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Hedor

El Holocausto judío comenzó en Austria cuando unos fornidos idiotas, disfrazados con el traje nacionalista, obligaron a los dueños de algunos comercios de Viena a pintar en sus escaparates la palabra "judío" en grandes letras blancas. También pusieron a fregar suelos a las mujeres judías, que, comparadas con sus esposas, les parecían demasiado elegantes. La gente rodeaba a los humillados, se reía y daba palmaditas en la espalda a los matones. Era sólo un aviso a la población para que entendiera que aquella gente no formaba parte del género humano y por tanto podía ser aplastada como chinches.

Hace días, unos nazis de la provincia de Girona asaltaron el jardín que Albert Boadella tiene en uno de esos pueblos del Ampurdán de cuyo nombre es mejor no acordarse y talaron tres hermosos cipreses. Era su manera de marcar a aquella familia. Así anunciaban que, cuando les den permiso, irán a por ellos, marido, mujer e hijos, y los talarán.

He esperado unos días por si alguna autoridad catalana mostraba un gramo de conciencia. Por ejemplo, la detención de los nazis. Siguen libres y con hachas. Nada ha dicho quien fuera alcalde de Girona y hoy preside la Generalitat. Nada han dicho los alcaldes en general y Colau en particular, que está al frente de una ciudad que reúne a más de los dos tercios de la población catalana. La alcaldesa odia la misoginia, el machismo y el clasismo, según dice. Yo no sé si odia a los nazis, pero no dan una imagen demasiado democrática de Cataluña. Tampoco han dicho ni pío los 300 paniaguados que exigen la reducción de Cataluña a lo que ellos alcanzan a comprender. Ni los periodistas y redófilos a sueldo. Ni los jefes de partido progresista. Da un poco de asco.

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5 de abril de 2016
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Tras la física jónica y la física del siglo XX

Decir que una renovada metafísica se fragua en la primera mitad  del siglo XX como consecuencia de la constatación de un naufragio en los principios ontológicos que sustentaban  la concepción general de la naturaleza (y que siguen sustentando nuestra relación cotidiana con la misma),  no significa que se empieza entonces a elaborar  una tabla de principios alternativos. Pues una cosa es, por ejemplo, decir que no rige el principio de localidad y otra muy diferente  erigir  en base a tal ausencia un  principio alternativo. En la no localidad, prima simplemente el no. Que el comportamiento de las partículas elementales violente el principio de localidad  en absoluto supone que un tipo de necesidad natural sustitutiva de tal principio rige en el mundo. En la physis respecto a la cual cabe hablar de necesidad, la physis que determina exhaustivamente  el ser de las cosas y doblega el instinto de las bestias... la localidad impera. Si hay excepción hemos abandonado esta physis, hemos abandonado la determinación de la misma que rige  al menos desde Aristóteles, aunque  con matriz en los pensadores jónicos,  por lo cual estaríamos en todo caso retornando  (pura hipótesis) a una vivencia realmente arcaica.

Sin duda cabe una posición menos radical consistente en  sostener que la caída de la localidad no conlleva la del resto de principios ontológicos, por lo que nuestra concepción de la physis  sólo parcialmente debería ser modificada.  Determinar hasta qué punto esta posición es sostenible, determinar en qué medida  el destronamiento de la localidad deja incólume parte de lo establecido en la tabla de principios, supone de entrada un ejercicio técnico (casi  aquello que un pianista llamaría musculatura)  lo cual no debe hacer olvidar el objetivo final, filosófico precisamente porque va más allá de esa pericia. Recordaré al respecto la tesis que soporta estas notas: lejos de lo que Auguste Comte indicaba la filosofía no es una etapa adolescente que precede a la ciencia y concretamente a la ciencia de la naturaleza; la filosofía nace precisamente de la ciencia como resultado de que esta se ve confrontada a aporías que ponen en tela de juicio el presupuesto de que la necesidad natural es ajena a la percepción que el hombre tiene de la necesidad natural. Eso ocurrió tras  la física jónica y vuelve  a ocurrir de nuevo tras la física del siglo XX.

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5 de abril de 2016
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La vida deportiva de la vida

Muy a menudo, por no decir siempre, los finales de la vida, personal y profesional suelen calificarse no sólo como un último tramo, son como el periodo donde se leerá la totalidad de la vida.

Se actúa, en efecto, como con las novela malas ( e incluso con alguna buena donde lo más importante) es el final. Y el  conjunto del texto se relee a partir de su conclusión desdichadamente.

