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Asuntos Metafísicos 100: “La imagen de su cara…”

 

"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara." (1)

Sometimiento a la necesidad natural.

Tras muchos otros, he ido señalando en estas reflexiones que en la disposición de espíritu  característica de los  pensadores jónicos ( la cual  ha marcado desde Tales a Einstein el pensar de la Física)  la naturaleza ha dejado de ser signo de inscripción de voluntades que podrían sernos favorables o desfavorables. La naturaleza es tercamente ajena a ruegos o imperativos, sin que la técnica parezca modificar más que la mera superficie de esta acerada resistencia. Sin duda la técnica, además de procurarnos  instrumentos de conocimiento (instrumentos que sirven a la ciencia), nos depara asimismo instrumentos para canalizar  a nuestro favor algunas de las potencialidades de la naturaleza: la técnica  puede hacer de la semilla fruto que nos da alimento, y de la materia encontrada un material, por ejemplo ese material  que hace posible la construcción  de una casa o  la erección de una muralla protectora.  Pero esta explotación a nuestro servicio  de lo que la naturaleza posibilita  es precisamente  un indicio  de que se ha renunciado a vencerla, se ha renunciado a hacer contrapunto a su potencia; pues  aprovechar las potencialidades que depara la necesidad natural es lo contrario de intentar alzarse  sobre  esa necesidad.

Ahí reside quizás el núcleo de la profunda desazón que la inacabada secuencia de avances en  los artefactos tecnológicos producen en aquellos que somos a la vez utilizadores y esclavos de los mismos. Pues la dificultad que se viene a resolver (la   mayor acuidad y celeridad  en la comunicación a distancia, por ejemplo) es  muy a menudo  generada por el artefacto mismo y no responde  al deseo de trascender la limitación natural, deseo  que sí está detrás de la ayuda que el "primitivo" solicita al hechicero.

El destino del pensamiento científico.

Se abre en este punto  un interrogante que quizás el lector  ya ha formulado: ¿Diremos que la interiorización del postulado según el cual la naturaleza responde a una implacable necesidad interna, y como resultado de ello la contemplación de la misma bajo la disposición que caracteriza a la ciencia, supone para el espíritu  una suerte de caída? ¿O más bien esta naturalización del universo, esta neutralización del poder de  entidades forjadas por la imaginación humana, es tan sólo un momento de sobria contención, imprescindible precisamente  para que el hombre descubra  su papel  en el seno de ese universo y acceda a la matriz de su verdadera riqueza? En parte, ello depende del destino del propio pensamiento científico, es decir, si éste asume o no, todo lo que en sí mismo acarrea, y en suma: si muta o no en pensamiento filosófico.

No hay signos de presencia de lo sagrado en la naturaleza desde que los acontecimientos son contemplados como expresión del interno movimiento de la misma,  pero sí surgen entonces las condiciones de que el sujeto  gracias al cual la naturaleza se hace concepto... piense la singularidad de su propia condición.  Ya  he indicado en efecto  que ni en la época jónica ni en la nuestra tiene  la ciencia  la última palabra, que la filosofía viene después, sin que ello suponga en absoluto  (dado el sentido en que aquí se ha venido utilizando el término filosofía) reivindicar  una tarea del espíritu que se daría paralelamente al pensamiento racional. Pues como contrapunto de la necesidad natural  no se erige entonces  el hacedor de milagros sino el sujeto de la  intelección, y ello como consecuencia de que la propia observación de la physis conduce a interrogarse sobre el mismo.

He considerado ya aquí el texto paradigmático de este viraje. El intelecto  asegura que lo único real en la naturaleza son los átomos y el vacío, los cuales son inasibles para los sentidos. Pero los sentidos responden al intelecto, denunciando el círculo vicioso consistente en que  son ellos la única fuente de la cual extrae el intelecto sus evidencias, por lo cual si el intelecto consigue derrotar a los sentidos no  haría otra cosa que derrotarse a sí mismo:

"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de  lo dulce, por convención asimismo nos referimos a  lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar  tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota" (2).   

El intelecto vence pues a su matriz, cabría decir y, en consecuencia, se auto-destruye. Con diversas variantes el problema no  hará sino reaparecer y ello no sólo a lo largo de la historia de la filosofía. Nótese que tanto si se privilegia al intelecto, como si se privilegia la percepción sensorial no se está privilegiando a la naturaleza; la naturaleza ha dejado de legislar. La reflexión sobre la physis ha virado en reflexión sobre las facultades del sujeto que reflexiona.  

Los términos mismos del debate son cosa propia,  discernir sobre el peso relativo de la physis y de las facultades del ser de razón, es algo que incumbe a este mismo ser;  las teorías reduccionistas no son entonces sino teorías, el pensar de la ciencia se convierte en pensar filosófico, la física deviene meta-física.  En suma: el sujeto de razón y de lenguaje  emerge en el debate que tuvo arranque en la tentativa de hacer inteligible  la physis.

No cabe ya para el físico un realismo ingenuo

¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide  aparentemente  con la mía? Respecto a esta pregunta  formulada en el arranque de estas reflexiones,  he citado muchas veces a John Bell, el físico cuyo teorema fue el más duro golpe para los principios clásicos a los que se aferraba Einstein, en particular el de la existencia de un  mundo sometido a leyes  con independencia de que se de o no un sujeto conocedor del mismo. Y he señalado la importancia de que el propio  Bell  fuera consciente de que, por cuestionar el  postulado fundamental del realismo, sus investigaciones ponían en tela de juicio precisamente un integrante esencial de lo que le había conducido a ser un físico:

«Desearíamos poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado. Yo ciertamente creo en un mundo que estaba ahí antes de mí, y que seguirá estando ahí después de mí, y creo que usted forma parte de ese mundo. Y creo que la mayoría de los físicos adoptan este punto de vista cuando se los pone contra la pared (when they are being  pushed into a corner )  Citaba también aquí  a Alain Aspect,  el físico que completó  en el plano experimental el teorema de Bell, contribuyendo así   a que éste tenga el enorme peso filosófico que se le confiere:

"Estoy convencido de que  el físico elige hacer física por que piensa que el mundo es inteligible. Creo que el físico, a priori, cuando  imagina su vida de físico se ve como  alguien exterior que va a abrir el reloj para ver lo que pasa en el interior. Creo que, más que nadie, el físico tiene esta creencia ingenua, espontánea, de que existe un mundo independiente de él y que su papel es de descubrir la manera como funciona este mundo...el ideal en principio es que el mundo funciona y se halla ahí aunque el observador no se encuentre".

