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La crítica frente a la piedra levantada

En el mundo del arte contemporáneo las preguntas se bifurcan en todas las direcciones posibles. A su vez, esas preguntas se convierten en nuevas y viejas dudas. El péndulo del supuesto sistema se mueve de nuevo: se cuestiona la existencia del arte, se declara la muerte de la pintura, se crean nuevas herejías y Torquemadas de cuño reciente se alzan acusando a quienes erigen capillas, templos, catedrales y castillos de naipes. Los mecenas se colocan por encima de los artistas –gran novedad–, las galerías son acusadas de fomentar circuitos de poder y el monstruo del mercado es quien marca la agenda. Se trata de un monstruo que es al mismo tiempo amigo y enemigo. Mientras tanto, la crítica de arte que se hace en español camina dando tumbos, sin producir pensamiento. O tal vez no lo ha producido nunca. Octavio Paz decía: “No es que falten buenos críticos en nuestro idioma, pero carecemos de un cuerpo de doctrina o doctrinas, es decir, de ese mundo de ideas que, al desplegarse, crea un espacio intelectual”. 

En un campo donde los artistas difícilmente se dirigen la palabra y la crítica se confunde con la reseña, concentrando sus luces en preguntas en apariencia pertinentes pero en realidad inútiles (¿existe aún el arte?) es que sucede el milagro. El escenario sucede en un mundo desmembrado. Deseable que los artistas visuales dialogaran entre sí, pero más deseable que las artes establezcan conversaciones entre ellas. A pesar de que la democratización de los medios ha producido un mundo hipercomunicado, la distancia entre la literatura y la música, o la pintura y la arquitectura o la ausencia de proyectos colaborativos entre ciencia y arte, ha producido una constelación de ombligos, donde cada cuerpo se mira (concentrado) sin saber siquiera de la existencia del otro.

Desde fuera el mundo del arte contemporáneo se ve así: en el siglo XXI no hay piezas memorables, no hay aún piezas destinadas a la lentitud que ofrece la inmensidad de la historia universal. Tal vez sean la inexistencia o la negación, como actitud vital, las almas del arte contemporáneo, pero eso merece otro análisis. Lo cierto es que el mercado es un cohete que sirve para elevar al arte, pero el tiempo es la prueba de control para sostenerlo en el territorio de la inmortalidad. 

Mientras esto le sucede al arte, los protagonistas de su inmediatez son vistos así como un cuadro de reparto: el curador, que a su vez es crítico, pelea con el galerista, que también es curador y que en los créditos se pone por encima de sus artistas. Por otra parte el crítico, que también es gerente, curador y cabildero para el mercado, hace box de sombra con los “enemigos del arte” que no aceptan el sistema. Ese sistema que, apelando a la verdad, los críticos llaman realidad.

No pasará mucho tiempo sin que este modo de ser se tope con el futuro. Para quienes creen en el sistema, la venganza del arte no consistirá en colocar al artista en el sitio que le pertenece, sino en producir pensamiento y diálogo. El sistema será rebasado por una simple razón: el arte, lo mismo que el lenguaje, no se reduce a la condición de mero sistema, sino que es un complejo e irregular tejido en permanente transformación que tanto los sistemas económico y político acarician y envidian precisamente por su carácter subjetivo. A diferencia de los sistemas existentes, los límites del arte no representan un final sino la posibilidad de iniciar algo totalmente nuevo. La continuidad en el arte no existe y su potencia radica en la flexibilidad que posee para enlazar tiempos distintos. Solo el arte es capaz de anticipar, desde los sistemas existentes, los nuevos sistemas que están por venir. El arte prefigura y se adelanta, pero no es un sistema porque no requiere de continuidad ni de métodos específicos. Si el terreno donde se funda la economía es el intercambio de valores, si la construcción de pactos representa el armazón sobre el que se construye la política y si el método científico ha hecho de la ciencia un poderoso motor de cambio, al arte le corresponden los lenguajes de la imaginación. 

