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La Tulipe y demás

LA TULIPE Y DEMÁS

José Luis Falcó presenta a Ferrer Lerín
Universidad de Valencia 06/05/09

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Julio/Agosto de 1980. Calima sobre Madrid: 39 grados. Un reloj de arena en la garganta. Flaneur de los libros reconvertido en antólogo. ¿Qué fue de mi vida? Primeras entrevistas, charlas. Discusiones con Fanfán. A punto estuve de romper el pacto. Por fin, cede la doncella. Una antología de poemas, no de autores. El orden deberá ser el de su publicación, de la publicación de cada uno de los poemas seleccionadados.(Telón de fondo). Cada lector reescribe la historia literaria. La hace suya. La alucina. Se la inventa. Todos los poetas saben que también son sus lecturas. La experiencia vivida y la simbólica llenan todos los poemas y libros de la Biblioteca Nacional. Pero, ¿por qué nacional? Fanfán y Omar llegan a un acuerdo. Cede la doncella de nuevo y la pareja, asfixiada, sube por Claudio Coello como una sola serpiente de papel. En esa calle histórica tiene su sede la Editorial Alhambra. El flaneur no recuerda un edificio menos parecido al Lazarillo. El ascensor funciona. Se firma el contrato definitivo. La decisión: Fanfán se ocupará de las relaciones públicas y Omar será el machaca.De acuerdo. A las nueve en punto, cada mañana, Omar llega en góndola a la puerta de la Biblioteca. Una pareja de monjas civiles custodian la entrada. Tras el registro, la gran sala: algo así como un campo de fútbol repleto de archivadores. Cada noche, a las nueve en punto, sale Omar y cruza medio Paseo de Recoletos. Sólo medio. Un banco nunca está lejos. Omar se tiende un buen rato en el primero que encuentra cada noche, hasta volver a casa de Fanfán. Fanfán, ¿qué hacíamos tú y yo antes de conocernos? Lerín tiene que estar en esta antología, dice Omar. Nadie me sabe dar su dirección. Nadie parece tampoco tener el primer libro de Francisco Ferrer Lerín, De las condiciones humanas, publicado en 1964, aunque escrito en el sesenta y dos. En la misma colección en la que Gimferrer había publicado Mensaje del Tetrarca. Sospechas. Infundaciones. Pero Omar se enterará veinticinco años más tarde. Al final de todas estas pesquisas, alguien, tal vez Talentos, me proporciona el teléfono de Lerín. Al parecer a Talentos se lo dio Félix Lengua de Cal. Pero no recuerda, no recuerdo. Este número es el de Jaca. Allí está ahora Paco, le dice, le dicen. ¿Por qué en Jaca?. Clero y ejército. Fronteras. La leyenda "Lerín" ya se había extendido. Omar vuelve a Lixia y desde allí logra hablar, no más de cinco minutos, con Francisco Ferrer Lerín: el permiso para que sus poemas puedan ser publicados unos meses después, en 1981, bajo el título Poesía española contemporánea (1939 1980). Selección, estudio y notas de Fanny Rubio y José Luis Falcó. Se publicó con una extensión que fue aproximadamente la mitad de lo que era. La parte del "Prólogo" atribuido a Omar fue manipulada. ¿Por quién? No asistí a la presentación. Omar leyó a Lerín en 1971: La hora oval, en la colección de poesía Ocnos. No había olvidado aquella lectura, ni el título. Lo que encontró en La Oval: unos poemas que esperaba hacía tiempo. Durante su adolescencia había probado un poco de todo. Es un decir. De Thomas Man a Pío Baroja, de Salgari a Valéry, de Campoamor a Tristan Tzara porque la fiebre canta en los alambres mentales. De Joyce a Cernuda. Y Unamuno. Se había enamorado perdidamente de algunos poetas surrealistas encontrados en Antología de la poesía francesa contemporánea, del poeta Manuel Álvarez Ortega, cuya poesía fue entonces de su agrado. Y de los manifiestos surrealistas de Breton. Del amor loco. Y de Artaud. Pero también de Apollinaire y Larrea: Por las carreteras cinemáticas/en aquel automóvil,/ íbamos filmando. Y del gesto pugilístico y suicida de Cravan. Golfo de México. Tal vez encontró en La hora oval, decía, lo que estaba esperando y que los novísimos, pese a la memoria mancomunada, pastiches y collage, no le habían ofrecido. Al menos, no del todo. Se encontraba delante de una poesía que le pareció radical como el deseo y no una especie de amalgama reciclada (eso sí, muy bien reciclada, aunque confusamente presentada): una amalgama que, en general, carecía de aquel espíritu vanguardista que por entonces le atrajo. Aunque la vanguardia, piensa Omar que se dijo Omar, puede que sólo sea una un estado de ánimo. Un carácter. Una mirada. El ojo. No, con ello no pensaba ya en las vanguardias históricas, sino en la posibilidad de escribir, en el marco de las décadas del sesenta y setenta, desde una mirada nueva, desde un punto de vista (es decir, desde una moral) vanguardista, desde un territorio de libertad y humor, (el humor, ese motor del mundo, dice Lerín), suficientemente alejados de paradigmas congelados y cánones y artificios. Amén. Seguramente fue eso lo que Omar encontró entonces en aquella primera lectura de La Oval y por eso quiso que Lerín estuviese en aquella magna antología. ¿Sólo por eso? Olvidaron mi acento./Borrada