El fin se sitúa como una cima desde la que el demiurgo enjuicia el recorrido acertado o equivocado del argumento general y del protagonista en particular. En este caso, no hay oportunidad para  ponderar  los diferentes episodios de una vida y de su complejidad sino que tan sólo la simplificación lleva a juzgar la existencia como una incierta coronación.  El fin o el vértice de la muerte será todo los indicativos del valor.

 La clase del residuo temporal sería así, si es dorado o no, quien daría significación a la totalidad del recorrido. Se trata, en definitiva, de una igualación de la existencia con el deporte de competición. ¿El resultado? ¿De una vida entera se entera uno por su resultado en la liga o el maratón?

La consideración deportiva de la vida, de otra parte, es no ya una crueldad, en el buen o en el mal sentido (puesto que hay crueldades de enorme resplandor), sino sencillamente una elemental carrera.

La vida es una carrera. Se llega en un puesto u otro y quienes  no alcanzan los primeros lugares son absolutamente perdedores. Y hay tantos perdedores en la disputa que quien romper la cinta de llegada se convierte en el indudable campeón. Lo demás es muchedumbre. ¿Muchedumbre para hacer leña? ¿Muchedumbre para quemar. Muchedumbre para olvidar entre cenizas.

Hay tantos casos de  autores, literatos, científicos, pintores, arquitectos, que no triunfaron en sus carreras oficiales que fueron relegados al baúl de los olvidos. Para qué valdría tenerlos en cuenta. ¡Qué ímprobo trabajo -desalentador trabajo- significaría atender a las circunstancias y logros importantes de cada cual que no lució en al podio en su final!

Lo importante es lo triunfante y lo triunfante es igual al triunfo consolidado en el final. En el recorrido intermedio, los logros, las luchas, los inventos no poseen relevancia puesto que lo importante es la meta. ¿La meta? ¿Es la meta una metafísica del valor? Sabemos que no. Unos  llegan antes y otros después lo que no comporta que los primero clasificados en la última lista histórica sean los más importantes. La importancia se sustituye vilmente por el record.

 El valor de una mente y un trabajo se mide por la estimación del coso popular. Pero ¿qué coso, qué caso? El coso donde rige el valor bursátil (deportivo-mercantil)  y el caso en que no siendo mensurable al primer golpe cuantitativo termina siendo olvidado o acantonado en las estanterías de la historia.

Alguien llega, algunos llegan y reivindican al que no fuera injustamente el campeón pero, en suma, esto es pan de un día. Pronto, las referencias de los recordmen regresan y los que fueron injustamente enterrados como concursantes son la extraviada calderilla de la evolución. Esta es la injusticia, esta es,  al cabo, es la justicia que, como casi siempre, nada tiene que ver con el valor.

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4 de abril de 2016
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OK

Cuántas veces hemos recibido un mero ?OK? como respuesta a un correo amable y detallado en el que tuvimos la delicadeza de interesarnos por nuestro interlocutor, y en el que formulábamos además alguna pregunta? Qué frustración nos inflama ante ese dique que frena en seco el fluir de las palabras y nos las arrebata. E-mails lacónicos y descorteses, perezosos o abruptos, se cruzan en nuestra pantalla reduciendo la comunicación escrita a un ?sí?, un ?no? o un ?ya vemos?. ?¡Qué borde!?, nos decimos. Desde el lugar de la comprensión, aunque sobre todo el interés en que nada, o poco, nos disturbe, pensamos que el destinatario de nuestro argumentado mensaje estará muy ocupado, que su medida del tiempo es distinta a la nuestra, que tomarse cinco días para contestar es un reflejo de su personalidad abrumadora o flemática. Hay casos peores, en los que la respuesta nunca llega. El correo electrónico, ese canal de comunicación que ofrece garantías y credibilidad en el orden social ??Déjalo escrito por e-mail?, nos recomiendan en el trabajo?, determina muchas variantes de la personalidad de quien lo escribe. Así lo argumentan los autores de un estudio realizado por la Universidad del Sur de California y Yahoo Labs que, sobre la base de 16.000 millones de correos electrónicos, utilizaron algoritmos para extraer datos sobre los tiempos de los mensajes y el número de palabras contenidas en sus respuestas. Entre sus conclusiones revelan que la longitud media de una respuesta es de sólo cinco palabras, y que el 90% de estas se envían en el límite de las 24 horas. O que, cuanto más jóvenes son los usuarios, más rápidas y breves. A los nativos digitales nadie les gana a inmediatez, precisamente la mayor cualidad de la comunicación electrónica a diferencia de la postal, pero al monosílabo de un chico de veinte años una mujer madura responde con una media de cuarenta palabras. Los mayores de cincuenta van más al ralentí y les cuesta casi una hora darle al botón, mientras que los adolescentes tardan menos de trece minutos para emitir una señal, por breve que sea. Nuestro comportamiento virtual informa del veloz desapego que mantenemos. Las conversaciones electrónicas suelen empezar con garra y ritmo. Hay voluntad de intercambiar algo: conocimiento, información, negocio, amor. (La Vanguardia)

