Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

En manos del diablo

Imposible imaginar mejor preámbulo para la visita del papa Francisco a México que el estreno de Spotlight (En primera plana, 2015). Quizás la película de Thomas McCarthy no posea la belleza casi metafísica de El Renacido de Alejandro González Iñárritu o la fuerza emocional de La chica danesa de Tom Hooper, pero su historia, contada con tanta eficacia como sabiduría narrativa, sin perder nunca su carácter implacable -y con un reparto de primer orden-, nos involucra de manera más dura, más directa. El recuento de cómo un grupo de periodistas del Boston Globe acabó por descubrir casi a regañadientes que un caso de pederastia involucraba en realidad a cientos de sacerdotes (y eso solo en el área metropolitana de la ciudad de Nueva Inglaterra) ofrece un nítido reflejo de una práctica criminal extendida en medio mundo y en particular en nuestro país.

            La conclusión a la que llega este grupo de reporteros, la mayor parte de ellos educados como católicos, no ofrece ni un resquicio de optimismo: para que tantos y tantos miembros de la Iglesia hayan podido cometer sus delitos con absoluta impunidad se necesitó no solo de la complicidad de los más altos cargos de la institución -del cardenal Law al papa Juan Pablo II- sino de una religión que, amparada en preceptos tan oscurantistas como anacrónicos, ha propiciado el abuso continuado de niños y niñas por parte de quienes se asumen como sus preceptores. Y, como dice una de las víctimas en la película, éste no ha sido nada más físico sino espiritual.

            Entre nosotros contamos con Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, como paradigma del sacerdote que, aprovechándose de su astucia y sus contactos empresariales y políticos, pudo desarrollar su carrera criminal durante décadas ante la indiferencia o el silencio de la Iglesia. Pero Maciel no debería figurar como una excepción o una anomalía, sino como el reflejo más coherente del catolicismo. ¿Cómo entender, si no, que hubiese que esperar hasta 1998 para que unos valientes se atreviesen a denunciarlo y aun así la Iglesia lo protegiese hasta su muerte? ¿Que jamás pagase por sus faltas y apenas fuese apartado, in extremis, del sacerdocio? ¿Que tras su deceso el Vaticano se haya limitado a "reformar" la orden en vez de disolverla? ¿Cómo tolerar que los Legionarios sigan allí, en México y medio mundo, formando a nuestras élites?

Gracias a una red de complicidad, Maciel cometió el crimen perfecto -mejor: una serie de crímenes perfectos- y por décadas se salió con la suya. El fundador de los Legionarios no es, sin embargo, sino el más conspicuo, brillante y perverso de los curas que a lo largo de los años y los siglos se han aprovechado de sus fieles: la nómina es inmensa y, otra vez, no puede achacarse a un desvío o a un error, sino a una cultura incrustada en la esencia misma del catolicismo. Escandaliza el argumento de la Iglesia para defenderlo: la idea de que los designios divinos son inescrutables y de que a veces el Creador hace el bien a través de "renglones torcidos".

Permitir la existencia de los Legionarios es no entender que la institución fue creada a imagen y semejanza de su fundador: más una secta que una orden, más un nido de posibles víctimas que una escuela. Todo en ellos refleja la personalidad de Maciel: la vocación preferencial por los ricos; la obediencia sin cuestionamientos a la autoridad del líder; la primacía del dogma y la revelación; y, sobre todo, el secreto. Esa conducta elusiva y sospechosa, cuyos verdaderos objetivos no pueden decirse en voz alta, que marca el andar de sus miembros.

Una de las virtudes teologales, la fe, y dos de los votos monacales, la obediencia y la castidad, se hallan en el origen de los vicios repetidos secularmente por obispos, sacerdotes, monjes y laicos consagrados: la primera obliga a los sujetos a creer en teorías absurdas y contrarias a la razón; la segunda, a acatar las órdenes superiores sin cuestionarlas y a perder todo sentido crítico; y la tercera, casi imposible de cumplir, a exorcizar el deseo a través de prácticas siempre ocultas en vez de abrirse, como el resto de los mortales, al sexo consensual o al matrimonio. Como descubren los reporteros de Spotlight, la verdadera causa de que tantos  niños y jóvenes hayan sido violados o estuprados por sacerdotes católicos se haya en esta triple ordenanza de sumisión y secretismo. Y ello no cambiará mientras no sean arrasados los cimientos doctrinales de la Iglesia.