la andadura/Quemaron mi nombre. Suficiente, desde luego, pero no sólo. Más tarde, Fanfán, El tiempo y una mujer nos separaron. En posteriores lecturas de La hora oval, fue encontrando más cosas. La calle de la risa, pero también El consejo de los rostros. Y entonces le gustó especialmente la confusión genológica que la poesía leriniana había levantado. Revulsión. Mascletá. De hecho, Omar explicaba genología. (Cuánta aspereza, ya entonces.) El tiempo y una mujer nos separaron. La fantasía conquistada. Críticos y Abogados de pleitos divinos ¿Cómo debe leerse lo que ha publicado Lerín bajo el rótulo poesía? ¿Como poesía? ¿Como relato? ¿Como texto dramático? ¿Como guión cinematográfico? ¿Como qué? ¿Y cómo leer Níquel, la novela de Lerín? Definitivamente, ¿por qué "se debe¨? En aquel tiempo sedujo a Omar una ilusión: leer los textos como textos, como propuestas abiertas no sólo al Dios del Sentido, sino también a su ubicación o no en el marco imposible de los géneros literarios. Chata genología. Noches lúgubres. Cadalso. La Celestina. Noticias de yerros cometidos en olor de santidad, leyó en Lerín. Dicen que la luna es el sol de los pobres. Pues bien, tuvieron que pasar años para que aquel desterrado espía publicara un nuevo libro en el que seguía persiguiendo y anotando crímenes y metamorfosis. Dieciséis años más tarde, aparece Cónsul. 1987. Omar no sabe todavía si se trata o no del libro más maduro de Ferrer Lerín, como se ha dicho. Tal vez sí, pero en ¿qué sentido? Tampoco ve muy clara esa "nueva" unión entre bios y grafos, pues piensa, pensó, que estuvo en la poesía leriniana desde el principio. Bueno, quizás ahora más explícita. Bios y Grafos. Hay algo así como dos tipos de poetas: los que escriben para saber algo de sí mismos y del mundo, y descubrirlo a través de su proceso, y los que, antes de ponerse a escribir y al ponerse a escribir, ya lo saben todo. Lo que no se explica Omar es el porquéparaqué de estos segundos. ¿Para terminar conta.constatándose? Poema es esto y esto y esto. Y esto que nace en mí en calidad de entrega, que existe porque existo. Y porque ambos podemos dejar correctamente de existir. La experiencia de la escritura y no sólo la poesía de la experiencia. Oí gritar Frenk Frenk y comprendí de qué se trataba. La imaginación de Lerín es singularmente poética. Creadora. Basta con echar un vistazo a cualquiera de sus libros y padecer la angustia de lo original más que la de las influencias. Lerín desterrado de Siete novísimos poetas españoles. ¿O es quizás por eso? Sí y no. Sí, por la época, el lugar. Y no, porque Lerín escribe desde su cuerpo, desde la patrística iconoclasta que él mismo ha levantando. El cuerpo es el territorio de la memoria. En él están tatuadas las huellas de todos nuestros pasos. De ahí a los versos de "Homenaje a Perse", que está en el pórtico de Las condiciones humanas : Pero si prefieres balancearte con los remolinos del nuevo día / asciende a las cimas donde sólo reina el olvido y tus pasos serán descontados. Olvidar para escribir. Escribir los pasos descontados. La escritura como metamorfosis. La metamorfosis como crimen. Siempre hace falta un muerto. Su cadáver. Aquí está apoyada la vieja máquina Kodak. Instantánea. Pero ya me he referido, líneas más arriba, a todo esto. Claro que Omar sólo pudo leer completo el primer libro de Ferrer Lerín, De las condiciones humanas, cuando apareció la recopilación de su poesía en 2006: Ciudad propia. Poesía autorizada. El primero como el último, Papur. 2008. El imperativo biológico de la poesía. Parecidas sensaciones que las de la primera vez, cuando me entregué a La hora oval, piensa Omar. Es decisiva esta caricia. Lírico y burlón, lo dijo Corredor. Qué años cuando corría por la era. Lerín y los neologismos. Palabras inventadas, derivadas. Y su enciclopedia ¡Túa! La fantasía de otra tradición. ¡Qué cielo más alto¡ Y por fin conozco a Lerín. En Jaca. Me habían invitado a participar allí en un curso urgente de verano: Poesía contemporánea: convergencias y divergencias 10, 11 y 12 de julio. Fui y fue. Pero lo que Omar quería era conocer a Lerín. Tuvo suerte. Una mañana, en medio de una de las clases. Sigiloso. No sé por qué, ya no nos separamos durante los días que estuve allí. Me llevó al Casino, seguramente para alimentar su leyenda de tahúr. Me enseñó los agujeros que habían dejado las balas de un guardia civil friolero (¿o fue un militar?) en las paredes de uno de los salones. Supe que su madre se apellidaba Lerín Falcó (como Omar) y tuvo la amabilidad de enviarme, en adjunto, el "Recuerdo de la Primera Comunión" de María Luisa Lerín Falcó, celebrada el 4 de mayo de 1924. Y más cosas. "Guárdeme usted el secreto, pero en realidad soy espía", le había dicho a alguien en Jaca hacía tiempo. Casualidades. Azar objetivo. Me gustaría creer. Termino. Omar les deja ahora con uno de sus poetas preferidos y con un estupendo amigo. Lengua de cal dijo una vez que todos deberíamos tener en casa un poeta como Lerín, aunque sólo fuese para alegrarnos la vida. Así que aprovechen la oportunidad.

