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LENGUA NATAL, PAÍS NATAL

Parece que un lector me ha agarrado en falta por haber escrito en una entrega anterior, respecto del escritor Julien Green, “nacido en París… sin ser su lengua natal el francés”. ¿Puede ser posible semejante cosa, nacer en un lugar, y no tener por lengua natal la de ese lugar?

Quizás si recurrimos al párrafo completo, nos resulta una mejor explicación: “nacido en París, de padres virginianos, murió a los 98 años de edad en 1998 (había nacido con el siglo XX), y sin ser su lengua natal el francés…”. La lengua natal, con la que uno nace, puede ser diferente de aquella del sitio donde se nace, si, como en este caso, los padres tenían por lengua propia no el francés, sino el inglés. La lengua natal, de nacimiento, vendrá a ser no la del suelo, sino la que se mama con la leche materna.

Es lo que ocurre, por lo general, con los hijos de los inmigrantes que dentro de las paredes de su casa hablan su propia lengua de origen, hasta que el niño puede alcanzar por sus propios pies la calle, y empezar a nutrirse de la lengua ambiente, la del país donde deberá vivir como hijo de extranjeros.

Los nacidos como hijos de extranjeros pueden tener automáticamente la nacionalidad del país donde nacen, según cada legislación, de modo que se podría ser español o francés por nacimiento, pero no necesariamente por la lengua.

Es lo que quise expresar, en el caso de Julien Green.

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17 de julio de 2007
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LIBROS PRESCINDIBLES

Otra vez me veo ordenando la biblioteca. Las estanterías de la casa. Haciendo huecos donde ya no cabe nadie más. Intentando retirar, donar, prescindir o cambiar libros que crees que son prescindibles. Me cuenta prescindir de los libros, aunque sean manifiestamente prescindibles -y no hablo de los libros basura, ni de autoayuda, ni de tantos otros que ni siquiera hay que permitirles la entrada a casa-, aunque quizá nunca más los vuelva no ya a leer sino abrir, pasear rápidamente por ellos. Me cuesta. Algunos amigos se ríen porque conservo, por ejemplo, nueve libros dedicados de un autor menor. No entienden que no me decida a mandarlos al lugar del descanso que muchos se merecen. O que los mande a pasear a la cuesta de Moyano.

Una vez conté que un amigo crítico, uno de los más destacados críticos españoles, que recibía muchos libros y naturalmente tenía un serio problema de espacio en casa, cada semana hacía un ejercicio de desprendimiento. Un divertido juego de condenar o apartar de tu vida, de tu casa, lo que crees que no te debe interesar. Los cambiaba por otros en la cuesta de Moyano, arrancaba la página de dedicatoria y el libro salía casi intocado a los estantes de los libreros de segunda mano. Después le dijeron que con la firma los valoraban un poco más. Ahora se encuentran sus libros desechados con cariñosas y cercanas dedicatorias del autor. Es menos sentimental, menos cobarde o más sincero que yo.

Yo sé que hay muchos prescindibles. Que cuando haces el canon más sincero te sobran tantas novelas, tantos ensayos, incluso tantos libros de poesía -me cuesta más prescindir de los poetas- que siempre se podría hacer espacio en la biblioteca. Todo se puede reducir. ¿Cuántos libros serían suficientes para no perdernos lo fundamental? ¿Con cuántos libros se hace una biblioteca suficiente para un curioso y universal lector? Una vez me dijo Vargas Llosa que con dos mil libros un buen lector tendría cubiertos más que dignamente todas necesidades culturales. Hace mucho pasamos de esa cifra, hace mucho nos dimos cuenta que tenemos más de lo que podremos leer y, sin embargo, no paramos. Seguimos por acumulación. Por avidez. Por avaricia. Por posesión incontrolada. Por vanidad. Por entretenimiento. Juego. Decoración… No tengo ni idea. Pero seguimos.

No una vez, muchas veces, me han preguntado, ¿pero los has leído todos? Suelo dar una respuesta convencional, casi pidiendo perdón. Pero recuerdo la genial respuesta de Cabrera Infante a su amigo Andy García. El famoso actor se presentó en la casa londinense de Guillermo Cabrera Infante, ciertamente muy llena de libros. También de música y objetos de variada cubanidad, pero sin duda eran los libros de las altas estanterías los que dominaban la decoración de la casa. Andy se quedó mirando, y con sorpresa y admiración, volvió a repetir la tópica pregunta: ¿Los has leído todos?...No se esperaba Guillermo una pregunta tan manida de su admirado compatriota. Tardó unos segundos y con su serio y rápido humor, contestó: “Solamente una vez”…Y cambiaron de música.

