Vicente Verdú
La sensación
de albergar lagunas
en el estómago
no era la única
que concluía
el malestar.
Un aroma turbio
y acidulado
corría
entre las fisuras
del cerebro,
poco consistente,
ahora,
para recibir
un síntoma adicional.
Y mientras se abandonaban
las sábanas
el lecho parecía,
contemplado
desde la puerta,
un malversador.
En la noche fue un regazo
y, después,
al vaciarse,
una ominosa
esperanza
de final
o de reclusión.