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Tres Días

El sábado fue jornada de reflexión y reflexionamos: ¿Cómo es posible que aún existan comunistas, fascistas y nacionalistas en un país civilizado? Después de setenta años sabemos ya con todo detalle sus crímenes, su inevitable deriva totalitaria, su profundo arcaísmo. No son ni de derechas ni de izquierdas, son del exterior de la democracia y conducen a décadas de infelicidad, crímenes y sumisión. En Francia han resucitado los tres cadáveres. También en España, aunque con diversos disfraces. Hay algo profundamente psicótico en ese deseo de ser conducido y anulado.

El domingo era el día de la votación. En un país donde obreros comunistas y burgueses fascistas ya se han unido y no engañan a nadie, sólo quedaba la amenaza de la abstención. ¿Verdaderamente era honrado abstenerse en esas circunstancias? Es la célebre equidistancia catalana o la indiferencia vasca ante los asesinatos. Muchos franceses no han visto diferencia entre Le Pen y Macron porque carecen de inteligencia ética. A las 20.00 sabíamos que la abstención había sido la más elevada desde 1969. Un síntoma preciso sobre la debacle moral del país. También nos enterábamos, gracias a las encuestas belgas, de que había ganado Macron por 65 a 34. Parece un triunfo, pero no tanto. Ese 34% de votantes fascistas en Francia, el doble que en la última elección de presidente, es un desastre. Macron está solo. No le siguen masas de furiosos obreros y campesinos. La formación de su primer gobierno será la clave para adivinar si tiene posibilidades de ganar las inminentes elecciones. Es allí donde le espera Le Pen con su cocktail molotov.

El lunes felicitábamos a Albert Rivera que ahora tienen un padrino poderoso. Y el martes leemos "Le Pont Mirabeau" de Apollinaire.

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11 de mayo de 2017
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Hipocresía a la francesa

A propósito de Brigitte Trogneux, la esposa de Emmanuel Macron, veinticuatro años mayor que él, una sesentona casada con un joven que aún no ha cumplido los cuarenta, partamos de la percepción social respecto a las mujeres maduras. Sobre ellas se posa una mirada invalidante, o, todo lo contrario, morbosa. Las unas no se miran ni se ven, hueras de deseo y atributos, mientras que las otras son consideradas unas viciosas. Brigitte ya ha sido denominada “extraña primera dama” y “la mano que mueve los hilos”, logrando hacer resucitar los espíritus de Mrs. Robinson, Madame Bovary o Alexandra del Lago, e incluso de la histórica Catalina la Grande, la emperatriz que agrandó los dominios de Rusia, la mecenas que escribió poemas, teatro y ópera, pero que sigue siendo ­célebre por su apetito sexual y sus amantes jóvenes. Personajes complejos, libidinosos o insaciables que demuestran que el plato de la diferencia de edad entre mujeres y hombres se sirve mal si son ellas las mayores. Madonna, experta en la materia, declaraba a Harper’s ­Bazaar: “He tenido amantes que eran tres décadas más jóvenes que yo. Y eso molesta a la gente”. Mantenidos, juguetes eróticos u homosexuales, sólo así se entienden los amores desacompasados en edad.
Pervive el mito de Pigmalión, pero crece el de la voracidad de las cougars, (pumas), término que en su sexualizada acepción moderna se originó en los bares de Vancouver para describir a mujeres de más de cuarenta que salían a “cazar cachorros”. “Esta singularidad no se destacaría si la diferencia de edad fuese al revés”, declaró en febrero Macron a la periodista Anne Fulda. Es muy reve­lador de la misoginia persistente y explica en parte los rumores (sobre su ­homosexualidad). “La gente no puede aceptar algo sincero, único”, declaró el flamante presidente.
Ojos claros, flequillo rubio, piernas torneadas y un aire a lo Mireille Darc le confieren a Madame Macron dinamismo y buena imagen, aunque la opinión pública sigue abundando en esa idea de que hay gato encerrado, como si la edad determinara la capacidad de amar e incluso la compatibilidad entre la pareja. Macron, por su parte, apuesta por la creación de un “estatuto de primera dama” y quiere acabar con los triángulos que han convivido históricamente en el Elíseo: desde Valéry la Nuit –así llamaban a Giscard d’Estaing– hasta el bígamo Mitterrand, o Chirac, que nombró mi­nistras a algunas de sus ligues, y el mo­torista Hollande visitando a su mai­tresse. Los franceses, tolerantes con lo libertino, han permitido los devaneos de sus líderes, pero en cambio cuestionan la naturalidad de un amor conyugal sólido y devoto.
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10 de mayo de 2017
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Poema 136

