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Rosas rojas

Los colores suscitan emociones, influyen no sólo en el ánimo, sino en la composición del marco mental que nos hacemos acerca de lugares o personas, y según Goethe –que soñaba con ser pintor– poseen un efecto sensible-moral: no se viste a los bebés de negro ni las novias se casan de rojo, al tiempo que las tiendas de lujo reniegan del verde menta, un color más eficaz en el supermercado. La carga histórica y semántica se incrusta a la tonalidad: Judas vestía una túnica amarilla, yellow también significa cobarde y, en Francia, a la risa falsa se la denomina risa amarilla. La advertencia se sigue señalando en dicho color: hace años distinguía a los judíos o las madres solteras a fin de segregarlos, mientras que hoy es el color de los chalecos fluorescentes en la carretera. Por el contrario, el color tradicional de la pureza, el blanco, ha ampliado su campo de identificación y ahora representa tanto modernidad como perfección, lujo y calidad.
“Definir el color no es un ejercicio fácil”, asegura el historiador francés Michel Pastoureau, experto en colores y símbolos, que explica cómo los significados no sólo han ido variando a través de épocas y sociedades, sino que delimitan fronteras culturales. El luto, por ejemplo, se viste de negro en todo Occidente, mientras en Sudáfrica se identifica con el rojo, en Egipto con el amarillo, con el marrón en India o en China con el blanco. Neurólogos y ­antropólogos han estudiado las emociones que suscitan los colores y que se encuadran en dos grupos: “cálido/frío”, “activo/pasivo” o “pesado/li­gero”, que son reactivas, innatas e independientes de factores como la nacionalidad o el nivel de formación y, por otro lado, la respuesta emocional del “gusta/no gusta” que pertenece a las llamadas preferencias –debido a su carácter reflexivo– que dependen del contexto y la experiencia previa del observador con los estímulos cromá­ticos.
En su recién publicado Los colores de nuestros recuerdos (Periférica), Pastoureau rememora un episodio de su juventud que tiene mucho que ver: enero de 1961, dos compañeras de instituto –de 11 y 14 años– son expulsadas durante una semana por vestir pantalones, prohibidos entonces a las féminas salvo en días de mucho frío. Lo hacía, y no se trataba de vaqueros, vetados por considerarse indecentes. ¿Qué podían tener sus pantalones para merecer tal castigo? Su color. “¡Nada de rojo en un centro escolar de la República Francesa!”, escribe. Han pasado cincuenta y seis años, pero los colores siguen dividiendo. En España, el sentido de la palabra rojo aún produce a la derechona síntomas parecidos a los de la hernia de hiato.
El rojo se asocia con fuego y pasión, acción, fuerza y poder, pero también con peligro, sangre y guerra. Por ello, el espinoso escarlata de la rosa socialista, tras las primarias del PSOE, nos devuelve aquella pregunta de aquel pintor frustrado que fue Goethe: “¿Un vestido rojo sigue siendo rojo cuando nadie lo mira?”.
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22 de mayo de 2017
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Comuniones a Dojo

El juez Emilio Calatayud, justiciero de película finlandesa, el mismo que obligó a un ladronzuelo de peluquerías a realizar un curso de estilista y cortarle el pelo a su señoría, o que le exigió a un hacker impartir cien horas de clases de informática a chavales, se ha erigido en el aguafiestas de las Primeras Comuniones, el sacramento religioso con el músculo más tonificado. En España 250.000 al año. No siempre es un sentimiento fervoroso el que conduce a este rito de pasaje entre la primera y la segunda infancia, sino esos aires de grandeza endomingada que tanto daño nos han hecho. El juez granadino ha dicho:  “que se nos va la pinza. Lo que antaño era un chocolate con churros y un relojito hoy es un almuerzo master chef, un viaje a Eurodisney y el móvil de última generación”. El nuevoriquismo en la España arruinada –adornada con aeropuertos y autopistas fantasma– ha llegado a extremos risibles: niños que llegan a la iglesia en coche de caballos o limusina y competencia entre familias para ver quien hace un mejor fiestón, crédito bancario incluido.
 
