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Poema 136

Por 9 de mayo de 2017 Sin comentarios

Vicente Verdú

En una sala

decorada como para un acontecimiento familiar

se encuentra un gran número

de personas muy diversas.

Unas vestidas de fiesta

y muchas otras

ataviadas modestamente.

Hasta pueden distinguirse,

en menor número,

una clase de asistentes

que han acudido  algo sucios

y mostrando ropas desaliñadas.

Todo ellos, sin embargo,

tienen cuerpo y sobre todo tienen cara.

ríen, lloran, meditan,

pasean en solitario o conversan

(sin que se les oiga)

con uno o varios de los presentes,

en corros muy reducidos o por parejas.

Son inconfundiblemente seres  humanos.

Seres humanos conocidos,

más o menos cercanos.

Ni príncipes ni mendigos.

Género humano.

Se trata, en suma,  de amistades y conocidos

que hemos cosechado en este mundo.

Y también del mundo humano alrededor

con quien no tuvimos contacto

pero tejen nuestra existencia.

Son, en efecto, los habitantes de la escena

que corresponde al tiempo

de nuestra biografía.

Nada pues de particular en su conjunto,

si se exceptúa

una falta evidente de luz

que entristece la condición del acto

cualquiera que sea

y lo vuelve mortecino.

Pero nadie pide mayor claridad

Ni nadie pregunta por el motivo

de esa congregación,

que parece darse por sabida.

Quienes se encuentra allí

han llegado naturalmente.

Del mismo modo

que se encuentra cualquier individuo

en la sala apenada (apenumbrada)

de esta vida.

Ciertamente, nuestra presencia

ha sido  autorizada.

Y como la de los demás,

obedece a la misma invitación

concretada en permanecer vivos

y mantener alguna identidad carnal, por ahora.

Nuestra invitación se debe pues,

Sencillamente,

a que se posee un cuerpo

 y, especialmente, diríase, una cara.

La cara es de gran importancia.

Gracias a ella podemos deducir

que no hemos ingresado

en esa estancia indebidamente

puesto que la cara

de aquel o de aquella

es un rostro conocido

y esto nos avala a nosotros

tanto como a ellos.

El conocimiento mutuo nos concede la cara

y el derecho a la entrada.

Unos avalan a los otros

mediante la credencial expresa

de la cara.

Así se engrana el conjunto

y se forma el grupo presencial,

unos con otros.

¿Qué es, en verdad, esto?

Claramente se induce

que no es otra cosa

sino convocatoria sin etiqueta o distinción

concerniente al censo de habitantes

que aún poseen vida.

Los muertos, por muy intensa

que sea la memoria de su cara

no se hayan presentes.

Cada cual carga

en su interior

con su recuerdo

pero no asisten a esta asamblea

que no es ni celebración ni lamentación.

Que tampoco es anónima

pero dista de ser ignominable.

Conlleva una  aglomeración

de seres humanos aún con vida.

Y esto es lo característico o decisivo.

Como también el hecho de que

,en cualquier momento,

sin necesidad de soñar,

se cree esta congregación en cada uno

al desear evocarla.

Reunión comunitaria y propiedad intelectual

Personalizada. Muerte general y muerte particular.

Vida en comandita y vida propia.

Este concilio se encuentra pues

en permanente en disposición

de representarse cuando lo solicitemos.

Es la simple convención de los individuos

que transcurren aún

por el recinto

de los vivos aún.

Cada día y a cada ahora

mientras todavía no han muerto.

Gentes que conocemos de vista

o los amamos de veras.

Personajes que comparten ç

una misma época

o intervalo en el tiempo.

De ese modo sencillo

nosotros estamos allí,

como ellos, circunstancialmente.

Todo con el pleno derecho de compartir

un mismo fragmento del tiempo infinito

 y siempre

con la condición de seguir vivos,

incluso gravemente enfermos

pero vivos.

De ahí que inquiete especialmente

su cláusula temporal tan terminante.

De ahí que el pensamiento tiemble

al prevenir  que

en la convocatoria siguiente

v0ayamos a reconocer menos caras

y así hasta llegar a  una  sesión

en que cueste encontrar la cara de alguien o de algunos

para evitar no ser expulsados por intrusos.

Los conocidos nos conocen

nosotros los conocemos

y con ello nos amparamos mutuamente.

Pero ¿cómo no temer  que, en el futuro, al ser menos

los  reconocibles

dejemos de ser admitidos?

O,  ¿cómo no pensar

que acaso en esa próxima y decisiva reunión

no localicemos  a esos allegados

no tanto porque no se encuentra allí su rostro

sino porque somos nosotros

los que hemos perdido

el cuerpo,

y será ilocalizable

nuestra cara?  

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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