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Una patada en el hormiguero

Para Trump no hay principio inmutable ni idea que no merezca ser cuestionada. Ahora hay que poner en duda la política de Una Sola China, el axioma acordado en 1972 en Pekín entre Mao y Nixon y respetado por las cuatro generaciones de sucesores del Gran Timonel y ocho presidentes de los Estados Unidos.

Henry Kissinger fue el artífice de aquel viaje presidencial y de la apertura que situó de nuevo a China en el mundo, sentó las bases de la globalización y condujo a la Unión Soviética al jaque mate. Sus fundamentos están recogidos en un medido texto de conclusiones, el Comunicado de Shanghai, donde se dice que "EEUU reconocen que todos los chinos de ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que no hay más que una China y que Taiwán forma parte de esta última". La declaración condujo a la apertura de relaciones diplomáticas con Pekín y a la marginación de la China nacionalista, que había combatido y perdido la guerra civil frente a los comunistas, convertida en un mero socio oficioso y receptor de ayuda defensiva estadounidense.

Cuando Kissinger escribió su libro Sobre China, en 2011, advirtió que el equilibrio mantenido durante 40 años "exigirá habilidad y sentido de Estado para evitar una deriva hacia un punto en el que ambas partes se sientan obligadas a poner a prueba la firmeza y la naturaleza de las convicciones mutuas". Esto es lo que acaba de suceder con la llamada de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, a Donald Trump, la primera de tan alto nivel que se produce desde 1979, inmediatamente leída en Pekín, en Taipéi y naturalmente en Washington, como un abierto cuestionamiento de la política de Una Sola China.

Además de su política hacia China, Trump ha extendido sus dudas sobre al menos otras cinco piezas cruciales de la estabilidad global, como son el artículo 5 del Tratado Atlántico, por el que sus firmantes se comprometen a defender a cualquiera de los socios en caso de ataque; el Pacto con Japón, por el que Washington extiende su paraguas de seguridad sobre el país nipón; el Tratado de No proliferación de Armas Nucleares, erosionado por sus declaraciones en favor de que Japón y Corea del Sur se defiendan por su cuenta; la relación equilibrada respecto a India y Pakistán, que mantienen un virulento contencioso territorial y cuentan con el arma nuclear; y el mantenimiento del actual estatus de Jerusalén como ciudad compartida por árabes y judíos.

El carácter imprevisible y errático de Trump no es únicamente un elemento perturbador que impide hacer previsiones sobre el futuro, sino que ya se ha revelado como un buen instrumento para quienes quieren destruir el actual status quo, sean grupos ideológicos o de presión estadounidenses o sean intereses extranjeros, como pueden ser los de Rusia o Taiwán, a veces bien representados en Washington. Solo con su campaña electoral y sus primeros gestos como presidente electo ha conseguido socavar los pilares conceptuales del actual orden. Si algo sabemos ya de su política exterior es que será profundamente revisionista y que pasará a la historia al menos como el presidente que dio la patada en el hormiguero.

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8 de diciembre de 2016
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Autoengaños

El ser humano, a pesar de todo, se quiere. Incluso el depresivo, que halla razón para morir un poco cada día, toma su pastilla para vencer la bilis negra que lo corroe. Enmascaramos la realidad con fogonazos de ilusiones que se evaporan una vez las conseguimos. Creemos que la edad viene de otra parte, como asegura Marc Augé en un librito delicioso, El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo Editora), “que las cosas han cambiado sin pedirnos nuestro parecer y es la razón por la cual no las reconocemos”. Nos atrevemos a decir: este libro ha envejecido mal, aunque seamos nosotros los que hemos variado de percepción con el paso del tiempo. Y a pesar de que las cosas no vayan mal del todo, hay noches en que nos sentimos como una auténtica piltrafa porque alguna emoción nos ha noqueado; noches en las que prevalece un abatimiento que nos ha secuestrado por encima de la verdad.
La palabra del 2016 según el Diccionario Oxford, post-truth (posverdad), ha sido profusamente utilizada para entender el nuevo mundo que desafina –el Brexit, Trump y el auge del populismo de extrema derecha–. Aseguraba The Economist que el presidente electo es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que “se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real”.
Me resulta imposible afirmar que lo factual es menos influyente que lo emocional. Pero no cabe duda de que vivimos instalados en la era del fake: importa más la apariencia que la autenticidad. Y por otro lado, parece que la verdad no interesa a esos votantes que, sacudidos por un vendaval nostálgico, alimentan pasiones temerarias: reivindican un pasado que no han conocido y utopías ya disipadas: la de un mundo lavado en seco, que no se arruga ni encoge.
Dicen que los hombres mienten seis veces al día y las mujeres tres. “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”, aseguraba Anatole France, que pese a su provocadora afirmación apoyó incondicionalmente a Zola con su “Yo acuso” en el caso Dreyfus. Tanto, que devolvió su Legión de Honor cuando la condecoración le fue retirada a su colega debido a su alegato en favor del capitán, de origen judío, falsamente acusado de alta traición. Si en aquella época, las emociones y creencias dominantes se hubiesen pesado, Alfred Dreyfus no hubiera sido rehabilitado. Se hubiese tratado de un caso de posverdad avant la lettre, pero al engaño y al descrédito se les enfrentó entonces la verdad, fría, incluso a contracorriente.
Hoy, a tenor de los enardecidos populismos que desprestigian el sistema, la aceptación de la posverdad demuestra cuánta ansia y predisposición existen para disculpar la mentira hasta tragarla con gusto, pura experiencia posmoderna.
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7 de diciembre de 2016
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Poema 37