Bell y Aspect se limitan a reivindicar (contra el resultado de sus propios trabajos) la convicción del sentido común según la cual (en palabras  de  Feyman)   una onda sonora   aunque nadie la haya percibido  deja un resto por ejemplo una traza en el tronco de un árbol.   Pues bien:

Los físicos  del siglo se han visto  abocados a revivir la aventura cartesiana, a preguntarse de nuevo  si el mundo físico,  que fue su punto de arranque,  no tiene en realidad el mismo estatuto que las representaciones de los sueños, muchas de las cuales además de diferenciarse de lo que sentimos como propia  identidad, muestran  esa  irreductibilidad  a la misma que nos parecía ser una de las marcas de lo físico (pareciendo  moverse y ocupar posiciones, distinguiéndose así de líneas, superficies, intervalos tridimensionales carentes de densidad,  y otras entidades puramente abstractas).

El físico, por definición, trataba de una dimensión del ser  que no coincide fenomenológicamente con la dimensión del pensamiento, y no se ocupaba del problema metafísico relativo a cual es la auténtica relación entre ambos dominios (3).  Y sin embargo...el físico puede verse por su propia tarea científica, y precisamente  para mantener la fidelidad a la misma, conducido a plantearse el problema metafísico. Esto le ocurrió a Einstein en relación al problema de la significación física del tiempo y el espacio,  y le ocurrió  a los  físicos Antón Zeilinger o John Bell en relación al principio de localidad,  y le ocurre a todos ellos y  a muchos otros cuando  se trata  del realismo, problema en el que  la cual confluyen de hecho casi todos las demás.

Consecuencia de lo anterior es que el realismo ya no puede en ningún caso ser un realismo ingenuo, pues el solipsismo es una hipótesis a tomar muy en serio. Como bien ha escrito el filósofo Ulises Moulines en una reflexión sobre las vicisitudes del héroe de La vida es sueño, no está claro el carácter apodíctico del argumento semántico que habría que enarbolar ante Segismundo: "hablas, luego te refieres a algo real además de tí mismo".

De Segismundo a Crusoe: "La imagen de su cara"

Habla sin duda Segismundo, aún en la hipótesis de un puro universo onírico, como habla ese otro paradigma literario, Robinson, el héroe de Defoe, confrontado sino a la posible irrealidad del mundo, sí al menos, a la tremenda constancia de la soledad.   

Hablan Segismundo o Crusoe no con hablantes empíricos, mas sí con el sujeto humano, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente, con el tremendo corolario de que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido. Para el uno, el entorno es quizás sueño, para el otro no hay interlocutor empírico, mas ambos están confundidos  con un pensamiento y una palabra herederos de todo el acerbo que caracteriza a la especie; herencia en razón de la cual Segismundo y  Crusoe (al igual que el Descartes   de las primeras meditaciones) permanentemente hablan, hablan con un interlocutor compatible con  la situación de soledad; hablan en suma con la matriz, presente en  ellos mismos, del hombre.

Habla  la persona sola  consigo misma, consigo misma en  tanto  que  espejo en el que se reconoce la esencia de la humanidad. Y tal cosa hacemos cada uno de nosotros en las ocasiones en las que el pensamiento, en lugar de complacerse en lo dado, se esfuerza por entender, metaforizar o resolver, ya se trate de asuntos teoréticos o de asuntos prácticos; ya se trate de organización general de la sociedad o de asuntos en los que la propia  intimidad es lo que está en juego.

Y en esta  hipótesis de que hablar no sea garantía de mundo exterior, todo es ya casi una cuestión de fuerza y de entereza: fuerza para luchar contra esa constricción que   supone para el lenguaje y la razón el hecho de tener origen en la materia, de ser inseparable  de la misma  y en consecuencia de estar afectado por la modalidad de cambio (el cambio-corrupción) que constituye la esencia del tiempo; fuerza  para no rendirse ante la evidencia de que sólo puede trascender el tiempo aquello que nace del tiempo y está siempre acompañado por el mismo; fuerza  para  renunciar a los prejuicios y enriquecer el juicio, fuerza en definitiva para abordar la dureza y la riqueza del pensar; entereza para aceptar la siempre amenazante impotencia, y en todo caso  no sustituir la ausencia de juicio en acto por la iteración de un juicio ya masticado y digerido. En razón de su  naturaleza , todos los humanos son movidos por el deseo de conferir forma  a lo que les afecta, convirtiéndolo en símbolo y concepto,  viene a decirnos Aristóteles en la Metafísica. Pues bien: se trata de que efectivamente sea así, no meramente de pensar lo bueno que sería el que así fuera.

Que el deseo de simbolizar y conocer sea expresión de la naturaleza de uno, en acto, aquí y ahora, no es cosa de voluntad. Se da o no se da tal fortuna;  se da  o no la fortuna de que perdure en su acuidad  lo que Pinker ha denominado "instinto de lenguaje", esa rarísima inclinación con la que los humanos y sólo los humanos, complementan  la tendencia a defender la propia individualidad  y  la propia especie biológicas.[4]   Esta inclinación  a lo que singulariza al animal humano  quizás jamás se pierde (4). No se pierde  el amor a las construcciones del lenguaje, que perdura como invariancia  aun en la soledad o en la hipótesis del mundo onírico:

"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara."