Los  niños quieren hacer la Comunión, tengan padres ateos o budistas. Es como un megacumpleaños con disfraz incluido: mini-novias con crinolinas, y marineritos, un anacronismo agigantado en Madrid.  “No se hace por los regalos” repiten las familias dichosas de reunirse y brindar por el paso del tiempo. Los pequeños no acaban de creerse su papel. Aunque la media de duración de las parejas españolas ronde los quince años, muchas no llegan juntas a la primera comunión de sus hijos. Y ahí está el suculento plato servido con salsa rosa: celebraciones de divorciados que se arrejuntan en la foto con la niña agarrándoles la mano. En mi época, se decía que el de la comunión era el día más feliz de nuestra vida. Lo pensé mucho: “¿soy hoy más feliz que ayer?”.  Sonaba a día de los enamorados. Entonces, ni la reina del blanco, Rosa Clará, ni Juan Duyos o Paola Dominguín se habían lanzado al negocio de los vestidos  de comunión, de diseño, pero teníamos El Corte Inglés, que siempre te da la razón, y en verdad no hay otra cosa que guste más al cliente
 
La mayoría de madres desean que sus hijas vistan de blanco, pero en la familia real solo los adultos se visten de ceremonia. El reinado de Felipe VI se basa en la ejemplaridad, y cualquier detalle suyo vale oro. La infantita comulgó con el habitual uniforme de su colegio Santa María de los Rosales, rito que se estila entre quienes no quieren desviar con vanidades el sentido espiritual de la ceremonia.  Una túnica para comulgar, y un traje para lucir. Así resolvió Nieves Álvarez, una de las mujeres con menos enemigos que conozco, separada hace dos años del fotógrafo Marco Severini. Otros, en cambio tienen que acordar una misma ceremonia y dos convites, porque andan a la greña: así se rumorea que harán los Echevarría-Bustamante, como si la Comunión fuera más difícil de compartir que la custodia.
Esta semana, dos mujeres que nacieron para llevar mantilla, al estilo de los personajes de “La máquina del tiempo”, Lourdes Montes –mujer de Fran Rivera– e Inés Sastre, besaron la bandera española en Sevilla, con tal fervor que el estandarte parecía la mano de Dios o los labios de Brad Pitt, en lugar de un simple trapo. Los padres toreros optan por el formato boda de salón, devotos y solemnes, en la finca rústica, con celebrities y lubina salvaje. “Uno de los días más especiales y emotivos de mi vida!!! Ver a Palomita recibir a Cristo por primera vez” escribía Enrique Ponce en su cuenta de Instagram, donde hacía publicidad a la creadora del traje. Entre los invitados, figuraba media  lista de famosos que trotan de fiesta en fiesta, tipo juego de la oca, vistiendo siempre colores chillones, en especial el amarillo, un color amado por las señoras ricas; ellos con pañuelos floridos en el bolsillo. Cristina Yanes y Miguel Báez, el Litri y Carolina Herrera, Luis Alfonso de Borbón y Margarita Vargas, Genoveva Casanova o Fiona Ferrer.. Familias de segunda vuelta, divorciados y recasados finos que se llevan de maravilla con sus ex y organizan banquetes romanos. “Dejen algo para la boda”, dice el juez Calatayud. No solo para la primera, sino para la segunda, o la tercera, que así se viven los fastos en la España arruinada. 
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22 de mayo de 2017
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Nosotros, los ciborgs

            Hace algunos meses estuve en la región amazónica de Bolivia y vi árboles que me deslumbraron por sus formas retorcidas. Amigos que vivían allí no supieron decirme cómo se llamaban; después de muchos esfuerzos la encargada de la recepción en el hotel despejó mis dudas. Recuerdo que ese momento pensé intuitivamente que todo sería más fácil si se pudiera apuntar a los árboles y que el celular me entregara una respuesta. La empresa Google acaba de anunciar una nueva aplicación, Lens, con la que a partir de ahora eso será posible. El filósofo francés Éric Sadin diría que esa aplicación es un paso más en "la administración robotizada de nuestra existencia". Su libro La humanidad aumentada (Caja Negra, 2017) es un brillante ensayo acerca de las consecuencias de los avances tecnológicos en la condición humana.

