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De “morir en Madrid…” Al resonar de Shostakovich en los oídos alemanes.

 

Ondra Lysohorsky  es el pseudónimo literario  de Ervín  Goj poeta silesio que escribía en la lengua Lach enlazada a la vez al polaco y al checo. Uno de sus poemas lleva el título de "Morir en Madrid". En 1936,  el músico judío Erwin Schulhoff, también de origen checo, se sirve del poema de Lysohorsky para una composición, la sinfonía número cuatro. Schulhoff  era un músico familiarizado con la vanguardia,  había sido en Colonia alumno de Debussy, se había vinculado al  Dadaísmo, apostado un momento por  la atonalidad y explorado músicas  como el jazz del que llegó a ser intérprete en  clubs de diversas ciudades. Siempre fue considerado un excepcional pianista y como Stravinsky hizo un giro hacia lo que se consideró neo-clasicismo. El sentimiento de que el fascismo era una de las consecuencias del caos inherente a la economía de mercado (el recurso del capitalismo en tiempos de crisis) le hizo aproximarse al ideario socialista, lo cual tuvo traducción en su música y en su concepción de la función de la misma.

En 1935, el estallido de un grave conflicto social en Eslovaquia le mueve a dedicar a los huelguistas una sinfonía (tercera de las suyas). Un año más tarde   la rebelión fascista en España impacta a Schulhoff, como impacta a Shostakovich y a tantos otros artistas europeos y la resistencia del pueblo español le impulsa hacia la evocada cuarta sinfonía. Aun habrá dos sinfonías más, la última de las cuales, compuesta en condiciones en las que el espíritu humano (me atrevo a decir la potencialidad redentora del espíritu humano)  es sometido a la más dura de las pruebas.

En 1941, Schulhoff es detenido cuando se disponía a salir de Praga hacia la Unión Soviética, que poco antes le había concedido la ciudadanía, y conducido al campo de concentración de Wültzburg en territorio bávaro. Las condiciones de internamiento minan rápidamente sus defensas y enferma de tuberculosis, falleciendo en el verano de 1942...tras haber  acabado su última obra musical, la sinfonía que lleva el título de Svobody.

Canto a la libertad sin duda (en la medida en la que  cabe hablar de música como expresión de alguna idea concreta), pero sobre todo canto. En aquellas circunstancias de derrota,  pocos podrían afirmar que la escucha de Svobody incrementa la  convicción de que la libertad está en el horizonte, pero sin embargo sintieron quizás eso que en ocasiones el arte hace sentir cuando de arte se trata: una tensión que vale por sí misma que, aun motivada por alguna idea exterior,  en realidad  es causa final, y evita que el ser humano quede reducido a la suma de sus circunstancias.  No hubo libertad empírica para Erwin Schulhoff, que había asistido impotente al avance en toda Europa de una ideología justificadora del desprecio y abuso y que ahora,  laminado su cuerpo,  sabía que nada en lo personal podía esperar. Pero tuvo la suerte de que ello no mutilara su capacidad de reconocer como propio el orden simbólico y estar a la altura de las exigencias del mismo. Pues por noble que sea el desencadenante del trabajocreativo  nunca será más que un peldaño, un apoyo para el impulso. La libertad a la que uno puede aspirar es siempre limitada; cuando no la coarta  la sociedad, lo hace la fisiología, ese tremendo  segundo principio de la termodinámica, que todo lo arroya. El arte, la ciencia y la filosofía nada pueden contra tal devastación y en consecuencia nada valen desde el punto de vista de nuestra subsistencia. Pero sin embargo son preciosos como símbolo de que en el animal humano la subsistencia simplemente no lo es todo. Y lo son en toda circunstancia, aspecto que quisiera ilustrar recordando otra tremenda circunstancia en ambiente bélico.

Shostakovich escribe su séptima  sinfonía en 1941 mientras que Leningrado está cercada y los ciudadanos amenazados en todo momento por los bombardeos del ejército alemán.  Una vez más el miserable estado de cosas lejos de ser coartada para la inacción, se diría que constituye un aliciente. Pero en este caso hay un aspecto suplementario que merece la pena ser resaltado. La obra se interpreta por vez primera tras disponer grandes altavoces encaminados a que los soldados alemanes pudieran oírla.