Frente al pensamiento cartesiano, el pensamiento en el arte se nutre de la contradicción y la tensión entre los opuestos. La salida a la crisis imperante consiste en reconocer la ausencia de teoría y reflexión crítica soportada por un cuerpo que defina las coordenadas del pensamiento que es capaz de producir el arte: un pensamiento basado en el principio de contradicción. Mientras la falta de elaboración teórica siga siendo un hábito ajeno al mundo hispanoamericano seguiremos produciendo cráteres y desiertos donde en vez de Alonso Quijano y la loca de la casa –así solía llamar Schopenhauer a la imaginación– reinarán entre nosotros el mercader de Venecia, el preso del cubículo universitario y el sastre de la vestidura invisible.

Mientras tanto, el paisaje de la cultura contemporánea apunta a un mundo dominado por un nuevo barroco. Se trata del mundo de las fronteras desdibujadas en que todas las disciplinas se concentran y abigarran en un solo punto. En él conviven lo abstracto y lo figurativo, la captura de la memoria en todos sus formatos, el relato transmedia y la máquina de escribir convertida en objeto de culto o pieza de museo. ¿Por qué el arte contemporáneo está tan obsesionado con la tipografía, la industria digital, los archivos y los textos escritos a máquina? 

Más allá de la respuesta vaya esta aproximación: aunque el ejercicio multidisciplinario sea la principal materia de creación contemporánea y la velocidad esté convirtiendo a ciertas tecnologías en piezas de museo, el producto final y visible no es el arte sino una suerte de juego de rol, cuyas principales características son la velocidad y los egos, absortos en una carrera frenética y sin destino. 

Trabajar con distintos materiales y disciplinas para crear una obra de arte no es producir diálogo. La trascendencia de la obra no está en su valor añadido, ni en su originalidad o cualidad estética, ni en su valor de mercado, sino en la capacidad que tenga para dialogar con lo que la rodea: con el tiempo –diferido o simultáneo–, con otras obras, con el público y sus emociones, con la crítica, con las demás artes y con el pensamiento. Es aquí donde está sucediendo el milagro. A la vez que las galerías y el mercado están siendo quienes marcan la agenda del arte, empieza a vislumbrarse un modo de producción sustentado en el intercambio de experiencias y conocimiento, donde los artistas se están adueñando de un modo de hacer crítica que es capaz de producir diálogo. En tanto que los artistas comprendan que no es necesario esperar al crítico sino producir reflexión, el milagro consistirá en la desaparición paulatina de la constelación de los ombligos que arriba mencionaba.

Quiero poner en la mesa un ejemplo que ilustra muy bien estas buenas noticias. Se trata de México: ensayo de un mito (1)un libro precioso que llega ahora a mis manosSu equilibrio es perfecto por muchas razones. En primer lugar porque da idéntica importancia a la lexis y a la praxis. El libro, editado por María Virginia Jaua, es al mismo tiempo una joya del diseño gráfico concebido por Estudio Herrera (2), un ejercicio de contraste entre distintas obras y textos y, por último, una colección de escritos que desde distintas disciplinas asimilan el tema que tocan: México y las miradas propias y ajenas que transformaron su mito fundacional en un mosaico tan poderoso como el Aleph. Si aquel punto borgiano era capaz de concentrar todas las tradiciones, ideas e imágenes del mundo, el mosaico que aquí se presenta rompe la barrera del tiempo para sumar todo aquello que aparentemente es inconexo, pero que en su conjunto forma la gran panorámica de un país donde conviven distintos tiempos. Los ensayos y las imágenes del libro producen la sensación de estar viendo muchas películas proyectadas al mismo tiempo sobre una sola pantalla.

Antonin Artaud decía que había viajado a México para encontrarse con el origen primigenio de todas las cosas. Su visión de la sierra de los Tarahumara, construida desde un cierto platonismo, se sumó a los pasos de Humboldt y Trotski. Al camino abierto por Artaud se añadió Breton dos años después. Todos ellos tuvieron antecesores y seguidores. Graham Greene, los beatniks, Jackson Pollock, Malcom Lowry, Leonora Carrington, Phillip Glass, Damian Hirst. La naturaleza de México contiene una fuerza ancestral que lo vuelve un imán para propios y extraños. Quizás es hora de entender que la línea temporal en este país se destruye gracias al desorden como fuerza motora de los mitos. La naturaleza en México habita con las contradicciones, las grietas del suelo son al mismo tiempo una herida y un paisaje. En el libro que Jaua ha editado el escritor Mario Bellatin habla de la esclavitud borrosa, mientras sobre su cielo, en las azoteas de la Ciudad de México, habitan las criadas, las gatas del servicio doméstico (las esclavas escondidas), que como vigías miran desde sus torres las casas de sus dueños, los ricos de la Región más transparente, título que por cierto Carlos Fuentes eligió en diálogo con la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes. Por la mente pasa sin querer un cuadro de José María Velasco.

