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Identidad

Es muy chocante que algunas personas confirmen los lugares comunes y los tópicos nacionales sin la menor conciencia de estar haciéndolo. No es cierto que los italianos sean cobardes, pero el capitán del buque hundido al que le han caído dieciséis años de cárcel actuó como si fuera Alberto Sordi en una película sobre la guerra del 14. No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Hace años tuve un amigo que formaba parte del núcleo ideológico de Convergencia, o sea, católico. Me contó que en uno de esos retiros espirituales a que eran tan aficionados los nacionalistas, observó en un aparte a Jordi discutiendo con la Madre Superiora. Se acercó disimuladamente y pilló esta frase, tras la cual se escabulló aterrado: "¡Marta, els teus fills acabaran a la presó!". En aquella época todos sabían que la Madre sacaba dinero de debajo de las piedras e incluso de un césped podrido del Barça, pero se ignoraba que estuviera adiestrando a la prole. Como en un Galdós.

Lo cierto es que su madre, la abuela de los actuales hijos, ya tenía la misma afición. Otro amigo me contó que, siendo presidente de la comunidad de vecinos donde vivía la señora madre de la Superiora, compró en Navidad una hermosa planta de Pascua de hojas rojas. Inesperadamente, una mañana la planta había desaparecido. Algo recelaba aquel hombre sagaz que le hizo dirigirse a la madre de la Madre para preguntarle si había visto una planta de Pascua en el portal. "Sí, claro, era tan bonita que me la he subido al piso para impedir que la roben". Riguroso.

Si no me equivoco esta figura sarcástica se llama en yiddish "chutzpah". Que es cuando el asesino de sus padres le pide al tribunal que sea clemente con un pobre huérfano.

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16 de mayo de 2017
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Poema 139

En el verdadero trabajo del artista

no se incluye el desasosiego   

por acertar o no con la obra excelente.

La obra posee vida propia vida

y no come de nuestra mano,

ni se nutre de nuestro precocinado pienso.

La obra no nace, crece y termina

dependiendo de su operario.

Todo aspiramos a hacerlo mejor,

y hasta hacerlo eximio

pero la obra se exime con desdén,

escapa de nuestro plan preparado,

(siempre cohibido. 

y roído de requerimientos previos).

La obra es libre y será libre el artista

si desea copular con ella.

En la conjugación de esas pasiones

se hará  posible (o no)

el pecado exaltado o la satánica chispa.

El fulgor del  vicio extraordinario.

Es decir la inesperada y libérrima obra maestra

Puesto que la obra diferencial y sorprendente

es aquella sobre la cual

el primer deslumbrado es su autor.

Ambos enamorados y en un candente

 pecado mortal.

Ambos delincuentes compulsivos.

porque así,  en esa hampa luciente

es donde cunde

el genuino y bailable

trabajo del artista.

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16 de mayo de 2017
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Operación Mazo

Las agencias encargadas de buscar nombres, una profesión en alza – naming le llaman al arte de conferirle una identidad verbal a una nueva empresa, una marca de joyería o un modelo de coche–, deberían de contratar a un policía. No a uno cualquiera, sino a un especialista en idear esos nombres en clave que se utilizan para proteger un caso que está siendo investigado.
Imagino a los escritores frustrados que trabajan en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, guionistas vocacionales que se ven en la suya cuando empiezan a engrosar el relato de un Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, trajinando con bolsas de toallas de playa en las paradisiacas playas de Cartagena de Indias, donde hace nueve años denunció haber sido espiado. Entonces González era un señor de polo azul a quien se le escapaba la sonrisa burlona mientras su storytelling policial se cocía a fuego lento. Operación Lezo decidió llamarla algún historiador aficionado. Un nombre frío, como deben de ser los criptogramas, extraído entre los cableados del caso. Esta vez no hubo metáforas, en todo caso un guiño histórico: Blas de Lezo fue el almirante español que organizó la defensa de la ciudad colombiana durante el asedio británico de 1741, considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada. Sus heridas de guerra eran de campeonato, tullido pero audaz, poco que ver con el bronceado Nachete de Guadalmina.
En el género abundan las analogías, términos que representan aquello que se persigue. Algunas con cierta obviedad: la operación Más Turrón se refería a la cocaína –que los traficantes denominaban turrón–, mientras que la Guateque debió su rumboso anacronismo a las licencias fraudulentas que incumbían a bares de copas y discotecas madrileñas.
En España, la elección de un nombre que oculte una investigación delicada empezó a sistematizarse en los noventa, a modo de mariscada: la operación Nécora desmanteló una gran red de narcotráfico en Galicia, y fue identificada con el crustáceo que tanto gustaba a los capos. Y así fueron naciendo Pecado Original, Abanico o Jineta. Hasta entonces las actuaciones se habían bautizado con el número de diligencia judicial correspondiente, un recurso complicado que provocaba confusión, por lo que con frecuencia los agentes, para simplificar, acababan utilizando el de la víctima o el investigado.
Hoy forma parte del procedimiento de actuación –reservado al denomi­nado crimen organizado o a bandas de más de tres integrantes–, pero también ejerce marketing institucional me­diático. Hace unos meses escuché nombrar de carrerilla a Esperanza Aguirre tres operaciones: la Gürtel, la Púnica y la de las tarjetas black, y le ­pregunté si dormía bien: aseguró que nada ni ­nadie le quitaba el sueño. Aún no había transcendido la Lezo, que con su ­rotunda identidad verbal ha caído como un mazo.
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16 de mayo de 2017
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Los premios

