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Salven a la porrista, salven al mundo

Me causó gracia que Mayté / Palas se burlase de mi sueño apocalíptico remitiéndolo a Héroes, a las visiones del pintor Isaac Méndez sobre una Nueva York devastada por la bomba y a la voz del inefable Hiro llamándolo: “Mister Isaac…” Es verdad que vengo siguiendo la serie con unción religiosa, pero lo cierto es que más allá de mi fanatismo, la preocupación por la nueva escalada nuclear es en mí todavía más profunda de lo que quiero admitir: a la prueba del sueño me remito. El precario equilibrio que parecía haberse alcanzado después de la Guerra Fría se ha roto, no sólo porque la no proliferación se ha convertido en simple proliferación, sino porque además la política exterior de los Estados Unidos alienta al resto de los extremismos a procurarse más bombas, con la excusa –por lo demás bastante razonable, dado la agresividad de la administración Bush- de la defensa propia. Vaya paradoja: todo el mundo se prepara para matar con el argumento de que debe estar listo para defenderse. Creo que se impone un reestreno mundial de Dr. Strangelove, la película de Kubrick. Lo único que queda por determinar es si el próximo enajenado que cabalgará una bomba hasta convertirla en hongo será un cowboy al estilo del Slim Pickens del filme, un jihadista, un guerrero chino, un ruso o algún separatista de los tantos que hay por todas partes. (Los hay hasta en Bolivia, vean.)

Pero en fin, volvamos a Héroes. ¡Faltan cuarenta y ocho horas para el final de la primera temporada! Para mi desgracia, el viernes tengo uno de esos eventos sociales a los que no se puede faltar, lo cual seguramente me obligará a postergar la visión hasta la repetición del sábado… ¡No hay derecho!

No sé ustedes, pero al menos yo sentí que este último tramo era bastante confuso. No suele tener dificultades para seguir tramas complicadas, pero algunas de las ideas y vueltas en el tiempo me dejaron girando como un trompo. Me pareció además que ciertas ramas del relato se desinflaban, por ejemplo la que sigue a Niki (Ali Larter), que se volvió fastidiosa y –al menos en apariencia- prescindible. Todo lo cual no impide que siga viendo la serie con ansia, al punto de que ya reservé mi edición en DVD por Internet.

Nadie podrá probar jamás la vieja teoría que sostiene que la masacre de Pearl Harbour podría haber sido evitada, pero que no lo fue para que el sacrificio impulsase al pueblo de los Estados Unidos a reclamar respuesta militar acorde. (Que en último término no lo fue. ¿Cuántos Pearl Harbour caben en Hiroshima y Nagasaki?) Lo que está claro es que el argumento de permitir una masacre para justificar la acción posterior ha pasado a formar parte de nuestros mitos contemporáneos. Verlo expuesto en Héroes no hace más que generar nuevos escalofríos, porque nos consta que los poderes establecidos consideran que las vidas humanas son la mercancía más barata en sus mercados.

Sea o no imprescindible salvar a la porrista, lo que resulta indudable es que hay que salvar al mundo.

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8 de agosto de 2007
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Mi blog cumple 20 años / IV

La máquina de rayuelas.

Durante varias décadas y en nombre del nacionalismo revolucionario imperante, el gobierno de México ejerció sutilmente la censura a través del control monopólico del papel. Los bytes, no obstante, son incontrolables. No hay cómo racionarlos ni monopolizarlos sin el respaldo paranoico de todo un aparato policiaco estatal, y aun así quedan siempre resquicios por donde los insectos binarios van y vienen sin ser importunados. Los bytes no tienen peso, ni dimensiones físicas, ni límite para reproducirse. Viajan de una máquina a otra —y de ahí, si se quiere, a un millón más— en un proceso equiparable a esa telepatía con la que fantaseaban los niños de antes. Telepatía simultánea, además. Millones de millones de palabras flotando en torno al mismo campo magnético y una mínima terminal nerviosa conectada al teclado en mi escritorio, paralelo a la cama que una noche de downloads arrastré hasta allá.

—Una sola pregunta, coleguita: ¿cuánto medía la fila de cocacolas vacías?

—Digamos que hace tiempo ya no era fila, y ya ves que soy malo para calcular multitudes.

¿Aló? ¿Room Service? Envíeme urgentemente una hielera y una bacinica.

