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El instante de peligro

 

Si antes de abrir este libro el lector curioso desea saber algo más acerca de Miguel Ángel Hernández Navarro (Murcia, 1977) no tiene más que entrar en su bien documentada página personal (http://www.mahernandez.es) y al navegar por allí sabrá, entre otras muchas cosas, que es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, que ha sido investigador en el Clark Art Institute de Williamstown (Massachusetts) y que “sus áreas de interés son el arte, la teoría y la cultura visual del mundo contemporáneo, con un especial énfasis en las visualidades de resistencia, tecnología, las políticas migratorias y las temporalidades antagónicas”.

Cuando, una vez suficientemente informado,  el lector se adentre en el libro comprobará que tanto el narrador, llamado Martín Torres, como los demás personajes encargados de vehicular la acción, comparten muchos rasgos e intereses profesionales con el propio M.A. Hernández. Martín Torres  no solo ejerce la enseñanza universitaria sino que él también ha sido investigador en aquel instituto de arte de Massachusetts y es un especialista en la teoría y la cultura visual del mundo contemporáneo. Pero los evidentes parecidos y coincidencias entre el autor que firma el libro y el personaje encargado de contarlo no implican necesariamente que sea una obra autobiográfica. Todo escritor habla de aquello que mejor conoce y más le interesa, y que los amores y desamores de los personajes o sus triunfos y fracasos artísticos sean biográficos no es relevante porque lo único que de verdad importa en una narración es que los hechos estén bien contados. (No obstante, y ya que sale, a ningún novelista le viene mal conocer de primera mano aquello de lo que habla, pero tampoco eso es indispensable y ahí está el célebre caso de Emilio Salgari, cuyas novelas transcurrían en todos los mares existentes entre Malasia, las Antillas y el Ártico cuando en realidad apenas salió nunca de su Verona natal).

Otra cosa que podrá observar el lector según vaya pasando páginas es lo muy complicado que lo tienen los artistas plásticos contemporáneos para concebir, plasmar y no digamos vender eso que antes se llamaba una obra de arte. No estoy insinuando que antaño los maestros  lo tuvieran más fácil o que, por ejemplo, a Leonardo da Vinci  no le supuso el menor esfuerzo colocar un lienzo limpio en el caballete y ponerse a dar brochazos hasta terminar esa figura femenina hoy conocida como La Gioconda. Faltaría más. Pero los artistas contemporáneos no disponen de lienzo, pinceles, colores ni, muchísimo menos, una idea clara de lo que es arte, o de cuál es la línea divisoria entre una obra de arte y una patochada sonrojante.

Y esta es la propuesta que le llega a Martín Torres en un momento particularmente bajo de su vida profesional y sentimental: una becaria del Clark Art Institute de Williamstown llamada Anna Morelli ha encontrado cinco bobinas anónimas de 16 mm mostrando la sombra de una figura masculina recortada contra una pared, siempre la misma, sin voz, ni movimiento, nada. La búsqueda artística de la Morelli consiste en construir la identidad de una época en la que las fronteras del sujeto  ya han sido destruidas. Y para ello recorre  el mundo buscando fotografías en las que reconocerse componiendo una especie de álbum familiar e íntimo a través de las familias de los demás. Y en el desarrollo de esa investigación está empezando a borrar el contenido de las imágenes para dejar solo un pequeño fragmento en el cual poder afirmar su identidad. Tacha aquello que ya ha sido eliminado de la memoria. Borra  imágenes que ya nadie recuerda. Trata de encontrarse en las historias olvidadas, sean reales o imaginadas.

¿Y cuál es el papel que ella reserva a Martín Torres en su proyecto?: aportar la historia que falta en esas películas (que encima están a punto de ser parcial o totalmente borradas). No hace falta insistir en que ante semejante reto al profesor Martín Torres le falta tiempo para hacer las maletas y partir hacia Massachussets.

Cierto que el planteamiento parece complicado, antes incluso de que entren en juego las complejas líneas de seducciones, rechazos, atracciones sexuales y anhelos sentimentales. Pero no asustarse a destiempo ante la aparente oscuridad porque M.A. Hernández no sólo tiene unos recursos narrativos muy sólidos sino que cuenta con el respaldo de guías tan competentes como Walter Benjamin cuando dice:”Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “como verdaderamente ha sido”. Significa apoderarse de un recuerdo tal y como éste relampaguea en un instante de peligro”.

