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Poema 99

De modo casi mágico,

tras la tercera sesión de quimioterapia  

el tumor manzano

se ha convertido

en un garbanzo  

y, también,

las metástasis óseas han

regresado como ciegas carcomas

a sus escondrijos.

Otras han concluido, además,

sin dejar rastros vivos.

En su lugar,

una blanca sensación

de cura primogénita

sopla desde ayer   

como una brisa sencilla 

sobre la superficie

o incluso la hondura

infame e ilocalizable

de este cuerpo tan  propenso

a reaccionar sufrir

sin terminar aún.  

Cantones y revueltas

de una blanda arquitectura 

tan propensa a la confusión

parecen ahora conmoverse

benefactoramente

ante la llegada del veneno

 tan siniestro como diabólicamente

salvador.

Una  melodía medicinal

acompaña

su paso

y ya se escucha

en sus guaridas,

cada vez más desgastadas

el débil sonido de un perfume

proverbial.  

Tiempo adicional

sobre reductos

aun más atemorizados,

ante la guerra química

que, en este caso,

se administra

 en una sala de juego hospitalario

donde otros calvos y calvas, reciben  

semejante colación,

insulsa,  incolora, inconsecuente.

diga lo que diga

la nueva medicina de colores.

Puesto que esta afección

proviene de

sentinas sin luz,

acaso pecadoras natas,

y tan oscuras ofuscadas

que, ni ellas mismas,

inermes,

trasmiten la razón de su

quehacer.

Todo embozado, acorazado,

insensato.

Enfermedad medieval

sin crónica ni catalogación.

Una invasión de

menudos alicientes vermiculares, 

virus o bacterias,

que se evaden,

juntan o tropiezan

entre  torpes

maniobras

de animales y sus deyecciones

 plantas y su fatal putrefacción.

Suma de bendiciones

o maldiciones sin nombre 

que derivan en

en el indolente sueño

por goteo, por insonora perversión.

La suerte las divide y nos divide

por la divina arbitrariedad de conceder

bien y mal, vida y muerte en

actos de indiferencia absoluta.

Mentira, ignorancia, verdad.

Ni la mendacidad ni la veracidad

ni la venalidad ni el crimen

cuentan.

El destino obra sin tino.

Mediante pocas palabras

(Des-tino. Desa-tino)

y pese a la creencia

universal

A pesar de ese confiar

En la capacidad de su mente

y en su sagrada o

tan reescrita

longitud de miras.

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6 de marzo de 2017
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Frou-frou en la Residènce

Es mediodía, febrero con sol, los almendros han florecido y su milagro anida en el ánimo de la gente que aún mira los árboles. La flores blancas, rosadas revientan, inmutables al ruido de la vida. Es la promesa de vida (no teu coraçáo), igual que las de las “Aguas de marzo” que cantaba Elis Regina con Jobim. Hoy suena rap. Rubias con gafas de sol grandes, fulares de colores –y alguna con cuello de zorro– y asidas freudianamente a un bolso caro –o un fake fino– aguardan a que abran las puertas de la Residencia del Embajador de Francia. Le dan su nombre a la azafata de la puerta y se escuchan, uno tras otro, los grandes apellidos de la alta sociedad madrileña. En la Residencia, Yves Saint-Geours y señora han forrado las paredes con telas de Pierre Frey, descolgando los cortinones de seda brocada en verde y oro, justo ahora que Donald Trump ha colocado cortinas doradas en su despacho oval. Han traído también dos tapices inspirados en las “Femmes à leur toilette” de Picasso, que estarán en la capital mientras se restauran las tapisseries del siglo XVII que ocupaban las paredes de la casa del embajador. Hay que refrescar la grandeur, Hollande es un hombre normal, y aún preside el Elíseo. Menos Luis XVI y más Philippe Starck. Es jueves y el palacete de Serrano se ha convertido en un salón de modas en honor a Marta Rota, cuarenta años al frente de Tot-Hom, una de las últimas de su especie. Hace siete que abrió tienda en Madrid. Se le lanzaron al cuello. Ana Gamazo, Patricia Rato, Ana Botella, Cristina Yanes, Marisa de Borbón, Isabel Preysler y sus hijas, Ana Belén, a quien ha hecho el vestuario de su última gira… Antes organizaba desfiles enseñoreados en el Palace, pero debía pisar territorio francés, evocando los ateliers de Valentino o Givenchy, donde memorizaba cómo picaban los hombros o cortaban al bies, junto a su madre, Margarita Jovani, que vestía a la alta burguesía catalana. Marta montó su propia tienda con quince años. Dice que jugaba a vender. Un día le preguntaron cómo quería que se llamara la tienda, y ella dijo “que tothom li digui com vulgui”. Pues la llamaremos ‘Tot hom',  dijo un colaborador. Y le puso un guión.
 