Despotricar, lamentarse, o sencillamente burlarse de los Oscars es un hábito que tienen también las personas más quisquillosas respecto a los Nobel de literatura. Ambos son premios que desdeñamos desde el olimpo de la exigencia por sus chillones y tan frecuentes errores de elección pero nunca dejan de afectarnos: nos irritan, nos escandalizan, nos mueven a prestarles atención y a hacer cábalas. En el pasado ejercicio lo original (un acto de justicia poética en un contexto, el norteamericano, reacio a ella desde noviembre) fue que la Academia de Hollywood puso en solfa a la Academia Sueca, que hizo el ridículo premiando a un notable cantautor, infinitamente mejor cantante que poeta, quien se mostró a su vez displicente con tan exagerado honor; por primera vez en décadas, la mayoría, cinco de las nueve candidaturas a mejor película, distinguían films excelentes, de lo mejor del año, y se fijaban en actores-artistas y guiones no sólo bien escritos sino sofisticados (como el de la película griega ‘Langosta'). Hasta tal punto era buena la preselección que el veredicto, sin ser el ideal para mi gusto, da carta de naturaleza a cineastas inconformistas y ambiciosos como Chazelle, Lonergan y Barry Jenkins, dejando solo un poco desairada la que entiendo como la obra maestra de 2016 en cualquier cinematografía conocida, ‘Jackie', del chileno Pablo Larraín.

 

    Ya se sabía por ‘El club' y, en menor medida por ‘No' y ‘Neruda', que Larraín es un maestro extrañando materiales de raíz familiar o histórica, en un proceso de transformación de lo real que se atiene al término inglés ‘the uncanny', muy usado, a veces banalmente, en contextos de cine gótico a partir del importante ensayo de 1919 ‘Das Unheimliche', en que Freud exploró la ocupación por corrientes oscuras y terribles de espacios estables o situaciones domésticas que sufren así el desalojo de su vulgar previsibilidad, siendo la palabra alemana ‘unheimlich', que en español se tradujo por López-Ballesteros, con la aprobación del autor vienés, como 'lo siniestro', antagónica de ‘heimlich' en su primigenio sentido de confortable, dócil, hogareño.

 

 

    El inesperado ‘tour de force' de Larraín, a partir del guión muy bien estructurado de Noah Oppenheim, es el descolocamiento constante de unos hechos, unas figuras y unas imágenes tan icónicas como las de aquel atentado del 22 de noviembre de 1963, hurtándolas al documental, al biopic y al marco político sin esquivar ninguno de esos tres presupuestos. Es decir, ‘Jackie' cuenta el magnicidio y el funeral del presidente asesinado, retrata a Jacqueline Bouvier y a sus huérfanos y refleja con agudo humor los entresijos de la maquinaria estatal tan brutalmente atacada y, por decirlo sin chiste, atascada por la tragedia. Todo ello plasmado como una amenaza superior a la de un complot o la vesania de un loco suelto; el sistema queda averiado, la viuda desestabilizada toma el mando en medio del sufrimiento, la familia Kennedy mantiene por encima de todo su espíritu de clan oligárquico y su catecismo.

    Es una película memorable por sus primeros planos (el rostro de Natalie Portman, que conserva la sangre de su marido casi un tercio del metraje) en la que el cineasta ha enriquecido de fantasmas los segundos términos y los fuera de campo; la danza de los edecanes en la Casa Blanca llega a ser macabra, y la escena de la búsqueda de una tierra idónea para enterrar al muerto en Arlington es tan conmovedora como aterradora. Ayuda mucho a crear ese clima la música de Mica Levi, con sus ‘dégradés' sonoros, pero sobre todo ayuda la creación de Portman, merecedora no ya de la estatuilla que no ganó sino del reconocimiento indudable de una grandeza suprema como intérprete: el acento ligeramente extranjero y de alta clase, sus cigarrillos (¿ha fumado alguien en el cine con tanta belicosidad y tanta necesidad?), su altivez veteada siempre de insuficiencia.

