Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

BOYD

Este es el buen momento para hablar de William Boyd. Boyd, el novelista inglés. Nada que ver con el William Boyd que fue el bajista del grupo de rock Evanescence. Y nada que ver tampoco con William Boyd, actor de segunda fila que hacia películas del oeste como Cuando habla el gatillo. Como actor tuvo una vida imposible, pues había otro William Boyd que se dedicaba al teatro. Uno era nombrado como William Boyd, otro era William Stage (escenario) Boyd. En el final, era un dolor de cabeza para poco talento, lo que no es el caso del novelista. Tiene talento y sus libros no procuran dolores de cabeza. Son tan fáciles de leer que llegan a provocar la sospecha de la crítica más formal como en el Times Literary Supplement: ¿No se trataría de un novelista barato? Al contrario, Boyd es un gran profesional que conoce su oficio a fondo lo que no hace decir que se decida al ocio en lugar de la literatura.

Su última novela, Sin respiro (Alfaguara, 2007) se encuentra en la mesa de todas las librerías de España y América Latina. La leí, como todos sus libros, en el momento de la publicación, en inglés. Ya podía sospechar lo ineludible: las críticas hablando de una versión Graham Greene de Boyd pues su libro cuenta una historia de espionaje. Primer error: si buscamos un autor de novelas de espionaje sería mejor referirnos a John Le Carre. Hay en Boyd una manera de disfrutar del concepto de la traición que hace pensar en el maestro de la guerra fría, no en el especialista en pecados humanos.

Boyd ha escrito una muy buena novela de espionaje, pero a su manera, la del joven escritor que deslumbró a todo Londres con su primera novela Un buen hombre en África. Para ser un aprendiz tenía un dominio fenomenal del más mínimo detalle, ya se notaba la calidad de los personajes de según rango, la precisión y la potencia en la manera de construir el escenario, una arquitectura de hormigón y una mirada a la Evelyn Waugh en el momento de hacer su cuento.

Sin Respiro es un cut-up. Cada capítulo alterna entre la existencia de Eva Delectorskaya, espía británica de origen ruso durante la Segunda Guerra Mundial, y la vida de la misma persona, ahora, que vive bajo el nombre de Sally Gilmartin.  Como siempre, el presente está lleno del pasado. La historia va de Francia a Bélgica, Inglaterra y EE.UU con una tremenda velocidad. Boyd utilizó como tela de fondo la historia acertada de una red de espionaje inglés en Estados Unidos a principios de la Segunda Guerra Mundial lo que da un entorno sorprendente a las aventuras de Eva / Sally.

Como siempre, se nota la influencia de la escritura de guiones de cine en el trabajo de Boyd. Para mí, su mejora novela “clásica” sigue siendo la segunda, Como nieve al sol, con su retrato de África del este en la época colonial. Pero no sospecho sus novelas de ser contaminadas por el cine. Boyd hizo películas para la BBC sobre sonetos de Shakespeare y adaptaciones de Waugh, lo que hace decir que sabe combinar el clasicismo con otro modo de narración. Al tocar el género de la novela de espionaje no actúa de otra manera. El debate, permanente en Londres, para decidir si Boyd se dedica al entretenimiento o a la literatura no tiene sentido. Es un escritor que decidió no aburrir al lector. Su novela es una lectura de verano pero vale también para las otras estaciones.

Leer más
profile avatar
23 de julio de 2007
Blogs de autor

Declaración (a falta) de principios

Me han sugerido que la deje ya, pero pasa que no me da la gana. O mejor, que la gana me da en sentido muy contrario. Me dicen que es nociva y embustera, que lo mío es adicción y lo suyo un abuso, que hace tiempo no tengo los pies sobre la tierra y no hace bien volar con alas prestadas... Los pobres no imaginan que cada una de sus graves advertencias no hace sino empujarme hacia esos ojos tóxicos y alucinógenos sin los cuales la vida me parece un negocio de animales rastreros peleando en pos de un trozo de carroña. Ya sé que hay un Gran Premio para quien sigue el Instructivo a la letra; lástima que el castigo se me antoje más. Qué quieren que les diga, no encuentro peor augurio que un buen consejo.