Una chica con botas de plataforma lleva un caniche blanco, es su mejor accesorio. En primera fila, parece ser alguien aunque no tiene negrita. Las clientas anónimas son las más excéntricas. Llevan sombreros estilo Ascot o liftings estilo Joan Collins. Ana Rosa Quintana, la periodista, calza unos zapatos atómicos de una tienda de León que trae cada temporada su muestrario a una suite de Hotel Adler, y se lo rifan porque todo lo que huele a venta privada, aquí fascina. Begoña y Mar García Vaquero –señora de Felipe González– conversan con Lola Suárez, una de las diosas –la más discreta– de los salones de Madrid. Beatriz de Orleans, que llega de esquiar y va en anorak, Carmen Lomana, la mujer de Lecquio, María Palacios, y la siempre alta (en todos los sentidos) Bibiana Fernández, que dice “me vuelve loca Tutjom”; habría que pagar por escucharla pronunciar Tot-Hom. Sisita Milan del Bosch y Pilar Sanz Briz son históricas. Sisita fue musa umbraliana, que escribió de ella que sus piernas eran líricas, mientras que Pilar, hija del diplomático Ángel San Briz, el llamado ‘ángel de Budapest’ por salvar a miles de judíos de los campos nazis, se crió en África. Le pregunto a Sisita si el broche de la pantera que refulge en su traje azul bruma es de Cartier. “No, es falso”, me contesta. Pilar se casó de Pertegaz, Sisita de Balenciaga. Ambas defienden la palabra vintage, que pronuncian igual de snob que “tothom”. Rosina Malumbres me asegura que “los trajes de Marta me recuerdan a Jackie Onassis”. Rosina es una de las mujeres que mejor sabe asombrarse por la belleza. Inma Peréz Castellanos, consultora de lujo, me dice: “aquí somos cuatro las que trabajamos, y se nos nota en la cara”. Pienso que lo dice por las ojeras, pero afirma que es el frenesí que enciende las mejillas. Le pregunto a Pilar Sanz Briz, del barrio de Salamanca de toda la vida, qué le ha parecido la colección de Marta Rota, un recital de trajes a medida, esculpidos a mano por las llamadas petites mains con los dedos pinchados por los alfileres. “Tot-Hom es la mejor de España, sin duda”, me responde, y esa fonética más exótica que castiza, me hace sentir, como a tantos periodistas sin plaza, corresponsal en Madrid.  
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4 de marzo de 2017
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Poema 98

Unos trajes

sin botones

llegaron del sastre

prestos -dijeron-

para la boda.

La boda esperaba

en el hondón

de un bosque

poblado de pinos

y en su centro

geométrico

racimos  

de luz.

Una claridad

intermitente y

risueña.

Una mancha

estelada 

de felicidad  

que hacía  pensar

en la sana belleza

de los pulmones.

Aplausos

del cuerpo limpio

y cuajado de porvenir.

Un futuro

escenificado

que hacía pensar

en los pulmones

que en la infancia

iban a embellecerse 

en un parque

público y circular

donde nos congregábamos,

media docena

de mañacos

vigilados  

por nurses

vestidas con ropas negras

y un delantal

de almidón.

Tiempos tiernos

o de la convalecencia

que el doctor

dictaba

tras la persistente

tos ferina.

Ningún niño

había cumplido aún

los diez años

y los juegos

se caracterizaban

por la debilidad

o la desgana

subyacente

que sembró

el bacilo entre

aquél universo

pequeño-burgués.

Pero  nada  

inquietaba ya

al grupo de postenfermos

circundado ahora

por el aroma

de las coníferas.

Un circo de cipreses

que, visto hoy,

con cincuenta años

de distancia,  

se reproduce

como un anillo

semejante al de la boda

en el pinar.

Los vestidos blancos y negros.

de las nupcias,

la luces que se filtraban

entre las ramas,

los novios

y la comitiva

lentificados

ante el ceremonial.

No tosían ya

sino que

a estas alturas

cada cual

se había provisto

de una defensa

sexual

entonces transparente

ante la 

sucesiva adversidad.

Una pintura

acrílica

secaba

virando

hacia el rosa

mucho antes

del amanecer.

Una plástica 

sobre el lienzo

que recordaba,

falsamente,

claro está,

el tiempo que regresa

desde la boda

a la tos ferina,  

y avanza

desde la tos ferina

al pastel

de aquella noche

en que cantamos

sin dejar de pensar

en los lucientes trajes de boda

sin el complemento

de los botones, en la chaqueta

y en el pantalón. 

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2 de marzo de 2017
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Recato en Hollywood

Cuando el Meatpacking District aún no había sido coronado por su jardín colgante, existía una ruta alternativa en la noche neoyorquina, que consistía en cenar en el Florent –abierto las 24 horas, frente a los mataderos– y tomar una copa en Hogs&Heifers, un bar de camioneros cuya barra estaba llena de sujetadores de todas clases: con copa forrada, en triángulo, con aro o blonda. Allí se apostaban con autoridad hombres rudos, tatuadísimos, a los que preferías no sostener la mirada. Y a pesar de que las camareras anduvieran con poca ropa y mucho maquillaje, nunca las vi hacer ese gesto que toda mujer ha querido imitar alguna vez, bien sea en la soledad de su dormitorio o en una despedida de soltera: blandir el sujetador y hacer anillos en el aire, como el que tira un lazo.
El sujetador es una prenda cargada de simbolismo, y aunque haya resultado crucial para que las mujeres pudieran moverse con mayor libertad, siempre ha tenido connotaciones opresoras. Aquellas chicas temerarias que los quemaban en los años sesenta poco podían imaginar que el sostén avanzaría regio, por encima del bien y del mal, y se empezaría a exhibir con tronío. La visibilidad de la ropa interior femenina, cuando saltó de dentro afuera, produjo algo parecido a la fiebre de la primera persona en literatura. La intimidad se convertía en “extimidad”. Así bautizó Lacan a la creciente tendencia de querer hacer públicas sus vidas interiores.
La noche de los Oscars podría haber sido la de los sujetadores rotos. No fue así. Recatada, comedida en el vestuario y la reivindicación, poniendo de manifiesto la incómoda posición de las celebrities en la era Trump ante su misoginia y su xenofobia declaradas. Tan sólo Gael García Bernal, que denunció el vergonzoso muro de la discordia, y el director iraní Asghar Farhadi, ganador del Oscar a la mejor película extranjera, que le hizo leer a una ingeniera de la NASA su denuncia: “Así se divide el mundo. Los directores de cine crean empatía y unen”. Pero ni una mujer ni un afroamericano aprovecharon el poderoso altavoz hollywoodiense. La del entretenimiento es una industria que siempre ha tenido un pie en el freno. Y quien mejor lo sabe es Donald Trump, hoy por hoy la mayor celebrity mundial, que ha iniciado un Gobierno reality show al estilo Kardashian, aunque con listas negras. Ya ha fichado a periodistas y medios, jueces y funcionarios diversos. Y el Ho­llywood más modosito abandonó en su noche de gloria las heroicidades y los dardos con una tibieza que apostó por la prudencia y una falsa alegría. Que La La Land ganara y no ganara, en favor de Moonlight, fue un lapsus elocuente: es tiempo de sujetadores armados para protegerse de la oscuridad.
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1 de marzo de 2017
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Poema 97