Y yo, tantos de los que conservo, ni siquiera una vez. Me lo tengo que mirar.

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16 de julio de 2007
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DOS CARAS

Decir de alguien que tenía dos caras suponía tacharlo de falsedad. Hoy, por fin, todos tenemos al menos dos caras, dentro y fuera de la red, y con frecuencia advertimos que necesitaríamos algunas más. Como nadie se resigna actualmente a tener sólo una vida, una pareja, una vivienda o un reloj, nadie elige como el mejor destino el destino unívoco y polarizado.

Cada vez un mayor número de seres normales son usuarios regulares de las dos caras. Seres normales, seres aparentemente de una cara para todos y compuestos realmente por dos: una orientada hacia la cara de los demás y otra orientada hacia la pantalla, una preparada para las convenciones y los rasgos censados y otra desconocida, donde se inventan los gestos y los perfiles. Una cara para sobrevivir y otra para jugar, una cara para hacer frente a los demás y otra múltiple, sin dibujar, para sortear los demás y sortearse acaso a sí mismo en un malabarismo que cada vez ocupa un puesto más principal en sus existencias. El lugar que antes faltaba clamorosamente para completar la representación de la personalidad. Es decir, el lugar de la ilusión, la invención o la creación que permanecía sofocada.

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16 de julio de 2007
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Un buen par de alegrías

Uno tiende a reaccionar con reflejos impecables cuando se trata de compartir una queja o un motivo de enojo (por piedad, no me hagan hablar del partido de ayer ni mencionen nada que venga del Brasil), pero suele ser más lento cuando el asunto pasa por compartir una alegría. Esto es lo que me gustaría hacer hoy, de manera muy breve. La semana pasada se confirmó que por primera vez en la historia, las escuelas de nivel secundario de toda Francia incluirán dentro de su programa de cine la exhibición de un filme argentino. Y ese filme resultó ser, para mayor alegría, uno muy próximo a mi corazón: Kamchatka, que dirigió Marcelo Piñeyro, con Ricardo Darín y Cecilia Roth de protagonistas.

Me consta, por haberlo vivido en carne propia, que además de hablar sobre un momento particular y terrible de nuestra historia, Kamchatka es una narración que conmueve a públicos de todas partes, quizás porque el drama del que habla es, además de histórico, uno con resonancias universales. Todos hemos sido pequeños alguna vez, todos nos hemos sentido víctimas de una injusticia, todos perdimos la inocencia cuando advertimos que nuestros padres ya no podían protegernos de muchos de los males de este mundo. Ojalá los muchachos franceses lo entiendan de esta manera, como un relato que habla de los valores más profundos que puede transmitir una familia, y también de la manera en que la realidad suele avasallarlos –con la complicidad de aquellos que privilegian su interés por encima del bien común.

El jueves pasado hubo una conferencia de prensa aquí en Buenos Aires, durante la cual se anunció la buena nueva. Fue en el Ministerio de Educación, con presencia del ministro Daniel Filmus y de las autoridades francesas del área, lideradas por el embajador Frederic du Laurens. También estuvieron Piñeyro, Roth y Darín, como las caras más visibles de aquel proyecto que nos conmovió tanto. (Oyendo hablar a Ricardo recordé la tarde en que nos reunimos a leer el guión por primera vez, poco antes del inicio del rodaje. Nos costó llegar al final, dada la emoción que nos cerraba las gargantas.) Ojalá el año próximo las autoridades francesas opten también por Nueve Reinas, otra película argentina que aspira a ser exhibida en los cursos superiores del secundario. Sería un bonito homenaje para su director, el desaparecido Fabián Bielinsky, que aquí en la Argentina colaboró siempre con el programa equivalente al francés, llamado “La Escuela en el Cine”, con dirección de Roxana Morduchowicz.

Ha sido un mimo para todos nosotros. Yo ya venía contento, por el hecho de que La batalla del calentamiento haya quedado entre las finalistas del premio Rómulo Gallegos que ganó Elena Poniatowska. Comparto también este dato, en la esperanza de que aquellos que disfrutaron de la novela lo sientan también como un triunfo propio –que lo es, en la medida en que los lectores somos siempre co-creadores.