 

Twitter: @jvolpi

 

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2016
Blogs de autor

Diálogos

"Yo, sin duda, voy a hablar con todo el mundo", dice el célebre lector de prensa deportiva, también conocido como Número Uno, pero no aclara de qué quiere hablar y luego resulta que nadie quiere hablar con él. "No hablaré nunca con el Número Uno porque quiero formar un Gobierno de progreso", dice el Número Dos, y acto seguido regala dos sillones a los separatistas catalanes que son lo más reaccionario del país. "Yo no hablaré con el Número Uno, pero sí lo haré con el Número Dos, siempre que éste no hable con el Número Cuatro", dice el Número Tres, sin explicar de qué va a hablar, aunque de inmediato se divide por cinco: la parte gallega, la parte vasca, la parte catalana, la parte aragonesa y la parte valenciana. El Número Cuatro, perfectamente vestido, asegura que puede hablar con todo el mundo menos con el Número Tres porque es separatista catalán, vasco, gallego, aragonés y valenciano.

Los votantes, mientras tanto, observamos turulatos el espectáculo y nos palpamos los unos a los otros para acreditar que existimos, pero no existimos. He tratado de palpar a un votante del Número Uno y se ha disuelto en el aire como un gas. El del Número Dos, desesperado, trató de agarrarse a mi mano, pero se deshilachó como una telaraña. El Número Tres quiso darme un tortazo, pero comenzó a girar como una peonza hasta desplomarse. El Número Cuatro me felicitó el santo y luego se convirtió en un celaje de color azafrán y ascendió a las alturas.

No existimos, queridos compatriotas, somos contingentes. Sólo existen los separatistas catalanes que, mientras tanto, ya han legislado para que todos los españoles cojan la lepra en cuanto pongan un pie en tierra sagrada.

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2016
Blogs de autor

¿Qué añadir a la información y a la inteligibilidad?

La filosofía no es desde luego (al menos, eso no es  en ella lo esencial) un pensar que, como el del poeta, explora las  potencialidades y recursos que el lenguaje tiene con vistas a su propia recreación. Pero ya he reivindicado la tesis de que  la filosofía no es tampoco el pensar de la ciencia. Esta imposibilidad de encasillar la filosofía como una modalidad particular de  la manera de hacer de los científicos,  supone que en la distribución administrativa de la universidad la filosofía  no puede ser una facultad paralela a la facultad de biología o de física, asunto considerado por Kant en su Conflicto de las Facultades.

Simplemente la filosofía no es  ciencia. Y sin embargo la filosofía va tras (con todo el equívoco de la expresión)  la ciencia. Su pensar es un pensar que sigue en el tiempo al pensar de la ciencia y desde luego extrae toda la savia del mismo, pero también la filosofía está detrás de la ciencia dándole quizás soporte. La filosofía en todo caso, para tener legitimidad,  ha de añadir algo a la ciencia, ha de decir cosas que la ciencia no dice. ¿Qué añade o dice pues? La respuesta sólo puede venir del énfasis en la intención. Se trata ciertamente de conocimiento, y de conocimiento riguroso, y por eso la ciencia es la base, pero se trata asimismo de algo más. Pero, ¿en qué consiste ese algo? ¿Qué añadir  cuando ya está resuelto  el problema de la indispensable información (científica pero también filológica e histórica a fin de poder interpretar textos e insertarlos en contextos) y ha sido planteado el eventual problema de evaluación e interpretación de dicha información en el seno mismo de la ciencia? ¿Qué hace en suma  el meta-físico?

El problema del vacío se plantea no sólo al narrador  sino también al filósofo. La recurrida metáfora de la página en blanco no remite a una ausencia  de contenido, sino a la cuestión de la nota diferencial que, sin añadir dato alguno, trasmuta este contenido.  ¿Por qué el Aristóteles que se interroga sobre la diferencia que hace la singularidad humana en el seno de la animalidad,  manejando al respeto  todos los datos que podía almacenar el conocimiento de su época, no es sin embargo simplemente el primer biólogo sino el primer (y quizás principal ) pensador de la vida, y aun de la vida hecha palabra? ¿Por qué el Aristóteles que como todos los astrónomos de la historia  hace conjeturas (afortunadas o no) sobre esferas que podrían eventualmente explicar los fenómenos astrales, constatados una y otra vez, es algo más que un astrónomo?  ¿Por qué el Aristóteles que intenta (de nuevo con mayor o menor fortuna) utilizar las propiedades intrínsecas de los entonces considerados elementos, a fin de explicar el comportamiento de la physis, es algo más que un físico?  ¿Por qué en suma es Aristóteles El filósofo? La respuesta no es obvia y de alguna manera la historia misma de la filosofía es en gran parte una tentativa de encontrarla.