Veo a los niños

comportarse

como vegetaciones

precoces.

Los veo reír

impunemente,

los veo bregar

sin modos

ni finalidad.

Son niños sin

nombre propio

y sin propósito.

Seres humanos,

(supuestamente)

que no conocen

el destino,

ni la tragedia,

ni el valor de la riqueza

ni la miseria común

Niños sin pasión.

Habitados por un cascabel

y una lámpara

y una cereza.

Sin certezas.

Ausentes de la suerte

o la adversidad.

Son sólo

subproductos

de una mina,

de una pastelería

o del sentido común.

Ejemplares

de una mecánica cuántica

(cárnica),

una fábrica de conejos,

y una ensalada del mar.

Niños y niñas

sin reglas o

ambiciones coloradas,

sin sentido del deber,

o del vicio de pensar.

Su tierno volumen

se compone,

en esencia,

del espacio

desocupado e interior.

Ahí empieza y termina

su daño, 

su desorientación,

su sino

sin sí ni no.

Vivos sin mente

para reconocerse

suficientes o vanos.

Semovientes

sin programa alguno.

Bladíes modelos

se una especie

de cuyos vestigios

son una secuela

en espiral.

Sin edad,

sin aflicción

debida la aflicción.

En ese juego se enjuagan ellos.

En ese juego nos enjugamos.

Hipócritas o creontes.

En el concierto

que  musicaliza

su encantadora

ignorancia.

Nuestro inocente

y terrible

temor

a morir.

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1 de marzo de 2017
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Ver y leer teatro

Uno de los puntos más sugestivos (y para mí indiscutible) del debatido artículo de Javier Marías ‘Ese idiota de Shakespeare' era el recordar la matriz literaria del teatro. Desde su origen formó parte del cuerpo de la escritura, aunque, naturalmente, llegando en su plasmación ideal como representación o mediación. Al igual que la música. Ambas artes tienen su plena realidad en la "performance", pero el guión que permitirá esos logros está escrito, y como tal se trasmite, constituyendo la base de nuestra admiración y nuestro deseo de seguir disfrutándolo.

     Siempre he desdeñado el perezoso latiguillo de "teatro para ser leído", sobre todo teniendo en cuenta que la frase les fue aplicada, entre otros, a Fernando de Rojas, a Valle-Inclán, a Eliot, a Claudel o Marguerite Duras. Soy de los que disfruta asiduamente del teatro cuando está hecho con imaginación figurativa y rigor textual, pero desde mi adolescencia, gracias a la biblioteca de mi teatrero abuelo que heredó mi padre, he sido un gran lector de ese, llamémosle así, género. Y el género continúa publicándose, no sé si con la debida atención de los medios periodísticos e intelectuales.

    Recomiendo aquí algunas ediciones recientes, que van desde el rescate del teatro, poco conocido y muy meritorio, de Ramón J. Sénder (Editorial Larumbe) al ‘compacto' de Penguin de la obra teatral completa de Cervantes, para que no todo sea ‘quijote' una vez acabado el gran año santo de los Tres Genios (Shakespeare y El Inca Garcilaso serían, claro está, los otros dos). Hay, junto a esos nombres clásicos, piezas contemporáneas de notable calidad, y las tres que voy a citar están, además, de actualidad. La editorial segoviana La Uña Rota, que había sacado con anterioridad la mayor parte del teatro y la obra ensayística de Juan Mayorga, publica ahora, en sintonía con el estreno en Madrid, su nuevo y muy sugestivo drama ‘El cartógrafo', que sigue en cartel hasta final de febrero, antes de iniciar gira. Leí con gran placer el texto después de ver la función, con la memorable personificación de Blanca Portillo de sus tres roles femeninos. También está en cartel, en una muy bien resuelta producción del Centro Dramático Nacional, ‘Los Gondra, una historia vasca', del dramaturgo bilbaíno Borja Ortiz de Gondra, que ha escrito, con acentos personales y aguda mirada histórica, un fascinante fresco político y familiar; aquellos que no la puedan ver escenificada cuentan con su riquísimo texto editado en libro por el propio CDN.

