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El fenómeno

Así llamaba Azaña a Ramón del Valle-Inclán, el responsable de lo mejor que dio la novela y el teatro en nuestro siglo XX. Así lo llamaba con mezcla de desprecio político y admiración literaria. Habría querido Azaña escribir como Valle y quizás se arrepentía de haber elegido la política en un país tan salvaje.

Hay que leer a Valle una y otra vez desde el comienzo. Su primer libro, terminado hacia 1893 en Veracruz, coincide con una de sus primeras condenas quincenarias por duelista. El librito se titula Femeninas y son seis historias de un erotismo perverso, pero cándido. Hoy nos divierte que la primera edición española provocara escándalo, aunque no tanto como su primer duelo casero, en 1896, a sable. Salió herido, pero le dio también un buen tajo al periodista desafiado.

Véase que desde el comienzo hay algo, no modernista, sino barroco en el ciudadano que Primo de Rivera calificó de "extravagante" con inusual justicia. Valle escapa al análisis psicológico porque construyó su máscara con arte minucioso. En el comienzo fue un duelista rebozado con pinchos de cactus mexicano, un mujeriego, un absolutista. Inmortal estampa española. Su primer personaje, la condesa de Cela, es ya una de esas mujeres determinadas, altivas, feroces con sus amantes, poderosas, muy contrastadas con las otras mujeres de su obra, las devotas de blanca carne y súbitos sudores, siempre perdidas por causa de un desfachatado barroco. Son mujeres del siglo XVIII, dueñas de su propia libertad sin mendigar ayuda social, capitanas de su sexualidad.

La elegante edición de obras completas que ha iniciado la Biblioteca Castro nos permite un goce impagable: volver a leer al fenómeno desde la primera página. Continuará.

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12 de diciembre de 2016
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Seguiremos con sol

Anoche me quedé embobada mirando a la mujer del tiempo que, tras las noticias del nombramiento de Perro Rabioso Mattis como nuevo secretario de Defensa de Trump y las evasiones de impuestos de cracks modelos de calzoncillos, logró que nada pareciera urgente. El día, ya vencido, dejaba sus sobras a merced de la meteorología. La mujer se movía junto al mapa agitando los brazos, a la manera de los actores de teatro infantil, y decía: “Vientos del este, corrientes caucásicas…”. Los minutos frente a la pantalla se hacían mullidos, una suculenta ración para el subconsciente; daba gusto recorrer el archipiélago balear o atravesar el sudeste peninsular acompañada por aquellos gestos arrolladores. Palabras de goma de borrar que traían ecos de viajes largos por carretera o excursiones de montaña, nombres de lugares que aprendimos en las aulas y se nos quedaron grabados con familiaridad, aunque nunca los hayamos pisado, al igual que los campos de fútbol españoles cuya letanía –“Benito Villamarín, La Rosaleda...”– nos trae el regusto salado de las pipas.
El pronóstico del tiempo ejerce de igualador social. La furia del cielo impacta en la cadena productiva. Y en la vida privada: saber si vendrá lluvia o sol sigue influyendo en decidir si saldremos a comernos el mundo o nos ahuecaremos en el sofá. “Dar el tiempo” –no podía expresarse de mejor forma– es un acto que aún pareciendo tan cotidiano no deja de ser excepcional. Nos conecta a diario con las cordilleras, las isobaras o las desembocaduras de río; nos coloca el mapa enfrente, igual que una pizarra, y nos ubica más allá de nuestra burbuja. Es un lapsus de geografía, naturaleza y paisaje, como un islote en medio de parrillas ardientes que, a pesar de la simplicidad escénica, sigue enganchando al espectador.
Que estos espacios televisivos sobrevivan, cuando todos hemos descargado en el móvil una app, informa acerca de la durabilidad del formato, también de que todos llevamos un meteorólogo dentro. Desde el memorable Antoni Castejón hasta Tomàs Molina en TV3, o ­José Antonio Maldonado y Paco Montesdeoca desde Prado del Rey, los hombres del tiempo han ejercido de agentes de influencia, y los hubo que en verdad parecían magos astrónomos, mientras que otros producían fobia al no acertar en sus pronósticos y alterar los planes familiares. El reciente premio Ondas a Mònica López, de La Seu, directora del departamento del Tiempo en TVE, reconoce la salud del gé­nero a la vez que su actualización. Porque en la viveza de esta meteoróloga tele­visiva sobresale una gestualidad hipnótica.
Hoy, la verbalidad pierde destreza, y el lenguaje toma prestadas las manos como hacen los niños en sus selfies ­playback, moviendo los dedos arriba y abajo, sin mapas, e igual que muchos adultos levantan innecesariamente el pulgar cuando se les dice que mañana saldrá el sol.
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12 de diciembre de 2016
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Aníbal el alquimista y Julio Cortázar