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4 de abril de 2016
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Discontinuidad y catatonía: la política de nuestros días

Ahora mismo la discontinuidad es un concepto dominante en muchas ciencias, y en la vida real. ¿Tenía razón Unamuno cuando decía que “la ciencia es la ideología de cada época”?

La discontinuidad se está imponiendo plenamente en nuestras vidas, amores, amistades, deseos, y formas de pasar el tiempo. Es la ideología suprema de nuestra época, a la vez que su realidad más evidente. Basta con otear el mundo de la política para constatar que la discontinuidad es la norma y resulta muy difícil crear nexos. España es una narración en crisis, aquejada de discontinuidad aguda y bastante explosiva.

Es sabido que la discontinuidad (la discontinuidad en la mecánica misma de la vida) es el mejor camino para sucumbir a la ansiedad, pero también es el mejor camino para ubicarse de verdad en una nueva narración que puede dar vértigo pero que ya nos incluye en su inmensa biosfera discontinua.

Veo a mis amigos estableciendo relaciones muy discontinuas: vistas desde fuera parecen teatro del absurdo y están llenas de grietas que dificultan mucho la exploración del otro y favorecen la sensación de irrealidad. Es uno de los problemas más elementales que suele acarrear la discontinuidad: al romper los nexos narrativos, toda la narración pierde sentido y (como todo lo que no es narrable no es real) la vida entera adquiere la apariencia de una narración parpadeante e irreal, como son parpadeantes e irreales las pesadillas.

De la vida como arte que se plantearon tantos teóricos y visionarios del siglo pasado, estamos pasando a la vida como narración discontinua, veloz, errática y sin sentido.

Dicho en otras palabras: de la vida como obra estamos pasando a la vida como catatonía. El progreso es significativo.

Escalofrío interior, temblor del pensamiento. Nada está en su sitio. Todo se mueve hasta cuando no lo parece. Hay mucho movimiento, pero no hay historia, porque ni hay argumento, ni hay dirección.

Solo hay catatonía. Dicho de otra forma: solo hay rigidez, estupor mental y excitación sin fundamento. Ahí comienza y termina la política de nuestro tiempo.

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4 de abril de 2016
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Alto riesgo en el mar Egeo

Nadie estará tan pendiente de lo que ocurra esta próxima semana en Grecia con los refugiados como Angela Merkel. Si el plan de devolución a Turquía que ha pactado la Unión Europea no funciona, las responsabilidades recaerán ante todo sobre las espaldas de la canciller alemana, que ha sido su principal patrocinadora y ha querido salvar con ello la inicial política de puertas abiertas que ha llevado a un millón de refugiados a instalarse en Alemania solo en 2016.

El Consejo Europeo y las autoridades turcas acordaron el 18 de marzo la devolución de quienes llegaran a Grecia a partir del día 20, operación que en principio está previsto que empiece el 4 de abril con un primer grupo de 500 refugiados. Parte esencial del plan es conseguir un efecto disuasivo, lo contrario del efecto llamada, de forma que se corte el flujo de migraciones hacia Europa desde Oriente Próximo, pero todavía no hay señal alguna de que se haya conseguido. Tampoco hay seguridades de que la presión migratoria no se abra paso más tarde hacia otros puntos, como son las costas italianas, maltesas o españolas.

Las dificultades son evidentes, incluso para quienes han concebido el plan. El mayor argumento a favor es la ausencia de planes alternativos. Cerrar Europa a cal y canto, como propugnan algunos países en nombre de la preservación de la identidad cristiana y de la soberanía nacional, sería el fin de la UE, la ruptura con las convenciones internacionales y el regreso a unos Estados nacionales iliberales, en pugna unos con otros. Tampoco es posible abrir desordenadamente las fronteras europeas al torrente de refugiados que llega desde Oriente Próximo, pues agotaría la capacidad de absorción en muy poco tiempo, afectaría al orden público y conduciría de nuevo a la solución anterior, al encastillamiento xenófobo.