    Destaca, por último, la oportuna traducción por Dos Bigotes, la valerosa editorial de libros de amplio espectro LGBT, de ‘Tan sólo el fin del mundo', la obra maestra del malogrado autor francés Jean-Luc Lagarce, coincidiendo con el estreno de su adaptación al cine por Xavier Dolan. Pieza de rotunda belleza, que llega en el libro con un muy cuidado material de apoyo (y el acierto, sea dicho de paso, de añadir al título el adecuado adverbio ‘tan' que no lleva aquí la película), vale la pena comparar las libertades que se ha tomado Dolan con su magnífico elenco de actores y leer por sí mismo ese texto poemático y narrativo marcado por el dolor, la rabia y la más desnuda verdad.

 

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1 de marzo de 2017
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Música, maestro

A la memoria de Francisco Gutiérrez, Pancho Mambo.

La periodista Yamlek Mojica de la revista Niú me hizo a quemarropa una serie de preguntas sobre los gustos musicales de mi vida, que siento no pude absolver de la mejor manera. Frente a la metralla, que no deja lugar a meditaciones, y sobre todo si las respuestas además de instantáneas deben ser tan cortas como un twitt, uno no puede evitar pensar con posterioridad en lo que mejor pudo haber dicho. Es lo que pasa cuando alguien pierde una discusión, que luego imagina las contestaciones filosas y brillantes que hubieran enmudecido al adversario. Demasiado tarde.

Además, creo que la foto de Carlos Herrera, que es muy buena, no me favorece en el contexto. No parece que estoy diciendo que el Mambo No.5 de Dámaso Pérez Prado me transmite electricidad, como sigue siendo cierto aunque sea menguado para el baile, sino que más bien tengo aire de meditar sobre la filosofía de la existencia y la trascendencia del ser.

De manera que esta tarde tranquila del sábado, frente al silencioso verdor de mi ventana, me corrijo y aumento: cierto que la primera canción que recuerdo de mi infancia es Dos Gardenias, cantada en las victrolas por Daniel Santos.

Me sigue pareciendo de una humilde poesía de imágenes certeras: que las dos gardenias se marchiten porque han adivinado la traición amorosa, es un acierto romántico. La compuso una mujer, la cubana Isolina Carrillo en 1945, y se la dio a cantar primero al que sería su marido, el barítono Guillermo Arronte. Tan imperecedera que hoy ha llegado hasta la voz de Diego El Cigala.

Eran los pesados discos de pizarra de 33 RPM, antes de la aparición de las roconolas con los discos de vinilo de 45 RPM. En ellos estaba también la voz de Silvana Mangano que cantaba con voz ajena la samba El negro zumbón, sacada de la película Anna, de Alberto Lattuada, donde también la baila. De belleza perturbadora, se la llamaba simplemente "la Mangano".

Pero también recuerdo de las victrolas el tango Tomo y obligo, en la voz de Carlos Gardel, cuya imagen relampagueaba en las imágenes en blanco y negro de la película Luces de Buenos Aires. Allí lo canta en un boliche rodeado de bebedores amanezqueros. En la oscuridad del cine Darío, que olía a orines y maní tostado, todo el mundo guardaba respetuoso silencio porque Gardel era un héroe popular. A un carpintero del pueblo, las uñas manchadas de maque, le decían Canejo gracias a la frase de ese tango: fuerza Canejo, sufra y no llore, que los hombres machos no deben llorar...

Había muy pocas victrolas en Masatepe, y una de ellas pertenecía a Remigio Sánchez Brenes, el padre de Roberto Sánchez Ramírez, el primero en aparecer con las novedades en el pueblo. Era una victrola portátil, que se guardaba en un estuche en forma de valijita.

Allí escuché, una y otra vez, En un bosque de la China, cantada por Germán Valdés, Tin Tan, que en sus películas aparecía siempre al lado de su "Carnal" Marcelo. Esta canción, de letra picaresca e ingeniosa, fue compuesta por el argentino Roberto Ratti, como un foxtrot, y llegó a ser un tango en la voz de Hugo del Carril.

La Sonora Matancera dominó evidentemente mi juventud universitaria. Uno de sus solistas era Bienvenido Granda, quien se parecía a Rigoberto López Pérez y por eso halló cabida en mi novela Margarita, está linda la mar, al lado de Juan Legido, de Los Churumbeles de España, célebre orquesta también, a la que me tocó ver actuar primero en el Teatro Salazar de Managua, en el esplendor de su gloria, y años más tarde en el Cine Orión de León, ya disminuida y descalabrada, rumbo a su desaparición.

El Mambo No.5 de Pérez Prado, claro. Pero también el otro suyo, Patricia, que Federico Fellini escogió para el desolado e inolvidable final de la Dolce Vita.

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1 de marzo de 2017
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Apreciaciones arriesgadas

 
 
 Las confluencias entre discursos son a menudo chocantes. El político Artur Mas, interpelado en una cadena de televisión sobre las características de su proyecto de reforma del catalanismo, formula un deseo: Cataluña ha de estar (ha de existir) en un Estado confederal, un Estado en el que su centro (su capitalidad) no esté en concreto en ninguna parte y sí en todas. El escritor Jorge Luis Borges publica, en 1952, el libro Otras inquisiciones que recoge el texto “La esfera de Pascal”, un recorrido por las versiones fundamentales de la siguiente metáfora: Dios es una esfera infinita cuyo centro está en cualquiera de los puntos que la conforman. O sea que Artur Mas quizá sólo difiera de Jorge Luis Borges en detalles accesorios; cabría incluso la posibilidad de confundir ambos personajes, conjeturar que Arturo no es ciego pero parece alto y que Jordi Lluís no luce tupé pero sonríe a menudo.
 