Sinceramente,

no me parece mal

o inconveniente

morirme enseguida.

Otros amigos admirables

han fallecido

antes que yo. 

Y, 74 años,

es una edad idónea

que justifica morir.

Tuve miedo a la muerte

desde los diez o doce años.

Tuve miedo a la muerte

el mismo año pasado

pero esto fue debido,

supongo, a que no concebía realmente

la verdad de morir.

Ahora es el pan de casi cada día.

El diagnóstico natural

El natural menú.

 

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7 de diciembre de 2016
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Al final las urnas deciden

El derecho a decidir es una de las consignas más exitosas de la reciente historia política española. Forma parte de la idea más elemental sobre la libertad que podamos decidir, personal o colectivamente, en todos los ámbitos de nuestras vidas. ¿Quién puede oponerse?

El derecho a decidir puede ser un eufemismo, una nueva versión del derecho de autodeterminación, reconocido hasta ahora para los pueblos colonizados, pero que no incluye a aquellas partes de países democráticos y regidos por Estados de derecho que pretenden separarse y convertirse en un sujeto internacional diferenciado.

Este derecho a decidir ha llegado en el caso catalán a un callejón sin salida. No tienen una mayoría suficiente los partidarios de la independencia que lo reclaman y hay a la vez una mayoría parlamentaria en España que lo rechaza taxativamente. El diálogo se revela imposible: el independentismo catalán solo quiere dialogar y pactar sobre cómo ejercerlo y el grueso de las fuerzas parlamentarias españolas puede dialogar y pactar sobre muchas cosas pero en absoluto sobre el derecho a decidir.

Para salir del atasco, quizás convendría que el derecho a decidir ampliara su significado. Puede servir la sentencia del Tribunal Constitucional que anulaba la Declaración de Soberanía del Parlamento Catalán, y lo identifica con el principio democrático, un "valor superior de nuestro ordenamiento" que "reclama la mayor identidad posible entre gobernantes y gobernados" e "impone que la formación de la voluntad se articule a través de un procedimiento en el que opera el principio mayoritario".

El punto de partida es conocido: una sentencia precisamente del TC que anuló un Estatuto, el de Cataluña, aprobado por tres cámaras parlamentarias ?Parlamento catalán, Congreso y Senado españoles? y ratificado por la ciudadanía de Cataluña en referéndum. Siguiendo la lógica del TC, el camino para resolver el atasco lleva a que las tres cámaras, más la ciudadanía catalana, e incluso la ciudadanía española, aprueben un nuevo bloque constitucional para Cataluña que restaure el consenso ahora roto entre gobierno y gobernados.

Hay algunas fórmulas a mano para tal operación. No sirve la que reclama el independentismo, pues no superaría las pruebas parlamentarias y refrendarias. Hay otra, una reforma constitucional, que podría pasarlas si consigue encontrar el equilibrio entre estabilidad y cambio capaz de convencer a todos. Hay una más, que bien puede completar y mejorar la anterior, que es la propuesta de Miguel Herrero de Miñon de añadir una disposición adicional a la Constitución en la que se reconozca la singularidad catalana dentro de España.

De momento, las dos partes no están por la labor. Ni siquiera hay acuerdo en sentarse en una comisión del Congreso para discutir abiertamente de estas y otras propuestas. El nuevo punto de partida debe ser este diálogo abierto. El de llegada, las urnas, donde deben encontrarse todos los ciudadanos en un nuevo consenso. Si se hace bien, eso será el derecho a decidir.

