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Lo malo de la luz

La luz es lo más alegre de este mundo pero, paradójicamente, no se ve. Nosotros, tristes condenados, grises seres humanos, abrazamos con mayor intensidad la tristeza que la alegría y detectamos con mayor visión la sombra que la claridad. Se va la luz y entonces vemos que existía,  pero dentro de su reino nos creemos partícipes de un estado normal, cuando no ya de un nivel cero de la ocurrencia. Todo sucede en efecto, más espesamente, cuanto más tenebroso es y se despacha con facilidad la inherente fluidez de  más claro. Somos menos importantes bajo la luz que entre las tinieblas. De ellas nacen los seres monstruosos que agravan la vida y todos los argumentos de posible interés. A su lado la luz total se comporta  como un nimbo o un gigantesco coro de ángeles pálidos sin intriga ni dicción. 

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17 de agosto de 2015
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A estrenar

Unas personas que amo tienden a rememorar el pasado. Sienten que en él se halla la base de su supervivencia y, en definitiva, el argumento que las ha hecho vivir y ser tal como son, enriquecidas de recuerdos. Yo, en cambio, sin dejar de quererme, encuentro grandes dificultades para recrear mi pasado al que contemplo tal como si se tratara de un vertedero al que me disgusta prestar la vista, el olfato o cualquier fuerte atención. No quiero decir con ello que sufra la impresión de poseer un pretérito deleznable pero todo movimiento hacia atrás me corrompe el pensamiento o su alegría. El pasado que otros ven tan importante y fortificante es para mí una montaña de muerte. Todo lo pasado se amontona como desgastado, residual, podrido naturalmente por el paso corrosivo del tiempo. Todo pasado se me aparece como lo pisado, aplastado, desechable. El futuro para el que tengo cada vez menos tiempo se presenta ante mí como lo único que de verdad poseo como patrimonio. Bueno,malo, regular, trágico, cómico, salado, saludable o enfermizo, el futuro es todo lo que aún poseo. Las únicas flores y frutos posibles por los que siento atracción. Lo que ha sucedido ha perecido mientras lo que quede por pasar es materia prima y viva, la ocasión todavía de volverse a estrenar aquí.

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16 de agosto de 2015
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Cuando Peggy colgó un Pollock en Venecia