No pretendo minar el justo aprecio que otros puedan sentir por el Instructivo; cuestiono solamente su pretendida universalidad, pues así como es cierto que dos más dos dan cuatro, no menos verdad es que de pronto dan cinco, o hasta seis. ¿Que si puedo probarlo? Por supuesto que no: la parte apasionante de la vida es, aún y por fortuna, aquella que no acepta ser probada. Valga decir, la zona improbable. No se puede probar el odio, ni el amor, pero tampoco ayuda negarlos. Según el Instructivo, la afición por una mujer imposible no puede conducir a nada bueno. ¿Qué sabe el Instructivo del suntuoso deleite de hacerse el mal con una tal por cual?

  —Qué bonito, colega, ¿habla de mí? —sólo quien ha caído en el sortilegio de una mujer imposible sabe apreciar la tenue diferencia entre un desdén coqueto y un guiño arrepentido. Afrodita del Carmen administra unos y otros con destreza de diva, fragilidad de ninfa y colmillo de golfa: tres de las aptitudes a evitar, según el Instructivo.

Cuando la realidad comete el despropósito de contradecirnos en los labios de una amante imposible, lo que hace es invitarnos a sacarla del juego y sustituirla por otra realidad mejor, o en todo caso un tanto más elástica. Porque en casos como estos la cordura es lo que primero y más alegremente se pierde —¿o será que se invierte?— con tal de que la amante improcedente no se mueva del nicho donde uno la subió, en ese territorio soberano donde sólo la subjetividad más arbitraria se aparece objetiva y balanceada. Todo el amor se mueve en estas tierras, y desde siempre el arte y el gusto por lo inútil van tras él: me basta esa coartada para dar a Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels, musa de profesión y capataz de oficio, el crédito que tantas chicas buenas no alcanzan a obtener siguiendo religiosamente el Instructivo.

  —¿Ve por qué no me gustan las frases amorosas, coleguita? Al final, nunca estoy segura de que no me insultaron entre flor y flor. Casi-casi me dice que estoy aquí de musa porque soy un fracaso como mesalina...

  —¿Yo dije eso, Afrodita? Si así fuera, también habría dicho que, en cambio, eres un éxito como mussolina.

  —Se lo advierto, colega: deje en paz a mis clásicos.

  —¿Intentas persuadirme de que no eres un ángel? —no está entre las prerrogativas de una mujer imposible manchar su propia imagen ante quien turbulentamente la desea, pues una vez que dos más dos dan cinco la mayor evidencia semeja el mayor fraude.

  —La verdad, me conformaría con persuadirlo de que no me ande haciendo esa famita ñoña y todavía peor: improductiva. ¿Ya se puso a pensar que sus frases de amor me arruinan el humor, tal vez porque ya daban repelús en la era Travolta? Soy una musa dura y dominante, no una fan tardía de José Luis Perales. Ubíquese, colega: I'm only happy when it rains —a mí también me gusta declarar que sólo soy feliz cuando llueve, aunque un rato de sol tampoco cae mal. A veces, cuando Afrodita insiste en hacer llover, siento alguna nostalgia por el Instructivo y hasta la tentación de cualquier día seguirlo, nada más por el lujo de hacerla rabiar.

  —¡A callar, Caperuza vestida de Vampirella! —le grité, aprovechando la inminencia del renglón final, y temiendo que habría sido más justo, y de hecho más realista, llamarle Vampirella injertada en Betty Boop.

¿Quién no cree en Betty Boop, por el humor de Dios?

(A la grata memoria de Jesús de Polanco,
por tampoco seguir el Instructivo.)

Leer más
profile avatar
23 de julio de 2007
Blogs de autor

Vivir en otros mundos vidas nuevas

Las estaba espiando con suma cautela. Simulaba leer el diario, pero la verdad es que ponía toda mi atención en la conversación que tenía lugar en la mesa contigua, a mi espalda. Cuatro mujeres conversaban animadamente sin conciencia de estar siendo escuchadas. "Claro, ellos no pueden saber que el niño no es deforme. Ellos creen de verdad que es deforme. Tiene la cabeza muy grande y se le cae, no puede sostenerla. Este es el problema, que para ellos es deforme, cuando lo que sucede es que solo es distinto. No deforme, distinto".

Interviene una muchacha más joven y algo atolondrada: "Tampoco la dejaban salir a cazar, porque las mujeres de esa gente no pueden tocar las armas. Si tocan un arma, bueno, es que las matan. Pero ella se entrena en secreto y para cuando se dan cuenta ya es la mejor cazadora del clan y les da ciento y vuelta a los cazadores machos. Y eso, es que no lo pueden soportar". De nuevo la primera: "Así que es ella la que va rompiendo las tradiciones del clan, una tras otra, sin querer, porque ella es diferente, claro, pero además va superando todos los castigos y cuanto más cerca están de matarla, mayor es la transgresión que acaba imponiendo la tía".