Cualquiera que fuera la intención de las autoridades soviéticas, algo en este gesto pesa más allá de su eficacia para fines concretos, a saber, el hecho mismo que se trataba de música y aun de gran música.  Música en apariencia mimética, militar en el sentido más convencional de la palabra, susceptible de desmoralizar si el enemigo identificaba el ritmo a la disposición del soldado soviético...pero también susceptible de hacer despertar en el soldado alemán aquello que desde luego le unía al soldado soviético en un lazo incomparablemente más fuerte que el muy superficial que le vinculaba ideológicamente a sus camaradas, a saber, la mera capacidad de escuchar música, de ser un animal para el cual la música es un ingrediente imprescindible en su especificidad como animal.

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17 de mayo de 2017
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Poema 140

 

Los lamentos poseen

una huella infantil.

Son demasiado líquidos

y endebles para pertenecer

a la vida adulta.

El lamento es del perro,

el lactante,

el viento.

También pertenecen

al mendigo desahuciado

y al quemado tras las llamas.

De la muerte

no nos lamentamos

si no es por ignorancia infantil.

Lametones imposibles

del infante ante lo imposible. 

Aullamos, en fin,

como sujetos de muerte.

Nos lamentamos disminuidos,

acobardados

 

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17 de mayo de 2017
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Nosotros los otros

Este lunes 22 de mayo arranca en Managua la quinta convocatoria de Centroamérica Cuenta, que contará con más de doscientos participantes entre narradores, cronistas, cineastas, académicos, críticos, traductores, ilustradores, libreros, editores y talleristas, provenientes de unos treinta países.

El propósito del encuentro sigue siendo establecer un puente de comunicación de ida y vuelta entre los escritores centroamericanos y sus pares de otros países. Centroamérica "cuenta" porque hay infinidad de historias para ser contadas en su realidad cotidiana y en el imaginario de sus escritores; y "cuenta" porque su cultura tiene un peso propio, que debe ser conocido y reconocido fronteras afuera. Fruto de esta aspiración es que tanto en lengua alemana como francesa, se publiquen antologías de cuentos de jóvenes centroamericanos participantes del encuentro.

Junto a las conversaciones delante del público donde los escritores centroamericanos alternarán con los de otras partes del mundo, se celebrarán talleres que van desde el periodismo narrativo a la novela negra y la narración oral, a la formación de lectores y la traducción literaria. Un ciclo "literatura hecha cine", donde se presentarán películas basadas en novelas de escritores invitados. Un encuentro de literatura infantil, "Contar a los niños". Y presentaciones de libros publicados tanto por editoriales centroamericanas, como de fuera de la región.

Es una convocatoria cada vez más ambiciosa. Centroamérica Cuenta es un lugar abierto de encuentro para hablar de literatura y sus infinitas conexiones con la realidad contemporánea, y que este año dedicamos a André Malraux y Albert Camus. Ambos encarnan el espíritu de la libertad creadora; Camus desde sus reflexiones sobre el intrincando destino de los seres humanos, y Malraux ejemplo cimeros del escritor comprometido, combatiente del lado de la república española, y novelista ejemplar también.

Celebraremos en Centroamérica Cuenta el centenario del nacimiento de Juan Rulfo y de Augusto Roa Bastos, dos escritores de lugares distantes entre sí en la geografía de América, México y Paraguay, que reinventaron nuestra literatura desde el lenguaje, como no hay otra manera de hacerlo.

Hace medio siglo Miguel Angel Asturias, autor de El señor Presidente, otro clásico, ganó el Premio Nobel de Literatura. Y se cumple también el medio siglo de la aparición de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, de quien hablaremos en su doble papel de novelista y de periodista.

En un mundo como el de hoy, donde las peores amenazas contra la convivencia humana provienen de la discriminación, el racismo, la intolerancia política y religiosa, el desprecio a la diversidad, el lema de Centroamérica Cuenta es este año Nosotros los otros. No simplemente la tolerancia, que es una forma pasiva de ver a los demás que no son como nosotros, sino ser, ver, sentir como los otros, encarnarse en ellos, trasladarnos hacia ellos, meterse debajo de su piel, ser nosotros en el otro.