En una sala

decorada como para un acontecimiento familiar

se encuentra un gran número

de personas muy diversas.

Unas vestidas de fiesta

y muchas otras

ataviadas modestamente.

Hasta pueden distinguirse,

en menor número,

una clase de asistentes

que han acudido  algo sucios

y mostrando ropas desaliñadas.

Todo ellos, sin embargo,

tienen cuerpo y sobre todo tienen cara.

ríen, lloran, meditan,

pasean en solitario o conversan

(sin que se les oiga)

con uno o varios de los presentes,

en corros muy reducidos o por parejas.

Son inconfundiblemente seres  humanos.

Seres humanos conocidos,

más o menos cercanos.

Ni príncipes ni mendigos.

Género humano.

Se trata, en suma,  de amistades y conocidos

que hemos cosechado en este mundo.

Y también del mundo humano alrededor

con quien no tuvimos contacto

pero tejen nuestra existencia.

Son, en efecto, los habitantes de la escena

que corresponde al tiempo

de nuestra biografía.

Nada pues de particular en su conjunto,

si se exceptúa

una falta evidente de luz

que entristece la condición del acto

cualquiera que sea

y lo vuelve mortecino.

Pero nadie pide mayor claridad

Ni nadie pregunta por el motivo

de esa congregación,

que parece darse por sabida.

Quienes se encuentra allí

han llegado naturalmente.

Del mismo modo

que se encuentra cualquier individuo

en la sala apenada (apenumbrada)

de esta vida.

Ciertamente, nuestra presencia

ha sido  autorizada.

Y como la de los demás,

obedece a la misma invitación

concretada en permanecer vivos

y mantener alguna identidad carnal, por ahora.

Nuestra invitación se debe pues,

Sencillamente,

a que se posee un cuerpo

 y, especialmente, diríase, una cara.

La cara es de gran importancia.

Gracias a ella podemos deducir

que no hemos ingresado

en esa estancia indebidamente

puesto que la cara

de aquel o de aquella

es un rostro conocido

y esto nos avala a nosotros

tanto como a ellos.

El conocimiento mutuo nos concede la cara

y el derecho a la entrada.

Unos avalan a los otros

mediante la credencial expresa

de la cara.

Así se engrana el conjunto

y se forma el grupo presencial,

unos con otros.

¿Qué es, en verdad, esto?

Claramente se induce

que no es otra cosa

sino convocatoria sin etiqueta o distinción

concerniente al censo de habitantes

que aún poseen vida.

Los muertos, por muy intensa

que sea la memoria de su cara

no se hayan presentes.

Cada cual carga

en su interior

con su recuerdo

pero no asisten a esta asamblea

que no es ni celebración ni lamentación.

Que tampoco es anónima

pero dista de ser ignominable.

Conlleva una  aglomeración

de seres humanos aún con vida.

Y esto es lo característico o decisivo.

Como también el hecho de que

,en cualquier momento,

sin necesidad de soñar,

se cree esta congregación en cada uno

al desear evocarla.

Reunión comunitaria y propiedad intelectual

Personalizada. Muerte general y muerte particular.

Vida en comandita y vida propia.

Este concilio se encuentra pues

en permanente en disposición

de representarse cuando lo solicitemos.

Es la simple convención de los individuos

que transcurren aún

por el recinto

de los vivos aún.

Cada día y a cada ahora

mientras todavía no han muerto.

