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Los mundos visibles e invisibles de la ciencia ficción china

Hace un par de años un presentador de CCTV, el canal estatal de televisión más importante de China, anunció que pronto comenzarían una serie de entrevistas sobre ciencia ficción, ante lo cual más de cien personas en el estudio comenzaron a cantar: "¡Eliminemos la tiranía de los humanos! ¡El mundo pertenece a Trisolaris!" El presentador se mostró sorprendido: por lo visto, no había leído El problema de los tres cuerpos, la novela de Liu Cixin ganadora del Hugo -el premio más importante de la ciencia ficción-- que, con casi dos millones de ejemplares vendidos en el mundo, era en buena parte responsable de la popularidad de la versión china de este género.

Puede que para algunos una golondrina no haga verano, pero dos quizás sí: el premio Hugo a la mejor nouvelle de este año fue para Hao Jungfang, por Folding Beijing; esa nouvelle, junto a un par de cuentos de Cixin y una selección de otros cinco autores, se encuentra en Invisible Planets (Tor, 2016), una antología de ciencia ficción china contemporánea que sirve de entrada a este vasto universo. Ken Liu, el antologador y traductor, insiste con justeza en el prólogo que estos cuentos y nouvelles deberían ser juzgados por su valor literario universal; a la vez, sin embargo, también se puede leer la ciencia ficción china como, en palabras de la escritora Xia Jia, una "alegoría nacional en los tiempos de la globalización". Las grandes transformaciones sociales y económicas del país se reflejan en un género que juega siempre a dos bandas: imagina los "mundos invisibles" del futuro a la vez que dialoga y critica con los "mundos visibles" del presente.

En Folding Beijing, por ejemplo, Hao Jungfang ha encontrado una metáfora perfecta para hablar de las disparidades sociales y las brutales divisiones de clases: una ciudad dividida en Tres Espacios, que se va plegando y desplegando literalmente a lo largo de 48 horas de modo tal que los que viven en un Espacio jamás entran en contacto con los de los otros dos Espacios, y donde hasta las horas de luz son divididas de acuerdo a clases: quienes viven en el Primer Espacio tienen más derecho al sol. En esa ciudad quebrada se desplaza el procesador de basura Lao Dao, y su misión arriesgada será llevar un mensaje del Tercer al Primer Espacio (lo mueven razones económicas: necesita dinero para pagar la elevada pensión del kinder de su hija).   

Si bien la trama o el lenguaje de Folding Beijing no son muy originales, sí lo es ese Beijing quebrado que imagina Jungfang: los sueños de la China única, de la sociedad comunista igualitaria, han dado lugar a un estratificado monstruo del hiperdesarrollo. Hay otras ciudades distópicas en la antología, como la de Ma Boyong en "City of Silence", que actualiza el 1984 de Orwell: un mundo en que las "autoridades apropiadas" publican todos los días el listado de "palabras sanas" que pueden usar sus habitantes y las "protegidas" o prohibidas ("irónicamente, protegida era una palabra protegida"), y en el que todas las comunicaciones se llevan a cabo en la red, porque así es más fácil vigilar y censurar (el progreso tecnológico permite los sueños y pesadillas del presente); la rebelión comienza cuando grupos de gente se reunen en secreto a, simplemente, hablar y hacer cosas en libertad.

Hay mucha diversidad en Invisible Planets: el cyberpunk de Chien Qiufan, los cuentos de fantasmas en Xia Jia, el surrealismo de Tang Fei, el híbrido de fantasía y ciencia ficción de Cheng Jingbo, la visión épica de Liu Cixin ("The Circle", uno de los mejores de la antología, adapta una sección de El problema de los tres cuerpos para contar una historia alternativa ambientada en el 227 a.c. III, en el que se imagina la invención de la computadora). No todos los cuentos quedarán, pero un género que cuenta con Jungfang, Boyong y Cixin está en buenas manos en China.   

 

(La Tercera, 18 de diciembre 2016)

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18 de diciembre de 2016
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Poema 46

La voz de las personas

es una inmediata

habitación

limpia o seca,

suave o escarpada.

Cada voz ofrece

la sombra

de una construcción

interior

difícil y

altamente compleja

que se desarrolla

,sin embargo,

espontáneamente

y sin enmienda fácil.

La propia voz

significa a la vez

que la voz

es propia de sí.

Ajena

a la vista  

y no asociable 

verazmente

a otra identidad.

Cualquier

identidad

se independiza

a su vez

de su prestancia

o su desazón.

Escuché entonces

una voz

que fue una cura

una llama

apagándose

entre el fuego integral.