Durante un rato he creído que hablaban de una experiencia propia (¿niña adoptada?), o sobre la familia de algún inmigrante (¿ablaciones?), tanta era la pasión que ponían en el asunto. Hasta que una frase ilumina mi memoria. La más joven dice: "¡Porque su tótem es el león cavernario, que es un tótem masculino!" Recuerdo de golpe la novela, uno de esos superventas profesionales, eficaces, que narra las aventuras de una niña cro-magnon recogida y criada por un clan de neandertales.

Me asombra el hechizo de la literatura. Me emociona que mantenga intacta su fuerza mágica desde hace siglos. ¡Cómo multiplica nuestras vidas! Estas chicas han pasado una semana de vacaciones en el neolítico y ahora se lo cuentan a todo quisque como si regresaran de Marruecos. Están más familiarizadas con los neandertales que con los gallegos. ¡Qué bendición, qué milagro, qué gloria!

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de julio de 2007.

Leer más
profile avatar
23 de julio de 2007
Blogs de autor

PIGLIA – BOLAÑO

Parece que no queda ni un cajón vacío en el despacho de Roberto Bolaño. Su fama obliga a su editor a publicar todo lo que dejó el escritor chileno (o mexicano, como quieran) que murió en 2003. Tarde o temprano, sus facturas de lavandería y quizás hasta la nota escrita al profesor de un hijo suyo para recuperar un cuaderno perdido en el pasillo de una escuela justificarán un congreso de investigadores sobre la "nueva literatura latino-americana". Por el momento, lo que se rescata tiene todavía algún sentido, y hasta gran interés en el caso de El secreto del mal (Anagrama) una recopilación de piezas heterogéneas.

Ignacio Echeverría, el editor del conjunto, no esconde en una "nota preliminar" el origen de la obra: se trata de ficheros que se encontraron en el ordenador de Bolaño. Es muy desigual. Unas piezas habrían podido quedar en el disco duro de la máquina sin defraudar la fama del autor. Otras no, caso de "Derivas de la pesada", un ensayo sobre la oposición entre Borges y Arlt promovida por Ricardo Piglia. Bolaño nunca nombra a Respiración artificial, pero todo su ensayo es claramente un comentario de la novela, un comentario definitivo en lo que tiene que ver con el mano-a-mano Borges-Arlt.

Borges, dice Bolaño, es el autor que pone Argentina en el mapa de la literatura mundial. "Cuando Borges se muere, se acaba de golpe todo. Es como si se muriera Merlín, aunque los cenáculos literarios de Buenos Aires no eran ciertamente Camelot." Borges es una paréntesis ¿Y en esta visión, con Arlt, qué? "… Fue el más ninguneado de todos" según Bolaño y no existiría hoy tal como lo vemos sin Piglia. "El San Pablo de Arlt, el fundador de su iglesia, es Ricardo Piglia". Caso raro: una novela, Respiración artificial, estableció la reputación no de su autor sino de otro escritor.

Bolaño le tiene respeto a Piglia, "uno de los mejores narradores de América Latina", pero no comparte su visión de la oposición Borges-Arlt. Cree que la literatura argentina tiene tres puntos de referencia:

1.      Osvaldo Soriano, "buen novelista menor", cuyo influencia fue demostrar a los escritores que se podía ganar plata sin ser Borges o Cortázar;

2.     Roberto Arlt, "buenísimo" pero que no merece los elogios de Piglia, pues es de lo mejor en "la literatura de la pesada" (ella "tiene que existir, reconoce Bolaño, pero si solo existe ella, la literatura se acaba");

3.     Osvaldo Lamborghini, por fin, "la corriente secreta", un autor que tutea el infierno. Según Bolaño: "El problema con Lamborghini es que se equivocó de profesión. Mejor lo hubiera ido trabajando como pistolero o sueldo, o como chapero, o como sepulturero, oficios menos complicado que el de intentar destruir la literatura."

