

La ciencia ficción ha instalado en nuestro imaginario la idea de que algún día los robots se rebelarán y pasarán a dominar el mundo. A Sadin no le preocupa mucho esa posible rebelión; analiza lúcidamente, más bien, cómo poco a poco, digamos desde mediados del siglo XX, el progreso gigantesco de la inteligencia artificial ha permitido que las computadoras se vuelvan indispensables en nuestra vida cotidiana, asistiéndonos en todo tipo de decisiones: su "discernimiento algorítimico... encuadra el curso de las cosas, reglamenta o fluidifica las relaciones con los otros, con el comercio, con nuestro propio cuerpo". Las computadoras han penetrado tanto en nuestro inconsciente que no percibimos cómo van configurando nuestros días: les delegamos el control de aviones comerciales -pilotos automáticos--, la ejecución de decisiones financieras -el trading algorítmico--, el despliegue de nuestros pasos por una ciudad -el GPS--, y también nuestros gustos más íntimos: hace poco, un amigo me contaba que el algoritmo de Netflix lo conocía mejor que su pareja.
Para Sadin, la revolución digital no consiste en la comunicación instantánea o en el fácil acceso a música o películas, sino en la instalación de una "capa matemática" que media nuestra relación con el mundo. El fetichismo por los celulares tiene que ver con esa forma invisible con que nos ayudan a gestionar esa relación: nuestra subjetividad se ha ampliado gracias a procesadores poderosos. Así, va emergiendo un profundo cambio ontológico y antropológico, una nueva condición humana "hibridada" con lo artificial, que no hará más que intensificarse cuando se normalice la implantación de chips en el organismo. Tenemos nuevas formas de relacionarnos con el tiempo y el espacio: si antes tomábamos decisiones a partir de una sensibilidad y una inteligencia particulares, ahora la vida está "aumentada o curvada por procesos cognitivos en parte superiores y más avezados que los nuestros".
De modo que no hay que preocuparse de la rebelión de las máquinas, sino de cómo estas, relucientes y seductoras, nos acompañan todo el día y nos han convertido en "sujetos algorítmicamente asistidos". Vivimos en el tiempo de la "gubernamentalidad algorítmica", en el que procesos "mágicos" de los que no tenemos idea cómo ocurren controlan decisiones individuales y colectivas. A las máquinas les tenemos cariño y también nos intimidan; las hemos divinizado y no es de extrañar que cualquier rato surga una religión dedicada a ellas. Para Sadin, el gran desafío de los próximos años consistirá en buscar formas para que el ser humano recupere autonomía y soberanía al posicionarse "respecto de la verdad impuesta por los sistemas". No será fácil: hoy mismo, Google ha anunciado que su nuevo chip de inteligencia artificial será cuatro veces más rápido que el anterior.
(La Tercera, 21 de mayo 2017)
Hay un espacio abierto
en la trivialidad
que sabe a caramelo de menta.
No puede decirse
que gracias a la trivialidad
pueda nutrirse el alma
a semejanza de una yerba
natural o mágica
que alimenta su categoría y su paz.
Tampoco cabe decir
que todo el mundo
será feliz bajo
el refresco de su lluvia propensa
ni siquiera que la Humanidad pueda entenderse
con su parlamento de hojalata.
Sin embargo, si mediante la razón
todo acaba siendo triste,
lo trivial es pura y volátil jovialidad.
Low cost.
Cultivando la seriedad a conciencia
no se obtienen sino tubérculos
mientras que lo trivial es más floral.
Tiene la trivialidad
el sello incombatible de lo efímero
y, con ello, un alma veleidosa
o un remedo de banal eternidad.
Es esta la virtud (paradójica)
del tiempo sin bozal,
del vestido sin hechuras,
del habla por hablar.
Lo trivial podría, además, ser
muy cursi
si se entendiera mal
y mediante comparaciones de vida y muerte
Pero, tomándola como es debido,
en su provisionalidad,
la trivialidad es una gracia
que la vida otorga
en compensación de la fatiga,
en descanso del pensamiento que pesa,
en alivio de la moral que amorata,
de la belleza que nos atemoriza
o de la conducta que nos atenaza la libertad.
Se trataría, en fin, lo trivial
de un aire ligero,
el chorro de un grifo
que ni mata ni hiere
y nos da de beber
muy fácilmente,
al aire libre
y liberados del penal.
Cuando está próximo a realizarse la versión 2017 de Bogotá39, el diario ?El Tiempo? invitó a dos...