Esa voz

que me indicó

entonces

el camino

incipiente

de una consolación

Y he olvidado

si fue

tierna o transparente

o blanca y azul.

Su indecible

sonido

se concentró

enseguida,

como una bala,

sobre el centro

del  tímpano

Y allí dejé

de sollozar. 

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18 de diciembre de 2016
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Mujeres de ideas

Es la voz de una mujer que escribe. Dice cosas durísimas desde la puerta de atrás. Que la indiferencia del mundo fue difícil de soportar para hombres como Keats o Flaubert, pero “en el caso de las mujeres fue la hostilidad”. Que la historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es más interesante quizá que el relato de la emancipación misma. Que las mujeres han sido espejos mágicos dotados del poder de reflejar la silueta de un hombre a tamaño doble.
 
Es la voz de Clara Sanchis -amiga, actriz y articulista de La Vanguardia-, que hace un tiempo entró en las costuras de Virgnia Woolf. La primera vez que leyó “Una habitación propia” tuvo insomnio. Este verano regresó a su lectura, pensó que pedía a gritos ser dicho sobre un escenario y lo compartió con la directora María Ruíz con muchos tés y algunos whiskies. Reeditado con mimo este año por Elena Ramírez en Seix Barral, el texto es un gran desconocido, aunque el eco de su título resulte tan familiar; como el del "Ulises" de Joyce.
 
El movimiento feminista se apropió de la obra como mantra. Se trataba de dos conferencias impartidas por Woolf en dos sociedades literarias que le pidieron que hablara de las mujeres y la novela, hiladas. Era 1928. Una mujer no podía entrar en una biblioteca si no iba acompañada de un hombre. Tampoco podía beber alcohol o fumar tranquilamente en una butaca de terciopelo. La propia Woolf debía de aceptar trabajos alimenticios y halagar a quienes se los ofrecían. Su mensaje, tan pragmático como lúcido: las mujeres necesitan un mínimo de 500 libras al año y una habitación propia para escribir, para vivir, para ser. Llegó a decir que era más importante que el derecho a votar, y pidió excusas por ser tan materialista.
 
El pasado 5 de diciembre, en la sala pequeña del Teatro Pavón Kamikaze, dirigido por Miguel del Arco, Clara, María y Virginia tuvieron una habitación propia. A un palmo del espectador, respirando el mismo aliento -una experiencia cada vez más en boga en los teatros de Madrid-, la actriz lagrimea, ríe o toca el piano con la misma destreza con la que hace reír o emociona. Trágica, irónica, convincente, traslada la compasión a los hombres, les exculpa de lo que incluso ellos nunca decidieron, mecidos por el sistema, como parte de la corriente domesticada.
 
Sin publicidad y apenas presupuesto, el boca a oreja corrió rabioso, y todas las entradas, hasta el 26 de diciembre, están agotadas. Ya está asegurada su reposición en primavera, cuando la actriz haya terminado la segunda vuelta de "El Alcalde de Zalamea" en El Teatro de la Comedia de Madrid.Y luego "Festen" de Thomas Vintenberg, en marzo, con el Centro Dramático Nacional, versión y dirección de Magüi Mira: “alias mi madre, con la que hace 15 años que no trabajo y lo estoy deseando”, asegura.
 
Clara es hija de cómicos en el mayor sentido: la bergsiana Magüi Mira, y el beckettiano Sanchis Sinisterra. Parece surgida del pincel de los prerrafaelitas o la bohemia aristocrática de Bloomsbury. Pasea su finura con su inseparable ironía, y una voluntad de vivir en minúsculas. Y es tan creíble como Woolf que como Santa Teresa, que interpretó a las órdenes de Mayorga. “Las actrices siempre estamos haciendo teatro de emociones, y es muy difícil que accedamos a personajes de ideas. Yo querría hacer Julio César o Hamlet, no de Ofelia, que se suicida… Nuestros personajes giran entorno a los hombres, casi siempre son enamoradas. Por ello hacer de Virginia o Teresa es un regalo, ambas son mujeres con un enorme sentido práctico, porque las dos ven con claridad la importancia de que las mujeres tengan recursos materiales”, asegura Sanchis, a quien siempre le acentúan, incorrectamente, el apellido.
 
