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EN CASTELLANO, SI US PLAU

Lo mejor es leer Milenio, el diario de Guadalajara, ciudad que alberga la feria del libro más importante del mundo iberoamericano. La sorpresa es discreta pero total para el periódico  al descubrir la ausencia de Carlos Ruiz Zafón y Eduardo Mendoza en la próxima feria de Francfort cuyo tema principal es la literatura catalana. En este momento, en el mundo entero, estos dos novelistas son emblemáticos de Barcelona, la capital catalana. Son más visibles que cualquier bandera arriba del palacio de la Generalitat o del Ayuntamiento de Barcelona. Y no estarán en Francfort.

Conociendo el tamaño de la delegación catalana que va a Francfort (132 personas) y el presupuesto récord para sufragar el viaje, la ausencia de los dos escritores abre la puerta a la vieja polémica: ¿cómo se define un autor catalán: por el hecho de escribir en catalán o por vivir en la cultura catalana? Según los comentarios que ya salieron en la prensa se puede adivinar la mezcla de envidia, rechazo y sobre todo los celos que provocó la renuncia de dos autores cuyo crimen es amar como locos a Barcelona pero decirlo en un idioma tratado como enemigo.

Las ausencias van a alimentar los comentarios sobre la exposición que se arma también en la ciudad alemana.  Se titula “Cultura catalana, singular i universal”. Tan universal que no abarca a todos en Catalunya...

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15 de junio de 2007
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Literatura e historia

Viejo ya en este oficio de escribir, debo decir con alegría que en un encuentro como el de Santillana del Mar, se aprenden cosas nuevas acerca de la literatura. La primera de ellas, que escribir libros es una tarea con consecuencias, y que una obra literaria desborda siempre la página escrita y altera de alguna manera la realidad. Como ha dicho Carlos Fuentes, una novela no sólo refleja la realidad como un espejo mágico, sino que agrega una nueva realidad. E influencia y cambia lo que parecen ser verdades consabidas.

Se ha hablado, por ejemplo, de los parecidos y diferencias, y contradicciones si las hay, entre literatura e historia, tal como se planteó en una de las mesas para discutir la obra de Carlos Fuentes, uno de nuestros escritores que mejor se ha hecho cargo de la vida pública en la ficción, o sea, de la inserción de la Historia con mayúsculas en la narración de las historias privadas, que es de lo que en definitiva trata la novela.

A mí siempre me gusta decir que en América Latina, los vacíos que deja el relato de la historia contada por los historiadores de profesión, vacíos que siguen siendo numerosos, vienen a llenarlos los escritores, sin que nadie pueda vedarles el uso de la imaginación, que se halla en la esencia de su oficio, a la hora de contar los hechos de la historia.

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15 de junio de 2007
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Un final 'ferpecto'

La gente está como loca en los Estados Unidos discutiendo el final de la saga de Los Soprano. (Aquí en América Latina la temporada final empieza a emitirse dentro de poco por HBO, o sea que me estoy adelantando a una discusión que ocurrirá entre nosotros dentro de algunos meses.) Parece ser que el creador de la serie, David Chase, armó lo que suele llamarse un final abierto. Esto es, un final que no huele a final. Sin cabos prolijamente atados, sin revelaciones espectaculares, sin escenas catárticas. De hecho, como en un momento Chase corta a un cuadro negro sobre el cual se queda, mucha gente pensó que se trataba de un defecto de la transmisión… cuando no lo era.

¿Qué es lo que constituye un buen final? Para la mayor parte de nosotros, en carácter de lectores y espectadores, un buen final es aquel que colma todas nuestras expectativas: donde se termina entendiendo todo y los personajes obtienen el destino que se merecen, y mejor todavía si la cuestión se resuelve de la manera más espectacular posible. Un final a la King Kong, podríamos decir, con gorilón, rubia, Empire State, aviones de guerra y caída que quita el aliento. Pero aun cuando coincidamos en la definición (confesémoslo, ¿existe alguien a quien no le gusten los happy endings?), algunos de nosotros también esperamos otra cosa: por ejemplo, que el final sea coherente con las reglas establecidas por el relato mismo. A nadie le parecería bien que el coronel Kurtz recobrase la cordura al final de Apocalypse Now y regresase a casa del brazo de Willard, diciendo cuán equivocado estuvo al dudar de la política exterior de los Estados Unidos. Lo sentiríamos como una traición, un final que borra con el codo todo lo que el relato escribió con la mano. El mismísimo Coppola tenía dudas al respecto, de hecho rodó más de un final. Terminó optando por uno a mitad de camino, en que Willard mata a Kurtz y regresa a casa. Yo hubiese preferido que matase a Kurtz para tomar su lugar entre los nativos. Me parece que habría hecho mejor honor a la ambición del filme.