El contraste textual y gráfico que se recoge en México: ensayo de un mito contiene dos formas de pensamiento, una abstracta y otra racional. Esta se acomoda de una manera accidental en apariencia, porque racionalmente dirigida, con la intención de generar la sensación de que se está viendo un mosaico que, a su vez, presenta un paisaje. Los dioses en las piedras, los nombres de los artistas de casa que miran a México una y otra vez y que el lector podrá apreciar a partir de los textos ‘presentados’ sin su autor. El diálogo que se produce con las piezas obliga a quedarse con una lectura que se sitúa por encima de cualquier persona. Se trata de una justa valoración de las ideas y, al mismo tiempo, de una declaración de principios que apuesta por producir reflexión crítica. El ejercicio de su editora no solo es hábil, también es generoso. De alguna manera, este libro plantea una suerte de canon textual, que bien puede servir como brújula para los debates que se requieren, es decir, para dar contexto a la discusión que la editora se ha empeñado a producir en ciertos foros y encuentros. Si no hay un plan preconcebido, ojalá trace su ruta. Con toda seguridad, esta es una buena brújula.

La editora del libro es una escritora que ha decidido invadir el mundo del arte contemporáneo. También es una crítica de arte que ha decidido tender puentes con el pensamiento y con la literatura. Su técnica es la de la guerra de guerrillas. Ubicua, fantasma de al menos tres países, atinada en su análisis, instigadora del pensamiento y la crítica, ella decide en este hermoso libro engendrar un gemelo textual del mosaico de imágenes que conformaron la exposición. Volcanes, niños y dioses de ambas orillas del Atlántico, autos incendiados y demás incordios de Carlos Reygadas, miniaturas, fotos que parecen de Teresa Margolles pero que son de Gabriel Orozco, el mito vuelto verdad del siglo XXI, recientemente ratificado en el fabuloso ensayo Contra el tiempo de Luciano Concheiro, tapices de la nao de China, piezas arqueológicas, reales de Ocho, el Chapo y otras “ch”, como canción de Café Tacuva, fotogramas de Luis Buñuel que ya pertenecen al imaginario colectivo, el retrato más conocido de Tina Modotti sosteniendo su rostro, fotogramas de La malquerida del Indio Fernández, un still de Julien Devaux de una pieza de video llamada Noche buena y una portada que parece un cuadro de Mathias Goeritz, todo esto se pasea en esta edición y nos produce la sensación de estar descubriendo una mirada terriblemente nueva y, al mismo tiempo, endemoniadamente conocida, pues en realidad se trata de un espejo. Somos nosotros mismos.

Si otra desgracia como la que sucedió  en los terremotos de México fuese letal para el país y acabara con toda nuestra civilización, y dentro de dos mil novecientos años un grupo de arqueólogos se topase con este libro entre los escombros de la antigua ciudad enterrada, es muy probable que de sus páginas surgiese una certeza: el mito mexicano es hijo del caos y solo lo salva el arte.

 

(1)  El libro formó parte y fue concebido como pieza para la exposición Variaciones sobre tema mexicano curada por Guillermo Paneque para la Fundación Iberdrola en Bilbao.

(2) Estudio Herrera: Maricris Herrera y Santiago Martínez.

El libro fue galardonado con el premio de diseño de Aiga 50 Books / 50 Covers 2016. Hasta hoy domingo 22 de octubre forma parte de la muestra "Sin ríos ni callejones  | Diseño editorial mexicano 2000-2017" organizada por Centro diseño cine televisión en el Palacio Postal de la ciudad de México.

