Este cuadro pertenece a una serie en la que asocié imagen y escritura. Fue en el verano de 2017.

Este cuadro pertenece a una serie en la que asocié imagen y escritura. Fue en el verano de 2017.

Por suerte, España tiene en el PSOE (que no en vano se presenta como "la izquierda") un guía espiritual y moral que lo distingue de la desolación general. He aquí algunas notas sobre el socialismo según Sánchez.
Debemos quitar dinero a las regiones más pobres para dárselo a los vascos, los cuales, si bien son los más ricos, lo necesitan desesperadamente y dan mucha pena.
Es forzoso apoyar a los gobiernos regionales nacionalistas, como el de Baleares o Valencia, que fuercen de una vez a sus súbditos a convertirse en catalanes, ideal antropológico de la izquierda.
Siempre que sea posible hay que apoyar a Podemos para conseguir Ayuntamientos que no han ganado. En las elecciones de 2015 les dimos sobre los ocho mil. Sabemos que son buena gente y que a cambio nos recordarán en sus oraciones.
Es necesario negar que en Cataluña se adoctrine a los niños en los colegios y a los semiadultos en la Universidad. De ese modo nos aseguramos la gran cantidad de rebeldes que creará la estúpida Formación del Espíritu Nacional.
Para las próximas elecciones catalanas no se debe intervenir ni TV3 ni Cataluña Radio, las dos fuentes de intoxicación más letales del norte de África. Hacerlo sería atacar la libertad de expresión altamente subvencionada.
No queda más espacio. Sirva esto tan sólo como índice de que aún hay esperanza en la izquierda, gracias a Sánchez.

No me cuesta imaginarme al fondo de la caverna,
junto a los pintores de bisontes,
atentos todos al fuego salvador.
También me veo sin esfuerzo
colgado de una rama, atento al peligro
que aguarda más allá del bosque.
O arrastrándome al borde del estanque,
a la vez criatura de agua y de aire,
o, de salto en salto hacia lo primero,
abriéndome a la incierta vida
como el mínimo organismo que huye de lo inerte.
Soy capaz, si me lo exijo,
de volver a ser materia pura,
una centella en medio de la gran hoguera
que recorre el inicio de los universos,
y como arriesgado saltimbanqui
puedo vislumbrar el origen mismo,
la misteriosa respuesta al desafío de la nada.
Pero la pregunta, amigos, la pregunta
es lo que siempre permanece prohibido.
Y es por saber esa pregunta
por lo que sacrificaría todo lo demás.



Los alquimistas del barroco inventaron el flogisto para explicar el fuego, que hasta entonces era uno de los cuatro elementos, y después de su cese andaba por ahí ardiendo sin pies ni cabeza. El flogisto se quemó y volatilizó, visto y no visto, en cuanto se le arrimó oxígeno allá por el siglo de la razón. Hoy ya no existe, lo extinguió la ilustración.
El indoeuropeo, por su parte, es un flogisto gramatical decimonónico que se inventó para explicar las coincidencias entre el germánico, el griego y el sánscrito. El origen gótico y supremacista de la invención se manifiesta en el término indogermánico, que los alemanes suelen preferir porque les halaga tontamente.
La ejecutoria de nobleza e hidalguía del indoeuropeo se evapora en cuanto se comprueba que cantidad de lenguas que ignora y declara aisladas porque no acierta a encasillar, como el ibérico, el celtibérico, el etrusco o el vasco, están emparentadas con las presuntas indoeuropeas y con otras muchas que se suponían ajenas a dicha ficción lingüística, como las uraloaltaicas y otras más orientales. O sea, en cuanto se comprueba que todas vienen del sumerio.
El maridaje de la ficción indoeuropea con las alucinaciones cabalistas que vinculan el genoma con la diversidad cultural ha engendrado un neorracismo que pulula en cantidad de libros. En este neorracismo genoplasta, los vascos son objeto de particular devoción, hasta el extremo de que no hay un solo libro de este género alucinatorio que no dilucide el apasionante sebo neolítico que preservan sus boinas, y así queda demostrado, no ya que la ignoracia es atrevida, sino que es una levadura poderosa capaz de levantar naciones, fundamentar razas, prescribir conductas colectivas y escribir bestsellers.
Se conoce que el racismo y su entrañable variedad del pueblerinato son como el moho, que está en todas partes aguardando su oportunidad, y en cuanto dispone de su conveniente atmósfera de ignorancia, autocontemplación y sesteo de la razón, procrea monstruos.

