuando la guerra estaba en las calles de Medellín.

Carlos Fernando pudo ver el cadáver de su padre acribillado de perdigones, en la morgue del hospital de Managua adonde lo llevaron. Héctor corrió junto con su madre al lugar del crimen al saber la noticia de que habían abatido al suyo, y alcanzó a retirar de uno de sus bolsillos un papelito donde había copiado a mano un soneto de Jorge Luis Borges que empieza: "ya somos el olvido que seremos...". Ahora este poema sirve como epitafio en su tumba.

Héctor le pidió a Carlos Fernando que le contara cómo habían matado a su padre. Carlos Fernando le hizo la narración, mientras allí mismo en la oficina maquillaban a Juan Gabriel, porque ya se acercaba la hora de grabar el programa. Uno quiere saber siempre los detalles, dijo también esa noche Héctor, los detalles aún de lo que duele en el alma. Como en un espejo ensangrentado, la historia que Carlos Fernando le contaba, reflejaba la suya propia.

Antes de que entraran al estudio, Daniel Mordzinski, que nos acompañaba, nos hizo a todos unas fotos en el patio trasero de la casa. Y luego separó a Carlos Fernando y a Héctor y les pidió que se colocaran junto a una fuente. Juan Gabriel se subió al brocal y sostuvo por encima de las cabezas de los dos un trapo negro que sirviera de telón de fondo, tal como Daniel se lo pidió. Yo presenciaba aquella escena a poca distancia, mientras la emoción me iba embargando. Luego pidió a los dos hermanos de sangre que se situaran frente a frente, mirándose a los ojos, y que se agarraran de los brazos.

Y tomó la foto.

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3 de junio de 2015
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Garrote y mimo

Bueno, pues ya están pactando. Pero pactar, entre esta gente, quiere decir: olvida las bestialidades que he dicho sobre ti y dame un beso. La campaña fue una orgía de odios, una guerra civil a tres bandas, goyesca. Hubo ignorantes que utilizaron la expresión "cordón sanitario" sin saber que la usaban los nazis para aislar los guetos judíos. Ni una maldita idea, ni un solo proyecto. Sólo abstracción y pasión.

Hubo periodistas que mostraron grandes esperanzas porque abundaba el candidato joven. Poner esperanzas en generaciones o en juventudes es una levedad orteguiana. Sobre todo cuando no tenemos ni idea de lo que van a hacer esos jóvenes con la Dirección General de Tráfico o con el déficit energético. Bien es verdad que tampoco sabemos lo que piensan, ni si piensan. De Podemos sólo conocemos su impulso negativo, pero nada de lo afirmativo, si lo hay. De Ciudadanos sabemos un poco más, pero es insuficiente. Las primeras medidas anunciadas por futuros alcaldes son un desatino de patio de colegio. Y el Podemos de Colau, como era de esperar, ya es independentista.

Que desaparecieran el PSOE y el PP traería mucha diversión, pero esos monstruos clientelares no van a esfumarse en el aire. La metamorfosis de Alianza Popular en el PP fue un ejemplo de cómo se reproduce el zoco. En cuanto al PSOE, se extinguirá, quizás, en Cataluña, pero seguirá llenando la bolsa en Andalucía. ¿Ya no son casta?

Nos esperan meses políticos muy interesantes. Eso sí, sin el menor peligro de que los nuevos elegidos sean mejores o más inteligentes por el mero hecho de que sepan usar una tableta o un teléfono chulo. De momento el resultado de las elecciones es: ¡Qué bien, ya estamos un poco más cerca de Grecia!

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2 de junio de 2015
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La caída de Barcelona