 


(1) Jorge Luis Borges, "Epílogo "de El Hacedor 1960.

(2) Diels- Kranz  Die Fragmente  Vorsokratiker (Fragmentos de los presocráticos) B 125.

(3) O si lo hacía era  en paralelo, como el Einstein interesado por las tesis de Kant a las que había sido introducido desde la adolescencia por Max Talmey, un joven universitario que frecuentaba su domicilio paterno en Munich

(4) Responder a tal rara inclinación, responder a la exigencia del lenguaje, conduce  a actualizar tanto los  recursos memorísticos como  el  ingenio, por ejemplo en el aprendizaje de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para quien tiene la dicha de descubrirlas por vez primera. Responder a la exigencia del lenguaje   pasa por activar las potencias cognoscitivas, lo que puede llegar hasta  la disposición de espíritu  que caracteriza el ejercicio de las matemáticas, cuya virtud va más allá de toda finalidad práctica. Y desde luego la firmeza en el empeño de  vivir plenamente como un ser de lenguaje pasa por inscribirse en el tiempo de manera no pasiva, conservando la memoria de fechas simbólicas y así, con independencia de si ello toma la forma de representación de otro Hacedor, viviendo el propio destino como algo irreductible al entorno empírico, aunque indudablemente determinado por el mismo.

[5]             Aunque haya ciertamente situaciones en la frontera. De un gran escritor americano diezmado por el alcohol,  y que se sentía impotente para escribir ya sobre cosa alguna, se dice que fue incitado por su editor a poner por escrito esta miseria misma. Ignoro si el editor consiguió convencerlo, y en tal caso, si lo que salió vale la pena. Que así fuera es tanto más factible cuanto que la literatura ha dado muchos ejemplos de que cualquier cosa sirve de punto de arranque, es decir, que los contenidos son mera coartada para el desarrollo del lenguaje. Lo que la anécdota revela es que el editor tenía el sentimiento de que su hombre, quebrado en su salud física y psíquica, no había sin embargo aún perdido el amor a la razón y la palabra.

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22 de junio de 2015
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Contra el aburrimiento

De aquella bienintencionada idea de la vida fraccionada en franjas de ocho horas ?ocho para trabajar, ocho para dormir y ocho de asuntos propios?, pasamos al realismo sucio del seven eleven, incapaces de detener nuestra actividad que arranca de buena mañana y no se desmaya hasta bien entrada la noche, sin un minuto para permanecer absortos ante una pared en blanco mirando las musarañas. Ahora, cuando la ideología del bienestar nos reprocha que olvidemos las respiraciones profundas, que no mastiquemos despacio o juguemos con pantallas antes de acostarnos, parece ardua tarea la de escapar del 24/7, que es como se denomina a la no desconexión y a la disponibilidad absoluta. Pesan, por un lado, los imperativos de la autonomía profesional, que a menudo implican trabajar sábados y domingos, y acostumbrarse, como Esperanza Aguirre, a que no te paguen las vacaciones de verano ni de Navidad. Pero la resistencia a los tiempos muertos no sólo se debe al paradigma de trabajar el doble para cobrar la mitad, sino a la evidencia de que la tecnología se ha convertido en un órgano más de nuestra anatomía. Una especie de segundo cerebro, ansioso y voluble, que no le teme al tedio porque tiene línea directa con el infinito, a una velocidad que abruma y aísla. Ahora, el sector del entretenimiento digital se prepara para una nueva batalla en la que el arma de combate serán las gafas de realidad virtual. Las nuevas Oculus Rift llegarán al mercado durante el primer trimestre del 2016 e incluirán un mando de control de Xbox One y un sensor de movimiento. Sus responsables prometen que nos teletransportarán a otro mundo donde es imposible bostezar. Pero los sabios globales reivindican el aburrimiento por higiene mental y acicate para la creatividad. Y animan a perderle el miedo a la palabra tan depauperada, en las antípodas de las tendencias. Nadie quiere ropa, películas, libros, personas o periódicos aburridos. El tedio es una de las prohibiciones de nuestro tiempo: el capitalismo ha censurado esas ?horas oscuras? ?así llamaba Rilke a ese estado que puede ser fértil o llevarte hasta el borde de la desesperación?. El mismo que el filósofo Bernard Stiegler ha denominado ?la proletarización del tiempo libre?, esto es, la expropiación, más allá de nuestra fuerza de trabajo, de nuestro tiempo y de nuestros instrumentos de placer. La intolerancia ante el tiempo improductivo se agudiza en vacaciones, que, si bien para algunos son un lujo prohibitivo, para otros resultan la etapa del año que quisieran eliminar a fin de no tener que enfrentarse con su yo ?y el de su familia? en las tardes mudas del verano. Las agencias de viaje corroboran el aumento de los viajes singles aunque se viva en pareja, a fin de evitar disidencias engorrosas. Porque una cosa es aburrirse solo, y otra, mucho más tremenda, es aburrirse en compañía. (La Vanguardia)

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22 de junio de 2015
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El sirviente

Uno de los asuntos más arduos, tanto en mi vida profesional como en la doméstica, ha sido dar órdenes al subordinado. No querría uno que el subordinado le tomara el pelo, le sisara o le sorteara, pero para esto se necesitaría, creo yo, manifestar un grado de autoridad que, en definitiva supone, mostrarse por encima del otro. Esta función se considera del todo primordial puesto que una cosa es el jefe y la otra los subordinados. Es decir, si el subordinado carga con su condición de servicio, el jefe representa, incluso para el mismo jefe, una figura superior. Ahora bien, mostrase superior a cambio de ofrecer un estipendio al otro es una función odiosa o al menos nada grata. No deseando ser yo desagradable y sí, por el contrario, amado mi actitud balanceó siempre hacia la condescendencia,  la benevolencia y el cerrar los ojos, si fuera preciso,  ante los  desaguisados. En la casa, concretamente, se representa bien esta contradictoria condición del jefe odioso pero misericorde y hasta cobarde que Joseph Losey llevó al cine tras una adaptación de Harold Pinter (sobre la novela de Robin Maugham) y que se titulaba efectivamente The servant. Ni más ni menos The servant "servía" para poner en evidencia el frágil poder del amo cuando se convierte por la dialéctica de las prestaciones en  dependiente de los servicios del criado y con el tiempo llega a estar en alto grado a su merced.  