¿Y cuáles serían, ya que estamos, los mejores finales de la historia? Pienso en Ulises siendo reconocido por su viejo perro. Pienso en el secreto de rosebud perdiéndose entre las infinitas riquezas del difunto Kane, al cierre de El ciudadano. Pienso en Kay observando que a Michael Corleone se le rinden honores de don, con esa puerta que se cierra para dejarla definitivamente afuera en la culminación de El padrino. Pienso en el saludable Tiny Tim, deseándonos lo mejor al término de A Christmas Carol. Pienso en Hamlet diciendo The rest is silence, y expirando después. Pienso en el final de The Usual Suspects. Y en el final de Some Like It Hot, cuando el pretendiente de Jack Lemmon acepta alegremente su destino diciendo: “¡Nadie es perfecto!” Y en el final de Brazil, por el cual Terry Gilliam debió batallar contra el estudio que lo encontraba deprimente. (Cosa que es, sin dejar de ser a la vez el final más adecuado para su antiutopía.) Pienso en los finales de tantos cuentos de Borges. (Como el de El muerto, por ejemplo: “Suárez, casi con desdén, hace fuego”.)

Debe haber mil más. Acepto sugerencias.

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14 de junio de 2007
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“REX”, DE PRIETO

Hablé una vez con José Manuel Prieto. Era un jovencito, un poquito gordo, con una sonrisa transparente. Unos más entre estos jóvenes cubanos que salían de la ex-Unión Soviética a principio de los años noventa y no sabían si volver a su isla hundida en el desplome del campo socialista o viajar por el mundo. Ya estaba en camino hacia México. En París, se encontraba con un grupito de Cubanos en “Le Select”, el café de Montparnasse que fue gran lugar de cultura en la décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. El tema único era la política, pero Prieto me habló de literatura, de su deseo de ser escritor.

Unos años después, lo reconocí en las fotografías de los suplementos de libros. Había publicado Livadia y Enciclopedia de una vida en Rusia. Las reseñas en las revistas francesas y americanas destacaban un nuevo autor de una elegancia, o más bien de una sofisticación fuera de lo común. Al recordar al joven que hablaba con tanta intensidad de literatura compré sus libros y mi decepción fue total. No podía conectar mi lectura con el desconocido que había encontrado. La verdad es que no podía ni leer sus libros. Su escritura era de una lentitud insoportable. El vocabulario buscaba amortizar la compra de un diccionario. Como se dice en francés, Prieto tenía el defecto de «sur-écrire», renunciando a la espontaneidad y al dinamismo al sobrecargar su prosa de efectos. Era un escritor que se miraba escribiendo.

Ahora, Prieto publica Rex (Anagrama). Tiene que ser una novela distinta, pues por primera vez conseguí leer un libro suyo hasta el final. Es algo fuera de lo común. Cuenta como un joven maestro consigue trabajar para un archimillonario ruso en la Costa de Sol. Se encarga de la educación de Petia, único hijo de la casa. Y lo hace de una manera extraña: utilizando como recurso un solo libro, la Búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust. Es el libro definitivo, que incluye toda la sabiduría del mundo.

La forma (doce comentarios), el tono (una especie de susurro íntimo), el propósito (describir cómo un Ruso que vive cerca de Málaga llega a imaginarse en una reencarnación del Zar) hace pensar a muchos autores. Hay algo de Nabokov escribiendo comentarios sobre literatura en A pale fire, hay algo de Dostoievski cuando Akaky Akakievich se cree el rey de España en el Diario de un loco, hay algo de Proust claro en la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una emoción.