En una de las funciones, donde los pies de la primera fila entran en escena, cuando la actriz les dice a las mujeres que no han hecho ningún descubrimiento importante, que no derribaron imperios ni escribieron las obas de Shakeaspeare, y pregunta “¿qué excusa tenéis?”. Una mujer madura, en el instante de silencio, suspiró profundamente y exclamó "¡Ay…!"; Sanchis  paró la función y asintió con la cabeza: “y seguimos la función la señora y yo”. Hace unos años probablemente se hubiera dicho, a la manera de Santa Teresa, “esto es un disparate de mujeres”. Hoy, con la urgencia de barrer los últimos prejuicios, hombres y mujeres agotan las entradas.
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18 de diciembre de 2016
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Poema 45

El decaimiento y

la mala salud

cubren, en la vida,

tiempos muy largos

que, a menudo,

se presentan 

como el curso natural

de seguir aquí.  

Dolores silentes

engastados en

el seno de la carne

como piedras

obvias del ser.

Del ser vivo que

discurre

con sus

o alhajas heridas

hacia el esmerilado

cristal

de una muerte

común.

Una muerte

,vista entonces,

como la borda

de obsidiana o de charol.

Fin sonido ni olor. 

Apenas, si acaso,

un gemido la ameniza

y una tez violada

la maquilla.

Y de ahí, 

que yo hubiera perdido

la lisonja de la mente,

el jolgorio

o el brinco

del corazón.  

Cualquier fiera

puede

arrancarnos

un bocado

del pecho

y, decidir,

en lo sucesivo,

tomar un lado

en nuestra cama

en la ducha

o en el mantel.

Muerte inseparable

que succiona

la linfa dulzona

y deposita en su curso

,vacío,

un puñado de hormigas.

Hormigas suicidas,

negras hormigas

inclinadas a sucumbir

junto a los pulmones

hospitalarios.

Albos pulmones 

ajenos

pero, ahora, de su mismo

cantón.

Fue este su destino hormiguero

su criminal razón de ser

¿O será mío este sino  

puesto que tales insectos

no vienen a alojarse

en mis vanos

sino que fueron

obra de mis intersticios.

Género de mis anfractuosidades.

Escabrosidades que mi cuerpo

segregaba 

como una manifestación

natural de su estilo,

su tamaño

y su paupérrimo

vigor.  

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17 de diciembre de 2016
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Poema 44

Hacía

tantos meses

que no experimentaba

alegría

que había

olvidado 

la belleza

de su acidez.

Este intervalo

hoy

de inesperado júbilo

ha izado escultura 

temporalmente feliz.

Una figura de

caramelo meloso

inconsistente o

disolvente...

¿Pero qué otra

disolución

continua 

no se vive al vivir?

¿Qué racimo de

uvas dulces

no perdió pronto

su dichosa humedad

y eligió

producir

objetos y personas

cada vez más rancias?

Objetos y personas

de pieles satinadas

y ojos fulgentes antes

y de sexos opacos

ahora.  

Desecados  

en el arrugado

y sumiso 

reino

de la caducidad.

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16 de diciembre de 2016
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Botas de lluvia suecas

 

 Se supone que tras escuchar el fatídico “Caballero, la ciencia ya no puede hacer nada más por usted”, el así desahuciado empieza a traspasar la difusa divisoria entre la vida y la muerte y se adentra en ella hasta terminar desapareciendo incluso de la memoria. ¿Quién dice usted? No, lo siento, nunca he oído hablar de esa persona que menciona. Es posible que haya vivido aquí, pero seguramente fue hace mucho tiempo. Adiós.

En enero de 2014, cuando ya estaba inmerso en la redacción de Botas de lluvia suecas,  a Henning Mankell le descubrieron un tumor maligno y ya incurable (metástasis) El epílogo de esta que iba a ser su última novela lo firmó casi un año más tarde en Antibes, en marzo de 2015, y murió en el mes de octubre de ese mismo año. Leyendo sus memorias, o espigando en las entrevistas concedidas por aquellas fechas, queda muy claro que no tenía ningunas ganas de morirse y que de haber tenido ocasión aún le hubiese dado unas cuantas oportunidades más a Wallander y al resto de personajes que bajo diferentes nombres pero dotados de un indisimulado parentesco entre sí le han acompañado a lo largo de su prolongada y fecunda producción artística. Ello no por no hablar de los innumerables proyectos de orden social y cultural que tenía en marcha o de los frentes políticos que se le abrían de continuo y que hubiese preferido llevar hasta el final.

Aunque resulte decididamente morboso parece inevitable que el lector, mientras se sumerge en el Mankell de siempre, se plantee  hasta qué punto la conciencia de estar desahuciado, o el progresivo e inevitable decaimiento físico provocado por su situación, llegó a afectar al escritor hasta el punto de infiltrarse en su escritura y a condicionar la calidad o el desarrollo de la misma.