Al carpintero Zimmer
le interrogan de vez en cuando
por el estado de su huésped, el poeta loco.
Invariablemente responde que esa locura
no es la consecuencia de que Dios le haya dado poco,
sino a causa de que le ha dado demasiado.
Como los visitantes desean más detalles
cuenta que, con frecuencia,
el poeta se sienta a su espineta
para tocar todo el día, sin reposo,
al igual que un niño ensimismado con su juguete.
Sin embargo, al carpintero Zimmer
la pregunta que más le azora
es la que se refiere a la mente del loco.
"Dinos, ¿qué ocurre en su mente?".
El pobre hombre ha encontrado una explicación
que repite una y otra vez:
"Su pensamiento se ha detenido en un punto
alrededor del cual gira y gira sin cesar".
Para confirmar sus palabras Zimmer señala a un tejado
y aventura una comparación:
"Como las palomas que se arremolinan alrededor de una veleta".
Cuando sus interlocutores se alejan
el carpintero Zimmer respira, aliviado.
Aunque siempre se queda con la misma duda:
"¿Cuál es, Dios mío, este pensamiento?".
Y así durante treinta y seis años,
hasta la muerte de Hölderlin, el loco.
"¿Cuál es este pensamiento que todo lo devora?".

Aunque todas ellas deriven del sumerio, un punto notable donde el ibérico, el itálico, el micénico y el hitita, o sea las viejas lenguas de la cuenca mediterránea, se distancian con el aquitano, el germánico, el eslavo, el lituano, el sánscrito y el tocario, o sea, las de más al norte, es el nombre del hijo.
Para las lenguas mediterráneas, el nombre del hijo deriva de la idea de cría, educación y herencia: eso significan los términos sumerios buluĝ, «heredero», «educar», «crecer» e ibila, ibilu «heredero» de los que proceden el ibérico biloz «hijo»; latín filius «hijo»; mesapio bilia «hija»; albanés bir «hijo»; micénico iju «hijo»; griego υἱός «hijo»; hitita uwa «hijo», ibila «heredero»; y el vasco biloba «nieto, descendiente», que es préstamo ibérico.
Para las septentrionales, el nombre del hijo conlleva la idea de semilla, o sea productor de semen, y procede del sumerio še-numun «semilla», «semen», «descendiente masculino». De ahí, el aquitano sembe «hijo»; vasco senar «marido»; latín semen «semilla», «semen»; altoalemán sunu «hijo», alemán Sohn «hijo», Samen «semilla, semen»; tocario B soy «hijo»; sánscrito sunuh «hijo»; lituano sunus «hijo».
La idea se hace particularmente evidente en vasco, donde seme es hijo, y alaba (alaua, alua «vulva») es hija.