Más que un novelista, Prieto me parece un explorador. Busca llevar el idioma español a rincones fuera de lo común. Recordando lo que me decía el joven en el café “Le Select”, tengo la sensación de que no traicionó a su sueño de juventud. Se ha convertido en un escritor, de estos que intentan abarcar a todas las palabras para conquistar al mundo.

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14 de junio de 2007
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NUEVO HIMNO

En otro lugar ya he contado mi poca pasión por los himnos. Y ninguna por una nueva letra para ese himno español que, sin mucha emoción, escuchamos cuándo algún deportista gana medalla. Como decía Brassens, la música militar, nunca me hizo levantar. Ese es el problema del himno, que en vez de ser una música civil, nos suena a música militar. Y después nos repugna a los que tenemos años y memoria, el recuerdo del himno y su utilización en el franquismo con letra de aquél pazguato poeta llamado Pemán.

Olvidado aquello, vienen ahora que estábamos tan tranquilos sin letra, y casi sin himno, y pretenden ponerle nueva letra. No hay modo.

Yo recuerdo con cariño alguna  letra con el tema, asunto, problema, lío de España de fondo. Entre otras, aquella España camisa blanca, de Blas de Otero y que cantaba Ana Belén.

Más cercana y muy acertada, es la Máter España, del español de Úbeda, ese lugar de poetas y monjas de la más machadiana Andalucía, mi vecino de Tirso de Molina, antes Progreso, pleno Madrid centro, caos, paredón y después… Quiero decir, y digo, que la letra es de Joaquín Sabina, muy certera pero muy poco hímnica, recuerdo alguna estrofa:

“Mater España/ de barba peregrina, / que falta a misa de doce, / que no conoce rutina, / masona, judía, cristiana, / pagana y moruna. / Mater España, más guapa que ninguna. / Madrastra España, / a la hora de la siesta, / la puta que se enamora, / la fruta que se indigesta, / que al filo de la cucaña / mira para otros lado, / bendita España/ de Azañas y Machados. / Cómplice España / tormento redentor/ Perejil, Ceuta y Melilla, / cotos de caza menor, / catalán, gallego, euskera, / lacandón, Castilla/ tópica España, / fibra óptica y ladillas. / Huérfana España / raíces y cimientos, / epidemias, cicatrices, / blasfemias y sacramentos, / ¿por quién doblan las campanas?/ San Fermín en vena, / la de Tirana/ contra la Macarena. / Judas España/ del mus y del café, / Al Andaluz, Malasaña, gitanito aserejé, / la del mono azul cobalto y el caballo verde/ guardia de asalto que ladra pero no muerde. / Chusco y legaña de toas o ninguno, / tricolor bandera blanca, / Millán Astray, Unamuno, / cervantina cojitranca, de áspero pasado / ¿quién me ha robado el siglo XXI?...”

¡Qué magnífico himno, al menos yo me encuentro, me reconozco, quiero y detesto esa imagen de España que canta mi amigo!

Esta semana, este poeta popular y cantatriz, canta mañanas -sus ronquidos- y canta noches, sus susurros, se atreve con más himnos. Dos anteproyectos para el Himno Nacional (con perdón), escribe en Interviú… No sé si tengo permiso para copiar esas propuestas. Pero estoy generoso como copista y así lo hago… Dos borradores:

1- “Ciudadanos/ en guerra por la paz/ y la diosa razón/ mano en el corazón.

Ciudadanos, ni súbditos ni amos / ni resignación / ni carne de cañón. / Pan amasado con fe y dignidad / no hay nada más sagrado que la libertad.”

2-“Ciudadanos, ni héroes ni villanos / hijos del ayer, hay tanto por hacer. /

Ciudadanos, tan fieramente humanos, / tan paisanos del hermano de Babel. / Alta montaña, con puerto de mar/ clave de sol España / atrévete a soñar.”

Son borradores, tienen su gracia, su estilo, aunque sea un inútil ejercicio de himno popular… Pero yo cantaría mejor esa máter España o ninguna.