—Quien ha sido atrapado por la fiebre del byte no sale a ver si llueve, llama al perro y se fija si acaso está mojado. Pero igual me hacían falta unos rounds de sombra. Dejar que el ego fuera tundido a golpes por mi mera ignorancia de advenedizo. Tenía que pulirme a solas y en secreto.

—¿Quién se sentía usted, el Karate Geek?

La clave justamente estaba en no sentir. Poder estar doce horas en hilera, y hasta el doble o el triple, construyendo cimientos de no sabía qué. Ni cómo, ni hasta dónde, ni para cuándo. ¿Quería hacer concretamente hiperficción? ¿Iba a comprar entonces una copia de Storyspace, el software de los hiperficcionantes? Sí y no. Tenía en la cabeza una novela compuesta por seis planos simultáneos, cada uno con ciento veinte nodos, o quizás ochenta, intercomunicados por un laberinto de opciones múltiples que restringirían el paso de un plano al otro, de forma que en un mapa habrían parecido una cadena circular de rombos enlazados a derecha e izquierda. Quería hacerlo sin Storyspace.

—Qué ingenioso, colega. Supongo que su invento contendría también algún sistema de alta coerción para obligar a los lectores a seguir adelante hasta la muerte. Lástima que se equivocó de tiempo y de lugar, sería usted el orgullo del doctor Mengele. Schreibt macht Frei, Kollege!

Pocas cosas provocan tanto la libido de un caballero andante como una damisela rejega y retadora. Que era el caso de la computadora. Intimidado al fin por la amenaza de acabar programando una visita larga al reino de las batas blancas, restringí mis esfuerzos como programador al Lingo, el lenguaje-juguete diseñado para dar órdenes precisas al más espectacular de los softwares literarios: Director. Quiero decir que literario no era, estrictamente, pero nada más ver y palpar un par de aplicaciones creadas con él vislumbré lo que entonces, colmado de entusiasmo, creía el único futuro aceptable. En realidad, encontré apenas una posible relación entre el Director y la literatura, y es que ambos permiten realizar cualquier cosa que encuentre cupo en la imaginación. Así que mientras otros pensaban en vistosos teatritos en multimedia, yo me entregué a soñar a ojos insomnes en un libro virtual no-secuencial. Una suerte de trampa en la forma de un juego laberíntico que idealmente provocaría adicción.

—De otra forma, ni usted lo iba a leer. Y por cierto, ¿el Director también le resolvía el problema de la distribución de estupefacientes para su público lector? ¿Cómo iba a financiarlos, si no es indiscreción?

"Estupefacientes literarios", llamaba una de mis amistades virtuales, la estudiosa Susana Pajares Tosca, a los experimentos en hiperficción. Nada más observar el avance de mis ejercicios de aprendizaje (cada libro sobre Director constaba cuando menos de 800 suculentas páginas) perdía de nuevo el sueño haciendo cuentas de todo lo que aún me hacía falta para emprender por fin la aventura electrónica que justificaría esos miles de horas construyendo a mano un castillo que objetivamente no existía en el mundo real. Un afán literario, donde los haya.

—Y ya que habla de hallazgos, déjeme que adivine: le faltaba encontrar la historia entera, con todo y personajes.

—Digamos que tenía una idea general.

—Si todas las ideas generales se hubieran convertido en novelas, tendíamos docenas de Quijotes. Vamos al grano, pues. Caracteres, cuartillas, capítulos... ¿cuántos juntó en total? —privilegio de musa: directo al punto débil.

—Déjame que los cuente, mañana te digo —subterfugio de autor: directo al punto final.

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8 de agosto de 2007
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DESCANSOS

Observo a mi tía en el chalet de al lado sentada en la terraza frente al mar, inmóvil e impasible  en sus ochenta y tres años, con la mente como la única facultad casi intacta de su cuerpo. A partir de esa facultad todavía disponible alza ante sí una pantalla que no es ya el paisaje físico de la marina sino una representación morosa e intangible que pasea por su memoria al compás de su aflojada voluntad. Dispuesta sencillamente a pensar descansando y esperando como toda compensación los dóciles pasajes que ha macerado el recuerdo. Recuerdos unos para la sesión de la mañana cuando la bajan para desayunar, recuerdos para después de la siesta y finalmente un menú sosegante para la hora del crepúsculo cuando el mar se abate lentamente y ya la preparan para  dormir. Mientras ella permanece cerca y paralela a  mi, estable y quieta, yo leo en Proust un párrafo que nos envuelve. Dice Proust: “Mi tía sabía muy bien que nunca volvería a salir de su casa; pero esta reclusión definitiva hacíasela cómoda la misma razón que, según nosotros, debiera serle más dolorosa; y es que aquella reclusión se la imponía la disminución, perceptible para ella cada día que pasaba, de sus fuerzas, y que al convertir todo acto y movimiento en cansancio o en sufrimiento, revestían a la inacción, al aislamiento y al silencio de la suavidad reparadora y bendita del descanso.” 