Originalmente publicado en Campo de Relámpagos:

 http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/21/10/2017

 

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4 de junio de 2018
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La soledad de un maletín

Un asiento vacío es una invitación a la mirada: ante un lleno total resulta un hallazgo, puro deseo, mientras que demasiadas sillas vacías trasmiten sensación de derrota e intemperie. Nos hemos acostumbrado a ocuparlos, en el tren o en el cine, y dejar en el de al lado la chaqueta o el bolso, colonizando ese espacio de forma casi instintiva. Madrinas y tietes extendían chaquetas sobre la fila de asientos de las funciones del aplec para guardar la plaza. Cuando alguien muere, la silla vacía en la mesa o la butaca solitaria que nadie se atreve ocupar, entre el respeto y la aprensión, hace daño a los ojos porque en verdad representan una huella física de la ausencia.
No sé si el asiento vacío de Rajoy, por cinco largas horas de moción de censura, hubiera resultado una visión tan provocadora de no haber sido ocupado por un maletín, que no bolso, con el viejo logo de Loewe, escenificando la inmaterialidad del cargo a punto de desvanecerse. Fue poderosa la metáfora que convirtió al objeto en protagonista de la jornada: aquel enser con el que la fiel vicepresidenta intentó reparar el vacío, dejando constancia de que allí aún no se sentaba nadie. Durante horas, el maletín quedó completamente solo, sin custodia ni abrigo igual que un trasto abandonado: parecía que su propietaria se había desentendido de él, y eso sólo ocurre cuando ya nada de lo de antes importa.
“Olvídate de mirarla a los ojos. Si quieres saber cómo es una mujer, mira su bolso”. Así comienza el superventas How to tell a woman by her bag, en el que la periodista Kathryn Eisman clasifica diversos prototipos femeninos en función del bolso que eligen (aunque, de media, las mujeres occidentales poseen 19 modelos distintos según un estudio de la consultora británica Diamond). El de Soraya recuerda al que Eleanor Roosevelt solía llevar a las recepciones de Estado, un enorme saco de cuero negro, inédito para una primera dama. La prensa juzgó entonces que seriedad y profesionalidad desplazaban al glamur, y es que los bolsos grandes también fueron una conquista en la indumentaria femenina. Hasta la Revolución Francesa, las mujeres no portaban bolsas, sino dobladillos cosidos bajo la ropa, pues las manos tenían que quedar libres para abanicarse. Los primeros bolsitos fueron denominados les ridicules por los hombres, aunque ellas los corrigieron, y acabarían siendo les indispensables.
El bolso es un resumen preciso de nuestras pertenencias, un espacio donde convive lo importante con lo su­perfluo. En un maletín, en cambio, sólo hay lugar para lo trascendente. El de Loewe, de cuero negro, femenino, mórbido, debidamente envejecido, fue ­ubicado en el lugar donde se hubiese ­tenido que sentar el presidente de España. Entró cargado de poder, fue utilizado a modo de escudo, y su arrinconamiento final simbolizó el shock en el que se sumió la bancada del PP ante la pérdida de la más alta jefatura y el ingreso en la vida provisional. Los objetos también hablan.
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4 de junio de 2018
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María Dolores de Cospedal y Pedro Sánchez

