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Blogs de autor

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Poema 133

 

Somos tan importantes para nosotros

que nos extraña no serlo tanto para los demás.

Cada cual, se dice, está en sus cosas.

Banalidad de banalidades.

El mundo sin el otro,

es un clavo ardiente.

El mundo sin el otro

es un pan duro

El mundo sólo se revela cálido y tierno

El mundo, es decir, la vida

sólo es amable 

compartiendo la vida con los otros.

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4 de mayo de 2017
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Testaruda Lénox

 

Los intercambios en Facebook entre Winnie Lénox y Alberto Piglia se sustentan en la negativa de Winnie a ser retratada. Alberto desea conocer el rostro, la figura de Winnie, pero ella rehúsa. Hasta que un día Alberto recibe una foto de Winnie enferma, francamente estropeada. Se sorprende, pero no lo comenta, opta por enviarle una foto suya, actual, en la que las marcas de la vejez son claramente perceptibles. Winnie responde con una imagen oscura en la que se muestra semidesnuda, muy enflaquecida, apoyada en un bastón, caminando por el pasillo de su casa. Alberto mete la cabeza en el horno de la cocina económica y su hermano consigue una valiosa instantánea. Finalmente Winnie y Alberto, ambos ya invidentes, se citan en el camposanto para ser fotografiados sobre una tumba profanada por ladrones. 

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4 de mayo de 2017
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Gordita feliz

Kate Moss es noticia porque ha engordado. Los cronistas anuncian que se ha apuntado a la tendencia de las curvas. No se lo han preguntado, es una interpretación políticamente correcta, propia del compromiso editorial con no perpetuar estigmas físicos. “Nueva imagen”, lo denominan también. Llámalo como quieras, pero el caso es que se considera información de interés que la modelo de los noventa, icono de la androginia, haya ganado peso. La prosa de mantecado relaciona con desvergüenza su acumule de grasa con la felicidad: “Con más kilos, sonriente y feliz”, presuponen de quien ha abandonado la noche y la talla 38. En esa línea es justo donde muchas lectoras suspiran: “¡Ay, Moss, cómo hemos cambiado!”, se dicen. Quién te ha visto y quién te ve. Lozana, terrible eufemismo para tantas mujeres de edad difuminada y hormona alterada. ¿O acaso esa dicha que vinculan a las curvas no contiene una amarga quina: el duelo de dejar atrás la juventud y el imperativo social de corregir esa adolescencia obstinada que te acompaña a pesar de ser una señora?
Moss nunca se ha correspondido con la imagen de mujer saludable, y, no obstante, ha sido una de las modelos más influyentes e inspiradoras para los creadores. Sus caderas rectas sirvieron para vender más tejanos Calvin Klein que nunca. Rebeldía, cigarrillo, camisetas, resacas dignas, una especie de James Dean en chica, una tomboy que nunca ha encajado en las robes de bal palaciegas. Su delgadez y sus tumbos con chicos malos y rayas de cocaína llegaron a ser tema de debate público.
Demasiado se ha parodiado el efecto del paso del tiempo sobre el cuerpo femenino, llegando a tener carácter de penalización social: menos focos, guiones más cortos, y menos telediarios. Los cincuenta se venden hoy como los nuevos treinta. E incluso las que se dejan canas viven a conciencia su imagen. Las tartas de chocolate caen sobre la cintura igual que un flotador, pero, en cambio, se obvia lo trascendente: ¿cómo se vive íntimamente la transformación física y anímica de la madurez? “Tengo cuarenta y ocho años. No, en realidad, tengo cuarenta y siete. Hace dos años que no tengo la menstruación. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero quedarme sola. He tenido mucha suerte. Me han querido tanto. No sé ganar. Ni perder…”. Lo escribe Marta Sanz, en Clavícula (Anagrama), una crónica sobre el dolor del cuerpo que es en verdad dolor del alma. De la punzada que intentas localizar en vano en algún órgano. Hasta que te dan el alta y te dejan a solas contigo misma, engordando kilos de dolor existencial.
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3 de mayo de 2017
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Paradoja mortal

En el problema de la anorexia puede haber un cierto efecto de imitación: las muchachas imitan la inquietante escualidez de las modelos. No hay que descartarlo. Pero si es así, habría que preguntarse por qué en ciertos momentos se "pone de moda" la delgadez casi cadavérica, y por qué los modistos recurren a ella. ¿Sólo por que la delgadez es mejor percha? ¿Sólo por eso? Creo que hay un cierto "lolitismo" en la imagen de la anoréxica, y supone la regresión a un cuerpo anterior al desarrollo adolescente, un regreso al cuerpo de la niñez. La anoréxica quiere volver a la niñez, y lo hace adelgazando, disminuyendo, desapareciendo: es un extraño viaje hacia atrás.