Gentes que conocemos de vista

o los amamos de veras.

Personajes que comparten ç

una misma época

o intervalo en el tiempo.

De ese modo sencillo

nosotros estamos allí,

como ellos, circunstancialmente.

Todo con el pleno derecho de compartir

un mismo fragmento del tiempo infinito

 y siempre

con la condición de seguir vivos,

incluso gravemente enfermos

pero vivos.

De ahí que inquiete especialmente

su cláusula temporal tan terminante.

De ahí que el pensamiento tiemble

al prevenir  que

en la convocatoria siguiente

v0ayamos a reconocer menos caras

y así hasta llegar a  una  sesión

en que cueste encontrar la cara de alguien o de algunos

para evitar no ser expulsados por intrusos.

Los conocidos nos conocen

nosotros los conocemos

y con ello nos amparamos mutuamente.

Pero ¿cómo no temer  que, en el futuro, al ser menos

los  reconocibles

dejemos de ser admitidos?

O,  ¿cómo no pensar

que acaso en esa próxima y decisiva reunión

no localicemos  a esos allegados

no tanto porque no se encuentra allí su rostro

sino porque somos nosotros

los que hemos perdido

el cuerpo,

y será ilocalizable

nuestra cara?  

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9 de mayo de 2017
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Elogio al libro de papel

La innovación disfruta de un prestigio inmerecido. Se nos pide que rindamos pleitesía a lo que aparece como novedad, pero nuestra obligación intelectual es hija del viejo escepticismo. Seamos críticos. Mejor recelar de todo aquello cuyas consecuencias no han sido calculadas.

El ebook (dejemos que en su esperada agonía lleve su nombre en inglés) constata la ingenuidad de una sociedad dispuesta a aplaudir la innovación como si los productos mercantiles de la tecnología pertenecieran a la redención del género humano.

Esta confusión (entre tecnología y cultura, novedad y progreso, invento y curación…) es el síntoma del fetichismo supersticioso que gobierna a una sociedad falsamente moderna.

El ebook irrumpió en el escenario entre anuncios, focos y aplausos.

Ya se sabe: las campañas de publicidad que seducen a los sentidos y excitan la candidez.

Afortunadamente, su efecto hipnótico se agota.

El declive del ebook procede de una más que evidente insatisfacción: una vez superado el ciclo del esnobismo –una epidemia de contagios imitativos-, los usuarios crédulos, finalmente comprenden. Y despiertan.

Súbitamente se dan cuenta y con la pantalla en la mano llega un día en que se preguntan “¿para qué quiero yo esto?”.

El ebook es un problema político. Si triunfara, destruiría la cadena de producción del libro de papel: sus artesanías, oficios e industrias. Incluyendo aquí al destinatario último de un invento humanista: el lector autónomo.

Resulta lamentable que no se hayan encendido las luces de alarma ante los peligros de la dependencia entre “usuarios” y “servidores”. ¿Los servidores? ¿Los servidores de quién?

Esta perversa designación ya debería habernos alertado.

Estamos obligados a preservar el grado de autonomía individual conquistado en la Galaxia Gutenberg y a recelar de las “innovaciones” que atrofian nuestro campo de decisión.

Además de ser una operación mercantil ruinosa (¿cuántas veces tendremos que pagar para leer los libros de “nuestra” biblioteca? Caducan los programas de nuestro ordenador, las aplicaciones, los terminales… hay que pagar constantemente la conexión a las operadoras telefónicas, a las eléctricas…); resulta que el acceso a “nuestro” libro, que nadie sabe dónde está, depende de llaves que no nos pertenecen.

Resulta absurdo creer que esta “innovación” mejora nuestra autonomía de ciudadanos libres.

Consentir que se hurgue en los hábitos de nuestra privacidad hasta el punto de que “alguien” sepa qué libros estamos leyendo y qué fragmentos estamos subrayando, me parece un error ridículo. Ser vigilado, computado, censado o rastreado por un algoritmo no es menos inofensivo que serlo por un inquisidor

El control de los hábitos lectores es una intromisión política en el territorio de la intimidad: nuestra obligación es preservarla con celo.