Como en otros capítulos de  las relaciones humanas no se llega a dominar de manera inocua. El que ejerce el poder crea resentimiento y de ello puede llegar la conspiración y la revuelta asesina. El poderoso manda pero  cada orden va creando un rosario o una soga potencial que puede acabar con él. El amo manda y teme ser eliminado. Su porción de soberbia encierra una porción de miedo igual a la porción de odio que se inculca indefectiblemente en los servidores.  

No seguiré mucho esta vez sobre un tema tan crucial. Volveré sobre ello porque, de hecho he venido a parar en este asunto impulsado por el temor que voy cobrando a la empleada de hogar, incalculablemente más grave que el que ella podría tenerme a mí. Soy capaz de barrer lo que esté sucio en cualquier rincón, a recogerlas pelusas sin decir palabra a simular que disfruto con el plato que cocina sin habilidad. Con todo ello, día tras día, mi malestar empeora. Y  doblemente. Se agranda tanto por la efectiva suciedad o mal sabor de los alimentos, como por la amargura que siento al verme  autodesacreditado. Ser jefe es mejor, según los libros de Historia Universal. En la historia de la vida cotidiana es otra cosa. Según mi carácter yo no he querido nunca obedecer ciegamente pero tampoco he sabido mandar con lucidez. De ahí se deriva que no haya alcanzado ninguna influencia notable ni equilibrio personal alguno. 

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22 de junio de 2015
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La conversión ecológica

Pocas encíclicas papales suelen tener efectos inmediatos y de tipo político. Como textos doctrinales que son, en los que el obispo de Roma se dirige a todos los fieles, las encíclicas influyen en el rumbo espiritual de la Iglesia y naturalmente en su relación con el mundo. Sobre todo si se trata de encíclicas de contenido político o social, como fueron la Rerum Novarum, de Leon XIII, de 1891, que estableció la doctrina social de la iglesia ante los movimientos obreros, o la Pacem in Terris de Juan XXIII, de 1963, que fue la respuesta a la guerra fría. Como cualquiera de las grandes encíclicas, la Laudato sii de Bergoglio, dedicada a una visión ecológica del planeta, sienta doctrina, pero también busca y tiene efectos políticos inmediatos. A diferencia de otras cartas papales, no se dirige únicamente a los fieles sino que pretende alcanzar a la humanidad entera, con independencia de la religión o las creencias. Es además un llamamiento, en muchos aspectos dramático, a la acción urgente ante las catástrofes medioambientales que se avecinan y específicamente las que se derivan del calentamiento global, dirigido sobre todo a los países más ricos y con mayores responsabilidades contaminantes y a las organizaciones internacionales pero también a los individuos, cada uno en su nivel, para que respectivamente actúen con políticas que limiten los desastres y adopten formas de vida más ecológicas y menos consumistas. Su repercusión demuestra el prestigio y la autoridad crecientes del papa Francisco. Solo han discrepado las voces cada vez más aisladas de quienes niegan la evidencia científica del cambio climático, como es el caso de Jeb Bush, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, que ya ha declarado que en cuestiones de economía no está obligado a seguir a los obispos ni al papa. La nueva doctrina ecológica del Vaticano influirá sin duda en las elecciones presidenciales del país que ahora sostiene el peso de las negociaciones sobre la reducción de emisiones a la atmósfera. Barack Obama, en cambio, ha manifestado su sintonía con Bergoglio y le ha agradecido su encíclica como un apoyo a la conferencia que se celebrará en diciembre en París para limitar el incremento de la temperatura del planeta. Obama lo necesita, no tanto para convencer a sus interlocutores internacionales, sino sobre todo a sus conciudadanos y al Congreso que les representa y que le ha bloqueado numerosas iniciativas. La encíclica ha coincidido con una muy oportuna encuesta del prestigioso Pew Research Center sobre las posiciones de los católicos de Estados Unidos respecto al calentamiento global, en la que se evidencian las dificultades que tiene la sociedad estadounidense para aceptar el consenso científico. Solo atendiendo a la población católica, un 29% de los estadounidenses no cree que exista, un 53% no cree que sea fruto de la actividad humana y un 52% no considera que tenga consecuencias graves para el planeta. Estas cifras se amplían en el conjunto de la población y todavía más entre los no católicos. Quienes mejor sintonizan con las posiciones de Bergoglio respecto al medio ambiente, según la encuesta, son los católicos hispanos que votan demócrata y quienes peor, los blancos evangélicos que se identifican como republicanos.  Quienes más pueden darse por aludidos por esta encíclica son las oligarquías de los países más ricos y sobre todo los productores de gas y petróleo. Bergoglio propugna drásticas disminuciones en la extracción y uso de combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas, y su sustitución por energías alternativas. Son reiterados en toda la encíclica los ataques al consumo irresponsable, a la producción de deshechos innecesarios, al urbanismo que segrega a los ricos en zonas seguras y ecológicamente limpias y a los estilos de vida arrogantes de los más favorecidos. Este es un texto de gran densidad religiosa e intelectual. Hay capítulos perfectamente acordes con la literatura católica más devota y otros, de lectura más interesante para los laicos, que pertenecen al género del ensayo político y económico. Empieza con una evocación del santo inspirador de su papado, Francisco de Asís, y específicamente del poema y oración que es el Cántico de las Criaturas y termina con dos plegarias escritas de su mano, la Oración por nuestra tierra y la Oración cristiana con la creación. Jorge Bergoglio escogió el nombre de Francisco por el santo de los pobres y ahora se inspira en su filosofía de la naturaleza para esta encíclica ecologista, en la que hermana el cuidado del planeta con la atención a los más desfavorecidos, a los que considera las primeras y más importantes víctimas de las catástrofes originadas por el cambio climático. Hay ambición política en este texto redactado por el humilde cura andariego salido de los suburbios de Buenos Aires. Ambición eclesial y ambición papal. La voz de Bergoglio recupera ante la pobreza y la amenaza medio ambiental la intensidad del clamor de Wojtyla ante la falta de libertades bajo el comunismo. El Vaticano, eclipsado durante el pontificado de Ratzinger y herido en su prestigio por los numerosos escándalos de los abusos sexuales, está recuperando con Bergoglio su capacidad para actuar como contrapoder frente a los poderes de este mundo, con la ventaja de que aparece ahora despojándose de sus ropajes más arcaicos e incómodos y adaptándose en sus hábitos y en su vida diaria a la sencillez evangélica que siempre ha predicado y solo en muy contadas etapas de su historia practicado. Los ricos deben pagar su deuda ecológica con los pobres, el Norte con el Sur. No hay un derecho absoluto a la propiedad privada. El mercado libre y desregulado no sirve, ni siquiera para asignar precios a las emisiones de gases contaminantes. La economía no puede mandar sobre la política. Bergoglio critica incluso los rescates bancarios y la gestión de la crisis financiera. O propugna la sana presión, se entiende que los boicots, sobre quienes ejercen los poderes económicos y políticos. No parece haber dudas sobre la tendencia ideológica de la encíclica y del Papa que la ha redactado. Atendiendo a las reacciones, en todo caso, la derecha no parece tenerlas. El papa Francisco no deja rincón por barrer. De izquierdas en economía y ecologista e incluso animalista respecto a la naturaleza. Pero no se mueve en cuanto al aborto. Por primera vez en una encíclica se define contra la destrucción de embriones y la interrupción del embarazo, con el matiz de que no es parte de una doctrina moral sobre la reproducción sino de su visión franciscana de la naturaleza, que obliga a proteger a los más débiles, como son los pobres, los discapacitados y los embriones. Bergoglio se dirige a todos, pero a los creyentes les dice que no se puede amar a Dios sin amar la naturaleza y a los más desfavorecidos. El Papa les conmina a practicar una espiritualidad ecológica, a convertirse a una vida de sobriedad y bajo consumo, exactamente en las antípodas del tipo de religiosidad que funciona como una forma de equilibrio interior o autoayuda, tal como la practican muchos cristianos renacidos en Estados Unidos o piadosos magnates musulmanes en los países árabes.