 

El instante de peligro

Miguel Ángel Hernández

Anagrama    

 

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15 de diciembre de 2015
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Barbarie

Acudí a la presentación de la nueva edición de los ensayos de Ferlosio para poder contárselo a mis bisnietos. Pocas veces la imagen del león en invierno ha sido más apropiada. Habló con Tomás Pollán de altos estudios eclesiásticos: el índice escatológico, la palinsquemia, la haplosquemia, el Calila e Dimna. Rozando los 90 años, Ferlosio sigue tan pendiente del sentido de las palabras como cuando pasó 15 años estudiando gramática.Creo que la irritación que sentimos contra esta campaña electoral tan rematadamente sosa obedece a que los partidos han dejado de pensar y se dedican a mover el trasero por si alguien pica. Da lo mismo que juren ser de derechas, de izquierdas, de centro o de subsuelo porque lo cierto es que no son de nada y bailan para la muchedumbre goyesca del entierro de la sardina.

En una reciente entrevista el profesor Benito Arruñada, uno de los talentos de este país, decía que el problema no son los políticos, sino los votantes. Y lo razonaba: los políticos, aunque deseen ser racionales, acaban disparatando porque es lo que suma votos. La causa, como todos sabemos, es la nula educación española y la vagancia que conduce a no informarse, a desconocer, a no comprobar, a no exigir.

Cuando oía a Ferlosio discurrir con Pollán sobre el individuo como pura repetición indolora, creí estar ante el último representante de una augusta tradición que se extingue, la de los sabios por afición. Y entonces sonó el célebre verso: "Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos". Así es, vienen los bárbaros por las cloacas de Internet. Nos van a moler a palos. Y ni Dios nos va a salvar. ¡Pero no prevalecerán!

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15 de diciembre de 2015
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Mujeres cangrejo

Hay asuntos que pasan de largo demasiado rápido como la noticia de que Estados Unidos ha caído al puesto 28 en el ranking anual de los países más igualitarios en cuestión de sexo; el mismo en el que Ruanda aparece sexta. El país africano, recosido con la sangre vertida por el genocidio hutu, posee una participación femenina en cargos políticos del 64% ?19% en Estados Unidos? y el 80% de las mujeres trabaja fuera de casa. No se crean que a nosotros nos va mucho mejor que a los yanquis: ocupamos un vergonzoso puesto número 25, la crisis económica ha castigado el empleo; y en estas próximas elecciones no hay ni una candidata a la presidencia del Gobierno, lo que no deja de ser una anomalía. En la desarrollada Europa menos de un 4% de los directores generales de empresas de todo tipo son mujeres, y la brecha salarial aún resta un 16,3% ?en España el 19,3% y en Alemania llega al 21,6?, según datos de la Comisión Europea. No en vano, un aire de pasmosa sobremesa reviste estos escenarios. Las mujeres africanas, en cambio, asumen responsabilidades en países diezmados por la pobreza y las guerras endémicas, esquinando el oscurantismo. Hoy ocupan puestos destacados en la mayoría de los ámbitos. Y no han tenido siquiera tiempo para preguntarse, como la profesora de Princeton Anne-Marie Slaughter, ?¿por qué las mujeres no pueden tenerlo todo??. Las ruandesas no dimiten, empujan el país y distan de hallarse en los recodos del confort que permiten barajar opciones: poder elegir entre una carrera hacia la Luna o una carrera de sacos. Pero el caso de Slaughter, que abandonó su puesto en el Departamento de Estado estadounidense para dedicarse a su hijo adolescente, y ha sido símbolo de la ?vuelta a casa?, no es aislado. Porque bajo el tapizado neoliberal de Occidente las mujeres no van cubiertas, afortunadamente, pero persiste una organización patriarcal que se rige por un reparto de papeles tradicional. Vean sino qué curiosa revelación: cuando los dos miembros de la pareja trabajan, ellos ocupan un 30% del tiempo en tareas domésticas; si ellos trabajan y ellas no, ya saben la respuesta: ellos ni doblan la toalla. Pero cuando ella trabaja y él está desempleado, entonces sí, llegan a la tan ansiada paridad. Por qué el mundo sigue siendo poderosamente masculino es un asunto fastidioso y cansino. Resulta una excelente noticia que José Antonio Marina ultime la redacción de un libro blanco sobre la profesión docente, en el que se les exige un altísimo grado de preparación, además de una promoción comprometida en horadar la desigualdad. El PP ha asegurado que lo estudiará, no se sabe si como artefacto electoral. Estos días, asistimos de nuevo a la costumbre de que los candidatos en campaña saquen la patita de la educación, la cultura o los valores, las tres Marías, porque aún no se han convencido de que son la llave del progreso global. (La Vanguardia)

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14 de diciembre de 2015
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El legado del filántropo ecologista

El fundador de las marcas de ropa de aventuras “Esprit” y “The North Face” era para muchos ecologistas una cara amable del Norte en el Sur. Para otros, una peligrosa vanguardia de un nuevo imperialismo “verde”. En medio de esa controversia, Douglas Tompkins murió el miércoles 9 de diciembre en su adorada Patagonia chilena, y murió en su ley.