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16 de julio de 2007
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PROUST EN CATALÁN

La industria proustiana fue tan potente en los últimos años y tan seria, llena de una especie de soberbia erudita (comentarios sobre la obra, biografías, ensayos sobre lo bueno de leer a Proust, etc.) que es un alivio descubrir una reedición de Dos pastiches proustianos (Anagrama) de Llorenç Villalonga. Es el libro más inteligente y más improbable sobre el autor de la Búsqueda del tiempo perdido: la traducción al castellano de una obra en catalán que finge (y consigue) ser un texto en prosa de Proust en francés.

No hay duda al releer el libro casi 30 años después de mi primera lectura: el resultado es de primer orden, convincente, lleno de ironía y de guiños a la figura del escritor francés. Ambos textos podrían ser de Proust tanto por el movimiento de las frases como por la manera de ser y de no ser del narrador, de dar vueltas para conseguir una infinita precisión en la descripción de emociones.

El primer “pastiche” que se titula “Marcel Proust intenta vender un De Dedion-Bouton” es un retrato psicológico del escritor dedicando una energía considerable a explicar lo que él describe como una “solución casi imposible” a una pesadilla suya. “Charlus en Bearn”, el segundo texto, es un encuentro entre la obra de Proust, a través de uno de sus principales personajes, y Bearn la casa aristocrática que ha dado su nombre a la novela más conocida de Villalonga.

Comparar Bearn con El Gatopardo de Lampedusa es algo tan común que no vale la pena involucrarse en este tema. Villalonga era un aristócrata de Mallorca y no es difícil comparar su figura un poco austera con la del novelista siciliano. Ambos contaron desde una isla del mediterráneo la decadencia ineludible de las grandes familias cuando son “fin de raza”. En realidad, hay una dimensión histórica en Lampedusa y algo más íntimo, psicológico en Villalonga.

No importa reabrir el debate cuando tenemos de nuevo la oportunidad de descubrir el homenaje de Villalonga a Proust. Sus dos textos son excepcionales. Villalonga recuerda en su introducción la expresión utilizada por Proust para pedir excusa al conde de Montesquiou preocupado por su parecido con Charlus: una imitación es “un exceso de admiración”. Una imitación es también un conocimiento extremo. Podemos morir de risa al leer los dos textos de Villalonga, pero no podemos ignorar que el aristócrata mallorquino hizo lo más difícil: comportarse como un maestro en lo que parece ser un mero juego.

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16 de julio de 2007
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II. SERPIENTES EN OFERTA

Las puntadas de humor, de ironía y de gracia de Julien Green en su diario de los dos años finales de su vida, me acercan más a él, como lector, que cualquier reflexión profesoral, enemigo como era de la banalidad retórica.

Oigan, por ejemplo: “En una tienda en Marsella donde se venden animales de sangre fría, peces, tortugas, etc., este anuncio: para el día de la madre, diez por ciento de rebaja en las serpientes. ¿Qué irán a ofrecer para el día del padre?”.

Este otro: “Marqués de Pubol, ése es el título nobiliario conferido a Dalí. Error, debería llamarse marqués de Carabás. Además, es más bonito, y él tiene ya los bigotes de gato”.

Otro: “las biografías, rebanadas frías de ternera”.

Y en lo que hace a verdaderas filosofías que no pierden su gracia, y no son para nada crepusculares: “El orden mundial se instala solapadamente, es por el dinero que el Big Brother se hará realidad, no será una persona, sino una entidad, y bajo sus órdenes los robots dirigirán a un pueblo sin alma. El dinero mata el alma, es el programa del demonio, en el que nadie cree porque como dice Baudelaire, su suprema habilidad consiste en hacer creer en su inexistencia…”

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16 de julio de 2007
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Doy Fe De Fatalismo

Vivo en una ciudad sitiada por ejércitos de problemas sin solución. "Razón de más para no preocuparse", concluimos los chilangos con resignación, girando luego el coco hacia ambos flancos. "Cada día estamos peor", sentencia uno, y es como si al hacerlo cumpliera con su parte. ¿Qué está peor? Casi todo. Los precios, los salarios, las calles, los impuestos, las drogas, el futuro, el aire, las escuelas, los automovilistas, el agua, los peatones, las putas, los taxis, el humor, la policía, los secuestradores, los boy-scouts, los repartidores de pizza, nada ni nadie escapa del proceso de diario empeoramiento cuyo origen se pierde en el medioevo del plañir nacional.