Ondra Lysohorsky es el pseudónimo literario de Ervín Goj poeta silesio que escribía en la lengua Lach enlazada a la vez al polaco y al checo. Uno de sus poemas lleva el título de "Morir en Madrid". En 1936, el músico judío Erwin Schulhoff, también de origen checo, se sirve del poema de Lysohorsky para una composición, la sinfonía número cuatro. Schulhoff era un músico familiarizado con la vanguardia, había sido en Colonia alumno de Debussy, se había vinculado al Dadaísmo, apostado un momento por la atonalidad y explorado músicas como el jazz del que llegó a ser intérprete en clubs de diversas ciudades. Siempre fue considerado un excepcional pianista y como Stravinsky hizo un giro hacia lo que se consideró neo-clasicismo. El sentimiento de que el fascismo era una de las consecuencias del caos inherente a la economía de mercado (el recurso del capitalismo en tiempos de crisis) le hizo aproximarse al ideario socialista, lo cual tuvo traducción en su música y en su concepción de la función de la misma.
En 1935, el estallido de un grave conflicto social en Eslovaquia le mueve a dedicar a los huelguistas una sinfonía (tercera de las suyas). Un año más tarde la rebelión fascista en España impacta a Schulhoff, como impacta a Shostakovich y a tantos otros artistas europeos y la resistencia del pueblo español le impulsa hacia la evocada cuarta sinfonía. Aun habrá dos sinfonías más, la última de las cuales, compuesta en condiciones en las que el espíritu humano (me atrevo a decir la potencialidad redentora del espíritu humano) es sometido a la más dura de las pruebas.
En 1941, Schulhoff es detenido cuando se disponía a salir de Praga hacia la Unión Soviética, que poco antes le había concedido la ciudadanía, y conducido al campo de concentración de Wültzburg en territorio bávaro. Las condiciones de internamiento minan rápidamente sus defensas y enferma de tuberculosis, falleciendo en el verano de 1942...tras haber acabado su última obra musical, la sinfonía que lleva el título de Svobody.
Canto a la libertad sin duda (en la medida en la que cabe hablar de música como expresión de alguna idea concreta), pero sobre todo canto. En aquellas circunstancias de derrota, pocos podrían afirmar que la escucha de Svobody incrementa la convicción de que la libertad está en el horizonte, pero sin embargo sintieron quizás eso que en ocasiones el arte hace sentir cuando de arte se trata: una tensión que vale por sí misma que, aun motivada por alguna idea exterior, en realidad es causa final, y evita que el ser humano quede reducido a la suma de sus circunstancias. No hubo libertad empírica para Erwin Schulhoff, que había asistido impotente al avance en toda Europa de una ideología justificadora del desprecio y abuso y que ahora, laminado su cuerpo, sabía que nada en lo personal podía esperar. Pero tuvo la suerte de que ello no mutilara su capacidad de reconocer como propio el orden simbólico y estar a la altura de las exigencias del mismo. Pues por noble que sea el desencadenante del trabajocreativo nunca será más que un peldaño, un apoyo para el impulso. La libertad a la que uno puede aspirar es siempre limitada; cuando no la coarta la sociedad, lo hace la fisiología, ese tremendo segundo principio de la termodinámica, que todo lo arroya. El arte, la ciencia y la filosofía nada pueden contra tal devastación y en consecuencia nada valen desde el punto de vista de nuestra subsistencia. Pero sin embargo son preciosos como símbolo de que en el animal humano la subsistencia simplemente no lo es todo. Y lo son en toda circunstancia, aspecto que quisiera ilustrar recordando otra tremenda circunstancia en ambiente bélico.
Shostakovich escribe su séptima sinfonía en 1941 mientras que Leningrado está cercada y los ciudadanos amenazados en todo momento por los bombardeos del ejército alemán. Una vez más el miserable estado de cosas lejos de ser coartada para la inacción, se diría que constituye un aliciente. Pero en este caso hay un aspecto suplementario que merece la pena ser resaltado. La obra se interpreta por vez primera tras disponer grandes altavoces encaminados a que los soldados alemanes pudieran oírla.
Cualquiera que fuera la intención de las autoridades soviéticas, algo en este gesto pesa más allá de su eficacia para fines concretos, a saber, el hecho mismo que se trataba de música y aun de gran música. Música en apariencia mimética, militar en el sentido más convencional de la palabra, susceptible de desmoralizar si el enemigo identificaba el ritmo a la disposición del soldado soviético...pero también susceptible de hacer despertar en el soldado alemán aquello que desde luego le unía al soldado soviético en un lazo incomparablemente más fuerte que el muy superficial que le vinculaba ideológicamente a sus camaradas, a saber, la mera capacidad de escuchar música, de ser un animal para el cual la música es un ingrediente imprescindible en su especificidad como animal.
Los lamentos poseen
una huella infantil.
Son demasiado líquidos
y endebles para pertenecer
a la vida adulta.
El lamento es del perro,
el lactante,
el viento.
