Vicente Verdú
Veo los días felices
como conejos blancos
o moteados de gris
que corretean
sobre un prado
allanado
por gominolas de menta y
,en apariencia,
infinito.
No es real
su vastedad absoluta
ni la mayor ofrenda,
se concentrra en ella.
Pero la vista
se sacia
completa
y hasta un
lontananza,
suave y enternecida.
Allí, los pequeños conejos
Juguetean y pacen
sin hablar, ni reconvenirse.
Sin aspiraciones abstrusas,
Odios o desgracias.
Sólo triscando y brincando
como signos del
tiempo sin
caducidad.
Ese tiempo,
cronológicamente efímero,
-ya los sabemos, nosotros-
se halla eliminado,
y veo reinar
esta escena feliz,
no muy larga,
como una suerte de
melatonina al cien por cien.
Un sueño blanco
y sin límites
del que
han desaparecido las traiciones
y las tradiciones.
Un espacio inaugural,
sin amenazas, ni crimen.
Sin enfermedad
y sus constantes
bulbos malignos.
Sin diarios y telediarios,
anuladas las broncas
con la esposa y las
compañías de seguro.
Ausente el dolor de estómago
Y la vetustez, tan repetida.
Oxigenado el olor a ser humano
cuando,
expulsado el mal,
El paisaje se puntea
de yerba fresca
y el recreo de
mensajeros conejos blancos.