Me contaron que había un alquimista porteño que materializaba rosas, como Paracelso y como Borges. Tratándose de un argentino, no lo puse en duda. Siempre he pensado que los argentinos hacen milagros.

Si me dicen que un alquimista belga ha materializado una azucena, o que un alquimista holandés ha materializado un tulipán, puedo gritar: ¡Mentira! Básicamente porque no creo en la magia de los Países Bajos. Pero ahora mismo me dicen que un alquimista argentino ha materializado un elefante del siglo III antes de Jesucristo, y lo creo de inmediato y hasta me parece normal.

Los argentinos pueden materializarlo todo: tragedias, dramas, melodramas, comedias. Poseen un registro amplísimo como actores de la vida, que perciben como un teatro. Son seductores natos porque participan de un sentimiento dramático de la existencia, y los dramas se representan además de vivirse.

Uno de los amigos más nobles y bondadosos que tuve en París fue un argentino que se llamaba Aníbal y que se parecía a Cortázar. No sé qué habrá sido de él. Nos encontrábamos a menudo en el Barrio Latino, nos ofrecíamos cigarrillos, charlábamos un rato. Aníbal también practicaba la alquimia.

Una noche Aníbal dobló una cucharilla sin tocarla, predijo una muerte, nos hizo creer que materializaba una cajetilla de Gitanes, y nos llevó a un café (La Palette) donde estaban cenando Julio Cortázar, un cronopio y una fama. ¿Caben más milagros en una sola jornada?

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12 de diciembre de 2016
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El regreso del Gran Satán

Estados Unidos vuelve a ser el Gran Satán. El deshielo habrá durado apenas un año, si se cuenta desde el levantamiento de las sanciones en enero de 2016, y algo más si se parte de la firma del Acuerdo Nuclear, en julio de 2015, entre Irán y las cinco potencias, Estados Unidos, Rusia, Alemania, Reino Unido y Francia, además de la Unión Europea.

La República Islámica de Irán ha abandonado su programa de enriquecimiento de uranio, que podía darle acceso en muy poco tiempo al arma nuclear, y la comunidad internacional ha desbloqueado a cambio hasta 100.000 millones de dólares en depósitos y cuentas petrolíferas pendientes, que han proporcionado un alivio enorme a la empobrecida economía iraní.

A partir del 20 de enero, este intervalo puede convertirse en un paréntesis, si atendemos a las ideas del presidente electo, que considera el Acuerdo Nuclear ?una estupidez?, quiere negociarlo entero de nuevo y considera a la República Islámica de Irán como su enemigo estratégico en Oriente Próximo, sobre todo una vez haya liquidado rápidamente al Estado Islámico, tal como propugna en su programa.

Fue el ayatola Jomeini quien consagró la expresión de Gran Satán en 1979 para designar despectivamente a EEUU, en el momento de una ruptura de relaciones que ha durado 35 años. Ahora el presidente reformista Hassan Rouhani ha desenfundado aquella vieja retórica para atacar a Trump y sus propósitos revisionistas respecto al Acuerdo Nuclear y a la apertura económica iniciada por Irán, mientras acelera en cambio la firma de acuerdos comerciales y de explotación gasística y petrolera con la UE, Rusia y China para adelantarse a la nueva glaciación que se anuncia desde la casa Blanca.