La UE no ha sido capaz de enfrentarse a tiempo y en forma a la crisis de los refugiados provocada por la guerra de Siria. No lo han sido unas instituciones muy debilitadas y sin autoridad ante la cabalgada de renacionalización política en que está el continente desde hace años. Tampoco lo han sido los 28 Estados, profundamente divididos ante la cuestión de los refugiados: los euroescépticos, como Reino Unido, no quieren gestionar fronteras y asilo en el marco de la UE porque solo les interesa el mercado único; los anti­europeos, como el Grupo de Visegrado de los antiguos países comunistas, propugnan la Europa fortaleza; los que ya han acogido refugiados, como Alemania, Suecia y Austria, quieren un reparto equitativo de la carga y una política europea de fronteras y de asilo; y luego están los que miran hacia otro lado y evitan comprometerse, que no son pocos y tienen en la España de Mariano Rajoy a su mayor exponente.

Al final ha sido Alemania, con la presidencia holandesa de turno de la UE, la que ha elaborado un plan, el único existente, de forma casi unilateral y ante la pasividad de la mayoría. El resultado ha sido profusamente criticado, aunque los Veintiocho no han tenido más remedio que aprobarlo ante la falta de alternativas. La crítica más demagógica carga sobre las espaldas de la UE la responsabilidad de las escenas dramáticas que están produciéndose en las costas mediterráneas y en la frontera cerrada de Macedonia. Pero la realidad de los hechos es que el origen del problema no está en un exceso de Europa, sino precisamente en la inhibición de los Estados y en el déficit de unión entre los europeos, y especialmente en la ausencia o debilidad de los mecanismos compartidos de gestión de fronteras y del asilo.

El plan prevé que todas las personas que sigan llegando a Grecia irregularmente serán devueltas a Turquía, aunque en ningún caso como parte de expulsiones colectivas y atendiendo siempre a la legalidad y a los procedimientos de asilo exigidos por la Convención de Ginebra. Por cada refugiado sirio que reciba Turquía, este país mandará a Europa a otro refugiado sirio, de una cuota cifrada por el momento en 72.000, con el propósito de convertir a este país en el lugar de presentación de las solicitudes de asilo, dificultando así la actividad de las mafias de tráfico de personas.

Es difícil creer que todo esto funcione. Son muchas las dudas respecto a las garantías legales, a la moralidad del acuerdo y, lo que es peor, a su viabilidad, sobre todo respecto a la capacidad griega y europea para gestionar una operación tan compleja de identificación individual y de devolución respetando los derechos individuales y las mínimas condiciones de humanidad que exige una población vulnerable que huye de la guerra y de la destrucción de su país. Las dudas son tan serias como para que la organización para los refugiados de Naciones Unidas ­(ACNUR), convocada para gestionarlo, haya rechazado su colaboración.

La parte más difícil de digerir públicamente es la que se refiere a la Turquía de Erdogan, que ha conseguido sacar partido financiero ?6.000 millones de euros? y político ?reanudación de las negociaciones de adhesión a la UE? en un momento de regresión de las libertades públicas y de creciente autoritarismo de su presidente. Es dudosa la declaración de Turquía como país seguro para los solicitantes de asilo, sobre todo si se tiene en cuenta la creciente persecución que sufre el nacionalismo kurdo, tan implicado en la liberación del norte de Siria. No presenta tantos inconvenientes, en cambio, la liberalización de la política de visas, pues a fin de cuentas se situará al mismo nivel en el que ya se encuentran los países balcánicos.

A pesar de todo, Alemania y la Comisión Europea esperan que el acuerdo sirva y consiga primero disuadir a quienes quieren llegar desordenadamente para que presenten en Turquía sus solicitudes de asilo para instalarse en Europa, y termine al final convirtiéndose en un sistema legal, ordenado y éticamente aceptable que organice la llegada de ese medio millón más de refugiados que se prevé para 2016.