            La ciencia ficción ha instalado en nuestro imaginario la idea de que algún día los robots se rebelarán y pasarán a dominar el mundo. A Sadin no le preocupa mucho esa posible rebelión; analiza lúcidamente, más bien, cómo poco a poco, digamos desde mediados del siglo XX, el progreso gigantesco de la inteligencia artificial ha permitido que las computadoras se vuelvan indispensables en nuestra vida cotidiana, asistiéndonos en todo tipo de decisiones: su "discernimiento algorítimico... encuadra el curso de las cosas, reglamenta o fluidifica las relaciones con los otros, con el comercio, con nuestro propio cuerpo". Las computadoras han penetrado tanto en nuestro inconsciente que no percibimos cómo van configurando nuestros días: les delegamos el control de aviones comerciales -pilotos automáticos--, la ejecución de decisiones financieras -el trading algorítmico--, el despliegue de nuestros pasos por una ciudad -el GPS--, y también nuestros gustos más íntimos: hace poco, un amigo me contaba que el algoritmo de Netflix lo conocía mejor que su pareja.

            Para Sadin, la revolución digital no consiste en la comunicación instantánea o en el fácil acceso a música o películas, sino en la instalación de una "capa matemática" que media nuestra relación con el mundo. El fetichismo por los celulares tiene que ver con esa forma invisible con que nos ayudan a gestionar esa relación: nuestra subjetividad se ha ampliado gracias a procesadores poderosos. Así, va emergiendo un profundo cambio ontológico y antropológico, una nueva condición humana "hibridada" con lo artificial, que no hará más que intensificarse cuando se normalice la implantación de chips en el organismo. Tenemos nuevas formas de relacionarnos con el tiempo y el espacio: si antes tomábamos decisiones a partir de una sensibilidad y una inteligencia particulares, ahora la vida está "aumentada o curvada por procesos cognitivos en parte superiores y más avezados que los nuestros".

            De modo que no hay que preocuparse de la rebelión de las máquinas, sino de cómo estas, relucientes y seductoras, nos acompañan todo el día y nos han convertido en "sujetos algorítmicamente asistidos". Vivimos en el tiempo de la "gubernamentalidad algorítmica", en el que procesos "mágicos" de los que no tenemos idea cómo ocurren controlan decisiones individuales y colectivas. A las máquinas les tenemos cariño y también nos intimidan; las hemos divinizado y no es de extrañar que cualquier rato surga una religión dedicada a ellas. Para Sadin, el gran desafío de los próximos años consistirá en buscar formas para que el ser humano recupere autonomía y soberanía al posicionarse "respecto de la verdad impuesta por los sistemas". No será fácil: hoy mismo, Google ha anunciado que su nuevo chip de inteligencia artificial será cuatro veces más rápido que el anterior.

 

(La Tercera, 21 de mayo 2017)

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21 de mayo de 2017
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Madre sin guion