En el jardín veneciano de Peggy Gughenheim ?el más grande de la ciudad, en el que, según cuenta la leyenda, siglos atrás vivió un león africano? la tarde parece más ligera, desvestida de la densa humedad de la laguna. Subiendo y bajando escaleras, ojeando sus libros de huéspedes o admirando sus cuadros de Léger, Rothko o Picasso, una euforia mentolada se apodera de ti. Sientes que allí, la vida transcurrió con suma amabilidad. Que lejos de componer otro decorado más de la ciudad medio sumergida, eres el huésped de una casa museo que une cosas aparentemente incompatibles como el poder y la exaltación creativa. La gente viaja a Venecia para ser feliz. Para sentirse dentro de un Tiziano; para convertirse en u personaje mecido por los gondolieri y mimado por los bravísimos camareros del Harry?s Bar, que sirven el mejor carpaccio del mundo, que fue creado para una dama que siempre estaba a dieta. El paisaje permanece suspendido, cosido por sus bellísimas fachadas que esconden ruinas y te hacen imaginar que Henry James escribía tras los sedosos cortinajes de los ventanales que dan al canal. Los sotoporteghi y el laberinto de callejuelas, el jaleo neorrealista del mercado de Rialto, las iglesias repicantes? todo es tan melodioso y a la vez tan decadente. Ignoro si Peggy Gughenheim fue traspasada por el síndrome de Stendhal al cruzar la Piazza di San Marco. Hay demasiadas reliquias para reverenciar al pasado en Venecia, de la Galería de la Academia a los collares antiguos de cristal de Murano, los fantasmas de Thomas Mann y Visconti deambulando por las ruinas del Gran Hotel des Bains en el Lido? Pero lo que empujó a la adelantada Peggy en busca de su casillero del ser, fue la vanguardia. También la ambición de congregar a su alrededor a una generación que la atrapaba en su encrucijada estética y su búsqueda permanente. Ella pertenecía a la rama excéntrica de la célebre familia de magnates de origen judío. Adoraba a su padre, mujeriego y laxo, que se ahogó regresando de una de sus románticas escapadas a París a bordo del Titanic junto a una joven cantante, lo que significó una verdadera tragedia para una joven de trece años. Su madre tenía la costumbre de repetir cualquier palabra o frase que dijera tres veces seguidas. A pesar de que su apellido siempre se relacionara con el dinero, ella y su hermana Benita representaron la rama pobre de la dinastía, aunque en verdad mantuvieran costumbres carísimas. Peggy vivió con plenitud los años veinte: viajó por toda Europa y se codeó con artistas, a quienes invitaba a cenas regadas con champán y ayudaba a sobrevivir, como a Djuna Barnes o André Breton, pero también fue maltratada por sus maridos. No se liberaría de ese yugo hasta 1937, cuando se separó de su tercera pareja, el editor Douglas Garman, y heredó una gran fortuna a la muerte de su madre. Después de sus aventuras con las galerías Guggenheim Jeune y The Art of this Century en Londres y Nueva York, el verano de 1948 ?justo un año después de su primera llegada a la ciudad serenissima? sería definitivo en su vida. En Venecia la habían recibido como a una diva. Vivía en un apartamento alquilado, en el Palazzo Barbaro, justo en frente de la Academia, en el Gran Canal. Henry James escribió allí Las alas de la paloma, inspirado por la temprana muerte de su adorada prima Mary Minny Temple. El piso era demasiado pequeño para ella, sus inseparables perros y su famosa colección, entonces aún a medias. Por ello, y también para asegurarse de que se quedaba en Venecia, el pintor Giuseppe Santomaso propondría a Rodolfo Pallucchini, mandamás de la Biennale, que ese año expusieran sus cuadros en el certamen. ¿Pero cómo? o, mejor dicho, ¿dónde? No formaba parte de ninguna institución ni representaba a ningún país. Cuando Grecia se cayó del programa debido al estallido de su guerra civil, se presentó la ocasión. Sus pinturas surrealistas, pero sobre todo las obras de Rothko o Pollock, que nunca antes se habían expuesto fuera de Estados Unidos, se convirtieron en una de las sensaciones de la edición. Apoteósico. ?Lo que más disfruté fue ver el apellido Guggenheim en los mapas y carteles, junto a Gran Bretaña, Francia, Holanda… me sentí como si, de repente, fuese un país europeo?, recordaba encantada. Nunca abandonaría la ciudad. Ese mismo año compró el palazzo inacabado Venier dei Leoni, entre la basílica de Santa Maria della Salute y la Academia. Lo reformó y replantó el giardino, donde hizo construir un trono de piedra en el que posaría para los fotógrafos. Fue siempre un museo habitado, y ese latido perdura a día de hoy, entre los espejos venecianos y las obras de Bacon, Kandinsky, Duchamp, Brancusi, Picabia? Cada visitante al palacio debía dejar constancia de su paso con una dedicatoria en los famosos libros de huéspedes de Peggy, y ?si eran poetas o artistas, podían añadir entonces unos versos o un boceto?. Patricia Highsmith, Louise Bourgeois, Eugenio Montale, Marc Chagall, Jean Cocteau, Tennessee Williams y muchos otros lo hicieron. Y hubo quien añadió algunas notas musicales, como John Cage o Jerome Robbins. Al día siguiente de morir en un hospital de la cercana Padua, en diciembre de 1979, casi treinta años después de comprarlo, hubo agua alta en Venecia y su hijo Sindbad, predestinado a ser buen marino, tuvo que salvar los libros y algunos cuadros. La llamaron excéntrica mecenas, pero, más allá de las etiquetas, supo entender a los vagabundos anímicos que solo encontraban respuestas en el arte. Sus gafas-máscara son el perfecto símbolo de un tiempo en el que una mujer logró ser al tiempo madrina y musa de la más absoluta vanguardia. (La Vanguardia)