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22 de junio de 2015
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Albert Chillón: Periodismo literario y reivindicación de las humanidades

En 1998, el profesor de la UAB Albert Chillón publicó un libro seminal, básico para quienes nos dedicamos a escribir, enseñar y aprender a escribir y también para los que aspiramos a ser buenos lectores: Literatura y periodismo, una tradición de relaciones promiscuas.

Tras un elogioso prólogo de Manuel Vázquez Montalbán, Chillón presenta, defiende y analiza una de las más ricas y promisorias ramas del periodismo en la segunda mitad del siglo XX: lo que algunos llaman periodismo literario o narrativo, lo que en América Latina se conoce como "crónica" y que en Estados Unidos se engloba en la “marca” de Nuevo Periodismo o la etiqueta (para Chillón engañosa) de “no ficción”.

El autor, un referente fundamental de lo que en las ciencias de la comunicación se conoce como “teoría del giro lingüístico”, muestra con abundantes ejemplos cómo escritores y periodistas de Europa y las Américas utilizaron recursos literarios para contar los hechos del presente e indagar en los del pasado. Desde una vinculación con la novela realista del siglo XIX, analiza los recursos de investigación y escritura de autores tan variados como Josep Pla, John Hersey, Truman Capote, Oriana Fallaci, Ryszard Kapuscinski, Leonardo Sciacia, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez y, dentro de una incipiente producción española, el propio Vázquez Montalbán.

*          *          *

Este libro, que desde su publicación excedió en ambición e impacto el ámbito de la academia española, se encontraba fuera de catálogo, y es un acto de justicia y necesidad que se encuentre ahora disponible en una edición muy ampliada y actualizada.

Lo primero que cambia es el nombre: ahora el libro se llama La palabra facticia. Es un valiente desafío, un neologismo que Chillón defiende a capa y espada como el terreno donde se encuentran la literatura y el periodismo.  Al prólogo original de Vázquez Montalbán se agrega ahora uno nuevo de Jordi Llovet, centrado en el novedoso aporte de Chillón: la necesidad de que el periodismo se acerque (o vuelva) al terreno de las humanidades, a la función del intelectual púbico, necesario para el sostenimiento de una verdadera democracia.

En nuevos capítulos se reivindica algo central para que el periodismo pueda ser parte de la cultura de su tiempo: el papel de las ciencias humanas en el centro del discurso social y sobre todo en las enseñanzas universitarias. Un profesor vocacional y con décadas de experiencia como Chillón vive y sufre en carne propia el triunfo del cómo presentar la información sobre el qué decir y para qué.