Ese Pedro Sánchez Castejón, apodado Ken o marcapaquetines cuando afloró en el parqué socialista junto a Antonio Hernando y Óscar López, “los chicos de Blanco”; ese joven político crucificado por su fotogenia, perseguido por la maligna etiqueta de ‘guapo tonto’ ha desplegado por fin su capote. Y de qué manera. Cerrando la cuadratura del círculo vicioso. Una pica en la carrera de San Jerónimo. Porque hubo un tiempo en que el “todos con Susana” era “todos contra Pedro”, y la soledad se fue agrandando alrededor de este inesperado líder de camisa blanca. Dieron por hecho que era un sprinter, pero aquel profesor de economía que cobraba 1.200 euros al mes, clase media esforzada y liderazgo nato por altura y mandíbula, se ha coronado como corredor de fondo. Tras su bautismo político y una excedencia en la universidad, agarró el Peugeot para recorrer España paso a paso, pueblo a pueblo. Dormía en casas de acogida de los propios militantes, apenas sudaba. Parecía tener una hoja de ruta calculada, fría como es él, que solo delata su contención y control en los huesos del mentón. Hasta que llegó a las primarias, perdió las elecciones y fue descabezado en un golpe de estado sin precedentes ferraziano. 
En su cruzada contra todos, en el fatal aquelarre, acabó flaco, escobando un mechón canoso hasta que el tinte le empoderó de nuevo de juventud. Viste entallado, reividincando su 1,90 –tan dispar al de Rajoy, que parece mas bajo que él–, un líder del streetsytle que combina pantalones chinos con camisas blancas y zapatos de ante, que usa chaquetas de cuero y tejanas pretendiendo representar a la España de terraza. 
Desprovisto de ironía (gruesa ni fina), sin querer brillar pero haciendo sentir, marcando el guión con los dedos al estilo de los profesores, durante la moción de censura Pedro Sánchez recuperó todo honor parlamentario, cuidando las formas anudado por una corbata gris a lo Cary Grant. “No espere de mi parte, señor Rajoy, ningún insulto en el debate. Usted ya forma parte de un tiempo pasado del que se empieza a pasar página”. Fue hábil, eficaz y generoso ante un Rajoy más fantasma que Frankestein que lo miraba atónito, mascando una gominola, a quien le ofreció la posibilidad e dimitir y ahorrarse el escarnio. Pedro Sánchez, antaño pdrschnz, ha recuperado sus vocales y ha empollado las oposiciones a la real politikcon con la ambición de gobernar esta España en la intemperie. 
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La mayoría de mujeres, cuando hablan en público y se les secan los labios, los humedecen por dentro, como si se los mordieran. Aunque hay excepciones. Ahí está María Dolores de Cospedal, que, con su aplastante seguridad, saca la punta de la lengua y los repasa, tan femenina y a la vez tan formal, aunque apenas mueve el de arriba al hablar, al estilo Aznar. Esa rigidez que nunca la abandona, igual que su media melena acolchada. O que sus chaquetas talaveranas y su disciplina ósea, adquirida ya de pequeña como girl scout del Grupo Dominicas. Una castellana recia, catolicona, tenaz, a veces hipnóptica.
Nunca ha ejercido de fontanera, sino de ingeniera de caminos y puentes del partido en el cual ejerce, desde 2008, de secretaria general. Tampoco, y a diferencia de Soraya, ha sido nunca María Dolores. “La Cospe” para amigos y enemigos, “La peineta metálica” para Wyoming y compañía. La han querido denigrar hasta llamarla “La chacha del PP”, dice, dolida por la falta de apoyo de las feministas porque no ha sacado pecho por sus compañeras cuando se ha puesto la lupa en sus hombres, y se ha rebuscado en sus alcobas. Tras la sentencia de La Manada, declaró que no estaba en condiciones de "entrar en la mente del tribunal, que es el único que ha visto las cintas grabadas" y animó a presentar recursos. 
Estos días ha repetido muy alto un “yo no miento” al asegurar que en el PP jamás hubo una doble contabilidad. “¿Es que los jueces son infalibles?”. Gran declaración para una Ministra de Defensa que ante el zafarrancho en su propia casa dispara a la justicia.
Louis-Ferdinand Céline, que acumuló en su vida una incomparable experiencia en lo que a puntos de no retorno se refiere, explicó que hay situaciones en las que no queda otra que "mentir o morir". Hace tiempo que Cospedal ha hecho suya esa filosofía. Podría establecerse la fecha exacta: el 25 de febrero de 2013, el día en que salió a la sala de prensa de Génova a explicar el "despido en diferido" de Bárcenas. Tomó un camino que no tiene fin -o sí, depende de la aritmética parlamentaria-. En su comparecencia, precisamente allí, en el Congreso de los Diputados, se empeñó celinianamente en contestar la sentencia de la Gürtel. De cabo a rabo: ni la caja B es un hecho probado, ni el PP ha sido condenado por corrupción, ni los ordenadores de Bárcenas eran populares. De rostro amable del PP a mentirosa compulsiva, eso sí, sin que sus rasgos angulosos tiemblen, ni en sus ojos verdes de pibón español se perciba el vacío.
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2 de junio de 2018
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Musas y arañas