Gracias al Acuerdo Nuclear, Irán recuperará el crecimiento en 2017 hasta un mínimo del 4?5 por ciento, según estimación del FMI. Al año de su aplicación, ha incrementado su producción petrolera en un 30 por ciento hasta alcanzar los 3?7 millones de barriles diarios, cerca ya de los 4?3 millones que producía en 2011, antes de que el régimen de sanciones produjera sus efectos más devastadores. El régimen reformista ha completado este incremento de la producción con una muy buena negociación en la OPEC, que le permite seguir en el camino de recuperar su cuota de mercado petrolero en el mismo momento en que Arabia saudí reduce los niveles de extracción para impedir que siga a la baja el precio del crudo.

Estos éxitos económicos debieran reforzar a los reformistas frente a los duros del régimen, sobre todo de cara a las elecciones presidenciales de este año próximo, pero no está claro que sean suficientes ni que les permitan aguantar el acoso al que les someterá Trump en cuanto llegue a la Casa Blanca. EEUU mantiene su régimen de sanciones aprobadas por el Congreso en castigo por las pruebas con misiles balísticos y con el terrorismo y ahora el Senado acaba de votar por unanimidad una prórroga de los poderes presidenciales para sancionar a Irán por diez años más, en un gesto de desconfianza hacia Teherán que hubiera sido meramente simbólico con Hillary Clinton pero puede convertirse en el instrumento para destruir el acuerdo en manos de Trump.

Obama ha aplicado una estrategia multilateral y de doble presión, la de las sanciones crecientes por una parte y la del diálogo diplomático por la otra, sin excluir, al menos verbalmente, la eventualidad de un ataque a las instalaciones atómicas, tal como le recomendaban desde Israel y desde Arabia Saudí, los dos enemigos y rivales estratégicos de Irán. Poco se sabe, en cambio de la estrategia de Trump, excepto su propensión a la amenaza y su desconfianza respecto a los medios diplomáticos y multilaterales.

Los halcones del régimen iraní, con el Guía Supremo de la Revolución, Ali Jamenei, al frente, preferían mantener el programa nuclear vivo --a la vista de las experiencias recientes de Libia, que sufrió un cambio de régimen tras abandonar su proyecto atómico, y de Corea del Norte, que ha mantenido el régimen gracias al programa? y no les desagradaría del todo una ruptura del acuerdo que les permitiera reanudar la fabricación de la bomba. Por eso el todavía director de la CIA, John Brennan, ha calificado de desastre y de locura la propuesta de renegociación de Trump.

El vendaval trumpista amenaza todas las alianzas y estructuras de seguridad forjadas durante décadas, empezando por las que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, como la OTAN o el Tratado de Defensa Japón-USA, siguiendo por los que se fraguaron durante la guerra fría, como el trascendental Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, y terminando con los más recientes, especialmente los que llevan la firma de Obama, como la reanudación de relaciones con Cuba o el Acuerdo Nuclear con Irán.

El Acuerdo Nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action en su nombre oficial) no adoptó la forma de un tratado internacional, que hubiera requerido la aprobación altamente improbable, sino imposible, del Congreso de EEUU, sino la de un mero acuerdo ejecutivo del presidente Obama, que puede ser naturalmente revocado sin mayor complicación por el presidente Trump, tal como el presidente electo ya ha prometido.

Los efectos de una tal abrogación serían dudosos. Tratándose de un acuerdo multilateral, no produciría efectos sobre los otros cuatro firmantes del grupo 5+1, es decir, Francia, Alemamia, Reino Unido y Rusia, además de la UE. Las nuevas sanciones que pudiera imponer Washington no tendrían por qué afectar a las empresas de los otros países firmantes y si lo hicieran darían a pie a complejas disputas comerciales con los socios europeos de EEUU, Rusia y China. Para colmo, todo ello permitiría al régimen iraní regresar con toda legitimidad a la fabricación de uranio enriquecido.