 

 

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23 de mayo de 2018
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Fuera de África

Una confusión se ha suscitado con motivo del estreno de ‘Un sol interior' (‘Un beau soleil intérieur'), que en más de un comentario era descrita como adaptación libre del libro de Roland Barthes ‘Fragmentos de un discurso amoroso'. Aunque alguna de las notas de la propia directora Claire Denis publicadas en la información de los cines donde se proyecta lo aclaran, nada mejor que recurrir a la literalidad de una memorable entrevista a dos voces, la de Denis y la de Bruno Dumont, realizada por el crítico francés Jacques Mandelbaum y aparecida el 18 de mayo de 2017 en Le Monde al ser presentados en el festival de Cannes de tal año las últimas películas de ambos cineastas, vinculados en cierto modo formalmente. Preguntada por su posible tendencia a las adaptaciones literarias, Claire Denis afirmaba que en este caso ella nunca pasó del "estadio de la tentación" en la que sí cayó dos veces antes, sobre todo en el que para mí sigue siendo su mejor título, ‘Beau travail' (1998), trasunto no explícito pero tampoco disimulado de ‘Billy Budd', tanto la novela corta de Herman Melville como la ópera homónima de Benjamin Britten, homenajeada por la inclusión en la banda sonora de pasajes de la música compuesta para el teatro. El tentador fue Olivier Delbosc, productor que le sugirió tomar como base de un libreto fílmico una parte del riquísimo léxico erótico en ochenta palabras de encabezamiento y sus correspondientes capítulos de los citados ‘Fragmentos', lo más cercano a la literatura narrativa del gran escritor que fue Barthes; la directora atendió a Delbosc no muy convencida, sin que hubiese manera de proseguir en el empeño, pues los herederos del ensayista se negaron a ceder los derechos, con lo que Denis y su co-guionista la escritora Christine Angot tomaron otro camino, reteniendo, dice la primera en su mencionado diálogo con Dumont, la idea capitular y el recuerdo del término "agony" asociado por Barthes al estado amoroso, "una especie de sufrimiento benigno que es menos terrestre, más novelesco que la agonía".