Al final, hay una apuesta: ganará Soriano, pues gana siempre el "canalla sentimental". Arlt, "el mejor de los tres" como escritor, se quedará con Piglia en lo que no es más que una relación sentimental. Lamborghini por su parte se mantiene como autor secreto. "Hay que releer a Borges otra vez" concluye Bolaño, lo que revela su afán de respetabilidad, al contrario de Piglia en Respiración artificial.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2007
Blogs de autor

III. PARA MUESTRA MÁS BOTONES

Sigo con mis ejemplos de personajes que la historia le regala a los novelistas, ya vestidos y peinados:

El general Miguel Idígoras Fuentes, presidente de Guatemala, que ya anciano, para probar su energía y vitalidad se ponía cada mañana a saltar en la cuerda frente a las cámaras de la televisión, vestido con calzones cortos y zapatos deportivos, mientras tanto la represión ordenada por él afligía las montañas y empezaban a crecer los escuadrones de la muerte en la Guatemala de la eterna balacera.

El general Tiburcio Carías Andino, presidente de Honduras, que había hecho instalar en los sótanos de la Casa Presidencial en Tegucigalpa, una silla eléctrica de voltaje moderado, que chamuscaba a los prisioneros políticos sometidos a interrogatorio, sin llegar a causarles la muerte.

El viejo Anastasio Somoza, fundador de la dinastía que reinó por medio siglo en Nicaragua, que mandaba rellenar de votos falsos la urnas para salir siempre electo, pero también se robaba las elecciones de Miss Nicaragua a favor de las candidatas favoritas suyas, y metía a los presos políticos en jaulas contiguas a las de las fieras de su jardín zoológico.

Carne de novela todos ellos, con el riesgo de que un novelista poco hábil puede dejarlos en figuras de historieta cómica. Pero mañana quiero cambiar de latitud geográfica, porque en todas partes se cuecen habas.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2007
Blogs de autor

El hombre en el umbral

Vi a C. E. Feiling una sola vez en mi vida, que recuerde. Una noche de los tempranos años 90, en el departamento que compartía con Gaby Esquivada. No recuerdo la ocasión, ni una sola conversación de las que habré oido aquella noche. Lo único que recuerdo –la memoria es más rara que la mierda, por eso los escritores la consentimos como a una aliada- es a Feiling de pie bajo el marco de una puerta, entre el living y el pasillo que conectaba con los demás ambientes. Parado allí, nomás. Ni siquiera puedo decir que estaba hablando con alguien: no conservo registro de su voz, sólo me la imagino a partir de una referencia de Gaby, que la asimila a las golden voices al estilo Leonard Cohen.

Por lo demás, me limité a leer sus novelas como un lector cualquiera. Y en mi condición de tal, me enteré de su muerte por los diarios.

Cuando me invitaron a presentar Los cuatro elementos (reedición de sus novelas, más el ‘bonus track’ de un capítulo de la inconclusa La tierra esmeralda), la pregunta que surgió desde el pánico fue: ¿por qué yo? Iba a estar Fogwill, a quien Feiling admiraba. Supuse que también estaría Luis Chitarroni, que fue su amigo y que además escribió el prólogo del libro. Y también Gaby, que fue su mujer y a quien admiro como periodista. Me sentí baraja de palo en una mano de poker. ¿Qué podía aportar yo a semejante delantera? No se me ocurrió otra forma de encontrar respuesta que no fuese la obvia. Releer las novelas. Leer el ‘bonus track’.

Desde el arranque mismo de El agua electrizada viví el asunto como una revelación. Entendí que existía un lugar desde el que yo podía hablar, desde el que quería hablar, en virtud del entusiasmo que crecía a cada página. Me refiero al lugar del lector. Esa es la única relación que tuve con Feiling en vida, la clase de relación que ni siquiera la muerte altera: la del lector con el escritor que lo encanta. Sabrán disculpar, pero tengo una saludable desconfianza respecto de la gente que ‘sabe’ de literatura. Yo no sé nada, al menos desde un registro académico. No puedo describir sistemas ni hablar de etapas, no me interesan las filiaciones ni los bandos. Yo leo, nomás. Mi filtro funciona de acuerdo a lo que el Indio Solari llamaría “el principio rector del placer”. Es simple: un libro me gusta o no. Si no me gusta, lo dejo caer y ya no vuelvo a pensar en él, por más que los suplementos literarios del mundo juren que es una obra maestra. Si me gusta lo disfruto hasta el final. Y si me gusta mucho se queda orbitando mi alma como un satélite de última generación, por más que pasen años, gobiernos y modas.