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7 de agosto de 2007
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Hongo

Anoche tuve uno de esos sueños que transcurren ligeros y en apariencia inconsecuentes, permitiéndole a uno vagar por otros mundos sin sufrir ninguna de las consecuencias de la aventura real. No recuerdo demasiado, más allá del hecho de que estaba en Mar del Plata, la prototípica ciudad balnearia de la Argentina. Ya la elección era peculiar, en tanto se trata de una ciudad con la que no me une ningún lazo particular. (He pasado años sin verla, la última vez fue por trabajo, durante el Festival de Cine 2006.) Yo simplemente estaba ahí, aunque no recuerde para qué ni con quién. Sólo sé que la estaba pasando bien, el sueño discurría con esa calidad lúdica y un tanto fumada de tantas fantasías nocturnas, cuando la aparición de una extraña formación en el cielo me quitó el aliento.

Yo que estaba contemplando la costa desde una cierta altura (recuerdo edificios que se interponían entre mi vista y el mar, una construcción muy parecida a la del clásico casino), levanté la vista para estudiar el fenómeno. Tratándose de mi sueño, supongo que era lógico que supiese lo que estaba por venir, una fracción de segundo antes de ver la explosión. El hongo nuclear empezó a desperezarse delante de mis ojos, con esa belleza terrible que le conocemos después de tantos documentales. Me desperté enseguida. Supongo que ya no necesitaba saber nada más.

En ese estado a media agua entre el sueño y la vigilia que transitamos al levantarnos, lamenté que ni siquiera mi inconsciente estuviese ya a salvo de la irresponsabilidad y el salvajismo de los líderes mundiales, que nos hacen temer a diario lo peor. Yo que suelo estar abierto a lo inefable, concediendo el beneficio de la duda a los fenómenos que no puedo explicarme de manera racional, me encontré deseando estar equivocado al menos esta vez; y que no fuese cierto aquellos de que los humanos nos comunicamos en nuestros sueños, para decirnos lo que no nos atrevemos a decirnos cuando estamos despiertos.

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7 de agosto de 2007
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V. “LA IDEOLOGÍA DEL COMPROMISO GRIS”

Leyendo las memorias de Bergman uno se entera de que Suecia no es siempre ese país de tarjeta postal con paisaje nevado que se tiende a imaginar. La persecución de los burócratas fiscales de que es víctima en 1976, y que lo llevó al exilio en Francia, se da bajo el gobierno de Olor Palme, quien en la televisión francesa, cuando se le pregunta por el caso, se declara su amigo, y juzga todo una exageración de los periódicos. Y Bergman dice: “he sido un socialdemócrata convencido. Con sincera pasión he abrazado esa ideología del compromiso gris. Creí que mi país era el mejor del mundo y lo sigo creyendo, probablemente porque he visto tan poco de otros países.”

Luego, para mayo de 1968, cuando se repite en Suecia la rebelión estudiantil iniciada en Francia, es echado de la Escuela Nacional de Arte Dramático. ¡Quién lo diría, una rebelión en Suecia! “Cuando yo sostenía que los jóvenes actores tenían que aprender primero la técnica teatral para que su mensaje revolucionario alcanzase al público, los alumnos agitaban el librito rojo de Mao Ze Dong y me silbaban”, recuerda. Despreciaba el fanatismo porque había tenido suficiente de ello en su infancia, bajo la férula luterana de su padre.

“El modelo es siempre el mismo”, dice entonces, “las ideas se burocratizan y se corrompen. A veces va muy de prisa, a veces tarda cien años. En el año 68 fue a una velocidad vertiginosa. Los daños producidos en breve tiempo fueron sorprendentes y de difícil reparación.”

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7 de agosto de 2007
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Mi blog cumple 20 años / III

Welcome to Science-Fucktion.

  —¿Cuál fue el último libro que le cambió la vida, colega?