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7 de diciembre de 2016
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El sueño de vivir en una novela de Eduardo Mendoza

¿La peor pesadilla? Vivir dentro de una novela de Franz Kafka. Cuando sus personajes despiertan de sueños inquietantes,  en realidad se están sumergiendo en mundos de terror. El despertar de la cucaracha de ‘La metamorfosis’ es casi tan horrendo que el del insecto aplastado por la burocracia en ‘El proceso’.

¿La segunda peor pesadilla? Soñar con encontrarse en medio de una batalla de Tolkien o de Borges. En las de ‘El señor de los anillos’, el terror es morir como un valiente y sentir que no valió la pena. En el de los cuentos borgeanos, darse cuenta en el último instante que el destino de uno es morir como un cobarde.

¿El sueño más aburrido? Verse encerrado en un cuento de Salinger, John Cheever o Alice Munro y entender que las mínimas incidencias domésticas serán la gran épica que nos espera, y que no hay despertar que nos salve del tedio trágico.

Pero si me preguntan a mí, existe un feliz sueño literario. Hay un mundo de novelas en el que me gustaría vivir y no despertar jamás. Son las obras felices del flamante y merecido Premio Cervantes Eduardo Mendoza.

En las novelas ‘serias’ de Mendoza, como la ambiciosa y brillante ‘La ciudad de los prodigios’, las peripecias no dejan de suceder con puntual sorpresa, y los personajes acarician e insultan con la precisión exacta de los cultos ingleses o catalanes. En la hilarante ‘Sin noticias de Gurb’, el lector se troncha de risa en el mismo segundo en que entiende que le acaban de contar una metáfora perfecta del poder y la corrupción de nuestra era. En la libérrima parábola bíblica ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’ los personajes del Nuevo Testamento se reinventan divertidos, con una aceptación de las otras formas de vivir del ‘otro’ que sigue siendo hoy un sueño de apertura y tolerancia. Incluso en su última novela, la imperfecta ‘El secreto de la modelo extraviada’, las ideas serias y las causas flamígeras de hoy se desarman desde la parodia y el humor.

“Mendoza me hace reír y me emociona y me hace pensar”, dice Javier Cercas. Juan Marsé rescata de su colega “la claridad, la vivacidad, el sentido común literario”. Jonathan Holland le encomia “la combinación de un tono jocoso y una seriedad total”. El juguetón Llàtzer Moix le agradece que transforme “el placer del narrador en una fiesta para el lector”. 

Vivir en una novela de Eduardo Mendoza es sentirse flotar en la levedad de lo profundo. ¿Qué más podemos soñar en estos tiempos de fanáticos, de solemnes, de pagados de sí mismos y de mentecatos? 

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6 de diciembre de 2016
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Poema 36

Veo hoy (hoy)

a una mujer (una mujer),

largamente adorada por mi sexo,

como un arbusto

de adelfas descoloridas

y amargas.

Un espíritu áspero,

antes tan cariñoso,

roído hoy (hoy)

por la insignia

de la mezquindad natural.

Aquel indecible corazón

de amapolas y diamantes  

se  ha convertido hoy (ahora)  

en una composición

de areniscas y sedimentos  

donde el dinero, el cálculo,

y la desafección

desdicen  

aquella mágica

naturaleza de su ser enamorado.

Entonces, digo yo (yo)

cuando era una mujer

que más allá

del pecho, la ternura

o la tibia cueva sexual

ofrecía una porción

sagrada de su corazón

cenital.

Regalaba sin tasa

la  dicha magnífica

como una continuación

natural de su amor incondicional.

Sin cálculos ni perspectivas.

Torre de oro

del incalculable amor

de la mujer (una mujer).

Es así, en suma,

como esta construcción

tan tierna y pasional

ha venido a derivar

en arena muy vulgar.

Sin aviso y sin credencial

ha devenido

en una pila

de minerales amargos.

Adelfas venenosas

o basuras, propiamente dichas.

Simplemente (simplemente)

en objetos de precio marcado.

Entregas comerciales

de supermercado

y procedimiento  mercantil.

No ya maternal ni sexual

sino sistema

de pesas y medidas

como acaso yo (yo)

sin saberlo hasta hoy (hoy)

Veo convertirse

En desechos del amor femenino,  

cuando deseca

el  almíbar de su sexo

y se  transforma

ineludiblemente

en una barrizada,

donde la pasión

se embarranca

en el secano

como una plaga

de matojos sin agua

reptiles vegetarianos

sin asomo  de dulzura

o de piedad. 