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15 de agosto de 2015
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Profecía

En un artículo sobre la celebración en Berlín de la toma de Barcelona, advirtió que el hecho era un símbolo de lo que aguardaba a Europa. “En Berlín celebran la victoria sobre Barcelona, o sea, sobre Europa. ¡Vae victis!” Este artículo nunca se publicó, sólo se reprodujo la segunda página del manuscrito, tal como se ve arriba, en el suplemento literario de los lunes del Pariser Tageszeitung, el 5 de junio de 1939, día del entierro de Roth.
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15 de agosto de 2015
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La cabeza de Murnau (5) El viaje de los clones

Al entrar en el avión vi a otra azafata más, que era idéntica a la que nos había recibido, y pensé que podían ser gemelas, pero mi sorpresa llegó a niveles próximos al paroxismo cuando comprobé que todos los viajeros del avión eran iguales a mí. Presa del pánico, le pregunté a Mog:

-¿Todos los viajeros son como yo?

Mog me miró con paciencia y contestó:

-Sí y no. Verás, todos los viajeros son idénticos al fotógrafo griego Timothy LaBranche, que según tendrías que saber es el autor del selfie más populoso del mundo. Pero contigo ocurre un hecho curioso del que te debo informar: a ti te fabricamos con un cuerpo idéntico al de Timothy LaBranche. Todos los que ahora se hallan en el avión de Mongolian Airlines que solemos alquilar para estas ocasiones son tu clon, son tu cuerpo y tu alma, son tu ser, y todos se llaman Jesús Smith, a pesar de ser también idénticos a Timothy LaBranche.

Fue entonces cuando sucumbí al síncope. Mi corazón empezó a acelerarse como nunca antes en mi vida. Creí que la máquina cardíaca estallaba como una granada dentro de mi pecho y me desvanecí. Cuando volví en mí lo demás viajeros habían desaparecido. Yo me hallaba sentado en una de las plazas delanteras y frente a mi veía a Mog y a Mec.

Mog encendía un cigarrillo de olor nauseabundo, sonreía plácidamente, me miraba con mucha amabilidad y decía:

 

-Incorpórate y eleva un poco el ánimo, camarada Smith. Ya estamos en la ciudad de los espías y los espejos, de los vivos y los muertos, de los demonios y los ángeles. Sí, querido, sí, ya estamos en Berlín.

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14 de agosto de 2015
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La guerra de Winslow

1.

 

La aparición en 2005 de The Power of the Dog supuso una conmoción: si bien la "narcoliteratura" gozaba ya de gran fuerza en Colombia tras la publicación de Leopardo al sol (1993), de Laura Restrepo, y La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, la obra de Don Winslow se presentaba como el primer -y, hasta ahora, más ambicioso- fresco sobre el tráfico de drogas en México, desde sus orígenes en Sinaloa, a principios del siglo XX, hasta los noventa; y, además, no era obra de un mexicano sino de un gringo especialista en novela negra.

            Enfrentando a un rudo agente mexicano-estadounidense de la DEA, Art Keller, con un sanguinario capo del narco, Adán Barrera, en un duelo con tintes metafísicos, Winslow se contraponía el entramado social y político, cuyo pivote era el asesinato de Ernie Hidalgo (Enrique Kiki Camarena), con sus personajes. Valiéndose de una amplia documentación -por desgracia limitada a materiales en inglés-, El poder del perro describía el auge y desarrollo de los sucesivos cárteles y capos, así como sus relaciones con los gobiernos mexicano y estadounidense.