No es tan solo el futuro político de Merkel el que se juega en las costas del mar Egeo a partir de esta semana. Se juega también el futuro de Europa. La libre circulación entre los Veintiocho, garantizada por los acuerdos de Schengen, se halla prácticamente congelada. Los acuerdos de Dublín que organizaban la aplicación del derecho de asilo en Europa están suspendidos. Pero si fracasa el acuerdo Turquía-UE, también entrará en crisis el sistema internacional de asilo entero, incapaz de absorber la crisis de refugiados más importante probablemente desde que se concibió la Convención de Ginebra en 1951, después de la II Guerra Mundial.

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4 de abril de 2016
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Dietario de un cinico 6

Si un locutor baja a la calle  con su micrófono y pregunta al transeúnte, aprovechando su alegre disposición a ser consultado, cuánto le suena el nombre de Mussolini o Stalin, verá hasta qué punto algunos nombres son conocidos por la población. Pero si en lugar de mencionar a las delirantes encarnaciones del siglo XX, le pide al desocupado paseante si recuerda algo de la vida y obra de Thomas Paine, comprobará el desdichado destino reservado a los  pioneros que fundaron los logros de nuestro tiempo.

Obviamente, la omisión que padece Paine no es una casualidad de la ignorancia común: responde al deliberado propósito de nuestros pedagogos y de los publicistas fieles al dictado de las potencias infernales.

En 1999 publiqué en Seix Barral la deslumbrante biografía que le dedicó Howard Fast (ya saben: el autor de Espartaco, el perseguido durante la exitosa Caza de Brujas de McCarthy…). Ratificando la imposible existencia de Paine en el paradigma académico de nuestro país, el libro pasó por las librerías sin recibir una sola reseña. Lo tomé como un síntoma de nuestra astenia intelectual. El desdén que los sabios españoles dedican a lo que no conocen ha conseguido ser la inconfundible rúbrica de la Marca España.

Veo ahora que la editorial Funambulista edita la obra con que Paine consolidó las ideas de la Revolución Americana (“El sentido común”) y que Debate publica el ensayo del ya ausente Christopher Hitchens sobre  Thomas Paine y su glorioso libro: “Los Derechos del Hombre”.

El ensayo es una brillante evocación y ratifica a Paine en el panteón de los hombres ilustres: la inteligencia con que desveló la clave de la última religión -la divinidad de lo humano latente en el hombre- resulta ahora de una acuciante urgencia.

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3 de abril de 2016
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Willi Luvus

El escritor y geólogo Jorge Ordaz adquiere, en una librería de Iowa City, un ejemplar de Pharos and Pharillon, de E. M. Forster, publicado en 1923 por Leonard y Virginia Wolf en su editorial Hogarth Press. Ordaz nos lo cuenta en su exclusivo blog Obiter Dicta añadiendo algo realmente apasionante, que el libro, hasta llegar a sus manos, "ha hecho un largo viaje a juzgar por las inscripciones que han ido dejando algunos de sus dueños: Willi Luvus, I/II/33; Library Hawai, I-II-1938; Wyckoff Gelber, San Francisco; Bourjaily". Finalmente nos dice que "este último nombre seguramente responde a Vance Bourjaily (1922-1984), un escritor estadounidense de ascendencia libanesa, autor de novelas de mérito, y que fue profesor asociado en la Universidad de Iowa". Identificado Bourjaily, obviada la biblioteca, nos quedan Gelber y Luvus. De Gelber no hallo rastro. De Willi Luvus propongo lo siguiente.

‘Willi', según Gutierre Tibón en su Diccionario etimológico comparado de nombres de persona (México, 1996), es el hipocorístico alemán de ‘Guillermo' lo que me lleva a investigar en ese país o entre personas vinculadas a esa nacionalidad instaladas fuera de sus fronteras. Encuentro la referencia de un ciudadano español, Mariano García de Estremera (Madrid, 1900-1959), adscrito a varios consulados de Alemania en Estados Unidos entre 1932 y 1937 y que, a su regreso a España, publica un opúsculo titulado Palabras y frases de gran belleza puestas a disposición de escritores y personas sensibles en general (Madrid, 1938) que firma como Willi Luvus. Ahondando en la materia descubro a un posible antecedente, un tal Guillén Lupo, "que regalaba versos", y que se cita en un apéndice al Discurso acerca de la situacion y division interior de los hospicios, con respecto á su salubridad (Sevilla, 1778) de Gaspar Melchor de Jovellanos.    