 El profesor Taibo Arias en un famoso artículo periodístico de comienzos de 1999 llama la atención sobre ciertos conflictos terminológicos. Delimita con facilidad la diferencia entre Estado federal y Estado confederal pero advierte que así como el federalismo tiene imagen de marca el confederalismo no la tiene, ya que en su propia definición prospera una tenaz paradoja. Describe el Estado federal como un Estado en el que existe una clara distinción entre el ámbito del poder central y el correspondiente a las entidades federadas que, en general, disponen de mayores cotas de autogobierno que las regiones de los Estados unitarios descentralizados. En cambio, el Estado confederal no es para Taibo siquiera un Estado, en el sentido pleno de la palabra, sino el resultado de un pacto entre varios Estados independientes y soberanos para poner en común algunos elementos de sus políticas, especialmente las militares. Es evidente, por tanto, y ahí radica el señalamiento de Taibo, que no debe hablarse de Estado confederal sino de confederación de Estados.   

 Qué sentido tiene entonces la propuesta de nuestro héroe convergente. ¿Trascender la teoría federal? ¿Mejorar un modelo que en puridad, en nuestro país, nunca ha sido aplicado? ¿Rechazarlo simplemente por evocar el Estado de las Autonomías? En la entrevista hay un momento crítico en el que el periodista alude a la frase acuñada por Manuel Clavero Arévalo: “café para todos”. Artur Mas frunce el ceño, aprieta los labios en heladora mueca y, con la dificultad idiomática que siempre surge en los llamados bilingües, contesta vacilante: “ese tipo de solidaridad no es el que desde Cataluña contemplamos y propugnamos”. Se certifica entonces que la similitud entre los discursos es casual. El mero hecho de comparar el maravilloso escrito borgiano, muestra ejemplar del uso creativo de la inteligencia y la erudición, con la estulta prepotencia del envarado personaje de tira cómica, roza el disparate. Pido pues disculpas por la broma sobre sus parecidos, que quiso ser genial. Si ahora pudiera, ¡la borraría!   

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Francisco Ferrer Lerín, Heraldo de Aragón, 3 de enero de 2008.

 
 
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28 de febrero de 2017
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Medea invertida

Hay un tipo de violencia que no cesa. La definimos como doméstica, machista, de género, de pareja. Yo la considero terrorismo, porque en su dentellada anida la demostración de dominio mediante actos violentos a fin de infundir miedo, de coaccionar, de imponer una autoridad por encima de todo. De erigirse en dueño y señor del territorio partiendo de un cruento chantaje emocional que se aplica con sadismo y costumbre. Van en aumento las amenazas constantes, los partes de Urgencias, las violaciones en la cama de matrimonio, la humillación psicológica a la que son sometidas tantas mujeres que acaban sintiéndose una piltrafa y apenas recuerdan que un día fueron libres. Relaciones que presuntamente se iniciaron con amor, aunque fuera un malentendido. Una perversión que desembocó en un vínculo fatal, de víctima y verdugo. ¿Por qué nuestras sociedades han sido capaces de reducir la criminalidad en pos de un mundo más seguro, y en cambio las mujeres siguen muriendo a manos de sus parejas o exparejas? La pasada semana, en España, fueron asesinadas en la intimidad cinco mujeres. También dos niños. Se nos indigestan las noticias de su muerte. Pequeños utilizados como minas antipersona, prótesis existenciales en nombre del mal. A comienzos de mes, en Madrid, un hombre de 27 años, antes de arrojarse al vacío con su hija de un año desde la segunda planta de La Paz, a una altura de unos 12 metros, le gritó a su mujer: “¡Me la has jugado! ¡Me la has jugado! ¡Te voy a dar donde más te duele!”.
Días antes, en Daimiel (Ciudad ­Real), otro hombre mataba a su pareja y a la hija de esta, de 18 años. Estaban en trámites de divorcio. La mujer había visitado a una psicóloga social porque estaba pasando por una ruptura complicada. La nube negra del presentimiento ya se había instalado en sus días. El último caso, el de Juan Sergio Oliva Gómez, que acuchilló a sus hijos de cinco y cuatro años durante un permiso de paternidad en un pueblecito tranquilo cerca de Stuttgart, nace de una temeridad judicial. El hombre había invocado ante su ex el nombre de José Breton, sacando todos los diablos de la teoría de la emulación a pasear, lo que Paul Aubry ar­ticuló ya en 1896 como “el contagio de la muerte”. Ella le había denunciado por maltrato hasta en tres ocasiones, pero un juez dictaminó que los niños debían pasar periódicamente tiempo con su padre. Debe resultar invivible la idea de no poder proteger a tus hijos. La madre viajó hasta el pueblo alemán, cuando el presagio ya era una mancha negra que se extendía igual que aceite. Los había matado. Se dice que es un asunto muy complejo cuando fallan todos los planes de prevención anunciados a bombo y platillo, que han demostrado ser ineficaces. Que no han impedido que haya mujeres que vivan temblando mientras sus exparejas preparan la cena y la muerte de sus hijos.
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28 de febrero de 2017
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Turing… «Ese su deseo»

 "Raza sobre la que pesa una maldición, y que debe vivir en la mentira y el perjuro, puesto que sabe que  se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida; raza que debe renegar de su Dios puesto que, de ser cristianos, cuando ante el tribunal comparecen como acusados  necesitan, ante el Cristo y en su nombre, defenderse como de una calumnia de lo que es su misma vida" (1)  