Y otra cosa a tener en cuenta: si triunfaran los deseos de los fabricantes del libro electrónico, cualquier libro impertinente o molesto podrá desaparecer de los “servidores” cuando sus propietarios así lo deseen.

Con una sola tecla, sin hogueras, humos y cenizas, pero con el mismo efecto.

La facilidad con que en el futuro podrá ejecutarse un índice de libros prohibidos es pasmosa.

El éxito político del ebook no ha sido su implantación, tan renqueante, sino la credulidad militante de los que han ensalzado la supremacía del artefacto. Estas redes de complicidad espontánea (no necesariamente interesadas) permiten a los emprendedores, siempre legitimados por el prestigio de la innovación, poner a la venta artificios tecnológicos que deterioran nuestra soberanía.

Admiro el ingenio de los emprendedores californianos, pero, francamente, nuestra obligación es preguntarnos si sus innovaciones nos convienen.

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8 de mayo de 2017
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Poema 135

 

¿La inteligencia es una luz?

Más bien es una vara.

Una vara feliz que guía 

como a los ciegos su bastón blanco.

¿Es la inteligencia una blanca virtud?

La inteligencia de buena calidad,

será enrevesada, multiforme y multicolor.

No despejada sino intrincada.

No transparente sino ardiente.

La inteligencia nadie sabe

objetivamente qué es o cómo es.

Ni se puede tocar

Ni se puede contar

Ni se puede explicar.

Se halla, quizás,

por debajo o en el intersticio

de las cosas

para concederles perfume o irradiación.

Y nadie, pudo comprobar nunca

su proceder autóctono.

Su joya genuina.

En consecuencia,

la inteligencia es como un fantasma

de cristal que

con su envergadura de cielo

envuelve lo más duro

del mundo

y lo convierte, para quien

la disfrute, 

en clara agua de azahar.

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8 de mayo de 2017
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Obituario del obituario

 

Lamento comunicar la muerte de un ilustre género literario, de intensa vida periodística, por mucho tiempo conocido como el “obituario.” Aunque podría haber sobrevivido como “necrológica,” el deceso incluye a sus sinónimos. La desaparición del largamente estimado “obi” (como es llamado, con afecto) era harto anunciada debido, tal vez, a los notables accidentes que ha sufrido en su ilustre carrera sin fondo.
 

Es cierto que el género, de prosapia inglesa, se había democratizado con entusiasmo gracias a la educación laica,  y el Times de Londres lo consagró como la última medalla merecida por cualquier difunto en olor de tinta. Ser un ciudadano del Reino y no haber aparecido jamás en el Times se hizo una forma de inexistencia intolerable, a tal punto que un buen señor envió una carta que decía:
 

Sr. director, Le escribo aunque no tengo nada que decirle salvo la necesidad de enviarle esta carta con el ruego de que la publique.
 
Firmaba rotundamente, y, en efecto, el Times la publicó con lacónico humor.

 

En cambio, el Times de New York (NYT), posee un famoso archivo de obituarios adelantados, periódicamente puestos al día, esperando la ocasión propicia de ser impresos.
 

La primera vez que me llamó alguien de ese periódico para anunciarme que estaban haciendo el obituario de Carlos Fuentes, enmudecí. Acababa de ver a Fuentes, más saludable que nunca, y me apresté a rechazar la malísima noticia. El periodista era experto en silencios, y leyó de inmediato el mío: No hay que alarmarse, me dijo, escribimos los obituarios con mucha anticipación, y los ponemos al día periódicamente.
 

Ricardo Lagos cuenta que del NYT lo llamaron directamente para preguntarle por un dato: Escribo su obituario, le dijo el personaje de Poe, y requiero comprobar la fecha de su ingreso a la política. Recuperado de la noticia de su propio obituario, Ricardo se animó a contribuir con su enterrador: Recuerde, le dijo, que yo soy un político circunstancial; en verdad, soy un profesor de economía, un académico. El periodista le respondió: Sr. Lagos, si Ud. fuera un académico no estaría escribiendo su obituario.
 