Es indudable que en ocasiones parece como si Mankell, de manera consciente o no, quisiera compartir su angustia y buscase algún tipo de complicidad con el lector.  El protagonista de Botas de lluvia suecas es un cirujano que desgració de por vida a una paciente (a la que amputó el brazo sano) y que el lector fiel a Mankell ya conoce por una novela anterior titulada Zapatos italianos. Es un hombre mayor, con una trayectoria profesional arruinada debido a que aquel error fue tan injustificable que ni siquiera él ha logrado perdonarse. En su anterior aparición, el  desterrado veía perturbados sus doce últimos doce años  soledad por la llegada a su isla de Harriet Hörnfeldt, una antigua amante a la que abandonó si justificación alguna y que ahora regresa a su vida caminando sobre el hielo, cric,crack, ¡con la ayuda de un andador! Años después de aquella visita que le dejó como herencia la aparición de una hija de treinta años cuya existencia desconocía, Frederik Weslin, vuelve a ver convulsionada su apartada existencia por un incendio que arrasa hasta los cimientos la casa de sus abuelos. En sus prisas por salvarse de las llamas se echa por encima un impermeable y se calza unas botas de lluvia que por desgracia resultan ser las dos del pie izquierdo. Todas sus restantes posesiones y bienes y notas y escritos y recuerdos han quedado reducidos a una maloliente masa de cenizas.

Al plantear una situación tan ambigua (un hombre ya mayor y cansado que acaba de quedarse sin nada y debe decidir si empieza a reconstruir su vida desde cero o bien si puede tirar con lo puesto hasta el final) Mankell si situó en un terreno en el que realidad y ficción tenían que solaparse por fuerza. En una de las muchas evocaciones a las que se entrega el anciano, por ejemplo, se cita el caso de un atlético joven que acude a un hospital convencido de padecer una hernia discal y le detectan un cáncer de pulmón que ya ha hecho metástasis, por lo que el dolorcillo en el cuello es una consecuencia de las células malignas que el tumor está expandiendo. No por casualidad ése fue el caso de Mankell cuando acudió al médico para tratarse lo que él creía una molesta tortícolis. Lo mismo cabe decir de ese otro personaje que se queja de que “ya no se enseña a la gente a morir”, o las diversas alusiones a la muerte que surgen aquí y allá.

Pero ojo porque  Botas de lluvia suecas no es un largo adiós y mucho menos un lacrimógeno testimonio autocompasivo  del tipo qué he hecho yo para merecer esto. Es verdad que muchas veces parecen coincidir el discurso de Frederik Weslin y lo que Mankell debía de estar sintiendo en ese momento. Pero las que mandan son la lógica y la coherencia literarias, y en caso de discrepancia entre ficción y  realidad se resuelve en favor de la primera. No obstante, sí cabe señalar un matiz diferenciador con respecto a escritos anteriores. En la obra de Mankell la soledad es un imperativo absoluto, el principio más fuerte como si dijéramos, al que es inútil oponerse porque forma parte de la condición humana.

En esta novela, como en las anteriores, los personajes son huraños, antipáticos, distantes y sin el menor gusto por los placeres sencillos (la comida, la bebida, compartir un cigarro y una cerveza viendo atardecer). A pesar de lo cual es perceptible una apuesta por la compañía de otros. Que no te libran de la soledad ni te permiten salvar la barrera del aislamiento, pero que están ahí y ya que no afecto al menos merecen atención y hasta tomarse la molestia de  reconstruir una casa para ofrecer un refugio frente a la intemperie. Como suele decirse, sin fe pero con esperanza. Y algo es algo.

 

Botas de lluvia suecas

Henning Mankell

Traducción de Gemma Pecharromán Miguel

Tusquets

 

 

 

 

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16 de diciembre de 2016
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Obligaciones soberanas

La idea de un mundo gobernado es ajena a la mentalidad de quienes, como Donald Trump, propugnan el regreso de Estados Unidos a una grandeza perdida con la regla de oro de situar el interés de su país por encima de cualquier cosa. Aunque America First es lo más parecido al espanto del prohibido Deustchland über alles, nada en los nombramientos del presidente electo desmiente hasta ahora este nuevo rumbo guiado por el interés de las grandes empresas estadounidenses a costa de sembrar el caos en el resto del planeta.