Este nuevo libro, en definitiva, es el viejo y valiosísimo Literatura y periodismo más una actualización con nuevos autores y corrientes, un afinamiento de su enfoque teórico y sobre todo, un alegato necesario por las humanidades. 

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21 de junio de 2015
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Dior ha muerto

Como mujer y persona que defiende la igualdad y la laicidad, no siento ni de lejos orgullo ?tal y como firman varias señoras en un manifiesto de apoyo? porque la nueva portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, ?reivindique nuestros derechos y libertades ante instituciones que aún deben cambiar para hacer de la igualdad entre hombres y mujeres uno de sus principios?. En verdad, preferiría que Maestre, con sus mohines coquetones y esas miradas intensas que le pone al selfie, se reivindicara a sí misma. Porque, imaginemos el caso de que servidora quisiera rezar en una capilla, como hace años. O quisiera hablar con mis muertos frente a un altar con olor a cera e incienso. ¿A razón de qué iba a censurarme una pandilla de muchachos con su pataleta de mal gusto y enseñándome sus pechos por los que no siento el más mínimo interés? En el episodio que ahora sentará a Maestre en el banquillo por un delito contra la libertad de conciencia ?un escrache en una capilla de la Universidad Complutense en el 2011? gritaban frases tan ridículas como antiguas: ?Menos rosarios y más bolas chinas?, que viene a ser lo mismo que reclamar ?menos mantras y más ejercicios de Kegel?, como si fueran ginecólogos. Deben de ser chicos muy majos, estos parvenus. Pienso también en Guillermo Zapata, a quien muchos colegas han salido a echarle un capote, o mejor dicho, un mantón de Manila. Que si sucedió hace años ?la falta de sensibilidad no prescribe?; que si el humor negro solo es eso, humor; que si ha pedido perdón; que si es muy buena gente… ¡Ay la buena gente! La que va con su verdad por delante y sin desodorante. La que anuncia, sin el cobijo de Nietzsche, la muerte de Dior con atuendos que pisotean el sentido de la estética. La que se permite hacer bromas de niñas mutiladas, violadas, asesinadas, y frivolizar sobre el mayor genocidio de la historia. Los mismos a quienes nunca les gustaron los chistes de mariquitas o gitanos han empezado a borrar sus timelines. A comienzos de los años ochenta, y siendo ya presidente de la Diputación de Pontevedra, Rajoy defendía desde las páginas de El Faro de Vigo ?la falsedad de que todos los hombres son iguales?. Y, en la misma época, Aznar apostaba por que ?de la Constitución puede culminarse un modelo federal de Estado?. Que los nuevos líderes lleguen fogueados a sus futuribles cargos es lógico, y hasta deseable: tomar partido ?hasta mancharse? ?en palabras de Celaya? es sinónimo de creer en lo que uno dice y hace, de actividad y coherencia. Otra cosa es que su pasado esté lleno de insultos y alarmantes vejaciones, aunque sean virtuales. O que solo les mueva la vocación y no su competencia profesional. Dice Carmena que tiene las espaldas anchas: falta le hará. No me digan que ahora que solo hablábamos de los imputados por corrupción? ¿nueva política con el doble rasero de la vieja? Vale para todo / Dakota Johnson

Tiene nombre de condado, cordillera o marca de motos, pero su originalidad radica en su frágil fortaleza. Debutó con 10 añitos de la mano de su padrastro, Antonio Banderas, haciendo de hija de su madre en la vida real, y la primera entrega de 50 sombras de Grey la convirtió en celebrity de piel blanca y escote de Gucci. Es portadora de esa simpatía guiri que siempre sentó tan bien a las mujeres de su familia, empezando por su abuela,Tippie Hedren. Bien la explota Amenábar en el espot para Estrella Damm que, a vueltas con acentos?Quim Gutiérrez incluso se parece a Dani Rovira en los apellidos vascos?, se sirve de Dakota como la chica del verano por la que vale la pena aprender inglés, aunque tengamos que tragarnos la bochornosa pregunta-respuesta digna de un anticoncurso: ¿qué significa vale? Extraña pareja / Sarkozy-Berlusconi Será ficción friki, pero la imagen choca: una serie de manga titulada Genshinken Nidaime proponía en uno de sus capítulos la pareja gay ideal, formada por dos ?caballeros refinados de más de 50 años?, que no eran otros que el ex ?y puede que próximo? presidente blingbling y el eterno Cavaliere. Dicho episodio se emitió en 2013 pero nadie se había hecho eco de semejante fantasía lejos de las fronteras del país del sol naciente hasta que la viralidad lo ha rescatado. La justificación de la ardorosa y fanfarrona fama de ambos, según los guionistas, se debería a su intento ?de ocultar su relación secreta?. Sarkozy ha dicho que si gana, derogará la ley del matrimonio homosexual. Berlusconi, sigue haciendo chistes de bungabungas. Los japoneses, tan sorprendentes. 40 años después / Dolly Onetti

Se han cumplido cuatro décadas de la llegada de Juan Carlos Onetti y su mujer, Dorothea Mur, Dolly, a Madrid, refugiados de una dictadura que empezaba en su país, Uruguay, a otra que terminaba, en Madrid. Onetti, que ya era un escritor reverenciado por La vida breve, El astillero o El juntacadáveres, se ganaba la vida gracias a una beca y a las columnas que Luis María Anson, director de Efe, le encargaba. Le negaron el Nobel, dicen que por depresivo y deprimente, pero le dieron el Cervantes, y con los 10 millones de pesetas de entonces se compró su piso de la avenida de América adonde iban a verle los amigos: él siempre echado de lado en la cama, buscando con la mirada perdida un sentido o varios, los que iba anotando en sus manuscritos que ahora admiraremos en este revival onettiano. (La Vanguardia)

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20 de junio de 2015
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Tu voz debida (de vida)

"¡Qué alegría vivir sintiéndose vivido!" Este verso de Pedro Salinas forma parte de La voz a ti debida y todo el libro, desde el verso al título y desde el título al verso, canta la felicidad de contar con alguien que habite nuestra existencia gozosamente y, en consecuencia, el amor se derrame  reforzado y abundante  para todo el mundo.