La literatura es capaz de promover este viaje profundo hacia los otros, porque no existe otro territorio más diverso ni más abierto. En la creación literaria cabe todo y cabemos todos, y desde la invención es posible derribar muros. La palabra es el instrumento privilegiado para abrir puertas, comunicar, juntar, concertar, multiplicando las individualidades. Es el viaje desde la cabeza del escritor hacia la cabeza del lector donde la imaginación, que no tiene ataduras, ensaya siempre la libertad. Cada vez que alguien escribe y cada vez que alguien lee, estamos tendiendo puentes y buscando ser el otro, ser todos los demás.

Los otros son los emigrantes forzados a partir en busca del bienestar y la dignidad que en sus propios países se les niega. No Ulises que regresa a su patria, sino Ulises al revés, que deja su patria y a lo largo de una ruta azarosa debe enfrentar peligros inimaginables, a merced de bandas criminales, entre extorsiones, secuestros, y amenazas mortales, por lo que no pocas veces van a parar al fondo de una fosa común antes de haber podido divisar la tierra prometida, un espejismo al otro lado de un muro que pretende ser inexpugnable. La literatura y el arte van constantemente hacia ellos. Vistos en su conjunto, representan un fenómeno social; vistos en sus vidas individuales, su drama entra en el terreno de la literatura.

Y también están los otros que son distintos, y por tanto discriminados y reprimidos, por el color de la piel, por razones de género, por sus preferencias sexuales. La literatura, en su dimensión necesariamente universal, emprende igualmente el viaje hacia ellos, para encontrarlos, y encontrarse en ellos.

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17 de mayo de 2017
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Identidad

Es muy chocante que algunas personas confirmen los lugares comunes y los tópicos nacionales sin la menor conciencia de estar haciéndolo. No es cierto que los italianos sean cobardes, pero el capitán del buque hundido al que le han caído dieciséis años de cárcel actuó como si fuera Alberto Sordi en una película sobre la guerra del 14. No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Hace años tuve un amigo que formaba parte del núcleo ideológico de Convergencia, o sea, católico. Me contó que en uno de esos retiros espirituales a que eran tan aficionados los nacionalistas, observó en un aparte a Jordi discutiendo con la Madre Superiora. Se acercó disimuladamente y pilló esta frase, tras la cual se escabulló aterrado: "¡Marta, els teus fills acabaran a la presó!". En aquella época todos sabían que la Madre sacaba dinero de debajo de las piedras e incluso de un césped podrido del Barça, pero se ignoraba que estuviera adiestrando a la prole. Como en un Galdós.

Lo cierto es que su madre, la abuela de los actuales hijos, ya tenía la misma afición. Otro amigo me contó que, siendo presidente de la comunidad de vecinos donde vivía la señora madre de la Superiora, compró en Navidad una hermosa planta de Pascua de hojas rojas. Inesperadamente, una mañana la planta había desaparecido. Algo recelaba aquel hombre sagaz que le hizo dirigirse a la madre de la Madre para preguntarle si había visto una planta de Pascua en el portal. "Sí, claro, era tan bonita que me la he subido al piso para impedir que la roben". Riguroso.

Si no me equivoco esta figura sarcástica se llama en yiddish "chutzpah". Que es cuando el asesino de sus padres le pide al tribunal que sea clemente con un pobre huérfano.

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16 de mayo de 2017
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Poema 139

En el verdadero trabajo del artista

no se incluye el desasosiego   

por acertar o no con la obra excelente.

La obra posee vida propia vida

y no come de nuestra mano,

ni se nutre de nuestro precocinado pienso.

La obra no nace, crece y termina

dependiendo de su operario.

Todo aspiramos a hacerlo mejor,

y hasta hacerlo eximio

pero la obra se exime con desdén,

escapa de nuestro plan preparado,

(siempre cohibido. 

y roído de requerimientos previos).

La obra es libre y será libre el artista

si desea copular con ella.

En la conjugación de esas pasiones

se hará  posible (o no)

el pecado exaltado o la satánica chispa.

El fulgor del  vicio extraordinario.

Es decir la inesperada y libérrima obra maestra

Puesto que la obra diferencial y sorprendente

es aquella sobre la cual

el primer deslumbrado es su autor.

Ambos enamorados y en un candente

 pecado mortal.

Ambos delincuentes compulsivos.

porque así,  en esa hampa luciente

es donde cunde

el genuino y bailable

trabajo del artista.