  —HTML: The Definitive Guide, por Chuck Musciano y Bill Kennedy. Cuando cayó en mis garras me convertí en el niño que recibe una pista de carreras de autos con cien carriles y un millón de tramos. "Crecer entre las sombras es privilegio de quienes se disponen a conquistar el mundo", asumían los protagonistas de El péndulo de Foucault, y bastaba ese sentimiento dilatado para que las ojeras continuaran creciendo frente al monitor. Vivía, además, lejos de la ciudad, bajo el bosque doméstico mejor conocido como Desierto de los Leones. Cuando menos pensé, ya mis amigos me apodaban The Fool on the Hill.

  —Como quien dice, agarró usted una guía de HTML de manual de autoayuda. Esto podría ser un infomercial. Usted también, cambie su vida hoy; y si nos llama en 20 minutos, le regalamos un manual de hortografía.

Llevaba ya dos meses ahí metido y mi sitio seguía siendo un bodrio, pero no me importaba. Nadie se iba a enterar, además. Conocía esa clase de situación de tiempo atrás, con nueve años de vida y la obsesión, frustrada a cada instante, de escribir una historia más o menos legible. ¿Qué se hace en esos casos? Robar, por supuesto. Va uno y plagia el estilo de cuanto libro consigue entusiasmarle, con resultados muy poco halagüeños, aunque tampoco tanto como para dejar el juego. Aún más descaradamente, merced al caradura cut-and-paste, aprendí a saquear códigos enteros, que ya después iba enchuecando de acuerdo a mis necesidades expresivas.

  —Y si de todos modos iba a acabar robando, ¿qué le costaba aprovechar ese tiempo precioso en aprender a saquear cuentas bancarias, por ejemplo?

  —Tengo un problema con la delincuencia: me dan más ganas de contar el golpe que de llevarlo a cabo.

  —Y si lo lleva a cabo ya no puede contarlo...

  —No sin que den conmigo y me encierren. Según Lord Henry Wotton, el ocurrente falósofo a quien Wilde encomendó echar a perder a Dorian Gray, "uno nunca tendría que hacer nada que no pueda contar en la sobremesa".

  —¿Qué no la sobremesa es el momento ideal para contar mentiras?

  —El punto es que, tal como en su momento lo había hecho el juego de escribir, aprender a entenderse con los códigos exigía cantidades bíblicas de errores, y con ello los miles de horas suficientes para pasarme años ensimismado en la monomanía de construir laberintos invisibles.

El gran pecado de la educación tradicional consiste en castigar el error, ignorando supinamente que sin él no habría progreso humano posible. Luego de varios años de entregar mi trabajo cotidianamente para ser publicado en papel, podía escuchar los rugidos del monstruo controlador que desde mis adentros exigía, por siquiera una vez, contar con un espacio donde no hubiera más errores que los míos. Sólo que a diferencia de la honesta tinta, los códigos permiten efectuar correcciones infinitas. Una página web es como un libro que nunca acaba de salir de la imprenta.

  —O como una mentira infinita.

  —Todo es mentira en el mundo virtual, pero ni tú ni yo estamos facultados para hablar en el nombre de la verdad. Al tiempo que mi parlanchín fuero interno se habituaba a valerse de verbos tan poco elegantes como photoshopear, trimear y copypastear, en el coco ocurría una mutación que tardaría años en acusar: estaba fascinado por la máquina, y más aún por los códigos que controlaban su mecanismo. Soñaba con meandros hipertextuales y nodos salpicados de palabras veloces, cuya escritura se antojaba casi tan suculenta como la construcción del laberinto mismo.

  —¿Va a decirme que el código le parecía más guapo que la palabra? Esa es Alta Traición, colega.

  —No me daba ni cuenta, insisto. Seguía comprando y engullendo libros rebosantes de códigos, ahora para complementar cursos online de Style Sheets, JavaScript, Perl y Arquitectura de la Información.

  —¿Leyó alguna novela en esos días, por casualidad?

  —Rayuela, claro. También Kundera y Borges. Los que más parecían compatibles con la idea de narrar en hipertexto. Buscaba autores que de alguna manera me dieran la razón en el empeño de seguir perdiéndola. Al final, si las cosas iban como debían, terminaría haciendo hiperficción.

  —Hyperfucktion, que le llaman los connoiseurs.