Al escribir estas líneas, el viernes 24 de noviembre de 2017, ya se perdió toda esperanza de encontrar con vida a los 44 tripulantes de la dotación del submarino argentino San Juan, perdido en las profundidades del Atlántico Sur.
Durante ocho días, barcos y aviones de 11 países lo buscaron infructuosamente. Los familiares, destrozados, enfrentaban con angustia, bronca, llanto y gritos a las cámaras de televisión. Al final, fueron ellos los que tuvieron que contarles a los periodistas lo que los voceros oficiales se negaban a revelar: que los marinos estaban muertos.
Esta semana, no se habló de otra cosa. ¿Pero por qué caló tan hondo esta historia en la sensibilidad colectiva de los argentinos? Yo creo que tiene que ver con traumas nacionales, que vienen de la historia reciente del país y que quedaron como heridas colectivas que siguen supurando.
1. Desaparecidos
En primer lugar, las imágenes de esposas, madres, hijas clamando a las puertas de un cuartel militar con carteles, exigiendo información sobre sus seres queridos recordó a muchos las madres y abuelas de Plaza de Mayo, solo que esta vez eran familiares de militares. No hay peor angustia que no saber, ni peor indignación que saber que las autoridades saben pero no quieren decir.
Tal vez esta tragedia de unos militares que aparentemente estaban cumpliendo una tarea útil para el país (protegiendo las aguas continentales de los pesqueros ilegales) ayude a cerrar una de las ‘grietas’ argentinas: los militares no son nosotros; son el enemigo: En los estertores de la dictadura, las marchas de derechos humanos se hacían con cánticos de “No hubo errores; no hubo excesos: son todos asesinos los milicos del Proceso”.
Este es el primer caso conocido de militares cuya suerte se desconoce y cuyos cuerpos están desaparecidos.
2. Malvinas
Esto lo escribo como periodista pero también como veterano de la Guerra de las Malvinas. En 1982 me tocó hacer el servicio militar y fui enviado a las islas. Durante una semana mi barquito, el Penélope, fue dado por perdido. Se nos dañó el radar y la radio. Mis padres temían que yo estaba muerto. La soledad del océano sin ver la costa es capaz de volver loco a cualquiera.
Malvinas es una herida todavía abierta en Argentina. Jovencísimos soldados enviados a morir y a enloquecerse sin el equipamiento ni la preparación necesarios.
Los partidarios del gobierno de Mauricio Macri se solazan hoy recordando que la expresidenta Cristina Kirchner declaró en 2011 que el submarino San Juan navegaría durante 30 años. Los ‘kirchneristas’ critican al gobierno actual. Usan la tragedia ajena para atacarse mutuamente. Mientras tanto, un centenar de familiares sienten que nadie los escucha.
3. Claustrofobia
Fue justamente en la época de la dictadura y de Malvinas, en 1981, que salió una de las películas más angustiosas que haya visto mi generación: Das Boot, un preciso y detallista film alemán sobre la tripulación apiñada en un submarino durante la Segunda Guerra Mundial. Pocas veces el cine se internó tanto en la claustrofobia. El submarino se hunde para no ser bombardeado, fondea a 270 metros de profundidad, comienza a entrar agua y finalmente logra salir a flote, pero el capitán muere.
La muerte en un submarino es de las que produce más horror: creo que tiene que ver con estar atrapados, saber lo que viene y no poder hacer nada. Como una condena a muerte con el mar inmenso como un enemigo imposible de derrotar.
4. Incompetencia
Quedará para siempre en la memoria de los argentinos la cara impertérrita del capitán Enrique Balbi, vocero de la Armada, anunciando este jueves que “Concretamente, se recibió una información sobre un evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear, consistente con una explosión”.
Todo el manejo de esta crisis brilló por la incompetencia de las autoridades militares, y sobre todo del Ministerio de Defensa. Ni el ministro Oscar Aguad ni su secretaria de Servicios Logísticos para la Defensa y Coordinación Militar en Emergencias, Susana Villata, tenían conocimiento ni formación alguna en el área. Ante la opinión pública, la impresión de desorganización e improvisación recordaron los casos de recientes inundaciones e incendios donde este gobierno y el anterior se vieron desbordados.
5. Una mujer
Por último, la tragedia del ARA San Juan tiene un nombre propio, que recuerda al desastre de la nave espacial Challenger de la NASA, que se desintegró a segundos de su lanzamiento en 1986. Entre los siete muertos, la maestra Christa Mc.Auliffe. Las caras de desazón de los alumnos de McAuliffe, que estaban reunidos en el aula para ver a su maestra subir al espacio, quedarán para siempre como imagen de un trauma nacional.
Entre la tripulación del San Juan se encontraba la primera mujer oficial de submarinos de América Latina, Eliana María Krawczyk. En uno de los muchos perfiles que los medios argentinos le dedican, su familia, de la provincia de Misiones, la describió en el diario La Nación como “dulce” pero “dura como el acero”.
Este final para la primera submarinista del continente, una mujer entre tantos hombres, es el último elemento de un horror que hoy acongoja a todo un país.
Artículo publicado en La Folha de Sao Paulo de Brasil en portugués el sábado 25 de noviembre de 2017.
Link: http://www1.folha.uol.com.br/mundo/2017/11/1938172-desaparecimento-do-san-juan-toca-dores-recentes-dos-argentinos.shtml?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=compfb

Este cuadro nació tras una entrevista en Amsterdam con un pintor que veía las cosas de otro modo. Digamos que lloviendo.
