Vicente Verdú
Hay una niña, Giselle,
que brilla
como una perla.
No fustiga, no desdice.
Se comporta
como una porción
del cielo
que hubiera
querido llegar
a nuestra zona por azar.
Como una píldora
de mágica salvación
que calma y cura.
Por encima
de su posible voluntad
excesiva
se halla
la ingente tarea
de redimirnos.
Pero tanpoco la inmuta
o la desordena.
Nos ama sin ruido.
Nos aprecia en silencio y
bastaría que tan sólo uno
de nosotros la tratara
para obtener
de ese encuentro
un azúcar transparente
similar a la verdad.
Que obtuviera
la timidez perfecta
de la bondad.
Una bondad
igual a la belleza de la
contención exacta,
la verdad natural
El amor que
se extiende sin esfuerzo.
Siendo así,
al cabo,
incomparablemente
superior al estruendo
de la desorganizada
humanidad.
Más aquí.
Y más allá.