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7 de agosto de 2007
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FIN DE PARTIDA

Las señales estaban claras pero no quisimos verlas. El programa literario, Estravagario que desde hace tres años dirigía, y presentaba, en la televisión pública española terminó abruptamente y por teléfono. ¿Es normal retirar un programa por teléfono, en vacaciones y cuando se estaban preparando los renovados contenidos de la próxima temporada? Yo creo que no. No parecen las formas más adecuadas. Ni las más educadas. Ha sido la primera y última llamada del nuevo director de TVE. Ninguna discusión sobre el contenido, el continente, el pasado o el futuro de un programa que durante tres años tuvo una complicada vida en la programación televisiva.

Por el programa han desfilado centenares de escritores, editores, críticos, libreros y otros interesados en la literatura y sus circunstancias. Seguramente debimos hacerlo mejor, deberíamos haber conseguido que hablar de Sebald, Vila-Matas o William Boyd fuera suficientemente interesante como para hacer de esa cita un hábito para los amantes de la literatura. Un país donde los poetas, se llamen González  o Gamoneda, fueran capaces de hacernos dejar otras cosas para poder atender sus dones o sus carencias.

Hemos tenido la suerte de estar cerca de la mayoría de los escritores interesantes en nuestra lengua. Y con decenas de los que escriben en otras lenguas. 

También hicimos cantar en directo a “estravagarios” músicos. Por allí desfilaron  Albert Pla, Lila Dows o Astrid. Se recomendaron libros, viajes literarios, maneras de vagar por esa verdad de mentiras que es la literatura. Algunas veces nos vieron cerca de un millón de espectadores, en los tiempos de la primera madrugada tuvimos una media de unas doscientas mil personas. Al final, con la llegada de los nuevos directores, en las altas horas de la madrugada, casi siempre pasadas las dos de la madrugada todavía tuvimos casi cien mil espectadores. Nunca tuvimos mucha promoción. Es decir, no tuvimos otra que no fuera el boca a boca, lector a lector o noctámbulo a noctámbulo.

La decisión de  no continuar nos pilló de sorpresa. En vacaciones y sin posibilidad de explicar o argumentar el brusco final. Nos disculpamos con un editor que habíamos citado en Córdoba, con el escritor y guionista Peter Viertel que hoy nos hubiera recibido en su casa, la misma que la de Deborah Kerr. Y con los responsables del pueblo de Urueña, un lugar de Castilla para vivir entre libros. También nos disculpamos con los escritores, críticos y libreros con los que iniciaríamos otra temporada. No podrá ser. Al menos no con nosotros. Lo sentimos. Por muchas razones. Y por las formas. También en la televisión pública deben ser importantes las formas.

El verano sigue. Mis lecturas continúan. Sigo leyendo una novela que tenía pendiente desde hace más de dos años, se llama Imposturas, de John Banville. Habla de impostores que reconozco. No todos son así. Las lecturas seguirán. En el largo y cálido verano me esperan otras dos citas para no perderse. La novela de Styron, La decisión de Sophie y La vida de Jonson contada por Boswell. Unas buenas razones para buscar refugio en esas complicadas islas que han inventado los humanos, que llamamos libros y que nos apartan de otras miserias. Y de las malas formas. Llegamos al fin de partida. La partida continúa. Seguiremos esperando a Godot.

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6 de agosto de 2007
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El más cruel de los meses

Un año entero preparándose para cuando llegue la fiesta, y cuando llega resulta que es agosto. Como cada año, el mes que se propone para reposar y tomar resuello se trueca en la gótica estampa de una población diezmada por la peste negra. De nadie es la culpa, esto cae sobre nosotros por un giro inefable de la rueda de Fortuna, como erupción volcánica. No es posible prever un colapso de trenes, eléctricas, aeropuertos, la visita de la legionela y la medusa, todo ello cercado por un anillo de fuego exterminador.

Cierto que algunas de las más insignes plagas son predecibles. Ya sabemos que a comienzos de agosto irá a la huelga la aristocracia: pilotos de avión, maquinistas de trenes, servicios de puertos aéreos y marítimos, y así sucesivamente. No suelen coincidir todos al mismo tiempo, lo que aviva la sospecha de que se lo reparten: este año toca camiones; el próximo, autopistas; al siguiente, supermercados. El caso es tomar como rehenes a varios cientos de miles de trabajadores desesperados y extorsionar a la empresa.

