Anagrama ha publicado una novela atípica de Javier Montes, titulada Varados en Río, que sucede en...

Anagrama ha publicado una novela atípica de Javier Montes, titulada Varados en Río, que sucede en...
El maestro impresor malagueño Francisco Cumpián propone editar una antología de mis poemas compuesta e impresa en tipografía, sobre cartulina y papel verjurados, en un volumen encuadernado a mano.
Se acude al profesor Buil Oliván para que seleccione los poemas y escriba un prólogo y, al guardarlos, el ordenador los organiza alfabéticamente comprobando el profesor que el resultado otorga un nuevo sentido a la obra.
Es Joseph Chiquitilla, discípulo de Abraham Abulafia, quien, a finales del S XIII, progresa en la cábala lingüística, en la metafísica del lenguaje, en la combinatoria de letras, aplicándola luego a la Teoría de las Emanaciones (Sefiroth), teoría que recogerá en su tratado Puertas de Luz. Una luz que fija, con los sonidos de las palabras y la perfección de los signos, el pensamiento cabalístico que, en este caso, fruto del azaroso movimiento, también es pensamiento poético.
No hay nada comparable con la elección del presidente de los Estados Unidos. Desde las prolongadas primarias desparramadas entre enero y junio del año electoral hasta la compleja elección indirecta del primer mandatario el primer martes después el primer lunes de noviembre, todo es distinto y desmesurado, apasionante e incluso magnético para la opinión pública mundial.
No ha sido así siempre. La primera elección que fascinó al planeta entero, en plena guerra fría, fue la de John Fitzgerald Kennedy en 1960, cuando empezaba la era de la televisión. Contribuyeron la juventud, el glamour familiar y la religión del candidato demócrata, el catolicismo, precisamente la primera confesión que se identifica con la universalidad. Desde entonces, en todas las elecciones ha ido creciendo la atención de un mundo consciente del liderazgo de Washington y por tanto de las repercusiones que tendrá el cambio de presidente en cada uno de los países. Con Obama se produjo un nuevo salto. El actual presidente venció a Hillary Clinton en las primarias demócratas a partir de una narrativa de superación personal que se identifica con el combate de los afroamericanos contra las barreras racistas y la discriminación en una república que nació como esclavista. Obama, además de ser el primer afroamericano que pisa la Casa Blanca como presidente, es el presidente que más se parece al mundo tal como es, con el centro de gravedad en el Pacífico y no en el Atlántico, más africano y asiático que europeo, más mestizo que blanco.
Con la elección de este año aparece otra novedad. Ya no son las consecuencias de la llegada de Trump o de Clinton a la Casa Blanca lo que las convierten en unas elecciones de dimensión global, sino las ideas y pasiones políticas compartidas. Pocas cosas iluminan mejor la campaña de Trump como la campaña del Brexit y viceversa. Ambas demandan controles sobre las fronteras, suscitan el temor a los inmigrantes, alientan la nostalgia por una supuesta grandeza en declive y proponen recuperar el poder cedido o perdido, es decir, nada menos que la independencia.
El independentismo escocés acertó al caracterizar la campaña unionista para el referéndum como Proyecto Miedo. En vez de aportar argumentos para quedarse, Cameron exhibió los enormes percances que sufriría Escocia fuera del Reino Unido. Solo Gordon Brown supo contrarrestar en algo la pobreza argumental de los contrarios a la independencia.
Ahora Cameron está repitiendo la jugada y blande otra vez el Proyecto Miedo como manguera para apagar el fuego que él mismo ha encendido. También Gordon Brown ha salido al rescate de Europa con un solemne discurso desde la ruinas de Coventry. Pero ha sido el nuevo alcalde de Londres, Sadiq Khan, hijo de pakistaníes, quien ha encontrado el mejor argumento, con su denuncia del Proyecto Odio, que es el que califica al populismo de extrema derecha, rampante en todo occidente y capaz de proyectar los males del mundo global sobre los inmigrantes y propugnar el regreso a unos viejos e inútiles Estados nacionales, encerrados sobre sí mismos y sobre su identidad cultural e incluso étnica.
Poco a poco se van juntando las nubes en el horizonte, poco a poco se van haciendo más densas, poco a poco se tiñen de negro y comienzan a hincharse. La tormenta puede caer o no. Puede ser un diluvio o un chubasco. El caso es que todos miramos al cielo.