Lo primero que me sorprendió de la lectura fue que me lo había olvidado todo. Pasé por El agua electrizada, Un poeta nacional y El mal menor como si fuese la primera vez. Pensé entonces, con algo de temor, que en su momento las novelas de Feiling debían haberme gustado y nada más. Por algún motivo no las ubicaba en mi carta satelital. Terminé entendiendo la razón mucho antes de llegar al ‘bonus track’. Insisto: la memoria –la mía, al menos- es más rara que la mierda. A veces creo que tiene mucho de medusa: porque es de una plasticidad infinita, virtualmente inasible; porque es traslúcida pero nunca transparente; y porque si te aproximás demasiado, produce un ardor de morirse. Yo creo que olvidé los libros de Feiling para poder escribir los míos sin sucumbir a lo que suele llamarse la angustia de las influencias. Yo creo que elegí olvidármelos hasta que di mis primeros, torpes pasos. Y entonces el satélite volvió a emitir señales.

Durante estos años, desde el sitial de lector, le he estado reclamando a los escritores argentinos una serie de cosas que sólo encuentro raramente. Que sus libros me produzcan placer, para empezar. (No me molesta que la historia que se narra me haga sufrir, pero no tolero que el texto lo haga.) En segundo lugar, que me entretengan. (Para mí el aburrimiento es el primero de los Pecados Capitales en un escritor.) También les pido que no me subestimen. (No me molesta leer textos de gente más inteligente que yo, por el contrario, es parte de la gracia.) Y por último, que no me hagan perder el tiempo con boludeces. Aquí en ‘boludeces’ pongo una nota al pie, que en letra más pequeñita debería decir, allá abajo: ‘Me refiero en especial a las boludeces culteranas. Ya sé que la vida es complicada, pero precisamente por eso la encuentro demasiado entretenida para desperdiciarla en masturbaciones de laboratorio. Yo les pido a los escritores que sean intensos, que me lleven donde nunca fui, que me arranquen de la comodidad de mi existencia de una patada en el culo. Antes que leer elucubraciones de alguien que parece no haber cruzado nunca el umbral de su casa, prefiero divertirme con mis hijas o beber con mis amigos’. (Fin de la nota al pie.)

Lo que mi memoria-medusa hizo fue simple: ocultó por un rato que todo lo que hoy le reclamo a los escritores argentinos Feiling ya lo había hecho en su momento. Leerlo es un placer sublime. Sus novelas son entretenidas en el mejor de los sentidos. Jamás subestiman al lector. Cada una de sus páginas revela a un tipo enamorado de la literatura, pero también a un enamorado de la vida, con la intensidad elegante que imagino fue su marca de fábrica. Aun en las situaciones desesperantes, sus personajes disfrutan de los placeres que nos depara la existencia: el sexo, conocer mundo, liar un cigarrillo, ver cine, comer bien, beber mejor y leer (y releer) libros que nos vuelen la cabeza. Los protagonistas de los relatos de Feiling pueden leer, sí, y muchos hasta escriben, pero ante todo toman la vida por las astas. No se dejan abrumar por la realidad por jodida que sea y tampoco la niegan: por el contrario, intervienen en ella para modificarla, aunque exista la posibilidad de que todo salga como el culo. Lo hace Antonio Hope en El agua electrizada, lo hace Esteban Errandonea en Un poeta nacional, lo hacen Inés Gaos y Nelson Floreal en El mal menor.

Están tan decididos a ser, que las cuestiones del género al que han arrimado sus vidas los tienen sin cuidado: Hope entiende que se ha metido en un policial, Errandonea querría creerse protagonista de una aventura romántica e Inés sospecha que ha pasado formar parte de una de terror, como las películas de John Carpenter que tanto le gustan a su socio. Feiling tenía tan claro como ellos qué era lo importante y qué lo banal; se me hace que estaba muy seguro de quién era. Por eso podía incluir una cita de Apuleyo, pero colgándole otra que reivindicaba a un autor a quien muchos escritores desprecian: un párrafo de un gran relato de Stephen King, The Man in the Black Suit, completa los acápites de El mal menor. ¡Y La tierra esmeralda tenía toda la intención de ser un ‘fantasy’, el territorio por antonomasia de Henry Ridder Haggard, de Robert Howard y de Lin Carter, del mismísimo J. R. R. Tolkien!

Me fascina de Feiling la naturalidad con que cortó el nudo gordiano de los prejuicios para narrar lo que quiso y como quiso, dando por sentado de hecho que aquí también podemos hacerlo. Todos sus personajes son argentinos, y a la vez ninguno de ellos siente el complejo de la presunta periferia: no hace falta ser inglés, o francés, o norteamericano para que te quede bien el traje de los géneros literarios, sean los que sean. La aventura de la imaginación no reconoce banderas. Feiling, que venía de tantas partes y era depositario de tantas tradiciones, no parece haber sentido que su argentinidad era un impedimento, sino muy por el contrario: la mejor de las excusas para probarlo todo.