El mundo es incomparablemente más hostil o simplemente demasiado soso sin esa pareja decisiva que colorea y fascina.

¡Qué alegría querer sintiéndose querido! podría exclamarse también  porque en cuanto yoes no amamos nunca más y mejor y confiadamente que cuando sabemos que se nos ama. Cuando se experimenta no hay nada igual entre lo mejor. Si para empezar y seguir una ilusión o un destino difícil es necesario disponer de muchos víveres, en la composición de un amor incondicional se encuentran reunidos los nutrientes que incluso hacen creer en la imposibilidad de morir.

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19 de junio de 2015
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22. Heidegger: el filósofo no del ente, sino del "entre"

 

"Quizá no precisamos

licores siderales

tanto como explorar el espacio del entre"

J. Riechmann, Poesía desabrigada

 

"la membrana

de la oscuridad que siempre se halla 

interpuesta

entre dos superficies al cerrarse."

Robert Bringhurst, Hachadura

 

"No hay que elegir entre lo que vemos (con su consecuencia excluyente en un discurso que lo fija, a saber la tautología) y lo que nos mira (con su influencia excluyente en el discurso que lo fija, a saber la creencia). Hay que inquietarse por el entre y sólo por él."

G. Didi Huberman[1]

 

Y ese "entre" es la "historia"

Arturo Leyte, Heidegger

 

La importancia de Heidegger, el libro de Arturo Leyte (Alianza, 2005) como introducción a la obra heideggeriana, que puede completarse con este artículo, no viene dada sólo por sus muchos valores, sino por su militancia. En este sentido hay que entender por militancia la depuración del estilo hasta unos límites desconocidos hasta ahora, actitud confrontada a la "capilla" de "oscuros" que hasta ahora sólo añadían esoterismo y oscuridades a la obra de Heidegger. Leyte se opone a la presunta inaccesibilidad de la obra del filósofo, favorecida por esa escolástica hermética, que creaba así un interesado círculo de iniciados en torno al autor de Ser y tiempo. Eso sí: el esfuerzo depurativo de Leyte queda lejos de cualquier reduccionismo, de cualquier falsificación y de cualquier restricción de rigor; su objetivo es demostrar que Heidegger es difícil, pero no complicado. Esto es, que su filosofía está constituida por una serie de elementos, perfectamente definibles, cuya exégesis es dura, pero no por un conglomerado confuso de planes o mapas metafísicos, por cuyos caminos de bosque es imposible orientarse. El resultado, este Heidegger, no es un libro, por tanto, enciclopédico ni historiográfico, sino un intento radical de clarificación, de llegar a la almendra del pensamiento del filósofo, mediante una preparación o presentación de la lectura, puesto que se deja muy claro desde el principio que la lectura de la obra de Heidegger es condición indispensable para entenderlo y apreciarlo. Como lector no especialista, además, agradezco (y creo que esto lo suscribirían muchos) la facilitación de la lectura a través de la supresión de la jerga habitual de los libros sobre Heidegger, donde aparece un nuevo idioma, el germañol, mezcla de expresiones españolas y alemanas, y continuas interferencias sobre los problemas de traducción, que vencen el ánimo del lector más voluntarioso. En algunos casos, con no poca ironía, llega a señalar Leyte que el no conocimiento del alemán puede incluso facilitar (p. 46) el acceso al auténtico sentido de ciertas expresiones, ya que la inevitable asociación con ciertas palabras alemanas en su sentido común desnaturaliza, en parte, el mensaje heideggeriano.

 

La estructura del libro de Leyte, dividida en tres partes, tiene dos objetivos, acumulativos: primero, ordenar, que no sistematizar, cronológicamente, el pensamiento de Heidegger y, con ello, desestimar o desactivar la tradicional y errónea clasificación en "dos" Heidegger, dos tramos diferentes de pensamiento separados por una Kehre o giro brutal de su filosofar. No es este el único malentendido que Leyte se propone despejar; también intenta desmantelar la idea, comúnmente extendida, de Heidegger como "el gran filósofo del ser". A su juicio, la originalidad e importancia del filósofo de Messkirch (Baden) viene de plantear una gigantesca contratesis sobre el ser. Esa contratesis consistiría en que, a diferencia de la idea tradicional, por la cual la Filosofía intentaba siempre exponer la cuestión del Ser desde una "exposición predicativa", intentando especificar las propiedades, predicados y atribuciones del ser. Heidegger considera que lo esencial sería, más bien, incidir en que el ser es  (en 2007 publica Leyte un artículo sobre este asunto, llamado precisamente "El paso imposible del sujeto al predicado"). Para Heidegger, los grandes filósofos (en concreto, Parménides, Aristóteles, Platón, Kant), lo que habían dicho es algo negativo, desmontando la incongruencia de toda exposición, el fracaso del decir. Heidegger, según Leyte, reiteraría la certidumbre de ese fracaso, pero haciéndolo expreso: como diciendo "vamos a partir de algo de lo que se pueda hablar" (la cuestión del Ser en relación del hombre, vgr.), y en ese punto de partida (que es para Heidegger el Dasein) demostrara que, en realidad, lo que se revela es que ese lugar, ese punto de partida, no es tal lugar, ni ese ente es tal ente, y que el Dasein no puede identificarse con el hombre o con un hombre concreto, sino más bien es un no-lugar (no en el sentido de Augé, desde luego, sino como algo que es contrario a la idea de lugar, a la posibilidad de lugar), algo identificable con una intercesión, con una escisión, con una fisura, con una grieta. Hay algo que está ahí, y en el momento en que queremos decir algo, pronunciarlo, estamos -constitutivamente- fracasando. Ahí permanece la pregunta, pero se queda como Nada y, por ser nada, no puede ser un lugar, sino un entre[2]. Conclusión, si he entendido bien a Leyte: el Dasein no es radicalmente distinto del Sein, porque ni el Sein es totalmente abstracto, ni el Dasein es en puridad concreto o concretable: "tal vez no haya una distancia tan fuerte entre Da y ser o incluso puede que los dos términos no dejen de referirse a lo mismo" (p. 45). Y esa grieta o esa Nada es precisamente la Metafísica, puesto que ésta, si es algo, es permanente ambigüedad, esa relativa diferencia ínsita del ser.