Una de mis neurosis cotidianas consiste en no taponar algunos objetos, en especial botellitas de agua, bolígrafos, cremas o estuches de lentes. No se trata de un descuido voluntario, sino de un acto inconsciente, incapaz de activar el botón mental de cierre cuando me hallo ensimismada. Este defecto es causante de dramáticas caseromagnitudes, un eficaz palabro de Millás, además de desastres tecnológicos. ¿Cuántas veces se me han derramado líquidos dentro del bolso, convertido en una laguna donde flotan llaves, kleneex y, por supuesto, el móvil? La pregunta recurrente es “¿en qué estabas pensando?”, y desde que tengo uso de razón sólo puedo responder “en las musarañas”, igual que aquellos agricultores que, al distraerse, le decían al capataz que estaban mirando las musarañas: ni musas ni arañas sino una especie entre ratón y topo.
La resistencia a los tapones, según algunos textos psicoanalíticos, se relaciona con una falta presentada a modo de agujero. En mi caso no veo ni los tapones ni los agujeros cuando me ausento y, en la lectura o en la escritura, aunque también bajo el grifo de la ducha, un hilo de pensamiento fluye y atrapa ideas, más o menos afortunadas, además de visiones tanto reales como imaginadas.
En un librito de Stefan Zweig sobre el misterio de la creación y la posición del artista, “fuera de sí mismo” mientras produce, encuentro dos ejemplos deliciosos. El primero es bien conocido: en la sitiada Siracusa, Arquímedes dibujaba con un bastón figuras geométricas sobre la arena de su jardín; entró su asesino y se abalanzó sobre él, “pero el pensador, ensimismado en sus problemas, sólo murmuraba, sin volver la cabeza: no alteres mis círculos”. El segundo rapto se refiere a Balzac, escribiendo, cuando fue interrumpido por la visita de un amigo. El escritor, cuenta Zweig, lo tomó por el brazo con lágrimas en los ojos y exclamó: “¡Qué horror, la duquesa de Lan­geais ha muerto!”. No existía una duquesa con ese título, Balzac acababa de matar al personaje y aún estaba dentro de la ­novela.
El ensimismamiento continúa siendo una de las escapatorias más baratas para el ser humano; también un estado creativo. Muchos actores recurren a la meditación para vaciarse de los pensamientos tóxicos; dicen que se limpian por dentro y así pueden habitar con más elasticidad la piel de sus personajes. Tras los miles de páginas que estos días se muestran, firman y venden en las múltiples ferias del libro, late la huella invisible de un pensar fuera del tiempo, capaz de hacer brotar un instante o un renglón de magia. Aseguran que nos visitan al día unos 80.000 pensamientos; la mayoría vuelan, pero ay de los afortunados que permanecen abiertos, destaponados.
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30 de mayo de 2018
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Hartazgo

Cualquiera que haya tenido la oportunidad de vivir un tiempo en algún país europeo, incluido Italia, habrá observado que los políticos profesionales tienen un estatuto social parecido al de los cirujanos, ingenieros o gemólogos. Rara vez se habla de ellos y su figura física es casi desconocida excepto en las más altas instancias, jefe del Estado, presidente, primer ministro, alcaldes de las metrópolis y poca cosa más. Cuando un político de segunda categoría, lo que incluye a los ministros, aparece en la tele o en los diarios, es porque está lidiando con algo excepcional, sea la explosión de una central nuclear, una invasión de langostas o un juicio por pederastia. Nosotros tenemos la enorme dicha de soportar diecisiete presidentes, una montaña de ministros e infinitos políticos sin la menor relevancia, pero presentes en todos los informativos y, cosa sorprendente, en las revistas de peluquería.

Ese gigantesco ejército de pasiones, codicias, narcisismos, ambiciones, frustraciones, vanidades, envidias, conspiraciones, cainismos, jactancias, delincuencias y majaderías hace imposible tomarse la sopa sin antes sacar con la cuchara dos concejales, tres secretarios, una vicepresidenta y cinco miembros de la oposición pataleando. En España los políticos gozan de un entusiasmo popular solo comparable al de los futbolistas y sus señoras, ahora que los toreros son un objeto de lujo. Es el único país del ámbito civilizado en el que un político convoca a las masas para que decidan si debe comprarse un ferrari, adoptar un perro o dejar de fumar. El ansia de protagonismo de los políticos, su megalomanía, es tan desaforada que ni siquiera se percatan del espantoso ridículo que harían en cualquier país civilizado. Los belgas ya se van dando cuenta.

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30 de mayo de 2018
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