Tompkins, de 72 años, volcó en su kayak en las heladas aguas del lago General Carrera. Según la Armada de Chile, el fuerte viento hacía desaconsejable surcar el lago, pero el empresario desafió las olas de tres metros de alto. Seis horas después de su rescate, Tompkins murió en el hospital de Coyhaique. Termina así la vida de un emprendedor pionero de la “ecología profunda”, un soñador y un guerrero.

Desde pequeño le atrajo la aventura en los grandes espacios naturales de Estados Unidos. Con sus marcas de ropa mezcló el éxito empresarial con sus ideales. En los ochenta se trasladó a vivir a Chile y en ese país y Argentina dedicó gran parte de su fortuna a una empresa quijotesca que para algunos locales era una ayuda en la preservación del ambiente y para otros, un peligro.

Compró tierras (al final fueron más de un millón de hectáreas, más otro millón largo en donaciones de sus amigos) Algunas, como el Parque Pumalín, las donó a fundaciones privadas para que fueran de acceso público. Otras, como el Parque Nacional Corcovado, las donó al estado chileno. También compró grandes terrenos para la conservación en los alrededores del Parque Nacional de Iberá, en el noreste de Argentina.

Pero esta práctica, muy extendida en Estados Unidos, fue vista desde el principio como peligrosa por movimientos sociales y sectores de izquierda en el Cono Sur. ¿Por qué este empresario compraba tantas tierras? En la geografía chilena, larga y estrecha, hay sitios en el sur que no se pueden atravesar hoy sin pasar por tierras de Tompkins. ¿No sería la pasión ecológica una tapadera para otros intereses?

El filántropo dio la cara a sus críticos, pero lo cierto es que sus ideas siempre atrajeron más a líderes de la derecha que de la izquierda. Había un tufillo de suficiencia en esta idea de que él podía cuidar mejor los espacios naturales que los estados del Sur. Y a veces, como en el escándalo reciente por su permiso a un amigo para cazar caballos salvajes en una de sus haciendas, los gustos de los millonarios que lo apoyan chocan con su ideario personal austero y humanista.

Hoy la polémica se detiene para rendir homenaje a un hombre que vivió sus sueños, que se instaló en los duros paisajes que quería proteger, que protegió muchos ecosistemas e impidió su destrucción, y fue consecuente hasta el final. Pero mañana, cuando los herederos de Tomkins hereden muchas de esas tierras, sus admiradores y adversarios se encontrarán con que nadie sabe qué harán con su emporio y su legado.

Probablemente sus intenciones de Douglas Tomkins eran buenas Pero dejar el bien de todos en manos de unos pocos tiene esa dificultad. ¿Qué pasará ahora con el patrimonio público que tantos gobiernos, empresarios y organizaciones dejaron en las manos de un hombre?

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13 de diciembre de 2015
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¿Neurosis?

Me mudé de casa. Me fui a la periferia. Al principio tenía dudas de cómo llegar al centro. Hasta que encontré un buen recorrido. Primero la avenida Fanjul, luego la calle Sobreros, luego la plaza del Perro, la calle Anselmo Rodríguez y el pasaje de Moniche, que muere frente a la Seo. Y no tardé en descubrir la asimetría. Un caserón de la calle Sobreros lucía, en su fachada, dos ventanales que no progresaban parejos sobre la vertical de la clave del arco. Los primeros días, animado por el hallazgo del buen recorrido, no le di excesiva importancia. Después, fui notando una molesta desazón cuando pasaba por delante. Al mes, me di cuenta de que apretaba el paso para no emplear demasiado tiempo en flanquearlo. Al año, la visión me resultó insoportable y decidí explorar otros recorridos. Pero todos resultaban incómodos. La calle Tapón disponía de un excesivo número de indigentes. Las calles Modesta Lahoz y Pasión de Tupinamba olían, respectivamente, a estiércol y a taller de manualidades. La bajada de Monjas se ensuciaba a menudo con la cera de las procesiones. Decidí comprar el edificio. Que estaba inventariado. Fue un mal negocio. No hay nada peor, entre montañeses, que mostrar interés por las cosas. Hube de vender la casa de la periferia. Ahora vivo entre las ruinas de la casa de ventanales asimétricos. Voy derribándola por dentro. Sin licencia. En silencio. Sin que nadie me descubra. Dejo para el final el derribo de la fachada. De hecho, caerá sola al no contar con el apoyo del resto del inmueble. Si me obligan a reconstruirla evitaré la asimetría. Nunca hubo planos. Ni fotografías. Solo existe esta. Que en seguida destruyo.            