La escritora Geneviève Brisac supo como nadie hacer el retrato de una anoréxica, en parte porque ella misma padeció la enfermedad. Leyendo su novela Petite se advierte que los anoréxicos tienden a drogarse con su propia hambre, recurriendo a un saber muy antiguo: el ayuno provoca delirios, el ayuno transporta más que un narcótico. El anoréxico entra así en un proceso de narcosis del que le cuesta salir, pues le conduce a un mundo de sensaciones nuevas que le hacen sentirse diferente a los demás.

En la novela de Brisac es observable además otro fenómeno: los padres de la narradora no se dan cuentan de que tienen una hija sintiente y viviente hasta que la muchacha está a punto de desaparecer de pura delgadez. De pronto, un día, se dan cuenta de que la niña es de una delgadez extrema, y se echan las manos a la cabeza. ¿Estarán los anoréxicos pidiendo que les miren? En la narración de Brisac eso parece. La narradora de la historia empieza a ser anoréxica en un período en el que sus padres no la ven, no la observan. Involuntariamente, la niña decide desaparecer. Empieza a refugiarse en su anorexia como un autista en su autismo. Deja de comer y empieza a sentir experiencias parecidas a las que dicen sentir los místicos. El mundo se empieza a diluir, el cuerpo deja de pesar, el cuerpo flota. La experiencia se siente no sólo como una rebelión y una aniquilación, también se siente como una gravitación en el vacío. Todo lo cual para decir que nos hallamos ante un problema muy complejo, lleno de enrevesadas motivaciones; lo que podríamos llamar un verdadero laberinto emocional en el que ni es fácil entrar ni es fácil salir. Más que una enfermedad, la anorexia es una paradoja mortal.

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3 de mayo de 2017
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La función ha terminado

Un amigo que ha visto el video donde aparece Nicolás Maduro empuñando una poderosa arma de guerra, de esas de las películas de Van Damme, me explica que se trata de un fusil automático Fara 83. Los sabe porque participó en la guerra de los ochenta en Nicaragua entre contras y sandinistas, que costó más de 30 mil muertos.

Maduro, que aparece sentado en una plataforma móvil, demuestra su ignorancia en cuanto a armas, afirma mi amigo: tiene la mano izquierda colocada en medio de la manivela de recarga, y lo menos que le puede pasar apenas hiciera el primer disparo, es que se lo desgonce el dedo.

Quien desconoce cómo se manipula un fusil que tiene una cadencia de tiro de 750 cartuchos por minuto, puede causar una verdadera mortandad; excepto que sus subalternos le hayan entregado el arma descargada al Comandante Supremo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Y mientras apunta el cañón hacia arriba, como si buscara aviones enemigos en el cielo de Caracas, dice:

"Estas podemos llevar unas 10.000 o 20.000 a todos los barrios, los campos, para defender el territorio de Venezuela, la patria, la soberanía, junto con otro tipo de armamento que estamos preparando en secreto para poder moverse en los barrios, campos, todos lados". No me culpen de la prosa de Maduro; lo único que hago es transcribir sus palabras enardecidas de héroe de película de guerra.

Para un hombre acosado, que ve como el mundo se desmorona alrededor suyo, estos alardes no deben tomarse a risa. También habló del "derecho histórico de combatir en todo el territorio americano. Nadie nos quitaría ese derecho...retroceder nunca, rendirse jamás".

Esto último, título de una película de Van Damme.

Fusil en mano, amenaza con una guerra total, sin fronteras. Maduro resucita en Simón Bolívar para librar una nueva batalla por la independencia de los países del continente, que nadie le está solicitando. Y además de hallarse bastante pasado de peso como para marchar a la cabeza de sus ejércitos libertadores, eso es algo que sólo puede decir quien ya no tiene control de sí mismo.

Pero eso no es todo. También anuncia que ha aprobado "al ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, planes para expandir la Milicia Nacional Bolivariana a 500,000 milicianos y milicianas con todos sus equipos". El pueblo en armas a las calles, a los campos; y cuando sea necesario, más allá de las fronteras.

Una de las clásicas manifestaciones de la esquizofrenia del poder, es cuando alguien que gobierna, se refiere a sus partidarios como "el pueblo". El pueblo que votó masivamente en contra del partido de Maduro en las elecciones legislativas, y dio a la oposición la mayoría calificada, que hasta ahora le ha sido birlada, no existe.

El pueblo que sale desarmado todos los días a las calles a exigir que le devuelvan sus derechos confiscados, entre ellos el de vestirse, curarse, comer, no existen. Las víctimas mortales de la represión de los paramilitares, tampoco entran en esa contabilidad sectaria de lo que es "el pueblo". Todos ellos son enemigos. Traidores. Millones de traidores.