Ahora que el satélite Feiling volvió a emitir en mi universo señales que reconozco y comprendo, ahora que estoy escribiendo una novela de ‘fantasy’ como quiso ser La tierra esmeralda, siento que la reedición de sus novelas me quita un peso de encima. Como lector, ya no necesito explicarles a los escritores argentinos qué es lo que espero de ellos. De aquí en más me basta con decir: lean a Feiling. Que es, por cierto, el mismo consejo que daría a todos los lectores, a los que todavía no lo descubrieron y a los que como yo, cometieron el error imperdonable de distraerse.

Me gustaría creer que la única imagen suya que conservo tiene un sentido posible. Que Feiling está allí parado por un motivo, custodiando un umbral que yo deseo cruzar. Hace falta coraje para cruzarlo, y por supuesto algo más. Imagino que abre la boca, y que como no puedo ponerle otra voz que la de Leonard Cohen me dice: There ain’t no cure for love, no hay cura para el amor. Una frase que sólo puede haber concebido un escritor maravilloso con un corazón que funciona a pleno, como estoy seguro que lo era Feiling.

Si se me permite el juego de palabras, diría que Feiling failed no one, que no se falló a sí mismo ni a los que lo amaron, porque en buena medida no estaba dispuesto a fallarle a los lectores –ni siquiera a aquellos que todavía no lo conocían.

Ahora es nuestro turno, en todo caso. Nuestra hora de no fallarle a Feiling.

……………………….

Mientras me preparaba para la presentación del libro de Charlie, que ocurrió ayer jueves en la Boutique del Libro de Palermo, me enteré de la muerte de Fontanarrosa. Supongo que terminaré hablando de él, pero ya no hoy. Demasiadas tristezas para un solo día.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2007
Blogs de autor

A la reja, matador

Tengo una fijación con las rejas. Cada vez que se me presenta la oportunidad de visitar una cárcel, alguien adentro se relame el paladar y secreta fluidos inmencionables. El solo aire que se respira en cautiverio tiene un tufo de realidad extrema, desde cuyos rincones todo el mundo exterior parece un espejismo prodigioso. Por lo demás, cada viaje a la entraña del ergástulo supone un diplomado en germanías subterráneas. En ninguna otra parte las palabras se ofrecen en ese estado fresco que delata su cuña urgente y recentísima. ¿Quién, sino el presidiario, necesita palabras nuevas cada día, por motivos de estricta supervivencia?

En cuanto a las historias de la cárcel, casi ninguna tiene desperdicio. Cada preso sabe contar la suya con el estilo de un narrador consumado, pues incluso quien habla entre balbuceos lo hace con el poder de convencimiento de quien lleva años, décadas a veces, dándole vueltas al mismo argumento. ¿Qué de extraño tendría que buena parte de esos dramas de la vida real fueran, al cabo de algún tiempo, relatos de purísima ficción? Y una vez instalados en la ficción, ¿queda acaso algo más que el estilo? Y el estilo también tiene que ver con la supervivencia, por eso cada quién saca brillo a su historia de forma que al final infunda respeto, que finalmente es la moneda más cotizada de cualquier prisión.

  —Después de la inocencia, colega —Afrodita sin duda no la conoce, y es verdad que me gusta más por eso. Uno se sabe en manos de una mujer cuando le da por venerar sus defectos.

Nadie como los presos entiende que ese asunto de la inocencia no es sino un accidente relativo. El argumento más claro al respecto en su momento me lo ofreció el Doctor, un interno del Reclusorio Sur condenado a treinta años de prisión por el asesinato de uno de sus compadres. "Puro cuento", me aseguró aquella tarde el Doctor, que a todo esto debía el sobrenombre a su trabajo de distribuidor freelance de roipnoles y fármacos dentro del reclusorio. "Mi compadre", rumió, mascando rabia, "tiene la culpa de que yo esté aquí, quería joderme y me encerró en la cárcel". Lejos de pretender contradecirlo en un tema que él insistía en dominar, me atreví a preguntarle cómo podía su compadre muerto ser el culpable de su desgracia.