Sin embargo, y a pesar de que todo conspira para que el de agosto sea el más cruel de los meses, siempre acaba sucediendo algo que lo redime. Es la milagrosa virtud del ocio: bastan cinco minutos para que redescubramos nuestra ínfima y sin embargo gloriosa naturaleza y accedamos a la reconciliación y a la ternura del caos. A mí me pilló la otra noche, en L'Estartit.

Había luna llena. Rielaba sobre el mar a la manera griega con una sinuosa cola de plata que vibraba agitada por millones de joviales alevines. En la negra masa marina parpadeaban dos pesqueros lejanos en eco rítmico con el farillo de posición. Las islas Medas se recortaban rotundas, amenazadoras; parecía que respiraran contra un cielo color vino. Allí, al final del espigón, nadie había aparte de nosotros, dos insignificantes humanos, pero también guardianes de la única inmortalidad que ha concebido el cosmos. Solo por esos minutos ya doy por bueno el mes infame. Estoy persuadido de que a todos ustedes les ha sucedido algo parecido.

Artículo publicado en: El Periódico, 4 de agosto de 2007.

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6 de agosto de 2007
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LA NOVELA

Después de algunos intentos a lo largo de mi vida, he hallado finalmente la época justa para leer gozosamente a Proust, en este verano donde su busca del tiempo perdido coincide con mi codicia por recobrar el mío.

En gran medida dentro de esa obra (En busca del tiempo perdido) se encuentran los mandamientos capitales de la novela contemporánea, si es que la novela aspira todavía a la  contemporaneidad.

Diez de sus principales ingredientes serían estos:

1) La recurrente presencia del sentido del humor, el modo de comunicación moderno por excelencia.

2) La fragmentación de las historias y de las reflexiones, lo que significaría la noble adopción del modelo del blog y de la comunicación segmentada, en general.

3) El desarrollo pues no de un poderoso y hegemónico hilo argumental sino de una red de experiencias que hiladas, entrecruzadas o en racimo ofrecen un tutti fruti para la mente y el corazón.

4) La novela no debe, desde luego, como anuncian las malas editoriales, cogerte por el cuello y llevarte así, del pescuezo, hasta su punto final. Contrariamente a estos modos, rudos y macizos, la novela actual ha de procurar holguras para introducir la inteligencia, espacios para respirar, pensar o interactuar.

5) La belleza de la forma y no el uso instrumental del lenguaje tiene que ver en gran medida con lo anterior. La lectura no es veloz y proyectada hasta el final –como en los filmes de acción, las novelas de misterio y cosas así- sino esencialmente una slow food, propicia para ser saboreada, discutida u  olfateada de acuerdo a su variada composición interior.

6) También esta nueva novela debe ser hoy enérgicamente  resistente al intento de llevarla al cine, al telefilme o al videojuego: la literatura auténtica, hoy más que nunca, debe alzarse como intransferible porque las historias novelescas del siglo XIX ya han sido desgastadas en sus diferentes modos de explotación.

7) La intriga debe considerarse un asunto menor o sin función porque el  placer se obtiene no de la desazón policiaca o el  sudoku correspondiente, sino de la inmediata degustación del texto, sin interés por descifrar un crimen o un arcano.

8) No habrá de pensarse pues en la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace. La narración literaria actual no debe presagiar destino alguno, tal como el destino no existe en los media, como el proyecto vital no existe ya en  las vidas. Lo que sucede tiene la forma del accidente y el carácter de la inmanencia. Ha terminado el proceso y la trascendencia.

9) La introspección. El cine, la televisión, el comic valen para narrar peripecias exteriores y con toda vistosidad pero la peripecia interior es el patrimonio exclusivo de la escritura, su máxima legitimación frente a las otras formas de comunicación humana. Si la novela se justifica todavía sólo alcanza mérito en esta dirección vertical.

10) La voz, en consecuencia, la voz será la de la primera persona del singular. Transparencia total entre el autor y el lector, entre las aventuras, las pasiones o los dolores que comparten en la vida del texto.

El estilo en tercera persona es hoy el colmo de la cursilería, la vetustez, el amaneramiento o la insufrible pretensión de verosimilitud.

Frente a estos diez mandamientos se cometen hoy los correspondientes pecados capitales. Es decir, la novela sin escritura, la intriga por la intriga, la ficción ridiculizando su premeditación.