No fue sólo el instinto, ni el humano ni el maternal, ni mucho menos el reloj lo que me empujó a ser madre. Fui toda yo, con mi saco de dudas y deseos, el cuerpo ignorante, mi soledad de animal herido, mi concurrencia de afectos gozosos. Fue también mi mente fantasiosa, con mis colecciones de cuadernos, libros, aromas y zapatos. Yo y mi mundo interior quisimos ser madre, con la fuerza de un viento desconocido. Levantamos arenas y arrancamos raíces estériles. Compramos una cuna, buscamos nombre, despertamos en mitad de la madrugada sintiendo sus patadas tan ajenas como propias. La maternidad era entonces una llanura, no la montaña rusa en que se convertiría cuando mi primera hija, Lola, empezó a agarrarse a mi pecho, frágil y fuerte, haciéndome sentir más extraña que nunca. Más yo que nunca. 
Pasé al lado de las madres & co., aunque siempre supe que no sabría hacerle trenzas a mi hija ni peinarla con primor. Tampoco le prepararía croquetas ni guisos como siempre hizo mi madre, ni le conseguiría el mejor disfraz para la fiesta de Halloween. Observaba a las otras: sus hijos comían de todo, complacientes y educados, jugaban con ellos en el parque y parecían reventar de dicha mientras a mí me doblaba el tedio. Pero todo aquello eran en verdad miniaturas, tópicos manidos que determinaban lo que se entendía por ser una “buena madre”: resignada, paciente, sacrificada, protectora, generosa y hogareña, un arquetipo tan interiorizado en nuestra sociedad que sigue sirviendo de patrón para prejuzgar con ligereza a aquellas que se escapan del guion. Incluso a las que han decidido libremente no tener descendencia y, por supuesto, nada hace cuestionar su capacidad de amar.
A los 30 años aún te haces juicios sumarísimos, la vida es una suma de sprints, y la culpa por ver poco a los hijos te pincha por todas partes. Aun así, nunca he sentido la maternidad como una carga, sino todo lo contrario, es el tesoro que me ha salvado en el sentido más absoluto de la palabra. Mi segunda hija nació diez años después, una edad en la que ya debes empezar a practicar la indulgencia contigo misma. Perdí inseguridades, no me preocupaba qué tipo de madre sería. Vera salió brava. En una misma tarde tragaba un sorbo de Sanex, pintaba el suelo, la alfombra y el mantel con plastidecores, jugaba a los cromos con mis tarjetas o pronunciaba por primera vez “luna” y entonces la mirábamos juntas tras la ventana. El tiempo discurre mejor viendo crecer a los hijos. Ahí están sus torceduras y sus pesares. Hay instantes en que cogerías el primer avión que despegara, que te desentiendes por puro agotamiento: “¡Haced lo que os dé la gana!”, pero es un sentimiento tan fugaz como ocioso, una pataleta similar a las suyas. Hasta que ya no hacen falta las palabras. Besarlas es como andar sobre el agua. 
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18 de mayo de 2017
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Poema 141

Hay un espacio abierto

en la trivialidad

que sabe a caramelo de menta.

No puede decirse

que gracias a la trivialidad

pueda nutrirse el alma 

a semejanza de una yerba

natural o mágica

que alimenta su categoría y su paz.

Tampoco cabe decir

que todo el mundo

será  feliz bajo

el refresco de su lluvia propensa

ni siquiera que la Humanidad pueda entenderse

con su parlamento  de hojalata.

Sin embargo, si mediante la razón

todo acaba siendo triste,

lo trivial es pura y volátil jovialidad.

Low cost.

Cultivando la seriedad a conciencia

no se obtienen sino tubérculos

mientras que lo trivial es más floral.

Tiene la trivialidad

el sello incombatible de lo efímero

y, con ello, un alma veleidosa

o un remedo de banal eternidad.

Es esta la virtud (paradójica)

del tiempo sin bozal,

del vestido sin hechuras, 

del habla por hablar.

Lo trivial podría, además, ser

muy cursi

si se entendiera mal

y mediante comparaciones de vida y muerte

Pero, tomándola como es debido,

en su provisionalidad,

la trivialidad es una gracia 

que la vida otorga

en compensación de la fatiga,

en descanso del pensamiento que pesa,

en alivio de la moral que amorata,

de la belleza que nos atemoriza

o de la conducta que nos atenaza la libertad.

Se trataría, en fin,  lo trivial

de un aire ligero,

el chorro de un grifo

que ni mata ni hiere 

y nos da de beber

muy fácilmente,

al aire libre

y liberados del penal.