Hay que tomar a cada uno por su palabra. Artur Mas ha perdido la batalla de Barcelona. Sin la capital, el proceso soberanista diseñado por el presidente catalán se enfrenta a una cuesta más empinada de lo previsto y probablemente insuperable, al menos para él. Muchos fueron los factores que facilitaron el viraje de Convergència hacia el independentismo. Uno de ellos fue la extensión de su poder institucional, simbolizado por la conquista en 2011 de la inalcanzable alcaldía de Barcelona. Los presupuestos y las instituciones a disposición de CiU, directamente a través de la Generalitat e indirectamente del Ayuntamiento y de la Diputación barcelonesa, le han proporcionado una potencia de fuego excepcional, con un control irrepetible de medios de comunicación, instituciones culturales, publicidad, subvenciones y nombramientos políticos. Otro de los factores que facilitaban la apuesta de Mas fue la incorporación también por primera vez de parte del empresariado, el mundo de los negocios e incluso de las clases más altas a su proceso independentista. El derrotado alcalde Trias era el exponente municipalista de la culminación en la toma del poder en las instituciones y a la vez de una cierta sintonía del nacionalismo con la burguesía barcelonesa. Con Ada Colau de alcalde, Artur Mas se encuentra de nuevo con un contrapoder al otro lado de la plaza de Sant Jaume, que ya reclama antes de entrar en la alcaldía las deudas contraídas por su gobierno durante los cuatro años de sequía, y sin la figura conciliadora y pactista que simbolizaba en su independentismo sobrevenido y esforzado el giro nacionalista de la burguesía barcelonesa. Pero la caída de Barcelona tendría un valor escaso si se limitara a estos dos factores, por visibles y simbólicos que sean. Si de contar con la capital de Cataluña se trata, es evidente que Mas no podrá regresar al uso abusivo de las arcas municipales, pero no puede descartarse que Ada Colau entre en tratos en algún momento con el soberanismo y termine entregándole alguna baza, previo pago de las contrapartidas correspondientes. En cuanto a un eventual estrechamiento de la base social del independentismo, no hay que precipitarse en el análisis de la caída, a la vista de un mapa electoral barcelonés en el que CiU mantiene un altísimo nivel de voto. Los resultados del distrito más rico de la ciudad, Sarrià-Sant Gervasi, un 41'5%, no son los de un partido del que han desertado sus votantes. Trias fue el más votado en otros tres distritos burgueses, de composición más mezclada, como Les Corts, Eixample y Gràcia. En los otros seis, en cambio, Barcelona En Comú es quien gana, seguida en cinco de ellos por CiU, siempre por delante de ERC. Solo en Nou Barris, CiU queda desplazada al quinto lugar, con un exiguo 10%. Nou Barris es la excepción barcelonesa: con los resultados de los otros nueve distritos, Trias habría empatado en votos con Colau. Pero es la regla metropolitana: en las grandes ciudades del extrarradio barcelonés CiU queda también malparada, el conjunto del soberanismo no supera el 21% e incluso la adelanta ERC como primera fuerza independentista. Del mapa electoral salen tres Barcelonas bien diferenciadas. Hay una Barcelona soberanista, en la que la suma de los votantes de CiU, ERC y CUP supera el 50%: Eixample, Gràcia, Les Corts y Sarrià-Sant Gervasi. Hay otra Barcelona, a la que podríamos llamar mestiza, en la que gana Ada Colau pero mantiene un voto soberanista muy alto, entre el 33 y el 39%, gracias a que CiU se sitúa como segundo partido: Ciutat Vella, Horta-Guinardó, Sant Andreu, Sant Martí y Sants-Montjuïc. Esas dos Barcelonas son muy parecidas al resto de Cataluña y si todo el país fuera así, la decantación hacia mayorías independentistas intratables sería un hecho. Pero hay una tercera Barcelona, a la que podríamos llamar española, en la que el soberanismo queda superado por PSC, Ciudadanos y PP. No solo es el decisivo distrito de Nou Barris sino la gran metrópolis, donde ERC es una fuerza emergente, y CiU es el partido del establishment en decadencia. En la corona metropolitana el soberanismo apenas se ha hecho un hueco y, cuando lo hace, es desde la izquierda, ERC o incluso la CUP. CiU es en la periferia de Barcelona lo que es el PP en Cataluña. El liderazgo de Artur Mas encuentra ahí un valladar infranqueable. Si alguien quiere saltarlo, deberá hacerlo con un programa en el que los ejes social y nacional sean uno solo e inconfundible, algo que hasta ahora solo existe en las palabras y los deseos del independentismo voluntarioso.

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2 de junio de 2015
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Comunismo de ?smartphone?

En las mesas electorales del colegio Pintor Rosales, el domingo día 24 los votantes enarbolaban las papeletas del PP igual que si fueran banderines para animar a los indecisos. “Aún estáis a tiempo -parecían decir los vecinos de Chamartín- para impedir la debacle, si no ¿quién cuidará de nuestro dinero?”. Hace algunos años eran mayoría quienes se guardaban de admitir públicamente que votaban al PP, temiendo el efecto insecticida. Aquello acabó con la llegada de una generación de sorayos, cuya verdadera ideología no era sino la economía, y que asumió la doble P como atrezo. Aunque su actual y conflictiva resistencia no ha sido suficiente para evitar el estropicio que ha descabalgado a alcaldes varones y varonas. De los derrotados, la única que muestra un fuelle aerodinámico es ese personaje de registro interpretativo tan coloreado, Esperanza Aguirre. La que no podía hablar sin tacones, que está a punto de calzarse una alpargata Castañer para reivindicarla en los antros donde se organicen los nuevos soviets. ¡Soviets en el Madrid del Cristo de Medinaceli y de Santa Gema milagrera! El castizo y rancio, sí, pero también en el exquisitamente bien educado. La sonrisa madrileña necesita un capítulo aparte. Porque, en la capital, la gente es amable, empática y aduladora -nadie habla mejor de Barcelona que los madrileños-. También pasean por ella restos de la aristocracia surrealista: “Me divierte Carmena. Lo primero que dijo a la cámara después de los recuentos es que tenía que ir al lavabo”, me confiesa una duquesa descalza. En el mercado de Potosí, donde las señoras van a comprar con la filipina, se ofertan picantones de las Landas y kilos de percebes gallegos: “Aprovechad antes de que llegue Manuela… nos quedan cuatro días”, vocea don Francisco. “¿Pero dónde se ha visto que los rojos cantaran a Julio iglesias?: ‘como espiga en primavera, como luna llena es mi amor, Manuela¿’”. Los tenderos aquí son como los camareros franceses, con uniforme y vehemencia. “Con Tierno Galván vivimos ‘muy agradablemente’”, dice uno. Un sentimiento de desgobernanza se despliega en los cafés de periodistas, relamiendo el momento único: la llegada del activismo a los sillones donde antaño se sentaran el conde de Romanones o Rius i Taulet. “Madrid es comunista”, gritan unos. “No, no lo es”, replican empresarios temblorosos que temen tanto a las comunas como a las subidas de impuestos. No cesan de entrar watsaps de los artistas e intelectuales que hicieron plica votando al tándem Carmena-Gabilondo, alertando acerca de un nuevo tamayazo. “Se está comprando a algunos tránsfugas”, alertan. “No pueden permitir que salga todo lo que se esconde bajo las alfombras”, me decía Luis Eduardo Aute. La primavera petaliza en Madrid entre el deshielo pepero y un comunismo de iPhone 6. (La Vanguardia)