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3 de abril de 2016
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El radical conservador

"El último de los mohicanos", lo llamé en otro artículo. Aún lo creo: es el último de su especie. El último representante -y, dado su empeño, la paradójica clausura- de la gran tradición de intelectuales públicos latinoamericanos que distinguió nuestras letras a lo largo de dos centurias. A su lado quedan algunos brillantes epígonos de nuestro particular Siglo de Oro -Del Paso, Edwards, Pitol, Bryce-, pero solo Mario Vargas Llosa mantiene esa actitud a la vez arrojada y soberbia de quien se asume como guía moral de su tiempo y como vanguardia de su revolución personal desde que abjuró de la idea revolucionaria de estirpe marxista.

            Si algo hay que admirar en el peruano son sus pasiones y su desenfreno, los cuales lo convirtieron en el más contradictorio de los miembros del Boom. Diré más: tanto en su literatura como en su vida personal, política y amorosa, lo distingue una suma o una amalgama o una superposición de convicciones febriles y decisiones atropelladas. Mientras que el fuego de García Márquez se concentró en aquilatar una lengua inimitable y perfecta, al tiempo que él se convertía en una suerte de Buda universalmente idolatrado, y mientras Fuentes destilaba su talento por medio de una inteligencia y una curiosidad sin límites, Vargas Llosa siempre osciló entre la lucidez y el desenfreno, entre la acción y las palabras. En el antiguo dilema renacentista, fue el único entre ellos que eligió a la vez las armas y las letras.

            Todo en Vargas Llosa es un oxímoron. El autor fastuosamente experimental de La casa verde es el realista decimonónico de Las cinco esquinas. Su devoción por la literatura libertina lo condujo a la explosión sensual de Elogio de la madrastra y en El sueño del celta mudó en el limeño mojigato incapaz de narrar el sadomasoquismo de su protagonista. Solía aborrecer las novelas de tesis y escribió El héroe discreto. Demolió el establisment en Las ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, y hoy lo encarna como pocos. Quiso ser presidente y terminó en marqués. Deploró la cercanía de García Márquez con Fidel, pero el invitado estrella en su 80 cumpleaños fue José María Aznar. Fue casi estalinista -Fuentes dixit- y hoy es casi neoliberal (el "casi" gracias a su imbatible lucidez), ganándose tantos fieles como adversarios, algo que parece fascinarle. Vilipendió la sociedad del espectáculo y terminó deslumbrado por la figura indispensable del Hola!.

            Poco importa que en el pasado defendiese a Cuba y que hoy la vapulee, que de joven comulgara con la ultraizquierda francesa

-"el sartrecillo valiente"- y en la madurez Popper lo tirase del caballo en el camino a Damasco, que en ocasiones se abra un abismo entre sus dichos y sus actos: lo asombroso no es tanto la cambiante firmeza de sus convicciones como la elegante ferocidad de su estilo. A mí hace tiempo que me resulta imposible coincidir con la mayor parte de sus opiniones, pero no puedo dejar de leerlo, de pelearme con él, de detestarlo y admirarlo en idénticas medidas: lo que uno sólo puede aspirar a hacer con un clásico.

            Como le ocurrió a Fuentes y a tantos otros, su meteórico ascenso desde que obtuvo el premio Biblioteca Breve a los veintiséis años se vio estremecido por el hito impensable -e inalcanzable- de Cien años de soledad. Batiéndose en silencio con su viejo amigo -más allá de los líos de faldas, a partir de entonces la igualdad amistosa era imposible-, fue capaz de engarzar otras dos obras maestras absolutas: La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo. Como otros de mis compañeros de generación, yo atesoro y me reconozco devoto de El pez en el agua, su doble memoria -no podía ser de otro modo- del nacimiento de su vocación literaria y de su fracaso político, quizás porque en ninguna otra de sus obras sus contradicciones se muestran de manera tan descarnada, tan a flor de piel.   

             Allí, Vargas Llosa supo conjurar, sacudir y vencer todos sus demonios: en la amargura de la derrota -ni más ni menos que ante Fujimori-, rescató su infancia y se liberó del fantasma de su padre. Y, de paso, recuperó la energía para reinventarse como escritor y para continuar experimentando la mayor de sus pasiones, esa que nos barre como un tsunami en cada uno de sus textos, incluso los menos afortunados: esa fuerza elemental, primitiva e irrefrenable que le ha permitido alcanzar, como a muy pocos grandes escritores en la historia, esa coincidentia oppositorum con que soñaban los escolásticos: la que une la vida con los libros.

 

Twitter: @jvolpi

            

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3 de abril de 2016
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