 En una reciente entrevista, Gregorio Martín, una de las almas  del Instituto de Robótica de la Universidad Politécnica de Valencia, hacía esta estremecedora declaración: "Muchos de nosotros moriremos acariciando una máquina y siendo acariciados por ella". Ciertamente  el catedrático de computación hacía referencia  a la soledad a la que se vería arrastrada la gente mayor en un plazo casi inmediato, dado que no podrán esperar que sus familiares "abandonen su vida para cuidarlos".  Sin embargo no es difícil suponer que  el espectro de personas acariciadas por un robot se extienda a todos aquellos que simplemente... se hallen falta de caricias. Esos robots que, en Japón, serían ya los más  "abnegados  cuidadores" para los físicamente exhaustos vendrían  a ser respuesta (no meramente consuelo) para nuestra exigencia sexual y afectiva. Ello ciertamente como resultado de los progresos de la inteligencia artificial...ese desiderátum que persiguió al filósofo del que hoy voy a ocuparme.

Allan Turing no es de entrada considerado, un filósofo pero sin embargo su nombre es indisociable de algunos de los problemas filosóficos relevantes de nuestro tiempo como el de la relación cuerpo-mente o el de determinar en qué consiste la inteligencia. Por otra parte, el hecho de que  de que no fuera fácilmente encasillable en una especialidad  (lo que perjudicaba su carrera, pues de  no ser por su indiscutible dominio técnico hubiera podido ser considerado un diletante), le acerca a esa disposición ante las diversas  ramas del saber que ha caracterizado a muchos de los grandes filósofos. De hecho una de las más relevantes publicaciones de Turing, a la que luego me referiré, apareció en una revista de filosofía. En cualquier caso, al igual que tantos otros aquí ya mencionados, pese a su temprano escepticismo respecto a los valores y la moral imperante, Turing consideraba que el deseo de conocimiento, ya sea bajo forma inmediata de elemental curiosidad por las cosas del entorno, es de las pocas cosas que cabe razonablemente atribuir al ser humano, y a ese deseo permaneció fiel a lo largo de su desordenada vida.

 Allan Turing es conocido  por la máquina que lleva su nombre. Pero además de  la máquina de Turing  los estudiantes de filosofía  se hallan familiarizados con preguntas sobre el llamado Test de Turing.  Desde Aristóteles la mayoría de pensadores han hecho hincapié en la singularidad vertical de los seres humanos por el hecho de tener inteligencia. Pero como es sabido algunos apuestan que es factible programar seres artificiales que piensen y aprendan del modo en que nosotros lo hacemos. El Test de Turing es uno de los modos en los que el problema fue presentado.

El origen del test fue un juego mundano llamado "Imitation  game". Turing lo presentaba de este modo: "En el juego intervienen tres personas, un hombre (A), una mujer (B), y un interrogador (C), que puede ser de uno u otro sexo.  El interrogador se queda en una habitación separada de las otras dos. El objetivo del juego es determinar quién es el hombre y quién la mujer. El interrogador los designa por las etiquetas X e Y, y al final del juego, debe decir que X es A e Y es B, o bien que Y es A y X es B. Al interrogador se le permite formular preguntas a A y B del tipo: "X, por favor, ¿cuál es la longitud de su pelo?".

Posteriormente Turing propuso reproducir el Imitation Game de otro modo: "Hagámonos la pregunta, ¿qué ocurriría si una máquina hiciese la parte de A en este juego? ¿El interrogador podría llegar a dar respuestas erróneas tan a menudo como cuando jugábamos con un hombre y una mujer? Estas interrogaciones sustituyen al original "¿pueden las máquinas pensar?"(2)

Las consecuencias de la conjetura de Turing son enormes. Algunos hechos apuntan a la idea de una super-inteligencia: si una máquina llegase a superar el test, podría sobrepasar a los humanos en cuanto a capacidades, excediendo lo que éstos puedan realizar. Obviamente, el primer problema es determinar si las máquinas serían capaces de superar la prueba. El mismo Turing fue extraordinariamente optimista (3) . En cualquier caso   era plenamente consciente de que su conjetura entraba en completa contradicción con las hipótesis de la singularidad de los seres humanos, y se refirió a sí mismo como un hereje. Tras estas generalidades  sobre el trabajo teórico de Turing  evocaré ahora la peripecia vital del protagonista:

Allan Turing tiene desde  la adolescencia inclinaciones homosexuales, mas o menos transparentes en la ambigua relación con compañero de estudios, cómplice de las inquietudes literarias, científicas o filosóficas. Convertido en matemático brillante  y consciente de su valía, durante la guerra se integra en el equipo de criptografía encargado de descifrar  los mensajes alemanes. Mientras Londres es bombardeado, la hambruna alcanza a gran parte de la población y el frente es una continua sangría Turing prosigue con tenacidad el perfeccionamiento de una  máquina (primer esbozo de la que seguiría ocupándole  tras la guerra) susceptible de descifrar los mensajes del almirantazgo alemán, codificados mediante el sistema conocido como Enigma, supuestamente inviolable. Turing ha de luchar contra el escepticismo de sus superiores,  que exigen resultados  y en varias ocasiones son tentados de prescindir de sus servicios. Finalmente la máquina consigue desentrañar lo que parecía indescifrable y los cronistas e historiadores de la guerra señalan que ello supuso un enorme ahorro de vidas humanas pues (además de abrir  las puertas de un enorme  reto filosófico-científico) adelantó el desenlace mismo de la segunda  guerra mundial.