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13 de diciembre de 2015
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6. Qué vemos cuando leemos

[Imagen tomada de Peter Mendelsund, Qué vemos cuando leemos; Seix Barral, Barcelona, 2015.]

No miente la solapa de este libro cuando define a Peter Mendelsund como director artístico y diseñador de portadas, pero oculta un dato esencial: Mendelsund es un Lector. Un lector de verdad; es ese lector Prototípico que lee libros sin otra voluntad que leerlos; es decir, un lector que no se propone hacer novelas o poemas, sino sólo leer. Dirán ustedes: bueno, pero Mendelsund sí que ha escrito un libro. Cierto, pero es un libro sobre la lectura, sobre la fenomenología de la lectura, sobre qué significa leer. Un libro que demuestra notable experiencia lectora (no sólo en cuanto a número de volúmenes, sino sobre todo en cuanto a calidad de selección), que analiza con inteligencia la diferencia entre ver y leer, partiendo de novelas fabulosas de fabulosos autores: Virginia Woolf, Joyce, Dickens, Calvino, etcétera. Un libro no tanto sobre libros como sobre nuestra experiencia como lectores de esos libros.

Qué vemos cuando leemos no sólo está escrito; también está diseñado, como las excelentes portadas que han hecho célebre a Mendelsund en el mundo editorial, y utiliza un lenguaje gráfico además del verbal para desarrollar sus ideas. Arriba tienen uno de los cientos de ejemplos posibles, demostrando que la textovisualidad no tiene por qué enclaustrarse en los libros de creación. Sus antecedentes serían libros como El medio es el Masaje (1967), de Marshall McLuhan y Quentin Fiore, ensayos en los que texto e imagen vienen a sumarse como lenguajes interdependientes y complejos.

El resultado es un libro sorprendente, fácil de leer sin dejar de ser complejo e incisivo, que profundiza en una de las experiencias más fáciles y difíciles posibles: crear personajes y darles vida a partir de una reducción (p. 433) de sus características y forma, mediante un retrato parcial que, de forma milagrosa, nos presente a esos caracteres vitales ante los ojos de forma verosímil y memorable, como un todo. Su presentación gradual ante nuestros ojos convierte, según el agudo diagnóstico de Mendelsund, la lectura en relectura, pues la continua aparición de nuevos detalles va corrigiendo la imagen que habíamos pergeñado de los personajes en las páginas anteriores. El hecho de que la descripción física de una mujer caracterizada por Jane Austen no aparezca hasta la página 65 de una obra viene a significar, según el autor, que hasta entonces su personaje principal había vivido de espaldas a ella, y que un cambio de circunstancias le lleva en ese instante y no antes a fijar su atención en esa mujer y detenerse a estudiar su fisonomía. Como explicaba Terry Eagleton en El acontecimiento de la literatura, "es imposible descubrir lo que Hamlet estaba haciendo antes de la primera vez que aparece en escena porque no estaba haciendo nada. En una especie de magia o utopía del mundo creativo, la realidad en la ficción es enteramente sensible al lenguaje, pero solo porque es calladamente creación del propio lenguaje". Ese arte de la aparición gradual de personajes e ideas en los libros centra buena parte del ensayo de Mendelsund.

Un libro muy recomendable que nos mueve a pensar, a leer y a pensar sobre leer, con independencia del bagaje de lecturas que tengamos.