 

Para ello, insiste Leyte varias veces a lo largo del libro, lo importante es darse cuenta de que Heidegger reproduce en su pensar la historia misma de la filosofía y que su observación de la Metafísica, su "ontología trascendental" es una larga y sostenida mirada atrás, reconstruyendo el camino de su fundación (epistemológica) con Aristóteles, su desarrollo y su muerte "a manos" de Nietzsche. De este modo Leyte nos presenta un Heidegger que, como el ángel de la Historia de Benjamin, camina de espaldas, en dirección a esa "idea de futuro" que presidía su obra, pero mirando atentamente el camino recorrido por sus predecesores, que era, a su vez, el que deseaba transitar en su "trayecto".

 

De ahí que, en un proceso lógico y que no supone ningún giro ni esotérica Kehre, acabe llegando Heidegger al arte. En el razonamiento de Leyte, el arte sería la posibilidad de revelar o interpretar esa nada, esa interferencia, ese entre de la cosa, algo perfectamente compatible con la idea de Mundo no como concepto que une una cosa y otra cosa y otra cosa, sino "entendido como esa y que une y separa, como esa diferencia que no cabe en ningún concepto" (p. 18; dos años más tarde escribirá Leyte en un artículo que "la filosofía, la hermenéutica, siempre tuvo que ver con este suspenderse, con este quedarse en medio, entre"[3]). La diferencia interna de una cosa como cosa es lo que revela el arte, según Heidegger. La metafísica dice lo que no vemos de la cosa, sin lo cual no se entiende, porque sin ello no tendría siquiera apariencia. Aquí se enlaza con la concepción de lo "no pensado", esencial en Ser y tiempo, a juicio de Leyte. El arte como metafísica revela que a la cosa le es inherente su aparición, pero también, e inherentemente, su no aparición. Así, en Heidegger "el arte no constituye una ontología regional o particular, aquella que trate de determinados fenómenos, sino el ámbito mismo donde tiene sentido plantearse originalmente la cuestión de la cosa (...) el más  que acompaña a la obra de arte [frente al resto de cosas] es justamente esa nada no detectable (...) vinculada al ser" (p. 263). En última instancia, el concepto clave de la filosofía heideggeriana, la Finitud, sería la diferencia interna de la cosa entre su aparecer y lo inherente no visible. Como resume Leyte, ni el arte, ni los griegos, ni la poesía de Hölderlin, son "temas" del pensar, sino que "por filosofía sólo cabe entender entonces una meditación no sólo sobre ellas -y esto es cuestión fundamental-, sino a partir de ellas" (p. 16).

 

De esta manera, vemos que el pensamiento de Heidegger, como expone con brillantez Leyte, no es un conjunto de ideas sobre el Ser, ni un tratado de lecturas ontológicas, sino un "trayecto" que explora su propia búsqueda, y que tiene un sentido (ese sentido) desde el principio al final. Que Ser y tiempo quedase inconcluso como Libro no quiere decir que sea incompleto como "proyecto", pues ese proyecto de pensamiento siguió adelante, y la prueba más evidente, a juicio de Leyte, es el modo en que el filósofo retomó en la Carta sobre el humanismo los conceptos esenciales (la existencia, entre otros) de Ser y tiempo. El proyecto surge, precisamente, con el reconocimiento, tras el fracaso de la escritura de Ser y tiempo, de dar forma al Dasein. De modo que, según la brillante apertura de la obra de Leyte, "la idea general que rige este libro es que no hay una filosofía de Heidegger que quepa articular en un conjunto de tesis. En definitiva, que no hay tesis, de lo que deriva la imposibilidad de presentar determinados contenidos como una doctrina" (p. 9). Y que un Heidegger "orgánico" es tan peligroso y falso como un "Heidegger reducido a frases" (p. 11), algo muy en boga en cierta hermenéutica, cierta filosofía reciente, y no digamos en cierta crítica literaria y ciertos escritos de estética contemporánea, que intentan, mediante la irrupción extemporánea de citas de Heidegger, adquirir una pátina de brillantez y profundidad intelectual. Algo de eso aparece citado en la página 41, como parte del "malentendido Heidegger", pero no se imagina hasta qué punto esa tesis palabrista se ha extendido, como un tumor, por la crítica literaria y hermenéutica más reciente. Pero lo mejor es dejarle la palabra al autor, y que su preparación a la lectura de Heidegger nos ilumine por sí misma.


[1] Georges Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira; Manantial, Buenos Aires, 2011, p. 47.

[2] "Entre las cosas no designa una relación localizable que va de la una a la otra y recíprocamente, sino una dirección perpendibular, un movimiento transversal que arrastra a la una y a la otra, arroyo sin principio ni fin que socava las dos orillas y adquiere velocidad en el medio"; Deleuze y Guattari, Rizoma. Introducción; op. cit., p. 57.

[3] Arturo Leyte, "El paso imposible del sujeto al predicado" (2007), El paso imposible; Plaza & Valdés, Madrid, 2013, p. 52.

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19 de junio de 2015
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