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18 de mayo de 2017
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Miradas cruzadas

Hay días en que no se tiene cuerpo para interactuar. Las miradas ajenas te ponen en guardia y sientes que te escudriñan desde el filo de la navaja. O te ven demasiado, o eres invisible. Son días en que te disgusta la gente, en general y en particular: desde el guardia de seguridad que te pide el DNI mirándote los pies hasta el taxista que no responde a tus buenos días. Desconfías de la humanidad y recuerdas aquellas palabras ácidas del viejo Canetti: “Presta atención al latido del corazón de los otros. Están tan lejos”. Hace un par de meses tuve que ir al hospital, y la enfermera-recepcionista estaba muy ocupada al teléfono. No sólo me ignoraba, sino que empecé a sospechar que me tomaba a chanza: cogía una y otra llamada mientras a mí me temblaban las piernas pensando en el mal que podía rondarme. Mi bordería llegó a su más elevada cota cuando por fin me atendió: “Todos nos moriremos algún día”, le solté. A lo que respondió muy profesional: “Por supuesto”.
Pienso en las miradas cruzadas en el espacio público. Respondemos a ellas con seriedad o indiferencia; ese mirar de soslayo en el que se activa la precaución o el blindaje. A menudo me pregunto por qué no suavizamos el contacto visual en las ciudades, mucho más tenso que en los pueblos. Han sido necesarias varias arrugas para darme cuenta de que durante años he mirado a los desconocidos, en especial a los hombres, como si fueran figuras de piedra, con lejanía y desentendimiento. Nada humano me resulta ajeno, decía el filósofo, pero la convención social prescribe corrección y protección, además de evitar malentendidos: sonreír y fijar la mirada en un señor suele ser indicativo de flirteo. Acaso por ello las mujeres que mandan en el mundo han superado la edad de reproducir, adelgazadas ya sus competencias sexuales, y pueden mantenerle la mirada a un varón sin sospecha alguna.
Existe en la proverbial amabilidad norteamericana un pasado de generaciones de inmigrantes que, ante la dificultad de hacerse entender, sonreían; una forma simple de unirse socialmente. Se ha comprobado que la expresividad emocional se relaciona con la diversidad, aunque, en determinadas culturas, que alguien te mire con una sonrisa resulta embarazoso. Leo en The Atlantic que un finlandés, cuando alguien le sonríe por la calle, maneja tres hipótesis: 1) está bebido, 2) está loco, y 3) es estadounidense. Y resulta inaudito que le temamos tanto a una sonrisa forastera como a un tirón de bolso. La torpeza social muta hoy en fobia, pero sólo en el plano real. En el virtual somos ideales, divertidos y expresivos a más no poder. Sonrisas, besos y corazones a golpe de dibujín. Nunca se habían regalado tantas sonrisas a desconocidos.
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17 de mayo de 2017
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De “morir en Madrid…” Al resonar de Shostakovich en los oídos alemanes.

 

Ondra Lysohorsky  es el pseudónimo literario  de Ervín  Goj poeta silesio que escribía en la lengua Lach enlazada a la vez al polaco y al checo. Uno de sus poemas lleva el título de "Morir en Madrid". En 1936,  el músico judío Erwin Schulhoff, también de origen checo, se sirve del poema de Lysohorsky para una composición, la sinfonía número cuatro. Schulhoff  era un músico familiarizado con la vanguardia,  había sido en Colonia alumno de Debussy, se había vinculado al  Dadaísmo, apostado un momento por  la atonalidad y explorado músicas  como el jazz del que llegó a ser intérprete en  clubs de diversas ciudades. Siempre fue considerado un excepcional pianista y como Stravinsky hizo un giro hacia lo que se consideró neo-clasicismo. El sentimiento de que el fascismo era una de las consecuencias del caos inherente a la economía de mercado (el recurso del capitalismo en tiempos de crisis) le hizo aproximarse al ideario socialista, lo cual tuvo traducción en su música y en su concepción de la función de la misma.

En 1935, el estallido de un grave conflicto social en Eslovaquia le mueve a dedicar a los huelguistas una sinfonía (tercera de las suyas). Un año más tarde   la rebelión fascista en España impacta a Schulhoff, como impacta a Shostakovich y a tantos otros artistas europeos y la resistencia del pueblo español le impulsa hacia la evocada cuarta sinfonía. Aun habrá dos sinfonías más, la última de las cuales, compuesta en condiciones en las que el espíritu humano (me atrevo a decir la potencialidad redentora del espíritu humano)  es sometido a la más dura de las pruebas.