¿Héroe definitivo pues Turing de su país y de los países aliados? Tras la guerra, a la par que prosigue en sus investigaciones sobre esa máquina que pudiera homologarse a la inteligencia humana, en un universo en el que la homosexualidad estaba hipócritamente confinada, Turing busca lazos, sino en los arcenes de la sociedad simplemente dónde puede. Una  de sus relaciones, un  muchacho  de 19 años  a quien Turing propone introducir en el mundo del pensamiento y la ciencia, le roba. Turing comete  el error de denunciarle. Estamos en plena regresión: desde 1950 el puritanismo social, la furibunda homofobia y el anticomunismo que en Estados Unidos  alimentan  al llamado  Mccarthysm  se extienden a un Reino Unido marcado por la guerra fría (4) . Por lo que respecta a Turing,  la historia es hoy casi popular, el doble  anatema social y judicial cae sobre el pensador:

"Sólo un honor precario, sólo una libertad provisional en espera del descubrimiento del crimen; posición social siempre inestable, al igual que ese poeta, la víspera  agasajado  en los salones, aplaudido en los teatros de Londres, es expulsado al día siguiente de todo cobijo, sin encontrar almohada en la que  repose su cabeza, haciendo como Sansón girar la piedra del molino y exclamando como él:"Los dos sexos morirán separados" (...)   Excluidos incluso, excepto en los días de gran infortunio en los que la mayoría se agrupan en torno a la víctima (como los judíos en torno a Dreyfus) de la simpatía- a veces de la sociedad- de sus semejantes en los que generan  fobia, al ver su propio ser reflejado en un espejo" (5) 

"Gross indecency contrary to Section 11 of the Criminal Amendment Act 1885",  reza la sentencia condenatoria.  Turing evita la cárcel sólo al precio de un castigo terrible, la castración química, que ha de administrar él mismo mediante la ingesta  regular de pastillas. La sentencia es pronunciad el 31 de marzo de 1952, dos años más tarde, el 7 de junio de 1954 Allan Turing se suicida (a finales de ese mismo año una comisión senatorial obliga a McCarthy a demitir).  

Se le había anunciado que mientras durara el tratamiento el deseo sexual desaparecería,  pero que ello no era definitivo. De alguna manera se trataría de neutralizar durante un tiempo la sexualidad para que reapareciera ya sin  la perturbación que para la moral estándar suponía la homosexualidad. Dados sus prejuicios ciegos contra la homosexualidad,  es razonable pensar que ni los jueces ni  los responsables médicos estaban seguros de nada en cuanto a los resultados de lo que prescribían. De alguna manera Turing era él mismo sometido a un test, no como si se tratara de una máquina, sino como si se tratara de un mero animal, un ser marcado por una sexualidad  exclusivamente determinada por la biología y cuya contingente desviación de la norma podía quizás (de ahí el carácter de test) ser corregida. En una de sus cartas Turing manifiesta que le gustaría creer que sus verdugos morales  tenían razón, al menos en lo no irreversible del retorno de la sexualidad. Falsa esperanza, o al menos  así  debió ir  apareciendo a la víctima.

No hay ciertamente inteligencia sin cuerpo (ya sea maquinal) pero en el caso del hombre no hay tampoco cuerpo sin inteligencia lingüística, al menos en estado potencial  (salvo en esa forma extrema de triunfo final de la termodinámica sobre la vida que constituye el cadáver). En consecuencia, no hay tampoco sexualidad carente de impregnación  por los símbolos.  Un ser humano puede soportar la frustración que supone carecer de actividad sexual; no es seguro que soporte con igual firmeza la idea de que la sexualidad llegará quizás a no ser problema.  Probablemente ello no puede ocurrir, dado ese carácter indisociablemente biológico y simbólico de la sexualidad humana que acabo de señalar, pero la sola idea puede atenazar... pudo abrumar a Turing  el pensamiento de que quizás ya no sería presa de " ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida", y contra el cual se veían infructuosamente obligados a luchar los homosexuales: "para no parecerlo, los sodomitas abandonarían la ciudad, buscarían mujer, mantendrían amantes en otras ciudades dónde tendrían distracciones respetables. Sólo acudirían a Sodoma en los días de necesidad suprema, cuando su ciudad estaría vacía, en los tiempos en que el hambre hace que el lobo salga del bosque", escribe  Proust al respecto (6)  

 En el test de Turing el criterio para determinar si la máquina ha alcanzado  una suerte de humanización  reside en que finalmente pudiera  efectuar los mismos pasos que en la situación señalada daría razonablemente un ser humano.  ("Hagámonos la pregunta, ¿qué ocurriría si una máquina hiciese, la parte de A en este juego?"). 

La cabal humanidad de Turing puede ser medida por el criterio de si sigue o no siendo presa de ese deseo de saber que constituyó una obsesión desde su infancia. La respuesta positiva sería incluso una prueba del fracaso  del sórdido test biológico al que es sometido. Una serie de hechos dan testimonio de que Turing no renunció a  mantener plenamente su humanidad en aquellas tremendas circunstancias