Los conservadores ingleses pusieron en marcha un mecanismo cada día más aventurado. En la época del absolutismo de la pantalla las consultas populares son el póquer de Satanás. Ayer mataron a una pobre diputada laborista. Los ingleses se despertaron viéndose irlandeses. Los reaccionarios americanos están aupando a un personaje a quien no es necesario oír, basta con ver a Trump moverse en un escenario para comprender que bordea la psicosis. Ese hombre, convertido en presidente, es una amenaza nuclear. ¿Cómo ha logrado sumar tanto apoyo? La dictadura de la pantalla impide que se entienda y recuerde lo que este energúmeno propone. Sólo la lectura sobre papel permitiría conocerlo.
En España se afianza una gente peligrosa apoyada, como en los casos anteriores, por millones de ciudadanos que ignoran por completo las intenciones de Podemos. ¿Son chavistas, comunistas, socialistas, católicos de Francisco, quemaiglesias de Rita, separatistas catalanes, vascos, gallegos y valencianos? Ni ellos lo saben. Son puro ruido mediático. Periodistas fondones les ven como jóvenes dirigentes. No quieren saber que cerrarán todo lo que no sea la voz de su amo.
A modo de guinda vuelve el espectro de Zapatero agitado por desesperados que quieren olvidar a sus ministras posando para Vogue, sus delirios sobre la grandeza económica de España justo cuando nos iban a expulsar de Europa, sus vilezas sobre la palabra "nación"... ¿Este es el modelo? Oscurece el cielo la risa de un dios idiota.
Rodrigo Fresán comenta la novela Cero K (Seix Barral) de Don DeLillo en Radar Libros de Página12 y...
Uno de los principios básicos de la propaganda según Goebbels es el principio de desfiguración, que consiste en “convertir cualquier anécdota del adversario, por pequeña que sea, en amenaza grave”.
Este principio va estrechamente unido al principio de omisión, que consiste en “acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y silenciar las noticias que favorecen al adversario, con la ayuda de medios afines.”
En España algunos partidos se han dedicado sistemáticamente a convertir pequeñas anécdotas de sus adversarios en amenazas de carácter casi apocalíptico, negándose a afrontar sus propios errores, a menudo descomunales. Y lo han hecho una y otra vez, con una insistencia tan estúpida que termina produciendo efectos indeseados. Cuando repites demasiado la misma sandez, acaba saliéndote el tiro por la culata. De ese principio tan básico se olvido Goebbels, como de otros muchos principios.
Los que se dedican a convertir anécdotas insignificantes del enemigo en amenazas demenciales o bien pierden las batallas o bien obtienen victorias pírricas.
Los famosos principios de Goebbels sólo funcionan de verdad en situaciones de opresión, donde para el opresor vale todo y puede desplegar a sus anchas todas las gamas de la mentira. Goebbels habla de la simplificación, de la desfiguración, de la vulgarización, de la desviación, del atavismo, de la unanimidad, pero se olvida de la idoneidad y de la oportunidad. A veces puede ser oportuna la repetición, pero a veces no, a veces puede ser oportuna la vulgarización, pero a veces no. Todo es tributario de la situación, en ese sentido todo político tendría que ser rigurosamente situacional y oportuno, que no es lo mismo que oportunista.
En lo que respecta a Goebbels, al no ordenar su teoría en torno a las leyes de la oportunidad y la idoneidad, todos sus principios no sirven para nada. Lo estamos viendo con una insistencia cruel.
Los nazis no triunfaron por sus alardes de propaganda rimbombante y kitsch. Los nazis triunfaron porque instauraron, ya desde antes de llegar al poder, el imperio del terror paramilitar y acallaron con sangre y tinieblas todas las bocas que se oponían a su sistema. Así triunfa hasta el más descerebrado.
No es inteligente basarse en ideas recibidas que no llevan a ninguna parte y apestan a miseria. En el teatro político se exige algo más que andar representando el monotema de la propia mezquindad, y es importante no olvidar que la generosidad es uno de los atributos de la inteligencia.
Los que lo basan todo en la omisión y la desfiguración, sólo consiguen desfigurarse a sí mismos, y de paso perder votos. La estrategia del embudo ni siquiera es recomendable cuando crees que todos los que te escuchan son unos obtusos.