Muchos leen y suponen que están leyendo literatura cuando, en realidad, emplean su atención en enmascarados guiones de cine, en argumentos de telefilme o en simples bocadillos de comics.

¿Pero qué decir entretanto de los autores? Los más listos conocen su función de animadores culturales y se comportan con naturalidad y buen humor. Otros, sin embargo, quienes se tienen todavía por creadores o dioses a la antigua usanza –aun cometiendo esos terribles pecados- presentan la imagen más grotesca del mal novelista de nuestro tiempo. A su ignorancia de la época suman su jactancia, a su supuesta majestad su poética  inane y a su viejo porte la solemnidad del trasnochado. 

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6 de agosto de 2007
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Mi blog cumple 20 años / II

Los vértigos binarios.

Hasta 1997, ubicaba los años transcurridos por los amores que los habían poblado. De entonces para acá, la referencia son las computadoras. Sintomáticamente, recién había caído una nueva en mis manos, puntual y solidaria para ofrecerme una ancha terapia de divorcio. Pero me daba miedo el aparato, pues contenía un par de tentaciones complementarias: el modem telefónico y tres meses de conexión gratuita a Internet. Si años atrás mi idea de enviar faxes y diskettes con el propósito de autoeditarme había naufragado en el tema de los costos, la idea de intentarlo en Internet era una comezón con tufo a trampa.

¿A qué le tenía miedo? A la espiral de tiempo que de seguro se abriría ante mí nada más comenzara a contraer el asombrado insomnio que suele someter a los recién caídos en la red. Me habían insistido demasiado en eslóganes patéticos del tipo "la supercarretera de la información", pero ya el sarpullido era muy fuerte. Si la intuición no me decía mentiras, había todo un proyecto editorial esperándome en el ciberespacio. Cuando al fin resolví sacar jugo de los citados meses de conexión gratuita, tardé dos días enteros, con sus debidas noches, en despegarme de la pantalla. A partir de ese punto, ya muy pocas opciones del mundo supuestamente real consiguieron tentarme; por lo demás, la línea telefónica permanentemente ocupada por el modem favorecía poco la vida social.

  —Solo con su obsesión, la noche entera. Que cosa más romántica, colega. Tendríamos que habernos conocido entonces.

Entonces entendí que no había más opción que aprender HTML a cualquier costo. Leí que era un lenguaje de marcas muy sencillo, busqué más y encontré un tutorial cuyo autor me garantizaba que en no más de cinco minutos podía diseñar mi primera página web, con un renglón escrito y una foto. Eché un ojo al reloj y me lancé a intentarlo. Necesitaba sólo una imagen y un editor de texto, nada que rebasara mi estatus infra-tech. Algo menos de cuatro minutos después, ya estaba ahí la página, con el texto centrado, la imagen justo encima y el fondo en color rojo, correspondiente al código hexadecimal #FF0000. Al final de la noche, tenía ya leído y practicado el tutorial entero. Estaba listo para olvidar la cama y seguir adelante, había esperado diez años por esa cita.

  —¿Se sentía el Magallanes del cyberspace?

No sé lo que sentía, pero era fuerte. Llevaba dos semanas encerrado en un vértigo de voracidad, igual que otros se entregan por días a jugar solitario y fingir que trabajan; igual que alguna vez pulsé el botón de pausa en mi vida porque había que rescatar a una princesa; igual que devorarse uno de esos hongos que tanto hacían crecer a SuperMario. Aunque de un día para otro mis expectativas eran zancadilladas por nuevos requisitos para hacerme algo así como un webmaster. Tenía que aprender a procesar imágenes, hacer animaciones y estudiar otros códigos, no únicamente en HTML. Entre tanto, ya había conseguido el terreno para edificar mi sitio, otra vez sin pagar un centavo. Geocities, se llamaba el lugar donde mediante un mecanismo harto simple podía uno subir sus archivos a la red y ver su engendro en línea ipso-facto. Aún no tenía imágenes a modo, pero había la opción de elegir entre algunas fotografías de muestra. Un minuto después, ya estaba ahí la foto de Sharon Stone. Tenía mi propio sitio en Internet.

  —Qué triste situación. Me hace pensar en esos dichosos infelices que compran el portarretratos por la foto de muestra, y luego así lo plantan en su buró. Me voy imaginando el texto del e-mail: Querida Sharon, ¿ya conoces mi website? ¡Pues tiene tu foto!

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6 de agosto de 2007
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