Lo peor de ‘Un sol interior' no es su forzoso alejamiento del libro que dio mal pie al proyecto sino la escasa entidad de lo que vemos y oímos en la pantalla. Denis ha referido en otra entrevista que, una vez descartado Barthes, le propuso a Angot lo siguiente: "No tenemos mucho tiempo. No tenemos mucho presupuesto. Vamos a filmar tus palabras". Angot tiene cuando menos dos buenas novelas, ‘Una semana de vacaciones' y ‘Un amor imposible', pero su lapidaria verbalidad, de molde confesional y a menudo lacerante, no encuentra aquí un satisfactorio correlato a la acumulación coital, sobrellevada con tanto pundonor como impudor físico por Juliette Binoche en una de sus prestaciones cinematográficas menos consistentes. Como admiro a Angot y a Denis y aún más a Binoche, se me ocurre, y quizá no pase de ser una veleidad geográfica, que el fallo de esta película es que trascurra en Europa: de las seis que conozco, las excelentes son las africanas, ‘Chocolat' (1988), la citada ‘Beau travail' y ‘White Material' (2009), primera obra suya que tuvo estreno en España con el título de ‘Una mujer en África', resultando también fascinante ‘L´intrus' (2004), que, localizada en una Suiza fronteriza y llena de sombras fugitivas, se desliza en sus sorprendentes pliegues narrativos hacia un polo norte quizá onírico y un polo sur tropical en Tahití. Así que yo diría, en mi conjetura, que los territorios extranjeros inspiran a esta directora francesa nacida y criada hasta su mayoría de edad en el continente africano, siguiendo los destinos de su padre, geógrafo al servicio del gobierno galo, y que la mirada foránea y transeúnte adquiere en su filmografía mucho más relieve que el punto de vista femenino.

Su primera obra, ‘Chocolat' (1988), evocaba de modo impresionista, cómico y ya erótico el Camerún de sus años de infancia, volviendo de nuevo a un marco colonial, más indeterminado, en ‘Una mujer en África', donde el talante acre y afligido de su protagonista María Vial prolonga la curiosidad infantil de la Marie France niña de ‘Chocolat'; en cierta medida María Vial podría ser, con treinta años más, una Marie France que ha decidido no regresar a Europa, se ha casado con un blanco de su país, ha plantado cafetales y, en medio de las guerras civiles y las rupturas amorosas y familiares, no quiere eludir su destino africano. El color de la piel humana importa en el cine de Denis, quien con frecuencia destaca la desnudez de los hombres, no siempre bellos ni jóvenes; la piel es más que el alma para esta declarada enemiga de la psicología, "repelente napalm que todo lo mata".

Volviendo a ‘Una mujer en África', película nada tranquilizadora ni condescendiente en el tratamiento del tema racial (en ese sentido y en algún recoveco argumental hace recordar la obra maestra de Coetzee ‘Disgrace'), sus personajes expatriados y extraterritoriales, tan del gusto de la directora, puntean la historia de una deriva, de un enfrentamiento a la violencia, cansados de su resistencia o su lucha y sujetos al recelo que produce la materia blanca (‘White Material', título original del film, es como llaman un tanto despectivamente los nativos a los colonos) en un continente donde lo negro fue, durante muchos siglos, pura materia desprovista de espíritu.

Por redondear mi tal vez veleidosa cábala, el gran momento de ‘Un sol interior' es el desenlace, altura en la que los senderos del relato se bifurcan. Dejando por un momento a la absoluta protagonista Isabelle (Binoche), la cámara enfoca un automóvil parado con una mujer atribulada dentro (Valeria Bruni Tedeschi) y un hombre que cierra la portezuela y se despide (Gérard Depardieu). El hombre es un vidente, y la escena final, que se entremezcla con los títulos de crédito, da un golpe de autoridad en un film hecho de borradores. Filmada en largos y frontales planos/contraplanos, la potencia de la ficción reluce en esa escena dialogada: el adivino elocuente vaticina un futuro mejor al otro lado de la realidad, cuando la tiniebla se va y sale el sol, un sol que sólo puede nacer de nuestro interior. Y Juliette Binoche, transfigurada, lo hace brillar para nosotros, espectadores deseosos de una revelación, un alivio o al menos un calor que, en efecto, nos llega de ella. Estos breves minutos de cierre entran en una dimensión incógnita, el país de lo que queda por conocer. Isabelle abre con su sonrisa plácida la puerta de acceso a él, y así confiere un sentido a una película que antes anda perdida sin encontrarse a sí misma.