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1 de junio de 2015
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Sobre el uso de la palabra “barón”

Al hilo del artículo que Clara Ferrero ha publicado en El País sobre el sexismo en la lengua (Por qué ser una zorra es malo y ser un zorro es bueno) creo oportuna una reflexión sobre la palabra “barón” que quisiera compartir con vuesas mercedes.

Ignoro en qué momento el concepto barón empezó a emplearse metafóricamente para designar a los dirigentes de los partidos políticos, pero me consta que en los años sesenta el semanario socialdemócrata francés Le Nouvel Observateur acuñó el término “barones del gaullismo” para designar a miembros relevantes del partido conservador. Es posible que a partir de entonces se empezara a hablar también de los barones del Partido Socialista en la misma Francia, y de Francia pasó a España, quizá. Es algo que no he contrastado porque en el fondo me da igual. Me preocupa más el significado de la palabra que localizar el momento en que empezó a ser utilizada en el ámbito de la política.

Los diccionarios etimológicos tienden a decir que varón viene de barón, y que en realidad se trata de la misma palabra. Barón tendería a significar “hombre fuerte”. En otras palabras: “macho dominante”. Y ello sería así tanto si procede del latín como del germano.

No hace falta se un lince para saber que es un concepto machista.

Como título nobiliario, habría que ubicarlo en la baja nobleza. El barón se hallaría por debajo del vizconde, y sólo por encima del señor y del hidalgo.

Uno se pregunta por qué se eligió “barón” para designar a los miembros de la élite política. Aventuro una respuesta: no los podían llamar duques o condes porque quedaría muy grotesco, muy pomposo y demasiado ancien régime, de modo que eligieron un título más modesto, perteneciente a la petite noblesse. No optaron por títulos más bajos como señor o hidalgo por razones obvias. Decir los señores del PP o los señores de PSOE puede sonar a señores de la guerra, y llamarlos hidalgos apestaría demasiado por lo que ha supuesto la hidalguía en nuestra historia. Por eso eligieron un título de apariencia más neutra. Erraron como siempre, ya que en realidad se trata del título más machista de todos al incidir en la idea de “hombre fuerte” o “supermacho”.

Tenía la esperanza de que los nuevos partidos se librasen de ese sambenito. Vana ilusión: una vez más han podido los arcaísmos masculinistas.

El uso de barón (o macho dominante) en un régimen democrático, laico y que aspira a la igualdad de sexos es una aberración. Pero más aberrante me parece que los viejos partidos hayan aceptado con complacencia ese presunto “título”, y les agrade verse tratados como barones de pacotilla en los periódicos, o más bien como barones de opereta. Confieso que toda vez que leo esa palabra en lo periódicos me cuesta seguir leyendo.

Como Podemos y Ciudadanos acepten ser definidos con esa terminología sexista, cursi, kitsch, arrogante, ajena a la horizontalidad democrática y a la igualdad de género, los ciudadanos de a pie (que ni somos barones ni aspiramos a serlo) podríamos empezar a dudar de ellos.

Una cultura verdaderamente democrática evitaría esas metáforas y empezaría por hablar del ciudadano Iglesias, la ciudadana Colau, el ciudadano Rivera, la ciudadana Carmena... Los otros pueden seguir llamándose barones, hasta que ese título bufonesco les acabe pareciendo, también a ellos, tan hiriente como patético.

Por encima de las instituciones y de lo que representan, o bien somos todos ciudadanos o el sistema se envilece y se arcaiza.

Asombrosamente, no creo que los periódicos se den cuanta de lo mucho que envejece la política esa palabrería ancien régime de la que tanto abusan y que tanto hiede.

Si los nuevos partidos quieren imponer un nuevo estilo, a tiempo están se sublevarse contra esa terminología ubicada en el campo semántico del machismo. Se quejaban los periódicos del uso populista de la palabra “casta” y sin embargo ellos no dudan en abusar de conceptos como barón, rigurosamente inseparables de la idea de casta superior y hasta de superhombre.

Todo cambio verdadero empieza por un cambio en el lenguaje.

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1 de junio de 2015
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El Boomeran(g)
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