P.D. Después de haber mandado mi texto a El Boomeran(g), un amigo me avisa que sobre mi artículo del “himno” en El País, contesta uno de los frustrados autores, el muy notable y movible poeta, ensayista, novelista y, sin duda, inteligente intelectual, Jon Juaristi. Contesta en la “tercera” del ABC, su periódico y muchas veces el mío como lector, desde niño hasta nuestros días. No copio aquí la letra que propusieron los poetas “supervivientes” de la propuesta del himno. Ni tampoco la juzgo. No está mal compararla. Pero yo no conté mi versión de tercera mano, sino de la primera mano de uno de los poetas disidentes, Joan Margarit. Y no quise insistir en lo que me contó uno de los supervivientes, Ramiro Fonte. A todos, como lector, reconocí mis admiraciones y respetos. Así lo reitero. Tampoco les comparé, a ellos, ni siquiera a su jefe José María, con los falangistas poetas del Cara al sol. Nada de falangistas veo en ellos. Y que conste que Cara al sol no es un mal himno, todo lo contrario… No sigo, creo  que hoy ya no se colgará esta “cosa” mía sobre los himnos. Por si acaso lo vuelvo a mandar. Y disculpas, Giselle.

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14 de junio de 2007
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DRAMAS

No es buena idea, cuando alguien nos cuenta sus penas, salir con otras penas semejantes para darle a entender la solidaridad. La idea de procurar alivio al sufriente comunicándole detalles de otro  sufrimiento propio sólo será eficaz si no coincide con el momento mismo en que aquél transmite su dolor, escenifica su tormento, se encuentra, en fin, tratando de ocupar el  protagonismo frente al  interlocutor fiel. De esa manera el desdichado obtiene  beneficio de su fracaso: recicla el fracaso ante el otro, en captación de la atención y la compasión del otro. Consigue el amor o la admiración de los otros a través de la pena y así, al cabo, puede obtener réditos de su minusvalía, obsequios para su tormento, reconocimiento, en fin, para su vida.  El desgraciado obtiene pues recompensa y esto es, al cabo, lo que importa. La recompensa en forma de reconocimiento es a lo que aspiramos, puesto que si los demás nos distinguen con su atención y asumen nuestro avatar, estamos salvados. Somos, en definitiva, una unidad  alimenticia, una identidad digna de ser expedida y consumida en el mercado general. El mal en nuestras vidas puede reportar bien si obtiene esta legitimación como bien –o argumento- trágico o dramático en la consideración de los otros.

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14 de junio de 2007
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Lecciones y maestros

De los debates acerca de las independencias americanas en la Casa de América en Madrid, he venido a Cantabria para el encuentro Lecciones y maestros que se celebra estos días en Santillana del Mar, una cita internacional de la literatura iberoamericana donde se debate la obra de tres escritores que son ya clásicos: Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y José Saramago, con la presencia de los propios autores; unas jornadas organizadas por la Fundación Santillana y la Universidad Internacional Méndez Pelayo, que se han podido ver en vídeo en este mismo sitio El Boomeran(g), en transmisión directa.

Han participado escritores de diversas generaciones, críticos literarios, académicos, periodistas, en una discusión abierta sobre la vida y la escritura de estos tres autores que representan, cada uno de ellos, la aventura literaria y la renovación del lenguaje, sin el, que ya se sabe, no existe literatura. A Carlos Fuentes lo ha presentado la escritora brasileña Nélida Piñón; a Juan Goytisolo el español Juan Luis Cebrián, y a José Saramago la colombiana Laura Restrepo, ganadora del Premio Alfaguara de  Novela; una jornada de un día entero dedicada a cada autor.

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14 de junio de 2007
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¿HAY ALGO QUE CELEBRAR?

Hemos hablado en Madrid esta semana de las independencia americanas, cuyos aniversarios se acercan a pasos agigantados: nada menos que 200 años de haber ocurrido aquellas gestas, una tras otra, en las primeras décadas del siglo XIX, cuando la historia del continente comenzó a ser rescrita. Ha sido un encuentro promovido por la Cátedra Julio Cortázar, fundada en la Universidad de Guadalajara, en México, por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez en homenaje al gran Cronopio, miembro también de la generación del boom. Sobre las independencias habrá mucho que hablar en el futuro, mientras se va dando cada aniversario de los que empiezan ya pronto: Chile, Venezuela, Argentina, la Gran Colombia de Bolívar, México, Centroamérica…