 

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12 de diciembre de 2015
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Nina Simone, grava y café crema

Montreux 1976. El público enmudece cuando entra a oscuras en el escenario: el pelo corto como siempre, la piel de ébano, los brazos musculados, andrógina, dura, tan tribal como solemne. Hace una larga reverencia. Mira dramáticamente a derecha e izquierda. Domina el silencio. Al fin dice: ?Hace años renuncié a participar en festivales de jazz, pero hoy estoy aquí y cantaré para ustedes?. Nina Simone odiaba la palabra jazz, lo suyo era, en sus propias palabras, música clásica negra. Aquella noche en Montreux los dedos vuelan sobre las teclas del piano, los mismos de aquella niña que a los cuatro años tocaba con tal destreza que dos profesoras blancas decidieron prepararla gratis para ser la primera pianista de concierto negra de los Estados Unidos. Pero, a pesar del don, el Instituto de Música Curtis la rechazó por el color de su piel. Corrió a cambiarse de nombre para actuar en los night clubs de Atlantic City y durante varios años se lo escondió a su madre, predicadora: Eunice Kathleen pasó a ser Nina ??niña?, como la llamaba un novio que tuvo de joven?. Simone vino por Signoret, a quien adoraba. Todo quedaba bien definido en la nueva identidad de esta mujer brillante y controvertida. El éxito llegó con su versión de I love you, Porgy, y su orgullo afroamericano tendría mucho que ver. De niña le decían que tenía la nariz demasiado grande y la boca demasiado carnosa. Lo subvirtió. Nunca se dejó crecer la melena mientras cantaba su intimidad en directo: de las palizas de su marido y mánager, Andy Stroud, a la soledad oscura cuando todos se iban a casa después del concierto, y, cómo no, la rabia que la doblaba por las injusticias raciales. Gracias al magnífico documental ¿Qué pasó, miss Simone? ,de Liz Garbus, podemos adentrarnos en la vida del mito, escuchar su voz y las de su entorno. La pianista disciplinada y pulcra que tocaba en la iglesia, la joven soñadora con voz de barítono que nadie la definió mejor que ella: ?A veces sueno como grava, otras como café cream?; la mujer de sexualidad voraz, rebelde y profundamente cabreada. Su magnetismo vocal era prodigioso: cambiaba de clave en medio de una canción, introdujo la fuga y el contrapunto en la música popular, apoyada en su desbordado breathiness ?el uso de un tono jadeante, sofocado, sin aliento?. En un concierto se levanta del piano, se sacude moviendo frenéticamente las caderas y luego vuelve a sentarse. ?Quiero agitar al público tan fuerte que, cuando deje el club donde haya actuado, salgan hechos pedazos?. Combinaba la altanería y el alcohol con una vulnerabilidad de cristal. Los que la conocieron y trabajaron con ella la describen tan distante y mandona como frágil y sensible. Acerada activista: ?Quiero darles la negritud a mi pueblo, devolverles el poder negro?. Se suavizó con la edad y la medicación. Pero en ocasiones decía: ?¡Qué calor hace aquí?!? o ?¡Tú, siéntate!?, antes de desbocarse con Don?t let me be misunderstood, I ain?t got no-I got life o el My babe don?t care que la recuperó a finales de los ochenta, gracias a un anuncio de Chanel número 5. Otro hombre / Antonio Banderas Antonio Banderas se ha inventado otro yo. Estudia en la St Martins School con la generación Z, pronto presentará su colección de ropa, pinta el Gernika con Carlos Saura en 33 días, anda en amores con una holandesa regia y acaba de firmar su acuerdo de divorcio. Palabras lejanas: la casa de Aspen y 60.000 euros mensuales a Melanie. Fueron veinte años de amor. ?La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente ser vivida hacia delante?. (Kierkegaard). Como una cebolla / Rossy de Palma En Resilienza d?amore, el monólogo que protagoniza en el teatro Español de Madrid, Rossy de Palma corta una cebolla por la mitad para escrutar las capas de la vida, de su vida. Algunas son amargas, otras dulces, pero todas cocinan un fondo de arte insaciable que abre aún más el apetito. Dice haberse encontrado con ?muchas cebollas vacías? por el camino, la suya tiene muchos anillos. Rossy es una rara avis y un nombre internacional en la performance de la moda. Marienbad makeup / Winona Ryder Qué extraño culto sigue ejerciendo la cinta de Resnais El año pasado en Marienbad, una adaptación del nouveau roman de Robbe-Grillet. Su influjo estético se exhibe ahora en A film as art, en el Kunsthalle de Bremen, e incluye fotos de Outumuro. Menos suerte ha tenido la recreación de Winona Ryder en Delphine Seyrig para la campaña de maquillaje de su amigo Marc Jacobs. Acostumbrada a la polémica, es recuperada como icono aunque no se la reconozca. Ella admite que nunca se ha sabido maquillar. (La Vanguardia)

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12 de diciembre de 2015
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