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6 de diciembre de 2016
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Feminizaciones

Hay palabras que desnudan su complejidad a fuerza de repetirlas. Se dan importancia a sí mismas pero con el tiempo se van desinflando, pierden su lustre y se hacen cansinas. Me refiero, entre otros, a la entrada empoderamiento, actualizada por la RAE, que resume la toma de poder por parte de un individuo o grupo social que carecía de él, utilizada como eslabón en la lucha contra la discriminación. Hasta que llegó de fuera, empoderar significaba en español apropiarse de algo. Pero después de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín nos llenó la boca. Parecía una palabra efectiva, como si al invocarla cien mujeres fuesen a pasar a ocupar los primeros cargos de lo que fuera y dejaran de ser pobres –cuestión que sigue siendo el principal escollo para la igualdad porque la pobreza es mayoritariamente femenina–. “¿Es menos útil al mundo la mujer de limpiezas que ha criado a ocho niños que el abogado que ha hecho cien mil libras?”, se preguntaba Virginia Woolf en Una habitación propia, y daba por hecho que en cien años las mujeres habrían dejado de ser un sexo protegido, que la niñera repartiría carbón y la tendera conduciría una locomotora. Woolf no se equivocaba, aunque los ejemplos de la máquina de tren y el carbón hayan caducado, las mujeres siguen limpiando y criando.
Desde hace años venimos hablando de la feminización del mundo, de la prensa o incluso de la economía. ¿Qué significa? ¿Mayor empatía, dulzura, conexión o altruismo? ¿Educación de las emociones? ¿Función de los detalles? Cuando algunos hombres, el último Pablo Iglesias, hablan de la necesaria feminización de la política en términos de “cuidar del que se tiene al lado”, no hay duda de que sobrevuela y pervive el mito de la madre. Cuidadoras eternas que procuran el disfrute y la calma de todos, sin esperar nada a cambio, generosas y desinteresadas, profesionales que renuncian a ascensos para poder conciliar, hasta el punto de olvidarse de sí mismas. Pero, ¿no deberían moderarse esas cualidades, o en todo caso repartirlas entre ambos sexos?
Se dice que la verdadera igualdad llegará cuando existan tantas señoras inútiles como señores en los puestos de mando. Menudo precio. Prepotentes, competitivas, envidiosas, frías… haberlas haylas. En el choque de un género contra el otro prende una perversión propia de trileros, lejos aún de celebrar las diferencias como iguales. Fundéu, la Fundación del Español Urgente, acaba de recoger el término sororidad, que alude “a la relación de solidaridad entre mujeres”. De ahí que, en lugar de la raíz latina frater (hermano), tome como base su equivalente femenino: soror. El término de moda exalta la hermandad femenina, sin embargo, antes de que envejezca la palabra, deberíamos advertir que la adhesión, la colaboración y la camaradería no sólo son cuestiones de mujeres. Esa es la fatalidad. Y el anacronismo: que lo masculino y lo femenino jueguen en equipos contrarios.
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5 de diciembre de 2016
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Pueblos del mundo y 7

SACERDOTISAS DE LA ISLA FORMOSA. En la isla Formosa las mujeres son las que ejercen esta importante dignidad; ellas son las que anuncian la voluntad de Dios; ellas susurran extraños discursos, hacen particulares contorsiones, lanzan horribles aullidos y cuando están enardecidas se echan por tierra, suben a los techos de las pagodas, se descubren de cintura hacia arriba, se azotan hasta acardenalarse, al tiempo que orinan cuanto pueden sobre la multitud devota y, concluida esta operación, se desnudan enteramente y se lavan en presencia de los fieles. Celebran misa con una hostia negra y practican con sabiduría la megalantropogonesia: enseñan a las mujeres a concebir los hijos con la forma deseada; en esa isla son muy apreciados los carneros de gruesa lana y las criaturas humanas con barba blanca a imagen de Moisés.

 

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5 de diciembre de 2016
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Poema 35

De creer

en lo absoluto

pasamos

a conformarnos

con el menú.

No teníamos

En cuenta

los límites

de las avenidas.  

Esperábamos que el mar

no cesara nunca de crecer.

Los hijos también

nos miraban

sin límite

y dedujimos,

mirando al frente,

que el horizonte

jamás

se llegaría

a alcanzar.