Este encuentro, llamado Coloquio Internacional Bicentenario de las independencias americanas, y que ha congregado a un buen grupo de historiadores, escritores y sociólogos, tanto de América como de España, no es sino un calentamiento de motores para una discusión en múltiples foros que promete durar por años: estuvieron presentes el propio Carlos Fuentes, quien abrió los debates con una conferencia magistral en el auditorio Gabriela Mistral de la Casa de América, y otras figuras como Juan Luis Cebrián y Carmen Iglesias, de España; Héctor Aguilar Camín y Enrique Florescano, de México; Martín Hopenhayn y Sol Serrano, de Chile; José Carlos Chiaramonte, de Argentina, y Brian Hamnet de Inglaterra.

Comenzamos a celebrar. Y la primera pregunta para muchos será: ¿hay algo que celebrar?

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13 de junio de 2007
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'Be good'

A esta altura del partido no tengo dudas: E.T. seguirá siendo siempre una de mis películas favoritas. En mi lista personal figuran títulos más prestigiosos, desde El ciudadano, pasando por Lawrence de Arabia hasta llegar a El padrino, pero la sorna con que se suele tratar a Spielberg en general y a este filme en particular me tiene sin cuidado. A 25 años de su estreno –que ocurrió el 11 de junio de 1982, para ser precisos- creo haber obtenido ya la perspectiva necesaria para tener claro que E.T. es una magnífica película (diría más aun: una bella película) y punto.

E.T. tiene todo lo que yo amo del cine. Un relato entretenidísimo, la mezcla adecuada entre fantasía y verdad, humor a carradas, drama desgarrador, suspenso y una visión realista pero no desesperanzada de lo que somos como especie y del rol que jugamos, o deberíamos jugar, en la trama de la vida. Algunos la consideran una película para chicos. En todo caso se tratará de una película para el chico que la mayoría de nosotros no deja nunca de ser, en el mejor de los casos, o como lo pondría Marechal: para el hombre en tránsito hacia el niño. El dolor que Elliot siente ante el divorcio de sus padres no tiene nada de infantil; en todo caso, se trata de la primera herida abierta de su vida adulta. La segunda sobreviene enseguida, cuando la irrupción del marcianito en su vida le muestra cuán necios, y en consecuencia cuán violentos, podemos ser los hombres.

Estoy seguro de que el consejo que el extraterrestre le deja a Elliot antes de partir, ese be good pronunciado con la vocecita tan característica, le sonará infantil a más de uno. ¿Pero no se trata, acaso, del diagnóstico más preciso sobre nuestra situación y lo que nos separa de la felicidad posible sobre esta tierra? ¿No estamos librados a la violencia, a la destrucción sistemática del planeta, al racismo y a la desconfianza que todos sentimos respecto de todos, precisamente porque nos hemos descarriado? Soy testigo del denodado esfuerzo que tantos hacen a diario para poner la mayor distancia posible entre ellos y el niño que fueron, he atendido a infinitas explicaciones y eruditos diagnósticos sobre por qué somos como somos y estamos como estamos, y aun así nada ha logrado borrar el eco de esa vocecita expresando la misma clave que todos conocemos, que todos llevamos dentro de nuestros corazones, más o menos oculta, más o menos enterrada; esa llave a la felicidad, o cuanto menos a la plenitud, que casi todas las religiones han expresado antes de ser devoradas por las instituciones. Be good. Sean buenos. Y punto.

De todas las películas de mi lista, ninguna formula este imperativo con tanta claridad y convicción.

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13 de junio de 2007
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El hombre y la máquina

El zumbido de los motores ya es ensordecedor a 300 metros del circuito de carreras de Montmeló. Y una vez dentro, el ruido está en todas partes: en el parking, en el baño, los tubos de escape atruenan el aire como un enjambre de avispas gigantes a punto de atacar. Pero no se asuste. No son violentas. Ellas sólo quieren un poco de amor.

El de las motos es un mundo de hombres, y las máquinas son adoradas como mujeres. En el paddock de Montmeló, una Ducati llamada Alice está enmarcada en rojo para su admiración, como una Venus. En un catálogo, Yamaha asegura que las “esculturales formas” de la YZF-R1 “alimentan tus sentidos con tan sólo contemplarla”. Y exhorta: “mira la potencia, siente la potencia”. En una tienda, una camiseta explica por qué las motos son incluso mejores que las féminas. ¿Razones de peso?: “con nada que la tocas se ponen a cien” y “puedes montarlas como quieras”.