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16 de mayo de 2017
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Operación Mazo

Las agencias encargadas de buscar nombres, una profesión en alza – naming le llaman al arte de conferirle una identidad verbal a una nueva empresa, una marca de joyería o un modelo de coche–, deberían de contratar a un policía. No a uno cualquiera, sino a un especialista en idear esos nombres en clave que se utilizan para proteger un caso que está siendo investigado.
Imagino a los escritores frustrados que trabajan en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, guionistas vocacionales que se ven en la suya cuando empiezan a engrosar el relato de un Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, trajinando con bolsas de toallas de playa en las paradisiacas playas de Cartagena de Indias, donde hace nueve años denunció haber sido espiado. Entonces González era un señor de polo azul a quien se le escapaba la sonrisa burlona mientras su storytelling policial se cocía a fuego lento. Operación Lezo decidió llamarla algún historiador aficionado. Un nombre frío, como deben de ser los criptogramas, extraído entre los cableados del caso. Esta vez no hubo metáforas, en todo caso un guiño histórico: Blas de Lezo fue el almirante español que organizó la defensa de la ciudad colombiana durante el asedio británico de 1741, considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada. Sus heridas de guerra eran de campeonato, tullido pero audaz, poco que ver con el bronceado Nachete de Guadalmina.
En el género abundan las analogías, términos que representan aquello que se persigue. Algunas con cierta obviedad: la operación Más Turrón se refería a la cocaína –que los traficantes denominaban turrón–, mientras que la Guateque debió su rumboso anacronismo a las licencias fraudulentas que incumbían a bares de copas y discotecas madrileñas.
En España, la elección de un nombre que oculte una investigación delicada empezó a sistematizarse en los noventa, a modo de mariscada: la operación Nécora desmanteló una gran red de narcotráfico en Galicia, y fue identificada con el crustáceo que tanto gustaba a los capos. Y así fueron naciendo Pecado Original, Abanico o Jineta. Hasta entonces las actuaciones se habían bautizado con el número de diligencia judicial correspondiente, un recurso complicado que provocaba confusión, por lo que con frecuencia los agentes, para simplificar, acababan utilizando el de la víctima o el investigado.
Hoy forma parte del procedimiento de actuación –reservado al denomi­nado crimen organizado o a bandas de más de tres integrantes–, pero también ejerce marketing institucional me­diático. Hace unos meses escuché nombrar de carrerilla a Esperanza Aguirre tres operaciones: la Gürtel, la Púnica y la de las tarjetas black, y le ­pregunté si dormía bien: aseguró que nada ni ­nadie le quitaba el sueño. Aún no había transcendido la Lezo, que con su ­rotunda identidad verbal ha caído como un mazo.
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16 de mayo de 2017
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Los premios

Despotricar, lamentarse, o sencillamente burlarse de los Oscars es un hábito que tienen también las personas más quisquillosas respecto a los Nobel de literatura. Ambos son premios que desdeñamos desde el olimpo de la exigencia por sus chillones y tan frecuentes errores de elección pero nunca dejan de afectarnos: nos irritan, nos escandalizan, nos mueven a prestarles atención y a hacer cábalas. En el pasado ejercicio lo original (un acto de justicia poética en un contexto, el norteamericano, reacio a ella desde noviembre) fue que la Academia de Hollywood puso en solfa a la Academia Sueca, que hizo el ridículo premiando a un notable cantautor, infinitamente mejor cantante que poeta, quien se mostró a su vez displicente con tan exagerado honor; por primera vez en décadas, la mayoría, cinco de las nueve candidaturas a mejor película, distinguían films excelentes, de lo mejor del año, y se fijaban en actores-artistas y guiones no sólo bien escritos sino sofisticados (como el de la película griega ‘Langosta'). Hasta tal punto era buena la preselección que el veredicto, sin ser el ideal para mi gusto, da carta de naturaleza a cineastas inconformistas y ambiciosos como Chazelle, Lonergan y Barry Jenkins, dejando solo un poco desairada la que entiendo como la obra maestra de 2016 en cualquier cinematografía conocida, ‘Jackie', del chileno Pablo Larraín.