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23 de mayo de 2018
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El instinto del nido

Le llaman “instinto del nido”; bien lo saben las mujeres embarazadas, y con más intensidad las primerizas. Muda el cuerpo, y lo de antes apenas sirve: ni la ropa, ni las cenas largas, ni la propia casa. Mientras se hace espacio mental, se abren compuertas, se deshacen nudos y se acoge no sólo la idea sino la existencia de vida en el vientre, el mundo sigue agitándose en una pugna encabronada entre buenos y malos, listos y tontos. Pero “¿construiría el pájaro su nido si no tuviera instinto de confianza en el mundo?”, se pregunta Gaston Bachelard en uno de mis libros de cabecera, La poética del espacio. Y concluye que el nido y la casa onírica desconocen la hostilidad del mundo. ¡Ah, los baños de oxitocina de las parejas embarazadas; ah, esa Irene Montero, una de las mejores parlamentarias actuales, preparada y audaz, y ese Pablo Iglesias que levantó cinco ­millones de votos de la nada con su labia y su coleta! Una estupenda diana que ­hostigar y acribillar, justo cuando inician un proyecto de vida juntos, y construyen su nido.
El problema es su naturaleza: no se trata de un piso de Entrevías sino una casa en Galapagar, el sumun del glamur, en verdad uno de los pueblos más duros de la sierra madrileña. Me cuentan que allí las chavalas no pueden salir tranquilas de noche porque a menudo hay bronca: comunidades mal integradas y chicos problemáticos. Las urbanizaciones serranas son un formato accesible para la desfondada clase media, parejas jóvenes con moral e hipoteca. Son una réplica rocosa del american way of life, de la piscina del gran Gatsby –como escribía Pedro Vallín– en la era de Netflix. Pero ni siquiera es la piscina, ni el chalet, sino todo aquello que proyecta en el imaginario nacional: la imagen de unos mellizos correteando bajo los pinos, esa estampa de placidez. Cómo van a atreverse esos podemitas, peronistas incluso les llaman, a vivir en plena naturaleza, en una casa con porche al sol, se repite la plaza recalentada por algunos grupos mediáticos con la bilis furibunda.
A pesar de la contemporaneidad de la emergente nueva izquierda, esta es “aún cautiva de su rigidez moral, de su mismo complejo de superioridad, y a veces, incluso, de un puritanismo vicioso”, en palabras de Jordi Gracia ( Contra la izquierda, Cuadernos Anagrama). Algunos no permitirán nunca que la izquierda se perfume o tenga propiedades, alardeando de frugalidad, cuando en realidad se debería estar en contra de la pobreza, no de la riqueza. También ha habido territorios de los que ha dimitido a menudo, acusando acartonamiento ideológico. Como la seguridad. O la familia, que ha sido tildada de asunto burguesón. Y luego está la mala conciencia, tan incompatible con el derecho a la felicidad.
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23 de mayo de 2018
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Stupendo

Las cosas no pueden ir mejor: en muy escasos días se les ha caído la máscara a dos de los más farisaicos elementos de la política española. El pobre Iglesias, bajo cuyo disfraz de sin techo se cobijaba un ricacho algo hortera; y el nacionalismo catalán, tras cuyas sonrisitas curiales se disimulaba la navaja oxidada de los quinquis.

Hace ya mucho que, hablando con políticos españoles, les había yo advertido sobre lo que de verdad piensan los nacionalistas catalanes. Nunca me creyeron. En sus cabezas (harto holgazanas) no cabía la modernidad catalana de un partido neofascista. Ahora ya lo saben. Lo que Torra dice de los españoles (él incluido, claro) es lo que he podido oír decenas de veces en círculos catalanes cuando creen estar hablando en privado, tanto las derechas como las izquierdas. No solo quienes siempre fueron racistas de tradición alemana, como los secuaces de Pujol, sino también los topos que se escondían en el partido socialista catalán, especialmente algunos del clan de los Maragall (hoy todos secesionistas), que eran los más explícitos porque estaban acostumbrados a mandar a la servidumbre.