            Pocos meses después de la aparición del libro, el presidente Calderón lanzó el primer Operativo Conjunto en Michoacán, una estrategia que deslizó a México hacia un sinfín de batallas entre los cárteles y las fuerzas de seguridad; resultaba natural que, siguiendo la lógica del género, Winslow continuase su relato con The Cartel (2015) una novela que vuelve a ser el primer -y, otra vez, más ambicioso- fresco de nuestras fallidas guerras contra el narco. Y que, según se anunció esta semana, se convertirá en una película dirigida por Ridley Scott.

            La novela se inicia -muy apropiadamente- con la fuga de Adán Barrera (ahora convertido en trasunto de El Chapo Guzmán) de Puente Grande y la decisión de Art Keller de regresar a cazarlo. La confrontación entre estas dos figuras que se comportan como fuerzas de la naturaleza le permite trazar a Winslow un vasto -y bastante riguroso- panorama de nuestra época que, como había ya intuido Yuri Herrera en su magnífica Trabajos del reino (2004), se lee como una crónica medieval de las luchas entre un puñado de señores feudales (los capos) y un rey alicaído (el gobierno federal).

            En una nota, Winslow advierte que The Cartels es una novela "basada en hechos reales". Así es, pues, como debemos leerla, pero sin olvidar que la ficción -que, como advertía Juan José Saer, no es lo contrario de la realidad- permite entender mejor nuestro mundo, sus dobleces y zonas oscuras, gracias al poder de la imaginación y la capacidad de enhebrar tramas íntimas y públicas de un modo vetado a historiadores, politólogos o sociólogos. Hecha esta advertencia, resulta particularmente interesante observar la lectura que hace Winslow de los aterradores años de plomo que hemos vivido desde el 2006.

            Justo en ese año se inicia su historia. El PAN se encuentra en el poder pero teme que López Obrador -quien figura con su nombre, como Calderón- pueda ganar las elecciones. Para impedirlo, el presidente Amaro y su esposa (que se corresponderían con los Fox) pactan una alianza con el Cartel de Sinaloa, dirigido por Barrera y los hermanos Tapia (el Chapo y los Beltrán Leyva) para financiar la campaña. Una vez que Calderón obtiene la presidencia, lanza la Guerra contra el Narco para derrotar a los enemigos de quienes lo han financiado, es decir, el Cartel del Golfo, el Cartel de Tijuana y más adelante Los Zetas.

            La tesis principal de The Cartel es que, a lo largo de todo el sexenio pasado, hubo una alianza del más alto nivel entre el Cartel de Sinaloa y el Gobierno, bien por conveniencia mutua, bien porque El Chapo disponía de infiltrados en el gabinete, empezando por el secretario de seguridad pública Gerardo Vera (es decir, Genaro García Luna). La versión no es nueva y no tenemos por qué aceptarla más que como una ficción, pero leerla aquí no deja de resultar estremecedor.

            En mi siguiente artículo volveré a ocuparme de Winslow, pero concluyo aquí diciendo que, si la novela se titula The Cartel, no es porque se refiera en exclusiva a las organizaciones criminales que hemos bautizado con este nombre, sino porque tanto el gobierno de México como el de Estados Unidos, y sus políticos, agentes y policías, forman parte de esa siniestra maquinaria de corrupción que se ha cobrado cien mil vidas por defender la prohibición de las drogas, una idea que todos los involucrados reconocen como cínica y absurda. 

 

2.

 

A diferencia de la mayor parte de los novelistas mexicanos que han abordado la Guerra contra el Narco, Don Winslow ha construido un fresco con ambiciones épicas. (Hay que señalar, sin embargo, que es una vergüenza que Knopf no haya contratado a un lector mexicano para revisar las incontables erratas en español del libro.) Sin rozar las alturas artísticas de Guerra y paz -a fin de cuentas parte de la tradición más acotada de la novela negra-, The Cartel busca estudiar todos los ángulos del problema, al tiempo que propone una explicación ficcional, aunque no por ello inverosímil, de cuanto nos ha ocurrido desde el 2006.