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2016
Blogs de autor

Sabina en el Paradís

Ríe Sabina frente a un plato de jamón en el restaurante Paradís, recordando que Bélgica, cuando estuvo casi un año y medio sin gobierno, experimentó un considerable crecimiento, y que en Perú les fue mejor después de que Fujimori dimitiera por fax. Son cosas que se dicen con mayor determinación si te sientas en uno de los restaurantes preferidos de nuestros políticos, pegado al Congreso. Sólo en lugares como estos, donde se ha tramado tanta gloria, puede fumarse en los privados: la manga ancha así de madrileña es tan tremenda como rumbosa. Joaquín Sabina se ha hecho pintor. Presenta un lujosísimo libro-objeto dentro de una caja lacada: 2.100 euros el ejemplar. Todas las caricaturas se acaban rompiendo. Así son las cosas: el golfo del bombín negro, el de la ronquera vacilona, después de pisar incontables escenarios, rodar miles de kilómetros, vivir en Londres, reventar la movida, encender La Mandrágora, local mítico donde ejercía de nazareno tunante con Krahe frente a las crestas del Rockola…, después de todo eso, y de sobrevivir a un ictus y hace un mes a una peritonitis, entra en el catálogo de Artika, un Olimpo artístico español que ha editado a Goya, Picasso, Dalí, Chillida, Barceló o Plensa. Eso sí, el músico asegura que sus dibujos no son arte, como tanto ha repetido que sus canciones no son poesía. Es un intruso. Lo que dice haber sido en la vida. Dejó la coca y las noches en blanco hace diecisiete años; no necesitó ayuda. Nunca probó la heroína ??creo que por pueblerino, como por una intuición??. En los conciertos, para salivar mejor, chupaba sal, hasta que un día los músicos le dijeron: ?Colega, la gente se cree que es farlopa, y dice: ¡Mira qué mala educación!??. Cuando llegaba borracho a casa pintaba una puerta junto a la que hoy se fotografía. Bebe tequila recién operado del estómago, como el torero que se cura de una cornada, y mientras va pintando mujeres Lempicka, señoritas emparentadas con las de Matisse o Gauguin. Llama a sus dibujos garagatos ??un garabato doméstico, un animal de compañía??, y empezó a pintarlos hace más de veinte años, para quedarse mudo entre concierto y concierto. Sabina se ponía a garabatear culos con encanto, tan delicados como expresivos. Le fue encontrando propiedades curativas al dibujo ?además de protegerlo de las selfies? y los rotuladores se convirtieron en calmantes de la autoexigencia y el miedo escénico: ?Pintar es una cosa maravillosa porque está el papel en blanco y unos colores, y puedes mezclarlos como quieras. Y además no tienes que enfrentarte al público, no tienes al tendido del siete diciéndote: ?Arrímate más, cabrón?. Las palabras significan cosas, y en la pintura a veces basta con los colores y una mínima forma?. Sabina apura su tequila, se ríe de sí mismo y, entre sonrisa y nervio, habla con un aire de canción en la mirada que viene de lejos, del paraíso. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
8 de febrero de 2016
Blogs de autor

Un café con Antonio Socias

A mediados de los años setenta nos impresionaba la solemnidad con que las bellas artes hablaban de sí mismas pero gracias a algún don misteriosamente recibido supimos esbozar a tiempo una irónica sonrisa de desconfianza. No es que despreciáramos el mérito de los viejos maestros pero en su retórica –y en sus entusiastas imitadores- reconocíamos una sospechosa impostura. No pasó mucho tiempo antes de verles tratar con enojo nuestra precoz filiación cínica. Por más que nos correspondiera el turno de ponerlos en cuestión, no les pasaba por la cabeza la idea de consentir nuestra insolente manera de ver el mundo. Un desmesurado afán de respetabilidad les llevaba a imaginarse como el recambio de los viejos carcamales del siglo y fue esta pretensión la que alentó nuestra sardónica displicencia. Ahora, con la lección del tiempo aprendida, comprendo la dificultad que entraña enseñar a unos discípulos tan alegres como descreídos. Qué le vamos a hacer. La credulidad no fue una de nuestras cualidades. El misterioso don, lo supimos luego, se remonta a una de las corrientes filosóficas más subversivas que han atravesado la historia de la cultura. Fuimos escépticos con irritante intensidad y este espíritu nos procuró una excelente educación sentimental. Nuestra negativa a compartir la ingenuidad contemporánea nos hizo inmunes a las doctrinas que por entonces se expendían en el mercado de las creencias. Ya fueran estéticas, políticas, religiosas o musicales, la elocuencia de estas ideas fue acogida con una afilada suspicacia. Esta ironía nos salvó de la ingenua complacencia con que muchos transigían.