Ahora ya está claro, tenemos en España una banda neofascista encabezada por Torra que en nada se diferencia de la Liga italiana, de los lepenistas franceses, de los racistas alemanes, flamencos y holandeses, o de los prenazis húngaros. No íbamos a ser una excepción, los españoles. Somos europeos, ¿verdad?, pues ahora ya sabemos a quién apoyan los de la CUP, los de la así llamada izquierda como Domènech, la Colau y otros especímenes, o los sofocantes sindicalistas podridos que desfilan con las tropas nacionales.

Menos mal. Por fin tenemos neofascistas en España. Un tren europeo que, esta vez, no vamos a perder.

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22 de mayo de 2018
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'Tazas de caldo'

"Último libro de Vicente Verdú que publica Anagrama. Se trata de una colección de aforismos sobre casi todo que redobla el actual auge del género. La imagen de portada es un cuadro de su autor cuyas características son: Oleo y pigmentos sobre lienzo. 146x114. 2011".
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22 de mayo de 2018
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Orgullosa locura

De una fiesta increíble decimos que es pura locura; más de un día nos volvimos locos de felicidad y ¿quién no ha aplaudido a esos locos geniales que piensan más allá de lo establecido y desplazan ideas oxidadas? Nos fascinan los neuróticos en el cine, y la psicosis ha sido fecunda en las artes. En cambio, con qué reparo utilizamos cotidianamente palabras como esquizofrenia, angustia, paranoia, depresión o bipolaridad. Michel Foucault, que enfocó la locura con una mirada empática y rebelde, sentenció que “no hay civilización sin locura”. En sus textos señala que la diferencia esencial entre quienes padecen enfermedades mentales –y más aún aquellos internados en instituciones sanitarias– y los que nos hacemos llamar normales es que nosotros representamos la mayoría, y por tanto podemos ejercer el poder de discriminarlos y separarlos. O de oscurecerlos hasta hacerles invisibles. Aislarlos, ignorarlos, prolongar su soledad. Y si en la antigüedad se consideraba loco a todo el que no se integraba mansamente en el engranaje social, el capitalismo ha dibujado un nuevo rostro, que no es otro que el del enfermo mental.
El dato se ha repetido hasta la saciedad: según la OMS, una de cada cuatro personas va a sufrir algún tipo de dolencia mental a lo largo de su vida. “Sería mejor aceptar que cuatro de cada cuatro padecemos mentalmente. Que no estamos tan lejos quienes hemos tenido alguna llufa psicológica de quienes no” me dice Edgar Vinyals, director de la asociación Sarau y presidente de la Federació Veus y de Obertament. Siendo muy joven, le dijeron que no podría hacer vida normal, que su trastorno lo invalidaría. A los 22 leyó dos libros que le cambiaron la vida: La enfermedad de las emociones, de Eduard Bieta, y La invención de trastornos mentales, de González Pardo y Marino Pérez Álvarez. Le aportaron información para contrastar, y se dedicó a luchar contra el estigma.
Ayer domingo, los locos salieron a la calle a celebrar con orgullo la diversidad y su diferencia. A salir del armario y hacer jirones la camisa de fuerza. Edgar me ofrece un dato elocuente: en la sanidad pública, el área de salud mental es la que recibe menos quejas y reclamaciones. Ahí está la prueba de su vulnerabilidad. Además del prejuicio que continúa instalado insidiosamente, marcando la línea divisoria entre luz y abismo. Y eso es tan erróneo como flagrante. Hablemos de derechos humanos, de la velocidad del dinero en la salud privada, de la coerción al paciente, de los métodos electroconvulsivos y de medicaciones cuyos efectos secundarios son más graves que el mal original. En España hay ocho psicólogos por cada 100.000 habitantes. En Finlandia, 70. Hoy las asociaciones de “personas con experiencia de trastorno mental” han entrado en espacios de decisión pública. Su integración y transición es la nuestra, la de todos aquellos que, en la euforia o el apagón, también hemos sentido que estábamos locos.
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21 de mayo de 2018
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Vicente Verdú: Azul y menta