    Sí ganó el oscar a la mejor película de lengua no inglesa ‘El viajante' (‘Forushande') de Asghar Farhadi, otro texto fílmico de extraordinaria calidad que, de un modo distinto al de Larraín, combina dos esferas, la real o incluso costumbrista y la representada en el gran teatro del mundo. Farhadi trabaja siempre con metáforas que pueden pasar desapercibidas, siendo un director poco dado a las figuras de estilo y los alardes de bravura; acumula sus tensiones dramáticas tenuemente -de ahí que a veces cueste entrar en ellas hasta bien avanzada la proyección-, pero cuando el puzzle se arma su eficacia es devastadora. ‘El viajante' comienza con el resquebrajamiento de un edificio a causa de unas obras contiguas, y sigue la línea de muchas grietas, rupturas, objetos escondidos y olvidados, maledicencias y mentiras que se imponen a la cotidianeidad de Rana y Emad, una pareja bien avenida de clase media que ocupa sus tardes ensayando y representando ‘La muerte de un viajante' de Arthur Miller. Como en toda su obra anterior, Farhadi se mueve en el terreno de la ambivalencia moral sin escorar el objetivo de su cámara (ni su juicio) hacia una u otra actitud. Emad es un justiciero, y Rana, la esposa agredida, una víctima que busca consuelo en la piedad. Las heridas de la ciudad en que viven afectan a todos, pero en el prolongado episodio final en la casa resquebrajada las dos razones, el bien a ultranza, el pecado común, se enfrentan. No hay venganza al agresor, peor el viajante de Farhadi también muere, como el de Miller. Les une a ambos su debilidad, sus miserias humanas, que tan fácil resulta juzgar y tan duro resolver.

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16 de mayo de 2017
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Delphine de Vigan: Luz natural

“He instalado mi escritorio en la habitación de mi hija, que estudia fuera de París” dice Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) mientras abre las puertas del armario para mostrarme cómo en una mitad se alojan sus papeles y libros, y en la otra cuelgan varias prendas de adolescente. La casa desprende una voluntad de hogar discreto y reflexivo. Nada está dimensionado. En un rincón repta una lámpara de hilos y bolas que desprende un aire entre jazz club y feng shui. Como ella. Construida a fuerza de timidez y coraje, burguesía y rock francés, objetos bellos y secretos de familia; habitada por las crisis maníaco-depresivas de su madre y sus adicciones:cuando era una cría le aterrorizaba que mamá no se levantara para ir a trabajar.
 
De Vigan ha obtenido de la fragilidad un valioso material de escritura. Su novela autobiográfica cuyo título –que quita el aire– fue tomado de un canción de Alain Bashung,  “Nada se opone a la noche”, batió cualquier previsión editorial: medio millón de ejemplares. Con orfebrería depurada sorteó cualquier riesgo narcisista tras la primera línea: “Mi madre estaba azul, de un azul pálido…” . Así arrancaba, con el hallazgo del cadáver. “Mamá, la abuela …. de alguna manera se suicidó” le preguntó su hijo. “De alguna manera” a los nueve años, de puntillas.
 
De Vigan empezó a escribir un diario íntimo de niña: “esos cuadernos contienen una memoria preciosa, pero es una escritura de formación. Mis hijos saben que jamás deben de ser publicados”, asegura. La ambición literaria llegaría más tarde, cuando dejó de escribir el diario al tiempo que paría a su hija Laïa. Durante once años trabajó en una empresa de marketing, escribía de noche, cuando los niños dormían. “Un día llegué a la oficina con dos zapatos diferentes”. Mandó su primer original a varias editoriales, por correo y bajo pseudónimo –Lou Delvig– : “en la empresa nadie imaginaba que yo pudiera haber escrito algo como aquello”. Se refiere a “Días sin hambre”, donde narra su curación de la anorexia y su reencuentro con el mundo. Era una manera de evidenciar sus dos voces. Hasta que salió en la tele y la reconocieron. “Hay una gran fragilidad en mi, pero también mucha fuerza, como la que me ayudó a salir de la anorexia. Pude haber muerto pero elegí vivir. Fue una especie de renacimiento. Aunque no recomiendo en absoluto el método”.
 