Es en el recuerdo de aquellos años de esplendor, en la iniciación compartida durante una adolescencia hecha de aprendizaje y fraternidad, en donde se encuentran algunas reveladoras claves de la trayectoria recorrida por Antonio Socias.

Su destreza como pintor, escultor y fotógrafo, el dominio adquirido en cualquier de las disciplinas que ha elegido para sus insólitas exploraciones del mundo, la libertad con que ha sabido deshacer sus logros artísticos, lo han convertido en uno de los artistas españoles más brutalmente implicado en la incesante destrucción de su propia obra.

El talento proteico, virtuoso, voraz, sarcástico y cruel enérgicamente desplegado tras las mutaciones del lenguaje emergente en cada época, le ha permitido manosearlo, elaborarlo y abandonarlo con la urgencia que exige su genio intransigente.

Desde sus primeros trabajos le he visto consumar una y otra vez el mismo ciclo.  Cuando se aposenta en un dominio artístico, cuando forja la inconfundible personalidad de sus estilos y ve reconocida su marca, se apresura a abandonar el estorbo de lo logrado.

Hay que entender el valor implícito en esta actitud de constante renovación. Es un desafío que muy pocos están en condiciones de aceptar. Renunciar a la singularidad de una obra hecha, dejar atrás lo laboriosamente conquistado y dirigirse de nuevo hacia el deshabitado horizonte, supone ejercer un supremo despojamiento.

Vivir abierto al reclamo de lo desconocido, a lo que uno debe dar otra vez de sí mismo en circunstancias inesperadas, sentirse atraído por lo que no existe, comprometerse con lo que llegará a ser, significa cumplir una de las más radicales exigencias del Arte.

El paso del tiempo ha dado a ésta búsqueda su exacta magnitud heroica. Antonio Socias se ha librado de la servidumbre impuesta por las expectativas de los demás y ha seguido el rastro de su poderosa intuición, de su despótico instinto de depredador de sí mismo. Quién sabe hasta dónde querrá llegar.

Después de contemplar su nuevo trabajo me apresuro a escribirle, con el asombro de siempre:

Con esta serie, Toni, inauguras una nueva mirada. Se nota de nuevo esa deliberada “confusión de las mentes” con que sacudes las certezas ajenas. Te deslizas una vez más por esa frontera en donde lo absurdo y lo doméstico se encuentran, se agreden y lesionan. Tu viaje a África maneja con maestría la potencia teatral, narrativa y metafísica de las imágenes pero provoca una perturbadora y sutil decepción. ¿Qué será?

Tu punto de vista en África es un ejercicio de estilo que destruye la distancia entre el fotógrafo y el mundo. Las visiones africanas que nos ofrece la industria cultural sustentan una narrativa retorcida por la cautela, los prejuicios y las ilusiones del viajero. Por un lado, ya se sabe, admira lo exótico y le encanta ser fascinado. Por otro, temeroso de lo que ve, recela y retrocede. Quiere atrapar lo que mira, pero no quiere tocarlo. Persigue una simulación aceptable de lo real, pero sabe que su presencia estropea la integridad de esa imagen exótica, primitiva, virginal. ¿Cómo sortear esta tensión?

Tu viaje es una parodia del género: la ilusión de ese fotógrafo invisible ha sido cancelada, ridiculizada. Tu obra es una confesión: estoy aquí. ¿Podría ser de otro modo? Las “personas” me sonríen o me repudian. No hay modo de impedirlo. Lo confieso. Debo tocar todo lo que veo. Este es el acuerdo entre mi ojo y el mundo. Lo que no pueda tocar, no existirá. No basta con ver, no es suficiente mirar. Hay que tocar. Aceptar el riesgo supremo de ser rechazado.

La indulgencia de los sujetos con los que te encuentras es sorprendente. También será perturbadora. ¿Cómo lo has conseguido? Nadie sabrá interpretarla. ¿Es un signo de tu poder personal? ¿Prepotencia, abuso, injerencia…? ¿O una sorprendente fraternidad entre desconocidos, en la plaza del mercado?

La construcción cultural de África llevada a cabo por Occidente, la elaboración de ese exotismo oriental que tan severamente desveló Edward Said, las emociones salvajes que ha pulido la literatura y el cine, ese vértigo ortopédico con que el viajero se paseaba por el otro mundo (la aventura impostada por la agencia de viajes), entra ahora en su fase de declive y con tu mirada levantas acta de un cambio sustancial. Los otros exóticos han entrado en nuestra vida y son ellos los que apoyan su mentón en tu mano. Es la gran migración que los trae a casa pero también la insurgencia de una voz propia, modulada por su memoria personal (no la especie, ni la tribu, ni el país, ni la religión, ni las costumbres, ni el folklore); y en ese recuerdo íntimo en cada uno de ellos reverbera insólitamente la experiencia de la fatuidad con que nos hemos hartado de nosotros mismos.