El único pueblo que vale es el que viste las camisas rojas del Partido Socialista Unido, y aún está por verse si la lealtad entre las filas de partidarios del régimen es tan sólida como Maduro cree, o aparenta creer. ¿La Fuerzas Armada estaría de verdad dispuesta a repartir medio millón de fusiles entre civiles, lo que triplicaría en número a los efectivos militares regulares? ¿Tendrían la capacidad de controlarlos? Ese acto podría significar nada menos que la invitación a una verdadera guerra civil.

En lugar de buscar como desarmar a tantos miles en posesión ilegal de armas, incluidas las que están en poder de las propias bandas del gobierno, delincuencia común más delincuencia política, Maduro anuncia, con extravagante lógica, que apagará el fuego con pólvora viva.
Los muertos en las calles son, hasta ahora, víctimas de las bandas paramilitares, y aunque la Fuerza Armada ha declarado su lealtad a Maduro, eso sólo se sabrá de cierto cuando ordene que las tropas salgan a la calle a disolver a balazos a los manifestantes.

Todas las batallas para Maduro están ya perdidas. La batalla diplomática, la batalla de la opinión pública, la batalla económica, la batalla social, con los antiguos barrios baluartes del chavismo ahora en contra. La batalla en las calles.

Alguien de los suyos debería poder decirle que es hora de hacer mutis por el foro. La función ha terminado.

 

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3 de mayo de 2017
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Poema 132

Una polvareda de zinc

serviría para esbozar la escena

que se ha interpuesto entre el cuadro y yo.

No poseo la visión nítida

de lo que desea traslucir

la actual afonía del  lienzo

pero el revuelo de sus 

gaseosas carnes 

me ayuda a confiar

en la aplazada pronunciación

de su irrenunciable contenido.

Formas nacientes y todavía veladas,

como de un volcán silente

que trasciende    

como una lentísima explosión.

Un mundo velado en la realización

igual a la realización de lo oculto.

Mi pulso para seguir adelante

proviene de esa ahumada

transparencia con alas

donde reside

un caos de suaves

sombras que revolotean.

Se organizan y se desordenen

para dar lugar, ineludiblemente,  

a una definición garantizada.

Actúo y espero.

Espero y actúo

porque comprendo

que la etapa siguiente del proceso

y su final

provendrá de este reciente

fardo de pañales.

Manojo de gasas carbonizándose.

Gasas por carbonizar desde está visión

que, encendida pero agrisada, 

todavía no se ha iluminado para sí.

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3 de mayo de 2017
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Titán

Han pasado menos de dos siglos, pero la comparación da escalofríos. Durante la Revolución Industrial algunos humanos se midieron con los dioses. Para matar a un dios hay que ser un dios. Así, G. W. F. Hegel. Podría parecer un profesor de la Universidad de Berlín semejante a los actuales profesores de filosofía, pero sería como decir que la Vía Láctea tiene el tamaño de un gusano. La nuestra es la visión del gusano. Hegel, en cambio, sentado sobre la Osa Mayor, veía el cosmos en su totalidad. De hecho, fue el primero en comprender que un mundo sin dioses precisaba una voz humana de condición divina. Aquel profesor de universidad se propuso, según dejó dicho, "escribir el discurso de Dios antes de crear el mundo". Y lo hizo.

 

Da lo mismo quién fuera Hegel, lo relevante es que todavía era posible mantener la ambición de saberlo todo y proceder a una representación que lo incluyera todo, desde la primera ameba hasta el último cañón de Napoleón, a quien vio pasar bajo su ventana. ¿Cómo pudo caber todo el cosmos en una sola cabeza? Muy sencillo: el pensamiento, como el arte, no es asunto que dependa de la inteligencia, sino del coraje. Y Hegel era un bravo.

Para nosotros es casi imposible acceder a un pensamiento que sólo puede compararse con el de Platón. Si el griego alzó el telón del temible escenario occidental, Hegel lo bajó con igual grandeza. Después de Hegel, uno de sus alumnos, Marx, quiso prolongar la audacia tirando del cielo hacia el asfalto. Su fracaso es nuestra vida cotidiana. Nietzsche osó dar de martillazos al titán. Aquellos golpes son ahora nuestra música.

Se acaba de publicar la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel, bilingüe y en la admirable traducción de Ramón Valls. Sólo para los más bravos.