—Chilango que no se queja es noruego, colega —por eso es imposible sobrevivir entre tantos problemas insolubles sin cargar con la cruz de un ego lastimado. Al primero que nos lo toque sin la debida y previa gentileza, le damos con la cruz en el punto más frágil a la vista —ahora que si yo fuera noruega y tuviera que vivir aquí, me quejaría hasta en horas de sueño. De día llevaría conmigo una pancarta en lugar de paraguas, para nunca parar de estarme quejando.

—Yo tampoco quisiera ser el noruego que sale a caminar con su paraguas y cuando menos piensa ya está nadando.

—Según informa el Instituto Nacional de Copronáutica, el drenaje profundo de la ciudad de México va a reventarse en ciento quince horas con treinta y siete minutos, o sea que tenemos de aquí al viernes para hacernos de alguna góndola y cuando menos irnos a la mierda con estilo —¿necesito añadir que mi musa Afrodita tiene una innata visión de negocios?

Desde niños se nos informa reiteradamente que la ciudad de México fue construida sobre agua, y así tomamos las primeras lecciones de fatalismo charro, pues se entiende que todo se hundirá más tarde o más temprano, con o sin estallidos de albañal. Ahora bien, ésa es sólo una de las enfermedades terminales con las que los chilangos estamos habituados a vivir. Quiero decir que la ciudad donde vivo está desahuciada desde que la conozco. Afortunadamente, y a la fortuna se lo apostamos todo, el colapso aguafiestas se anuncia desde siempre pero, uf, nunca llega.

Claro que en México D.F. llegar a donde sea no es gesta sencilla. El tráfico también empeora cada día, de forma que hasta los colapsos, en otras partes raudos e intempestivos, aquí se las ven negras para llegar a donde sea, y cuando al fin lo logran ni quién les haga caso. ¿Qué chilango va a tener tiempo para sentarse a esperar el colapso, si de entrada se sabe parte de él?

— Vaya al grano, colega. Y tampoco se esponje, recuerde que para una musa profesional no basta con tener estilo, también hay que saber corregirlo —lo dice lentamente, como privilegiando un lenguaje corporal de sintaxis sinuosa y contundente.

Ser chilango es creer en el azar como en un santo siempre milagroso al cual todos vivimos encomendados. Por eso, cuando algún ángel de la guarda comete pecado mortal, es enviado en castigo a cuidar de un chilango. Ninguno exageramos al decir que existimos de milagro, pues según me reporta Afrodita del Carmen, que algo sabe de asuntos ultraterrenos, los habitantes de la ciudad de México requerimos, para sobrevivir al caos imperante, de aproximadamente 5.93 milagros por hora; de modo que hasta los ateos recalcitrantes viven confiados en que Dios proveerá. Y provee, claro, pero el constante déficit de milagros hace que proliferen los ángeles piratas, que son en realidad demonios freelance, comúnmente mejor armados y entrenados que los de alas y aureola para enfrentar esa combinación de fuego amigo y enemigo que los chilangos entendemos como calor local.

—¿Y la mujer desnuda, colega?

Un problema sin solución no es ya un problema, sino un signo concreto de fatalidad. Tengo de aquí a mañana para acabar de asimilar a la mujer totalmente desnuda que caminaba ayer en contrasentido, a las seis de la tarde, por la calle de Niza, a media cuadra de Paseo de la Reforma, con tráfico pesado, tormenta próxima y ese espeso vapor de irrealidad que se adueña del aire cada vez que un milagro comienza a gestarse.

—¿Qué le cuesta poner "cada diez minutos"?

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16 de julio de 2007
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Ahora que ya sé decir ‘pennícula’

Las palabras del delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Jordi Martí, sobre Woody Allen me saltaron al cuello desde las páginas del diario de la burguesía catalana: "Reiteró que el Ayuntamiento ha aportado una subvención de un millón de euros a la productora Mediapro-". Esto ya lo sabíamos porque los directores de cine barceloneses se sentían estafados: jamás se había pagado semejante cantidad, ni siquiera cuando aquel caballero filmaba tremendos petardos históricos sobre los sufrimientos de Catalunya que sólo veían Pujol y sus hijos el día del estreno.

Sin embargo, lo mejor de las declaraciones de Jordi Martí venía luego: "-en términos de inversión". O sea, que no es una subvención sino una inversión "que (se) recuperará en parte o totalmente en función de los beneficios que obtenga la película". Cielo santo. Mi alcalde concede préstamos con mis impuestos. Espero que el porcentaje sea usurario para compensar tanto ridículo.