 A partir de ahora no habrá nadie a quién admirar. Ellos son lo que somos. Decepcionantes imágenes de lo poco que hemos llegado a ser. Hasta ahora nos han servido de consuelo, posibilidad remota de otra vida. Nos bastaba asomarnos a su  mundo de vez en cuando para obtener un consuelo necesario. Y sin embargo ahora son hombres en lugar de imágenes, se han hecho prójimos, semejantes, iguales. No van a servirnos como refugio mitológico de nuestras almas cansadas. Podemos darles la mano, conversar, aburrirnos con ellos. No serán la imagen idílica de la Humanidad ancestral, la inocencia custodiada en el primer origen del mundo. Ese caudal de estampas útiles a nuestro fracaso cultural se ha agotado.

Tu viaje a África, Toni, es la crónica de una transformación cultural pero no evoca lo que ocurre allí, entre ellos. Sino lo que sucede aquí, entre nosotros. La nueva mirada, a la que das forma precisa y elocuente, acoge a personajes inesperadamente semejantes a nosotros mismos. Ese yo tiznado de negro que sonríe en el espejo, en el reverso del mundo, lo ha dicho todo. Nunca antes había sido visto de este modo.

Leer más
profile avatar
8 de febrero de 2016
Blogs de autor

Mayores y menores

Entre los libros más destacados del año pasado señalo ‘La ley del menor', de Ian McEwan, que, por encima de su gran calidad, ha supuesto, al menos para mí, la plena recuperación de uno de los tres novelistas vivos que más admiro y al que, obra a obra, nunca he dejado de leer. Entre ‘La ley del menor' (‘The Children Act', aquí publicada, como el resto de su producción, por Anagrama, en traducción de Jaime Zulaika) y su título de inicio, los cuentos de ‘Primer amor, últimos ritos', que yo leí asombrado por el descubrimiento cuando apareció en Inglaterra en el lejano año de 1975, viviendo yo entonces en aquel país, la narrativa de este casi exacto coetáneo mío ha sido uno de los mayores placeres, el más sostenido, el más estimulante, el más esperado, de mi experiencia de lector. Novelas como ‘Amsterdam', ‘Amor perdurable' y ‘Chesil Beach' figuran entre las obras maestras que, para mi gusto, ha dado la novela contemporánea.

    Ya antes de esa breve elegía de alta definición narrativa y atenuada evocación histórica que fue ‘Chesil Beach', McEwan, sin perder sus constantes, dio un giro con ‘Sábado', sintiendo la necesidad de entreverar en sus relatos cuestiones de fondo fundadas en una base científica o sociológica. Nada que objetar a ello, por supuesto, salvo la carga de minuciosa documentación erudita que últimamente hacía sus libros discursivos y argumentativos, lastrando hasta el fracaso ‘Solar' y buena parte de ‘Operación Dulce'. ‘La ley del menor' también parte de un nudo digamos social, e incluye en una nota final del autor los datos bibliográficos y casuísticos del marco legal en el que se inserta la historia de la juez de familia Fiona Maye, que ha de decidir si a un menor de edad enfermo de leucemia se le hacen forzosamente las transfusiones de sangre que le impedirán morir y a las que sus padres, testigos de Jehová, se niegan por su credo. Fiona Maye es un personaje rico en contradicciones y ambiguo, tanto como su propia vida, que, mientras ella trata de someter su dictamen judicial a su estricta conciencia legalista, ve cómo se desbarata en casa por el adulterio inesperado de su marido Jack.

     La gran diferencia entre este último libro de McEwan y los inmediatamente anteriores es que el entrelazado de la esfera privada y el marco moral nunca se hace en detrimento del hilo dramático, que alcanza aquí momentos de sublime fantasía, como, en el capítulo 3, el dúo de canto y violín que la juez entona en su visita al hospital con el muchacho enfermo, otro personaje que va creciendo poderosamente a lo largo de la novela, hasta adquirir la memorable condición de antagonista, perseguidor y voz reveladora de la honorable señora Maye. El último capítulo, magistral, lleva a un desenlace que sería imperdonable contar, en el que la música, la ley, los amores no dichos pero posibles, cuajan en una imagen de desolación optimista, de angustia tolerable.

Leer más
profile avatar
8 de febrero de 2016
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.