La ruptura del acuerdo nuclear sería un estímulo explícito a la proliferación nuclear en la región, especialmente para la monarquía saudí, que considera al régimen de los ayatolas como una amenaza existencial y un centro de promoción del terrorismo en la región, en coincidencia con la percepción que tiene Israel. En el corto plazo volvería a estar sobre la mesa la eventualidad de un ataque israelí a las instalaciones nucleares y en el medio y largo la fabricación de la bomba saudí, probablemente con el auxilio de Pakistán, la única potencia nuclear islámica, tradicionalmente aliada del régimen de Riad.

Obama ha sido un paréntesis para Irán. Solo llegar a la Casa Blanca en 2009 mandó un mensaje directo al pueblo iraní y a su presidente, con motivo del año nuevo o Nouruz, en el que pedía un nuevo comienzo en las relaciones entre ambos países. Cuando se va, deja el legado del Acuerdo Nuclear, que es una puerta abierta a la incorporación de Teherán a la comunidad internacional similar a la que abrió Nixon en 1972 con su deshielo respecto a China. No es casualidad que Donald Trump quiera cerrar todas las puertas, la que abrió Nixon hace 44 años y las dos abiertas por Obama ahora con Cuba y con Irán.

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12 de diciembre de 2016
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Poema 40

Las infecciones

colorean la piel.

Son pigmentos

que en el cuadro

salpican

la superficie 

y crean,

con amenidad,

una colonia

de bacilos

con cuya presencia

debe reconocerse

el mérito

de la armonía,

el tono,

la fiebre

y la proporción.

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12 de diciembre de 2016
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La angustia quiere acabar con todo de una vez


  La industria cinematográfica de los Estados Unidos es una cadena de producción que no descansa ni tiene fiestas que guardar. A su catálogo pertenecen las superproducciones que se estrenan simultáneamente en todo el planeta y las ficciones de serie B que inundan la programación televisiva del mundo libre. De ser una pausa para el reposo, la industria del entretenimiento ha pasado a ser la autoridad que guía el comportamiento de una población emocionalmente traumatizada e intelectualmente maltratada. Como sede de la nueva religión mundial no debe ser desdeñada. No en vano Hollywood (bosque sagrado) imita con sus fantasías las sentencias de las divinidades antiguas.

La mercancía narrativa de la meca del cine (formidable metáfora para la moderna religión del mercado) ha ido modelando la mentalidad contemporánea de un modo irreparable. Hará falta ser un antropólogo marciano para reconocer la eficacia con que los guionistas han organizado el imaginario universal. Su principal obsesión, la inminente destrucción del mundo, se desliza entre las banalidades de cualquier argumento cinematográfico y desde allí pronuncia su promesa de castigo y redención. La audiencia masiva, sometida a la ansiedad de la existencia, se siente intrigada por el desenlace profético del malestar.

La factoría de ficciones cinematográficas se ha puesto al servicio de un doble compromiso: por un lado, debe sosegar los síntomas de un conflicto patológico; aunque por otro, debe garantizar que siga siendo incurable. Las pulsiones que dominan el imaginario estadounidense, las que elabora con magistral destreza su industria del entretenimiento, se distinguen por esta doble condición: mientras exorcizan la angustia comunitaria, la excitan.

Para entenderlo hace falta adoptar una nueva perspectiva y sustraerse a la fascinación de las candilejas. La serie House of cards, por ejemplo, no debe leerse como una crítica al despiadado ejercicio del poder que ejercen los políticos en Washington, sino precisamente como su más depurada apología: su didáctica enseña a la audiencia de qué va el juego.