En 1941, Schulhoff es detenido cuando se disponía a salir de Praga hacia la Unión Soviética, que poco antes le había concedido la ciudadanía, y conducido al campo de concentración de Wültzburg en territorio bávaro. Las condiciones de internamiento minan rápidamente sus defensas y enferma de tuberculosis, falleciendo en el verano de 1942...tras haber  acabado su última obra musical, la sinfonía que lleva el título de Svobody.

Canto a la libertad sin duda (en la medida en la que  cabe hablar de música como expresión de alguna idea concreta), pero sobre todo canto. En aquellas circunstancias de derrota,  pocos podrían afirmar que la escucha de Svobody incrementa la  convicción de que la libertad está en el horizonte, pero sin embargo sintieron quizás eso que en ocasiones el arte hace sentir cuando de arte se trata: una tensión que vale por sí misma que, aun motivada por alguna idea exterior,  en realidad  es causa final, y evita que el ser humano quede reducido a la suma de sus circunstancias.  No hubo libertad empírica para Erwin Schulhoff, que había asistido impotente al avance en toda Europa de una ideología justificadora del desprecio y abuso y que ahora,  laminado su cuerpo,  sabía que nada en lo personal podía esperar. Pero tuvo la suerte de que ello no mutilara su capacidad de reconocer como propio el orden simbólico y estar a la altura de las exigencias del mismo. Pues por noble que sea el desencadenante del trabajocreativo  nunca será más que un peldaño, un apoyo para el impulso. La libertad a la que uno puede aspirar es siempre limitada; cuando no la coarta  la sociedad, lo hace la fisiología, ese tremendo  segundo principio de la termodinámica, que todo lo arroya. El arte, la ciencia y la filosofía nada pueden contra tal devastación y en consecuencia nada valen desde el punto de vista de nuestra subsistencia. Pero sin embargo son preciosos como símbolo de que en el animal humano la subsistencia simplemente no lo es todo. Y lo son en toda circunstancia, aspecto que quisiera ilustrar recordando otra tremenda circunstancia en ambiente bélico.

Shostakovich escribe su séptima  sinfonía en 1941 mientras que Leningrado está cercada y los ciudadanos amenazados en todo momento por los bombardeos del ejército alemán.  Una vez más el miserable estado de cosas lejos de ser coartada para la inacción, se diría que constituye un aliciente. Pero en este caso hay un aspecto suplementario que merece la pena ser resaltado. La obra se interpreta por vez primera tras disponer grandes altavoces encaminados a que los soldados alemanes pudieran oírla.

Cualquiera que fuera la intención de las autoridades soviéticas, algo en este gesto pesa más allá de su eficacia para fines concretos, a saber, el hecho mismo que se trataba de música y aun de gran música.  Música en apariencia mimética, militar en el sentido más convencional de la palabra, susceptible de desmoralizar si el enemigo identificaba el ritmo a la disposición del soldado soviético...pero también susceptible de hacer despertar en el soldado alemán aquello que desde luego le unía al soldado soviético en un lazo incomparablemente más fuerte que el muy superficial que le vinculaba ideológicamente a sus camaradas, a saber, la mera capacidad de escuchar música, de ser un animal para el cual la música es un ingrediente imprescindible en su especificidad como animal.

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17 de mayo de 2017
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Poema 140

 

Los lamentos poseen

una huella infantil.

Son demasiado líquidos

y endebles para pertenecer

a la vida adulta.

El lamento es del perro,

el lactante,

el viento.

También pertenecen

al mendigo desahuciado

y al quemado tras las llamas.

De la muerte

no nos lamentamos

si no es por ignorancia infantil.

Lametones imposibles

del infante ante lo imposible. 

Aullamos, en fin,

como sujetos de muerte.

Nos lamentamos disminuidos,

acobardados

 

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17 de mayo de 2017
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Nosotros los otros

Este lunes 22 de mayo arranca en Managua la quinta convocatoria de Centroamérica Cuenta, que contará con más de doscientos participantes entre narradores, cronistas, cineastas, académicos, críticos, traductores, ilustradores, libreros, editores y talleristas, provenientes de unos treinta países.