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3 de mayo de 2017
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Dos bomarzos

Por una rara conjunción temporal leí a primeros de 1976, poco después de conocer en Madrid a su autor, ‘Bomarzo’, ignorando que diez meses después vería la novela del bonaerense Manuel Mujica Láinez (1910-1984) hecha ópera en Londres. El libro era una fantasía histórica, con ribetes autobiográficos, sobre el personaje real del Duque de Bomarzo, Pier Francesco Orsini, hombre de físico deforme y atormentada sensibilidad, escrita en primera persona (a mí me hizo pensar en el precedente de las ‘Memorias de Hadriano’ de Marguerite Yourcenar) con un jugoso dominio de la lengua y una rica imaginería de figuras inventadas en amalgama con nombres verdaderos y famosos como el pintor Lorenzo Lotto, el poeta Aretino o Don Juan de Austria, todos ellos movidos diestramente sobre el paisaje del bosque de esculturas caprichosas creado por Orsini en torno a su palacio manierista de Viterbo. En cuanto a la ópera, en mi caso suponía una primicia absoluta, descubriendo con esa ocasión el nombre y la personalidad musical del argentino Alberto Ginastera, sin duda uno de los tres compositores capitales de la música del siglo XX latinoamericano, junto al brasileño Villa-Lobos y el mexicano Revueltas.

   En Londres ese segundo ‘Bomarzo’ tenía un cuidado y brillante montaje pero estaba cantado en inglés, según la práctica habitual de la English National Opera, que, desde su imponente sede del Coliseum próxima a Trafalgar Square, rivaliza en la calidad de sus espectáculos con la Royal Opera de Covent Garden pero programa todo el repertorio extranjero traducido, sean sus autores Wagner, Berlioz, Puccini o Ginastera. La música me gustó por su idioma moderno no reñido, dentro del patrón atonal, con la melodía, la escritura modal y las alusiones muy bien engarzadas a cantos populares y formas cultas renacentistas. Abunda en ella el canto monologal de su protagonista, aunque tienen notable importancia las voces infantiles (con la subyugante y recurrente canción del Pastorcillo), el coro de cortesanos, astrólogos o prelados, así como, en un notable distintivo de la obra, sus catorce interludios orquestales que le dan continuidad narrativa y armazón dramática. Episodio central de una ópera en la que lo onírico y lo esotérico poseen gran relieve, es el ballet erótico del Cuadro XI, en el segundo acto, con una música quebrada y deslizante como lo son los sueños y el deseo. 

     Tras su ‘première’ en Washington en 1967 y la demorada reposición (por la censura militar) de ese mismo montaje cinco años después en el Colón de Buenos Aires, ‘Bomarzo’ (grabada en su día bajo la batuta de Julius Rudel) fue vista en los primeros años 1970 en Kiel y Zurich, siendo un acontecimiento de rango europeo que cuarenta años después de aquellas funciones londinenses de las que fui testigo llegue al Teatro Real, después de los recientes ‘hits’ de Britten y Händel, en español naturalmente y bajo la dirección escénica del muy prestigioso Pierre Audi.

   Adaptada a la escena lírica por el propio Mujica, con el compositor, ‘Bomarzo’, que no es la única ópera de Ginastera, nos trae a un estupendo novelista hoy un tanto olvidado y a un músico de gran versatilidad sinfónica, camerística y vocal, nunca caída en el pintoresquismo o la complacencia.

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1 de mayo de 2017
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Infierno del traductor

Ejemplos de la dificultad del emparejamiento entre la lengua inglesa y la española podrían ser los términos orníticos "crow" y "hawk".

“Crow”, en especial en su forma plural, es sinónimo vulgar de “Corvid” (The Crows. A Study of Corvids of Europe; un clásico en la bibliografía ornitológica), pero cuando adquiere aspecto binario reduce su significado: “Carrion Crow” (Corvus corone corone) sería nuestra Corneja Negra, y Hooded Crow (Corvus corone cornix) nuestra Corneja Cenicienta. Un “crow” aislado, en la soledad de la página de un libro, no da pista alguna al sufrido traductor; ¿opta por un genérico, y quizá inoportuno por lo culto, “córvido”, o desciende a la especie y concreta “corneja”?, sin atreverse, claro, a precisar si se trata de la negra o de la cenicienta. 

“Hawk” complica aún más las cosas. Así, solo, es traducido normalmente por “Halcón”, como ave rapaz diurna de tamaño medio, no teniendo en cuenta que un halcón, sensu stricto, es un ave de la familia falcónida cuyo nombre inglés, en propiedad, es “Falcon”. Es de nuevo la forma binaria la que aporta soluciones: “Gosh Hawk” (Accipiter gentilis) es nuestro Azor, y Sparrow Hawk (Accipiter nisus) nuestro Gavilán, dos especies no falcónidas sino accipítridas.        

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30 de abril de 2017
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