Las líneas maestras de la gran obsesión americana rigen la narrativa audiovisual del cine y la televisión: las armas de fuego como emblema heroico del pionero que ante el peligro se las arregla solo y por su cuenta; los automóviles, sistemáticamente destruidos una y otra vez, venga o no venga a cuento; la añoranza por el melancólico espíritu de las praderas en un Far West exento de indios; los zombis, los muertos vivientes como metáfora de la sospecha que atenaza el cuello de cada espectador: la de no estar vivo del todo; la morbosa recreación de todo cuanto asesino en serie, secuestrador, caníbal, violador o pederasta aparece en la crónica de sucesos; la inminencia de la catástrofe final, ya sea atómica, ambiental o cósmica, evocada con mecánica insistencia: desde el Planeta de los simios hasta la demolición de la Casa Blanca por los enemigos venidos del espacio estelar. Todo argumento gira alrededor de lo mismo: trasgresión, crimen, culpa y castigo. La pulsión dominante, la obsesión nacional recurrente, que alienta el deseo de acabar con todo de una vez.

Miles y miles de horas de programación televisiva, reproducen, emiten y esparcen las semillas de esta pulsión violenta y suicida. Un país que elabora, exporta y celebra estas obsesiones tóxicas como si fueran obras de arte es un país que, obviamente, tiene un problema. La causa habrá que buscarla en un extraño conflicto de identidad: los ciudadanos estadounidenses no saben quiénes son. ¿Qué se puede esperar del único país del mundo que no tiene nombre?

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11 de diciembre de 2016
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Con lista de espera

En el 2011, cuando en El Bulli se sirve la última cena, los extremos se tocan. La comida rápida ha alcanzado una nueva gloria con Danny Meyer, y la alta gastronomía ha mimetizado el sistema de la moda, renovándose por temporada, tan insolente como atractiva. Los japoneses compran el toro en plaza española, y en el Kabuki de Madrid los comensales mastican los tacos de atún con la mirada en trance y una expresión mística... Entonces, desde Dinamarca, Noma se erige en la cúspide de la pirámide gastronómica más esnob. En <em>The New York Times</em>, Julia Moskin escribía poco después que la influencia de Noma era una pesadez: “La evidencia de la invasión nórdica está en todas partes, sepan los signos: verdura, fruta no madura en bodega, coníferas, mantequilla y lactosuero; rocas, conchas y ramitas utilizadas como piezas de servir; recortes de jardín como hojas de rábano, puntas de nabo y vainas de capuchina verticiladas y agrupadas en el plato como por las olas o el viento”. La experiencia gourmet había alcanzado los cielos de Murillo. Los restaurantes parecían templos. Ya lo anticiparon los franceses en los noventa: la comida será la droga del siglo XXI, mucho menos dañina, aunque más cara que la del siglo XX.
Los cocineros habían conformado un nuevo paisaje mediático: personajes que hablaban como profetas, trataban al alimento como una criatura viva y se empleaban con técnica y literatura. Madrid se iba quitando la caspa garbancera a golpes de melena, apartando los humores del cocido y las sobremesas con chinchón. La marca Barcelona se extendió por la ciudad y en un jardín romántico plantó su trono Ramon Freixa, que amparado en la vanguardia y cercanía atiende con garbo y recrea finura, desde el canapé volátil a las raíces del guiso o el pan que manda el padre tres veces a la semana desde Barcelona.
Pero un aire de menor transcendencia se fue imponiendo en las mesas con más reservas, acentuando esa necesidad de dejarse ver en tiempos de Tinder. Comer bien, y divertirse, y abrazar la frivolidad, una vez más, con el vademécum de Trip Advisor, que goza de mayor ascendencia popular que el universo Michelin. Y por fin se les dio barra libre a los interioristas, que aquí se estilan entre la elegancia jerezana y la histeria neoyorquina, abocados a crear escenografías de película, modernas cuevas de Ali Babá, barrocos con vintage y detallitos kitsch como galletas de la suerte.
Encontrar mesa para diciembre en el Amazónico, el must have de la temporada, es algo parecido a ponerse en la cola para comprar un carísimo bolso de Hermès, la lista de espera que representa la mejor campaña de publicidad: provocar un deseo obsesivo e, igual que en los amores de voltaje, hacerlo difícil. El Amazónico, una jungla multicultural proyectada por Lázaro Rosa-Violán, lo frecuenta una variopinta clientela que incluye aristócratas, directivos del Ibex 35, artistas famosos y potentados latinoamericanos. Rosa-Violán, autor también de las joyerías Aristocrazy, interpreta las dos variantes a la perfección en sus locales: un toque de nobleza con un punto de locura.
Santiago Rodríguez, asturiano y de familia de mineros, empezó sirviendo copas en un restaurante de Oviedo hasta que con poco más de veinte años entró a trabajar de chef para una pudiente familia francesa. Era la época de Guy Savoy y Ga­gnaire. Había que estar atento. Hasta que Londres empezó a pujar fuerte con Gordon Ramsay o Marco Pierre White. Allí empezó Rodríguez fregando platos y coincidió con David Muñoz. “En Londres conseguías ingredientes de todo el mundo durante todo el año”. Después de abrir 20 restaurantes Nobu por todo el mundo, capitanea hoy el universo Tatel: “Por fin se nos empieza a conocer por nuestro nombre y no por el de nuestros socios”. Estos son Pau Gasol, Rafa Nadal y Enrique Iglesias. Los restauradores- celebrity merecen un capítulo aparte. Ahora están a punto de abrir sucursales en Miami y en Los Ángeles con una carta aparentemente sencilla –tortilla con trufa o filetes a la milanesa– y una decoración años 20, revestida por un aire de whiskería clandestina de la época de la ley seca. “Servimos la cocina de siempre actualizada, sin emocionarnos, sin espumas ni humos”. Pero en los restaurantes de Madrid, tanto en los de modistilla como en los couture, no hay otra frase que se repita más avanzando la nostalgia: “Estás estupenda”. Después de fiestas, dos de cada tres madrileños se pondrán a dieta.
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11 de diciembre de 2016
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Aparición / desaparición de un capitán Mascaraque