El propósito del encuentro sigue siendo establecer un puente de comunicación de ida y vuelta entre los escritores centroamericanos y sus pares de otros países. Centroamérica "cuenta" porque hay infinidad de historias para ser contadas en su realidad cotidiana y en el imaginario de sus escritores; y "cuenta" porque su cultura tiene un peso propio, que debe ser conocido y reconocido fronteras afuera. Fruto de esta aspiración es que tanto en lengua alemana como francesa, se publiquen antologías de cuentos de jóvenes centroamericanos participantes del encuentro.

Junto a las conversaciones delante del público donde los escritores centroamericanos alternarán con los de otras partes del mundo, se celebrarán talleres que van desde el periodismo narrativo a la novela negra y la narración oral, a la formación de lectores y la traducción literaria. Un ciclo "literatura hecha cine", donde se presentarán películas basadas en novelas de escritores invitados. Un encuentro de literatura infantil, "Contar a los niños". Y presentaciones de libros publicados tanto por editoriales centroamericanas, como de fuera de la región.

Es una convocatoria cada vez más ambiciosa. Centroamérica Cuenta es un lugar abierto de encuentro para hablar de literatura y sus infinitas conexiones con la realidad contemporánea, y que este año dedicamos a André Malraux y Albert Camus. Ambos encarnan el espíritu de la libertad creadora; Camus desde sus reflexiones sobre el intrincando destino de los seres humanos, y Malraux ejemplo cimeros del escritor comprometido, combatiente del lado de la república española, y novelista ejemplar también.

Celebraremos en Centroamérica Cuenta el centenario del nacimiento de Juan Rulfo y de Augusto Roa Bastos, dos escritores de lugares distantes entre sí en la geografía de América, México y Paraguay, que reinventaron nuestra literatura desde el lenguaje, como no hay otra manera de hacerlo.

Hace medio siglo Miguel Angel Asturias, autor de El señor Presidente, otro clásico, ganó el Premio Nobel de Literatura. Y se cumple también el medio siglo de la aparición de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, de quien hablaremos en su doble papel de novelista y de periodista.

En un mundo como el de hoy, donde las peores amenazas contra la convivencia humana provienen de la discriminación, el racismo, la intolerancia política y religiosa, el desprecio a la diversidad, el lema de Centroamérica Cuenta es este año Nosotros los otros. No simplemente la tolerancia, que es una forma pasiva de ver a los demás que no son como nosotros, sino ser, ver, sentir como los otros, encarnarse en ellos, trasladarnos hacia ellos, meterse debajo de su piel, ser nosotros en el otro.

La literatura es capaz de promover este viaje profundo hacia los otros, porque no existe otro territorio más diverso ni más abierto. En la creación literaria cabe todo y cabemos todos, y desde la invención es posible derribar muros. La palabra es el instrumento privilegiado para abrir puertas, comunicar, juntar, concertar, multiplicando las individualidades. Es el viaje desde la cabeza del escritor hacia la cabeza del lector donde la imaginación, que no tiene ataduras, ensaya siempre la libertad. Cada vez que alguien escribe y cada vez que alguien lee, estamos tendiendo puentes y buscando ser el otro, ser todos los demás.

Los otros son los emigrantes forzados a partir en busca del bienestar y la dignidad que en sus propios países se les niega. No Ulises que regresa a su patria, sino Ulises al revés, que deja su patria y a lo largo de una ruta azarosa debe enfrentar peligros inimaginables, a merced de bandas criminales, entre extorsiones, secuestros, y amenazas mortales, por lo que no pocas veces van a parar al fondo de una fosa común antes de haber podido divisar la tierra prometida, un espejismo al otro lado de un muro que pretende ser inexpugnable. La literatura y el arte van constantemente hacia ellos. Vistos en su conjunto, representan un fenómeno social; vistos en sus vidas individuales, su drama entra en el terreno de la literatura.

Y también están los otros que son distintos, y por tanto discriminados y reprimidos, por el color de la piel, por razones de género, por sus preferencias sexuales. La literatura, en su dimensión necesariamente universal, emprende igualmente el viaje hacia ellos, para encontrarlos, y encontrarse en ellos.

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17 de mayo de 2017
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El Boomeran(g)
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