Para ella la escritura es un modo de vida, una manera de ver el mundo: “un prisma a través del cual puedo mirar a mi alrededor. Por eso me gusta trabajar en casa, porque la escritura forma parte de mi vida”. Empieza a las 8.30 en pijama y con un café con leche. “En mi anterior apartamento, más pequeño,
trabajaba en el salón, hasta que mis niños se hicieron mayores. Entonces alquilé un pequeño despacho al lado, pero me angustiaba estar en un lugar donde solo se podía hacer una cosa: escribir. Me gusta interrumpir la escritura para hacer alguna tarea doméstica; la cabeza no para. Las buenas ideas me vienen bajo la ducha”. ¿Y por qué escribe? “Creo que tengo un verdadero problema de hipersensibilidad, que fue muy complicado de niña y de joven (la sensación de sentir las vivencias multiplicadas por cien), y una extremada timidez. Eso también se debe a la convivencia con mi madre, enferma psiquiátrica”. Hablamos del encuentro de Lucile –que a los quince fue violada por su padre– con Lacan, que no quiso tratarla. “No me he psicoanalizado nunca, siempre me ha dado miedo que me impidiese escribir.”
 
La escritura ha sido su terapia: “me gusta la sensación de abrir una caja negra al bucear en los recuerdos, algo peligroso y explosivo”. No padece miedo a la página en blanco, ni inseguridad, “pero la escritura te abre dudas”. En su caso, la angustia es una especie de demonio sobre mi hombro. Le sucedió con “Basada en hechos reales” (Anagrama), su último libro, después de cinco de silencio. “al releer cada día pensaba: qué mierda, y me paralizaba. “así que pronto decidí no releer, porque iba directa a la catástrofe”. Donde crece el peligro, crece lo que nos salva. Delphine evita utilizar el verbo hacer. Escribe  sin melancolía y con luz natural.
 
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14 de mayo de 2017
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Danzad, danzad, benditos

“Bailar me quita el dolor” les decía Valeria –once años, enferma de leucemia– a los suyos mientras, enchufada a la quimioterapia, bailaba funky. Los presentadores de la gala de la Fundación Aladina Candela Palazón y Diego Antoñanzas, le preguntaron cómo lo conseguía: “pues con mucho cuidado de no llevarte el cable y la máquina por delante”. Sucedió la noche del lunes en el Teatro Lope de Vega, uno de los más esplendorosos de Madrid, ahí donde la copla desplegó su cola con el tronío de Concha Piquer, Juanita Reina, Antoñita Moreno o Carmen Morel. En 1997 se estrenó en él “El Hombre de la Mancha” –con Paloma San Basilio y José Sacristán–, inaugurando una nueva etapa marcada por el despegue del género musical, y hace seis años volvió a ser reformado, sacando lustre a sus magníficas boiseries, para acoger al “Rey León”, que aún reina imbatible en el Broadway madrileño. Funky, ballet clásico, bolero andaluz, bailes folklóricos, danza contemporánea, y seguidillas, interpretadas por Antonio Canales –“es de los solidarios de verdad, no de los que te da largas, que hay muchos”, aseguró la bailaora María Rosa, alma mater del espectáculo- conformaron el programa de una charity hispana a más no poder, con suma de targets a la madrileña, igual que los callos: desde las señoronas de Madrid con crepado y pashmina hasta jóvenes estudiantes de danza, celebs in como Clara Lago y añejas como Norma Duval, ex misses como Juncal Rivero, y de buena familia como Patricia Rato, a quien siempre le preguntan por su tío Rodrigo pero ella mira al horizonte, o hacia Valladolid.
 
Isthar Espejo, Directora de la Fundación Aladina  -creada por Pacho Arango y dedicada al acompañamiento de los menores que padecen cáncer- explicó que los niños, también los enfermos, necesitan sentirse niños, divertirse, oxigenarse, y esa es su función,  “porque el hospital te mina, por ello el ejercicio o la danza representan un chute de energía”. María Rosa, 79 años, instruida de niña por el Maestro Otero, ha actuado en el Olympia de París y, en Nueva Tork, en el Radio City Hall, entre los 60 y 70 recorrió el mundo con su ballet –pionera en la entonces URSS o Japón–, siempre apasionada y corajuda. Cinco décadas en Madrid y un acento andaluz zalamero e impoluto, subió al escenario para dar con su cuadro de profesores, algunos de ellos alumnos del mítico Antonio el Bailarín. En los años noventa, me conmovió un reportaje del fotógrafo Tino Soriano sobre el día a día de una unidad infantil de oncología; recuerdo lo difícil que se me hizo digerir aquel magnifico trabajo donde la realidad desbordaba de la foto. Era la primera vez que veía a niños sin pelo, demacrados, ese día no pude comer. A lo largo de la última década, ficción y realidad nos han ayudado a masticar el cáncer infantil, desde el trabajo de Albert Espinosa a los esfuerzos de fundaciones como Aladina, CRIS o El sueño de Vicky.
 