¿Y por qué invertimos en una película de Woody? ¿Por qué no en una pintura de Frederic Amat o en un libro de Miquel de Palol? Ya que estamos buscando beneficios con eso que pomposamente llaman cultura, ¿no sería más adecuado invertir en talento local? ¿Hemos de ayudar a los norteamericanos a hacerse una cultura? ¿Tan triste es el panorama de inversores yanquis que no pueden ni siquiera financiar a Woody? ¿O será que ya nadie da un duro por él? Pues si perdemos la inversión, ¿quién nos compensa? Casi todos los funcionarios consultados aducen que los beneficios serán de tipo publicitario. La ciudad aparecerá en todas las pantallas donde se proyecte el film. Eso es cierto. Y como buena publicidad, la Barcelona que verán será una gigantesca mentira. Ayer rodaban en las Ramblas, lugar del que huyen los barceloneses y que está tomado por masas de ociosos en calzoncillos, rondados por trileros, carteristas, lateros y gitanas con niño dopado. En la película, sin embargo, Scarlett pasea en soledad por un lugar sosegado, limpio, silencioso, tan estúpidamente onírico como todas las mentiras municipales.

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de julio de 2007

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16 de julio de 2007
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TRANSGRESIONES

“El hombre al que una buena hada no le haya concedido al nacer el espíritu del descontento divino con todo lo existente nunca descubrirá algo nuevo”. Eso lo dijo uno de los más grandes transgresores de la música, del arte, Richard Wagner. Su música fue una explosión, renovó la manera de expresar los sentimientos, la forma de interpretarlos y buceó por las fuentes misteriosas de las leyendas. Hizo muchas cosas más. Había una parte del público que lo despreciaba. Otros, los “modernos” de entonces lo defendían, se enfrentaban contra los más clásicos, contra los apasionados de Verdi o de las formas italianas. Aquello siguió muchos años, todavía siguen esos enfrentamientos, pero no con la virulencia de entonces. La fuerza de Wagner, sus músicas unidas a algunas de las mejores obras de la provocación surrealista. Buñuel no hubiera sido el mismo sin Wagner.

De aquellas provocaciones me acordaba por la esperpéntica aparición de una nueva beatería de algunos, pocos pero mal intencionados, abonados al Teatro Real de Madrid. No les gustan algunos de los mejores montajes del año. Que nos les guste no importa mucho, de hecho lo contrario sería muy extraño. Son el penúltimo “corpus” de representación de puritanismo, de clasicismo mal entendido y de caducidad en sus gustos, sus formas, su estilo… Pero son unos chivatos. Unos malintencionados, unos represores y unos intransigentes. Quieren hacer llegar sus quejas, tan moralistas y estrechas, a los que ponen el dinero. Amenazan con llevar sus protestas a los patrocinadores y así intentar provocar una espantada de las subvenciones de un teatro público, subvencionado y valiente como está siendo el Teatro de la Opera de Madrid.

Les molestaron, fundamentalmente, Calixto Bieito y su montaje de Wozzeck de Alban Berg. Y la nueva ópera del español, José María Sánchez Verdú, El viaje a Simorgh, basada en un texto de Juan Goytisolo que hace homenaje a algunos místicos y transgresores de las ortodoxias. Y con un excepcional montaje escénico de Frederic Amat.

Dicen estar molestos por el sexo explícito, lo pornográfico, las burlas religiosas, en fin, un montón de lugares comunes para quejarse de obras libres, interpretadas por gentes libres, pensadas por artistas libres y dirigidas a públicos libres y abiertos. Algunos del Teatro Real, de otros teatros, cines, lectura no son libres, creen en el pecado. Piensan que una moral se debe imponer a las otras. Una religión a las otras. Y una corrección a nuestros incorrectos pensamientos. En fin, la ópera parece una expresión minoritaria. No lo es tanto. Muchas personas lo pueden ver. Se está haciendo un acuerdo para sus retransmisiones en televisión. Y además, allí más que en otras artes escénicas, se están buscando nuevas formas expresivas. Todo lo nuevo parece tener que seguir condenado a supervivir defendiéndose de los censores. Sobre todo de esos que no se conforman con expresar su desacuerdo, su queja, sino que quieren conseguir el cierre a la imaginación en libertad. Espero que no lo consigan. Y espero, quizá espero demasiado, que los ricos, los nuevos mecenas piensen en la necesaria libertad que necesita el arte. No sólo libertad. También transgresión.   