El  25 de noviembre de 2016 acudí a la inauguración de una muestra de los cuadros de Vicente Verdú (Elche, 1942), en Madrid; “Interiores y pormenores” se titulaba.  Al preguntarle cómo estaba, me apartó discretamente a un lado y con la voz, pero sobre todo con la mirada, me dijo: “me estoy muriendo”. Le habían detectado un cáncer. Metástasis. El terror a que se le quebraran los huesos. No sucedió. La enfermedad se convirtió en experiencia literaria. En una medicina. “Es una novedad muy atractiva que te digan que te estás muriendo, y tuve interés en contarlo”, confiesa Vicente. Aquella exposición marcó un antes y un después: “no vendí ni un cuadro”. Coincidió con la quiebra del tiempo: oncólogos, pruebas, Tacs. Escapó unos días a Ámsterdam, donde su amigo Miguel Ibáñez lo hospedó en un invernadero. Y empezó a escribir un poema diario. Hoy es un libro, “La muerte, el amor y la menta” (Bartleby Editores). Hay versos así: “no he conocido un escritor cabal/ que no haya pensado en morirse antes de hora”,  “páginas escuetas, veladuras/de un cáncer de pulmón/(el más elegante del catálogo)”.
 
Mantuvimos varios encuentros antes de la entrevista en su escritorio. En el primero, tras unas cuantas sesiones de quimio, me dijo: “he estado jodidísimo, deseaba no estar en este mundo” o “el sentido de la culpa, el del deber, se han ido a hacer puñetas. He pagado lo suficiente. Me siento liberado. Que excitación me ha producido ir a morirme, un subidón. Había pensado siempre en la muerte de un modo literario y ahora la pienso como un fenómeno accesible”. Nunca había escrito ni pintado tanto. La  creación le ofreció un baile, “una verbena estival”, matiza.
 
Maestro de periodistas, autor de ensayos tan celebrados como “El planeta americano” o “El estilo del mundo”, “Enseres domésticos”, o la magnífica no-novela “No ficción”(Anagrama), poeta y autor de aforismos (acaba de publicar en Anagrama, Tazas de Caldo) y desde hace una década pintor, Verdú ahora compone con la muerte al alcance de las manos. La nombra en casi todas las respuestas, pero también en todas, invariablemente, escapa de la escritura a la pintura.
Su padre quería que fuese un abogado brillante. A los diez años le pedía que describiera un bigote, una pluma, una puerta…y se quedaba sorprendido de tanta precisión. “Mi padre fundamentó mi escritura en las cosas pequeñas, en el mundo de los objetos. Le gustaba Azorín. Aunque los periodistas le parecían lechuguinos y pobretones”. Por eso fue un brillante estudiante de ingeniería sin vocación que se licenció finalmente en Economía y escapó a París: “no quería terminar como inspector de Hacienda”. Estudió Sociología y Periodismo,  “soñaba con la idea de tener un DNI donde, en la profesión, pusiera: escritor”.
 
¿Escribe vestido o con ropa de casa?: “nunca escribo mal vestido”. ¿Ha sentido alguna vez un bloqueo? “He sentido ineptitud. La línea de escritura es una línea muy limpia, igual que cuando no sintonizas bien la radio. Te hace padecer. Cada día me digo: hoy no lo haré bien”. ¿Quién lee sus originales? “Me he quedado sin nadie. Siempre hay un ojo que te dice: ‘no pongas esa metáfora, hombre’, pero yo me he quedado sin él. Han ido muriendo, desapareciendo, desautorizándose…”. ¿Escribe con luz de día? “Es muy importante la luz, y esa sensación gimnástica, la pureza de la recepción de la palabra. Y tener emoción. Si no me siento emocionado, no tengo argumento. La idea nunca ha sido la principal conductora de una página, ha servido para estimular la emoción”.
Crítico pertinaz con la ficción, apela a la realidad, y actualmente ahonda en los finales de trayecto: “Es una solicitud de la circunstancia. Hay momentos en que uno escribe por capricho, por alarde, pero esto era necesario. Sería igual que prescindir de una amante que te devora”. No sublima la escritura, la entiende como un recurso, no como solución. Antes de responder hace largos silencios. Quiere releer a Yourcenar: la pureza, el acierto en cada palabra. Cita a Vallejo y a Salinas. Nunca ha querido parecerse a nadie. “Si no tienes estilo, no tienes alma”. Hablamos del amor y de la muerte. Pero ¿Y la menta? “Es la juventud. Es estimulante y poética. Siempre le he tenido una simpatía a la menta muy grande”. 
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18 de mayo de 2018
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