Ha hecho correr mucha tinta, ociosa en buena parte, y hará correr mucha más, esperemos que al fin con provecho. Aunque la historia tan invocada termine acudiendo algún día a la cita, difícilmente será con aires de solemnidad celebratoria, porque difícilmente habrá algo que celebrar de tanta trascendencia histórica como la que algunos habían imaginado. No será por tanto una historia de hitos sino de meditaciones sobre acontecimientos vividos con improvisación y atolondramiento y celebrados con pompa y circunstancia cuando todavía falta la consistencia de la construcción que permanece. En buena parte, cabe ya adelantar algunos adjetivos sobre la peculiar filosofía de la historia que preside esta época declinante.
Se trataba, ante todo, de un proceso perentorio. Había que empezarlo ahora y terminarlo enseguida, sin pausas y en plazos precisos e improrrogables. Extraña paradoja para un recorrido de lentitud secular que de pronto se precipita, fuera ya de los tiempos históricos de los nacionalismos. Hay una cuestión de carácter, es cierto. Las nuevas generaciones que se han erigido en protagonistas del cambio no se sienten comprometidas con paciencia alguna. Al contrario, lo que quieren lo quieren ahora y en su totalidad, y creen que pueden quererlo y obtenerlo sin dilaciones. También hay una cuestión de oportunidad: las prisas se deben al temor respecto a la volatilidad de la coyuntura. Las crisis ?financiera, monetaria, institucional, migratoria, de fronteras, del Brexit? abrieron una ventana que muy pronto se cerrará sin remedio. Hay una causa para tanta velocidad, expresada por una fraseología política muy característica: ahora o nunca, tenemos prisa. La explicación es el carácter definitivo que se le presume al cambio de hegemonía. El propósito es hacer algo similar a una revolución, aunque la revolución de fondo, la auténtica, que es la que se da en las conciencias, ya se dé por hecha y se presente como una realidad indestructible. A partir de ahora solo se trata de acumular fuerzas, sabiendo que nada volverá a ser como antes. De ahí la irreversibilidad: puede que no sepamos a dónde vamos, pero seguro que no es el pasado. El autonomismo, el pactismo o el posibilismo no regresarán jamás, según requiere el dogma del catalanismo nuevo y plenamente emancipado.
Nada lo expresa tan bien como la metáfora de las pantallas pasadas, inspirada en los juegos digitales, propia de las generaciones más jóvenes. Por el momento la desmiente en los hechos el regreso a la reivindicación de la consulta ante el fracaso de la independencia perentoria programada para los 18 meses posteriores a las elecciones del 27S. Pero incluso este paso atrás, al igual que el paso al lado del líder carismático, o los numerosos percances, contratiempos y destrozos institucionales del soberanismo, quieren aparecer como circunstanciales y provisionales, pequeñas pausas o desviaciones previas a un renovado impulso en la recta final, un respiro para acumular fuerzas de cara a un proceso propiamente inmortal. Este es el argumento aceptado de las críticas a las prisas y los irrealismos formuladas desde dentro: como estas energías ya no se pierden, hay que seguir sumando fuerzas, con la firme convicción de que la cantidad terminará alumbrando el salto cualitativo. La independencia será un hecho por mero efecto de acumulación.
Todo esto no se entiende sin el carácter definitivo del proceso. Por extraño que parezca, que nos parezca, también los más jóvenes de ahora esperan algo definitivo y general. Y así lo supieron ver los más adultos sentados al volante, que respondieron al deseo de un futuro definitivo con el carácter ineluctable de sus propuestas, sus plazos y sus hojas de ruta. De una tacada cometieron dos pecados sobre los que deberán rendir cuentas. Mintieron. Y lo hicieron a sabiendas. Pecaron de tosco historicismo con un proceso inscrito en la esencia de una historia de desentendimiento sin remedio y de unas singularidades nacionales incompatibles que deberán culminar con la separación y la plenitud nacional.
Eran mentiras piadosas, o patrióticas. Lo hacían para seguir acumulando fuerzas, para recabar adhesiones al carro del triunfador. Un proceso que no fuera irreversible e ineluctable perdería mucho de su atractivo propagandístico. Nadie quiere verse apeado de la marcha ineluctable de la historia. Así es como se fabrica el monstruo hegeliano de una nación que obligatoriamente deberá encontrar un día al Estado que la está esperando en el momento quiliástico de la plenitud. Pero el determinismo anula la libertad y sin ella no hay ciudadanos con derechos y deberes. Que nadie espere cosechas de responsabilidad tras una siembra tan prolija en falacias y frivolidades.