"Yo no quería matarlo, por eso le metí la cuchillada del lado derecho, para no herirlo en el corazón. ¿Y qué hizo él? ¡Nada! Se quedó ahí tres horas, echadote en el piso, en lugar de llamarle al médico. Hasta que se murió. Lo hizo para joderme, estoy seguro." Pudieron ser tal vez otras palabras, pero el estilo sí que lo recuerdo. El Doctor se miraba tan seguro de su evidente inocencia como de la sinuosa perversidad de su compadre muerto: exactamente el tipo de convencimiento que se requiere para escribir ficción. No puede uno probar cabalmente que existan o hayan existido sus amigos, pero tiene un altero de pruebas irrebatibles en torno a la existencia de sus personajes; igual que el empeñoso amante imaginario puede probarlo todo menos la realidad.

  —¿Me hablaba, coleguita? —cada vez que Afrodita del Carmen se sonroja y sonríe, hay algo en su expresión que hace sobresalir sus dos colmillos superiores. Y me gusta por eso, también. Temo que si la viera saliendo de un sarcófago echaría el ajo y la estaca por la ventana.

No sabría responderle sin delatar, por la vía traicionera del estilo, ese torcido gusto por sus defectos que me arranca de cuajo la inocencia y a modo de consuelo me sentencia a creer que Afrodita me clava los cuchillos cuidando de no herirme el corazón. Afrodita del Carmen, tus puñales son mis rejas.

  —Colega, por favor. No lastime mi honesto sentido del ridículo.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2007
Blogs de autor

LA TINTA

El cénit del placer humano laboral, según mi mera interpretación del placer humano en el trabajo, sería adentrarse en la tarea sin traspasar un ritual esforzado, y hablar, escribir, redactar, referirse a las cosas con la misma espontaneidad con la que se habla, se canta, se anda o se hace gimnasia. Refiriéndose a uno mismo no hay un ideal más alto al que aspirar.

Despojado de la obligación del yo el quehacer que quedara de uno mismo sería un campo de felicidad perfecta. Deshabitado de la preocupación del yo, la especialidad sería infinita y la duración eterna. Simultáneamente, la propia capacidad para escribir sería equivalente a la de una extensión de incalculables hectáreas donde tendrían aforo cualquiera de las peripecias de la existencia humana, en bloque o individuo a individuo.

Sin embargo, si no atendiera a ese yo cargado de tinta no se encontraría, en principio, tanta sustancia para devanar. Pero el propósito no sería tanto empaparme del yo como agotar al yo a través de ese proceso. Rebuscar en el yo como se va enjugando con paños las secreciones de una herida profunda. De esos paños que se introducen en la llaga del yo se obtienen las manchas que llenan tantas  páginas.  Si el autor continúa moviéndose entre estas secreciones, no será por la voluptuosidad del maceramiento o por la complacencia en la propia supuración, lo que acabaría matando de asco, sino por la confianza de que un día deje de fluir la destilación y entonces plano, seco, limpio, el yo se haya hecho equivalente a una vega por donde corran naturalmente los ejercicios físicos y las letras, los sentimientos reflejados en el papel y las mil sensaciones de la carne.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2007
Blogs de autor

Búscame en febrero 30

"¡No te pierdas!" "Seguimos en contacto..." "Te llamo la semana que entra." "A ver si por ahí nos vemos para ir a comer." "¡Hombre, me encantaría!" Ninguna de estas cariñosas expresiones chilangas es, digamos, completamente cierta, pero sería injusto tacharlas de falsas. Los extranjeros suelen desconcertarse cada vez que un chilango expresa estos deseos, y de paso su escasa voluntad de realizarlos. "¿Qué día quiere usted que nos veamos?", saca la agenda el interlocutor teutón, y el chilango se empeña en relajarlo: "Nos hablamos por ahí del lunes-martes, para ponernos de acuerdo," Decimos lunes-martes, tarde-noche, mañana-o-pasado para evitar la gravedad de un compromiso que no sabemos si podremos o querremos o siquiera tendremos el tiempo de cumplir. Correteados por días y noches impredecibles, habituados al sobresalto como fuente básica de energía, los chilangos hallamos preferible prodigarnos en buenas intenciones que empantanarnos en compromisos formales.

  —Según mis estadísticas —Afrodita se ha puesto profesional: jura que la misión de una musa no es otra que nutrir y estimular la especulación precoz— cada chilango de entre 20 y 70 años contrae en veintisiete días naturales compromisos sociales para el resto del año. Si fueran a cumplirlos sin excepción, quinientos años no serían bastantes.