No hace mucho, otra llamada de un periodista me conmocionó: me anunció la muerte de Alvaro Mutis, que acababa de ocurrir. Me pidió enviarle de inmediato una frase explicando la gravitación literaria de García Márquez en su obra. Intenté una frase pero me salió un párrafo que, naturalmente, no publicaron.  Recuerdo ahora que cuando César Antonio Molina dirigía un suplemento literario me llamó y me dijo: Julio, ha muerto Sarduy. Mándame una nota de 20 lineas... No fui capaz de hacerla. Tampoco pude escribir nada a la muerte de Cortázar, García Márquez, Fuentes. Mi tesis es que la amistad nos exime del testimonio fúnebre. En cambio, sí escribí, sin que me lo pidieran, un obituario en El País sobre uno de mis maestros más queridos de la Facultad, Luis Jaime Cisneros. Hasta creí que él me leía sobre el hombro y sonreía la pausa dramática de un punto y coma.
 

Todo profesor sabe que en su salón de clase está sentado el escriba que hará su necrológica.  Roland Barthes tuvo varios entusiastas, el mejor de ellos fue Alberto Ruy Sánchez, cuya prosa tersa, luminosa y sensorial es ideal para el género.
 

Supongo que en la Facultad todos nos hemos prodigado epitafios con entusiasmo. En los epitafios (sátira literaria en cuatro versos) del “Martín Fierro”, el joven Borges incluyó éste: “Aqui yace Manuel Gálvez/ novelista conocido./ Si aún no lo has leído/ que en el futuro te salves.” El epitafio de Borges anuncia que ha muerto “de un accidente gramatical.”

 

De modo que con la muerte actual del obituario desaparece del español una larga tradición.  El entierro ha ocurrido en la prensa española. No tengo la historia clara, pero todo debe haber empezado cuando al morir una figura ilustre apareció no un obituario sino dos. Es un misterio insondable que se hizo irresoluble cuando al fallecimiento de otro buen hombre, se publicaron tres obituarios, firmados rotundamente.
 

Francisco Márquez Villanueva, mi vecino y colega, jubilado de Harvard, quien vino a Brown a dictar su seminario sobre el Quijote, me explicó el misterio velado de los dobles y triples obituarios de la prensa española: No hay misterios en España –me dijo, con humor-, sino estrategias.  Los obituarios son la verdadera tumba del muerto propicio. Se escriben varios para asegurarnos del entierro.
 

Lo que ni él ni yo habíamos previsto es que los periódicos incluirían ya no dos o tres sino cuatro o cinco obituaries sobre un muerto ilustre. Ultimamente, una página entera, y en ocasiones mayores, dos. Por ello, ya no me extrañó que alguien escribiera el obituario de un periodista en el que, sin inmutarse, hablaba de sí mismo más que del difunto.
 

Debemos un responso al obituario. Como género literario hace mucho que dejó de existir. Y como crónica periodística acaba de perecer.
 

Quizá no sea casual. La crónica, después de todo, es el género de lo transitorio, de la precariedad. Esto es, de lo más vivo por más fugaz. Las mejores crónicas son aquellas que se leen y desaparecen. Lastradas hoy por el sentimentalismo y el exhibicionismo, nos dejan su vacío en el discurso. Alli duerme un sueño injusto el menor de los géneros, tu obituario.