En la próxima administración serán numerosos y brillarán los guerreros negacionistas del cambio climático: el secretario de Energía, Rick Perry, quería eliminar su departamento cuando fue candidato en las primarias republicanas; el de Interior, Ryan Zinke, es un enemigo declarado de los ecologistas; el de Medio Ambiente, Scott Pruitt nunca ha creído en el objeto que trata su agencia; y el de Estado, Rex Tillerson, presidente de Exxon-Mobil, cuenta como bazas su amistad con Putin y la envergadura de la empresa que ha presidido hasta ahora, capaz de contravenir los intereses de su propio gobierno, como sucedió en Irak, donde se alió con los kurdos en detrimento del gobierno de Bagdad.

Soberanía no es únicamente dominio, sino sobre todo responsabilidad, especialmente respecto a la población. Un Estado que no garantiza la vida y las libertades de sus ciudadanos no merece su reconocimiento como legítimamente soberano. Se trata de la responsabilidad de proteger que abre la puerta al derecho de injerencia y tuvo su momento culminante, y probablemente último en muchos años, en la intervención de la OTAN en Libia, cuando la protección de la población rebelde de Bengazi ante la ofensiva militar de Gadafi llevó a un cambio de régimen, tarea para la que nadie tenía autorización legal.

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha superado de un manotazo todo el debate sobre el orden internacional y las limitaciones a la soberanía de los Estados. Con los populismos regresan los deseos de soberanía nacional en competencia entre Estados dispuestos a perjudicar al vecino en una selva hobbesiana donde se impone la ley del más fuerte. Para la diplomacia y la comunidad de las relaciones internacionales, esta regresión es lo más parecido a una catástrofe. De ahí que la veterana revista Foreign Affairs, surgida en 1922 al calor del internacionalismo wilsoniano, haya querido en su próximo número ofrecer un abanico de ideas que puedan servir como alternativa al vacío trumpista. Entre ellas destaca el concepto de obligaciones soberanas, que son las que tiene todo Estado respecto a los otros Estados y a los ciudadanos del resto del mundo. El padre de dicho concepto, que hace responsable del futuro del planeta a quienes emiten más gases a la atmósfera y producen más combustibles fósiles, es Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, la institución que edita la revista. Haass es un republicano centrista, que trabajó con George W. Bush. Su nombre, que circuló en las listas para ocupar el puesto de secretario de Estado, hubiera sido una enmienda a la totalidad del Trump que estamos conociendo hasta ahora.

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15 de diciembre de 2016
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Poema 43

El semblante

por antonomasia

es el semblante

del perro

o de la perra

que presentan

dos planos homologados

de la misma faz.

Los pájaros carecen,

sin embargo,

de  esta dúplica  

afectiva en su rostro

a causa

de su típica impertinencia

facial,

obra del pico.

divisorio y neandertal.

Un pájaro

no sabrá besar

nunca

ni  podrá,  

en consecuencia

dar  la felicidad

de amantar.

Establecer un contacto

con sus labios

picudos

carece de sentido

sufre y carece de sensualidad.

Los perros son

excesivamente babosos

desmedidamente bucales

pero su amor tan mamífero

hace soportar

en parte,

su perfil pérfido

feo o lavado

y sus garras

sin apropiado control.   

Hasta sus ojos disparados

en una y otra opuesta dirección

hacen rechazar

su sintonía

humanitaria

cuando son heroicos.  

Se ama, en general, a los animales

como seres vivientes

también

de este perro mundo,

pero es admirable  

quienes hallan

en su amor

un amor sucedáneo

o paliativo de la soledad

Cuando, de hecho,

no hay igualdad alguna

respecto a la complejidad

humana. Feliz o desdichada.

Los perros ladran

y se excitan inadecuadamente

o incluso de forma obscena.

Inapropiadamente, en fin

puesto que gimen

o palpitan desaguisadamente.

Los pájaros son

,en general,

y en otro extremo

el colmo

de la frugalidad comunicativa

o de la mezquindad  mental.

Hay excepciones,

claro está,

pero, como tales,

dan pie a películas

aflictivas

o hacer llorar.

El pájaro carece

de capacidad de amar

voluptuosamente.

No conoce otra pasión

fuera del nido.

Distantes o  epicenos

habituales

nuestro cariños

y el suyo

quedan blindados

entre las plumas.

Un  milagro, de otra parte,

de la comunicación

o la incomunicación.

El  perro se sobrepasa

en el cariño

e inspira lástima

el pájaro no accede

e inspira, a menudo, indiferencia.

Seríamos, sin embargo,

todos unos

arracimados y solidarios

al morir.

Felices juntos

bajo una devastación

nuclear. 

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15 de diciembre de 2016
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