Poco antes de su detención Turing publica un trabajo sobre las bases matemáticas de la morfogénesis biológica (7). Turing pone de relieve la importancia de ecuaciones no lineales para dar cuenta de ciertas singulares reacciones químicas. Cuando entre nosotros  (a través de la llamada "biología de síntesis" y otras disciplinas) adquiere plena actualidad al problema de la vida artificial, se hace perceptible el peso de esta investigación para la que Turing se sirvió ya de ordenadores. Un momento interrumpida por el proceso,  Turing no sólo la prosiguió sino que la extendió a otros problemas, en los que se hallaba implicada la física cuántica, que de hecho había sido para él objeto de interés profundo desde los años 30.  Aunque se le ha podido reprochar que, en sus consideraciones sobre el aspecto físico de la computación, la radical novedad en el concepto de realidad física que supone la mecánica cuántica no es suficientemente tenida en cuenta, lo cierto es que antes y después del proceso Turing se muestra interesado por la impredictibilidad que supone el llamado postulado del colapso en esta disciplina; y en una carta de 1953 a un discípulo llega a afirmar que está pensando en "inventar una nueva mecánica cuántica", aunque se muestra escéptico al respecto. En cualquier caso este discípulo, llamado Robin Gandy, dio ulteriormente  testimonio de que, poco antes de su muerte los problemas de este verdadero rompecabezas que para la ciencia de nuestro tiempo supone la teoría cuántica ("la física está de nuevo hecha un lío" escribe al respecto uno de sus protagonistas mayores, Wolfgang Ernst Pauli) ocupan la mente y las conversaciones del gran y desafortunado matemático. Aun en ese mes de marzo de su muerte escribe una carta a Gandy relativa a tales preocupaciones.    

El farisaico anatema que había caído sobre él no logró nunca plegar su carácter, a la vez tímido, huraño, irreductible y seguro,  sino de su equilibrio psíquico (vivió varios episodios depresivos) sí al menos de su honradez intelectual. Como en el caso de Walter Benjamin, ha habido alguna interpretación divergente sobre el carácter voluntario de su muerte. Se ha hablado de que algún servicio de inteligencia podría estar interesado en deshacerse de alguien que estaba en posesión de algunos de los secretos de la comunicación anglo-americana. La tesis del suicidio es sin embargo generalmente aceptada. Su sexualidad se extendió al (y quizás se sublimó en) ansia de conocimiento, pero Allan Turing nunca deseó a una máquina. Tras introducirla en Cianuro habría dado un doble mordisco a una manzana: "ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida"

 


 (1) Marcel Proust, À la Recherche du temps perdu. La Pléiade, Gallimard, Paris, tomo III, p.16.

(2) Turing, Computing machinery and intelligence, en MIND, a quarterly review of psychology and philosophy, October 1950. Turing tenía en mente que con el tiempo podrían programarse ordenadores susceptibles de adquirir potencialidades que rivalizasen con la inteligencia humana. En cuanto al test en sí, argumentó que si el interlocutor era incapaz de distinguir entre la máquina y la persona a través del interrogatorio al que es sometido, la computadora debía ser considerada inteligente, puesto que ésta es la forma en que juzgamos el pensamiento de otra persona, o sea: concluiríamos que el otro es o no un ser inteligente tras hablar con él y en función de lo que nos dice.

Creo que éste es el punto más controvertido del asunto, porque no es seguro que juzguemos la inteligencia de las personas de este modo. Al contrario, cuando nos encontramos con alguien, ya suponemos que éste es intrínsecamente inteligente (puesto que ser inteligente forma parte de la definición del ser humano), y cuando eventualmente le formulamos alguna pregunta, entonces, en función de la respuesta, concluiremos que esa persona es lista o estúpida... por supuesto, todo ello dentro de la inteligencia, que es una facultad general, no una característica de alguien en particular. La inteligencia como la condición de ser moral es un punto de partida tratándose de los humanos. Si alguna pregunta nuestra relativa a los abusos del débil por parte del régimen del general Pétain (hoy potencialmente restaurado en Le Pen)  alguien responde que aquello estaba muy bien porque daba orden y seguridad a los ciudadanos, concluiremos que es un canalla... precisamente porque le atribuimos una condición moral. A nadie en su sano juicio se le ocurre tildar de canalla a un perro.  Con independencia de estas objeciones, cabe señalar que en el texto de Turing se incluyen otros aspectos, algunos de ellos fascinantes: un modelo de máquina basado en teorías matemáticas, sugerencias a fin de conseguir la inteligencia artificial y, sobretodo, las objeciones a sus propias conjeturas y las respuestas a las mismas.

 (3) Creía que antes del año 2000 máquinas con una potencia memorística de 19bits  podrían confundir a los seres humanos, por lo menos durante los primeros 5 minutos de la prueba.

 (4) Señalo de pasada que en la España franquista la amalgama político -moralizante se tradujo en las llamadas  leyes  "de vagos y maleantes", luego de "peligrosidad social" y finalmente "1001", que permitía llevar a la cárcel tanto a un homosexual como a un fumador de marihuana, a un vagabundo o a un comunista. Obviamente ello no era automático (excepto para los comunistas): si la homosexualidad adoptaba la forma folklórica del amanerado estándar nada tenía que temer, salvo el desprecio, y el que  no se metía en política podía casi tranquilamente ser fumador de "porros", siempre y cuando no se cruzara por ejemplo una animadversión personal con el agente. En todo caso la arbitrariedad no hacía otra cosa que acentuar la amenaza.

 (5) Marcel Proust, idem, III, 17

 (6)  Idem, III, 33

 (7) Años más tarde otro pensador de vida mucho menos convulsa  pero asimismo  poco convencional desde el punto de vista de la ortodoxia académica, el Medalla Fields de Matemáticas Réné Thom intentaba también una aproximación general a la morfogénesis que aunaba el soporte matemático y un teoría sobre la prioridad ontológica de lo continuo sobre lo discreto de soporte aristotélico.

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28 de febrero de 2017
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