 

    Ya se sabía por ‘El club' y, en menor medida por ‘No' y ‘Neruda', que Larraín es un maestro extrañando materiales de raíz familiar o histórica, en un proceso de transformación de lo real que se atiene al término inglés ‘the uncanny', muy usado, a veces banalmente, en contextos de cine gótico a partir del importante ensayo de 1919 ‘Das Unheimliche', en que Freud exploró la ocupación por corrientes oscuras y terribles de espacios estables o situaciones domésticas que sufren así el desalojo de su vulgar previsibilidad, siendo la palabra alemana ‘unheimlich', que en español se tradujo por López-Ballesteros, con la aprobación del autor vienés, como 'lo siniestro', antagónica de ‘heimlich' en su primigenio sentido de confortable, dócil, hogareño.

 

 

    El inesperado ‘tour de force' de Larraín, a partir del guión muy bien estructurado de Noah Oppenheim, es el descolocamiento constante de unos hechos, unas figuras y unas imágenes tan icónicas como las de aquel atentado del 22 de noviembre de 1963, hurtándolas al documental, al biopic y al marco político sin esquivar ninguno de esos tres presupuestos. Es decir, ‘Jackie' cuenta el magnicidio y el funeral del presidente asesinado, retrata a Jacqueline Bouvier y a sus huérfanos y refleja con agudo humor los entresijos de la maquinaria estatal tan brutalmente atacada y, por decirlo sin chiste, atascada por la tragedia. Todo ello plasmado como una amenaza superior a la de un complot o la vesania de un loco suelto; el sistema queda averiado, la viuda desestabilizada toma el mando en medio del sufrimiento, la familia Kennedy mantiene por encima de todo su espíritu de clan oligárquico y su catecismo.

    Es una película memorable por sus primeros planos (el rostro de Natalie Portman, que conserva la sangre de su marido casi un tercio del metraje) en la que el cineasta ha enriquecido de fantasmas los segundos términos y los fuera de campo; la danza de los edecanes en la Casa Blanca llega a ser macabra, y la escena de la búsqueda de una tierra idónea para enterrar al muerto en Arlington es tan conmovedora como aterradora. Ayuda mucho a crear ese clima la música de Mica Levi, con sus ‘dégradés' sonoros, pero sobre todo ayuda la creación de Portman, merecedora no ya de la estatuilla que no ganó sino del reconocimiento indudable de una grandeza suprema como intérprete: el acento ligeramente extranjero y de alta clase, sus cigarrillos (¿ha fumado alguien en el cine con tanta belicosidad y tanta necesidad?), su altivez veteada siempre de insuficiencia.

    Sí ganó el oscar a la mejor película de lengua no inglesa ‘El viajante' (‘Forushande') de Asghar Farhadi, otro texto fílmico de extraordinaria calidad que, de un modo distinto al de Larraín, combina dos esferas, la real o incluso costumbrista y la representada en el gran teatro del mundo. Farhadi trabaja siempre con metáforas que pueden pasar desapercibidas, siendo un director poco dado a las figuras de estilo y los alardes de bravura; acumula sus tensiones dramáticas tenuemente -de ahí que a veces cueste entrar en ellas hasta bien avanzada la proyección-, pero cuando el puzzle se arma su eficacia es devastadora. ‘El viajante' comienza con el resquebrajamiento de un edificio a causa de unas obras contiguas, y sigue la línea de muchas grietas, rupturas, objetos escondidos y olvidados, maledicencias y mentiras que se imponen a la cotidianeidad de Rana y Emad, una pareja bien avenida de clase media que ocupa sus tardes ensayando y representando ‘La muerte de un viajante' de Arthur Miller. Como en toda su obra anterior, Farhadi se mueve en el terreno de la ambivalencia moral sin escorar el objetivo de su cámara (ni su juicio) hacia una u otra actitud. Emad es un justiciero, y Rana, la esposa agredida, una víctima que busca consuelo en la piedad. Las heridas de la ciudad en que viven afectan a todos, pero en el prolongado episodio final en la casa resquebrajada las dos razones, el bien a ultranza, el pecado común, se enfrentan. No hay venganza al agresor, peor el viajante de Farhadi también muere, como el de Miller. Les une a ambos su debilidad, sus miserias humanas, que tan fácil resulta juzgar y tan duro resolver.