 

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6 de mayo de 2017
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Arregladas, estresadas, madres

La expresión “ir arreglada” siempre me ha producido desazón. Ya sé que la repetían una y otra vez nuestras abuelas, madres y tías, incluso se la escuchábamos a nuestros padres: “mientras te acabas de arreglar saco el coche”. En ese mirador social que resulta la revista Hola! leo unas declaraciones de la señora Adriana Abascal, viuda de Emilio Azcárraga, “el tigre” de Televisa, ex esposa Juan Villalonga, (ex Telefónica y ex amigo de Aznar) y casada ahora con un “hombre de negocios” –término difuso– llamado Emmanuel Schreder, en las que afirma: “es imposible estar arreglada todo el tiempo, y a veces ser madres trabajadoras nos hace descuidar nuestro aspecto…por nuestra autoestima es importante cuidarse”. Pienso en ellas, y fantasías sinestésicas me traen el olor de queroseno o pintura fresca, de taller mecánico. Como si tuviéramos que alicatarnos y barnizarnos para contrarrestar a la naturaleza. También es curioso el uso de plural. Pienso en las madres que trabajan en urgencias, o en el campo, y levantan a sus hijos a las siete de la mañana sin despeinarse. La señora Abascal nunca luce estresada en las fotos, aparenta diez años menos y se va con su amiga Naty (también Abascal) a La Mamounia para disfrutar de esas extrañas contradicciones del posado: pelo mojado y diamantes.

El arreglo ha sido uno de los principales enemigos de las mujeres, y las más torpes seguimos luchando contra los grumos del rímel. Hace años ya, que con Naomi Wolf y su ensayo “El mito de la belleza” descubrimos que el cuidado de la imagen suponía una tercera jornada laboral. No es solo por la autoestima: el imperativo social sigue afinando cinturas y depilando cejas. A Melania Trump, un estilo de madre muy borroso, su marido le obligó a comprometerse –no sé si por medio de contrato legal o amenazas– a recuperar su talla tras el embarazo, y vaya si lo hizo la obediente exmodelo, acostumbrada a los yugos de los directores de casting. Melania es una madre refugiada en una torre de mármol travertino: no ejerce de primera dama sino de esposa en la distancia, rompiendo los cálculos de quienes supusieron que la Casa Blanca se convertiría en una pasarela de trajes entallados –solo lleva cierto vuelo en las mangas–, un estilo bien diferente al de Michelle Obama. O de nuestra Elsa Pataki, que ha criado a sus hijos en las playas salvajes de Australia. Las madres abnegadas suelen hacer mucho y decidir poco. “Todo por la familia” podría ser su lema, más voluntarioso que voluntario. Pataky y su marido, Chris Hemsworth, según la prensa del hígado, han protagonizado esta semana una sonora bronca en plena calle con motivo de un cuarto hijo que, al parecer él quiere, y ella no tanto. Las fuentes citan incluso una frase terrible: “no soy una máquina de hacer bebés”. Madres gallina como la del clan Campos, apodado Kamposhian, en el que la figura de la matriarca se idolatra hasta la genuflexión y sus hijas entonan público panegírico por la supresión de su programa; o madres perfectas y trenzadas, como la Reina Letizia, a quien el carmín le jugó esa mala pasada que les sucede a tantas mujeres “arregladas” y se le empastaron los dientes. El próximo domingo se celebrará en España –y en Hungría, Lituania, Portugal y Sudáfrica, curiosa mezcla de latitudes– el Día de la Madre, una festividad cuyos orígenes se remontan a la antigua Grecia, donde se rendían honores ceremoniales a Rea, madre de Zeus, Poseidón y Hades. Franco fijó la fecha de la celebración, el primer domingo de mayo, en 1965, trasladándola del día de la Inmaculada Concepción. Curiosa decisión para el Nacionalcatolicismo. Hoy, el mercado, con sus limitaciones y su depauperado bienestar, coincide con la nueva liga de la madre perfecta del siglo XXI mientras que las imperfectas, las que no poseen ni fórmulas magistrales ni protocolo para “arreglarse”, las que se equivocan igual que aciertan, las que aman como solo sabe amar una madre, suscriben aquellas palabras de Silvina Ocampo: “la maternidad no se trata solo de llevar nueve meses y dar a luz a seres sanos de cuerpo, sino de darlos a luz espiritualmente. Es decir, no solo de vivir junto a ellos, con ellos, sino ante ellos”. Eso es lo que nos arde.