“Bailar para recuperar el alma”, decían los profesores del Centro de Danza María Rosa. Justo lo que propone Joaquín Cortés en su nuevo espectáculo, en el que se abre en canal. Cortés subió muy arriba, bailó en la Casa Blanca, su trabajo fue considerado Patrimonio Universal de la Humanidad por la UNESCO y además se ligó a Naomi Campbell –apenas se entendían en un spanglish de urgencia, pero no lo necesitaban–. Alardeaban de su pasión mestiza: alma gitana y soul. Fue breve e intenso. Durante años, Cortés dio un paso atrás, malquerido en su tierra y encumbrado en plazas exóticas. “Esencia” –a los flamencos es una palabra que les pirra– es el nuevo espectáculo que acaba de estrenar en Barcelona y que después anclará en Madrid, acaso la plaza más difícil para el bailaor que ha colaborado con Pedro Almodóvar, Jean-Paul Gaultier, John Galliano o Jennifer Lopez. Consiguió rejuvenecer el zapateado y ponerlo de moda. Melena y perilla, cuero y quiebro. El nuevo Cortés busca ahora el fondo, incluso el forro, del baile, porque, tal y como decía Vicky Baum, recordada por la novela “Gran hotel” pero también bailarina: “hay atajos para la felicidad, y el baile es uno de ellos”. La piel cambiante de la actualidad entierra artificio y abre el hambre de una nueva curiosidad, eso sí, bailando.
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13 de mayo de 2017
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Poema 138

 

Encontrándonos mal o regular  

la visita al médicos

está prescrita,

es obligatoria o de evidente responsabilidad.

La comparecencia ante el doctor

es una réplica de la comparencia,

ante un  juzgado y su implacable pronunciamiento

puesto que somos reos de insalubridad.

El médico ejerce con el ojo clínico al modo del objeto divino

Sino, además, por la mirada complementaria,

aderezada de análisis y resonancias, que lleva al diagnóstico

incuestionable.  

La suma de todas estas pruebas oculares

llevan así a un veredicto absoluto.

en que el enfermo se miniaturiza.  

¿Pero somos culpables o pobres víctimas  del designio

y  nuestra incompetencia vital.

Y, en esas condiciones

¿cómo se podría regresar al bien?

¿hallar la redención?

Lo obligado es e pasar

por alguna penitencia que expurgue el mal,

sea mediante la abstención de algo

sea mediante una depuración quirúrgica

o de alcance farmacológico superior.

En todos los supuestos

le conviene el trato semejante al que

recibiría un enemigo social.

El médico no sólo cura

sino que antes juzga y apunta  

los antecedentes patológicos

de su historial social e individual.

Al cabo emite el veredicto

Y más tarde impone el castigo. .

Lo mismo que haría Dios

o sus representantes en este mundo

sobre pecadores confesos. 

Y no sólo reos de una acción efímera

sino reincidentes

que le han llevado a malversar

su  orgánica identidad.

¿Perdonar esta evidencia?

Toda persona que padece una enfermedad

Es  sospechoso de alguna complicidad con ella.

Y, además, de acarrearla

como un traficante del mal.

Todos los enfermos

forman  así una banda de

especiales criminales encubiertos.

Ahora pueden estar vivos

pero su curso natural les llevaría a fallecer.

Y, con ello, a provocar una expansión de dolor. .

Lo mismo que un terrorista atado

a un cinturón de dinamita

preparado contra la salud  de la Humanidad.

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12 de mayo de 2017
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Poema 137

La sinceridad sería una virtud

casi siempre,

pero siéndolo,

en casi todos los casos,

hay un supuesto en que

resulta indispensable

para mejorar la salud.

Se trata del expediente,

 el proceso y el resultado,

emocional e intelectual

que acompaña a 

la creación artística.

Ninguna obra,

de la clase que sea,

música, danza, escritura o canto,

se sostiene sin el limpio

zócalo de la verdad.

O lo que sería lo mismo:

sin la sinceridad del artista.

No hay firmeza en los cimientos

y el producto se derrumba.

La sinceridad es la primera garantía de calidad.

Y es igual a ofrecer un mundo,

por pequeño sea,

que nos mejora

y, a la vez,

nos corona de salud y poder.

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11 de mayo de 2017
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