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5 de diciembre de 2016
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Que sean seguros los puentes de diálogo

El verso manoseado más que citado de Espriu no pide que se extiendan los puentes de diálogo sino que sean seguros, es decir, que no se nos hundan bajo los pies. Pertenece a un poema de 'La pell de brau' en el que el poeta entona una plegaria por Sepharad, para que "viva eternamente, en el orden y en la paz, en el trabajo y en la difícil y merecida libertad".

No se trata de reanudar el diálogo, sino de hacerlo de forma cierta y segura. Que el puente sea auténtico, no un artefacto de cartón piedra. Que no se nos rompa en cuanto lo carguemos con el peso excesivo de nuestros argumentos. Hay que leer, en todo caso, los versos que siguen para entender su significado pleno: "y trata de comprender y amar las razones y las hablas diversas de tus hijos".

El consejo del poeta es conocido: el diálogo exige calzarse los zapatos del otro, comprender sus razones y luego incluso amarlas, momento en que el diálogo da sus frutos de pacto y de concordia. En el caso de Sepharad, de España quiero decir, no basta con tratar de comprender y amar las razones del otro, sino que el poeta nos aconseja que comprendamos y amemos sus formas de hablar distintas, sus lenguas.

Pero Sepharad no existe, Espriu ya no sirve, el diálogo hispánico se ha terminado, según anunció Pujol en 2009, un año antes de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. El Partido Popular llevaba mucho tiempo lejos de Sepharad, desde la mayoría absoluta de Aznar en 2000. Antes incluso de que el tripartito en el Pacte del Tinell le declarara proscrito para cualquier diálogo. Rajoy prohibió a Josep Piqué que participara en la ponencia del Estatut. Luego recogió firmas contra la iniciativa catalana. Recurrió ante el Constitucional y presionó el alto tribunal hasta llegar casi a paralizarlo para obtener la sentencia que buscaba. Era el tiempo de los puentes rotos, según afortunada expresión de Manuel Milián Mestre.

La eficacia de la estrategia está fuera de duda. Ciertamente, los populares están pagando un precio, hasta el punto de que en Cataluña son el Nasty Party (partido antipático en traducción suave) y obtienen unos resultados electorales impropios de un partido de Gobierno. Pero tienen un alto rendimiento electoral en el conjunto de España y dividen al socialismo hasta cerrarle el paso de La Moncloa. Si el PP puede gobernar sin apenas votos catalanes, el PSOE no podrá hacerlo nunca sin buenos resultados en Cataluña.

No sabemos ni podemos asegurar que el diálogo que ahora se anuncia sea verdaderamente lo que dice ser. Unos y otros quieren hablar, pero cada parte llega cargada de severas condiciones. Puigdemont está dispuesto a discutir, pero solo de la fecha, la pregunta y las circunstancias de la consulta. Rajoy llega dispuesto a discutir de todo menos de la consulta sobre la independencia. Ni una ni otra parte parecen dispuestos a "comprender y amar las razones" de la otra, en realidad, ni siquiera a escucharlas.

Son dos gobiernos enrocados. Uno en un referéndum obligatorio. El otro en el inmovilismo constitucional. El gobierno catalán puede moverse en cuanto a los plazos del calendario y poco más. El español está convencido de que puede avanzar en todo lo que sea cuantificable, es decir, traducible en términos monetarios, pero no en lo que atañe a soberanía y sentimientos. Ya se sabe, quienes se ven como romanos ven fenicios en todas partes.

El PP empieza también a moverse en la reforma de la Constitución, pero no quiere abrir el portillo sin saber el resultado final. El consenso no es para el PP un edificio construido por todos sino un acuerdo previo cerrado con el PSOE. El documento federal de Granada tiene todos los visos de servir para este consenso preliminar, entendido como punto de llegada, como el PSOE, y no de partida, como el PSC.

La novedad no es el diálogo, que en propiedad solo existe como enunciado de intenciones, sino que el PP, por primera vez desde 2004, en vez de seguir en su estrategia de los puentes rotos ?no a todo?, está dispuesto a interferir en el proceso independentista con personajes sobre el terreno de perfil más político y con ofertas de diálogo y negociación en las cuestiones que no afecten a la soberanía. A pesar de la modestia de los objetivos, es interesante observar si produce efectos en el electorado, especialmente en la zona central y moderada, y en el propio proceso soberanista.

En todo caso, toca a su fin la época de los puentes rotos, pero a la vista está que todavía no ha empezado la época de los nuevos y seguros puentes que Espriu quería para Sepharad.

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5 de diciembre de 2016
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