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6 de mayo de 2017
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El oscuro reverso del genio iluminado

   

Si el diccionario de la lengua española entiende que “genio” es esa “capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas”, y reserva para “ingenio” la acepción más corriente (ese talento para ver rápidamente el aspecto gracioso de las cosas), el título que mejor cuadra al libro de Grayling es el que eligió el mismo autor para su edición original, The Age of Genius, y no el que acarrea la edición española: La era del ingenio.

Anthony Clifford Grayling, director del New College of the Humanities de Londres, ensayista, profesor y divulgador, en afortunadas ocasiones publicado por Ariel, nos ilustra con su informada indagación en el origen y esplendor del pensamiento científico. 

Grayling nos habla de la guerra que devastó a la Europa del siglo XVII y de cómo arraigaron en ese incendiado siglo los fundamentos de la ciencia moderna. Galileo y Newton, Berkeley, Descartes y Spinoza, Hobbes y Locke, fueron los pioneros de una comunidad intelectual dispuesta a investigar sin restricciones ni prejuicios la naturaleza del mundo.

Las circunstancias que favorecieron la amplia adquisición de las reglas metodológicas, la prudencia escéptica de la razón y la curiosidad insobornable fueron, según Grayling, hábilmente aprovechadas por los geniales pensadores del siglo.

El activísimo servicio postal permitió que una extensa red de corresponsales escribiese, hiciera múltiples copias de las cartas que recibía y distribuyera los hallazgos que la comunidad europea de sabios compartía con inquieta generosidad intelectual.

Por otro lado, paradójicamente, el caos, la violencia, las masacres y las conspiraciones de la guerra, absorbían de tal modo la atención de los poderes de la época, que los responsables del control social se convirtieron en unas “autoridades distraídas”, incapaces de detener la aceleración histórica, la acumulación y la expansión del conocimiento.

Según el relato de Grayling, otro factor sorprendente contribuyó al desarrollo de la mente científica. Mientras se elaboraban los novedosos métodos analíticos de aquella revolución cultural, los genios todavía confiaban en encontrar los atajos místicos que les conducirían a los secretos del universo. La severidad de la joven ciencia no excluyó el prestigio que la tradición ocultista conservaba entre los precursores de la modernidad.

Leibniz consiguió los cuadernos en donde Descartes narraba los sueños que dieron origen a su penetrante filosofía. En su apología de la duda y en el rechazo de la credulidad, resonaba la huella que aquellas experiencias nocturnas habían dejado en su ánimo. Según Grayling, en estos sueños se encuentran interesantes similitudes con los libros del movimiento rosacruz que a principios del siglo XVII apareció en Europa para “restaurar todas las ciencias, transmutar los metales y apartar a los hombres del error y la muerte”.

Cuando John Maynard Keynes compró en 1936 los cuadernos de Newton, descubrió con estupor que el genio de la Ley de Gravitación Universal se dedicó durante muchos años al estudio de la alquimia y a interpretar el código que cifraba los secretos inscritos en la Biblia. Keynes elogió por ello a Newton como “al último de los babilonios y sumerios”.

Cierta flema irónica, siempre inevitable entre británicos, permite al lector de Grayling hacer compatible el ensalzamiento de la ciencia con la conjetura sutilmente deslizada a lo largo del libro: que quizá la comunidad científica necesite de una poderosa fuente de inspiración, una especie de perpetuum mobile espiritual, para seguir dando los grandes saltos cognitivos que la libren de las sucesivas ediciones de ignorancia, temor y superstición. 

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5 de mayo de 2017
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Poema 134

 

Es difícil juntarse entre sí

sin entenderse

aquellos del mismo sexo.

En esa tesitura

se repelen e incluso desencadenan guerras.

Y, sin embargo,

¿cuántas parejas extrañas entre sí

siguen juntas?.

E incluso se aman

¿El amor es pegamento?

¿El amor es  sacramento

¿El amor es instrumento?

¿El amor es, en sí, tormento?

El amor, casi siempre,  tiende al salvamento.

Pero nadie lo diría

estando cuerdo.

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5 de mayo de 2017
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El Boomeran(g)
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