El seis de mayo recibí otro mensaje: 

Dejaré este nombre y apareceré algún día en su vida con el mío, y por supuesto nunca habré oído hablar de Beldad Aria. Pero será muy diferente,  jugaré a ser alguien razonable, me esforzaré en "explicarme", aunque en ello pierda mi propio lenguaje, que desde luego no son las palabras. Seguro que será un encuentro muy breve.

No fue el último mensaje. Documentados, incisivos, no dejaban lugar a la elección. Desconcertado, eché mano del detective Carlos. Mas tampoco él dio con quien se hallaba detrás de Aria. Me aconsejó viajar. Pero sólo supe hacerlo en círculo. Y volví a estar a merced de ¿ella? Decidí morir. De modo que ahora no puedo recordar el total de su última misiva. Sí, en cambio, su comienzo:

Sólo disponemos de una línea de tiempo, pero esas palabras tenían una temperatura indefinida.

 

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9 de diciembre de 2016
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Poema 39

La cara de los peces

nos parte el corazón.

Una insólita mirada

en paralelo

decide que tu cuerpo

se compone

sobre una perspectiva

malvada, aparatosa.

Acaso una formación

creada con esmero

para descomponerse

siempre

por autodestrucción.

Entre los peces

no rige este cantar.

Su morfología

los prepara con suavidad,

previamente,

para ser embalsamados.

Y sólo persisten

vivos

anunciando

su partición.

De este modo

nos parten

por reflejo

de su innato cuchillo

el bulto 

del corazón.

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9 de diciembre de 2016
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Poema 38

Líquidos hermenegildos

inundaron

las acequias amorosas.

Estos caudales

extraños e inaudibles 

determinaron

un regadío franco

y ensordecedor.

No se escuchaba nada

Y, sin embargo,

la potencia de sus ondas

conclusas

ahuyentaron

pájaros erguidos.

Difundieron, además,

el tamaño del terror.

El pánico de morir 

con su venenos

y acentuaron,

de manera insoportable,

la definitiva perdición.

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8 de diciembre de 2016
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El Boomeran(g)
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