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16 de mayo de 2017
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Delphine de Vigan: Luz natural

“He instalado mi escritorio en la habitación de mi hija, que estudia fuera de París” dice Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) mientras abre las puertas del armario para mostrarme cómo en una mitad se alojan sus papeles y libros, y en la otra cuelgan varias prendas de adolescente. La casa desprende una voluntad de hogar discreto y reflexivo. Nada está dimensionado. En un rincón repta una lámpara de hilos y bolas que desprende un aire entre jazz club y feng shui. Como ella. Construida a fuerza de timidez y coraje, burguesía y rock francés, objetos bellos y secretos de familia; habitada por las crisis maníaco-depresivas de su madre y sus adicciones:cuando era una cría le aterrorizaba que mamá no se levantara para ir a trabajar.
 
De Vigan ha obtenido de la fragilidad un valioso material de escritura. Su novela autobiográfica cuyo título –que quita el aire– fue tomado de un canción de Alain Bashung,  “Nada se opone a la noche”, batió cualquier previsión editorial: medio millón de ejemplares. Con orfebrería depurada sorteó cualquier riesgo narcisista tras la primera línea: “Mi madre estaba azul, de un azul pálido…” . Así arrancaba, con el hallazgo del cadáver. “Mamá, la abuela …. de alguna manera se suicidó” le preguntó su hijo. “De alguna manera” a los nueve años, de puntillas.
 
De Vigan empezó a escribir un diario íntimo de niña: “esos cuadernos contienen una memoria preciosa, pero es una escritura de formación. Mis hijos saben que jamás deben de ser publicados”, asegura. La ambición literaria llegaría más tarde, cuando dejó de escribir el diario al tiempo que paría a su hija Laïa. Durante once años trabajó en una empresa de marketing, escribía de noche, cuando los niños dormían. “Un día llegué a la oficina con dos zapatos diferentes”. Mandó su primer original a varias editoriales, por correo y bajo pseudónimo –Lou Delvig– : “en la empresa nadie imaginaba que yo pudiera haber escrito algo como aquello”. Se refiere a “Días sin hambre”, donde narra su curación de la anorexia y su reencuentro con el mundo. Era una manera de evidenciar sus dos voces. Hasta que salió en la tele y la reconocieron. “Hay una gran fragilidad en mi, pero también mucha fuerza, como la que me ayudó a salir de la anorexia. Pude haber muerto pero elegí vivir. Fue una especie de renacimiento. Aunque no recomiendo en absoluto el método”.
 
Para ella la escritura es un modo de vida, una manera de ver el mundo: “un prisma a través del cual puedo mirar a mi alrededor. Por eso me gusta trabajar en casa, porque la escritura forma parte de mi vida”. Empieza a las 8.30 en pijama y con un café con leche. “En mi anterior apartamento, más pequeño,
trabajaba en el salón, hasta que mis niños se hicieron mayores. Entonces alquilé un pequeño despacho al lado, pero me angustiaba estar en un lugar donde solo se podía hacer una cosa: escribir. Me gusta interrumpir la escritura para hacer alguna tarea doméstica; la cabeza no para. Las buenas ideas me vienen bajo la ducha”. ¿Y por qué escribe? “Creo que tengo un verdadero problema de hipersensibilidad, que fue muy complicado de niña y de joven (la sensación de sentir las vivencias multiplicadas por cien), y una extremada timidez. Eso también se debe a la convivencia con mi madre, enferma psiquiátrica”. Hablamos del encuentro de Lucile –que a los quince fue violada por su padre– con Lacan, que no quiso tratarla. “No me he psicoanalizado nunca, siempre me ha dado miedo que me impidiese escribir.”
 
La escritura ha sido su terapia: “me gusta la sensación de abrir una caja negra al bucear en los recuerdos, algo peligroso y explosivo”. No padece miedo a la página en blanco, ni inseguridad, “pero la escritura te abre dudas”. En su caso, la angustia es una especie de demonio sobre mi hombro. Le sucedió con “Basada en hechos reales” (Anagrama), su último libro, después de cinco de silencio. “al releer cada día pensaba: qué mierda, y me paralizaba. “así que pronto decidí no releer, porque iba directa a la catástrofe”. Donde crece el peligro, crece lo que nos salva. Delphine evita utilizar el verbo hacer. Escribe  sin melancolía y con luz natural.
 
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14 de mayo de 2017
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