"Vamos a vernos un día de estos", decimos pero no ofrecemos. Y el otro, que obviamente comprende y comparte el sentimiento, alcanza a respondernos, agitando la mano amigablemente, que claro que sí, y al tiempo que se aleja hace una doble seña que comienza apuntándose con el índice, para luego hacerlo girar en torno a la oreja. "Yo te llamo", entendemos, y acto seguido descansamos en la certeza de que no va a llamarnos, pues lo que en realidad quiso decir fue "no me llames". Pero claro, nos tiene estimación, por eso nos libera de toda diplomacia ulterior con ese delicado "yo te llamo" que nos exime a todos de tener que llamarle a quien sea. Puesto que ya hemos dicho lo esencial, que consiste en manifestarnos cálidamente la intención compartida de hacer lo que probablemente nunca haremos. Sin embargo, y esto es lo que cuenta, nadie podrá decir que no queríamos.

Para un chilango, ser fatalista no es ser pesimista, sino amistarse con lo inevitable. "Ya ni modo", decimos cuando el coche revienta o perdemos la chamba o se nos cae la casa, y antes de que un metiche ose compadecernos ya hemos confeccionado un par de chistes ácidos en torno a la tragedia. Por eso, cuando nos encontramos, años después, al amigo distante que prometió llamarnos en una semana, justificamos el largo silencio con ese generoso "ya ni modo" que de inmediato salta a celebrar la fortuna del nuevo encuentro, y anticipa otro para la semana siguiente. "Ahí nos hablamos", dice el que se despide, y uno muy gentilmente lo sigue con el "yo te llamo" de rigor. Cuando llegue el momento del próximo saludo —una fiesta, un sepelio, un rarísimo encuentro a media calle— llegaremos sonrientes a la conclusión de que "somos el colmo, quedamos siempre de llamarnos y nada, pero ahora sí nos vamos a llamar. Que conste..."

  —No les basta tener un plan B, necesitan tener de menos hasta el Z, y aun así terminan improvisando. Puro libertinaje creativo, colega.

Si fondo y forma son la misma cosa, no queda a los chilangos mejor opción que asumirnos estetas del lenguaje cifrado. ¿Cómo se hace para diferenciar el blablabla local de las palabras ciertas y significativas, el cumplido del compromiso, la fanfarronería de la confesión, el piropo inocente de la lujuria en armas? Hay algunos que viven 30 años aquí y siguen sin entender un pito, pero otros lo consiguen en cosa de meses. Acostumbrados a sobrevivir entre el ritual selvático y la modernidad cosmopolita, los chilangos empleamos complicados metalenguajes defensivos que nos permiten ir graduando escrupulosamente el nivel de confianza y apego que cada quién nos va mereciendo. Quién sabe, en una de éstas sí le llamamos.

  —Según otros estudios, cada habitante de la ciudad de México es enviado al carajo un promedio de 729 veces por día, cantidad todavía muy inferior a otras instancias místicas nacionales, que solas totalizan más de 2.000 envíos —francamente yo iría gustoso, si Afrodita accediera a acompañarme. Solos y en el carajo: qué situación romántica.

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2007
Blogs de autor

II. PARA MUESTRA DOS BOTONES

Veamos algunos ejemplos de esa lista de personajes de novela que la historia hace surgir de la entraña misma de la realidad, y pone ante los ojos de los novelistas sin retoques ni afeites, para asombro luego de los lectores, que los llegarán a creer fruto de la invención:

Isabel Perón, la cabaretera que tras la muerte de su marido llegó a  ceñirse la banda presidencial, auxiliada en su poder por José López Rega, un brujo quiromante que echaba cada mañana el destino público a suertes de Tarot en la Casa Rosada, y manejaba, además,  sus propios escuadrones de la muerte como si se trata de un club de fútbol.

Vladimiro Montesinos, el todopoderoso jefe de los servicios secretos con aire de cantante de vodevil que guardaba miles de cintas de video donde aparecía él mismo corrompiendo jueces, magistrados, diputados, empresarios, periodistas, militares, siempre un sobre lleno de dinero en su mano mientras las cámaras secretas trabajaban, una mano que también firmaba sentencias secretas de muerte.

Si mientras me lee usted ha ido haciendo su propia lista de personas que conoce, aunque no pertenezcan a la vida pública, que le parecen personajes de novela, escriba esa lista, anote para cada uno los atributos que le parecen singulares, extraños, llamativos. Así se comienza a ser novelista.

Leer más
profile avatar
19 de julio de 2007
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.