También pertenecen
al mendigo desahuciado
y al quemado tras las llamas.
De la muerte
no nos lamentamos
si no es por ignorancia infantil.
Lametones imposibles
del infante ante lo imposible.
Aullamos, en fin,
como sujetos de muerte.
Nos lamentamos disminuidos,
acobardados
Este lunes 22 de mayo arranca en Managua la quinta convocatoria de Centroamérica Cuenta, que contará con más de doscientos participantes entre narradores, cronistas, cineastas, académicos, críticos, traductores, ilustradores, libreros, editores y talleristas, provenientes de unos treinta países.
El propósito del encuentro sigue siendo establecer un puente de comunicación de ida y vuelta entre los escritores centroamericanos y sus pares de otros países. Centroamérica "cuenta" porque hay infinidad de historias para ser contadas en su realidad cotidiana y en el imaginario de sus escritores; y "cuenta" porque su cultura tiene un peso propio, que debe ser conocido y reconocido fronteras afuera. Fruto de esta aspiración es que tanto en lengua alemana como francesa, se publiquen antologías de cuentos de jóvenes centroamericanos participantes del encuentro.
Junto a las conversaciones delante del público donde los escritores centroamericanos alternarán con los de otras partes del mundo, se celebrarán talleres que van desde el periodismo narrativo a la novela negra y la narración oral, a la formación de lectores y la traducción literaria. Un ciclo "literatura hecha cine", donde se presentarán películas basadas en novelas de escritores invitados. Un encuentro de literatura infantil, "Contar a los niños". Y presentaciones de libros publicados tanto por editoriales centroamericanas, como de fuera de la región.
Es una convocatoria cada vez más ambiciosa. Centroamérica Cuenta es un lugar abierto de encuentro para hablar de literatura y sus infinitas conexiones con la realidad contemporánea, y que este año dedicamos a André Malraux y Albert Camus. Ambos encarnan el espíritu de la libertad creadora; Camus desde sus reflexiones sobre el intrincando destino de los seres humanos, y Malraux ejemplo cimeros del escritor comprometido, combatiente del lado de la república española, y novelista ejemplar también.
Celebraremos en Centroamérica Cuenta el centenario del nacimiento de Juan Rulfo y de Augusto Roa Bastos, dos escritores de lugares distantes entre sí en la geografía de América, México y Paraguay, que reinventaron nuestra literatura desde el lenguaje, como no hay otra manera de hacerlo.
Hace medio siglo Miguel Angel Asturias, autor de El señor Presidente, otro clásico, ganó el Premio Nobel de Literatura. Y se cumple también el medio siglo de la aparición de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, de quien hablaremos en su doble papel de novelista y de periodista.
En un mundo como el de hoy, donde las peores amenazas contra la convivencia humana provienen de la discriminación, el racismo, la intolerancia política y religiosa, el desprecio a la diversidad, el lema de Centroamérica Cuenta es este año Nosotros los otros. No simplemente la tolerancia, que es una forma pasiva de ver a los demás que no son como nosotros, sino ser, ver, sentir como los otros, encarnarse en ellos, trasladarnos hacia ellos, meterse debajo de su piel, ser nosotros en el otro.
La literatura es capaz de promover este viaje profundo hacia los otros, porque no existe otro territorio más diverso ni más abierto. En la creación literaria cabe todo y cabemos todos, y desde la invención es posible derribar muros. La palabra es el instrumento privilegiado para abrir puertas, comunicar, juntar, concertar, multiplicando las individualidades. Es el viaje desde la cabeza del escritor hacia la cabeza del lector donde la imaginación, que no tiene ataduras, ensaya siempre la libertad. Cada vez que alguien escribe y cada vez que alguien lee, estamos tendiendo puentes y buscando ser el otro, ser todos los demás.
Los otros son los emigrantes forzados a partir en busca del bienestar y la dignidad que en sus propios países se les niega. No Ulises que regresa a su patria, sino Ulises al revés, que deja su patria y a lo largo de una ruta azarosa debe enfrentar peligros inimaginables, a merced de bandas criminales, entre extorsiones, secuestros, y amenazas mortales, por lo que no pocas veces van a parar al fondo de una fosa común antes de haber podido divisar la tierra prometida, un espejismo al otro lado de un muro que pretende ser inexpugnable. La literatura y el arte van constantemente hacia ellos. Vistos en su conjunto, representan un fenómeno social; vistos en sus vidas individuales, su drama entra en el terreno de la literatura.
Y también están los otros que son distintos, y por tanto discriminados y reprimidos, por el color de la piel, por razones de género, por sus preferencias sexuales. La literatura, en su dimensión necesariamente universal, emprende igualmente el viaje hacia ellos, para encontrarlos, y encontrarse en ellos.