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13 de julio de 2007
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Uno es lo que contrata

El convenio que me une a Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels guarda una semejanza reveladora con los que Leopold Von Sacher-Masoch solía firmar con cada una de sus divas, obligadas contractualmente a maltratarlo. Según muy claramente estipulan los incisos D y G de la cláusula 182 del contrato con la Unión Nacional de Musas Novelistas, no me es dado siquiera conocer el origen, destino o situación actual de la profesional que atiende mi caso. Ella, en cambio, puede invadir, y eventualmente devastar, cada uno de los recovecos de mi vida presente, pasada o por venir.

  —¿Puedo? Tengo la obligación, que es diferente. Sacrifico mi vida por venir a encerrarme en la suya que, créame, es mucho menos interesante. Vamos, no me lo tome a mal, pero su vida es sosa. ¿Quiere que la compare con, digamos, la de Sam Shepard de los años ochenta?

  —Sam Shepard tenía una banda de rock en Nueva York, un rancho en Nuevo México, un colchón compartido con Jessica Lange y empleo seguro en Hollywood como actor y guionista.

  —Guionista de Robert Altman, coestelar de Richard Gere, rival amoroso de King Kong... Ningún otro escritor ha salido vestido de vaquero en la portada de Quimera.

  —Todavía puedo aprender a montar a caballo...

  —Como quien dice, a usted le gusta el cine. ¿Recuerda en qué película Nicolas Cage sentencia: "Eres lo que amas, no lo que te ama"? Se llama Adaptación, que es lo que a usted le falta en esta vida, y más en este caso. ¿Recuerda en qué película Lily Tomlin se hace una con Dustin Hoffmann para hurgar en la vida privada de sus pacientes? Se llama Yo quiero a Huckabees y trata de profesionales afines a mí, sólo que ahí se presentan como detectives existenciales. Entienda de una vez: lo que yo sepa o piense no tiene importancia, tenemos que elevar su productividad y para eso es preciso ir a lo hondo de sus traumas.

  —¿Y si mi trauma fueras tú, ahora mismo? —todos tenemos nuestros momentos ínfimos, algo en sus ojos de repente atónitos me hizo temer que estaba en uno de los míos.

  —¡Ánimo, coleguita, no se detenga! Siga adelante con sus sentidas palabras, que no todos los días se tiene la oportunidad de verse tan barato. No me lo tome a mal, ni me vea así de feo, cualquiera sabe que el patetismo es de por sí un estado de alto rendimiento. No se olvide, además, de lo que dice en su primera línea la cláusula 72 de nuestro contrato: "La misión de la musa no es incubar certezas, sino entregar su vida a fumigarlas."

  —¿Sabes qué día es mañana, a todo esto?

  —¿Aniversario 218 de la Revolución Francesa?

  —Julio 14. Sábado. "Día Mundial de la Autoestima".

  —Ay, me va a hacer llorar, colega, ya me vio cara de terapeuta. Si mañana va a estar de oferta la autoestima, le aconsejo que compre de la importada y evite la tejana, aunque sea más barata.

  —¿Qué te cuesta un día hacerme sentir bien?

  —Me costaría el empleo, colega, nada más. Usted se va a sentir mucho mejor cuando entienda que su misión es venir tras de mí, y que la mía consiste en no dejarlo llegar. Nada habría en su vida tan funesto como un día alcanzarme y, lo peor, creer por ello que es repugnantemente feliz. Puede que sea deformación profesional, pero la sola idea del amor correspondido me provoca unas náuseas francamente escatológicas. No lo olvide, colega: usted es lo que ama. No basta la autoestima, es precisa la autoquirofricción espiritual. Y en esas cochinadas yo no voy a ayudarle.

Wanda Von Dunajew, se llamaba aquel personaje de Sacher-Masoch, inspirado en las múltiples musas de facto sin cuya participación entusiasta no habría servido su hoy ilustre apellido para dar nombre al más sufrido de los deportes de alcoba. Es posible que a todo aquél que caiga obsesionado por la presencia de alguien como Afrodita no le aguarde mejor consuelo que un día declararse masoquista orgulloso, pero he aquí que sus desdenes no hacen sino apagar el fuego con gasolina. Si me diera por escribir telenovelas, haría falta al menos una mujer buena. Alguien cuya dulzura acolchonada hiciera trizas mi productividad y me dejara para siempre dentro de un comercial de margarina en high definition.

  —Ya, colega. Me va a hacer vomitar...

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13 de julio de 2007
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El Boomeran(g)
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