En El poder del perro se advertía ya esta visión de conjunto y lo que podría haber derivado en una gran novela policíaca en un entorno exótico se transformó en un recuento global, enmarcado en las batallas entre un capo prototípico, Adán Barrera, y su némesis, el agente de la DEA Art Keller. En The cartel esta ambición se torna aún más consciente; por ello, además de la anécdota central, Winslow se adentra en una historia paralela, protagonizada por un grupo de periodistas de Ciudad Juárez, lo cual le permite explorar las consecuencias de la guerra en esta ciudad.

            Sin revelar los secretos de la novela -aunque prevengo sobre algunos spoilers-, baste decir que su aproximación no podría ser más pesimista. No sin razón la novela está dedicada a una larga lista de periodistas asesinados o "desaparecidos" en México, la cual termina diciendo, además, que hay muchos "otros". The Cartel deviene, por momentos, novela social. Por una parte, describe las arduas condiciones de vida de la población, víctima constante de los cárteles y del ejército; y, por otra, la desigual batalla de reporteros y editores por narrar lo que ocurre.

            Amenazados o comprados por los distintos actores en pugna, la mayor parte de los periodistas no tiene otra salida que servir a intereses ajenos. Pero frente a este amplio sector obligado a participar en el juego, Winslow no deja de oponer unos cuantos idealistas dispuestos a morir con tal de exponer la verdad. Destaca, en particular, su retrato novelístico del Diario de Juárez -que en un editorial se atrevió a exigir reglas claras a los cárteles-, así como del "blog del narco", aquí llamado Esta Vida.

            Por la novela circulan los escenarios y protagonistas de nuestras guerras, en particular el surgimiento de Los Zetas y La Familia Michoacana, y las alianzas y traiciones palaciegas entre los Cárteles de Sinaloa, Tijuana y el Golfo y los intríngulis de nuestra vida política de los últimos años. El presupuesto central, como señalé antes, es que Adán Barrera (convertido en El Chapo) se alía con el presidente Amaro y su esposa (los Fox) para financiar la campaña de Calderón. Y, una vez que éste triunfa, el gobierno lanza una guerra que en realidad es contra ciertos narcos, es decir, los enemigos del Cártel de Sinaloa.

            Para operarla, aparecen el secretario de seguridad pública, Gerardo Vera (Genaro García Luna) y el director de la SIEDO, Luis Aguilar (José Luis Santiago Vasconcelos). Vinculado con ambos, Keller terminará por descubrir que el primero en realidad está a sueldo de Barrera (por 500 mil dólares semanales). Cuando el agente de la DEA comparte esta información con Aguilar, éste decide denunciar a su compañero, pero su avión oficial cae derribado en la ciudad de México: un episodio que recupera el incidente en el que fallecieron el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y el propio Santiago Vasconcelos.

Ante el fracaso de esta fase de la guerra, Estados Unidos y México cambian de estrategia: forman un cuerpo militar de élite en la Marina y, en vez de perseguir a los Zetas, deciden ajusticiarlos como a yihadistas. Así es como son capturados o asesinados Heriberto Ochoa (en la realidad el Lazca) y el Z-40: otra vez, los mayores enemigos de Barrera/El Chapo. Y en el proceso todos, Keller incluido, venden su alma.

            Lo más desolador tras la lectura de The Cartel no es que la corrupción provocada por el narco sea imposible de detener, o que la "guerra" se haya perdido desde el inicio, sino que tantas y tantas muertes -de personajes que la novela nos permite conocer de cerca- resulten tan vanas y tan inútiles. Sólo por ello los políticos de México y Estados Unidos deberían leer este libro indispensable, pues hasta el momento ninguno de ellos se ha atrevido a proponer con seriedad la única solución al problema: la legalización de las drogas.  

 

Twitter: @jvolpi

 

 

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11 de agosto de 2015
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