Aunque no todas las tiendas son tan explícitas, la zona comercial del circuito está claramente concebida para caballeros. Hombres de todas las edades se aglomeran en el local de Playstation haciendo cola para jugar. Dos tiendas más allá, una chica sugerentemente vestida de walkiria invita a los visitantes al poblado vikingo de cerveza Buckler, donde pueden probar su fuerza con un martillo. En la carpa de Gillette, una chica guapa afeita personalmente a los voluntarios. No se preocupe, la chica usa protección: les toca la cara con profilácticos guantes de látex. Y una vez afeitados, les permite subirse en una moto Yamaha.

Esas marcas –y otras tan ajenas al motociclismo como Manpower o Lee- son el verdadero motor de las carreras. Se necesita mucho dinero para poner todo esto en marcha, y casi todo proviene de los auspiciadores, que venden a un público el sueño de parecerse a sus héroes y de retozar con sus máquinas preferidas.

La necesidad de que todas las marcas sean bien visibles es la causa del aspecto de los motoristas, esa mezcla de astronauta y árbol de Navidad. Algunos de los campeones llevan una cámara de televisión en la parte posterior de la moto, y eso les aporta a sus culos un valor de ventas especial. La mayoría de los traseros profesionales son propiedad de Bridgestone o Repsol. Sólo los grandes líderes pueden firmar sus glúteos. El de Valentino Rossi proclama el apodo de su extravagante dueño: “The Doctor”. Sin embargo, el culo más cotizado, el que todo el mundo quiere ver en Montmeló, dice sencillamente “Pedrosa”.   

Bicampeón mundial y héroe indiscutido de Montmeló, Dani Pedrosa es un fenómeno publicitario. Protagoniza anuncios de gafas de sol, teléfonos y bebidas de chocolate. Cada juego de vídeo que juega, cada Chupa Chup que se lleva a la boca, es una millonaria fuente de ingresos.

Como la mayoría de las estrellas de este deporte, Dani corre desde que era un bebé. La edad mínima para competir en 125 cc. es de 15 años. Eso también forma parte de la masculinidad del juego. Los adolescentes no tienen noción del riesgo: pueden acelerar al máximo, porque nunca se les ocurre que puedan morir. Durante los entrenamientos del viernes, por ejemplo, Dani se sale del circuito. Rueda por el suelo y apenas consigue escapar de su propia moto, que da varias vueltas en el aire hasta estrellarse. Sin dudar un segundo, Dani regresa al box por su propio pie, coge su moto de repuesto y continúa. No tiene tiempo para matarse, tiene que ganar una carrera.

Su Honda recibe más cuidados que él. Se la llevan entre cuatro mecánicos, como a un toro muerto en el ruedo, y la meten en el box. Ahí la miman, incluso la escuchan. Las motos de carrera llevan incorporada una especie de caja negra. Enchufadas a un ordenador, cuentan sus penas y sus sufrimientos: en qué curva les fue mejor, dónde falló la resistencia de las ruedas, qué hizo falta para acelerar un poco más. El domingo, día de la carrera final, Dani se reencuentra con ella. Tiene más estabilidad, pero le cuestan las curvas de izquierda. Como dos buenos amantes, él y su máquina se van conociendo poco a poco. 

Sin embargo, no todos tienen un matrimonio feliz. Ese mismo domingo hay escenas tristes: Mattia Pasini pierde el control en una curva. Tras la caída, no se toma el tiempo para averiguar si está herido. Se levanta y se pone a patear y gritarle a la máquina. Los mecánicos tienen que separarlo de ella mientras vocifera y se lamenta. Ella lo ha traicionado. Más adelante, otro motorista se sale de la pista y se arroja al suelo para llorar con desesperación.

Es lo que tiene el amor cuando es sincero: te da placer pero te lo cobra con dolor.

Artículo publicado en El País (edición Cataluña), 12 de junio de 2007.

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13 de junio de 2007
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